En llamas (Peeta Mellark y Tu...

By judith910

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(Segunda temporada de "Los juegos del hambre (Peeta y Tu )") (TN) Smith , Peeta Mellark y Katniss Everdeen ha... More

MUY IMPORTANTE LEER
Capítulo 1: De vuelta al Distrito 12
Capítulo 2: La fiesta de bienvenida
Capítulo 3: ¿Porque Jack y no yo?
Capítulo 4: Nueva perspectiva
Capítulo 5: Pasando un día con Peeta
Capítulo 6: Pastelitos
Capítulo 7: Entrevista y gira de la victoria
Capítulo 9: Llegada al 11
Capítulo 10: Confesando la visita de Snow
Capítulo 11: Confesiones
Capítulo 12: En el Capitolio
Capítulo 13: Te amo
Capítulo 14: Propuesta
Capítulo 15: De nuevo en casa
Capítulo 16: Cambios en el Distrito
Capítulo 17: Las pesadillas se repiten
Capítulo 18: Nuevamente en la cosecha
Capítulo 19: Diez semanas
Capítulo 20: El desfile de los vencedores
Capítulo 21: Primer contacto
Capítulo 22: Entrevistas
Capítulo 23: En busca y captura de aliados
Capítulo 24: Entrenamiento privado
Capítulo 25: Metedura de pata
Capítulo 26: Un día para los tres
Capítulo 27: Una despedida y una unión
Capítulo 28: Realidades desveladas
Capítulo 29: Empieza el juego
Capítulo 30: ¡Peeta está muerto!
Capítulo 31: Sobreviviendo
Capítulo 32: Mags muere
Capítulo 33: Ataque
Capítulo 34: Tres aliados más
Capítulo 35: ¿La arena un reloj?
Capítulo 36: Tortura
Capítulo 37: Revelaciones
Capítulo 38: El plan
Capítulo 39: El último rayo
Capítulo 40: Eres el Sinsajo
Capítulo Final (41): No hay distrito 12...
NUEVA HISTORIA

Capítulo 8: Rumbo al distrito 11

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By judith910

Me despierto pronto. Esta noche afortunadamente ha estado libre de pesadillas, lo que me hace levantarme con buen ánimo. Peeta aún se encuentra dormido a mi lado, así que me levanto silenciosamente y bajo a hacer el desayuno. Cuando termino, con una bandeja en mano, subo hacia la habitación y la dejo con cuidado encima de la mesita. Me aproximo hacia Peeta y le beso cariñosamente la mejilla.

—Peeta, es hora de despertarse. Dentro de unas horas tenemos que estar en la estación. —Digo con voz suave. Peeta sonríe aun sin abrir los ojos y comienza a desperezarse ante mi atenta mirada.

—Buenos días. —Dice con esa voz grave que me encanta de cuando recién despierta. Me inclino y agarro la bandeja para posarla encima de mis piernas. —Vaya... Si me vas a despertar todos los días así, hoy mismo traigo mis cosas aquí para vivir. —Dice haciendo alusión a nuestras bromas de anoche.

—Venga, a desayunar... —Digo riéndome.

Al terminar de desayunar, él se retira a su casa para cambiarse y terminar de empacar todo lo necesario para el viaje. Como aun tenemos tiempo, aprovecho para ir a cazar y de camino paso por la tumba de mi abuelo a dejar flores ya que pasaran semanas hasta que pueda volver a venir. Me encuentro en el bosque a Katniss, pero ella ya está de regreso. Cazo algunas presas, no las voy a necesitar para mí, así que paso por la Veta y se las doy a un par de familias, quien muy agradecidas las aceptan, aunque al principio querían darme algo a cambio y yo me he negado. Sé lo que es estar en su posición, apenas hace cinco meses yo estaba igual, y me llena de inmensa alegría y satisfacción de poder ayudarles de algún modo.



Es sobre las diez y media de la mañana que llego acasa. Al entrar, lo primero que percibo es el inconfundible olor a rosas queestá impregnado por toda la estancia. Me da un vuelco en el estómago y deinmediato me lleno de terror. Un agente de la paz aparece desde el comedor y meindica que le siga, durante el camino veo a más agentes de la paz. Me sientomuy vulnerable e intimidada porque todos ellos estén en mi casa merodeando a suantojo. Para ser justos, la casa es de Snow, pero eso no quita que simbólicamentesea mía ahora.

Me lleva hasta la oficina de mi casa, la que se encuentra al final del pasillo, y tal y como sospechaba, al entrar a quien me encuentro es al presidente Snow sentado detrás del escritorio aguardando mi llegada. El agente de la paz se retira cerrando la puerta y dejándonos a solas.

—Bienvenida, señorita Smith. Siéntese. —Me ordena con condescendencia. Cumplo con su orden y me siento. Internamente estoy aterrada, pero sé muy bien que no debo dejar que él lo vea porque se aprovechará de ello.

—Gracias presidente Snow. —Espeto con toda la seguridad que puedo reunir. —Lamento no haber estado presente para recibirlo correctamente. Si hubiera tenido conocimiento sobre su visita hubiera preparado algo para su llegada. —Le miro fijamente, no dejándome intimidar por su penetrante mirada.

—Ya lo creo señorita Smith, no tengo la menor duda. —Me mira desafiante.

—¿En qué puedo ayudarle? —Voy directa al grano sin tapujos. —Muy a mi pesar, dudo que su visita sea de cortesía.

—No se equivoca, he venido a hablarle sobre los sucesos ocurridos durante los juegos.

—¿Qué quiere decir presidente? —Le cuestiono confundida.

—Usted sabe muy bien a que me refiero señorita, pero no me importa recordárselo. —Espeta con altanería. —Hablo de su idea con las bayas, señorita Smith. Con su acto desafió al Capitolio.

—¿Me está tratando de decir que no debería haberlas sacado? ¿Qué se supone que debería haber hecho según usted presidente? —Le digo con todo el respeto que mi enfurecida yo puede reunir, siempre demostrando tranquilidad pese a que internamente estoy ardiendo en colera.

—Debería haber seguido las normas, si usted quería ganar, haber acabado con sus dos compañeros. —Dice con dureza.

—Lo lamento presidente, en ningún momento lo consideré con la intención de desafiar a nadie, y menos al Capitolio o a usted, siempre fui movida por la supervivencia, mía y de mis compañeros. —Le aclaro.

—Hay muchos Distritos, los más desfavorecidos, que el acto de sacar las bayas no lo han visto como un acto de amor, de amistad o como usted quiera llamarlo, sino que lo han visto como un desafío, como un acto de revolución. —Esas palabras me alarman.

—De nuevo, lo lamento, nunca ha sido esa mi intención, como ya le he dicho, siempre fue con la intención de salvar a mis compañeros. Ciertamente no es mi culpa que haya Distritos que lo hayan interpretado de forma errónea. —Insisto. Se que esta conversación no me va a llevar a nada bueno. Nada que venga de él lo es.

—Con o sin intención, su acto ha causado levantamientos en esos Distritos. —Me dice seriamente y con amenaza en su voz. —¿Sabe por qué? Porque pensaron que, si una simple colegiala del Distrito 12 podía desafiar al Capitolio y salir impune, nada les impedía hacer lo mismo.

—¿Realmente ha habido levantamientos? —Digo con temor y preocupación.

—Ninguno que no se haya podido controlar por ahora. Pero si se extiende, si se generaliza, puede que no haya retorno y se inicie una revolución. Entonces al Capitolio no le quedará más remedio que tomar medidas drásticas. —La amenaza en su voz está presente constantemente. —Piénselo, ¿cuánta gente cree que moriría? ¿Qué pasaría con los supervivientes? ¿Quiere eso? Yo creo que no. Si el Capitolio actuase y liberase su agarre sobre los Distritos, el sistema colapsaría.

—Debe ser un sistema muy frágil si un puñado de bayas es capaz de tirarlo abajo, ¿no cree? —Le digo contratacando. Sé que lo que me está diciendo es serio, muy serio, pero no puede responsabilizarme de todo como está haciendo. No es mi culpa que mantengan tan descontentos a los Distritos que a la mínima aprovechen para batallar. Quizás no debería empeorar las cosas, callarme y hacer todo lo que me diga, pero teniendo en cuenta que desde el primer momento no le hago mucha gracia al presidente, no puedo evitar ponerme a la defensiva y protegerme al escuchar sus acusaciones.

—Es frágil, pero no en la forma que supone señorita Smith.

—De nuevo lo lamento, no pretendía que nada de eso ocurriera. —Repito queriendo que le quede claro. 

—Te creo. No importa, lo hecho, hecho está. —Dice restándole importancia. —¿Sabe? Creo que su estilista se equivocó con la elección de vestuario de usted y la señorita Everdeen. (TN) la reina del hielo, sin embargo, usted es la chica que ha proporcionado la chispa que, si queda desatendida, puede salirse de control volviéndose un infierno que destruya Panem.

—¿Y por qué no me mata y ya? Eso lo solucionaría todo, ¿no? —Digo rendida.

—¿Públicamente? Eso solo añadiría más leña a las llamas señorita.

—En ese caso, haga que parezca un accidente. —Insisto.

—¿Quién creería eso? Usted no, si estuviese mirando.

—Entonces dígame que quiere que haga y lo haré.

—Si fuera tan sencillo... —Dice con una sonrisa maliciosa. —¿Aún le quedan de esos pastelillos que hicieron Peeta y usted? —La pregunta y el cambio de tema me desconcierta. —Digo, ya que los hicieron con mucho amor, me gustaría probarlos, en su entrevista anoche dejaron a muchos queriendo degustarlos.

—Si, todavía queda alguno. —Todavía desconcertada y temerosa de lo que pueda salir de ahí, me levanto y me dirijo a la cocina, siendo vigilada por un agente de la paz. Pongo en un plato algunos, todos de sabores diferentes y regreso a la oficina colocándolos frente suyo. —Aquí tiene. —Le ofrezco. Coge uno, el de betún blanco y le da un bocado.

—¿Los ha glaseado usted? —Pregunta tras pasar el bocado.

—Peeta. —Le aclaro.

—Ah, claro. —Asiente. —¿Cómo está él?

—¿Peeta? Bien, adaptándose. —Le respondo recelosa por el giro de atención.

—Entiendo. —Hace una pausa antes de proseguir hablando. —¿Y el primo de la señorita Everdeen? No recuerdo su nombre...

—Gale. —Le contesto ante la pregunta disfrazada. No me da buena espina que pregunte por él, que lo haga por Peeta lo puedo llegar a entender, es un vencedor, pero Gale...—

—Cierto, Gale. ¿Cómo está él? —Insiste.

—Igual que todos los habitantes del Distrito, supongo. Tiene un trabajo que le permite alimentar a su familia, sobrevivir. —Acuso indirectamente.

—Ya veo. ¿Sabe? Él sí que sería una presa fácil de acabar. —Hace caso omiso a mi acusación. Sus palabras me hielan la sangre, leo su amenaza, su advertencia entre las palabras. —Y que se escape al bosque con usted y la señorita Everdeen no le favorece mucho. —Esto último es lo que me termina por romper. Conoce nuestras escapadas al bosque, estamos perdidos. Y si sabe de ello a saber cuántas cosas más sabrá.

—Por favor, no le haga nada a él, no tiene nada que ver en todo esto. Es cosa nuestra, mía. —Suplico.

—No tiene de que preocuparse, no le haré daño ni a él ni a nadie, aún, con la única condición de que, durante vuestra gira, te encargues de apagar la chispa que encendiste en esos juegos. —Aclara con toda la intención de manipularme. —Esa gira es su última oportunidad para dar la vuelta a las cosas, señorita Smith. Usted sabrá qué hacer. El futuro de Panem está en sus manos.

—Entiendo. —Digo con temor, absorbiendo el golpe de sus palabras y haciendo que el peso sobre mis hombros incremente cien veces más. —Haré lo que sea para convencer a todos los Distritos de que los actos ocurridos en los juegos, fueron por amor y no como un acto de rebeldía.

—La creo. Una última pregunta señorita Smith, ¿Qué siente por Peeta? —Una vez más, su pregunta me toma desprevenida, me desorienta. Me debato entre la sinceridad o mentir, pero dadas las circunstancias, lo mejor es decir la verdad, pues no creo que pueda empeorar las cosas. —Todos vimos los juegos, vimos cómo te volcabas en Peeta.

—Lo amo, con toda mi alma. —Me avergüenza admitir estás palabras ante un ser como él. Pero en parte, me sirve para poner en boca lo que tanto tiempo me negaba a ver, lo que tanto miedo me daba admitir. —Haría cualquier cosa por él.

—Demuéstrelo. —Espeta él.

—¿A qué se refiere?

—Demuéstrele a los Distritos que ama a Peeta, convénzalos de que sacó esas bayas como acto de amor, para salvarlo a él y tener una vida a su lado. Es más, apunte más alto y convénzame a mí. —Seguido de esas palabras, el presidente Snow se levanta de la silla y pasa por mi lado. Me quedo estática, sin mover ni un solo músculo. —La estaré observando señorita Smith. Hasta dentro de unas semanas.

Helada, sin saber que hacer, apenas respiro hasta que escucho la puerta principal de la casa cerrarse. Por suerte no me había levantado de la silla aún porque si no me hubiese derrumbado. Repaso la conversación, repito sus palabras una y otra vez.

Un ataque de pánico amenaza con consumirme, pero no sé muy bien como logro controlarlo antes de que se salga de control. Tras eso, me obligo a salir del trance. En un estado de nervios decido darme una ducha helada para intentar calmarme.

Mientras el agua helada golpea mi piel y tirito sobre las baldosas de la bañera, pienso en todas las opciones que tengo para salir de esto, en como arreglar todo este gran problema. La tranquilidad, las cero preocupaciones, ha durado poco. Esto es mil veces peor que no comer por tres días, si no consigo arreglar este problema, no solo yo, no solo Peeta y mis amigos estaremos perdidos, sino que todo Panem.

Cuando no aguanto más el frío me visto con la ropa más sencilla que encuentro en el armario. Consiste en una camiseta de tirantes rosa pálido, encima un jersey gris de punto con los hombros descubiertos, unos pantalones tejanos azul oscuro y unos calentadores blancos junto a unas botas marrones. Me seco el pelo y lo dejo suelto, sin ganas de ponerme a hacer un elaborado peinado.

Me doy cuenta de que se me ha hecho tarde cuando Haymitch se presenta en mi puerta para buscarme. Para salir, me pongo un abrigo rojo, y un conjunto de guantes, gorro y bufanda de color rosa pálido.

Nuestro equipaje ya se lo llevaron esta mañana al tren así que eso facilita las cosas. Haymitch no me regaña por ir tarde y yo no le digo nada sobre la visita de Snow. No sé si estará enterado, pero deduzco que no cuando no me ha dicho nada. Me debato entre decirle o no, pero finalmente me callo no queriendo meterlo en un problema que no le pertenece. 

Un coche que nos espera a las afueras de la Villa de los Vencedores nos lleva hasta la estación. Hay algunos habitantes allí con la intención de despedirnos, agradezco que Haymitch me tome del brazo y me arrastre tras él hacia el tren sin dar la oportunidad a que nadie me pare.

Entramos al tren y le sigo hasta el vagón-salón. Allí ya están reunidos Peeta, Katniss y Effie. Me siento en el sillón vacío al lado de Peeta y no soy consciente de nada más. No hago caso a nada de la conversación que se desarrolla, lo único en lo que puedo pensar es que la vida de estas cuatro personas que tanto me han aportado en estos meses está en mis manos, que la vida de todos lo está.

Estoy más pálida de lo normal y eso no pasa inadvertido para nadie. Nadie me dice nada, pero conociendo a Peeta no tardará en preguntar y es lo que más miedo me da, no sé qué contestarle, ni siquiera sé si decirle la verdad, pero me duele mucho el tener que mentirle.

—Hey... (TN), ¿me estás escuchando? —La voz de Peeta a escasos centímetros de mi oreja me devuelven a la realidad.

—¿Qué? Ah, sí, sí. ¿Qué ocurre? —Digo desorientada.

—¿Qué te ocurre? Llevas desde que hemos salido callada y pensativa. Estás muy pálida. ¿Te encuentras mal? ¿Necesitas que llamemos a un doctor? —Me enternece tanto que se preocupe así por mi... Pero a su vez una daga invisible atraviesa mi pecho al haber tomado la decisión de mentirle y no contarle lo ocurrido con Snow, no quiero preocuparle ni hacerle cargar con un peso que no le corresponde.

—Estoy bien, solo pensaba. No tienes de que preocuparte. —Le doy la mejor sonrisa que me sale en esos momentos para dar más credibilidad a mis palabras, aunque no lo consigo.

—¿Estás segura? —Insiste no conformándose con mis palabras.

—Si, solo es que todo esto de la gira me tiene nerviosa, nada más. —Eso es cierto, aunque no es ni una cuarta parte de la verdad. Alarga su mano y agarra la mía para dar caricias en ella a modo de tranquilizarme, como muchas veces hace cuando estoy en medio de un ataque de pánico.

 —Chicos, es hora de comer. —Nos dice Katniss. No nos hemos dado cuenta en qué momento Effie y Haymitch han desaparecido.

—No tengo hambre... —Me excuso con la intención de retirarme a mi compartimento.

—Ni hablar, tienes que comer algo. —Voy a rechistar, pero me interrumpe. — Estás muy pálida, al menos un poco. —Se levanta del sillón y ...

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