a coat in the winter; camren

By milanolivar

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TODAS LAS HISTORIAS ESTÁN SUJETAS A COPYRIGHT Y HABRÁ DENUNCIA SI SE ADAPTA O PLAGIA. ¿Qué es capaz de hacer... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Último Capítulo
Epílogo
ACITW EN FÍSICO

Capítulo 17

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By milanolivar

Lauren's POV

Desde la toalla, veía cómo Maia sacaba de la bolsa su nuevo juego de cubos y palas de tarta de fresa. Lo había elegido sin siquiera dudar en la tienda, y me había hecho demasiada gracia porque salió de la tienda con él sin esperar a que pagase. Cogió un poco de arena con la pala, y echaba ésta en el cubo, parándose a coger las conchas que habían caído y las mojaba en el agua para poder verlas bien. Luego, les daba un besito y las volvía a meter en el mar.

-Tu hija le da besos a los animales, Camila... -Susurré en sintiendo sus besos en el cuello, porque la pequeña no estaba mirando, sino que estaba demasiado entretenida en echar arena a su cubo. Ella soltó una risa, y me giré para mirarla sonriendo. -¿Qué pasa?

-¿Te estoy besando el cuello y me dices eso? –Sus manos se pusieron en mis mejillas. –Tienes que relajarte, no se va a ir corriendo al agua ni nada de eso.

-No la miro por eso... ¿Y si nos ve besándonos de esa forma? –Camila me miró con una sonrisa, sacudiendo la cabeza.

-Oye... Relájate. Está jugando con la arena, y nosotras ya tendremos nuestro momento de besarnos de esa manera. –Asentí apretando un poco los labios, y Camila puso la barbilla en mi hombro con un pequeño puchero. –Lo siento.

-No, no lo sientas. –Sonreí, girándome para darle un beso en la frente con una gran sonrisa.

-Sí lo siento, porque a nuestra edad no debería haber niños y tú... Estás con una chica que tiene una hija de cuatro años. –Camila suspiró y nos quedamos mirando a Maia que hacía figuras en la arena como tortugas, y aplaudía cuando conseguía hacerlas.

-No, es... Es genial. Valoro más cuando estoy contigo asolas al fin y al cabo, pero... Poder abrazarla y estar con ella merece la pena, ¿no crees? –Volví a mirarla, y estaba con la barbilla apoyada en mi hombro observándome con una sonrisa.

-Piensas como una madre. –Negué mordiéndome la cara interior del labio, intentando no sonreír.

-Sí... Es decir, no, no. –Negué otra vez para dar mi negativa con el ceño fruncido.

-Deja de hacerte la dura. –Me dio con el dedo en el brazo, que me hizo reír y sacudí la cabeza, porque la verdad era que Camila llevaba razón.

-¡Mila! –Sofi apareció por la orilla saludando a su hermana y Camila saltó de la toalla para abrazarla. Y fui tras ella de una manera más calmada. Maia se giró con la pala en la mano, sonriendo a Sofi. –Hola peque. –La pequeña saludó con la mano a Sofi, y se levantó apoyando las manos en el suelo.

-Hola tía Sofi. –La pequeña se acercó poniéndose a mi lado, y puse la mano en su mejilla mientras Camila hablaba con su hermana.

-¿Qué haces aquí? –Puso las manos en las mejillas de su hermana, sonriendo al verla.

-Vacaciones de Navidad. –Camila se puso las manos en la cintura con una sonrisa cerrando los ojos.

-Olvidaba que estás en el instituto y vas a cumplir quince años.

-Y tú veinticuatro.

-Y yo veinticinco. –Dije con el ceño algo fruncido, ladeando la cabeza.

-Yo cinco. –Miré a Maia que alzaba la mano con los dedos estirados, no pude evitar cogerla en brazos y darle un beso en la mejilla.

-Eres la niña más bonita del mundo. –Maia se encogió con las manitas en la boca, apoyando la cabeza en mi hombro.

-Lauren, ¿qué te ha pasado? –Sofi me señaló el labio, e instantáneamente me pasé la lengua por este, carraspeando.

-Nada, el fútbol, esas cosas. –Carraspeé para quitarle hierro al asunto, y Maia estiró una mano hacia Sofi, dándole con el dedo en la mejilla y retirándolo rápido.

-Te pareces a mamá. –Camila soltó una risa negando, cogiendo la mano de su hija.

-Ya te dije que es mi hermana, cariño. –Sofi estiró los brazos hacia la pequeña, que pareció no tener reparos en dejarse coger por su tía.

-¿Y por qué yo no tengo una hermana? –Alcé las cejas al escucharla, poniendo una mano en su cintura para que se pegase a mí.

-Mientras tus mamis te hacen una hermana, ¿quieres venirte conmigo a dar un paseo? –Maia asintió y Sofi miró a Camila, buscando su aprobación.

-Claro. Sólo... Ten cuidado, y tú –señaló a su hija poniendo las manos en sus mejillas- hazle caso a Sofi, cariño.

-Vale mami. –La dejó en el suelo y la pequeña cogió el cubo y su pala, dándole la mano a su tía para caminar por la orilla mirando el suelo, y pararse a coger una piedra.

Camila estaba a mi lado, apretando mi brazo mientras veía a Sofi y Maia de la mano aminar por la arena. Tiré de su mano hacia mí, para que dejase de mirar a Maia o se pondría a llorar por separarse de su hija unos minutos, o quizás, por ver a su hija y a su hermana juntas.

-¿Quieres venir conmigo al agua? –Froté su espalda con la mano, y sin dudar, me empujó hacia el agua riendo, mientras yo andaba hacia atrás por los toques que Camila me daba en los hombros.- ¡Oye! –Me quejé, tirando de su mano para que entrase conmigo de golpe al agua, cogiéndola de las piernas aunque el agua nos llegase por la mitad del muslo.

-Echo de menos esto. –Me dijo con las manos en mi cuello, ladeando la cabeza. Lo extrañaba de verdad, porque la sonrisa, esa sonrisa que tenía Camila en el rostro era de lástima por lo que había perdido.

-Podemos volver siempre que quieras. –Camila negó apoyando su frente en la mía, y fui bajando un poco hasta quedar casi dentro del agua, mirando sus ojos. –Sí, sí que podemos volver.

-No. Maia tiene colegio, y tú tienes partidos. Además, me gusta Portland. –Se encogió de hombros casi resignándose. La besé corta y repetidamente, hasta que sus labios decidieron parar los míos en un beso más lento, acariciando mi lengua con la suya y sus manos fueron a mi nuca, acariciando lenta y suavemente mi pelo. -¿Te has dado cuenta de que nunca hemos tenido una cena a solas? ¿O una cita?

-Estuve contigo todo el tiempo. –Camila arrugó la nariz, poniendo las manos en mis hombros con un suave suspiro proveniente de sus labios.

-Pero no es lo mismo. –Ladeó la cabeza mirándome, y negué, apretando las manos en su cintura con un suave suspiro.

-Hubiese sido diferente si nos hubiésemos conocido por citas, ¿sabes? Yo te invito a cenar, y tú probablemente no me hubieses contado lo de tu hija. Entonces me habrías empezado a gustar, y me había hecho una idea sobre nuestro futuro y una vida sin hijos. Y cuando me dijeses que tenías una hija me habría quedado en shock, y a Maia probablemente le habría costado mucho acostumbrarse a mí. Además, tampoco podría hacerme a la idea de tener que mi novia tenga una hija, ¿sabes? Pero de esta forma... No sé. No ha sido chocante ni nada parecido, me gusta cuidar de Maia, cuidar de ti, hacer cosas diferentes no sólo... No sólo citas y encuentros banales. –En cuanto terminé de hablar, sus labios presionaron los míos para comenzar un beso más suave, y me dejé llevar aunque se separó de mí.

-Muchas gracias por ser así con nosotras.

* * *

Llamé a la puerta de casa de Camila, metiendo las manos en los bolsillos porque el frío era intenso, y la nieve que caía aumentando el grosor en las calles. Abrió la puerta, y de lo primero que me percaté era que la chimenea estaba puesta y el calor me chocó en la cara.

-¿Puedo entrar? –Pregunté, casi encogida para resguardarme del frío, y Camila se apartó un poco para dejarme pasar a su casa. Sus manos pasaron por mi cintura, abrazándome con fuerza, y levantó la cabeza con una sonrisa para que le diese un beso, que, obviamente concedí.

-¿Todo bien? –Camila ladeó la cabeza con las manos en mis mejillas, y asentí con una sonrisa antes de volverla a besarla, pero esta vez con algo más de profundidad. Puse mis manos en sus caderas, abriendo un poco los labios para que mi lengua se colase en su boca, pero paramos. Camila se separó de mí y cuando me quise dar cuenta, Maia estaba en la bajada de las escaleras abrazada a un peluche.

-Hey Maia. –Sonreí agachándome para quedar a su altura, y ella simplemente me saludó con la manita.

* * *

Esperaba en la puerta del colegio moviéndome de un lado a otro, porque Maia no salía y hacía un frío que me estaba matando, así que cuando la vi salir, sonreí soltando un suspiro. La pequeña corría hacia la salida, y cuando llegó a mí paró de golpe.

-¿Y mami? –Entreabrí los labios porque ni siquiera me había dado tiempo a decirle hola.

-Mmh... Mami tiene que hacer algunas cosas, así que hoy te recojo yo. –Maia me miró un momento y asintió, permitiendo que cogiese su mano.

Íbamos en silencio hasta el coche, y la monté con cuidado poniéndole el cinturón. El ambiente estaba demasiado silencioso, y normalmente no era así. Maia solía hablar conmigo, pero últimamente estaba muy callada.

-¿Te lo has pasado bien hoy? –Pregunté intentando recuperar algo de normalidad.

-Sí. –Y se quedó en silencio. Normalmente, Maia me contaba lo que había hecho en el cole, pero su respuesta se quedó ahí, en un escueto sí.

Lo dejé pasar.

Cuando aparqué frente a su casa, abrí la puerta del coche y Maia salió disparada hacia su madre, que la cogió en brazos dándole besos en la mejilla bastante sonoros.

-¿Te lo has pasado bien en el cole? –Le preguntó Camila, y la pequeña la miró con una sonrisa asintiendo.

-Sí, Nick y yo hemos dibujado un oso azul... Lo tengo en la maleta, ¿quieres verlo? –Decía con ilusión, y Camila asintió dejándola en el suelo.

-Entra y mientras comemos me lo enseñas, ¿vale? –Maia asintió con una sonrisa, corriendo dentro de casa sin casi despedirse de mí. –Gracias por recogerla. –Camila puso sus manos en mis mejillas, y yo sonreí un poco.

-No hay de qué.

* * *

Camila estaba sentada a mi lado en la cocina de mi casa, mientras yo abría un paquete transparente de arándanos, y ella se abrazaba a mí dándome un beso en el brazo.

-Hace mucho que no los como. –Solté una suave risa, enjuagando uno bajo el agua y acercándoselo a la boca. Camila lo tomó con los labios, comiéndoselo con los ojos cerrados. -¿Te ocurre algo? –Preguntó separándose un poco de mí, y cogí un arándano para llevármelo a la boca.

-No, nada. –Negué, viendo cómo Maia estaba sentada en el sofá con los brazos cruzados. -¿Le pasa algo a Maia?

-No que yo sepa. –Camila arrugó la nariz, mirándome con una sonrisa. -¿Por qué me lo preguntas?

-Ha estado... Rara conmigo últimamente. No sé si ya son imaginaciones mías o qué. –Dije suspirando, abriendo una botella de agua.

-Son imaginaciones tuyas. –Hizo un gesto con la mano, y sí, quizás eran imaginaciones mías.

Maia caminó hacia nosotras, y tiró de la camiseta de su madre para que le prestara atención.

-Mami, ¿cuándo nos vamos? –No, no eran imaginaciones mías. Tras todo aquél tiempo que llevaba con Camila, Maia me quería, o quizás no ahora que lo veía.

-¿Cómo que irnos, si acabamos de llegar? –Cogí la caja de arándanos y la guardé en la nevera, quedándome de espaldas para no molestar.

-Quiero jugar con la arena en casa, y pintar.

-Pero cariño, aquí puedes jugar a la pelota y pintar.

-Pero quiero ir a casa. –Solté un suspiro y me giré, frotándome el puente de la nariz con los dedos.

-No importa, yo os llevo a casa.

* * *

-¿Por qué tenemos que venir? –Escuchaba a través de la puerta del vestuario, justo cuando iba a salir a saludarlas como siempre hacía.

-Porque juega Lauren, cariño, y siempre venimos a verla. –La voz de Camila traspasaba la puerta, y yo me apoyaba en ella atándome la cinta en la muñeca.

-Yo quiero ir al parque.

Me separé de la puerta y decidí no salir, colocándome justo en la salida al campo. Decir que aquellas cosas que llevaban pasando desde hacía algunas semanas no me dolían era mentir como una bellaca. Lo último que había leído antes de guardar el móvil fue un "Te quiero : )" de Camila, pero no estaba para muchos ánimos aquella tarde.

Cuando salí me percaté de que Maia ni siquiera miraba al campo, estaba sentada con algo entre las manos que no distinguía, y luego, miraba a los lados, pero nunca al campo como solía hacer.

-Eh. –Una de mis compañeras me dio un golpe en el pecho suavemente, captando mi atención. –Marca.

Créeme, eso era lo que necesitaba en aquél momento, pero no. Sólo recibía patadas, golpes, cada vez que avanzaba con el balón me hacían falta, me tiraban al suelo, y cuando por fin conseguía tener el balón y lanzar con fuerza, el palo. El portero. Estaba empezando a cansarme de subir y bajar, de caerme y levantarme, de que mis pulmones empezaban a quemar. Justo en un momento del partido, corría hacia la portería en busca del balón y un pinchazo me recorrió la parte trasera del muslo derecho. Me llevé la mano al muslo tirándome al suelo, levantando la otra mano rápido y el partido paró. No era una tontería aquello que me estaba pasando, dolía, dolía de verdad.

-¿Te duele? –Susurraba Ally al acercarse a mí junto con los demás médicos, y me apoyé en los codos mirándola sus dedos presionaron la parte detrás de mi muslo y solté un quejido.

-Para, para. –Dije para que quitase la mano, porque me estaba matando.

-No tiene buena pinta. No puedes seguir. –Suspiré apretando los ojos, levantándome apoyada en dos médicos, comenzando a caminar fuera del campo mientras cojeaba.

Cuando llegamos al vestuario, me senté en la camilla estirando la pierna, levantándome un poco el pantalón para que pudiese examinar el muslo.

-No sé de qué grado, pero es rotura. Tienes que ir a la clínica ahora.

Y me duché, me vestí, y tras ponerme un vendaje elástico, de color azul en el muslo, cogí las muletas porque no podía siquiera caminar. Cuando salí del vestuario Camila casi se echa encima de mí pero paró al verme con las muletas. Maia estaba sentada moviendo las piernas, me miró y luego volvió a mirar a la puerta por donde habían entrado.

-¿Estás bien? –Asentí, intentando sonreír pero en aquél momento no me salía. -¿Qué te ha pasado?

-Rotura fibrilar del muslo. –Camila me miró perpleja como si no entendiera nada. –Que se me ha desgarrado el muslo por dentro. –Se llevó las manos para taparse la boca, y negué porque exageraba. –En unas semanas estaré bien, aunque ahora tengo que ir al hospital.

-Vamos a ir al hospital. –Espetó ella señalándome.

-No, no puedes. –Suspiré, y aunque tenía la cabeza gacha, consiguió besarme. Yo no quería, pero me besó, lentamente, suave, hasta separarse de mí. –Yo también te quiero.

* * *

Y sí, en efecto, era una rotura de grado dos, y allí estaba, en casa, con la pierna en el sofá, viendo las noticias mientras yo negaba. Salía en todos y cada uno de los canales de Portland, e iba a reventar el mando contra la tele sólo de ver cómo me rompía en mitad del césped. Mi madre no paraba de mandarme mensajes casi gritando en mayúsculas preguntándome cómo estaba, y mi padre, más calmado, me preguntaba cómo había sido todo y si me encontraba bien. Pero no, no me encontraba bien.

Llamaron a la puerta y cogí las muletas, caminando hacia esta y abrí, viendo a Dinah retocarse el maquillaje frente a un espejo que cerró al instante en que me vio.

-¿Cómo estás? –Nick estaba a su lado, y me saludó con una sonrisa, entrando en casa.

-He estado mejor. –Caminé de nuevo hasta el sofá, sentándome porque no podía aguantar mucho con la pierna en alto.

-Nick, siéntate en el otro sofá que la tía Lauren necesita descansar. –Nick se levantó y miré a Dinah, que se sentó al lado de su hijo.

-Déjalo, no importa. –Estiré un poco el brazo y le revolví el pelo, provocando las risas del pequeño.

-Bueno, lo importante es, tienes que recuperarte lo antes posible, el mundial está a la vuelta de la esquina. –Eché la cabeza hacia atrás, pasándome las manos por la cara.

-Son sólo tres semanas. –Nick se levantó y fue a jugar con Dash, así que Dinah y yo nos quedamos solas.

-¿Qué te pasa? –Se puso al borde del sofá, mirándome con el ceño fruncido.

-¿Te parece poco que tenga el muslo partido en dos? –Dinah sacudió la cabeza, soltando un suspiro.

-Ayer no diste ni una, y mira cómo acabaste. ¿Qué te ha pasado?

-Maia. –Dije con desgana, incorporándome para mirarme la pierna. –No quiere estar conmigo.

-Vaya... Pero es normal, es decir, sales con su madre. –Desencajé la mandíbula girando la cabeza lentamente hacia Dinah. –Maia tenía a Camila exclusivamente para ella, y ahora has llegado tú y se la has quitado prácticamente. Si ve que Camila te besa, te abraza, te presta atención, es normal que no quiera verte porque le estás quitando a su madre.

-¿Y qué hago? –Dinah se encogió de hombros frunciendo el ceño.

-No sé, Lauren. Mi hijo nació con un padre, y no he tenido que vivir esa situación. –Se giró en el sofá. –Nick, deja tranquilo al perro.

Y llamaron al timbre. Dinah se levantó para abrir y Camila entró de la mano de Maia, que hacía pucheros al entrar en casa. Eso era lo peor de todo. No podía estar sin Camila, pero no podía ver cómo Maia odiaba ir a mi casa.

-Qué guapa Camila. –Dijo Dinah cerrando la puerta, y en cuanto Maia vio a Nick se fue con él sin decir nada más.

-Gracias. –Contestó con una sonrisa, caminando hacia mí hasta llegar al sofá. -¿Cómo estás? –Preguntó antes de besarme, aunque fue corto, y se sentó justo a mi lado pasando los dedos por mi pelo.

-Mejor. –Sonreí un poco, y sus labios besaron mi frente soltando un suave suspiro.

-Nick, ven aquí. –Lo llamó Dinah y el pequeño se acercó corriendo, dejando a Maia detrás del sofá mirándolo. -¿Qué tenías que decirle a la tía Lauren?

-Mmh.. –El pequeño se giró hacia mí, y soltó una suave risa. –Quiero que te pongas buena pronto tía Lauren, te quiero mucho. –Nos abrazamos, y le di un beso en la frente que lo hizo reír.

Y llamaron de nuevo al timbre, dios.

-Hola, ¿vive aquí Lauren? –Fruncí el ceño girando el cuerpo para mirar la puerta, y una chica afroamericana con dos niñas apareció en casa. Ni idea de quién era. –Hola, no pretendíamos molestar. Soy la nueva vecina de enfrente, mi marido vio el partido y dice que lo pasaste bastante mal. Soy Normani, por cierto. Y estas son mis hijas Ivy y Summer. –Las dos pequeñas de unos seis años llevaban una bandeja cada una.

-Oh, muchas gracias. –Intenté levantarme pero prácticamente no pude.

-Se me hace muy raro e incómodo esto. –Dijo ella con una risa, y negué con el ceño fruncido. –Te traigo un poco de lasaña, a ver si eso ya hace que te sientas mejor.

-Wow, Lauren me gusta tu vecina. –Dinah cruzó las piernas al ver la bandeja, y miró a Normani que, sí, era muy muy guapa.

-Bienvenida a la urbanización entonces y muchas gracias, de verdad. Summer e Ivy, me gustan esos nombres. –Dije riendo, sintiendo la mano de Camila acariciar mi costado, y me relajaba un poco.

-A nosotras nos gusta tu apellido, es muy chuli. Jauregui. –Todas rieron pero las niñas se miraron entre ellas. –¿Te duele?

-Un poco. –Nick también se metió entre las niñas, y Maia se quedó sentada en el suelo.

-Es mi tía. –Dijo señalándome, y las dos niñas lo miraron.

-Uaa, tu tía juega al fútbol. –Camila se apartó de mi lado para que los tres niños se sentasen, y ella tomó asiento al lado de Dinah. Maia corrió hacia su madre y la abrazó, terminando por sentarse en su regazo.

-Y esa es mi madre. –Señaló a Dinah que sonrió orgullosa. –Y esa es la tía Camila.

-Ahora soy su tía. –Dinah, Normani, Camila y yo reímos, porque al pequeño Nick no parecía importarle nada.

-Niñas, dejad a Lauren descansar. –Normani puso las manos en el pecho de sus hijas y las apartó, negando.

-No importa. –Dije negando, recostándome un poco.

-Se le da bien los niños. –Dijo Dinah con una mano en el respaldo del sofá.

-No, no se me dan bien.

-Maia, cariño, ¿por qué no vas con Lauren? Le duele la pierna. –Maia se quedó entre las piernas de Camila mirándome, haciendo pucheros, pero no vino hacia mí.

-¿Cuánto te dolió? –Dijo una de las gemelas a las que no llegaba a distinguir.

-Como si me hincaran una barra de hierro en el muslo.

Pero en realidad, era sólo una metáfora de lo que pasaba entre Camila, Maia y yo.

N


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