Nadie es perfecto

By DianaMuniz

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A los ojos del mundo, Adam Alcide es el flamante heredero de la A&A. Pero bajo su perfecta fachada se encuent... More

1- Nadie es perfecto (1ª parte)
1- Nadie es perfecto (2ªparte)
1-Nadie es perfecto (3ª parte)
1-Nadie es perfecto (4ª parte)
2- Navidades Perfectas (1ª parte)
2-Navidades Perfectas (2ª parte)
2-Navidades Perfectas (3ª parte)
Navidades Perfectas (4ª parte)
3- Lo que está muerto (1ª parte)
3.-Lo que está muerto (2ª parte)
3.-Lo que está muerto -3ª parte-
3.- Lo que está muerto (4ª parte)
4.-Sombras del pasado (1ª parte)
4.-Sombras del pasado (2ª parte)
4- Sombras del Pasado (3ª parte)
4- Sombras del pasado (4ª parte)
4-Sombras del pasado (5ª parte)
5-El pájaro enjaulado (1ª parte)
5-El pájaro enjaulado (2ª parte)
5.-El pájaro enjaulado (3ª parte)
5.-El pájaro enjaulado (4ª parte)
6.-El otro lado del cristal (1ª parte)
6.-El otro lado del cristal (2ª parte)
6.-El otro lado del cristal (3ª parte)
6.-El otro lado del cristal (4ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (1ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (2ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (3ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (4ª parte)
8.- Un refugio lejos del mundo (1ª parte)
8.- Un refugio lejos del mundo (2ª parte)
8.-Un refugio lejos del mundo (3ª parte)
9.- Hoja de Ruta (1ª parte)
9.- Hoja de Ruta (2ª parte)
10.- Recuerdos que no deben ser (1ª parte)
10.- Recuerdos que no deben ser (2ª parte)
10.- Recuerdos que no deben ser (3ª parte)
11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (1ª parte)
11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (2ª parte)
Unas palabras a los lectores...

11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (3ª parte)

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By DianaMuniz

—¡Lenda! —gritó Myrella.

Lenda dio un salto y ya corría por el pasillo sin ser consciente de lo que estaba pasando. Agradeció a su cuerpo la reacción a la adrenalina que le despertó en un segundo antes de entrar como una tromba en el dormitorio de Zero.

—¡Está sangrando y no deja de temblar! —exclamó la mujer. Sujetaba con su cuerpo el del joven que, como ella había indicado, era preso de violentas convulsiones.

—¡Manténle sujeto! —gritó el óptimo mientras rebuscaba entre sus cosas. ¿Dónde estaba? Sabía que la había dejado a mano por si eso sucedía, entonces... Buscó con la vista la jeringuilla y las cápsulas y las encontró, en la mesita, al lado de la butaca, por si las necesitaba con urgencia. Cogió el instrumental y lo cargó todo lo deprisa que pudo, soltando uno cuantos juramentos por el camino y sin dejar de mirar el cuerpo que convulsionaba en la cama—. Sujétale fuerte —dijo a la leónida, y él mismo sujetó sus hombros mientras exponía su pecho y clavaba la aguja directamente en el corazón, vaciando todo el contenido en un par de eternos segundos.

Todavía tembló durante medio minuto más, antes de quedarse completamente inmóvil. Lenda hizo un gesto para que Myrella se apartara y comprobó las constantes vitales del muchacho. Suspiró, aliviado, al escuchar los latidos de su corazón.

—¿Está...? —dijo Myrella, sin acabar la pregunta.

—Todavía no —suspiró Lenda—. Pero esta vez ha estado muy cerca.

—Te he llamado en cuanto ha empezado —dijo, poniéndose a la defensiva.

—Lo sé, lo sé —la tranquilizó—. No quería echarte la culpa. Las convulsiones... eso es nuevo. Y la sangre... —Recogió una lágrima carmesí—, normalmente solo sale de la nariz. Si sale de los ojos es muy malo. Puede que hayamos retrocedido —dijo, pensando para sí.

Myrella no dijo nada. Cogió un pañuelo de papel y le lavó la cara de restos de sangre, con cuidado y de forma minuciosa. Lenda la contempló en silencio, parecía muy confundida.

—Parece tan joven... —dijo en voz baja—. Es... demasiado joven, ¿verdad?

—Tiene veinticuatro años —contestó Lenda—. Su aspecto puede parecer un poco infantil pero te aseguro que es mayorcito.

—Veinticuatro... —murmuró Myrella—. La diferencia de edad sigue siendo... considerable. Casi podría ser su hijo.

—Eso es cosa de ellos, ¿no crees? —dijo Lenda con una mueca—. Además, no es que tu marido aparente la edad que tiene.

—Cuando se casó conmigo todos hablaron de la diferencia de edad —explicó Myrella—, y sin embargo, ahora la duplica.

—Si crees que lo tuyo con Tristan no ha funcionado por la diferencia de edad es que eres muy tonta —dijo Lenda con desdén—. Por si no lo sabías, a tu marido no le gustan las mujeres.

—Ya... lo sabía —dijo Myrella, parecía confundida. No le miraba a él cuando hablaba, no podía apartar sus ojos de Zero—. Lo sabía, todos me lo dijeron, pero, de alguna forma estúpida, yo misma me había convencido de que todo eran habladurías. Incluso cuando él mismo me lo dejó claro y me ofreció el divorcio. Pero yo me negué. Seguía sin poder creerlo hasta que lo viera con mis propios ojos. Me dijo: «siéntete libre de ir con quien quieras y rehacer tu vida. No me debes nada». Pero yo le quería tanto... Era mi... príncipe, mi salvador.

—¿Por qué me cuentas todo esto, Myrella? No puedo ayudarte, y Zero no tiene la culpa de existir. Puede que si no estuviera él hubiera otro y puede que no, y aun así, Tristan no te correspondería.

—Lo sé —dijo la mujer con una expresión cansada—. Es solo que... ponerle un rostro, ponerle un nombre... Era algo que nunca había pasado. Y se muere, y una parte de mí quiere que suceda, y otra piensa que si Tristan le quiere tanto como para pedirme que viniera y...

—Eres una mujer preciosa —suspiró Lenda—, pero eres masoquista. Lo que no tiene por qué ser malo, una vez estuve con una a la que ponía eso de los látigos y... —Se detuvo no sin antes recordar con una sonrisa a su anterior conquista—. Tristan no es para ti. Joder, estás en Galileo y eres rica. ¡Contrata a un maldito amante profesional y olvídate de todo! ¡Vive!

—Un amante profesional ¿eh? —sonrió ella—. ¿Como Alistair?

—Eres estúpida —sentenció el óptimo.

*

Soplaba un aire fresco y cargado de sal, a lo lejos, las nubes oscuras se apelotonaban llenándolo todo de negrura, pero no donde estaba él. Allí, un pequeño fragmento de cielo turquesa se mantenía irreductible, filtrando los rayos de un sol tan necesario como extraño.

A pesar de eso, hacía frío.

Zero se arrebujó en su viejo jersey de lana, le quedaba demasiado grande y los brazos se perdían en el interior de sus mangas. No le importó, eso se le facilitaba mantener calientes las manos.

—Deberías entrar —dijo Noah—, la tormenta está a punto de llegar.

—Lo sé —dijo, sin apartar la mirada del mar que se embravecía por momentos dibujando sonrisas macabras de dientes afilados—. Quiero quedarme un poco más.

—No deberías —le aconsejó el que durante un tiempo fuera su padre adoptivo, el único que nunca había tenido. Llevaba un jersey muy parecido al suyo pero a él le quedaba bien. Se sentó a su lado, en el suelo, y señaló las nubes de tormenta que se apelotonaban en lontananza—. Cuando llegue, tienes que estar preparado.

—Estoy soñando —recordó Zero—, nada es real y tú estás muerto. La tormenta no me hará daño.

—¿Estoy muerto? —preguntó Noah enarcando las cejas—. Sí, bueno, creo que tienes razón. Pero si me tomo la molestia de aparecerme y hablar contigo, pues... tienes que escucharme, ¿no?

—Claro —dijo, con una sonrisa triste—. ¿Por qué no?

—Ahora estás confundido —dijo Noah—. Tu cabeza está llena de temores.

—¿Temores? —repitió Zero—. Si solo fuera eso...

—Es que solo es eso, Ches —replicó el farero—. Tienes miedo de ser demasiado ingenuo, tienes miedo de ser un monstruo, tienes miedo de lo que te hicieron y, sobre todo, tienes miedo de que te hagan daño y te quedes solo. Temes haber puesto demasiado en esa relación, pero así es como funcionan las cosas. En el amor se apuesta todo y se gana o se pierde, pero si solo apuestas un poco... perderás seguro.

—Eso es muy profundo —se burló, con una mueca—. No creo que todos mis problemas deriven de si quiero o no a Tristan. Eso es simplificarlo todo, mucho. Demasiado.

—En realidad no —dijo Noah, parecía divertido ante su actitud—. En realidad todo se reduce a si quieres vivir o no.

—No quiero morir —murmuró, arrancando un puñado de hierba y arrojándolo por el acantilado.

—Eso no es lo mismo que querer vivir —dijo.

Zero asintió con la cabeza y no dijo nada. Se arrebujó aún más en su jersey de lana y persiguió con la vista las briznas de hierba que se elevaban arrastradas por el aire de tormenta.

—No —admitió—, no es lo mismo.

—Tienes miedo a hacerlo. —Zero iba a responder, pero se dio cuenta de que su voz se quebraría si lo intentaba. No podía decir nada, así que se limitó a asentir con la cabeza. Sí, tenía mucho miedo. Miedo a convertirse en un monstruo como Alcide, miedo a que le hicieran más daño si no lo hacía, miedo a que todo lo que había depositado en Tristan le fuera arrojado a la cara, miedo a quedarse solo, otra vez...

—No estás solo, Ches —dijo Noah—. También tienes a Alicia, a ella le importas.

—Ella me odia porque por mi culpa estáis muertos —murmuró, sin poder detener las lágrimas.

—Odiar es una palabra muy fea... y muy radical. Alicia no es así. No contigo, al menos. Dale tiempo.

—Lo siento mucho —dijo con voz ahogada—, os echo de menos.

—Ya lo sé, no seas tonto, no necesitas decirlo. ¿Qué dirá Tristan si te mueres? Solo tenías que esperar un poco y tú vas y te mueres —continuó, dándole una reprimenda—. Ha cambiado todo su mundo para estar contigo, eso tiene que significar algo, ¿no crees? —Zero asintió, limpiándose las lágrimas. Se sentía como un niño pequeño, y puede que eso no estuviera tan lejos de la realidad. En el anterior sueño parecía que la personalidad dominante era el niño, aunque eso no le molestaba; de pequeño nunca se había rendido—. Además —añadió Noah—, ¿dónde han quedado todos esos planes? ¿Lo de convertir la A&A en algo que de verdad merezca la pena? Has estado estudiando mucho para ello, como mínimo inténtalo, la idea es buena. Y si de paso te ocupas de los capullos que nos hicieron esto pues... todos son ventajas.

—La A&A... —pensó—, sí, yo quería hacer algo útil con mi herencia. Algo que fuera bueno.

—Y cuidar de Alicia.

—Y cuidar de Alicia —aceptó con una sonrisa.

—No la abandones aunque ella quiera, solo... obsérvala de lejos. Sabrás cuándo tienes que volver.

—Bien.

—Y ese chico, Tristan, tú crees que merece la pena así que no dejes que tus miedos te frenen.

—No lo haré.

—Y no mires hacia atrás o chocarás con algo. Para eso tenemos los ojos en la cara: para mirar hacia delante, siempre hacia delante.

—Siempre hacia delante.

—Ahora que todo está claro —dijo Noah—, tienes que volver.

—No es tan fácil —aseguró Zero—. Llevo intentándolo desde que empezaron las pesadillas y no he podido hacerlo.

—Eso es porque antes no estabas preparado —respondió el farero—. Ahora sí. Recuerda, hijo, hacia delante, siempre hacia delante.

*

Tras el enésimo intento de contactar con Tristan, Lenda se había vuelto a quedar dormido en el sofá. No podía evitarlo pero empezaba a preocuparse. Era común estar sin noticias de su amigo durante meses y, por desgracia, también solía suceder que ignorara sus mensajes pidiéndole que contactara con él. Pero esta vez era diferente. Esta vez había dejado a Zero moribundo y, aunque en cada nuevo mensaje el médico le ponía al día de su situación, todavía le extrañaba que el leónida no hubiera contactado con él para hablar en persona.

Un sonido extraño le recordó por qué se había despertado. Había alguien en la cocina. «¿Myrella?», se suponía que no podía dejar solo a Zero. Aunque debía reconocer que no había habido más crisis desde la última y más fuerte. Zero llevaba durmiendo algo más de tres días y todo parecía indicar que se recuperaría. Pero los sueños podían ser traicioneros y una nueva pesadilla podría activar de nuevo los bloqueos y hacerles retroceder otra vez. Por eso se resistía a dejar a Zero sin vigilancia, por eso llevaban tres días turnándose para dormir, incluso para ir al baño. Pero con todo, habían bajado la guardia. Quizá demasiado pronto, pero podía comprender por qué la mujer se escondía en la cocina.

—Por mucho que busques en la nevera no encontrarás nada que comer —dijo en voz alta—, Zero apenas hizo la compra antes de quedarse inconsciente. Pero si tienes hambre, puedo encargar más comida. O hacer una compra a distancia —añadió para sí—. Sí, debería hacerlo, porque si llega a despertar, solo tendrá pizza fría y...

Lenda no continuó, no era Myrella quién estaba en la cocina.

Zero tenía un trozo de pizza en la mano y la devoraba con fruición.

—Tengo hambre —dijo con la boca llena al verse sorprendido. Parecía como si hubiera sido pillado infraganti cometiendo un delito.

—Pues... come —respondió Lenda, tan sorprendido que no estaba seguro de si era real. Zero había adelgazado en esos tres días de sueño ininterrumpido, su metabolismo acelerado por cuestiones estéticas hacía que necesitara ingerir una cantidad mayor de calorías o siempre tendería a estar demasiado delgado. Llevaba puesta una bata de andar por casa, la que estaba colgada tras la puerta de su habitación, seguramente, bajo ella no llevaría nada. No se había entretenido en vestirse. «Se levanta, se viste, se marcha y... ¿Myrella no se entera?».

—¿Cuánto tiempo llevo dormido? —preguntó, mientras atacaba un nuevo pedazo de pizza.

—Tres días —contestó el óptimo. Zero asintió, moviendo la cabeza lentamente—. Nos has dado un buen susto.

—Lo siento —dijo, y parecía sincero. «Como para no serlo. Ha estado a punto de morir».

—No pienses en ello —le reprendió con suavidad.

—Siempre hacia delante —murmuró Zero.

—Eso es.

—Tengo muchas otras cosas en la cabeza —dijo—, tenía un montón de trabajo y me estoy quedando sin tiempo. Duermo demasiado. La reunión de la A&A es en... ¿cinco días? Tengo que prepararme y no sé ni en qué día vivo.

—Poco a poco con eso, ¿quieres? —dijo Lenda—. Tómate las cosas con calma. No he conseguido localizar a Tristan.

—No te preocupes —dijo Zero con una sonrisa—. Estará aquí a tiempo para la reunión, me lo prometió.

—Si tú lo dices...

—Por cierto —dijo, al tiempo que daba un mordisco a una nueva porción—, ¿quién es la pelirroja que duerme en la butaca de mi habitación?

—Oh, esa es...—dudó un momento, pero, en realidad no importaba, ¿no?—. Es Myrella, la esposa de Tristan.

—¿La esposa de Tristan? —repitió Zero. Lenda se preparó para dar una explicación convincente y calmar sus ánimos pero no parecía hacer falta—. ¿Ha estado cuidando de mí?

—Así es.

—Y eso... —Zero frunció el ceño y esbozó una mueca extrañada—. Dime que no son cosas mías. ¿Soy yo o esta situación es un poco... incómoda?

Lenda rompió a reír a carcajadas, quizá en parte por la expresión de Zero, por la naturalidad con la que lo había dicho o porque sí, diablos, la situación era terriblemente incómoda. El cansancio y la fatiga también tendrían que ver y todo el estrés acumulado, pero Lenda creyó que nunca en su vida había reído tanto.

—Y yo que pensaba que iba a ser difícil pensar en otra cosa —murmuró Zero, divertido ante la reacción del óptimo—. No hay nada como un ridículo problema de corazón para que todo lo otro pase a un segundo plano.

—Sí —dijo Lenda dejando de reír. Alzó la vista para ver las escaleras que llevaban a los dormitorios. «¿Y si...?», sonrió de nuevo. De repente lo entendía todo. «Vaya, con Tristan», silbó admirado. «Su capacidad para utilizar a las personas es... fascinante»—. Si quieres auténticos problemas del corazón, sonsácale qué es lo que va a darle Tristan por haber venido.

FIN (del capítulo)

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