Begonia © ✔️ (TG #2)

By ZelaBrambille

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Confió en sus promesas, pero lo único que le quedó a Margaret cuando él la abandonó, después de hacer el amor... More

Begonia ©
Personajes
Introducción
Prefacio | Frío como la nieve.
Capítulo 01 | Agonía
Capítulo 02 | Amargo
Capítulo 03 | Sed insaciable
Capítulo 04 | Dolorosa ausencia
Capítulo 05 | Odio arrebatador
Capítulo 06 | Arrepentimiento
Capítulo 07 | Cercana lejanía
Capítulo 08 | Insistencia
Capítulo 09 | Doble determinación
Capítulo 10 | Heridas tentadoras
Capítulo 11 | Medias confesiones
Capítulo 12 | Segundas oportunidades
Capítulo 13 | Sonrisas
Capítulo 14 | Metamorfosis
Capítulo 15 | Cielo claro
Nota importante
Capítulo 16 | Tormenta salada
Capítulo 18 | Entre oscuridad
Capítulo 19 | Nublado
Capítulo 20 | Aguacero
Capítulo 21 | Paraíso momentáneo
Capítulo 22 | Cristal
Capítulo 23 | Serpiente
Capítulo 24 | Fragmentos y abrazos
Capítulo 25 | Esperanza
Capítulo 26 | Descubrimiento
Capítulo 27 | Hasta pronto
Capítulo 28 | Espacios
Capítulo 29 | Eco de mentiras
Capítulo 30 | Delineando
Capítulo 31 | Rayo de sol
Capítulo 32 | Filo helado
Capítulo 33 | Pescar disculpas
Capítulo 34 | Admirando estrellas
Epílogo | Ardiente como el sol
Extra 01 | La canción de la libreta naranja
Extra 02 | MuN and THEBoss
Espacio para fan arts
MIS OTRAS HISTORIAS

Capítulo 17 | Recuerdos

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By ZelaBrambille

Canción: Just give me a reason - Madilyn Bailey ft. Chester See

-*-

CAPÍTULO DIECISIETE

Recuerdos


Era como una pequeña flor, si tocaba su mejilla podía sentir lo suave de su piel. Su mirada me atraía como un insecto buscando polen, atraído hasta los huesos. Era como una mariposa volando en las altas montañas, en las elevaciones que eran mis pensamientos.

Ya era una decisión tomada, la beca en Londres ya estaba lista, el lugar donde iba a vivir ya estaba preparado para recibirme y ya tenía el boleto de avión en el cajón de mi mesita de noche.

Intenté decirle, contarle lo que ocurría. En mis más locos pensamientos, soñaba con que ella me diría que vendría conmigo; pero luego tenía miedo de que allá también corriera peligro por el solo hecho de estar a mi lado, no era seguro que todo mejorara en otro país. Sabía a la perfección que me habría seguido si lo hubiera pedido.

Pero a veces se toman las decisiones equivocadas, y esas veces te arrepientes toda la vida de no haber meditado o haber escuchado a los que te decían que eso no era lo correcto. Mi único pecado fue intentar protegerla, no quiero la penitencia de su ausencia eterna.

Estaba observándola de lejos, ella no se había dado cuenta todavía de mi presencia. Llevaba unos pantalones de mezclilla desgastados y una holgada sudadera de los Bulldogs que me pertenecía. En medio de la cocina de mi casa y con la atención clavada en lo que fuera que mi madre la había puesto a cocinar, se veía como el tipo de ser que quieres para siempre.

Rodeé el tallo de esa begonia azul que me había encontrado en una florería y me acerqué. La envolví desde atrás, ella recargo su cabeza en mi hombro, yo coloqué la flor entre su oreja y su cabello.

—¡Hey, sexy! Ahora te ves mejor, te faltaban mis brazos alrededor. —Ella esbozó una sonrisita secreta y dejó el tazón con una masa de color café para darse la vuelta y envolver mi cuello con sus brazos.

Sus cejas se fruncieron, no podía aparentar del todo la angustia que habitaba en mi cuerpo ni el remordimiento que sentía.

—¿Qué pasa? ¿Ha sucedido algo malo? —preguntó ella y ladeó la cabeza. Negué—. No me mientas, hace varias semanas que estás así. ¿Hice algo que te molestara?

Mamá se apresuró a salir de la cocina, no sin antes darme una mirada cargada de reproche. Ella no estaba de acuerdo con lo que iba a hacer.

—Tú eres lo más perfecto que tengo. —Presentí el nudo en mi garganta, así que la aclaré—. Tengo miedo de que algún día te enamores de alguien más.

—¿Por qué lo haría si estás aquí conmigo? —Giró los ojos y deposito un beso en mis labios—. Te amo, Jamie.

Se dio la vuelta para seguir con lo que estaba haciendo, la abracé de nuevo y me permití cerrar los ojos con dolor. Quería decirle que en dos días no iba a estar para seguir enamorándola, pero me lo callé y disfruté de ese pastel que me estaba haciendo, disfruté de los dos últimos días junto a ella.



Una sola cosa pasa por mi mente una y otra vez mientras me dirijo a su departamento. No tengo idea de por qué no la detuve, quizá fue el impacto de las noticias y de todo lo que me estaba gritando en medio de la calle. No pude entender lo que decía, pero luego fue muy obvio. Algo malo había pasado cuando yo no estaba, algo que necesito que me diga.

No puedo sacarme de la cabeza su rostro al enterarse de que había salido con alguien ni encontrarla llorando al día siguiente con los ojos cerrados, mucho menos su mirada enojada y llorosa mientras gritaba cosas que no entendía.

Presiono más el acelerador porque necesito llegar lo más pronto posible, necesito respuestas. A penas me doy cuenta del camino, voy más concentrado en pensar qué le diré cuando la encuentre.

Aparco en el pequeño estacionamiento del edificio departamental, me bajo del auto con rapidez y troto hacia el interior de la construcción. Llamo al elevador, pero me desespero cuando demora, así que subo las escaleras corriendo.

Con la respiración entrecortada, me acerco a su puerta y toco el timbre, pero nadie me responde.

—¡Maggie, ábreme! —exclamo y golpeo la madera con mi puño—. ¡Luna, vamos a hablar! ¡Abre la puerta!

Un estrépito de cristal rompiéndose suena desde el interior y un grito se adentra en las profundidades de mi cráneo. Reacciono sin siquiera predecirlo, tomo vuelo y empujo mis hombros con la intención de abrir. La segunda ocasión en la que me aviento con todas mis fuerzas, la puerta cede.

La oscuridad en el sitio en casi escalofriante, no hay luz, solo soy capaz de ver lo que iluminan los focos del pasillo. Una serie de quejidos lastimeros, sollozos y maldiciones me sacan de mi trance. Conozco su voz, así que comienzo a buscarla sin molestarme en cerrar el departamento, sintiendo al pánico adueñarse de cada gramo de mí.

Hay ruidos en la cocina, así que me encamino ahí. En el suelo, frente a la estufa, hay una botella de vino quebrada. El vidrio está en medio de un charco de mar escarlata; vino tinto, por lo que puedo ver.

No obstante, el pequeño bulto arrodillado, buscando con frenetismo algo en un cajón, es lo que me preocupa. Maggie está hincada con un cuarto del cuerpo adentro de la puertita de la alacena. Su palma apoyada en el suelo se mueve, mis ojos se abren alarmados cuando el movimiento barre sangre. ¡Está sangrando!

En lo que me aproximo, ella se echa hacia atrás y se levanta como un resorte, es increíble que no se haya dado cuenta de que estoy donde ella está. Observo la botella que está a punto de abrir, se la arrebato como aquella vez lo hice en ese parque de Nashville.

Se da la vuelta, sorprendida, y sus párpados se adhieren a su frente. Me observa anonadada, con los labios convertidos en una línea; pero conforme los segundos transcurren, su rostro se tiñe de rojo y su mandíbula se aprieta.

No está enojada, es más que eso, ella parece odiarme. Justo ahora no me importa, lo único que quiero hacer es deshacerme de todo el alcohol de ese cajón y curar su mano.

—Devuélvemela —sisea—. ¡¡Solamente llegaste a mi vida para joderla!! ¡¡Dame la puta botella de mierda!!

Suspiro porque, aunque sé que está hablando nublada por la ira, me duele como el infierno que quiera que me aleje, que intente odiarme con fuerza, mientras yo solo quiero amarla hasta el fin del mundo.

Ignoro sus palabras y busco en los cajones un cuchillo —o algo— para abrir el artilugio con ella siguiéndome y exclamando que le de la maldita cosa. Me desespero, así que golpeo el vidrio con fuerza en el lavamanos, logrando que el artefacto se rompa y el líquido se vaya por la tubería.

—¡Mierda! ¡No! —grita y me hace a un lado con rudeza para ver solo el montón de vidrios—. ¡¿Por qué haces esto?!

Ahora tengo que ocuparme de su mano y de tranquilizarla porque está en un estado de histeria total y no lograré nada si no se calma. Comienza a llorar y hace el intento de arrodillarse de nuevo para sacar más vino, pero la tomo del codo, haciendo que se sacuda.

—¡¡Suéltame!! ¡¡Vete a la mierda!! —vocifera a todo volumen y se resiste a que la abrace.

—Tranquila, mi amor. —Me parte el alma ser testigo de ella destrozando su vida. Los ojos se me nublan, pero aprieto los párpados porque es lo que menos necesitamos ahora.

La abrazo, se echa hacia atrás para evitar el contacto, clavando sus puños en mi pecho y suplicando que la suelte. Eventualmente, su desesperación mengua hasta convertirse en puros sollozos y lamentos, sus brazos cuelgan a sus costados. Apoyo mi cabeza en la parte superior de la suya y cierro los ojos. Me balanceo, sintiendo su respiración alentarse y cómo se relaja.

Sin musitar palabra alguna, la suelto y me agacho para pasar mi brazo por detrás de sus rodillas y cargarla. Mags rodea mi cuello con sus manos y se refugia ahí. Hay algo que siempre he amado de ella, esa necesidad de colocar su nariz en esa zona, siempre me gustó, hoy no es la excepción.

Me dirijo hacia el baño de su habitación. Una vez ahí, se sienta en la tapa de la taza y me agacho para descubrir su palma. Inspecciono la zona herida, sale poca sangre, el corte solo fue superficial; tal vez causado por esa botella que se rompió en el piso de la cocina.

—¿Tienes agua oxigenada y gasas? —pregunto.

—En el botiquín —responde con la voz ronca y me señala a una cajita blanca empotrada en la pared a lado de un espejo.

Obtengo lo que busco y unas cuantas bolitas de algodón, vuelvo a ponerme sobre mis rodillas frente a sus piernas y comienzo a limpiar con el líquido dando ligeros toques. Maggie se queja por el ardor, pero es apenas un jadeo, luego simplemente se queda quieta mirándome. Después de eso, le coloco la venda y deposito un besito en su palma.

—¿Quieres un baño? —cuestiono alzando la mirada y tomando su barbilla entre dos de mis dedos. Ella asiente, así que le tiendo una mano para ayudarla a ponerse de pie. Va a quitarse el vestido, pero la detengo—. Yo lo haré.

Me sitúo cerca y llevo mis dedos a la parte superior de su espalda para buscar el cierre, lo arrastro hacia abajo, entretanto ella se mantiene contemplando mi rostro.

—Esta no es la forma en la que pensaba desvestirte esta noche, pero sigue siendo fascinante quitarte la ropa. —No dice nada, pero mis comisuras tiemblan cuando el vestido cae y su rostro de pinta de un rosa profundo.

No puedo evitar que mis ojos recorran su piel pálida que contrasta a causa de ese encaje negro que esconde parte de su cuerpo. Se me sale un suspiro soñador.

—Eres tan hermosa —susurro sin saber cómo haré para ayudarla a bañarse sin saltarle encima—. Ven.

Le doy la mano, la cual toma inmediatamente y se deja llevar a la ducha. Abro la regadera y permito que el vapor del agua llene a la estancia. Me deshago de mi camisa y entro con ella al chorro. Sus manos se colocan en mi cadera, yo obtengo una esponja y la lleno de jabón. Compruebo que es eso lo que la impregna de ese olor delicioso a una fruta que se vuelve prohibida y peligrosa en sus curvas.

Hago su cabello empapado a un lado y comienzo a tallar sus hombros, su espalda, sus brazos, ella se deja hacer sin poner objeción. La esponja, empujada por mis dedos, recorre su estómago y vientre bajo, luego me agacho, limpio sus piernas y la piel que deja ver sus bragas oscuras que se adhieren de una manera tentadora debido al baño.

Dejo que el agua borre cualquier rastro de jabón y continúo con su cabello. Masajeo su cuero cabelludo con el champú, vislumbrando cómo sus ojos se cierran y su boca se abre.

—Su cabello no era como el tuyo, tu cabello es suave y huele como a una droga. Jamás nadie será como tú, te pertenezco, luna —murmuro porque sus palabras siguen martilleando.

No se me ha olvidado que hay que hablar sobre ciertos asuntos que me imagino y atormentan mi cabeza. Si le pasó lo que estoy creando en mi mente, jamás me lo voy a perdonar porque no estuve para cuidarla. No quiero leer esos correos electrónicos, quiero que su boca me cuente qué ocurrió.

No me responde, solo se aferra más a mis caderas y yo termino de enjabonar esos cabellos en los que es tan sencillo perderse y encontrarse, al menos para mí.

Cuando terminamos, salgo con los pantalones hechos un lago y cojo la primera toalla que encuentro, color azul eléctrico, la única pieza que sobresale en el cuarto de azulejos grises y blancos.

La envuelvo como si fuera un capullo y vuelvo a tomarla entre mis brazos para llevarla a su habitación. La pongo en sus pies y seco su anatomía, tardándome más de la cuenta porque es demasiado emocionante mirarla mirándome como si fuera su mundo, como antes, como cuando no había un pasado que se interpusiera entre los dos.

—¿Dónde encuentro tu ropa para dormir? —cuestiono. Camina hacia el armario y obtiene de un estante una blusa y un short, le arrebato las prendas, dejándola sorprendida por mi comportamiento—. Bragas, cariño.

Traga saliva con nerviosismo, pero se dirige algo rígida a otro cajón y obtiene una pieza de algodón celeste. Me acerco a su espalda e introduzco mis pulgares en la orilla del encaje que se aferra a su trasero, resbalo la delicada tela e intento no perderme en ese lugar que me muero por estrujar. Coloco la cobertura de color cielo y después sus pantaloncillos que llegan más arriba de la mitad de los muslos.

En ese mismo lugar, desabrocho su sostén, intentando que no se sienta incómoda. Ella me ayuda y esconde por inercia sus dos montes, el gesto me enternece tanto que me apresuro a enfundarla en su pijama.

La conduzco a la cama, ella se acuesta, apoyando su cabeza en la almohada. Voy a girarme para salir y deshacerme de toda esa porquería que solo la está enfermando; pero me detiene. Me quedo helado, sintiendo a su mano acunar la mía.

—No te vayas. —Su petición me convierte en jalea, mi corazón bombea de prisa.

Con una sonrisa secreta, me deshago de mis pantalones mojados y me introduzco debajo del edredón manteniendo la distancia. No obstante, Maggie se corre y se posiciona frente a mí, nuestras narices se tocan y nuestras pupilas se miran.

—Perdón —susurra, su aliento se estampa en mi rostro. Yo llevo mi mano hasta su mejilla y acaricio ese lugar, percibiendo la suavidad de su recubrimiento de porcelana.

—No tengo nada que perdonarte, luna. Solo quiero que te quede algo bien claro, ¿de acuerdo? —Ella asiente—. Mañana tú y yo vamos a platicar de las cosas que sucedieron, no voy a permitir que me lo sigas ocultando.

—De acuerdo —responde, luciendo resignada y con esa pizca de tristeza que no me gusta presenciar.

—¿Puedo darte un beso? —pregunto, necesitando que deje atrás esa melancolía. Quiero salvarla, pero necesito que ella quiera que lo haga.

—Te amo, James —susurra y, sin darme tiempo para responderle, estampa sus labios con suavidad en los míos.

Besos tiernos y pausados, caricias delicadas con su lengua que me enloquece. Maggie siempre sabe qué punto presionar para borrarme los pensamientos y pensar solo en ella. Controlo mis ganas desesperadas de hacerle el amor y la beso de vuelta, sintiéndome como una hoja que vuela según su viento. Mis manos rodean su cintura y nuestras piernas se entrelazan hasta que quedamos juntos por completo.

Suelta soniditos sensuales que me vuelven una nube, no hay nada mejor que besarla. No hay nada mejor que ella.

—Te amo, Margaret, mi vida empieza y no termina porque tú estás conmigo —susurro.

Pasados unos cuantos minutos, la sesión de besos se calma hasta que solo son movimientos de labios y caricias entre nuestras narices.

—Quiero que me hagas el amor —murmura la petición, me produce un escalofrío delicioso que me hace suspirar, pero debo tener prudencia.

—Estás triste, cariño... —Sus labios muerden mi labio inferior, dejándome pasmado y enmudecido.

—Nunca estoy lo suficientemente mal como para no desear que tus manos me recuerden lo que es estar bien.

Yo gimo a causa de ese enunciado tan encantador, mis manos recorren el largo de su espina dorsal y acuno su trasero, atrayéndola hacia mi centro. Mags se atraganta.

—No me digas esas cosas porque me enloqueces más de lo normal. —Una enorme sonrisa se instala en su rostro.

—Tú me recuerdas por qué vale la pena vivir la vida —dice.

Eso es todo lo que puedo soportar, literalmente me lanzo sobre ella para dejarla debajo de mí e introducirme entre sus piernas. Se retuerce y aprisiona mi cadera con sus muslos.

—Tú me recuerdas lo bueno que hay en la vida —murmuro.

Dejo que mis manos viajen por cada pequeño rincón, mirando embelesado cada intensa reacción que cruza por su rostro. Recuerdo a Maggie siendo provocativa cuando quería incitarme a que tuviéramos relaciones sexuales mientras éramos universitarios; pero luce aún más tentadora y esta vez no me puedo resistir. Ya no tengo nada que perder.

No me importa si está comprometida mientras sea mía, mientras su corazón me pertenezca.

Nos entregamos, juntos creamos nuestro propio universo donde solo nuestras almas gobiernan y no existe nada más que ellas uniéndose en una canción de suspiros y palabras de amor; de juramentos que voy a cumplir esta vez.



Me levanto antes de que amanezca y voy hacia la cocina, me dispongo a recoger todo el desastre y vaciar todas esas botellas en el lavadero. Una tras otra, no me detengo porque no voy a ser testigo de cómo se refugia en esta mierda. Necesita salir adelante, creo en ella, sé que puede hacerlo.

Sorprendido me quedo cuando ella se une a mí y, en completo silencio, me ayuda a echar a la basura cualquier rastro de veneno que esté torturándola. Incluso obtiene unas latas de cerveza que no había visto del refrigerador.

En una ocasión, me atrevo a mirarla de reojo y me encuentro con que está sonriendo mientras se deshace de un tequila. Entonces, yo también sonrío, se siente bien saber que la estoy recuperando.



Horas más tarde, estoy sentado en la barra, mirándola moverse de un lado a otro en la cocina, preparando dos tazas de café. Ella coloca el líquido hirviendo delante de mí y se sienta en la silla del lado contrario. Se estira para obtener una canastilla repleta de pan dulce. En Hartford tienes que ir a los barrios latinoamericanos para encontrar esa clase de pan, ella siempre ha adorado desayunar eso.

—Voy a ir en estos días al hospital para decirle a Andrew lo que está pasando y que no va a haber boda.

Me quedo pasmado, pero luego reacciono y me levanto de mi asiento para alcanzarla. La cargo, haciendo que sus piernas rodeen mi cadera.

Mi mente empieza a crear miles de escenarios donde estamos juntos. Imagino cosas, quizá pueda apresurar los trámites para comprar una casa, un hogar que ella pueda decorar con muchos colores. Pedirle que se case conmigo, vivir juntos, después tener nuestra familia y hacerla feliz.

Reparto besos en toda su cara, Maggie ríe, yo me siento como un humano de nuevo.

Camino hasta la sala con ella en mis brazos y me siento en uno de los sofás sin soltarla, ni un poco. Se queda sentada en mi regazo y delinea con sus yemas mis cejas pobladas.

—¿Podemos hablar de eso ahora? —Suspira con cansancio y asiente, pero luce tan pequeña y asustada que la abrazo.

—Solo prométeme que no vas a mirarme con lástima, James, si tú lo haces no lo voy a poder soportar.

Su tono me araña el corazón.

Es algo muy malo, lo presiento.


-*-

Hola, lunas <3

Si hay párrafos juntos o alguna cosa mal acomodada es porque Wattpad está teniendo problemas técnicos. 

No me maten por cortar el capítulo ahí, el que sigue está lleno de confesiones, enojo, tristeza e impotencia. ¿Cuál creen que sea la reacción de James? ¿Qué creen que le diga Margaret?

Si esta historia te gusta, no te olvides de darme estrellita y comentar, a veces es muy triste ver que muchos leen y no votan ni nada.  Les prometo que dar estrellita no cansa.

Los invito a que se unan a mi grupo de lectores en facebook: Lectores de Zelá Brambillé.  Si puedo, quizá suba el siguiente antes del próximo sábado.

Un beso (:



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