Valium (Un ensayo)

By Byfr4nk

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¿Hasta qué punto de tu vida estas dispuesto a sufrir? No tengo límites. ¿Hasta dónde eres capaz de llegar por... More

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Dedicatoria.
Frase introductoria
Día 1: A tí...
Día #2: "Mendigar amor mata como el cáncer: Lento, doloroso... en silencio."
Día 3: También existen las personas que desperdician el tiempo estando separadas
Día 4: Abrazar el fuego y enamorarte son similares; ambas duelen al contacto.
Día #5: "Llorar más de lo que sonríes"
Día #6: "También existimos nosotros, las segundas opciones."
Día #7: "Harás lo que sea para que esa persona se quede [...]"
Día #8: "La persona que amas, siempre será mejor persona que yo"
Día #9: "Alimentarse de falsos "Te Quiero" también es un estilo de vida"
¡Bonus!
SOBRE EL AUTOR
Otras Obras

Día #10: "Mi nombre era Ty"

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By Byfr4nk

Separó el blanquecino polvo en tres pequeñas líneas sobre la formica de la mesa. Las medidas fueron exactas por la práctica que tenía y no gastó ni una sola partícula que flotaba en el aire, porque respiró hondo, a modo de prepararse para lo que venía. Lo había hecho tantas veces... ¿Por qué tenía miedo ahora? Solo tenía que inhalar con fuerza ese blanco alucinógeno y sería transportado hacia otro lugar en el que divagaría en un limbo de falsas esperanzas, todo acosta de un par de neuronas que al final de cuentas no utilizaba muy a menudo.

—Solo inspira hondo—la muerte le susurró al oído con una exhalante voz que le supo a misticismo.

Ty asintió. Pero fue hasta unos microsegundos después que reparó en que había escuchado esa voz y supuso que tanta cocaína en su sistema sanguíneo le estaba jugando una mala pasada. Por supuesto que nadie había dicho nada, pensó. Al final de cuentas, solo era él y sus drogas en su solitario y asqueroso apartamento.

Pero se equivocaba.

Por primera vez alguien le hacía compañía.

Aproximó su nariz a la primera línea de fino polvillo y sin pensarlo demasiado, inspiró.

El picor en su nariz fue remplazado rápidamente por un agudo dolor, que diez segundos después comenzó a apaciguarse en algún punto de su conciencia.

Oh, dulce fantasía adornada de colores chillones, de una risa histérica y de una ligereza inexistente que se apoderó de su cuerpo. Oh, perfecta droga, que le aniquila los pensamientos y los reemplaza por falsas vanidades, por débiles destellos de lucidez y una inquietante paranoia de que pronto se acabará todo.

—Siéntelo, Ty—la muerte se lo susurró tan claro que un escalofrío le recorrió la espalda—. Disfrútalo. Pronto va a acabarse.

Pero Ty hizo caso omiso, porque intuyó que solo era un efecto secundario de lo que consumía. Tan solo voces de fantasmas, de sus demonios, de algo que lo desgranaba desde adentro desde hacía años pero que se negaba a enfrentar.

—Vas a morir Ty.

Y Ty adoptó ese susurro como una verdad que lo consumiría, pero lo hizo únicamente porque pensó que esas palabras eran producto de su imaginación. Nada importante, pensó.

Su vida no era nada

La muerte lo sabía.

Ty lo sabía.

Al mundo no parecía importarle.

Al final de cuentas ¿Quién era él en este plano existencial?

Ty se lo planteó entre pequeños sollozos que ahogaban su respiración.

¿Un adicto a las drogas que de niño fue abusado por un vecino pedófilo? ¿Un chico de diecinueve años que cuando tenía trece lo golpeaban hasta dejarlo inconsciente cuando él se metía a defender a su madre de su tirano padrastro? ¿Un adolescente de frágil mentalidad que no tenía a nadie en la vida porque su madre había muerto de cáncer? ¿Un ser que jamás conoció a su padre biológico y que abandonó a su padrastro porque él no era una buena persona? ¿Alguien que no podía estar con la persona que más amaba?

—¿Sabes qué vendría bien con estas drogas, Ty?

Él negó con su cabeza y se dejó guiar por la desconocida voz.

—Alcohol, Ty. Ve, bébelo. Embriágate. Deja que queme tu garganta.

Esta vez el chico asintió y fue por una botella de vodka que guardaba en su viejo refrigerador. Cuando la encontró tumbada al fondo del cajón de las verduras, no dudó en sacarla, cerró la puerta del frigorífico y dio un trago enorme al amargo líquido.

Ese calor tan antinatural no tardó en entumecerle la nariz y las cuerdas vocales. Hizo una leve mueca de molestia por el ardor, pero la agradable sensación del destilado etílico recorriéndole las venas no tardó en instalarse entre sus demás emociones.

—¿Quién eres, Ty?—preguntó la muerte.

—No soy nadie—respondió él, no muy seguro de a quien le dirigía las palabras.

—¿Para qué existes, Ty?

—Para nada—volvió a responder.

—Te amo, Ty—la muerte lo dijo con malicia.

A Ty pareció agradarle.

Irónico. Una muerte que ama a su víctima. Un ser que recolecta las almas más desafortunadas en sus últimos momentos. Una entidad que no podría separarse de su trabajo por más que quisiera, porque está destinada a darle fin a los días de mortal de cada ser viviente.

—Ámame.

Y la muerte sintió el deseo de abrazarle. De consumirle desde adentro hacia afuera. De destrozarle cada nervio, fibra por fibra, célula por célula, átomo por átomo.

—Ve y termina el fruto de tu locura, Ty—le ordenó aquel ser de esqueléticos rasgos.

Él no lo pensó y su cuerpo se movió por inercia hasta la sala en donde aquél fino polvillo lo esperaba impaciente sobre la formica para ser inhalado. Ty se acurrucó frente al alucinógeno e inclino su cabeza hacia adelante, posando su nariz cerca de la blanquecina sustancia. No pensó demasiado. Últimamente no lo hacía, porque... ¿Podía arrepentirse? ¿Tenía miedo de echarse atrás y ver cuánto había arruinado su vida? ¿Temía encontrarse con más demonios de los que podía manejar?

—Me siento solo—susurró, más para sí mismo que para alguien en particular.

No había nadie que lo escuchara, Jamás había habido alguien. Ninguna persona tangible a quien poder pedirle un abrazo, ningún ser cálido en quien poder enjugar su llanto.

Abrazarse así mismo le había bastado toda su vida. Ahora ya no era suficiente.

El ser humano en su autodestrucción tiende a abandonarse así mismo. Ty no era la excepción.

Cerró sus ojos y se dejó llevar por el frenesí de las voces que le susurraban al oído que inspirara hondo.

El picor en su nariz no tardó en aparecer nuevamente, ese dolor tan embriagante en sus cornetes nasales comenzó a disolverle las ideas y poco a poco se vio sumergido nuevamente en ese mundo de pensamientos solubles en donde la felicidad sintética flota en el aire, en donde los ojos se deleitan entre pupilas dilatadas de falsas almas que flotan alimentadas por alucinaciones. Si, ese mundo en el que las cacofonías inundan los oídos para hacerte creer que en esa dimensión estarás a salvo y sobrevivirás a cualquier cosa.

Esa es la peor mentira de todas. Ni siquiera en el mundo real sobrevives a tu propia locura.

—Ven conmigo Ty—la muerte habló claro e incitadora.

—¿A dónde?

—A mi cielo.

—¿Qué cielo?

—Tu infierno.

Los ojos le escocieron a Ty, y entre un llanto que ahogaba y que demacraba su rostro, asintió.

—Es mi infierno—susurró él.

—Te lo mereces, Ty—respondió la muerte—. Aquí eres un estorbo. Es tiempo de regresar a casa.

Y Ty asintió. ¿Qué tenía que perder? Nada, a nadie, pero ni tan siquiera él mismo tendría la lastima de extrañarse cuando ya no estuviese más en ese mundo tan carnal.

Fue hasta entonces que la muerte comenzó a aparecer frente a sus ojos, como una bruma espesa que se solidificaba hasta metamorfosearse en una delgada figura de facciones esqueléticas. El olor a carne podrida inundó el aire y las sombras de los rincones, que antes se mantenían estáticas, ahora bailaban como llamas oscuras que se alimentaban de la poca luz que quedaba.

Todo se acentuó con bastante violencia.

La angustia.

La soledad.

Los deseos de desaparecer.

Y Ty no lo soportó más. Se derrumbó con la misma facilidad con la que el viento barre el polvo. Su llanto explotó entre risas histéricas y las lágrimas se engrosaron en sus parpados bajando por sus mejillas hasta empaparle el cuello. Pero por primera vez, por primera y única vez, ahí estuvo alguien para sostenerlo en sus brazos.

La muerte abrazó su cuerpo y lo envolvió entre brazos fríos. Le provocó dolor, le lastimó la carne y los huesos y le estrujo cada pensamiento con tanta fuerza que la inconciencia comenzó a nublarle la vista al pobre chico.

—Solo estamos a un paso, muchacho—y la muerte lo hizo ponerse de pie.

Los músculos de Ty se tensaron y ardieron en calambres bajo su piel, sin embargo no se detuvo y se movió con lentitud hasta la enorme ventana de cristal que se encontraba al fondo.

Comenzaba a atardecer, y el sol se colaba por el vidrio en tonos naranjas bastante deprimentes.

—Solo hay que extender nuestras alas—la muerte tocó el acristalado ventanal y el vidrio se hizo añicos en un explosivo desorden.

Eran quince pisos de caída.

Eran quince perfectos pisos para volar.

Quince perfectos pisos para morir.

Ty se subió al alfeizar de la ventana y se irguió de frente al sol. Vio tonos pasteles pintando el cielo, vio edificios a lo lejos y vio nubes grumosas que parecían algodón de azúcar.

Respiró hondo, y el viento se coló hacia sus pulmones. Ya no quedaba nada de sanidad en ningún rincón de su cuerpo. Únicamente un corazón lacerado por el tiempo y la vida. Nada valioso, pensó Ty.

—Ven, Ty—la muerte extendió su mano y entrelazo sus huesudos dedos con las manos frías del chico—. Te invito a la muerte, a mi mundo, a mis sombras.

—Tengo miedo—sollozó el chico.

—El miedo dejará de existir pronto—la muerte se inclinó para besarle la frente—. Entrégame tus demonios y yo compartiré los míos contigo. Dame tu miedo, tu dolor y tu angustia y yo te sacaré de esta deprimente vida.

Ty aguardó en silencio unos momentos, y unos segundos después, asintió.

Cerró sus ojos y dio un paso sobre el alfeizar. Pequeños cristales se clavaron en la planta de sus pies provocándole un dolor agudo. No le importó. Pronto ese dolor también acabaría.

La muerte le soltó la mano y Ty extendió los brazos a su costado.

—Tus alas, Ty—le susurró la muerte, colocándose atrás de él y abrazándole por la espalda—. Solo ve con tus alas extendidas y todo va a estar bien.

Y esas las palabras fueron todo para el chico.

Su cuerpo se volvió frágil y liviano en la brisa de un atardecer de tonos naranjas.

La gravedad comenzó a atraerle con bastante violencia hacia alguna parte de la tierra.

El viento enjugó sus lágrimas y las secó poco a poco.

—Mi infierno es tu infierno. Mis demonios tus demonios—la muerte lo sabía—, y este tipo de vida fue el que tú escogiste: desaparecer del mundo mortal para vivir en la muerte.

Fue como un susurro en los oídos de Ty, confundido con el silbido del viento que rozaba sus orejas.

Un par de segundos después, el silbido cesó. Los susurros desaparecieron. Su cuerpo fue atronado por un fuerte dolor y el mundo se volvió de un negro azabache que poco a poco apagó entre pensamientos que ya no tenían importancia.

Este había sido Ty.

Estos habían sido sus últimos momentos en un mundo que no perdona a nadie.

Estos fueron sus tormentos y sus angustiosos pensamientos.

Esta fue su muerte.

Y la muerte, fue con seguridad, el único ser que alguna vez estuvo ahí para él en su peor momento.


FIN.

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