Cuando la muerte desapareció

By onrobu

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¿Qué harías si, durante una maratón de películas de terror con tus amigos, empiezas a escuchar ruidos en la p... More

Prólogo
PRIMERA PARTE: Una pieza clave en el juego
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
SEGUNDA PARTE: Búsqueda y huida
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
TERCERA PARTE: Las marcas que deja en la mente
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 28
Capítulo 27
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
CUARTA PARTE: La muerte
Capítulo 48 (I)
Capítulo 48 (II)
Capítulo 49
Capítulo 51
Capítulo 52

Capítulo 50

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By onrobu

—Que alguien me recuerde por qué lo estamos haciendo de noche —pidió Áleix contemplando el cementerio bañado bajo la brillante luz de la linterna. Una firme pared de piedra antigua rodeaba el perímetro del lugar, impasible desde hacía siglos y solo guardada por los cipreses que recorrían su perímetro. Sus altas copas se perdían en la oscuridad, tenebrosas.

El sonido de unas ramas moviéndose los llevó a compartir una mirada nerviosa. De uno de los árboles salió un pájaro negro que desapareció en la negrura que los rodeaba.

—Porque es mucho menos probable que nos vean y nos detengan. —Fue la respuesta que le dio Naia endosándole las tenazas con fuerza para dejar atrás el miedo infundado. El ruido de la puerta del maletero al cerrarse resonó a su alrededor.

Áleix recorrió el aparcamiento desértico con la linterna una segunda vez.

—Pues no me gusta.

—A mí me hace una ilusión tremenda ir a desenterrar un cadáver —ironizó—. ¿Listos? —les preguntó a los presentes con las cejas alzadas. Cargaba las tres palas con una cierta dificultad y los ojos algo más abiertos de lo normal.

—¿Y qué cadáver vais a desenterrar? —consultó Nit con diversión una vez empezaron a avanzar hacia el portón del recinto.

El cementerio de Greywood era el único de esa zona, por lo que era muy probable que si hubiera un fantasma cerca su cuerpo estuviera enterrado allí.

Pronto otros llegarían buscando a Isaac, pero hasta que eso ocurriera no había motivo por el que ningún fantasma hubiese ido a parar a ese lugar o sus alrededores. En medio de la más absoluta nada.

—El del primer fantasma que aparezca —respondió Isaac. Esperaba que lo hiciese alguno.

—Si no hubiésemos visto mil películas de terror podría justificar meternos en un cementerio de noche, —continuó Áleix— ¡pero las hemos visto! ¡No es buena idea! ¡Y menos si tenemos en cuenta que los fantasmas y los espíritus son reales! —El chico se apresuró a alcanzar a Naia para no quedarse atrás.

Asia los seguía de cerca.

—Muy reales —susurró con una espeluznante seriedad haciendo bailar sus cejas para darle énfasis.

Naia le dio su aprobación mientras el chico protestaba en voz baja.

Nit los seguía a unos metros, Isaac aflojó el ritmo para quedar a su altura.

—Nunca te he preguntado por qué nos estás ayudando.

» ¿Es por el mismo motivo que Alma? ¿te lo ordenaron? —Se abstuvo de observarlo atentamente para que sus preguntas no adquirieran forma de interrogatorio. Para que pareciera una conversación casual, curiosa, pero sin intenciones ocultas detrás.

La parca rodó los ojos con diversión y hastío simultáneos.

—No —afirmó con contundencia—. Hace mucho tiempo que no veo a Átropos y no tengo intención de hacerlo pronto.

Alma había comentado que las Moiras se lo habían ordenado, pero no había especificado cuál de ellas. Si no estaban mintiendo, Nit le acababa de revelar que había sido cosa de la mala suerte. Qué buen presagio. O de la muerte. Todo dependía del grado de mentira que hubiera contado Alma esa primera vez.

—¿La muerte ordenó protegerme?

Nit lo observó durante unos instantes.

—¿La muerte? —Una diversión desinteresada se filtraba en sus palabras—. Pensaba que Alma os había dado la clase de historia.

Aunque seguir tirando del hilo podía llevar a información esencial para seguir montando el gran rompecabezas que tenían delante decidió no arriesgarse y priorizar la seguridad de Áleix y Naia así como la suya propia. Y eso pasaba por descubrir si podían confiar en él. A su vez eso requería descubrir por qué Nit estaba haciendo lo que estaba haciendo.

—¿Y entonces? ¿Qué sacas de ello? No parece algo propio de ti.

Si a la parca se le antojó extraño que dejase el tema allí, no lo pareció.

—No —volvió a repetir con un suspiro que pasó a risa—. Le debía un par de favores a Alma.

Parecía un motivo factible.

—Alma... ¿Cómo puedes estar tan tranquilo? No sabemos que le pasó, hace semanas de ello y no se ha puesto en contacto. —Había genuina curiosidad en sus palabras. ¿Cómo podía ser que alguien que se molestaba en proteger una panda de jóvenes durante días porque se lo debía a su hermana no mostrase ápice de preocupación por ella?

No tenía sentido.

A no ser que mintiera, de nuevo. Que tuviera interés en protegerlo al margen de los supuestos favores que le debiese a su hermana. O que tuviera razón.

Los recuerdos lo trasladaron del cementerio que los rodeaba a una noche igual de oscura y siniestra. Un jardín abandonado, una cabaña detrás, apenas suficientemente iluminada para dejar entrever los cadáveres que la rodeaban. La sorpresa y el miedo en el rostro de Idara mientras se llevaba las manos a la garganta y la sangre seguía escurriéndose entre sus dedos. Todos los objetos que habían volado a su alrededor, protegiéndola, habían caído inertes.

La angustia había teñido las facciones cenicientas de Alma. Y le había ordenado a Nit que lo sacase de allí.

La voz de Nit lo devolvió al presente.

—Eso ya me lo preguntaste. Y mi respuesta sigue siendo la misma: sabe perfectamente lo que se hace.

» Y, además, no podemos morir.

—Eso no es cierto —afirmó Isaac—. Sabemos que algunos de vosotros moristeis intentando llevaros a Lilia.

Nit elevó las cejas, lo observó durante unos instantes antes de volver la vista al frente de manera despreocupada.

En su momento Alma les había contado que el hilo se cortaba solo, eso quería decir que una persona moría y entonces las parcas se llevaban su alma ¿no? Entonces, ¿por qué aturar a las parcas impidió la muerte de Lilia? ¿Frenar a las parcas no tendría que haber implicado que Lilia se quedase en el plano mortal como fantasma?

A no ser que el ángel hiciese algo. ¿Podría haber 'resucitado' a la bruja? ¿Unir cuerpo y alma de nuevo? ¿Podía haber sido eso lo que había roto el equilibrio? ¿O había algo que se le escapaba?

—Once de vosotros moristeis —susurró el médium eliminando toda insistencia de su voz. «Eran trece. Solo quedaron dos» había relatado el cazador.

—Circunstancias especiales.

No dijo nada más.

«Circunstancias especiales». ¿Había sido esa arma que les había dado el ángel capaz de acabar con la vida de una parca? ¿Podía ser un ángel tener ese poder? ¿O había intervenido alguna otra variable que desconocían? Si era así, era una variable importante, peligrosa. Aunque fuera la que fuera, Nit no parecía muy preocupado de que volviera a entrar en acción.

Al menos de momento.

¿Y si un ángel era capaz de matar a una parca, sería capaz de matar a un fantasma? ¿De permitirle avanzar?

Era una buena pregunta. De nuevo, sin respuesta.

Cuando alcanzaron al resto ya se habían ocupado del candado. Naia ya había traspasado el arco de piedra caliza que enmarcaba la entrada.

—Me parece una idea nefasta —se encontraba diciendo Áleix, vacilante ante el intrincado portón de metal abierto. Asia, detrás suyo, también parecía algo reticente a traspasarlo—. Es que, además es justo como los cementerios de las películas... esculturas de ángeles, y lápidas antiguas, y ¿es eso un...?

Asia le pegó un empujón hacia la arcada. Tan pronto se dio cuenta de lo que acababa de hacer se quedó paralizada.

—Acabo de... —farfulló con incredulidad observándose las manos con atención y sorpresa. Todavía era incapaz de saber por qué unas veces conseguía materializarse y otras no. Y, por tanto, cada vez era una sorpresa.

También había asombro por su actitud.

—¡Esa es mi chica! —exclamó Naia con una gran sonrisa malévola en el rostro. Áleix se revolvía incómodo entre ellas, su cuerpo ya dentro del terreno sagrado y un gélido frío surcándole cada una de las terminaciones nerviosas del cuerpo. No sabía si era debido al contacto con Asia o si era por estar en un cementerio medio abandonado en medio de la nada, de noche, con intenciones poco morales.

Se encogió dentro del abrigo frotándose los brazos en un intento fallido de entrar en calor.

—Lo siento...

—Tranquila. Mucho más impresionante que apagar una vela —admitió encogiéndose de hombros a pesar de su corazón latiendo a toda velocidad entre sus costillas.

Tenía razón, Asia lo sabía, pero se revolvió incómoda al haberse convertido en el centro de atención. Se apresuró a internarse en el cementerio para dejar atrás la conversación. De pequeña siempre había sido el centro de atención: la niña de clase enferma, la prima malita, la chica que se sentaba en educación física porque no podía correr y a la que los profesores trataban como si fuera a romperse en cualquier momento. No le gustaba ser el centro de atención, tampoco cuando se trataba de sus habilidades fantasmales.

Porque ya no era la chica enferma. Era la chica muerta. Atrapada en el plano mortal, en una cuenta atrás hasta la locura.

Isaac la rozó deliberadamente al pararse a su lado. Lo habría identificado aun sin girarse para comprobar que era él, aunque la oscuridad fuese tan profunda que no pudiese ver. Lo sentía. Lo notaba.

Un hilo que tiraba de ella. Que los unía. O eso había creído.

—¿Ahora empujas? —Había un matriz juguetón y divertido en su voz.

Asia lo observó sorprendida durante unos instantes.

—¿Y qué si lo hago? —Se encontró respondiendo con una pequeña sonrisa.

—Y yo que te había confundido con una chica buena... —murmuró.

El rostro de la chica se tiñó de sorpresa.

—Así que con esas vamos... Me decepcionas chico médium, me decepcionas... y yo que te tenía por todo un caballero... aquí poniendo en duda el honor de las damiselas... —Chasqueó la lengua en señal de falsa decepción a la vez que el rubor invadía sus mejillas y la vergüenza todo su cuerpo.

Echó un par de rápidas miradas a su alrededor para asegurarse que ni Naia ni Áleix los estuvieran escuchando. Y Nit todavía menos.

Isaac captó su nerviosismo.

Se acercó más a ella, sus hombros rozándose.

Porque podía tocarla. El único que podía tocarla. La calidez se extendió por todo su cuerpo desde ese pequeño punto de contacto. De sus cuerpos unidos.

—¿Estaba haciendo algo malo, señorita? —la chinchó en un susurro ronco apenas más fuerte que el aire ya invernal que silbaba entre los árboles.

La piel de Asia se erizó ante el contacto de su voz.

—Esto... —balbuceó—. No...

—¡Veo a alguien! —exclamó Áleix detrás suyo.

La mirada de Isaac voló hasta encontrar una figura a unos metros de ellos. Estaba de espaldas, medio oculta entre lápidas y pequeños museos, pero, aun así, lo supo.

—Es un fantasma —confirmó.

Al conocer a Asia se habían preguntado si serían capaces de identificarlos, de diferenciar a un alma de una persona todavía viva. Aunque desde ese momento ya se había encontrado con decenas de fantasmas y los había identificado cada vez tan pronto los veía, se le seguía haciendo muy extraño hacerlo. Distinguirlos con tanta naturalidad. A simple vista eran completamente humanos, era necesario obsérvalos atentamente para notar su transparencia, el tono azulado de sus cuerpos y la imagen un tanto cambiante, en cierto modo parecida al aire o el agua. Y aún así, lo sabía. Lo notaba.

Desconocía el motivo, desconocía cómo lo discernía, pero lo hacía. Simplemente lo sabía.

Dirigió su linterna hacia la figura. Fue entonces cuando esta reparó en ellos.

Una expresión de sorpresa, alivio y desconsuelo adornó el rostro de la anciana.

Se apresuraron hacia ella.

—Gracias a Dios —murmuró con los ojos cristalizados—. Podéis verme. Podéis verme... —Elevó el rostro hasta el cielo, parpadeando rápidamente para evitar que las lágrimas rodaran por sus mejillas—. Pero... No lo entiendo. Estoy muerta —susurró observándolos con confusión. Su mirada se centró en Isaac.

—Sí —respondió este con firmeza y convicción, sin florituras, y aún así su voz era suave, respetuosa, un abrazo para el alma—. Lo está.

La mujer se llevó una mano al pecho, como aceptándolo, cuando finalmente reparó en las palas y picos que cargaban. Entre la oscuridad y la sorpresa no las había notado, o no había querido hacerlo y aunque supo al instante que unos chicos con palas en un cementerio no podían traer nada bueno, sentía que debía confiar en ellos. En él.

A su expresión confusa y afligida se le añadió la desconfianza acentuada por su inexplicable lucha interna.

—No entiendo... ¿Quiénes...? ¿Quiénes soy? ¿Qué habéis venido a hacer?

Isaac le dedicó una sonrisa tranquilizadora. Dejó el pico y la bolsa de plástico que llevaba en el suelo con movimientos lentos y calmados antes de volverse de nuevo hacia la anciana con las manos sujetas delante del cuerpo. Decidió no acercarse a ella para no asustarla.

—¿Cree, usted, en el cielo? —No era necesario preguntar primero si creía en la vida después de la muerte, tenían las pruebas delante de sus ojos.

La mujer asintió con la cabeza, despacio.

—Pensé que... pensé que finalmente podría verlo. Mi Hugh... Llevo tantos años esperándolo... Pensé...

El médium supo al instante a quien se refería. Su marido. La anciana había esperado a reunirse junto a él tras su muerte, años de esperanza y fe que no se habían visto cumplidos. Y con ello había llegado la confusión, el miedo. ¿Y si todo lo que había creído resultaba falso? ¿Y si la fe y la confianza ciega no habían servido para nada más que hacer soportables todos los años de espera? ¿Y si no existía el destino prometido?

—Y pensó correctamente. —Le dedicó una nueva sonrisa reconfortante—. Desde el principio de los tiempos las almas de los difuntos han sido acompañadas hasta su lugar de descanso justo tras su muerte, pero resulta que ahora, por algún motivo que desconocemos no pueden llegar hasta él. —Le dedicó un asentimiento de cabeza a Asia para señalarla—. A ella le ha ocurrido lo mismo. En vez de haber podido llegar hasta el cielo está atrapada aquí.

Aunque no la tenía en su campo de visión, Isaac sabía que Naia estaba sufriendo. Viendo en la anciana a su abuela, junto a su tía, la madre que no había tenido nunca. A quién siempre había temido perder.

Se giró levemente para dedicarle una sonrisa consciente antes de volverse de nuevo hacia la mujer.

—No sabemos por qué ocurre ni cómo solucionarlo, pero estamos intentando descubrirlo. —Hizo una pequeña mueca de incomodidad divertida—. Para eso son las palas.

» Sabemos que antes de que pasara todo esto un alma podía decidir voluntariamente si permanecer aquí. —Señaló a su alrededor—. Si el alma permanecía demasiado tiempo en el plano mortal y no decidía avanzar podía llegar a mostrarse violenta y la única opción de que pudiera avanzar era quemar sus huesos o el objeto dónde estuviera atada al plano mortal.

» Para eso son las palas —repitió encogiéndose de hombros como si fuera muy sencillo.

—¿Eso...? ¿Eso me permitiría llegar hasta mi Hugh? ¿Llegar al cielo y verlo?

Aunque sabía que las posibilidades de que aceptase disminuían drásticamente si se lo contaba no quiso mentir. No quiso negarle la capacidad de decidir con pleno conocimiento y dignidad. Era lo correcto, aunque después Nit lo torturara por ello. Aunque Áleix se quejara medio en broma o tuvieran que pasar la noche allí congelándose de frío. Sabía que no habría podido mentirle a ningún alma, pero menos todavía a una anciana que lo único que deseaba era reunirse con su gran amor.

—No lo sabemos —confesó—. No lo sabemos. Puede que no ocurra nada, puede que sí.

» Puede que desaparezcas y no sepamos si ha funcionado, si has conseguido llegar.

» Me temo que no tenemos ningún tipo de certeza.

Los ojos de la mujer solo revolotearon un par de segundos antes de posarse en Isaac con firmeza.

—Entiendo. ¿Lo...? ¿Lo haríais por mí? —Había alzado sus cejas delgadas, expectante.

Antes de que pudiera contestar, Naia se adelantó un par de metros hasta avanzar al médium y situarse entre él y la mujer.

—Pero... no... no... Debe entender que no sabemos qué pasará. Yo fui la que propuso probarlo, pero no sabemos qué pasará. ¿Y si ni funciona y desaparece para siempre? Entonces... Entonces... ¿Y si...? ¿Y si...?

La anciana dejó que sus palabras se perdieran en el viento antes de dedicarle una sonrisa pacífica.

—Llevaba mucho tiempo esperando poder reunirme con Hugh. La muerte... nunca la he temido, tampoco la he ansiado, pero la esperaba con los brazos abiertos. Y no quiero esperar más. Si finalmente no puedo estar con él no quiero estar, no así. No sin poder estar con mis nietos, sin poder abrazarlos o consolarlos cuando caen. Así que me arriesgaré. Porque no tengo nada que perder, pero sí esperanza. Tengo esperanza.

Como Naia no respondió Isaac volvió a tomar la palabra.

—Nosotros también lo esperamos. —Aunque tenía la firme sensación de que sería en vano, también quería que lo hiciera. Que todo saliera bien por fin. Que todo se arreglase y finalmente todas esas personas pudieran descansar. Que todo volviera a la normalidad—. Seremos cuidadosos y respetuoso, lo haremos rápido, pero en cualquier momento puede echarse atrás.

—No lo haré —respondió. Podía confiar en él, lo sentía.

Isaac le dedicó un asentimiento de cabeza.

Naia lo observó durante unos instantes antes de que sus ojos fueran saltando hacia todos los presentes: Áleix, Asia, Nit. Volvieron a situarse en Isaac durante unos instantes.

—Yo... Me he dejado algo en el coche —farfulló rehuyendo sus miradas

Y desapareció en la noche. 


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