POSESIVO

By MaryRM96

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Ana es una estudiante que no destaca entre los demás. No es la mejor de su clase, tampoco la peor. Es una más... More

AVISO
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By MaryRM96

Lian

Ana me necesitaba más que nunca en su vida; sin embargo, atrapar a ese pedazo de mierda era prioridad para mantenerla a salvo por completo, para mantener a salvo lo nuestro por completo. Como monarca había tenido que aprender a tomar decisiones difíciles, poner las cosas en una balanza. Esta vez no podía ir tras ella, debía acabar con el mal mayor.

Solo esperaba que todo esto saliera bien.

No me costó demasiado tiempo atrapar a Jeremy, quien intentaba salir por la puerta de emergencia. Me estaba estrictamente prohibido asesinar a terrícolas, pero en aquel momento no me importó. Lo estrellé fuertemente contra la pared y vi salir sangre de su boca y nariz cuando mi puño se impactó en su cara. Sentir su sangre viscosa y tibia en mis manos me habría dado asco en otro momento, pero ahora me causaba cierto placer. Quería que se desangrara por completo y viviera cada segundo de eso con intensidad, que lo sufriera, así como mi pequeña reina estaba sufriendo.

—Sigue, marciano de mierda —me instó con una sonrisa burlona—. Sigue condenando...

Le di otro puñetazo que le dobló la cara. Me sorprendía que nadie de la escuela viniera todavía para detenerme, pero debía aprovecharlo.

—Voy a acabar contigo, maldita basura —mascullé—. Vas a pagar por lo que acabas de hacer. ¿Crees que me importa que nos expulsen? No, a mí no me importa mi maldita reputación, me importa...

—Esto es precisamente lo que quiero —confesó sonriendo—. Si me matas, de algo habrá servido mi muerte. Tú no vas a ganar esto, no vas a llevarte a nadie. A ella no.

Jeremy pareció de pronto salir de aquella actitud bravucona y se dio cuenta de lo que había hecho. Había hablado de más. Todo esto era como me lo temía: los altos mandos querían sabotearme, romper nuestros acuerdos, separar a Ana de mí.

La pregunta era: ¿por qué?

A mi memoria vinieron todas esas reuniones, todas las charlas sobre la particularidad del caso, de los permisos para tomarle muestras que rechacé tajantemente por temor a que descubrieran algo valioso en Ana. Yo no la quería en ese entonces y, de haber tenido otra opción, me habría dado igual que muriera o viviera, pero era mi única opción y no iba a permitir que nadie la utilizara. La niña nunca mostró señales de ser anormal, por tanto, se fue olvidando el tema y se trató simplemente como un caso extraño.

Sospechaban sobre algo y ahora la querían.

De pronto me sobrevino el arrepentimiento por centrarme en esta basura y no en Ana, quien seguramente estaba escondida en la terraza o en algún sitio seguro para esconderse del mundo. Jeremy respiraba agitado y se deslizó por la pared mientras la piel de su rostro perdía color y se le agrandaban los ojos, los cuales estaban perdidos en la nada. No era a causa de mis golpes esa reacción, era a causa de él mismo.

Por más deseos que tenía de matarlo, no lo hice y regresé adentro del auditorio. Todavía se escuchaba un tumulto y me topé con el enfurecido director cuando esté corrió el telón que había detrás del escenario. Su mirada pasó de preocupación a furia.

—Nightingale,  a usted lo quería encontrar —me dijo desafiante y se acercó a mí.

No tuve que hacer más. Tan solo levanté mis manos ensangrentadas y él dio un paso hacia atrás.

—¡¿Qué le hizo?! —bramó—. ¡Es un estudiante!

—Un estudiante que puso en una situación vulnerable a una de las alumnas —repuse fingiendo calma—. Y, de todos modos, estoy despedido, ¿no es así?

—¡Fue usted el que la puso en esa situación! ¡El reglamento escolar dice...!

—A la mierda el reglamento escolar —lo interrumpí, adoptando la solemnidad con la que solía tratar a la gente en mi tierra.

El director, como si presintiese que estaba hablando con el monarca y no con el profesor, retrocedió asustado.

—Sí, mantengo una relación con la señorita Fuentes. Sí, tuve sexo con ella en el aula. Y sí, somos pareja, y como somos pareja, no voy a tolerar que nadie la dañe, así que hágase a un maldito lado si quiere vivir.

El asustado hombre me cedió el paso y finalmente crucé esas cortinas. Mi tarea ahora era encontrar a Ana antes de que fuera tarde, de que alguien lograra tocarle un solo cabello.

Ana no estaba por ningún lado. Los alumnos estaban tratando de ser evacuados por los demás docentes, pero no pudieron controlar las risas y gritos que me hicieron al pasar. Me detuve en medio de todos ellos y los miré con ira, sin esperar demasiado; no obstante, el silencio más profundo se hizo en aquel auditorio.

Deseé poder tener en mis manos todo mi arsenal de instrumentos de tortura y aniquilarlos, aunque no sufrieran demasiado en el proceso.

Los deseé a todos muertos, ya no podía tolerarlos ni un segundo más.

Salí del auditorio, abriéndome paso sin tener que tocarlos. Todos se apartaban de mí, callados, asustados. Mi mente se quedó en blanco por un instante cuando me encontré de nuevo en el pasillo, pero no me detuve hasta que llegué a la azotea.

Ella no estaba, sino unos alumnos que estaban riéndose entre ellos y viendo una copia del vídeo. Ese imbécil lo había difundido.

No iba a servir de nada el destruirles el celular, pero de todos modos avancé hacia esos idiotas y se los arrebaté. Los tres estudiantes palidecieron, mirándome sin reconocerme.

—Es una lástima que no puedo cortarles la cabeza —les dije con esa sonrisa y tono amable de siempre antes de estrellar el aparato contra el barandal de la terraza.

La decepción vino cuando, en lugar de que me atacaran, huyeron despavoridos. El celular se había roto en muchos pedazos, pues había aplicado bastante fuerza.

—Ana, debo encontrarte.

No me respondía a las llamadas, así que tuve que buscar luego en los baños. De estos salió Leila con expresión llorosa y el cabello revuelto.

Se había peleado con alguien.

—¿Dónde está Ana? —le pregunté con la mayor calma que pude, esperando a que me dijera que estaba dentro del baño—. ¿Qué sucedió?

Leila alzó la mirada y negó con la cabeza. En ese momento supe que las cosas se tornarían completamente caóticas.

—Sus padres se la han llevado, profesor Nightingale.

***

Ana

No comprendía absolutamente nada de lo que estaba pasando, pero mamá me abrazaba con fuerza y me pedía perdón una y otra vez. Tal vez debí haber dudado en cuanto ella entró y me dijo que nos fuéramos, que todo iba a estar bien, pero estaba tan necesitada de protección y tan sucia que no lo dudé. Leila, quien acababa de hacer huir a todas esas chicas con sus habilidades para pelear, me mostró su aprobación. Necesitaba con desesperación salir de esta escuela, irme lejos de todo lo que estaba arruinando mi vida.

—Lo siento mucho, lo siento mucho —seguía diciendo sin dejar de besar mi cabeza. No le importaba lo sucia que estaba, ella me abrazaba como si fuese lo más valioso—. No pudimos llegar a tiempo, lo siento mucho.

—¿De qué hablas? —balbuceé.

—Queríamos salvarte, pero las cosas se han salido de control —dijo papá, quien conducía a la mayor velocidad que podía—. Esta fue la única solución. Lo siento.

No podía sentir emoción por recuperar de forma súbita el amor de mis padres. Lo único que invadía mi corazón era una enorme congoja por todo lo que había pasado. Ni siquiera la vergüenza se podía comparar con la desesperación por no saber qué iba a pasar con Lian, si este iba a lograr encontrarme. Tenía miedo de él, pero también ansias de él.

¿En quién debía confiar realmente? ¿Qué querían de mí?

—Quiero irme con mi amiga —les dije mientras me enderezaba.

—Hija, no, volveremos a casa y vamos a protegerte —replicó mi madre, que intentaba en vano peinar mi cabello alborotado.

—No —dije furiosa—. Ustedes no me protegieron, se fueron, me dejaron sola. ¿Y ahora esperan que confíe y en que vuelva a casa como si nada?

Justo en ese momento estábamos llegando a casa. Frente a esta había una furgoneta negra y algunas personas con traje que supuse eran agentes de policía. Los vecinos a nuestro alrededor estaban mirando con curiosidad hacia nuestra casa, como si esto fuera todo un acontecimiento.

—Debemos bajar, Ana —me dijo mamá—. Por favor, esto es por tu bien.

—¿Por mi bien? —bufé—. ¿De verdad por mi bien? ¿Cómo quieren que les crea?

—Él ya no volverá a acercarse a ti, nos vamos a encargar de eso, de que vuelva al lugar a donde pertenece.

Me bajé del auto con brusquedad, incapaz de soportar la situación o cualquier explicación que me quisiera dar. Me sentía perdida, sin saber a quién acudir, salvo a Leila, que era la única persona que no me mentía, que no tenía intenciones ocultas detrás. Ella estaba tan sola e incomprendida como yo.

Aquellos agentes no se me acercaron y pude notar que eran guardias de seguridad. No me importó ser grosera, pasé de largo y apresuré el paso hacia mi casa.

No supe si fueron los movimientos rápidos o toda la carga emocional que llevaba dentro de mí, pero nada más llegar a la puerta de la casa, comencé a sentirme extremadamente mareada y caí de rodillas al suelo. Las voces preocupadas de mis padres parecían lejanas, como si ellos estuviesen debajo del agua.

Apoyé la frente contra la puerta, intentando resistir, no sucumbir a mis ganas de desmayarme. Conté varias cifras en desorden, pensé en cualquier otra cosa lejana a mí, pero no funcionó.

Mi cuerpo y mi conciencia terminaron colapsando.

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