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Ana

No estaba muy de acuerdo  en la idea de Lian sobre mantenerme aquí en lugar de dejarme ir de regreso al colegio. No es que me muriera de ganas de ir, sin embargo, necesitaba que Leila se distrajera.

—De verdad necesito ir —le dije—. Mi amiga se siente muy triste por lo que le pasó y necesita distraerse.

—Pero ella entendió perfectamente con el mensaje que le enviaste —repuso Lian, quien me tenía sentada en sus piernas—. Ana, ella no se va a sentir mejor estando ahí.

—Tal vez sí, se distraerá.

—O tal vez todo va a empeorar. El terminar con una pareja es terrible, algo que nunca quiero que nos pase.

—Bueno, dicen que nada es para siempre —susurré, pero él negó con la cabeza y me dio un beso en los labios.

—Lo nuestro es para siempre —me aseguró—. Ana, he esperado mucho por ti.

—¿Desde cuándo?

—Prácticamente toda mi vida. —Sonrió.

Yo también esbocé una sonrisa, aunque en realidad me recorrió un escalofrío. La forma en que decía las cosas siempre me hacía pensar en que hablaba de manera literal o casi literal.

No pude contestar algo, ya que él se acercó para besarme. El beso comenzó de manera sutil y luego se transformó en uno apasionado y que me dejó a horcajadas sobre él.

—Creo que deberíamos hacer las actividades que dijiste que haríamos —le dije riendo al frenar el beso.

—Las actividades incluyen amarnos, relajarnos juntos —murmuró.

—Entonces me engañaste —refunfuñé, pero no dejé de moverme contra su erección.

—No, jamás especifiqué nada, Ana.

—Mmm... 

—Por cierto, espera un poco —me dijo mientras me hacía a un lado para sentarme en el sofá.

—¿Qué vas a hacer? —le pregunté.

—Espera.

Lian salió a paso rápido de la sala y yo me acomodé bien la ropa. Todavía me seguían causando curiosidad los calcetines grises tan suaves que tenía puestos. Había tenido calcetines de lana antes, pero jamás algo como esto.

Él llegó a los pocos segundos y me extendió una tarjeta negra.

—No puedes estar hablando en serio —dije al tomarla.

—Claro que hablo en serio —me respondió mientras se sentaba a mi lado—. Es una tarjeta sin límite, Ana. Claro, solo puedes usarla para comprar tus caprichos. No puedes escapar con ella a ningún lado, porque lo sabré.

—¿Esa es una amenaza? —pregunté con tono bromista, aunque en verdad sí tenía una curiosidad real.

—Te diría que no, pero eso sería mentir —dijo sonriendo y me tomó del mentón—. Sí, Ana, es una amenaza, una advertencia.

—Lian, ¿qué?

—No soporto la idea de alejarnos, quiero que no huyas, que te quedes conmigo —continuó—. Ana, sé que tienes miedo de que nos descubran, de que esto se arruine, pero debes confiar en mí.

—Y tú debes dejar de ser tan posesivo —dije gruñendo—. Lian, no está bien que me impidas salir, que te pongas mal por...

—Dejaré que salgas. —Soltó un suspiro—. Te di la tarjeta.

—¿Por qué me suena como si me estuvieses dando permiso? —Entorné los ojos y él me soltó. Se le veía frustrado.

—¿Por qué todo lo que digo te lo tomas a mal? —me recriminó—. Quiero que seas feliz, Ana, quiero cuidarte y consentirte.

POSESIVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora