14.

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Ana

En cuanto escuché que mis padres se fueron, no perdí ni un solo segundo de mi tiempo y me escapé. Esta vez tuve mucho cuidado de caer con suavidad en el césped, así que no me lastimé, al menos no para seguir sintiendo dolor después de colocarme los botines.

Atrás de la cerca estaban Sam y Leila, quienes me ayudaron para que cruzara la cerca con más rapidez. El auto de Sam era pequeño y de solo dos puertas, así que necesitó mover su asiento para que yo pudiera entrar atrás.

—Eso ha sido muy eficiente, tienes talento para el escapismo —dijo Leila, quien iba en el asiento de copiloto.

—Sin duda lo tiene. —Se rio Sam—. Feliz cumpleaños, Ana.

—Muchas gracias —respondí.

—Veremos a Luke allá. Estará encantado de volverte a ver.

No pude evitar sonrojarme ante esa idea. ¿Qué diría cuando me viera de esta manera? No llevaba mucho maquillaje encima, pues mamá odiaba que me lo pusiera, pero me había arreglado lo mejor posible.

—Espero que sea así —dije nerviosa.

—Le vas a encantar aún más —me aseguró Leila—. A Luke siempre le han gustado las rubias hermosas como tú.

Miré las puntas de mi cabello y me sentí más nerviosa. Sí, era rubia, pero no sabía si cumplía con lo que se esperaba de una. Me gustaba mi apariencia la mayoría del tiempo, pero ahora, de cara a salir con alguien, ya no estaba tan segura.

Intenté distraerme con la conversación que Leila y Sam hacían, pero pronto me sentí como un mal tercio entre ellos. Sabía que había sido invitada para escucharlo tocar, que era mi cumpleaños, pero la manera en que se miraban y tomaban de las manos me daba la sensación de ser una compañía inapropiada.

Para intentar lidiar con aquella sensación, miré por la pequeña ventana las luces de la ciudad. Por fin estaba fuera de casa por la noche y sin compañía de mis padres. Era una adulta que iría a divertirse con amigos, que no lo arruinaría y que tal vez bailaría.

El bar quedaba algo retirado de mi casa, por lo que comencé a ponerme más nerviosa. Era cierto que tenía muchas ganas de salir, pero siempre había sido una persona que hacía las cosas de manera progresiva. A veces tomaba decisiones precipitadas, como esta por ejemplo, pero me habría gustado estar un poco las cerca, no casi a las afueras de la ciudad.

—¿Estás bien? —me preguntó Leila cuando me bajé del auto.

—Es algo lejos —murmuré.

—Oh, descuida, este lugar es seguro —me dijo despreocupada.

—Aquí son buenas personas —añadió Sam—. Te llevaremos temprano a casa si no te sientes cómoda.

—Gracias —contesté.

—Vamos, chicas, casi es hora de que deba tocar —dijo Sam, quien sacó su violín de la pequeña cajuela del auto—. Esperemos que la audiencia no se duerma.

—Lo normal sería que lo hicieras, pero tocas tan bien que nadie se podría dormir o aburrir —le dijo Leila—. Deja de ser tan modesto.

—No soy modesto —contestó Sam—. Hace meses que no tengo algo demasiado novedoso, tú me distraes.

—Mmm...

—Me gusta que me distraigas —dijo él, sujetándola por la cintura con su brazo libre.

Los dos parecieron olvidarse de mi presencia y se besaron de forma apasionada. Yo traté de mirar hacia otro lado, pero no pude evitar verlos de nuevo y pensar en qué se sentiría que me besaran. ¿Pasaría hoy o tendría que esperar a gustarle a alguien? Suponía que todo eso debía darse de forma natural, pero eso era la teoría. No tenía absolutamente ninguna práctica en temas amorosos.

POSESIVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora