Eres extraña (Edward y Bella)

By MarAlbarran

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Ex-vulturi, con dones poderosos y el reto en mente de encontrar a aquel extraño vampiro, Bella huye de los Vu... More

Eres extraña (Bella y Edward)
Cap 1. La Llegada
Cap 2. Nueva casa
Cap 3. Problemas
Cap 4. La verdad
Cap 5. Vuelta a clases
Cap 6. A quien se le ocurre?
Cap 7. Cariñoso
Cap 8. Despedida
Cap 9. La llamada
Cap 10. Explicaciones
Cap 11. Nuevo hogar
Cap 12. Mis angeles salvadores
Cap 13. Cambio de clases
Cap 14. Que pasa aqui?
.Cap 15. Punto muerto
Cap 16. Dias perros
Cap 17. Pérdida
Cap 18. Volterra
Cap 19. Fin
Cap 20. Confesión
Cap 21. Principio
Cap 22. Shock
Cap 23. La Push
Cap 24. El castigo
Cap 25. ''Fiesta''
Cap 26. Fin de semana
Cap 27. El ultimo dia
Cap 28. La separacion
29. De vuelta a ''casa''
30. El entrenamiento
31. En el restaurante
32. La medida del tiempo
33. El Proyecto
34. El incidente
35. La vida de Bella
36. El bosque
37. Los Planes
Dudas
38. La cuenta atras
39. Ojos mirad por ultima vez
40. El bosque #1
41. El bosque #2
42. El bosque #3
Nota
43. El Bosque #4
Decisión
44. La Bienvenida
45. El coma
46. El despertar
47. Tensión en el ambiente
49. La carta de Cayo

48. Explicaciones

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By MarAlbarran

La rubia le mira sin poder creérselo, sin ningún sentimiento en los ojos y más pálida de lo normal. Frunzo el ceño.  

- Johan...

- Hola, Tanya.

Jo-johan? Pienso sin poder creerme que lo conozca. Nadie lo llama así, y si no hubiera sido por Lined, yo no sabría que su nombre completo es Johan Carlo Fredrich. Pero, ¿porque narices se conocen? La sangre -más fría de lo normal- corre por todas mis extremidades dejando un rastro de tensión a su paso.

- Que ironía -comenta el riéndose y negando con la cabeza.

Nunca lo había visto reírse. Es guapo.

Veo que Carlisle se acerca y que el ambiente se ha cargado un poco más incomodo, si es posible. Así que decido intervenir presentándolo. Si yo fuera ellos, me sentiría estúpida. Todos intentan parecer simpáticos, menos Tanya. ¿Qué narices está pasando?

- Me acompañó todo el tiempo hasta que llegué aquí, sino fuera por él... -hago una pausa y miro a Edward, que me vigila por debajo de sus pestañas- estaría muerta.

Más aun, pienso. Su mandíbula se tensa y cierra los ojos, apretando los puños.

De repente, me llegan a la mente unas imágenes. Borrosas y para nada nítidias, y por supuesto, no mías. Como si estuviera teniendo una visión o leyendo algún pensamiento. A diferencia de que no podía. Edward, junto con sus golpes, se había llevado el ultimo resquicio de dones en mi. Me nubla la vista. Clavo las uñas en el brazo de Fredrich y justo cuándo me empiezan a fallar las piernas, me sujeta fuerte por la cintura.

Aparece una chica alta y de piel pálida como la nieve, con una melena ondulada rubia cobriza inconfundible. Son imágenes de otros tiempos. Un Fredrich de piel olivacea y mirada emocionada se acerca a ella para abrazarla, lo que ella acepta abiertamente. Hace frío, van demasiado abrigados. Pero lo veo en los ojos de Tanya -con una ropa realmente anticuada-, ella si que era una vampira en aquel entonces. Pero no es amor lo que parece sentir, sino otra cosa menos pura.

- Fue una equivocación, Tanya... -dijo él con una voz menos ronca.- ¿Podrás perdonarme?

- Claro, Johan. Como no.

Pero al decir esto, no es compasión lo que veo en su mirada. Sino odio. La clase de odio que hace que personas maten a otros hombre. El avance que hace el cuerpo del humano hacia ella la coge con la guardia baja, pero se deja abrazar.

Es como si lo viera todo en tercera persona.

A Tanya, sin duda, le llega el olor de su sangre al arrugar la nariz y sus ojos, peligrosamente oscuros, se dilatan aún más. Se me hace un nudo en a garganta. Se muerde el labio torturándose, pero no lo consigue. El abrazo es demasiado largo. En el momento en el que ya su cordura -si alguna vez la tuvo- a desaparecido, abre la boca y clava los colmillos en la fina piel del indefenso y joven humano.

Abro los ojos de sopetón y me llevo una mano automáticamente hacia el cuello. Como si hubiera notado los colmillos perforándome el cuello. Todas las miradas se dirigen a ellos dos.

- ¡Tanya! -exclama Edward, que se ha colocado a la izquierda de mi compañero. Lo miro por debajo de las pestañas, sabiendo que duele demasiado mirarlo de frente. Su voz ya es suficiente.- ¿Tu...?

- Ella es la dama rubia... -susurro a Fredrich y suena a pregunta.

Asiente con mirada apesadumbrada y labios fruncidos, mientras se asegura de que puedo mantenerme de pié. Sin alejarse. Lágrimas intentan escaparse de mis ojos, pero no les encuentro sentido. Siento ira, y siento pena. Incluso sin el don de Jasper puedo notarlo. Y entonces comprendo su situación. Se pregunta cada momento sobre qué podría haber llegado a ser en la vida, si Tanya no hubiera intervenido.

- Hace mucho tiempo, me enamoré de una preciosa chica rubia. Simpática y amable. Nos enamoramos. Al menos, yo lo hice. Me enteré de que me engañaba con otro hombre y no quise saber nada de ella. Removió tierra y aire hasta que dió conmigo, manipulándome para que creyera que el estúpido había sido yo por abandonarla -dijo sin apartar la mirada de la vampira.-Cuando tuvo ocasión, me convirtió en vampiro sin pensarlo dos veces cuando estuve más vulnerable. Así se aseguraría de que jamás la volviera a abandonar.

Me quedo quieta mirándole con la misma frialdad con la que él lo ha contado.

- Dime, Tanya -dice con voz melodiosa que se te clava en el alma de los que la poseen.- ¿Que ha sido de esa chica?

[...]

Temas personales entre Tanya y Friedrich aparte, los Denali deciden marcharse de una vez por todas después de que Carmen le asegurara a Carlise que se volverían a ver, que solo necesitaban tiempo. Entonces, nosotros dos eramos los únicos extraños en aquella casa. Pero en silencio, nos hacíamos compañía. Porque eramos lo justo que necesitábamos en esos momentos. Una presencia leal.

Esme le aseguró que mi casa estaba en perfecto estado cuándo se me ocurrió que podría pasar allí la noche, si en algun momento necesitaba descansar. Pero prefirió pasar el tiempo en los bosques de Forks. Aproveché que estaría fuera un rato alimentandose, me fui a la cama a dormir sin necesidad de que alguien me lo recordara cincuenta veces.

No fue una idea acertada.

Atrapada dentro de un sueño, reviví mis peores experiencias en el bosques; de las que apenas conseguía recordar como una bruma espesa. Pero volvieron con fuerza.

En medio del bosque, rodeada de gruesos y oscuros troncos de madera, no conseguía ver nada mas allá de unos cuantos metros. Hacía frío y el viento azotaba con fuerza las ramas.
Delante mía un pálido vampiro de ojos negros me vigilaba bajo la capa de terciopelo negro. Se había desviado de la guardia rastreando mi olor. Me quedé petrificada en sus ojos. Sedientos, profundos como los de un gato. Y en un momento de ansiedad, los reconocí.

El espacio tras su espalda comenzó a abrirse y al iluminarse, su capa desapareció y también el color negro de su iris; transformándose en el del oro líquido más frío del mundo. Sus manos, con dedos largos y fríos, se enrollaron en mi cuellos y le vi temblar. Tembló.

- Bella -dijo acariciando cada letra con su lengua viperina.

El pelo cobrizo se le metía en los ojos.

- Bella -repitió hirviendo la cabeza y apretando.

Impidiendo que el oxígeno llegara a mi cerebro.

Abrí los ojos como platos, desorientada. Unas manos frías me zarandeaban por los hombros. Friedrich.

- Bella -llama mi atención.

Mis ojos, que vagaban por la habitación, se centraron en los suyos. Anaranjados para mi sorpresa. Por lo menos había servido para cambiar la vida de alguien, temporalmente. Noté el sudor frío por la frente.

- Sólo era una pesadilla -me tranquilizó asintiendo con el ceño fruncido.- Ya está.

Asentí lentamente procesando lo que había dicho, estaba un poco lenta de mente. Todavía las imágenes estaban demasiado frescas.

- Creía que ya no tenías pesadillas... -comentó.

Me reí sarcásticamente y negué con la cabeza, pero no dije nada. Eran altas horas de la noche, y el frío de su cuerpo no ayudaba a entrar en calor. Noté su mirada, esa que se tortura por no querer decirme nada, pero ser consciente de que es lo que necesita. 

- Sí, Friedrich... Tenías razón -rodé los ojos.

- Sí -asintió sin poder evitar sonreir, y me contagió.

[...]

Al día siguiente, mientras yo desayunaba y Friedrich observaba asqueado como lo hacía, Carlisle apareció en la sala con el ceño fruncido y algo entre las manos.

- Bella -llamó mi atención con su voz siempre melodiosa.- Ha llegado una carta.

Bajé el tenedor y esperé. Él se humedeció los labios y dijo:

- La firma Cayo.



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