Cuando la muerte desapareció

由 onrobu

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¿Qué harías si, durante una maratón de películas de terror con tus amigos, empiezas a escuchar ruidos en la p... 更多

Prólogo
PRIMERA PARTE: Una pieza clave en el juego
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
SEGUNDA PARTE: Búsqueda y huida
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
TERCERA PARTE: Las marcas que deja en la mente
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 28
Capítulo 27
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
CUARTA PARTE: La muerte
Capítulo 48 (I)
Capítulo 48 (II)
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52

Capítulo 44

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由 onrobu

—¿Cogemos el coche? —preguntó Áleix cuando llegaron a la planta baja. Su voz fue apenas un susurro, inseguro de qué tenía que hacer después de lo sucedido.

Una parte de él quería cuchichear con Naia sobre lo ocurrido, pero sabía que ella necesitaba un rato para procesarlo, para poner en orden sus pensamientos y emociones. Y por otro lado... aunque tenía la sensación de necesitar hablarlo con alguien, tampoco sabía qué decir. No era un tópico lejano que poder comentar desde fuera sin ningún tipo de implicación, era algo cercano, algo grave. Muy grave. Serio. Y esas no eran conversaciones que se le dieran muy bien.

Si no podía meter un par de bromas o comentarios irónicos en ellas... la incomodidad siempre hacía presencia.

—Coche... —repitió Naia obligándose a reaccionar—. No creo que sea muy buena idea.

» Según esto estamos a veinte minutos a pie. —Sacudió ligeramente el móvil para darle énfasis, el GPS brillando en la pantalla—. Asequible.

» Y es un coche robado... mejor evitarlo tanto como sea posible.

Áleix soltó un suspiro resignado.

—Pues a andar sea dicho —murmuró.

Asia agradeció en silencio la decisión. Tras bajar del vehículo con el que habían llegado al motel había rozado distintos objetos con la mano. Los había traspasado todos. Sin Isaac... sin Isaac no habría podido subir al coche. Y no quería tener que explicárselo a Áleix y Naia, se sentía demasiado vergonzoso, demasiado íntimo.

Empezaron a andar en silencio, cada uno perdido en sus propios pensamientos.

Unos minutos después Naia paraba en medio de una calle bastante transitada. Alternó la mirada varias veces entre la pantalla y la plaza que tenía delante.

Áleix no tardó en acercarse para contemplar el mapa.

—¿Qué ocurre?

—No lo sé, está recalculando. —Naia giró sobre sí misma a la espera de que el GPS se recalibrara. Rodó los ojos unos segundos después—. Puto móvil... —murmuró entre dientes.

Un par de minutos después se restablecía la aplicación.

—Hacia allí —indicó empezando a andar al instante. Áleix se apresuró a seguirla.

—¿Estás bien? —acabó preguntándole en voz baja. Las conversaciones serias lo incomodaban muchísimo, pero también era incómodo evitar algo que sabía que era necesario hacer.

Naia lo observó unos segundos antes de volver a clavar la mirada en la pantalla.

—Sí. No. No lo sé.

» Muchas cosas a procesar, supongo —acabó diciendo.

» Aunque me preocupa un poco más que tú me estés preguntando esto.

Una sonrisa se dibujó en los labios del chico.

—¿Así que te preocupa que sea alguien maduro y reflexivo? —cuestionó con diversión aliviado por el cambio de tono de la conversación.

—Mucho. ¿Quién sino ocupará el lugar de graciosillo rompe-tensiones?

—¿Ese es mi papel en el grupo?

Naia asintió solemnemente con la cabeza.

—Ese mismo.

» Y el de enfermero. No te olvides de ese. —A excepción de Asia, puesto que no podía tocar nada, Áleix había sido el único que no le había realizado ninguna cura o atención médica a Elia, aunque Naia no lo había dicho por eso. Recordaba perfectamente ese «Soy diabético, no enfermero» de hacía tantos meses.

Y con el recuerdo vino su recuerdo. La sangre fluyendo entre sus dedos, el olor metalizado que emanaba, la calidez, el tacto. Con esa frase vino el recuerdo de su mirada impasible a pesar del dolor. De cómo la había llamado «niña». De sus ojos atentos y vigilantes.

De su picardía.

De su piel. Su sonrisa maliciosa.

De sus pechos.

Una exhalación temblorosa se escapó de entre sus labios. ¿Por qué...? ¿Por qué sentía esa presión en el pecho? ¿Por qué estaba tan preocupada por alguien a quien apenas conocía, alguien que había condescendiente, que había atacado a Asia, que los había amenazado y se había mostrado superficial e insoportable?

¿Por qué temía tanto que una de esas sábanas tapara su cuerpo?

Aunque se había sentido mal por la muerte de Idara, aunque había sentido rabia, miedo y pena, no... Alma...

Los había abandonado. Se había sacrificado y los había abandonado. Idara estaba muerta, y aun así se había quedado con ella en vez de escapar con Isaac.

Una parte de ella temía que hubiese muerto, otra que la hubiesen tomado prisionera. Pero también había una que temía que hubiera huido y simplemente desaparecido, que los hubiera abandonado.

¿Y por qué eso le daba tanta rabia?

¿Y por qué estaba pensando en eso en vez de en Elia?

¿Por qué no paraba de pensar en ella en vez de en su amiga?

Eso también la llenaba de rabia. Hacia Alma. Hacia ella misma.

Y encima... la mano de Áleix tomándola del brazo con urgencia la hizo salir de sus pensamientos.

—¿Qué pasa? —masculló con una cierta furia examinando el entorno con rapidez. Y entonces lo notó. Siguiendo las indicaciones del GPS se habían metido en una calle estrecha. Un chico les impedía avanzar.

Se giró instintivamente hacia la dirección de donde venían.

Una chica les impedía retroceder.

Les habían tendido una emboscada.



El chico se acercó a ellos un par de pasos, cauteloso. Los examinó con ojos atentos antes de cruzar la mirada con la chica. Se entendieron sin necesidad de palabras.

Naia intuyó que era su hermana, ambos tenían la piel oscura y las mismas facciones marcadas, la misma mirada seria, segura y confiada.

El chico era alto y notablemente atlético, vestía una camiseta blanca metida por dentro unos tejanos azules claro de tiro alto y una larga chaqueta de paño de color gris desabrochada. Un par de pendientes de plata le decoraban la oreja derecha.

Por su parte, la chica era ligeramente más baja, pero tenía la misma complexión fuerte y ágil. Llevaba el pelo recogido en cuatro gruesas trenzas de raíz que acababan en un intrincado moño a la altura de la nuca. Su chaqueta, también de líneas elegantes, oscilaba entre el granate y el color vino, el mismo tono de su pintalabios y sombra de ojos.

Naia se vio obligada a encararse al chico cuando este finalmente habló. Su voz era grave y firme, segura e imponente pero también amable y comedida.

—Buenas tardes.

En parte le recordó a Isaac: observador, tranquilo, estoico, seguro.

Amenazante.

No es que llegase a considerar a Isaac amenazante, pero en varias ocasiones no podía negar que se había llegado a sentir intimidada ante su posado. Nunca había sido hacia ella, pero lo había sentido igualmente.

Naia se acercó levemente hacia Áleix, cruzó una mirada con Asia. El chico lo notó todo.

Los examinó con más atención, en silencio.

Naia se revolvió incómoda.

—Esto... ¿nos dejáis... pasar?

Ninguno de los dos desconocidos dio muestra alguna de tener la intención de contestar.

Tragó saliva. ¿Y si...? ¿Y si habían venido a por ellos? ¿Y si...? ¿Y si los habían poseído? ¿Y si eran demonios...? Isaac se los habían descrito: lucían humanos a excepción de en algunos instantes dónde sus ojos se volvían negros y su rostro no tardaba en convertirse en una máscara de putrefacción. Los había descrito como salvajes, dejados, malolientes... pero aun así... todo dependería de a quién hubiesen poseído ¿no? De cómo fueran. Debía haber demonios más o menos controlados, más o menos inteligentes ¿no?

No se pudo contener.

—¿Sois...? ¿Sois... demonios? —La voz le salió vacilante, temblorosa. Se reprendió mentalmente por ello.

La cabeza del chico se torció ligeramente. Volvió a repasarlos con la mirada, todavía más interesado si eso era posible. Finalmente contestó.

—No. Todo lo contrario, nos dedicamos a cazarlos.

Fue entonces Áleix quien se acercó un poco más a Naia.

—Oh...

—A cazar aquello que pone en peligro a la humanidad —continuó. Parecía estar probándolos, examinando sus reacciones. Aun así, Naia no pudo evitar tragar saliva. ¿Los...? ¿Los consideraba un peligro?

—¿Y qué... os trae por aquí? —se atrevió a preguntar Áleix. Mientras que él tenía la mirada fija en el chico, Naia era incapaz de mantenerla quieta. Buscaba cualquier posible vía de escape, cualquier posible arma. No había nada más que un par de contenedores en la pared de su izquierda con algunas bolsas de basura desperdigadas por el suelo. Estaban jodidos.

—En este momento, vosotros.

—Oh... ¿Y eso por qué? —preguntó Naia. Sentía la frialdad de Asia a sus espaldas, atenta a la chica que permanecía a sus espaldas.

—Eso nos gustaría descubrir.

—Nosotros... no somos de aquí. Solo hemos venido a comprar.

—En un todoterreno robado.

«Mierda».

No tenía sentido ocultarlo cuando obviamente ya lo sabían, pero a la vez...

—Robar un coche no parece un peligro para la humanidad... ¿no? —Su voz sonó varias octavas más agudas de lo normal, nerviosa pero esperanzada. Volvió a tragar saliva.

—Pero ¿no os parece mucha casualidad que desapareciera un coche la misma noche y en el mismo pequeño pueblo en que un paramédico era secuestrado por un chico armado con una espada? ¿La misma noche en que a pocas horas de allí se llevó a cabo una masacre sin precedentes con la clara participación de seres demoníacos?

» El mismo coche que os ha traído hasta aquí —añadió uno segundos después como si no hubiese quedado claro.

«Mierda, mierda, mierda, ¡mierda!».

—Yo... esto... nosotros ni siquiera estábamos allí —tartamudeó. ¿Cómo salían de esa?

Estuvo a punto de gritarle a Asia que desapareciera de allí y alertara a Isaac, aunque hacerlo rebelaría la implicación de un cuarto implicado. Si no lo sabían ya. Tan solo con las descripciones que habría dado el paramédico habrían deducido que ni Áleix ni ella habían sido los responsables del secuestro. Al fin y al cabo, ninguno de los dos era rubio.

Y si bien podrían haber negado toda participación en los hechos, decir que simplemente se habían encontrado el coche, que eran un par de adolescentes rebeldes que se habían escapado de casa, ella misma había sacado a colación a los demonios. El mundo sobrenatural. Ella misma se había condenado.

«Mierda».

Áleix parecía igual de asustado que ella, mientras que el chico permanecía impasible, atento a cualquier movimiento, a cualquier reacción. Diseccionándolos con la mirada.

—No creo que seáis responsables de la matanza —continuó. Naia notó como le sacaban un peso de encima—. Pero sí creo que sabéis cosas. ¿No es verdad?

No era una pregunta.

—Nosotros... esto...

Su boca empezó a tejer mentiras a toda velocidad.

—Estábamos en clase y empezó a sonar la alarma de incendios y todo el mundo empezó a correr por todos lados. Había humo y gritos y entre la multitud vimos como una amiga nuestra salía corriendo y entonces lo vimos. Los vimos. Era... Era... Se la llevaron. Se la llevaron —repitió. Su boca expulsaba palabras a toda velocidad antes de que propio cerebro las procesara. Una mezcla de verdad y mentira a partes iguales. De omisión de hechos, de manipulación de otros. Esperaba que la desesperación del momento tiñera sus palabras, su relato, y lo hiciera pasar completamente cierto.

» Un chico empezó a atacarnos y luchamos con todas nuestras fuerzas, nuestro amigo lo tumbó... y entonces llegó la policía y una bruma negra salió de sus labios y el chico colapsó. Y nos detuvieron. ¡Nos detuvieron! Nos llevaron a comisaria y entonces nos soltaron. Así sin más. Sin darnos explicación. Y les dijimos que se habían llevado a Elia, les suplicamos que nos ayudaran, pero era como si estuvieran encantados o algo. Nos ignoraron. Hicieron como si no pasara nada. Como si nada hubiese ocurrido.

» Decidimos... decidimos... Elia no aparecía y ellos no hacían nada y en nuestro pueblo había una bruja. Bueno, una señora que decía ser bruja. Y ella hizo algo y nos dio una dirección. Y cuando llegamos... cuando llegamos... había... había... por todos lados... la cabaña... —Sabía que acababa de entrar en contradicción, que instantes antes habían afirmado que no habían estado en la cabaña, pero era incapaz de encontrar otra línea alternativa que uniera los hechos. Puede que incluso que una pequeña incoherencia ayudara a hacer la historia más creíble, o que simplemente no pudiera dejar de hablar.

» Y entre los... entre los cadáveres había un chico. Nos condujo a Elia, nos ayudó a sacarla, nos dijo que no podíamos ir al hospital, que sería poneros una diana en el pecho.

—Elia estaba muy mal —añadió Áleix en voz baja, rememorándolo en silencio. Esa parte era verdad.

—Y entonces nos ayudó a... bueno, a secuestrar al técnico... —Naia dejó que la vergüenza invadiera sus facciones—. Y robó el coche para... para huir. Y entonces desapareció. Se esfumó. Un segundo estaba delante nuestro y al siguiente... desapareció —repitió.

Dudó como continuar la historia. Había implicado a Nit para descartar a uno de los dos chicos rubios que habían secuestrado al técnico puesto que ni Áleix ni ella encajarían con las descripciones. Pero ¿y en ese momento qué? ¿Implicaba a Lilia? ¿Dejaba el relato así? Podían decir que habían estado ocultándose desde entonces y que se les habían acabado los suministros, que en parte era la verdad. No, era la verdad.

Las densas cejas del chico se habían alzado al empezar su relato, puede que sorprendido de que hubiese decidido contralo todo sin tener que insistir o amenazarlos, puede que habiendo detectado las mentiras entretejidas en su relato. Fuera como fuera en ese momento se habían fruncido. Y Naia era perfectamente consciente de que el chico sabía que había algo más, que estaba guardándose cosas.

Así que continuó hablando.

—Elia... estaba... —El simple hecho de rememorarlo ya era suficiente para que su voz se cortara y sus ojos se cristalizaran—. Gritaba. Gritaba. No nos reconocía, nos atacaba como si fuera un animal. Era... terrorífico. Horrible.

Esperó que el horror de sus palabras tapara su vacilación al continuar. Aunque ya había implicado a Nit, no podía usarlo como chivo a la hora de borrarle los recuerdos a Elia, Lilia les había dejado claro que no existían brujos y ellos debían saberlo. O no. Pero en todo caso no podía arriesgarse a ser pillada con tal mentira.

Otra opción era volver a meter a la bruja que se había inventado al inicio de la historia, pero habían sido capaces de unir los puntos: la masacre de la cabaña, el secuestro del técnico por un chico con espada a poca distancia y el robo de un coche la misma noche y en el mismo lugar. Habían sido capaces de localizar el coche. ¿Y si también podían ubicar el vehículo en los Mercaderes? ¿Y si sabían que habían estado allí?

Lilia se iba a tener que joder. A fin de cuentas, se encontraban en esa situación por su culpa, por su traición.

Siguió adelante.

—Conseguimos llegar a los Mercaderes —el ceño del chico se frunció ligeramente, desubicado. Naia continuó como si no lo hubiera notado— y al ir allí encontramos una bruja. Nos dijo que... que podría ayudarla, y lo hizo, Elia se recuperó, volvió a actuar como una persona, olvidó todo lo que había ocurrido... pero también a nosotros. Y cuando la bruja volvió a entrar en su mente algo ocurrió. Elia... Elia entró como en una especie de sueño comatoso y la bruja se fugó.

—Entonces descubrimos que era una bruja de sangre y que solo se preocupaba por conseguir más sangre, supongo que con el dinero que le dimos por el hechizo —agregó Áleix unos segundos después con la mirada cabizbaja.

Ante la mención de una bruja de sangre la mirada del chico voló hasta su hermana sin ser él consciente. A Naia no le pasó desapercibido. Rápidamente volvió a clavar la vista en ellos, examinándolos, midiéndolos. Se cruzó de brazos.

—Vaya historia —murmuró. No había inflexión en su tono. Si se sorprendía de que Naia hubiese decidido contársela así como así, no lo evidenciaba—. Asumo que fueron los demonios quienes se llevaron a vuestra amiga.

Naia asintió con la cabeza con rapidez.

—¿Y por qué ese interés en ella?

—No lo sé —murmuró negando levemente con la cabeza. Evitó con esfuerzo que las lágrimas corrieran por sus mejillas, esperaba que él confundiera sus ojos cristalizados con el terror y trauma de lo sucedido. No con el miedo totalmente racional de ser pillada con la mentira.

Eran dos, dos contra dos, no parecían armados, no los habían amenazado, y aun así Naia tenía la absoluta certeza de que si se lo proponían podrían con ella y Áleix sin ningún tipo de problema.

Lo notaba en sus posturas, en su calma, en su confianza, en su atención. Sabían lo que se hacían.

Se giró con nerviosismo para comprobar que la chica siguiera en el mismo sitio. No se había movido.

—La bruja de sangre... ¿quién era? ¿tiene nombre?

El primer pensamiento de Naia fue un «que se joda». Lilia los había vendido, ahora era su turno de venderla a ella. Pero una parte de ella era incapaz de traicionarla tan fácilmente. Era una niña. Una niña adicta. No podía darles su nombre, no podía... ¿y si la mataban? ¿y si la torturaban o algo? Habían dicho que se 'encargaban de proteger a la humanidad'. ¿Qué demonios significaba eso?

No quería descubrirlo. Tampoco quería que Lilia lo hiciera, en parte su traición también había sido culpa suya y aunque no lo hubiese sido, no podía desearle a nadie un destino como el que se estaba imaginando.

Tragó saliva, aterrorizada.

El chico elevó las cejas a la espera de una respuesta.

Y Áleix empezó a abrir la boca.

Naia le dio un codazo. Supo con certeza que los dos hermanos lo habían visto.

—Me sorprende que no confeséis su nombre, más si os estafó. Parece que no comprendáis lo que significa que haya una bruja de sangre suelta. —Sus palabras eran calmadas, meditadas. Eso lo hacía todavía más terrorífico.

Naia no dijo nada, insegura de cómo interpretar la última frase que había abandonado sus labios. Inmediatamente le vinieron a la mente todos y cada uno de los libros que había leído sobre la caza de brujas en tiempos antiguos.

Se le heló la sangre. Su terror se vio reflejado en sus facciones. Y el chico lo notó. Su ceño se frunció ligeramente.

—Tienes miedo... —murmuró.

—¡Oh! ¡Muchas gracias por notarlo, genio! Nos emboscáis en un callejón y nos interrogáis bajo la amenaza de 'protegemos a la humanidad' que también usaba la iglesia en la cruzada contra las brujas en la que se asesinaron y torturaron ¿miles? de mujeres por el simple hecho de ser mujer en un mundo de hombres.

Los ojos de Naia se abrieron de sorpresa nada más acabar la frase. Su mano se dirigió inconscientemente hacia su boca.

«Mierda».

«Mierda».

Maldita impulsividad de las narices. Ahora la que iba a arder en la hoguera era ella. Acababa de insultarlos, acababa de... Dios, Dios, Dios...

El chico soltó un resoplido de estupefacción un tanto divertido.

—No somos cazadores de brujas —aclaró unos segundos después con calma—. Visteis lo que hacen los demonios ¿no? Nosotros nos encargamos de exorcizarlos, de liberar a la persona. Cuando todavía la hay.

» ¿Os habéis cruzado con algún fantasma violento? ¿Con algún fantasma capaz de materializarse, de destruir, de asesinar, presa de la violencia y la ira animal? —Asia se tensó a sus espaldas—. Nosotros nos encargamos de que no se pierdan vidas humanas.

» No somos cazadores de brujas. Pero a veces las brujas dejan de ser humanas. ¿Habéis visto alguna vez a una bruja de sangre asesinar a sangre fría solo para conseguir otra toma más? ¿Habéis visto alguna bruja de sangre cuya alma ya se haya perdido? Secuestrar. Torturar. Entonces nosotros intervenimos. Y lo hacemos, si es posible, antes de que ocurra. Porque nuestro deber es salvar vidas, también las suyas.

Naia lo observó con tanta impasibilidad como era capaz de conjurar. Aun así, sabía que su rostro era una clara muestra de desconfianza y recelo.

La iglesia había dicho lo mismo durante centenares de años. También había defendido el bien mayor, su contribución a la humanidad con la caza de brujas, la caza del demonio y del mal.

Había sido todo mentira.

O había creído. Sabía que había sido una manipulación, la máxima expresión del patriarcado, de la desinformación y la propagación del odio, pero nunca hasta el momento había contemplado que las brujas y los demonios realmente existían.

«Mierda».

No. Se habían cometido auténticas atrocidades. Eso no se podría negar nunca.

—¿Qué queréis? —preguntó en voz baja.

—Sabíamos que las personas de la cabaña eran demonios, —no todos. Idara no lo había sido. Tragó saliva—, parece entonces que este misterioso chico nos hizo un favor al matarlos. La bruja de sangre, por el contrario... la mayoría de las veces los propios demonios las usan de marionetas bajo la promesa de una nueva dosis.

Naia se revolvió incómoda.

—Decidnos su nombre, por favor, cómo dar con ella —continuó—. Sino la encontraremos cuando ya sea demasiado tarde, cuando deje muerte a su paso.

—Es una niña... —susurró—. Es solo una niña... Nos pidió que la atáramos tras realizar el hechizo. Nos lo hizo prometer. Sabía lo que ocurriría y aun así se dispuso a ayudar a Elia... y nosotros rompimos la promesa...

El ceño del chico se había fruncido unos milímetros, apenas perceptible.

—Más razón todavía para ayudarla antes de que sea tarde —acabó diciendo.

Naia contempló a Áleix. Este se encogió de hombros levemente, igual de inseguro que ella. Asia repitió el gesto cuando le echaron una rápida mirada.

—¿Podéis...? ¿Podéis ayudarla...?

—Haremos todo lo que esté en nuestra mano.

—Todo lo que esté en vuestra mano... ¿y qué es eso? No implicará agua santa, torturas, hogueras, cruces ni nada de eso ¿no?

El chico no pudo evitar una risa entre cansada y divertida.

—No. Nada de eso.

» Considéralo más como un programa de desintoxicación, que es lo que es. Solo que en vez de alcohol el problema es la sangre demoníaca. Y eso es lo que tienen que entender una vez superado el mono y el proceso de abstinencia.

» Conocemos gente que lo ha superado. A veces los ponemos en contacto como si de un Alcohólicos Anónimos se tratara.

Naia se revolvió indecisa. Aunque desconocía el motivo sentía que podía confiar en él. Su boca tomó la decisión antes que su mente.

—Lilia. Se llama Lilia Alaire.

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