Cuando la muerte desapareció

By onrobu

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¿Qué harías si, durante una maratón de películas de terror con tus amigos, empiezas a escuchar ruidos en la p... More

Prólogo
PRIMERA PARTE: Una pieza clave en el juego
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
SEGUNDA PARTE: Búsqueda y huida
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
TERCERA PARTE: Las marcas que deja en la mente
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 28
Capítulo 27
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
CUARTA PARTE: La muerte
Capítulo 48 (I)
Capítulo 48 (II)
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52

Capítulo 43

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By onrobu

Tres horas después aparcaban en el parquin casi desierto del motel que les había indicado Nit.

No lo habían vuelto a ver desde que había desaparecido de la granja. Tampoco habían tenido encuentro alguno con los demonios que había anunciado la parca. Isaac daba gracias por ello.

Observaron el destartalado edificio desde el interior del vehículo. Fiel a las películas, contaba con un par de plantas en estado de decadencia. El pasillo por el cual se accedía a las distintas habitaciones era exterior. Varias pintadas decoraban algunas de las puertas y las paredes pedían a gritos una nueva capa de pintura. La máquina de hielo que descansaba al lado de las escaleras exhibía un cartel escrito a mano con rotulador que señalaba sin adornos que no funcionaba.

Naia contemplaba con escepticismo y diversión a partes iguales el cartel luminoso con el nombre del establecimiento. All in.

—Lo hicieron expresamente ¿no?

Áleix soltó una risa.

En el asiento trasero Isaac se permitió cerrar los ojos unos instantes. Si hubiese estado despierta, si su hermana hubiese estado consciente, si nada de eso hubiese pasado, Elia habría preguntado a qué se refería.

A pesar de desconocer el motivo de su rección, Asia la notó. Apretó ligeramente la mano que todavía seguía envuelta en la de Isaac, cálida y firme. Segura. Sólida.

Isaac le dedicó una pequeña sonrisa, sus ojos mostrando durante unos instantes la tristeza y el miedo que le invadía cada célula del cuerpo. La vulnerabilidad desapareció de sus facciones tan pronto llegó.

—Gracias —gesticuló sin emitir sonido alguno.

Asia le dedicó asentimiento de cabeza con otra sonrisa en sus labios. No sabía... Isaac no podía ni llegar a imaginar lo que ella estaba sintiendo, el regalo que le había hecho. Lo que la tela del asiento en contacto con su piel y sus pies rozando la alfombra plástica del suelo suponía. No podía llegar a imaginar lo que suponía sus manos entrelazadas. El calor que emanaban de ellas, la calidez, la suavidad.

Se había pasado todo el trayecto sintiendo el tacto del plástico bajo la planta de sus pies desnudos, su frialdad, su fricción al pasar los pies por encima. Su mano libre no se había separado del tejido que componía los asientos, de sus hilos, de su textura un tanto tosca.

Aunque... aunque nada había tenido que ver con sus manos entrelazadas. Con el contacto de la piel. De la vida. De otra persona. De él.

Su corazón ya no latía en su pecho. Y aún así juraba que podía sentirlo palpitando a toda velocidad.

Un suspiro tembloroso salió de entre sus labios. Y de él un aire que pudo notar. No había calidez en su aliento. Ni en su piel. Isaac... su mano era cálida para ella, pero él... ¿sentiría la extremidad fría, adormecida por tanto rato en contacto con su piel helada?

Se mordió el carrillo para evitar el temblor de su cuerpo.

—Vale, ¿cómo lo hacemos? —preguntó Naia girándose hacia los asientos traseros. Evitó mirar a Elia. Aunque seguía inconsciente como lo había estado la mayor parte del tiempo desde que había vuelto, los ojos abiertos lo hacían todo todavía más terrorífico, más real. Un recordatorio constante del motivo inicial de su estado. La tortura.

—¿Todas las habitaciones son de dos? —se cuestionó Áleix.

La chica se giró hacia él con las cejas levantadas.

—No todo el mundo que visita un motel es para darse como cajón que no cierra.

La expresión de Áleix se tiñó de incredulidad a la vez que soltaba una risa.

—¿Darse como cajón que no cierra? —repitió con diversión.

Naia se encogió de hombros con satisfacción.

—Ajá.

» En todo caso —continuó—, mejor todos en la misma habitación ¿no?

En parte estar en habitaciones separadas los haría más difíciles de emboscar, pero si eso llegaba a ocurrir haría que fuera mucho más fácil llevarse a uno de ellos sin que los otros se enteraran. O matarlos.

Y no podía arriesgarse a ello.

—Mejor en la misma —afirmó Isaac—. Una vez entremos a Elia en la habitación también tendríamos que aparcar el coche en otro sitito. Si por casualidad lo identificasen como robado lo relacionarían inmediatamente con el secuestro del paramédico y por tanto conmigo y Elia. Pero tampoco podemos alejarlo mucho, es nuestra mejor opción para huir si se da el caso.

—Y tenemos que colocar la sal —recordó Áleix, al fin y al cabo, había sido quien había tenido que cargar el saco.

—Tendríamos que rodear todo el perímetro de la habitación, por dentro —especificó el médium—. Desconozco si funcionará con los demonios, pero es nuestra mejor opción. No conseguí suficiente información sobre los pentagramas como para dibujar uno, implican una serie de símbolos que no encontré en los libros.

—Os olvidáis de que todavía no tenemos habitación —Naia les regaló una sonrisa irónica—. Y no sé si nos la darán. Somos menores.

La mandíbula de Áleix se desencajó con fingida estupefacción.

—¿Somos menores? ¿Somos menores? Habla por ti. No sé si sentirme insultado o preocuparme porque te hayas olvidado de mi cumpleaños. Porque fuiste quien organizó la fiesta —Su voz había adquirido un tono un tanto agudo, divertido.

Naia soltó una risilla.

—Jeje —ironizó—. Toda la razón del mundo. Aunque eso... —Una sonrisilla malvada adornó sus labios—. Ya sabemos quién pagará.

—Ya lo sabíamos todos —admitió el chico con un falso hastío. Era el único de los presentes con tarjeta y, por tanto, con capacidad de adquisición. También el único con una cuenta corriente suficientemente notable como para pagar la gasolina, la ropa, la comida y añadirle una habitación de motel—. Vale... pues voy a ello —anunció. Parecía un tanto reticente a abandonar el coche, nervioso y avergonzado.

—¡Oh! ¡Por favor! —exclamó Naia rodando los ojos—. ¡Ya te acompaño! Aunque se van a pensar que vamos a...

—¿Daros como cajón que no cierra? —recordó Isaac incapaz de contener una sonrisa agotada.

Las mejillas de Áleix adoptaron un tono rojizo.

—Ya voy yo. Ya voy yo —repitió a toda velocidad bajando del vehículo. Desapareció de su vista poco después.



Elia volvía a descansar tendida en una cama. La vía intravenosa decorándole el brazo una vez más. Habían corrido las cortinas para no ser vistos desde el exterior y rodeado las cuatro paredes de la habitación con una línea de sal una vez Asia había entrado.

No habían tenido suficiente sal como para alargar el perímetro y añadir el baño, pero tampoco importaba demasiado, iban a usarlo tan poco como les fuera humanamente posible.

Habían guardado sus escases pertenencia, básicamente los libros y la comida, en el armario, y habían alejado el coche, así que, en ese momento solo les quedaba esperar.

Otra vez más.

—Será cutre de narices, pero al menos hay electricidad, luz y televisor —Después de pasarse días prendiendo vela tras vela, parecía todo un lujo. Áleix encendió el aparato y empezó a hacer zapping buscando algo de interés. Acostumbrados como estaban a las plataformas de streaming era tarea complicada—. Telenovela. Programa de reformas. Documental de caballos. Documental del oeste. Programa de debate —fue murmurando al cambiar de canal—. ¡Uh! Nunca me había alegrado tanto de encontrar un canal de noticias.

Fue el que finalmente dejó.

Mientras el chico prestaba poca atención a la subida de los impuestos de la electrónica, Naia hojeaba uno de los libros que habían salvado y Asia se revolvía incómoda sin saber qué hacer (hasta que finalmente también centró la atención en el televisor), Isaac sacó del armario la bolsa de suministros médicos. Le cambió la bolsa de suero a Elia. Y entonces notó que era la última de la tanda que les había traído Nit.

—No qued... —No acabó la frase. El televisor... el televisor... Todo su cuerpo se tesó de golpe.

«Última hora» anunciaba el canal de noticias con letras rojas sobre un fondo amarillo «La policía descubre múltiples cadáveres en una cabaña de Randle, Washington».

Y entonces Isaac la vio. Vio la cabaña. Los cuerpos tapados con lonas blancas. Las manchas de sangre en el suelo. En las paredes. Las muecas de horror de los agentes.

El recuento de víctimas.

Sin pararse a pensar se encontró desenchufando el televisor de la corriente con un movimiento brusco. Sentía... Sentía... Apoyó una mano en la pared para no caer. Cerró los ojos con fuerza. Un suspiro. Se permitió un suspiro. Y los abrió de nuevo, su rostro una máscara de la impasibilidad más absoluta.

Todos lo observaban con preocupación y horror a partes iguales.

E Isaac lo sabía, sabía lo que estaban pensando. Sabía cómo todo de pronto parecía más real, como la amenaza parecía más cercana, más violenta; sabía cómo la preocupación por él había aumentado; sabía que Naia se preguntaba cómo podía permanecer impasible, de pie, funcionando; sabía que Naia... Sabía que Naia imaginaba ya el destino de Alma. Si no estaba ya tapada por una de esas mantas blancas lo estaría pronto.

E Idara... Idara debía estar debajo de una de ellas. Muerta. Degollada.

Pero él... no podía permitirse derrumbarse. No podía. Era su deber asegurarse de que su hermana se recuperara, de que estuviera a salvo. Y ellos... sus amigos... los había arrastrado hasta ese infierno, estaban metidos de lleno en él por su culpa. No podía cargarlos también con su miedo, con su espanto, con su preocupación, con las imágenes que lo asaltaban cada vez que cerraba los ojos.

No podía dejarse arrastrar por los cadáveres. Por el hombre del almacén al que le había cerrado los ojos. Por la furia del hombre que lo había acorralado en el pasillo hasta que Idara lo desintegró. Por el chico del instituto al cual había dado una paliza sin saber que el demonio ya había abandonado su cuerpo. Y por todos los otros. Por las siete víctimas que había en la cabaña cuando bajó con Alma a la planta baja. Y por todas las que se sumaron después. Por Idara. Por la parca. Por Elia. Por ellos.

Se obligó a mirarlos a la cara. A los ojos.

Nadie dijo nada. ¿Qué podían decir? ¿Qué podían decir ante eso?

Isaac tampoco lo sabía. Y por una vez deseó que Nit se materializara en la habitación, que acabara con el violento silencio que había inundado la decrépita habitación del motel.

No lo hizo.

—Joder... —murmuró Áleix para sí mismo entre dientes.

El aire escapó de Isaac con un suspiro nervioso un tanto irónico.

—Joder... —repitió—. Sí.

» No... —Dejó que la frase muriera en sus labios. No sabía ni qué iba a decir.

» Es la última bolsa de suero de Elia —murmuró finalmente.

—En ocho horas se habrá terminado —afirmó Asia. Ella entendía perfectamente a Isaac. El chico había tenido la cabaña, ella el almacén. Ninguno de los dos podría llegar nunca a olvidarlo, a llegar a dejar de sentir el horror.

Isaac asintió.

—Sí.

—Esto... debe haber alguna farmacia cerca... voy... voy a comprarlo. —Naia examinaba sus manos—. No tardaré. —Se levantó de la cama sin mirar a nadie a los ojos.

—Iré contigo. —Anunció Áleix también levantándose de la cama.

Una parte de Isaac sabía que no era prudente abandonar la habitación, que habían estado a punto de ser encontrados. Tenían que esperar a Nit, pero conociéndolo no tenían manera alguna de averiguar cuando aparecería. Podía tardar horas, o días. Y Elia no podía estar tanto tiempo sin hidratación y sustento.

Y sabía perfectamente que, aunque se sintiese tremendamente culpable y ansioso al respecto, los argumentos que habían usado Naia y Áleix cuando habían ido a ver a los Mercaderes seguían vigentes.

Lo querían a él, por tanto, tenía mucho más sentido y era mucho más seguro que fueran ellos. El simple hecho de que se alejaran de él los ponía un poco menos en peligro, y no podía negarles eso. Cada vez era más consciente de que si los encontraban no dejarían marchar a sus amigos sin más. Habían torturado a Elia, habían disfrutado, también lo harían con ellos. O simplemente los matarían.

Pero no lo hacía por eso. Y la culpabilidad aumentaba por ello.

—Asia... ¿puedes...? ¿puedes acompañarlos? ¿Ser sus ojos? —pidió sin atreverse a mirarla a los ojos. Había evitado sus miradas tanto como le había sido posible. Sabía que era de cobardes. Y aún así... necesitaba estar solo. Necesitaba poder derrumbarse. Dejar de fingir.

—Claro.

Abandonaron la habitación poco después.


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