Cuando la muerte desapareció

By onrobu

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¿Qué harías si, durante una maratón de películas de terror con tus amigos, empiezas a escuchar ruidos en la p... More

Prólogo
PRIMERA PARTE: Una pieza clave en el juego
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
SEGUNDA PARTE: Búsqueda y huida
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
TERCERA PARTE: Las marcas que deja en la mente
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 28
Capítulo 27
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
CUARTA PARTE: La muerte
Capítulo 48 (I)
Capítulo 48 (II)
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52

Capítulo 42

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By onrobu

—Le ha hecho algo. Le ha hecho algo para distraernos y asegurarse de que no vamos a buscarla —murmuró Isaac. Era lo único que tenía sentido, lo único que encajaba. Les había hecho prometer que no la liberarían bajo ningún concepto, y lo habían hecho. Eso le había dado la oportunidad de escapar, de seguir consumiendo lo que fuera que se había tomado, así que la había tomado.

Le había hecho prometerlo. A él. Se lo había pedido a él confiando que no rompería su promesa. Y él lo había hecho. Ahora Lilia no estaba y Elia se había sumido en una especie de sueño comatoso. De nuevo.

Era culpa suya. Sabía que era culpa suya, y aun así, una pequeña parte de él le aseguraba que lo había hecho para proteger a su hermana, para luchar por sus recuerdos.

Pero podría haberlo hecho mejor. Podría haber comprobado si la sal también afectaba a las brujas. Podría haber rodeado a Elia y Lilia con un círculo de sal para que no hubiese podido evaporarse de la habitación como le había sucedido a Asia.

Podía haber llevado a Elia arriba, haber mantenido a Lilia dentro del círculo, encadenada.

Pero no valía la pena pensar en ello. No lo había hecho. Y el daño ya estaba hecho.

Naia se llevó la mano al rostro.

—Mierda... —murmuró.

Áleix se mantenía más tranquilo. Observó a Isaac antes de hablar.

—Sabemos que la ha sumido en este estado de Cenicienta, pero... ¿le ha devuelto los recuerdos? Dijo que no tardaría en perderlos, si no lo ha hecho... ¿cuánto tardaran en desaparecer?

Naia volvió a maldecir, de nuevo andando de un lado a otro, presa del nerviosismo.

—Tenemos que... —dejó la frase sin acabar.

Llevar a Elia a un hospital ya no era una solución viable. Probablemente los médicos no podrían deshacer un trance mágico, recuperar recuerdos que habían sido ocultos con brujería. Entonces, ¿qué?

«Los Mercaderes».

—Una bruja... necesitamos una bruja —murmuró Asia llegando a la misma conclusión que Isaac.

Andando todavía más deprisa, Naia se sumó a su cadena de pensamiento.

Los Mercaderes... allí había... —Dejó la frase sin acabar al notar como Isaac movía levemente con la cabeza—. ¿Por qué niegas con la cabeza?

Áleix y Naia le habían descrito el lugar, sus ocupantes, las mercancías que se vendían. También hechizos. Sin Lilia ni Idara la solución pasaba por ellos, pero, tras lo que acababa de ocurrir ¿cómo confiarle la mente de su hermana a un desconocido? ¿Cómo confiarle la mente de su hermana a un desconocido que podría simplemente querer timarlos? ¿o que podía no saber lo que hacía? La misma Lilia les había mencionado la cantidad de fraudes que había notado.

Estaban llenos de miedo, esperanza y desconocimiento, eran las víctimas perfectas.

—No sabemos lo que hacemos. No conocemos este mundo. Lilia nos ha engañado. ¿Cómo sabemos que ellos no harán lo mismo? Somos los blancos idóneos.

—¿Y qué hacemos? ¿Nos quedamos sin hacer nada? —Había ironía en su voz, exasperación. Miedo. Estaban desesperados, y eso los hacía vulnerables.

Isaac se obligó a negar con la cabeza de nuevo.

—No lo sé. No lo sé.

Siguieron unos segundos de tenso silencio.

—A ver... —Asia se removió incómoda cuando todos se giraron para mirarla—. Por lo que habéis contado parecía un mercado, puestecitos pequeños. Un poco como los mercados de los pueblos ¿no? Y en ellos todos se conocen. O al menos sus reputaciones.

Isaac entendió al momento por dónde iban sus razonamientos. La solución pasaba por la magia, la magia por las brujas y las brujas por los Mercaderes. Era una cadena de hechos simples. No tenían manera alguna de acceder a la magia sino era a través del mercado. Eso estaba claro. Pero ¿cómo hacerlo de manera segura? o lo más segura posible, al menos. Podían tantear el terreno, descartar aquellos que acarreasen mala reputación, rumores de fraude o erratas. Podían...

El sonido de algo golpeando la madera del suelo cortó toda línea de pensamiento. Isaac lo identificó al momento, alguien se había materializado. Y el sonido provenía directamente de la habitación de su hermana.

Reaccionó al instante, levantándose del suelo tan pronto su mente unía los eslabones: el ruido y el significado.

Nit salió de la habitación cuando ni tan solo había dado un par de pasos en su dirección.

—¿Por qué tiene los ojos abiertos? No sabía que los humanos podían dormir así —Ignoró la expresión asustada del médium dirigiendo su mirada hacia sus acompañantes. Se dejó caer en el sofá sin reparo—. ¿Una reunión? ¡Qué interesante! —Había sarcasmo y falsa jovialidad en sus palabras.

» Bueno, a qué esperáis. Continuad. Continuad. Como si no estuviera.

Observó a los presentes con un brillo malicioso en los ojos antes de clavar la mirada en Isaac. Parecía estar riéndose de él.

—Aunque también podrías preguntarme como ha ido la caza. Muy bien, gracias. He eliminado a una veintena de demonios y también me he ocupado de un grupo de... ¿pequeños humanos que se creían grandes?

Nadie le preguntó que significaba que se hubiese ocupado de ellos. La respuesta... en parte la imaginaban, la sabían, pero no tenían necesidad ni querían corroborarla.

—¿Siempre eres así? —La pregunta abandonó los labios de Naia antes de que pudiera contenerla. Se arrepintió al instante, consciente de por dónde iría la respuesta de Nit.

—¿Así cómo? ¿Increíble? ¿Maravilloso? ¿Lo más de lo más?

La chica le regló una sonrisa asqueada.

—Que básico. Que cliché.

Nit se acomodó en el sofá llevándose las manos a la cabeza en una postura todavía más exagerada y presumida.

—Eso se tendría que ver —ronroneó con una gran sonrisa—. Te prometo que me salgo de los esquemas.

Isaac notó como a pesar de las pullas, sus ojos examinaban con disimulada atención cada resquicio del lugar. Durante unos breves instantes se quedaron clavados en la mesa de la cocina, llena de los utensilios que había usado Lilia, antes de volver a posarse en los presentes.

—Como no os veo muy interesados en contarme vuestra discusión, plantearé yo las preguntas.

» ¿Habéis tenido invitados? ¿Puede que alguna bruja?

Elevó sus cejas prácticamente inexistentes, de tan rubias que eran, esperando una respuesta.

Isaac dudó si contarle lo sucedido. Una parte de él sentía vergüenza de lo ocurrido, de cómo lo había manejado, y, además, sabía que Nit haría algún comentario malicioso sobre ello. Tampoco sabía si podía confiar en él, pero, por otro lado, conocía el mundo sobrenatural. Podía orientarlos. Decidió arriesgarse. Su orgullo no valía ni una infinita parte de lo que valía la salud y recuerdos de Elia.

Elia era lo único que importaba.

—Idara tuvo aquí todo el tiempo oculta a una bruja. Ella borró los recuerdos de mi hermana, pero algo salió mal y nos olvidó. Nos había pedido que la atáramos después del hechizo, pero la desatamos para que pudiera arreglarlo, sumió a Elia en una especie de trance y se fugó —explicó con claridad y fingida seguridad.

El médium esperó a que llegaran las críticas, los comentarios burlones. No lo hicieron. Nit lo examinó con el rostro inexpresivo. Bajó los brazos que había mantenido en la cabeza, incorporándose en el sofá.

—¿Lilia Alaire? ¿Lo hizo Lilia Alaire? —Su voz era plana, carente de flexión. Y aun así Isaac supo que algo iba mal. O peor de lo que ya estaba yendo.

—Sí. ¿Por qué...?

—Mierda. —La parca cerró los ojos instantes. Y entonces se levantó revelando toda su altura, su imponencia, su espada siempre presente en la funda que traía en la espalda, un recordatorio de su letalidad, de su poder.

» Tenéis que iros ya. ¡Ya!

» ¡Es una bruja de sangre, joder!

—¿Qué...?

—No. «¿Qué...?» No. ¡Fuera! ¡Ya!

» ¡Os ha vendido! ¡Os ha vendido! ¡Os está vendiendo en este preciso instante por un poco de sangre demoníaca, joder!

» Coged el todoterreno y salid ¡ya! ¡Ya! Dirigiros al motel All in, esperadme allí. Esto se llenará de demonios muy pronto.

Desapareció al momento que la última palabra abandonó su boca, desenfundando la espada en el proceso.

—¿Qué...? —El ceño de Naia se había fruncido de preocupación.

Isaac no la dejó acabar la frase. Había visto a Nit en la batalla, había visto su destreza, su superioridad, su despreocupación. Y en ese momento la urgencia había teñido su voz. Tenían que salir de allí de inmediato.

—¡Hacedle caso! ¡Voy a buscar a Elia! —gritó Isaac corriendo hacia su habitación. Su hermana seguía tan inmóvil como la habían dejado un par de horas antes, los ojos abiertos mirando la nada a pesar de que se los habían cerrado innumerables veces. Siempre volvían a abrirse.

El médium la cogió en brazos esquivando su mirada. Durante sus días en la granja había recuperado parte de la vida que los demonios le habían robado, pero aún así su cuerpo seguía sin pesar nada, sus huesos se marcaban bajo su piel, sus extremidades cayeron flácidas a su lado. Inertes.

Isaac se tambaleó tras un par de pasos, puntos negros bailando en su campo de visión. Tras un par de parpadeos serró los dientes y siguió adelante.

En el comedor Naia acababa de apilar un par de libros sobre demonios y uno sobre fantasmas mientras Áleix sacaba sus insulinas de la nevera y reunía en sus brazos tanta comida como podía llevar.

Isaac consiguió llegar a la puerta.

—Vamos. ¡Tenemos que irnos! —los apresuró. La chica pasó veloz por su lado dirigiéndose al asiento del conductor. Era sin duda quien más experiencia tenía conduciendo, todavía más por caminos montañosos—. ¡Áleix! ¡Coge la sal!

Tras echar toda la comida y la bolsa de sal en el maletero, Áleix abrió una de las puertas de los asientos traseros para que Isaac pudiera colocar a Elia. Su cabeza cayó hacia un lado tan pronto la sentó.

Y mientras el chico se montaba en el asiento del copiloto, Isaac se quedó solo con Asia.

Sus ojos se habían abierto levemente, sus manos jugueteaban con los bajos de su bata. No podía ir con ellos. Al menos no de inmediato. No podía subir al coche.

Isaac observó esos ojos azabaches, esas manos que había tocado apenas unos días antes.

—Ven —la apremió. Alma... Alma le había dicho que podía llegar a tener poder sobre las almas, ¿no? Asia había conseguido llegar a materializarse varias veces, él había logrado tocarla, hacerla corpórea. ¿Y si podía...?

—No...

—Ven —repitió indicándole que se acercara a él. Naia seguía enfrascada en los cables de debajo el volante que Nit había dejado al descubierto tantos días atrás. Cómo sabía Naia que hacer con ellos era un misterio.

Asia llegó a la puerta de detrás con la confusión escrita en el rostro y entonces Isaac dirigió su mano a la suya sin vacilar. La calidez la invadió tan pronto sus pieles entraron en contacto.

Esa vez, el chico no se permitió saborear el momento. No tenían tiempo, su mirada constantemente llamada hacia el bosque, expectante, precavida. Los fantasmas seguían rodeando la granja, observándolos, murmurando.

—Prueba a tocar el coche —le ordenó. Si tenía razón... rezó porque así fuera. Apretó con más fuerza la mano que mantenía unida a la de Asia.

Y con la otra, Asia rozó el metal del vehículo. La perplejidad pasó a adornar sus facciones.

—¿Cómo...?

A pesar de que Isaac quería sonreír, quería admirar su asombro, dejarla volver a experimentar la corporeidad... a pesar de que quería... no tenían tiempo. No en ese momento. No cuando en cualquier momento podía aparecer un demonio, cuando en cualquier momento podían ser emboscados. Cuando en cualquier momento podían volver a llevarse a Elia. A Naia. A Áleix.

—Entra en el coche. Sube —le pidió—. No te soltaré.

Unos segundos después dejaban atrás el que había sido su refugio durante toda esa pesadilla. 


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