Vidas Cruzadas El ciclo. #4 E...

Від AbbyCon2B

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En el esplendor del siglo XIX, Peter Morgan había nacido en el centro de una de las familias más importantes... Більше

Nota de la autora.
Recapitulando.
A saber para la historia.
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ACLARACIÓN SOBRE LA MONEDA (+bonus)
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RECORDATORIO.
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Від AbbyCon2B

Aquí dejo otro capítulo que espero les guste mucho. 

Les comento que Peter Eades tiene una fanpage en Instagram, pueden encontrarlo como peterjameseades y apoyar la cuenta que sube fragmentos de los capítulos y edits muy bonitos 💖

Si disfrutan la lectura, por favor, apóyenme con votos y comentarios, por lo que he visto bajó mucho la cantidad de lectores en este libro y agradecería el apoyo. Love u all ♥

26 de julio 1897.
Londres, Inglaterra.

El viaje hasta Londres duró un par de horas en las que Roland durmió y Peter admiró el paisaje. No había mucho en el camino, salvo campos y casas aisladas, pero supo cuando comenzaba a entrar en la ciudad, porque los caminos de tierra fueron remplazados por calles de piedra y las casas empezaron a aparecer con más frecuencia hasta convertirse en cuadras completas y compactadas.

Miró hacia Roland a su lado, que seguía profundamente dormido con la mejilla apretada en su hombro e intentó despertarlo con cuidado, aunque le apenara. Se veía tan cómodo y tan relajado cuando dormía.

Le apretó suavemente la pierna, moviéndola un poco para que se enderezara y cuando eso no funcionó, intentó mover su hombro para que levantara la cabeza. Roland lo miró con sus ojos entrecerrados, se tomó un minuto para intentar orientarse y cuando recordó que dormía sobre el hombro de Peter, se enderezó y espabiló en un segundo.

—¿Qué sucede?

—Estamos llegando —explicó y alcanzó su bolso en el suelo entre sus piernas—. Pensé que sería conveniente que fuera despertando.

—Sí, por supuesto...Oh...—. Bostezó, cubriéndose el rostro con su antebrazo y estudió el entorno—. Fue un viaje rápido ¿no? Siento que apenas dormí unos minutos.

—Cuatro horas —informó revisando en su reloj de bolsillo—. Y todavía debemos conseguir un lugar para pasar la noche.

—¿Cómo un hotel?

—Sí, un hotel servirá.

Esperó hasta que el tren entró en la estación y se detuvo junto a una plataforma y entonces, abandonó el banco siguiendo a Roland y fueron en fila por el corredor hacia las puertas.

Era el último viaje que entraba en la estación pasada la media noche y el lugar ya estaba por cerrar hasta la madrugada. Solo quedaban un par de guardias y todas las luces estaban apagadas, a excepción de aquellas alumbrando la plataforma número cinco por la que circulaban.

Peter esperó entre la multitud, para poder recuperar sus maletas que los empleados descendían del tren y cuando tuvo todo, dejó que Roland cargara con la más pequeña y que no le haría daño en la costilla lastimada y se encargó de su gran baúl y la otra maleta que apoyó encima.

—¿Hacia dónde?

Se encogió de hombros y señaló hacia las escaleras que llevaban al puente que conectaba las plataformas

—Siga a esas personas.

Roland obedeció y Peter lo siguió de cerca, aunque debía caminar más lento con el baúl en brazos, especialmente al subir los escalones sin llegar a ver dónde pisaba.

Cruzaron el puente hasta la plataforma número seis y desde allí, pudieron acceder al edificio principal y alcanzar la puerta que conectaba con el patio donde los taxis esperaban por pasajeros.

Siguieron caminando hacia la calle, con Roland mirando sobre su hombro cada tanto para asegurarse de que Peter lo seguía y estaba bien y una vez cruzaron el enorme panteón de piedra en la entrada, sostenido sobre cuatro columnas corintias, se detuvieron en la acera y Peter bajó sus maletas.

—Veamos...—. Buscó en su bolsillo por las monedas que le quedaban para contarlas y se acomodó el sombrero en la cabeza—. Nos quedan doce chelines hasta que vayamos al banco, así que esto tendrá que alcanzarlos para esta noche.

—¿Y dónde nos hospedamos? —. Estudió el entorno y los edificios frente a la estación y detuvo su atención en el hotel que tenían enfrente—. No parece haber nada económico cerca.

—Podríamos tomar un taxi —propuso y señaló hacia un carro de dos ruedas a unos pasos de ellos—. O podemos preguntar el precio por la noche en ese hotel.

Roland miró de regreso al edificio que tenían enfrente y lo señaló.

—¿Ese?

—Sí. ¿No le gusta?

—No es eso, es solo que...Parece costoso.

—Es mejor que gastar en un taxi, buscando por un alojamiento más económico que podríamos nunca encontrar.

Se encogió de hombros y se limitó a seguirlo hacia donde él quisiera. No iba a decirle que hacer con su dinero o cómo administrarlo y siempre y cuando no gastara más por su culpa, se guardaba sus comentarios, pero dudaba que el hospedaje en ese hotel fuera económico. 

Cruzaron la calle, esquivando el tráfico que todavía era abundante a pesar de la hora y se encaminaron hacia una de las entradas del Euston Hotel, que gobernaba toda la cuadra enfrente de la estación con dos pasajes en los muros de ladrillos para que los carros pudieran seguir circulando a través de la cuadra sin interrupciones.

A simple vista, su estructura no tenía nada impresionante, era un edificio de cinco pisos, con ladrillos de piedra a la vista y las ventanas dispuestas de forma simétrica, separadas por la misma distancia y con las mismas cortinas blancas en el interior, pero incluso si su fachada era ordinaria, Roland sabía que debía ser un lugar costoso por el simple hecho de estar ubicado en una zona de la ciudad que seguía despierta y activa incluso pasada la medianoche.

Siguió a Peter de cerca, llevando su bolso colgado al hombro y una maleta y subieron las escaleras hacia el sencillo porche que llevaba hacia una puerta simple flaqueada por dos columnas dóricas. El interior dejaba brillar un poco más de su grandeza y extravagancia y era la primera vez que Roland había estado en un lugar como ese.

Veía hoteles lujosos todo el tiempo en Nueva York, especialmente durante sus noches trabajando en la avenida de Broadway (donde estaban la mayoría de sus clientes), pero nunca había entrado en ellos. Con su aspecto callejero y su reputación, no le habrían permitido siquiera pararse en la puerta, así que fue difícil no abrir la boca de asombro y girar en el lugar mientras caminaba.

Todo el recibidor estaba teñido por el tinte anaranjado de las luces y le tomó un minuto percatarse de que no eran velas, sino luz eléctrica. Todavía no se acostumbraba a esa innovación tecnológica que había aparecido por todos lados de un segundo a otro cuando se había mudado a Nueva York.

Había pasado de vivir en un pueblo aislado alumbrándose con velas a caminar por las calles de Manhattan, donde cada calle y edificio se encendía como por arte de magia cuando caía la noche y le había tomado un tiempo descubrir de qué se trataba. Electricidad. Seguía sin tener idea de cómo funcionaba o qué era y todavía parecía magia, pero era bonito.

Especialmente con ese tono anaranjado que veía reflejarse en el suelo de cerámicas del hotel y que caía sobre el cabello de Peter y resaltaba sus rasgos.

El enorme recibidor estaba decorado con algunas flores y paredes blancas talladas. Tenía cuadros de paisajes pintorescos adornando las paredes y un par de sofás de aspecto muy cómodo acomodados contra estas para descansar. Las escaleras subían hacía el primer y segundo piso, que podía llegar a ver desde donde estaba y tenían una barandilla de piedra cerrando los pasillos.

Peter bajó su baúl al suelo cuando alcanzaron el amplio mostrador de caoba oscuro al final de la entrada y esperaron en una fila de varias personas hasta que le atendieran.

—Pediré una habitación para los dos si no le molesta —explicó, en lo que contaba sus monedas—. Y mañana tendremos que ir por el banco a primera hora, porque no creo me sobre mucho de esta noche.

—Yo podría dormir afuera ¿sabe? No me molesta y así no tendrá que gastar más de lo necesario en usted.

—No le dejaré dormir en la calle —espetó, ofendido y lo miró—. ¿Por quién me toma, señor? Somos compañeros ahora, así que nos quedamos juntos.

—Comprendo eso y lo aprecio, pero este lugar es...—. Miró a su alrededor y ni siquiera supo cómo describirlo—. Solo, creo que es mejor si yo duermo en otra parte.

Peter negó y ni siquiera lo miró o continuó con la discusión. Tenía ese carácter mandón y testarudo que podía ser tan admirable como estresante a partes iguales y Roland lo dejaba y nunca discutía, no porque no tuviera el mismo carácter la mayor parte del tiempo, sino porque estaba demasiado agradecido como para querer ser un problema.

Avanzaron por la fila hasta llegar al mostrador y Peter empujó su baúl con un pie y se apoyó en la mesada frente al administrador.

—Buenas noches, señor. ¿Cuánto costaría hospedarse la noche?

—¿Habitaciones separadas? —inquirió el hombre y bajó la vista hacia el libro con precios que tenía extendido enfrente.

—No, una habitación y comodidades compartidas.

—Entonces eso sería diez chelines y ocho peniques la noche, caballero.

Roland ahogó un jadeó y Peter ni siquiera reaccionó.

No sabía mucho de la moneda inglesa, pero sabía hacer cuentas básicas y si Peter le había dicho que tenía doce chelines y ahora gastaría diez, podía concluir que no le quedaría mucho más.

—¿Incluye la comida?

—Para una persona —aclaró el hombre—. El costo incluye desayuno con café y carne fría, cena con sopa y pan y el resto de las comodidades y servicios del hotel para una persona. 

Peter asintió y cuando le entregó las monedas, el hombre le ofreció una llave con una etiqueta colgando que lucía el número de su habitación y señaló hacia las escaleras.

—Suban al segundo piso y dejen sus maletas que el botones se encargara de llevarlas.

Peter agradeció con una inclinación, esperó hasta que uno de los botones se acercó para cargar con sus maletas y las de Roland y luego tuvo que tomar la mano de Roland para hacerlo avanzar, porque se había quedado congelado en el lugar, mirando hacia el botones que se marchaba con sus cosas.

—No he gastado más de lo que habría gastado estando solo, así que no se preocupe.

—Pero ha gastado casi todo su dinero —señaló y parpadeó un par de veces volviendo en sí—. No quiero ser grosero o dar la impresión de que me creo con mayor confianza de la que debería, pero no me parece una decisión muy prudente.

—Tengo veinte libras en el banco —susurró para que nadie más fuera a escucharlos y Roland frunció el ceño. No tenía idea cuánto dinero era eso—. Y es bastante, señor, suficiente para sobrevivir un par de meses, así que gastar diez chelines en tener una primera noche cómoda después del largo viaje, no nos hará daño ¿sí? ¿Confía en mí para administrar nuestra economía o prefiere hacerlo usted?

—¿Cómo? No, no, confío en usted y perdone si he sugerido lo contrario, tan solo...Bueno, no estoy acostumbrado.

Lo siguió por las escaleras hacia el segundo piso, caminando detrás del botones que llevaba sus pertenencias y lo guiaba y cuando se detuvieron frente a la puerta sesenta y ocho, Peter revisó la llave y la colocó en la cerradura para abrirla.

Entró primero y Roland tardó un segundo en seguirlo cuando se percató de que el botones esperaba por él para entrar detrás. Jamás terminaría de entender esas costumbres de los ricos con la jerarquía entre sus empleados y tampoco se imaginaba llegando a disfrutarlo.

Había tenido suficiente experiencia con hombres adinerados, como para aprender a odiarlos a todos por igual y sin discriminar.

Tragó con dificultad cuando entró en la habitación y estudió el entorno intentando no quedarse boquiabierta como idiota. No entendía como Peter podía estar tan relajado en ese espacio cuando él se sentía como un pez fuera del agua, pero también debía admitir que encajaba con el hotel a la perfección.

Si no fuera por la ropa de segunda clase, Roland jamás imaginaría que era un hombre trabajador y no uno de esos aristócratas que vivían en mansiones gigantes en el campo. Tenía los rasgos y la actitud de un hombre adinerado, incluso los modales y la educación, por la forma como hablaba y como se sentaba siempre recto y comía de a pequeños bocados y no había forma de atraparlo intentando quitarse un trozo de carne de la muela en presencia de otros.

—¿Dónde desean que deje sus cosas, caballeros?

Peter señaló hacia el suelo junto a la cama con su atención puesta en su libreta de bolsillos y ni siquiera parpadeó un ojo hacia el botones mientras este bajaba el baúl al suelo y acomodaba las maletas más pequeñas sobre este, tratándolas con la delicadeza de un cristal.

Roland se acercó para ayudarlo cuando el bolso se le deslizó por el hombro y casi golpeó el suelo y le concedió una sonrisa, en un intento por reconfortarlo y asegurarle que no había problema. No tenía nada frágil o de valor en su bolso.

El botones le sonrió de regreso, se despidió con una inclinación demasiado elaborada para su gusto y luego empezó a alejarse hacia la puerta.

—¿Podría pedir que suban la cena cuanto antes? —interrumpió Peter antes de que se marchara y giró para mirarlo—. No quisiera acostarme muy tarde.

—Por supuesto, señor, informaré en la cocina de inmediato.

—Gracias.

La puerta se cerró tras su retirada y Roland se la quedó mirando y luego volvió su atención hacia Peter. No sabía que tanto escribía en su libreta, pero imaginaba estaba organizando sus tareas para el nuevo día. Ir al banco siendo de las más importantes; eso y conseguir una casa, pues no podían gastar otros diez chelines en el hotel para otra noche.

Se quedó parado en el centro de la habitación sin saber qué hacer y Peter empezó a desabrocharse su chaqueta y la dejó en el respaldo de la silla junto a un escritorio y apoyó el sombrero en este.

Se veía tan relajado en esa habitación en comparación con el aspecto que había llevado en las últimas noches, que era imposible no asumir ese era el entorno al que estaba acostumbrado. Lo habría creído si no tuviera sentido, después de todo, no había motivo para que un hombre adinerado empezara a vivir como un simple y humilde hombre a los diecisiete años a menos que 1) lo hubieran desheredado o 2) su familia estuviera arruinada.

Podía ser que fuera el caso y Peter estuviera demasiado avergonzado para mencionarlo, pero lo había notado honesto en las pocas veces en las que había mencionado a su familia y la buena relación que tenía con ellos. Además, le había obsequiado veinte dólares en el puerto y un hombre arruinado no hacía eso. ¿Significaba entonces que era un ricachón que elegía vivir como un pobre? No, eso no tenía sentido.

Forzó una sonrisa cuando Peter miró en su dirección y decidió hacer algo, así que empezó a quitarse su chaqueta y el sombrero como él.

—¿No le gusta la habitación?

—¿Uhm? ¿Por qué lo dice?

—Las últimas dos veces no perdió oportunidad de señalar lo lujosas que eran nuestras acomodaciones, pero está callado ahora —explicó y Roland se encogió de hombros y rio.

—Creo que, si señalara el lujo en este cuarto, estaría señalando lo obvio.

—¿Entonces nuestro hospedaje en el barco no le pareció un lujo?

—Para mí sí, era más de lo que acostumbro tener. Esto ya es un castillo —explicó, señalando el entorno y se detuvo junto a la bañera contra la pared y la cual enfrentaba la cama—. Hasta hay una bañera de cerámica. ¿Por qué pondrían una bañera de cerámica frente a la cama?

—Es una habitación privada, no habría motivo para no poner una bañera frente a la cama —. Se acercó a su lado para observar la bañera y el espejo que tenían enfrente, colgado en la pared sobre esta y cruzó los brazos al frente—. ¿Quiere bañarse?

—¿En una bañera? Joder, sí —rio y Peter lo acompañó y abrió la canilla para que saliera el agua caliente—. Hasta tiene agua caliente...Vaya.

—¿Nunca se bañó en una bañera antes?

—Solo de madera y no era muy cómoda —. Observó cómo comenzaba a llenarse de agua y Peter se alejó hacia sus maletas para buscar su pijama—. Esto se ve mucho más sofisticado. ¿Usted ya se había hospedado en un hotel como entes antes?

—No —mintió sin mirarlo y Roland frunció el ceño.

—¿No? Qué raro, parece tan familiarizado, aunque quizás sea impresión mía. Usted es mucho mejor adaptándose a los cambios que yo.

Dudaba fuera verdad, porque en realidad estaba teniendo muchos problemas adaptándose a la vida humilde y si había elegido hospedarse en ese hotel, había sido solo para obtener un respiro de toda la pobreza y volver a un terreno seguro y familiar por un segundo. Probablemente el último segundo que tendría, pues una vez tuviera el dinero del banco, ya no podría gastar en más lujos innecesarios.

No dijo nada al respecto y simplemente se quitó los zapatos y tomó una de las toallas que el hotel tenía en los armarios y la dejó en un banco cerca de la bañera para Roland.

Dejaría que se lavara primero y luego haría lo mismo. Lo necesitaban después de toda una semana en el barco sin haber tomado una ducha y soportado el calor del Atlántico.

Roland cerró las canillas cuando el agua llenó la bañera lo suficiente como para no desbordarla cuando se metiera en ella y buscó en su bolso sobre el baúl por su pijama. Tenía su pantalón y camisa de lino que necesitaba lavar cuanto antes y, por lo tanto, decidió ponerse su camisa del traje limpio y que no había usado en toda la semana y una de sus tantas pantaletas limpias.

Dejó sus zapatos en el suelo junto a la cama, se quitó las medias y cuando fue hacia la bañera para desvestirse junto a esta, Peter apartó la mirada y se concentró en mirarse los pies desnudos, sentado al borde de la cama.

Fue demasiado consciente del sonido de la ropa cuando Roland comenzó a desvestirse. Escuchó como desabrochaba el pantalón y lo deslizaba por sus piernas, como el chaleco y la camisa caían en el suelo sobre este y luego el sonido del agua, cuando metió sus pies y se sentó en la bañera cuidadosamente.

Solo una vez supo ya estaba oculto en el agua, se atrevió a mirar en su dirección y sonrió al verlo recostarse contra el borde de cerámica y cerrar los ojos.

—¿Cómodo?

—Bastante. Oh, el agua está muy agradable...Aunque es bastante pequeña —señaló y Peter rio al ver sus rodillas asomando por sobre la superficie del agua, porque no tenía suficiente espacio para estirarlas un poco más—. Que malo es esto, le encontraré el gusto y luego será horrible volver a bañarme en los baños públicos.

Peter se rio y dejó la cama para tomar los productos para el cabello del armario y entregárselos. Roland los tomó con el ceño fruncido, como si estuviera entregándole veneno y los sujetó con sus manos mojadas en lo que leía las etiquetas.

—¿Tónico para el cabello? ¿Me quedaré calvo? Bueno, sí, no sé para qué pregunto. ¿Ya vio mis entradas? Qué vergüenza me dan...

Se rio y se arrodilló en el suelo junto a la bañera para estar a su altura y observar su cabello cuando él lo arrastró hacia atrás revelando las entradas, las cuales ni siquiera tenía, por supuesto. Solo estaba la línea normal del cabello en su frente y aunque podía empezar a retroceder con los años, todavía no había comenzado y, de hecho, su cabello se veía muy sano, de un color dorado cobrizo casi castaño y abundante, por lo que se alborotaba en su cabeza cuando estaba seco y necesitaba cepillarlo para que no se saliera de control.

—No se quedará calvo y ni siquiera tiene entradas, no se preocupe. Esto es como un champú, pero en líquido.

—Champú —repitió y retiró el tapón para acercar la botella a su nariz—. Siempre usé el que venden en barras, que es más económico...Mmm, huele rico.

Se puso un poco en la mano, antes de regresarle la botella que Peter se encargó de tapar y luego empezó a frotarlo en su cabeza y masajearlo hasta que consiguió hacer un poco de espuma.

Peter lo observó, sentado en el suelo junto a la bañera con su brazo apoyado en el borde de esta y el mentón sobre una mano y tan solo cuando se percató de lo íntimo del momento, se obligó a ponerse de pie y buscar algo más con lo que distraerse.

No tenía sentido que estuviera sentado junto a la bañera, acompañándolo mientras se bañaba como sus padres solían hacer desde que tenía memoria y sin embargo (y por algún motivo que desconocía) el acto se había sentido tan natural entre ellos. Incluso Roland no lo había notado hasta que vio como Peter se alejaba nervioso y limpiaba el sudor de sus manos en el pantalón.

Se aclaró la garganta cuando terminó de enjuagarse el cabello y forzó una sonrisa.

—Prefiero el jabón —concluyó y Peter se rio y lo vio enjuagarse la espuma del rostro con ambas manos y tomar su jabón para limpiarse el cuerpo—. Pero me gusta la bañera, podría quedarme aquí toda la noche.

—Tómese su tiempo y disfrútela, lo merecemos después del viaje.

—Empiezo a entender porque a los ricos les gusta tanto hospedarse en hoteles —. Miró sobre su hombro cuando llamaron a la puerta y tuvo el impulso de cubrirse el pecho con ambos brazos cuando Peter fue a abrir—. Que no entren, señor Eades.

Peter asintió y tan solo abrió una pequeña ranura en la puerta, habló con el servicio a la habitación y tomó la bandeja que la mujer traía sin invitarla a entrar y cerró con el pie cuando ella se hubo marchado.

—Nuestra cena. Tendremos que compartir.

—¿Qué es? —inquirió y alcanzó su toalla para cubrirse al tiempo que se ponía de pie e intentaba ver los platos en la bandeja.

Peter dejó la bandeja sobre la cama, tomó la carta con la presentación y la abrió para leer su contenido.

Consommé de Sarah Bernhardt, filet de sole à la Garbure, haricots verts a la Villars y fruta de postre.

—No tengo idea de lo que acaba de decir —rio y se acercó envuelto en su toalla—, pero se ve delicioso.

—Pruébelo —ofreció y dejó la carta de presentación a un lado para tomar el tenedor de plata y el cuchillo y cortar un trozo del pescado—. ¿Le gusta el pescado ¿no?

Roland asintió y cuando Peter acercó el tenedor a sus labios con una mano debajo para no gotear la salsa sobre el suelo, abrió la boca y probó. El pescado se deshacía en su paladar sin tener que masticarlo y podía sentir el jugo de la naranja en la salsa que lo humedecía.

Saboreó con gusto, asintiendo mientras terminaba de masticar y Peter sonrió y dejó los cubiertos en el plato para ir a llenar la bañera otra vez para su baño.

—¿Usted no probará? Está muy rico —aseguró y se cortó otro trozo, parado junto a la cama donde estaba la bandeja—. Nunca había probado nada como esto.

—Sírvase usted, de todas formas, no tengo hambre.

Se quitó el chaleco mientras la bañera se llenaba con agua limpia y buscó en su baúl por su jabón y su toalla para dejarla cerca de la bañera donde pudiera alcanzarlo.

Roland probó otros bocados de todo lo que había en el plato, que parecía una cantidad generosa para solo un hombre y luego se contuvo. Incluso si estaba delicioso y quería seguir comiendo, no dejaría a Peter sin cena cuando no había tenido nada en todo el día y además él había pagado. Podía mentir y decir que no tenía hambre, pero simplemente no le creía, debía estar famélico cuando su última comida había sido en el desayuno antes de dejar el bar en Liverpool.

Lo observó cuando terminó de desvestirse junto a la bañera y a través del espejo, pudo apreciar todo lo que su espalda ocultaba. Desde su abdomen plano y el torso de aspecto suave y terso, con un puñado de vellos castaños salpicando sus pectorales y descendiendo por su vientre en una línea fina hasta el valle en su pubis.

Apartó la mirada bruscamente cuando encontró sus ojos en el espejo y se obligó a regresar su atención a la comida y carraspeó.

—Le dejaré...Uhm...Dejaré la cena para usted.

Peter lo observó por el espejo, cuando se sentó en el borde de la cama y empezó a vestirse sin retirar la toalla que cubría su cuerpo hasta que sus pantaletas estuvieron en el lugar y solo su torso estaba desnudo.

Tragó con dificultad y se concentró en cerrar las canillas de la bañera cuando tuvo suficiente agua y sumergirse lentamente para no derramarla. Era una experiencia agradable después del estresante viaje y sonrió sin poder evitarlo y se permitió recostarse contra el borde de cerámica y extender sus brazos sobre los lados.

—¿Muy cómodo ¿verdad? —sonrió Roland y tuvo que darle la razón todavía con los ojos cerrados—. Ojalá pudiéramos vivir aquí, seríamos tan felices, señor Eades.

—Algún día podremos —aseguró y abrió los ojos al enderezarse y flexionar las piernas hacia el pecho—. Debemos soñar en grande usted y yo, señor Josey. Ya que estamos juntos en esto, digo que hagamos planes para nuestro futuro.

—¿Sí? ¿Y qué futuro le gustaría?

—Una casa con una bañera como esta y muchos sirvientes, para no tener que preocuparnos nunca por las tareas del hogar.

Roland se rio y se sentó en la cama en posición de loto con la camisa desabrochada en su cuerpo.

—¿Sirvientes? Necesitaríamos mucho dinero para eso, señor Eades.

—Pero lo conseguiremos. Usted y yo, juntos. Podríamos tener nuestro propio negocio y dividir las ganancias.

—Soy muy tonto para tener un negocio —aseguró y se agarró uno espárragos del plato—. Pero usted puede hacerlo, es inteligente y tiene una educación muy completa.

—Usted también es inteligente —. Roland se rio—. Lo digo en serio, lo es. Sobrevivió solo desde que tenía mi edad ¿o no? Se requiere mucha inteligencia y habilidad para hacer eso.

—No la misma inteligencia que se necesita para montar un negocio, pero lo apoyaré. Puede estar seguro de que nunca le faltará un aliado conmigo a su lado.

Sonrió sin poder evitarlo y dobló los brazos en el borde de la bañera, mirando hacia él y recostó el mentón sobre estos.

—Pensaba ir a la Universidad aquí en Londres —confesó y Roland se agarró otro esparrago del plato—. Supuse que sería un buen lugar para crear conexiones con hombres importantes, pero creo que no consideré muy bien los gastos que implicaría.

—Podemos investigar —propuso y mordió el esparrago—. Seguro habrá alguna Universidad que lo acepte por lo inteligente que es o quizás pueda pagarla con ese dinero que tiene en el banco.

—Pero es todo lo que tenemos para sobrevivir, señor Josey.

—Conseguiremos un trabajo —aseguró—. Al menos yo lo haré y cuidaré de ambos. Esa será mi colaboración después de todo lo que usted hizo por mí.

—No dejaré que me mantenga por el resto de mis años académicos —rio como si fuera una broma demasiado graciosa—. Ambos trabajaremos, pero primero debemos conseguir en qué. Leí en los periódicos que había muchas huelgas en la ciudad.

—Siempre hay algo para hacer, incluso en los tiempos más difíciles, así que conseguiremos algo y usted podrá ir a la Universidad —. Se chupó los dedos cuando terminó su segundo espárrago y contuvo el impulso de tomar otro—. Sería un desperdicio que no fuera con lo inteligente que es y la educación que tiene. Graduado con diecisiete años; no conozco muchos hombres que logren eso.

No en la clase baja, pensó Peter, pero no pudo decirlo y le sentó mal seguir mintiéndole. Roland parecía tan honesto y gentil, que se sentía incorrecto hacerle creer que compartían un pasado en común o experiencias, cuando sus vidas no podrían haber sido más opuestas.

Giró en la bañera, para enfrentar el extremo opuesto y tomó el tónico del banco a su lado y empezó a lavarse el cabello. Se enjabonó, en lo que Roland lo esperaba acostado en la cama, mirando hacia el techo para no quedarse como bobo babeando sobre su atractivo y cuando terminó, dejó la bañera, se secó y se puso su camisa de dormir que le llegaba hasta los tobillos.

—Deberíamos viajar por Europa —propuso y Roland frunció el ceño en su dirección cuando se acomodó en la cama a su lado.

—¿Cómo dice?

—No ahora —aclaró—. Pero deberíamos tener metas y aspiraciones para motivarnos a seguir adelante y no rendirnos. Viajar por Europa podría ser una de esas metas.

—Europa —repitió y se alzó en ambos codos. Podían verse en la cama desde el espejo sobre la bañera que tenían enfrente—. ¿Ese es un país?

—Continente y tiene muchos países; Francia, Italia, España...Imagine viajar por todos esos lugares y conocer tantas culturas diversas. ¿No le gustaría?

—Pues sí, hace que suene muy bonito, pero yo no me veo logrando algo como eso. Solo míreme.

—Lo miro —aseguró y sus ojos se encontraron—. Y veo un hombre con potencial, pero demasiado asustado para usarlo.

Se rio sin poder evitarlo, entre nervioso y halagado y desvió la mirada hacia el espejo otra vez y luego hacia sus pies desnudos cuando hizo mover sus dedos en un intento por distraerse con algo.

Tomó impulso para sentarse a su lado y Peter acomodó la bandeja con la cena entre ellos para que ambos comieran y le ofreció otro esparrago, que Roland se había contenido de agarrar.

—Europa —repitió y le dio un mordisco—. ¿Seremos muy ricos entonces? ¿Ese es su sueño?

—Así es, ricos y exitosos. Usted y yo. ¿Qué le parece?

Se rio, porque todavía le sonaba descabellado, pero terminó alzando los hombros.

—Está bien, si usted cree que es posible, entonces yo lo sigo.

Peter decidió que debían cerrar ese sueño en común con una copa de vino, así que tomó la botella cerrada sobre la bandeja, le quitó el corcho y tomó la única copa que les habían subido y sirvió suficiente para ambos.

—Por nuestro sueño en común, señor Josey —brindó al aire y dio un primer sorbo, antes de entregársela para que él también bebiera.

—Por nuestro sueño en común.

Terminaron de cenar juntos, compartiendo los cubiertos en cada bocado y cuando los platos estuvieron vacíos, Peter dejó la bandeja sobre el escritorio, Roland se abrochó la camisa, se cepillaron los dientes en el lavado contra el lado opuesto de la habitación, donde las luces eléctricas en la pared dejaban a Roland hipnotizado y luego se fueron a la cama.

—Uhm...Esta sí es una cama —gimió Roland a su lado y se acomodó con una sonrisa—. Tendremos que tener una cama como esta en esa casa de nuestro futuro.

Se rio y apagó las luces para acostarse a su lado y descansar la mejilla en la almohada, mirándolo.

La habitación quedaba sumida en penumbra con las luces apagadas, alumbrada únicamente por las farolas de la calle que filtraban su luz por las ventanas.

—Y tendremos luz eléctrica también.

—¿Se imagina? Sería mucho más práctico alumbrarnos en la noche.

—Y podremos tener un ventilador eléctrico para el verano.

—¿Ventilador? ¿Qué es eso?

—Es una maquina con hélices que hacen aire para los días de calor. Uno se mantiene fresco así ¿sabe? Es muy cómodo.

—Oh, vaya, nunca había escuchado de eso. Podríamos tener dos.

—O uno en cada habitación —propuso y Roland se rio y giró de lado para enfrentarlo—. Y un auto. ¿Le gustan los autos?

—Jamás subí en uno, pero había muchos en Nueva York. ¿Cree que habrá autos aquí también?

—No lo sé, no vi ninguno en la calle cuando llegamos. ¿Usted?

—No, tampoco, pero podríamos tener un auto o dos...Si somos muy ricos. Oh, y una cámara. Siempre quise una cámara de fotos.

—¿Le gusta la fotografía?

—Sí —confesó y se rascó la barba, reprimiendo un bostezo—. Podría haber sido un fotógrafo si hubiera tomado mejores decisiones en mi vida.

—Todavía puede serlo —aseguró y Roland sonrió. Le gustaba eso de Peter, le hacía creer que todavía tenía un futuro, incluso si en el fondo sabía que estaba condenado—. Seremos empresarios y en su tiempo libre tomará fotos de los paisajes donde vacacionemos ¿Qué dice? Y su esposa y la mía serán mejores amigas.

Esposas. Solo una palabra y todo el sueño quedaba arruinado. Por un minuto había pensado que solo serían ellos dos contra el mundo, como mejores amigos o incluso hermanos, pero sin nadie más entremedio y la inesperada aparición de una esposa, le dejó un mal sabor en la boca.

Se obligó a sonreír y empezó a asentir.

—Sí...Eso sería increíble. Y nuestros hijos también serán mejores amigos.

—¿Se imagina eso? Podríamos formar toda una unión en nuestras familias solo porque el destino nos puso en un mismo camarote.

—Fue una gran coincidencia —concluyó y giró sobre su espalda para mirar hacia el techo.

Esposa. Ni siquiera sabía porque tenía una respuesta tan desagradable a la palabra, cuando sabía que debía buscarse una y sentar cabeza cuanto antes. No podía vivir en una fantasía por siempre y si había algo que podría corregir su conducta desviada era una mujer...Eso o solo la potenciaría.

Ya había intentado estar con mujeres antes y no había sido más que una catastrófica experiencia. Se volvía demasiado consciente de sus defectos y lo poco que le atraían y a veces ni siquiera lograba tener una erección o reunir el valor para bajar por su cuerpo y besarla entre sus piernas. Le desagradaba la simple idea, incluso tocarla y sentir los senos en lugar del firme torso de un hombre era suficiente para agitar todos sus pensamientos de formas que no se sentían bien.

Peter bostezó a su lado y se giró en la cama para mirar hacia el techo como él.

—Me alegro de haberlo conocido ¿sabe? Este viaje habría sido mucho más difícil sin usted.

Sonrió y miró su perfil.

—Lo mismo digo, estaría durmiendo en la calle de no ser por usted y, sin embargo, aquí estoy. En un hotel de lujo.

—Es un buen comienzo a nuestra estadía en Londres.

—Ni lo diga —rio y arrastró una mano por su cabello y la dejó descansando sobre su cabeza en la almohada—. ¿Qué haremos mañana? ¿Buscar casa?

—Y trabajo, sí. Pero primero tendremos que ir por el banco y sacar el dinero que tengo allí.

—Muy bien. Despertaré a las seis entonces. ¿Le parece bien?

—Ocho mejor —pidió y volvió a bostezar—. Estoy muy cansado. ¿Me llama cuando se despierte?

Roland asintió y se desearon una buena noche para dormir y se dieron la espalda en la amplia cama de dos plazas.

Era mucho más cómodo que dormir en una cama de una plaza como la del alojamiento en Liverpool, con un colchón delgado y sin apenas espacio para los dos, pero era un inconveniente, porque no les dejaba la misma excusa para dormir tan pegados sin que pareciera extraño.

Peter se quedó despierto otros minutos, incluso aunque estaba cansado y miró hacia la mesa de luz a su lado, consciente de su corazón que latía con fuerza en su pecho. Lo masajeó, sintiendo una extraña presión que lo ponía ansioso y parpadeó un par de veces para aclarar su mente y sacudir todas esas ideas equivocadas. 

Y finalmente, cerró los ojos, respiró hondo y poco después se durmió.

27 de julio 1897.
Londres, Inglaterra.

Roland estaba esperando sentado en el parque afuera del banco que habían encontrado a unas cuadras del hotel, solo porque sentía que estorbaría si seguía a Peter por todo el recibidor mientras conseguía su dinero.

Nunca había estado en un banco, excepto cuando solía pararse cerca de la puerta del banco de Nueva York, por donde siempre había una multitud de personas, y esperaba con el sombrero extendido, que alguien le diera alguna moneda. Normalmente conseguía hacer un par de centavos de esa forma, aunque nunca lo suficiente como para conseguirse las tres comidas del día.

Se acomodó en el asiento de madera, intentando permanecer relajado y frotó sus manos en el pantalón.

Peter había entrado al banco hacía ya una hora y todavía no había señales de que fuera a salir, pero con lo inmenso que él era el edificio, ocupando toda una cuadra en el centro del cruce de las avenidas, no le sorprendería si se había perdido.

Se acomodó el sombrero en la cabeza para que no se volara con el viento y cruzó los brazos con la intención de cerrar un rato los ojos y descansar. Fue imposible. Con todo el caos que había en la ciudad y las personas circulando a su alrededor constantemente, no habría podido dormir ni, aunque llevara días sin pegar los ojos.

La ciudad no estaba tan mal, parecía antigua (mucho más que Nueva York al menos) y muchos de sus edificios relucían una personalidad sofisticada y artísticas. Habían caminado treinta cuadras para llegar al banco donde Peter tenía su dinero y en el proceso, había visto una variedad de casas; desde las grandes y lujosas, donde claramente vivían los ricos, hasta las más compactas y sencillas de la clase media. Todavía no había visto los alojamientos de los pobres, pero sería un iluso si creyera que no habría ninguno en esa ciudad.

Seguro estaban aislados, supuso, pues era lo que hacían en Nueva York con los menos afortunados viviendo en las zonas más pobres y desagradables de la ciudad, alejadas de los ricos y donde la violencia, los crímenes y la prostitución predominaban. Conocía esos barrios, había pasado los últimos cuatro años de su vida moviéndose entre ellos, siendo una especie de puente entre ricos y pobres, no porque los conectara, sino porque los usaba a ambos.

Usaba a quien fuera con tal de sobrevivir y con sus encantos, su carisma y su buena sonrisa, era fácil conseguir que la gente le quisiera, aunque un poco más difícil que años atrás, cuando todavía tenía el tamaño de un muchacho de diecisiete años y la ternura de la juventud.

En cierta forma, incluso usaba a Peter, aunque no quería hacerlo. Estaba dejando que invirtiera en sus comodidades y todavía se sentía culpable por haber aceptado de su cena la noche anterior o compartido el desayuno esa mañana. No le molestaba usar a otras personas, incluso a aquellos a quienes consideraba amigos, pero por algún motivo, no se sentía correcto hacerlo con Peter.

Era más joven que él, más vulnerable y en lugar de usarlo, sentía que debía protegerlo, pero él nunca había sido bueno protegiendo a nadie. Ni siquiera a sí mismo. Si hubiera sabido protegerse, no habría acabado en las calles de Nueva York, ni habría tenido que huir de su familia.

Volvió su atención a la ciudad de Londres que lo rodeaba y decidió concentrarse en eso y no en su pasado. Era mejor olvidar ya su pasado y empezar de cero. Londres era su nuevo comienzo y hasta le hacía lamentar no haber adoptado un nuevo nombre para desprenderse por completo de su anterior vida.

De todas formas, no habría sabido que nombre ponerse, no tenía creatividad para esas cosas.

Estudió el entorno, deteniéndose en el denso tráfico de las calles y se sintió como en casa. En Nueva York también había muchos carros aglomerados, intentando circular y era frustrante para los choferes, aunque no para Roland. Él siempre iba caminando y se metía entre los carros sin problema y cruzaba las calles en segundos.

Londres parecía tener menos tránsito en comparación con Nueva York, al menos en esa calle donde estaba. Los carros no permanecían trancados por más de unos minutos antes de volver a circular, aunque a veces se volvían un problema cuando el tranvía intentaba pasar por el centro de la avenida y ya había un par de carros atorados en el tráfico.

En cuanto a las personas, lo primero que había llamado su atención era que vistieran igual. No estaba seguro por qué, pero había imaginado que encontraría nuevos estilos y ropas, cosas que nunca antes había visto. No era el caso. Los ingleses usaban la misma ropa que los americanos; hombres con traje y corbata y sombreros y mujeres con faldas largas o vestidos, camisas y esos hombros un poco abultados que todavía no entendía para qué servían. Incluso veía muchos de los mismos sombreros.

El idioma también sonaba igual y aunque había un acento, una pequeña diferencia en la forma como pronunciaban ciertas palabras o se expresaban, no podía decir que fuera muy notorio. Al menos no para él.

De hecho, encontraba el acento de Peter mucho más evidente que el de los ingleses, aunque fuera americano como él. Tenía un acento sureño de Texas, que conocía porque había tenido un cliente una vez que sonaba exactamente igual al hablar.

Se enderezó cuando lo vio al otro lado de la calle, bajando las escaleras desde el porche del banco mientras terminaba de guardarse sus documentos y se puso de pie para recibirlo y retomar la caminata juntos, sin rumbo alguno, solo explorando la ciudad e intentando no perderse en el proceso.

—¿Lo consiguió?

—Sí, justo aquí —aseguró y palmeó su pecho donde tenía uno de los bolsillos interiores de su chaqueta—. Ahora debemos buscar un lugar para rentar y recomiendo comprarnos un mapa.

Lo necesitaban para dejar de caminar sin rumbo por la ciudad y porque todavía necesitaban regresar al hotel por sus maletas, así que hicieron una parada en un puesto ambulante que vendía folletos, postales y mapas y Peter compró uno de la ciudad de Londres, con un generoso tamaño que les permitía leer el nombre de las calles.

—¿Y ahora hacia dónde? —inquirió y Peter se encogió de hombros.

—Supongo que seguimos caminando y si ve algún cartel de renta, me avisa.

—Podríamos conseguir un periódico también —propuso y señaló hacia el niño en la calle de enfrente que ofrecía la edición del día en el Daily News—. ¿No publican alojamientos allí?

—Tiene razón, compremos uno entonces.

Lo consiguieron por tan solo un penique y luego mientras seguía caminando entre las calles ajetreadas, Peter empezó a leer las columnas rápidamente, saltando toda la información que no le importaba, en busca de las rentas.

—Hay algunas casas publicadas, pero todas son por más de diez chelines a la semana. Han de ser acomodaciones de clase media —. Enrolló el periódico para apretarlo debajo de su brazo y recuperó el mapa que Roland llevaba—. Creo que será mejor averiguar qué zonas son más económicas en la ciudad y preguntar allí.

Asintió, dispuesto a seguirlo y hacer como él dijera y por un par de minutos, solo dieron vueltas por diversas cuadras, consultaron en algunos negocios si los dueños sabían de alguna propiedad en alquiler que no fuera muy cara y cuando se cansaron, hicieron una parada en una casa pública (bar) para almorzar.

Era más económico que ir a comer a un restaurante y, además, la zona en la que estaban tenía una gran concentración de clase media, por lo que los precios eran aún más bajos y la calidad más mediocre de lo que habría sido en las avenidas principales, por donde vivían los ricos.

Roland echó una ojeada al menú, arrugó la nariz cuando no entendió una palabra de lo que decía, aunque no fuera comida sofisticada y lo cerró para dejar que Peter escogiera. Como de costumbre, él parecía mucho más familiarizado con todo; desde las comidas francesas, hasta el idioma e incluso la etiqueta de los ricos en la mesa.

—¿De dónde es? —preguntó sin previo aviso y Peter lo miró desde el otro lado de la mesa—. Que estado, me refiero. No recuerdo me lo dijera.

—Minnesota.

—Oh, pensé por su acento que sería del sur.

—Mi padre lo es, aunque se crió en el norte. De alguna forma nunca perdió el acento y se me contagió de él. Además, mi abuelo también tiene acento del sur.

—¿Son de Texas?

—Solo mi padre, mi abuelo es de Minnesota como yo, pero como todos sus amigos son sureños, no es sorpresa que se acostumbrara a hablar como ellos. ¿Usted es de Nueva York ¿cierto?

—Un pequeño pueblo al norte. ¿Wurtsboro?

—No lo conozco —confesó y Roland negó sin importancia.

—No me sorprende, es un lugar pequeño e insignificante. Cuando me marche, solo había unos trecientos habitantes como mucho. Conocía a todos mis vecinos.

—Eso es bueno ¿no? Tenía muchos amigos.

—No —susurró y tomó la servilleta de tela sobre la mesa para distraerse doblándola—. La gente habla mucho en comunidades tan pequeñas, señor, y las noticias y rumores vuelan.

—¿Por eso huyó?

Roland miró en su dirección un momento, sus ojos verdes enmarcados por las densas pestañas negras y ensombrecidos por un deje de tristeza y justo cuando creyó que no respondería, empezó a asentir y desvió su atención hacia la ventana al otro lado del bar.

Se habían sentado en una de las mesas circulares más próximas a la barra, porque era de las únicas que habían encontrado disponible a la hora del almuerzo, cuando todo el lugar se llenaba.

No quedaba ninguna mesa libre y los ventanales al frente del bar, que miraban hacia la calle, no tenían cortinas para dejar que toda la luz natural alumbrara el salón. La multitud de personas ocupando el lugar, lo llenaban con conversaciones que se mezclaban entre sí y aturdían por momentos y la cocina en la habitación contigua estaba funcionando a máxima velocidad, con la puerta abriéndose a cada rato con un mozo que pasaba con nuevos platos para servir.

Tenían un buen negocio y la comida olía delicioso.

—Me fui caminando ¿sabe? —rio con el recuerdo y Peter escuchó atentamente—. No tenía opción, así que empaqué mis cosas una noche mientras todos dormían y simplemente me fui.

—¿Cuántos años tenía?

—Catorce o ya había cumplido quince, no recuerdo bien.

Los días previos a su huida habían sido una pesadilla, aunque no podía contarle nada de eso a Peter.

Había comenzado en diciembre de 1891, cuando su hermana lo había visto en la oficina del Reverendo de la iglesia, desnudo y arqueado sobre el escritorio mientras el Reverendo le hacía cosas que prefería no recordar.

Era algo que había estado sucediendo por ya varios años, desde que había acudido a la iglesia para confesar su confusión cuando tenía once. Le había explicado al Reverendo que le gustaba un varón de su escuela y desde entonces, se suponía que el Reverendo lo ayudaría a sanar. A ser "normal" otra vez, solo que el proceso de "sanar" había implicado follarlo una y otra vez en la oficina hasta que doliera caminar y solo pudiera llorar para que se detuviera.

No lo había entendido por aquel entonces, tampoco lo entendía mucho todavía, aunque una parte de él, muy en el fondo, sabía que lo que ese hombre le había hecho había estado mal. Se había sentido mal, de eso no tenía duda.

Le había hecho odiarse a sí mismo y sentir asco de su cuerpo y las consecuencias de aquel abuso todavía lo afectaban cuando intentaba tener relaciones con un hombre, porque podía escuchar la voz del Reverendo en su cabeza, regañándolo por tener una erección, incluso aunque no podía controlarlo y humillándolo por "disfrutar" de algo inmoral, cuando sus orgasmos siempre habían sido involuntarios y en realidad solo había estado deseando que terminara cuanto antes y lo dejara ir.

Pero nunca lo dejaba ir, no del todo, porque en un pueblo tan pequeño Roland siempre debía verlo y siempre terminaba a solas con él de alguna forma. Sus padres confiaban en él después de todo, el Reverendo solo debía pedir que lo enviarán a su oficina para unas lecciones y sus padres lo harían sin importar cuanto les rogara para que no lo dejaran a solas con él. Y había estado demasiado avergonzado como para confesar lo que sucedía, porque el Reverendo siempre le advertía de las consecuencias; como todo el mundo lo odiaría por ser como era.

Por un tiempo creyó que el Reverendo lo curaría, se convenció de que todo el dolor y las malas experiencias eran para un bien mayor y si lo soportaba, entonces lograría ser normal. Pero no importaba cuantas veces lo había golpeado o atormentado por sus gustos, esa parte de él, tan retorcida y antinatural, nunca se había recuperado. Seguía queriendo la compañía de un hombre por sobre ninguna otra, sin importar lo mucho que le avergonzara o lo culpable que se sintiera.

Después de que su hermana los viera, les había contado a sus padres al respecto y desde diciembre hasta mediados de enero, su vida había sido una pesadilla.

Sus padres se habían molestado con él, lo cual solo había empeorado cuando el Reverendo les había confesado todo lo que Roland le había contado cuando era más chico, sobre su gusto por otros varones o las ideas confusas en su mente. Nunca había visto una expresión de asco tan grande en el rostro de su madre como aquel día en el que lo abofeteó y le dijo que ya no era más su hijo.

Después de eso, todo el pueblo se enteró de su desviación y se volvió el bicho raro entre niños y adultos. Todavía recordaba el tormento de ir a la escuela y que nadie quisiera sentarse con él o siquiera hablarle y también recordaba como todos cruzaban la calle para la acera apuesta cuando lo veían llegar o abandonaban la habitación si entraba.

Ni siquiera su familia quería hablarle y las comidas se habían vuelto incómodas y desagradables. Era incluso peor llegar al domingo, después de una semana de tormentos y tener que presentarse en la iglesia, donde todo el mundo lo miraba como un animal de circo y murmuraban entre ellos.

Podía sentir que su familia se avergonzaba de tener que sentarse a su lado y que intentaban ignorarlo, como si quisieran fingir que no lo conocían y el Reverendo, siempre lo miraba y mantenía esa sonrisa arrogante en su rostro, como si quisiera presumirle que se había salido con la suya.

No había podido soportarlo por mucho más tiempo y el doce de enero de 1892 había tomado la decisión de huir de casa. Una decisión mucho más aterradora de lo que podía imaginarse.

Hasta ese punto en su vida no había conocido nada más allá de los límites de su pueblo, todo lo que había escuchado eran historias de vida salvaje y peligros que lo matarían si decidía dejar la comunidad, pero en aquel momento, quedarse lo habría matado de todas formas así que prefería huir hacia la incertidumbre absoluta.

No había tenido conocimiento alguno sobre otras ciudades o pueblos vecinos, tampoco sabía que había continentes enteros o que existían más religiones y opiniones que las que se impartían en su pueblo. Había vivido completamente aislado de todo el mundo y cuando decidió irse, fue aterrador.

Todavía podía sentir las náuseas en su vientre y el sudor en sus manos, tal como lo había sentido aquella noche mientras empacaba sus cosas.

No tenía mucho para llevarse, solo su ropa y el único libro del que era dueño; la biblia. Había metido todo en un bolso, luego se había agarrado algo de comida de la cocina para el viaje, alumbrándose únicamente con la luz de la luna que entraba por las ventanas, porque no quería despertar a nadie con velas y cuando estaba encaminándose a la puerta, su hermano mayor había asomado por las escaleras.

—¿Te irás? —había preguntado con ese aspecto tan miserable que siempre lo veía lucir.

Tenía dieciséis años en aquel entonces, imaginaba que ya estaría casado ahora, con tanto tiempo que había pasado y todavía recordaba cómo se había quedado a los pies de las escaleras, con las manos caídas a cada lado de su cuerpo y una mierda perturbada en su rostro.

—Sí.

—Bien. No vuelvas jamás y no mires atrás.

Asintió, tragándose el nudo de lágrimas en su garganta y cuando se giró hacia la puerta para terminar de dejar la casa, su hermano tomó su mano y lo detuvo.

—Lo siento —susurró y Roland apretó los ojos para contener las lágrimas—. Lo siento por no poder protegerte...Te fallé.

—Lo hiciste.

Denis asintió y exhaló, intentando no derramar más lágrimas. Giró su mano en la suya y dejó una bolsa de tela en su palma con un montón de monedas que tintinearon en su interior.

—Mantendré una vela encendida en tu nombre y rezaré por ti todas las noches y de corazón, espero que seas feliz y encuentres la paz porque la mereces más que nadie en esta familia...Y...Y lo siento ta-tanto...

No se había resistido de abrazarse a su hermano con fuerza, colgándose de su cuello y esperando que lo abrazara de regreso. Para su fortuna, Denis lo había hecho, un último abrazo antes de irse y la primera muestra de afecto que recibía de su familia después de casi un mes.

Lloraron juntos en silencio y cuando se apartó, Denis lo empujó suavemente hacia la puerta y se limpió las lágrimas con las mangas de su camisa.

—Ya vete, antes de que los demás despierten y papá se enoje.

Había escuchado la voz de su padre mientras dejaba la casa y luego a su hermano, fingiendo que se había levantado a tomar agua para darle tiempo de alejarse, así que había empezado a correr por los caminos de tierra, hacia la calle principal (también de tierra) y la había seguido hasta el final en la absoluta penumbra de la noche.

Solo había un silencio nocturno acompañándolo, era enero y el suelo estaba nevado y las temperaturas por debajo de los ceros grados. Su abrigo no era suficiente para él en ese clima, pero corrió como no había corrido en su vida, hasta que solo podía escuchar su propia respiración agitada y los latidos de su corazón.

Y finalmente alcanzó el límite del pueblo, donde el cartel de bienvenida a un lado del camino ponía el total de la población y se detuvo en seco, clavando sus pies en la tierra y fijando su mirada en el paisaje lejano y el cielo estrellado, mientras Wurtsboro quedaba a su espalda.

Miró sobre su hombro, hacia todas las casas sencillas y rusticas, de madera y ladrillo, que en esos momentos no tenían ninguna luz de vela en la ventana y su atención se centró en lo alto de la torre de campana en la iglesia del pueblo, también hecha de madera y pintada de blanco y donde tantas veces el Reverendo lo había lastimado.

Volvió su mirada hacia el camino ante él, el pasaje hacia la libertad y hacia una nueva vida y su pecho subió y bajó agitado cuando bajó la atención hacia la tierra bajo sus zapatos.

Siempre había sido como si hubiera una línea invisible que no podía cruzar. Desde que tenían memoria le habían prohibido alejarse del pueblo y ni siquiera había tenido permitido visitar los bosques o los campos donde siempre los hombres se iban a cazar, así que esa noche, cuando había arrastrado su pie sobre la tierra y la nieve hasta estar del otro lado de esa línea, se había sentido como si unas cadenas se rompieran y lo dejaran ir.

Recordaba haber mirado hacia el cielo, ante el repentino valor que recorrió su cuerpo llenándolo de fuerzas y sonrió con lágrimas en sus ojos y tomó una bocanada de aire antes de echar a correr otra vez y sin mirar atrás.

Corrió y corrió tan rápido como pudo, el bolso golpeando contra su cadera con el movimiento de su cuerpo y quiso poner tanta distancia entre él y ese infierno como fuera humanamente posible. Su pecho se había calentado por el esfuerzo, el aire que respiraba se sentía demasiado caliente contra su piel y recordaba cómo sus mejillas se habían sonrojado entre el calor de su interior y el frío exterior, hasta que no sabía si estaba temblando o sudando.

Corrió por al menos una hora y hasta que no pudo ver el pueblo en la distancia ni la sombra de las casas contra el cielo y entonces se dejó caer acostado en la nieve, agotado por la carrera y empezó a reír y llorar al mismo tiempo.

Había sido tan extraño, porque incluso aunque no sabía si sobreviviría la noche, aunque no tenía claro hacia dónde iría o que tanto se extendía la tierra antes de terminar, se había sentido tan feliz y tan libre esa noche. No había sufrido por dejar a su familia, no de inmediato al menos, por el contrario, se había sentido ligero, como un ave que finalmente había aprendido a volar.

Se limpió una lágrima, sin siquiera percatarse de que lloraba y soltó una risa incrédula mientras Peter lo miraba en silencio.

—Vaya...Que ridículo, ni siquiera sé por qué he empezado a llorar —murmuró y se limpió con la servilleta rápidamente, para asegurarse de que nadie en el salón lo notaría.

—Seguro que marcharse no fue fácil y debe doler todavía.

Asintió y lamentó no poder contarle toda la historia para que lo entendiera, pero era probable que solo se espantara y luego tendría que huir de Peter también. Huir como siempre lo hacía.

—A veces los extraño, lo cual es ridículo considerando todo lo que hicieron para volverme miserable —. Se acarició la barba y arrastró la mano hacia su nuca, donde se masajeó suavemente—. Pero son mi familia y una parte de mi todavía desea me hubieran amado.

—No puedo siquiera imaginarme porque no lo amarían.

Forzó una sonrisa y alzó los hombros.

—Sus motivos tuvieron, pero no importa...Cuando me marché, me crucé con un granjero que viajaba hasta Nueva York y me dejó ir con él. Contaba buenas historias.

Y había sido su primer contacto con una persona que no fuera de su pueblo y había aprendido mucho de él. Había aprendido sobre Nueva York en primer lugar y con sus historias, que lo habían mantenido distraído durante todo el viaje, también había aprendido sobre los teatros, la música y le había enseñado a conducir un carruaje, pues lo había dejado llevar la rienda por un par de horas en el viaje.

No había vuelto a ver a ese hombre una vez se habían separado en Nueva York, pero lo recordaba con un buen sentimiento. Había sido una persona que le había tratado bien, como un humano y como no había conocido su pasado, no había tenido motivos para juzgarlo.

Se enderezó en la silla cuando trajeron sus comidas y apartó la servilleta para que el mozo pudiera dejarle el plato enfrente. No tenía idea de que había ordenado Peter, pero se veía delicioso y moría de hambre.

—¿No le salió muy caro ¿verdad?

—No, solo un chelín y seis peniques. Y ya incluye la bebida. Le he pedido agua si no le molesta.

Sonrió sin poder evitarlo y asintió sin importancia.

Le había dicho una vez que tenía un problema con el alcohol y ahora no dejaba de cuidarlo, no sabía porque le gustaba incluso si era un poco controlador de su parte y en realidad no estuviera planeando embriagarse pronto.

Rezaron juntos antes de empezar el almuerzo y Roland no perdió tiempo y atacó la carne antes que nada. Podía no ser tan rica como la que le habían servido en el hotel para la cena, pues aquel pescado bañado en salsa de naranja todavía le hacía agua la boca, pero estaba exquisito de todas formas y moría de hambre.

Peter lo observó comer, un bocado detrás de otros y apenas masticando y tuvo que reprimir una sonrisa. Siempre comía igual; como si llevará semanas sin llenar su estómago o fueran a quitarle la comida en cualquier segundo, no sabía si lo hacía por impaciente, angurriento o cuál era su problema, pero no se atrevía a corregirlo tampoco.

Además, no le molestaba, incluso aunque siempre había sido quisquilloso con los modales en la mesa, podía hacer una excepción con Roland, solo porque no quería arruinarle la emoción por la comida.

Lo vio acabar todo en su plato sin siquiera detenerse a tomar agua o hablar y mientras tanto, él seguía con su plato lleno y apenas había cortado unos trozos de carne y comido un par de cucharadas del puré.

Se limpió la boca con la servilleta cuando se dio una pausa para terminar de masticar y luego llevó el vaso con agua a los labios.

—Deberíamos echar un vistazo a las ofertas de trabajo en el periódico —sugirió y señaló hacia el periódico que tenía enrollado a un lado en la mesa.

Roland lo miró de reojo, todavía concentrado en terminarse su almuerzo y asintió.

—Yo planeo ir por las fábricas. Si lo que me comentó es cierto y hay problemas de desempleo, entonces es seguro que en las fábricas encontraré algo.

—¿Sí? Pues iré con usted entonces—. Se rio sin poder evitarlo y Peter frunció el ceño—. ¿Qué sucede?

—Nada, nada...Es solo que no lo imagino trabajando en una fábrica —confesó con la mirada en su plato y lo limpió con una rodaja de pan que se llevó a la boca—. Tiene manos de príncipe.

Pasó por alto que acababa de hablar con la boca llena y le daba asco y en su lugar, se miró las manos, confundido y alzó los hombros.

—¿Manos de príncipe?

Delicadas —dijo, todavía con la boca llena y se cubrió con la servilleta para tragar—. Manos que nunca han levantado una pala.

—Pues es cierto, ya le dije que nunca he trabajado.

—Y empezar en una fábrica podría no ser su idea más brillante, pero no lo detendré.

Para él era la mejor idea, podía ser un trabajo difícil y peligroso, pero al menos estarían juntos y eso significaba que no se sentiría tan fuera de lugar y solo debía imitarlo para saber qué hacer y cómo actuar.

Obviamente, no podía explicarle eso sin tener que hablar sobre su familia, así que no dijo nada y se terminó su agua.

—No me quedaré sin trabajo, así que la fábrica es la mejor opción.

Roland no dijo nada más y se quedó esperándolo, jugando con su servilleta de trapo en lo que Peter comía con una lentitud abrumadora. Parecía contar cuantas veces masticaba con cada bocado y era demasiado impaciente como para esperarlo tranquilo.

Se alegró cuando finalmente terminó y lo siguió fuera del bar y de regreso a las calles.

Estuvieron explorando parte de la ciudad por el resto del día, caminando y revisando cualquier oferta de alojamiento que se cruzaban. La mayoría eran demasiado caras para lo que ellos tenían en mente y las que podrían servirles, involucraba compartir dormitorio con otros hombres y Peter prefería conseguir algo más privado.

Cuando empezó a oscurecer decidieron que no encontrarían nada para la noche y que sería mejor asegurar un alojamiento temporal antes de verse en la situación de tener que gastar otros diez chelines en el Euston Hotel. Incluso si era más cómodo, necesitaban ahorrar hasta que tuvieran un trabajo.

Terminaron preguntando en un bar local por alojamientos para la noche que tuvieran un precio accesible y el hombre los envió a una taberna a dos kilómetros del hotel, donde cobraban cinco chelines la noche.

No era lo más económico, pero Peter estaba empezando a notar que nada lo era en Londres y muchas cosas salían el doble de lo que saldrían en América.

—¿Deberíamos tomar un taxi? —sugirió cuando dejaron el hotel con sus maletas y se cansó de cargar con el baúl.

Roland giró para mirarlo, llevando dos de las valijas y alzó los hombros no muy convencido.

—Si usted quiere, pero yo caminaré.

—No, entonces no.

—No me molesta —aseguró—. Por favor, insisto, además irá más cómodo y no tendrá que cargar con ese baúl.

Con el cual no podía ayudar porque Peter no quería se lastimará la costilla.

—No lo dejaré caminando solo en la noche y en una ciudad desconocida.

—Pero iré detrás del taxi.

—Para eso podía simplemente viajar conmigo —propuso, pero Roland negó.

—Si es como en Nueva York, entonces nos cobrarán por pasajero y no quiero que page extra por mi culpa.

—Podemos consultar ¿Qué le parece?

Asintió y caminó detrás de él hacia los taxis estacionados junto a la acera frente al hotel y la estación. Afortunadamente, estaban en una zona donde no era difícil conseguir transporte.

Se acercaron a uno de los carros de cuatro ruedas, que eran más económicos que los de dos y Peter se encargó de hablar con el chofer, sentado al frente con las riendas de los caballos en mano.

Roland había estado en lo cierto, les cobraban por pasajero y también por cada maleta grande como lo era el baúl. Miró hacia Roland, con la esperanza de que igual aceptara, pero este negó y señaló hacia el carro para que subiera solo.

—Yo le seguiré a pie, señor.

—No, no, olvídelo —. Le agradeció al chofer y acomodó el baúl en sus brazos para empezar a caminar—. Iremos juntos.

Se negaba a ir muy cómodo en un taxi cuando Roland debía caminar y más aún cuando tenía una costilla lesionada. No tenía sentido y no habría sido caballeroso de su parte dejarlo atrás solo para priorizar su propia comodidad.

Siguieron las calles que habían marcado en su mapa para llegar a la taberna y cuando la encontraron, en la esquina de una calle a unas cuadras del puerto de Londres cerca del Támesis, Roland se adelantó para abrirle la puerta y Peter pagó por la habitación.

No era tan cómoda o lujosa como el cuarto que habían disfrutado la noche anterior en el hotel. Era más pequeña y el suelo y las paredes de madera no estaban tapizados o decorados, a excepción de un par de cuadros de segunda mano. La cama era de dos plazas, pero no tenía el grueso y cómodo colchón del hotel ni una estructura de madera sólida, en su lugar, era de metal como las camas en las que habían dormido antes y el colchón tan delgado que podían sentir la base de resortes.

Peter suspiró, dejó su baúl a los pies de la cama y estudió el entorno con las manos en la cintura. No podía quejarse, porque después de todo, esa era la vida que le aguardaba y la vida que había estado buscando cuando había decidido dejar su hogar.

Miró hacia Roland cuando este se sentó al borde de la cama para quitarse los zapatos y decidió imitarlo.

—Seguiremos buscando mañana —avisó y Roland asintió y se echó hacia atrás en la cama para dormir, sin siquiera cambiarse por su pijama.

Estaban agotados de caminar todo el día.

Se echó a su lado por sobre las mantas, ignoró el hecho de que probablemente las sabanas no eran cambiadas desde hacía semanas y se quedó dormido tan rápido, que ni siquiera fue capaz de recordar en qué momento se había acostado. 


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