En el esplendor del siglo XIX, Peter Morgan había nacido en el centro de una de las familias más importantes de los Estados Unidos. En la superficie, todo era perfecto: las mejores escuelas, los regalos más deslumbrantes, una familia cariñosa. Sin e...
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31 de julio 1897. Londres, Inglaterra.
Pasaron toda la semana buscando un lugar para vivir sin éxito, aunque al menos estaban familiarizándose con la ciudad, porque ya habían recorrido casi todas sus calles y se conocían muchos de los bares y hoteles importantes, aunque sin casas que pudieran pagar.
Roland veía el problema con demasiada claridad y consistía en dos partes. La primera; Peter tenía un gusto en casas que no estaba dentro de sus medios, eligiendo las que tenían dos pisos y un jardín al frente, con suficientes habitaciones para los dos y a veces hasta una mucama. Por supuesto, esas casas costaban de media libra a más de una libra la semana. Y lo segunda, era que se negaba a ir a buscar casas en la zona donde sí las encontrarían. Los barrios bajos.
Aunque fuera deprimente admitirlo, eran pobres, podían tener veinte libras en sus bolsillos, sí, pero no era porque pudieran permitirse gastarlas descuidadamente o pagar una renta de media libra a la semana. Lo que tenían debían ahorrarlo, justamente porque ya no tenían más y todavía no habían conseguido un trabajo.
Y cuando lo consiguieran, Roland no era tan ingenuo como para pensar que estarían ganando más de una libra a la semana y si no había estado entendiendo mal la moneda inglesa; una libra era lo mínimo que necesitarían para una vida mediocre, pero no lamentable.
Se había abstenido de hacer comentarios durante toda la semana, porque como Peter era quien llevaba la economía y era su dinero, se le hacía grosero intentar aconsejarle sobre qué hacer como si no supiera, pero con el pasar de los días, estaba más y más convencido de que Peter realmente no sabía. Eso o estaba en negación.
Lo esperó en la acera, frente a otra casa que con solo verla sabía estaría muy por encima de sus medios y rodó los ojos cuando Peter se detuvo a hablar con el terrateniente. Hasta le resultaba vergonzoso verlo, era evidente solo por como vestían que no se podrían permitir una casa como esa e incluso el terrateniente parecía saberlo por la expresión exasperada en su rostro al hablarles.
Retomaron la marcha cuando Peter volvió a él bufando y tuvo que morderse la lengua para no decir todo lo que pensaba y llevaba pensado desde el miércoles.
—¿Y ahora qué? No hay casas en este lugar.
Lo miró de reojo y Peter centró su atención en el mapa para revisar que calles todavía no habían recorrido. Era tentador querer señalar todo el lado este de la ciudad donde ni siquiera habían puesto un pie y donde seguramente encontrarían lo que buscaban.
—¿Usted qué piensa? Ha estado callado todo el día.
—Solo estoy cansado —. Y adolorido, porque todavía tenía moretones en la cintura y la espalda y caminar desde que amanecía hasta que oscurecía no ayudaba—. Pero lo sigo. ¿Hacia dónde ahora?
