Cuando la muerte desapareció

Bởi onrobu

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¿Qué harías si, durante una maratón de películas de terror con tus amigos, empiezas a escuchar ruidos en la p... Xem Thêm

Prólogo
PRIMERA PARTE: Una pieza clave en el juego
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
SEGUNDA PARTE: Búsqueda y huida
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
TERCERA PARTE: Las marcas que deja en la mente
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 28
Capítulo 27
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
CUARTA PARTE: La muerte
Capítulo 48 (I)
Capítulo 48 (II)
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52

Capítulo 39

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Bởi onrobu

Los gritos no cesaban.

—¡Os voy a matar! ¡Todavía no habéis visto lo que soy capaz de hacer! ¡Os mataré! ¡Dejadme ir! ¡Soltadme! ¡Soltadme! ¡Soltadme!

La pierna de Naia se movía arriba y abajo sin pausa, su cabeza ligeramente torcida debido a la tensión de sus músculos y su mandíbula apretada con fuerza. Soltó un suspiro furioso y finalmente explotó.

—¡No puedo más! —exclamó perdiendo la paciencia—. No puedo más —repitió. —Una sonrisa un tanto desquiciada adornó sus labios.

Habían pasado tres horas desde el hechizo cuando Lilia empezó a gritar. Ocho horas después todavía no había parado. Sus amenazas habían sido constantes, ininterrumpidas, aulladas a tal volumen que no podían ser ignoradas, que impedían realizar cualquier actividad. Que impedían pensar. Dormir. Razonar.

—¡Os mataré! ¡Dejadme ir! ¡Dejadme ir! ¡Os arrancaré los ojos! ¡Os mataré!

Isaac era incapaz de comprender como no se había quedado sin voz. Y menos todavía como el sedante no había hecho efecto alguno.

La cabeza le dolía más que en cualquier momento.

—El bosque es una buena opción para alejarse —le sugirió con una sonrisa tensa—. También necesitamos provisiones. La comida que nos consiguió Nit no durará mucho.

Hacía más de una semana que la parca no hacía acto de presencia, la última vez apenas unos segundos para sedar a Elia. Era un recuerdo constante de la absencia de Alma e Idara.

—¡Nunca os libraréis de mí! ¡Os mataré a todos! ¡Os mataré a todos!

—Voy a comprar —murmuró Naia inmediatamente al ofrecérsele la opción. Desapareció por la puerta con rapidez y firmeza, desesperada por escapar.

—Yo... la acompaño —añadió Áleix. Desapareció detrás de ella.

—¡Os mataré! ¡Juro por Dios que os mataré! ¡Soltadme! ¡Soltadme! ¡Os despellejaré vivos!

Desde su posición en el suelo con la espalda apoyada en el sofá, contempló a Asia. El cuerpo del médium se había tensado en un intento infructuoso de ignorar las amenazas continuadas. A pesar de su habitual calma y autocontrol, la intranquilidad y el nerviosismo estaban empezando hacer mella en él y salir a la superficie. 

—Puedes marcharte un rato, también. Hace días que no hablamos con los fantasmas de fuera. Tendríamos que hacerlo, descubrir si por casualidad saben algo.

—¡Dejadme salir! ¡Dejadme salir! ¡Os torturaré! ¡Os mataré!

Asia asintió nerviosamente con la cabeza.

—Gracias —murmuró con una pequeña sonrisa de disculpa en los labios. Y desapareció.

Isaac no podía culparlos. Él mismo ansiaba alejarse tanto como fuera posible de los gritos, de la granja, del dolor, del miedo, pero todo había empezado por su culpa. Y alguien debía quedarse allí con Elia. Él tenía que quedarse allí. No podía abandonar de nuevo a su hermana. Y tampoco a Lilia. Había salvado a Elia, ahora le tocaba sufrir con ella las consecuencias de dicho acto.

—¡Dejadme salir! ¡Dejadme salir! ¡Soltadme! ¡Idara os matará!

Idara estaba muerta.

Él la había abandonado.

Observó a los fantasmas por la ventana. Cada día el número aumentaba. Cada día llegaban más almas y de más lejos. Cada día llegaban personas que habían muerto recientemente por los alrededores. Y otros que lo habían hecho tiempo atrás en épocas ya lejanas. Buscándolo. Atraídos hacia él.

Inquietante era la mejor palabra para describirlo. Todo el día rodeado de personas que lo buscaban, que lo ansiaban, que lo sentían, que habían recorrido kilómetros y kilómetros de bosques en su búsqueda para llegar a él. Personas desconocidas, desesperadas, asustadas, confusas. Buscando respuestas que él no tenía.

Se sentía observado y juzgado a pesar de saber que la barrera que rodeaba la granja les impedía conocer qué ocurría dentro. Se sentía culpable, incapaz de darles la respuesta que merecían. Que él no tenía.

Necesitaba encontrarlas, necesitaba descubrir por qué se habían visto atrapados allí. ¿Pero cómo averiguarlo? ¿Cómo remediarlo?

—¡Ellos me encontrarán y os matarán! ¡Todo habrá sido para nada! ¡Os mataré! ¡Té mataré! ¡Mataré a la chica! ¡La despellejaré viva! ¡Soltadme!

Isaac se levantó del suelo con lentitud y se dirigió a la habitación de Elia. Los gritos llegaban también hasta ella, despiadados e implacables. Y a pesar de todo, su hermana seguía durmiendo, ajena a todo.

Estaba convencido de que el hechizo había funcionado. Elia había dejado de gritar, la sedación ya olvidada. Toda ella lucía más tranquila, más relajada. Parecía que estuviese recargando fuerzas para despertar.

Confió en que así fuera.

—¡Conozco los hechizos! ¡Conozco los hechizos para haceros sufrir! ¡Vuestras vidas serán un suplicio! ¡Os mataré a todos!

Se planteó si subir y amordazarla, cada vez una opción más tentadora. Pero él lo merecía. Fuera lo que fuera que Lilia había ingerido, lo había hecho para salvar a su hermana, y, por tanto, tenía que sufrir las consecuencias con ella.

Cerró los ojos concentrándose en su respiración.



—¡Ella os matará! ¡Os matará! ¡Suplicaréis por vuestra vida! ¡Os matará!



—¡No tendré compasión! ¡Os degollaré a todos! ¡A todos!



—¡Soltadme! ¡Soltadme! ¡Soltadme!



Isaac tardó unos instantes en notar el cambio. Y al hacerlo deseó no haberse dado cuenta.

—¡Por favor...! ¡Me duele! ¡Me duele! ¡Por favor...! ¡Haced que pare! ¡Haced que pare! ¡Me duele! ¡Ayudadme! ¡Por favor...! ¡Por favor...! ¡No! ¡No! ¡Por favor!

Ya no había amenaza en su voz, solo dolor, suplicio, miedo.

Isaac ajustó su postura y volvió a cerrar los ojos.



—¡Ayudadme! ¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Por favor...! ¡No puedo más! ¡No puedo más! ¡Ayuda!



Un día y medio después del hechizo los gritos cesaron. No fueron perdiendo intensidad hasta desaparecer, tampoco fueron espaciándose en el tiempo ni se volvieron tan flojos que dejó de oírlos. Simplemente cesaron de un instante a otro.

Isaac se levantó con notable dificultad. Sentía todo el cuerpo agarrotado y fatigado y la cabeza le lanzaba estallidos de dolor desde hacía horas, no llegaba a recordar cuando habían comenzado. El suelo se movió bajo sus pies al mismo tiempo que unos puntos negros aparecían en su campo de visión, juguetones.

Apoyó la mano en la pared para estabilizarse temiendo venirse abajo y caer. La otra se la echó sobre los ojos que cerró con fuerza esperando que las manchas oscuras desaparecieran.

Tenía que comer y dormir, lo sabía. Lo necesitaba, llevaba demasiados días durmiendo nada más que un par de horas, exigiéndose concentrarse en volumen tras volumen, apenas comiendo. No podía continuar así. Lo sabía, y aún así, el simple hecho de pensar en comida le revolvía el estómago. En cambio, la idea de dormir parecía el paraíso. Un sueño lejano. Inalcanzable. Maravilloso.

Cogió fuerzas antes de atreverse a dar un paso que sabía que sería tambaleante. Consiguió mantenerse en pie.

«Otro paso más» se ordenó.

Llegó hasta la puerta.

Se sujetó al marco para asegurar su estabilidad, echándole una última mirada a Elia antes de abandonar la habitación. Sabía perfectamente que su hermana seguía exactamente igual que tras el hechizo, que nada había cambiado, pero la ansiedad y el miedo le ganaban terreno cada vez que la perdía de vista. La necesidad de comprobar que seguía allí, que no había vuelto a desaparecer.

La contempló unos instantes antes de salir del dormitorio.

Se planteó si subir a comprobar el estado de Lilia, pero rehuyó la idea. Que hubiera dejado de gritar no significaba que hubiera perdido la consciencia, aparecer podría alterarla de nuevo reanudando sus gritos y tenía tanto sueño...



Desde que Alma había aparecido esa primera vez tenía el sueño ligero. Se despertaba con cualquier ruido, atento a cualquier posible peligro o imprevisto, y a pesar de ello, las pesadillas se habían vuelto omnipresentes.

Esa vez no fue diferente. Tan pronto su oído captó el ruido del motor, seguido de las pisadas y parloteo de sus amigos su consciencia lo devolvió al mundo de la vigilia.

Identificó al momento sus voces pero no fue capaz de levantarse de la cama para ir a recibirlos. Ni tan solo de abrir los ojos.

Sin embargo, fue plenamente consciente de como Asia se materializaba en la habitación y desaparecía pocos segundos después.

—¡Está durmiendo! —escuchó que les murmuraba a Naia y Áleix. Lo habían estado buscando por la granja.

—Suerte la suya —contestó la chica—. Voy a tumbarme un rato yo también. Este silencio es...

Maravilloso.Increíble. Pacífico. Había muchos adjetivos para describirlo. 

—Pero no te confíes... Lilia sigue encadenada. Queriendo matarnos —la chinchó Áleix con malicia.

Naia le dio un tortazo antes de desaparecer por el pasillo.

—Yo... ¿me abres algún libro? —le pidió a Áleix.

Perdió sus voces cuando se alejaron hacia el comedor. O puede que fuera él quien volvió a adentrarse en el mundo de los sueños, de la oscuridad, el horror y la sangre. No era tan distinto al que lo rodeaba. 


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