Cuando la muerte desapareció

Por onrobu

3.3K 448 390

¿Qué harías si, durante una maratón de películas de terror con tus amigos, empiezas a escuchar ruidos en la p... Más

Prólogo
PRIMERA PARTE: Una pieza clave en el juego
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
SEGUNDA PARTE: Búsqueda y huida
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
TERCERA PARTE: Las marcas que deja en la mente
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 28
Capítulo 27
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
CUARTA PARTE: La muerte
Capítulo 48 (I)
Capítulo 48 (II)
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52

Capítulo 37

5 3 0
Por onrobu

La cocina de la granja se había llenado de tarros, hierbas y sustancias. Lilia trabajaba en silencio, triturando, midiendo, mezclando. Añadió uno de los polvos que había comprado a un cazo de agua hirviendo. El aire que los rodeaba se volvió amargo durante unos instantes.

Isaac arrugó la nariz desde su posición en el umbral de la puerta. La chica parecía saber lo que estaba haciendo, y por lo contaba Naia, hasta el hombre del herbolario se había sorprendido de su dominio. Eso no lo tranquilizaba.

Y luego estaba el hecho de no haber ido a los Mercaderes. Una parte de él sentía envidia de Áleix y Naia, de que hubiesen podido ver todo lo que habían visto. De que hubiesen podido experimentar el submundo de una forma tan asombrosa, tan vibrante. Él solo había visto muerte.

También había curiosidad, en especial por los Aes Sídhe que habían descrito. Sabía que se habían guardado cosas para ellos, que no se lo habían contado todo, pero con su relato intuía por donde podría ir la cosa. Fuera como fuera, era plenamente consciente de que tendrían que mantenerse tan alejados como fuera posible de ellos. 

La conversación que habían escuchado a escondidas también flotaba en su mente. No había clarificado nada, puede que justamente todo lo contrario, pero no dejaba de ser un poco más de información sobre el puzle que estaban intentando componer. Sobre la imagen final que debían montar.

A su espalda, Elia empezó a gritar.

Cada vez, los sedantes hacían menos efecto. Y los gritos eran más desgarradores, más animales. Cuando entraba a la habitación, la rabia de su hermana aumentaba.

No lo reconocía. Por más que le hablaba, por más que recordaba en voz alta recuerdos de infancia, por más calmado que se mostraba, en los ojos de su hermana no había pizca alguna de reconocimiento. Ni de lucidez.

Isaac suspiró, dándose fuerzas para volver a enfrentarse a ella. Cada vez que los gritos empezaban, todo su cuerpo lo sentía. Su respiración se volvía irregular, su garganta se cerraba, su corazón se disparaba. Él se rompía un poco más.

—Al anochecer estará todo preparado. Ella debe estar despierta —indicó Lilia observando a Isaac brevemente antes de volver a sus preparaciones.

Este le dedicó un asentimiento de cabeza antes de salir de la cocina.

Naia y Áleix se encontraban rodeados de los libros, leyendo aquellos sobre demonios que Isaac había encontrado relevantes durante su ausencia. Entrevió también un par sobre las hadas que los habían cautivado.

El médium empezaba a comprender que no encontrarían en esos libros la respuesta al encierro de los fantasmas en el plano mortal. Necesitaban entonces darles un uso más proactivo, más concreto. Y con una finalidad alcanzable.

Ninguno de los dos estaba leyendo.

Áleix mantenía la mirada fija en un punto sin importancia, la mandíbula en tensión, mientras que Naia había cerrado los ojos y se presionaba los oídos con fuerza.

Isaac cruzó la sala de estar con rapidez, dirigiéndose hacia la habitación de su hermana.

Como todas y cada una de las veces anteriores, Asia lo esperaba dentro. Dándole fuerzas. Le regaló una pequeña sonrisa tensa, comprensiva, mientras él preparaba una nueva dosis de sedantes.

Se acercó a Elia vigilando cada uno de sus movimientos. En una ocasión, y a pesar de seguir atada, había conseguido morderle el hombro.

Isaac le cogió el brazo izquierdo con firmeza, manteniéndoselo quieto. Y clavó la aguja. El resultado fue instantáneo. Su hermana perdió fuerzas, empezó a forcejear más lentamente con movimientos débiles y pausados. Finalmente se quedó quieta.

Su hermano la contempló con el rostro inexpresivo.

Una figura espectral se acercó a él.

—Se pondrá bien. Lilia la ayudará.

Isaac guardó silencio unos segundos. Sus pensamientos eran confusos, contradictorios, incapacitantes. Se había dicho que tenía que mantener la mente fría, que tenía que centrarse en el mundo que lo rodeaba para no pasar por alto señales importantes, que tenía que centrarse. La seguridad de todos dependía de ellos. Pero el miedo... el miedo era atroz. El miedo se había infiltrado en todos y cada uno de los nervios de su cuerpo, en cada uno de los pensamientos, de los planes, de los razonamientos.

El miedo por su hermana.

Estaba a salvo, la habían alejado de los demonios. Y aún así, ellos no se habían alejado de ella. ¿Lo harían algún día?

—¿Y si borrarle los recuerdos no elimina el dolor? ¿Y si la han roto para siempre? —Su voz fue apenas audible.

—Entonces la llevamos a un hospital. La gente aprende a vivir después de una enfermedad, después de una pérdida, después de una guerra o décadas de maltratos y torturas. Después del dolor. Ella también podrá.

» Si Lilia no puede ayudarla lo harán los médicos.

Isaac no dijo nada, aunque sabía que tenía razón, eso no hacía desaparecer el miedo. La culpa. La rabia.

Si el hechizo de Lilia no funcionaba sería culpa suya que su hermana tuviese que convivir con aquello. 

Y entonces lo notó.

Su mente se quedó en blanco de golpe.

Y bajó la mirada.

Los dedos de Asia se habían apoyado en los suyos. Fríos pero suaves. Corpóreos.

Uno de sus dedos rozó el índice del chico hasta llegar al dorso de su mano.

Ambos se miraron a los ojos, sorprendidos. Paralizados.

—Me estás tocando —murmuró. «¡Es obvio que te está tocando! ¡Di algo más relevante!» gritaba una parte de su mente, pero no podía pensar más. Su capacidad de raciocinio se había desactivado. Solo sentía su tacto, dulce y delicado, y sus ojos oscuros, y...

—Te estoy tocando —respondió ella también en un susurro—. Te estoy tocando —volvió a repetir. Esa segunda vez el desconcierto teñía su tono.

Y tan inesperadamente como había sucedido, se acabó. Isaac notó cómo un leve escalofrío le recorría el cuerpo y al bajar la mirada confirmó como de repente la mano de Asia ya no lo tocaba, sino que lo atravesaba. Incorpórea.

Asia apartó la mano con rapidez, muerta de vergüenza.

—Lo siento... —murmuró.

Isaac negó con la cabeza, sonriendo a pesar de que no acababa de ver claro qué pensar ni sentir. ¿Se alegraba porque había conseguido materializarse? ¿La felicitaba? ¿Le pedía que no se disculpase? ¿Le quitaba peso para que no se sintiera avergonzada? ¿O...?

«No quiero quitarle peso». Esa afirmación lo sorprendió.

Y con ello recordó algo que Alma había dicho mucho tiempo atrás.

«Es capaz de ver a los espíritus, de hablar e interactuar con ellos. Puede que incluso llegues a ser capaz de tocarlos o controlarlos».

¿Podía...? Si se lo proponía, ¿podía llegar a tocarla?

No lo pensó. Alzó una mano en dirección a su rostro. Y se quedó paralizado al ver la expresión de desconcierto, miedo y vergüenza de Asia.

—¿Puedo...? —¿Estaba tartamudeando? ¿¡Qué demonios le estaba pasando?! —. ¿Puedo probar algo?

Asia lo observó unos segundos, antes de asentir, vacilante. Y entonces la palma de Isaac acunó su rostro.

Un «Oh» escapó entre sus labios. Era cálida y firme sobre su piel. Y la estaba tocando. E Isaac parecía igual de confundida que ella. Pero seguro de sí mismo. Aunque había dudado. Pero...

Isaac sonrió.

Y la sonrisa desapareció. Bajó la mano, aunque no se alejó de ella.

A pesar de su rostro ilegible, Asia consiguió entrever... ¿culpa? El médium pareció dudar unos segundos.

—Siento lo que ha pasado... Te prometí ayudarte, pero en vez de eso solo te he arrastrado a esto.

Asia supo a qué se refería sin que tuviera que decirlo. A los demonios. Al miedo. Al huir. A la violencia. Al dolor. Pero... ¿se estaba disculpando por ello? ¿Se estaba disculpando por haber sido escogido como víctima? ¿Por haber tenido que asegurarse de estar a salvo? ¿Por haber priorizado salvarle la vida a su hermana?

La chica se encontró sonriendo.

—Entonces yo me disculpo por haber muerto —Las palabras salieron de sus labios, susurradas pero divertidas, antes de que se diera cuenta.

La sorpresa fue tal que Isaac no pudo evitar que su expresión se tintara de sorpresa. Y de confusión.

—¿Por qué tendrías que disculparte por...?

» Oh...

» Entendido.

Su rostro volvió a mostrar una pequeña sonrisa.

—En todo caso, esta misma noche ayudaremos a Elia —afirmó en parte para autoconvencerse— y entonces podremos centrarnos en descubrir qué ha ocurrido con las almas.

» Tengo un par de ideas que me gustaría trabajar.

Asia asintió, pero no podía dejar pasarlo. No cuando acababa de ocurrir. No cuando lo había rememorado tantas veces, tocar su piel. Cada vez estaba más convencida de que ese día en el instituto, cuando lo habían detenido tras descubrir que se habían llevado a Elia, realmente lo había tocado. No habían sido imaginaciones suyas. Porque hacía unos instantes había pasado de verdad.

Bajó la vista hacia su mano, un tanto azulada y translúcida. Pero lo había tocado. ¿Qué le impedía volver a hacerlo? ¿Volver a intentarlo?

Isaac siguió su mirada. Y entonces ella avanzó uno de sus dedos, cada vez más cerca. Más cerca. Más próximo. A escasos milímetros. Y lo traspasó.

Retiró la mano con lentitud. Y de repente la mano de Isaac rodeaba la suya. Cálida, firme, sólida. Esa vez fueron sus dedos los que rozaron su piel, dibujando perezosos círculos en su dorso.

Asia cerró los ojos unos instantes antes de buscar su mirada. Elevó las cejas al encontrarla.

—¿Entonces tú puedes tocarme, pero yo no a ti?

Isaac se encogió de hombros. Asia no creía haber visto nunca ese brillo en sus ojos, divertido, tranquilo, atento.

Y descubrió que le encantaba.



Dado que para el hechizo Elia debía estar despierta, y por tanto tenía que seguir atada, habían decidido llevarlo a cabo en su habitación.

Lilia dejó en el suelo una bandeja de plata con dos frascos llenos de la sustancia verdosa ambarina que había estado preparando y un cuchillo. Contempló a Elia, que se agitaba sin pausa lanzando dentelladas al aire sin parar de gritar, antes de girarse hacia los otros cuatro integrantes de la habitación.

Su semblante era una máscara inexpresiva.

—Previo a comenzar, debo pediros algo. —No les dio tiempo a responder.

» Tan pronto el hechizo haya finalizado, debéis encerrarme. Por más que grite, por más que suplique, os amenace u os maldiga, no debéis soltarme hasta que hayan pasado siete lunas completas.

» Seguidme —pidió. Salió por la puerta del dormitorio dejándolos totalmente desconcertados. Se apresuraron a acompañarla escaleras arriba. Los esperaba a mitad del pasillo.

Sin dirigirles la mirada, colocó la mano en medio de la pared que separaba dos puertas. Y apareció una tercera.

No hubo luces ni resplandor, no apareció un agujero que cada vez se hacía más grande hasta formar una puerta, ni la pared se apartó revelando una abertura. No hubo efectos visuales ni magnificencia. Simplemente, allí donde no había nada, lo hubo.

Los ojos de Naia se desencajaron.

—¡Maldita sea! —exclamó para sí misma—. ¡Aquí ha estado todo este tiempo! ¡Ya podíamos buscar! Joder...

Lilia no les dio tiempo a asimilar lo que acababan de presenciar sus ojos. La puerta reveló unas empinadas escaleras. Naia fue la primera en seguirla. Áleix la imitó al momento.

Asia e Isaac cruzaron una mirada sorprendida antes de unírseles.

Una vez arriba se encontraron con un gran desván sin ventanas. Como era previsible, también estaba lleno de libros antiguos, pero además contaba con estanterías repletas de frascos y recipientes que contenían sustancias diversas: desde polvos y líquidos de distintos colores y consistencias hasta hojas secas, minerales, astas, huesos o plumas.

Dos camas descansaban en un rincón, rodeadas de algunos platos sucios y restos de comida. Y aunque parecía haber el mismo nivel de polvo que en el resto de la granja, diversas telarañas decoraban el techo y la araña de velas ya derretidas que presidía el lugar.

Era una clara continuación de las habitaciones de abajo, pero el ambiente estaba cargado, siendo más oscuro, más tenebroso. También ayudaba a ello que la única fuente de luz fuera la que se colaba por las escaleras.

El suelo crujió bajo los pies de Lilia cuando arrastró una silla de madera maciza hasta el centro del espacio. A continuación, se dispuso a apartar del suelo cualquier libro u objeto próximo y a acercar un saco lleno de sal.

El último paso fue dirigirse a un armario cerrado y sacar de él cuatro pesados grilletes de metal antiguo. Los dejó en el asiento. Y entonces se dirigió a ellos.

—Deberéis encadenarme a la silla y rodearla con un círculo de sal. Os llevaréis las llaves con vosotros y no volveréis a subir hasta que hayan pasado los siete días completos.

» Durante este tiempo no me proporcionaréis sustento ni agua, ni comprobaréis cómo estoy. No responderéis a mis gritos, a mis suplicas, a mis preguntas o a cualquier palabra que abandone mi boca. Y, ante todo, no seré liberada hasta que hayan transcurrido las siete lunas. No antes. Nunca antes.

» Prometédmelo, pues sino el hechizo no será realizado.

«¿¡Qué cojones?!» fue lo primero que le vino a Naia a la cabeza, seguido de «¿Cómo narices pretende sobrevivir a siete días sin agua ni comida?», «¿Por qué mierdas nos está pidiendo esto?» y «se ha vuelto totalmente majara». No tuvo tiempo a verbalizarlo, Isaac fue más rápido que ella.

—Así lo haremos.

Naia se giró hacia él totalmente desconcertada. El chico la ignoró.

Lilia asintió con la cabeza, tranquila y mesurada.

—No rompes tus promesas. Yo tampoco romperé la mía. Voy a ayudar a la chica —Les señaló la puerta de la habitación instándoles a salir.

Isaac fue el primero en dirigirse a las escaleras. Naia lo aprovechó para encararlo.

—¡¿Qué demonios estás haciendo?! —le susurró con furia—. ¡La matarás!

—Pretendo sedarla todo ese tiempo y mantenerla con vida con las bolsas de nutrición de Elia —Su voz no tenía deje alguno de emoción—. Debe haber algún motivo que desconocemos para que nos pida eso. Así que respetaré sus deseos, pero aseguraré su bienestar.

Naia lo observó consternada. ¿Cómo...? ¿No...? «!Joder!». No podía comprender cómo podía ser tan frío. Cómo podía estar siquiera considerándolo. Tan... Tan... ¿Había sido así cuando abandonó a Alma? ¿Se había vuelto totalmente indiferente? ¿Se había...?

Dejó que Isaac la adelantara, incapaz en ese momento de estar a su lado.

—¿Estás bien? —le preguntó Asia en apenas un murmullo.

Naia negó con la cabeza.

—No —afirmó. Aún así, soltó un bufido y siguió bajando.



Lilia se dispuso a empezar.

Sin vacilar, empuñó el cuchillo y se hizo un pequeño corte en la palma de su mano no dominante. Dejó el cuchillo. Contuvo los quejidos mientras con el dedo índice presionaba la herida para fluyera la sangre.

—Sujetadla —pidió. Isaac se adelantó y presionó a su hermana contra la cama para intentar menguar la fuerza de sus movimientos.

La bruja acercó el dedo a su frente y le dibujó con soltura un símbolo que los presentes desconocían. A continuación, volvió a empuñar el cuchillo.

Dado que Elia tenía las manos atadas, decidió hacerle la incisión en el antebrazo. La sangre empezó a manar al instante, cálida y espesa. La usó para realizarse un símbolo similar en su propia frente.

La chica empezó a chillar con más fuerzas, revolviéndose bajo el peso de un hermano que no reconocía.

—Puedes soltarla.

Isaac así lo hizo. Se apartó de la zona acerándose a Asia, Áleix y Naia, que contemplaban la escena con una gamma de emociones diversas. Había esperanza, desconcierto, miedo, nerviosismo, curiosidad, fascinación. Rabia.

La bruja tomó uno de los frascos llenos de líquido y lo vertió dentro de la boca de Elia, obligándola a tragarlo sino quería ahogarse. Ella ingirió la segunda ampolla.

Sabía a hierba, a amargo y dulzón a la vez. Se tomó unos segundos para deshacer la mueca que se la había dibujado en el rostro.

Y entonces llegó el momento.

Suspiró, desconocía si para darse fuerzas, si porque finalmente había llegado el momento que llevaba tantos años esperando o por el simple anhelo de tenerlo entre las manos y no haberlo usado. Lo tenía. Ocurriría.

Saboreó el momento. Nerviosa. Emocionada. Expectante.

Ante la simple expectativa su corazón se había disparado. Su respiración se había cortado. Todo su cuerpo lo ansiaba. Lo quería. Lo deseaba. Lo necesitaba.

Lo sentía.

Atrayéndola. Esperándola. Impaciente. Poderoso. Cautivante.

Los gritos de la chica dejaron de ser importante. Los ojos que la vigilaban dejaron de importar. La voz de Idara, sus recriminaciones, sus avisos, su rabia, eran irrelevantes.  Su padre... nada importaba. Porque lo tenía en la mano. El poder estaba allí. La fuerza. El deleite. El valor. 

Destapó la última sustancia que había comprado a los Mercaderes.

Y se la llevó a los labios.

La sangre le recorrió la garganta, cálida, densa, deliciosa.

Y al momento, todo su cuerpo explotó. Todos sus nervios, todos sus sentidos, toda su piel se llenó de poder. Vibrante. Caliente. Delicioso.

Su respiración se volvió completamente errática. Sus ojos se desenfocaron. Todo su cuerpo empezó a temblar. Era... la más maravillosa de las sensaciones. Sentía... se sentía... poderosa. Capaz de todo. Y de más. Tensa y relajada. Tranquila y excitada. Fuerte. Despierta. Viva.

Después de todos esos años volvía a sentirse así. Imparable. En el clímax del mundo, en el clímax de todo lo habido y por haber.

Todo ese tiempo... después de desearlo, de soñarlo, de rememorarlo, de revivirlo una y otra vez en su cabeza. Ah... Un nuevo gemido salió de entre sus labios.

Lo sentía. Lo sentía en todas y cada una de las partes de su cuerpo, esperando salir, ser usado. Esperando demostrar su fuerza, su poder.

Sonrió calmando los temblores de su cuerpo.

Iba a cumplir su deseo.

Se arrodilló sujetando con fuerzas una de las manos de la chica.

Y empezó a salmodiar. 



Y por aquí el capítulo 37 de 'Cuando la muerte desapareció'

¿Qué pensáis de los últimos de Lilia después de esto?

¿Y qué créeis que pasará con Elia? ¿Teorías?

Espero que estéis disfrutado la histora, y recordaros que ¡os leo! (y que me encanta hacerlo 🧡). 

¡Nos vemos el sábado!

onrobu


Seguir leyendo

También te gustarán

719K 13.9K 6
En Manchester se han perpetrado una serie de asesinatos extraños; la policía local deduce que se trata de un asesino serial. Stella, una forense inte...
6.1K 491 29
Peligro. Con esa sola palabra podrías indetificar al Escuadrón Zodiacal #1 de asesinos. Las psicópatas más peligrosos del mundo habían sido captados...
135K 8.7K 110
Que pasaría que el día que se conocieron uno de ellos lo vería con rabia al pensar que se cree mejor que el cuando es lo contrario
26.8K 3.9K 44
Un simple apocalipstis arruino la vida en Seúl sino en el resto del mundo, personas que tras morir despertaban con ansias de matar para comer a otros...