Cuando la muerte desapareció

De onrobu

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¿Qué harías si, durante una maratón de películas de terror con tus amigos, empiezas a escuchar ruidos en la p... Mais

Prólogo
PRIMERA PARTE: Una pieza clave en el juego
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
SEGUNDA PARTE: Búsqueda y huida
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
TERCERA PARTE: Las marcas que deja en la mente
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 28
Capítulo 27
Capítulo 29
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
CUARTA PARTE: La muerte
Capítulo 48 (I)
Capítulo 48 (II)
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52

Capítulo 30

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De onrobu

Tras revolver de arriba abajo la granja habían recopilado en el comedor todo aquello que habían encontrado útil. La ropa de abrigo iba ser de entre el 1700 y el 1800, la comida era escasa y el botiquín consistía en unos trapos como vendas y algunas plantas secas que a Naia le parecía recordar de un libro que había leído hacía tiempo. Habían encontrado también una brújula, pero lo más preocupante de todo era el agua. O, más concretamente, cómo transportarla. También la falta de mochilas. Y de linternas. Y de zapatos apropiados para andar kilómetros y kilómetros. El panorama era desalentador.

Los tres llevaban cinco minutos contemplando el conjunto que decoraba el suelo.

—Somos imbéciles —soltó Áleix sin apartar la mirada de los víveres. Ambas chicas se giraron para observarlo—. Somos imbéciles —repitió soltando una risa.

» Parece que estemos en el mil y pico —afirmó señalando la sala que los rodeaba y la ropa que vestían Naia y él—. Pero no lo estamos, ¿a qué no?

» ¿Para qué sirve un móvil? O ¿cuál era su función principal cuando lo crearon?

El chico vio como Naia se daba cuenta.

—Para llamar.

—Para llamar a alguien que nos venga a buscar. A tu tía, a mis padres, a algún amigo, a alguien de pueblo o incluso a emergencias. Somos imbéciles.

—Toda la razón de mundo —murmuró Asia negando con la cabeza con una sonrisa aliviada. Se llevó una mano al pecho. Ya lo sentía más cerca.

Todas las opciones que había planteado Áleix tenían inconvenientes (sus familias y amistades habían estado manipulados por una bruja para creer que estaban en unas conferencias de ciencia, llamar a emergencias era despertar preguntas, ¿y del pueblo? ¿a quién llamar para recorrer centenares de kilómetros en su busca?), pero, en todo caso, era mucho mejor idea que arriesgar sus vidas pillando una hipotermia, deshidratándose, perdiéndose o teniendo un bajón de glucosa en sangre.

Aún no habían procesado la idea cuando un sonido llamó la atención de los tres. Era un sonido corriente, completamente habitual y mundano, pero impropio del lugar donde se encontraban. El contundente rugido del motor de un coche destacaba notablemente por encima de la brisa del prado, el cantar de los pájaros y el murmurar de los pocos fantasmas que quedaban por los alrededores.

Los tres salieron disparados hacia la ventana.

Entre los árboles, en un pequeño espacio que en su día había sido un camino, pero que en ese momento se encontraba atestado de hierba alta y matorrales (motivo por el cual no lo habían siquiera notado), se divisaba un todoterreno negro.

La preocupación cruzó sus rostros. ¿Quién sería? ¿Podrían haber sido los demonios? ¿Los habían encontrado? ¿Alma?

Asia se quedó sin respiración por unos momentos. Su cuerpo la empujaba en su dirección. Tiraba de ella. La llamaba.

—Isaac... —susurró. Era él.

Ante esa revelación los tres salieron corriendo hacia la puerta de entrada, esperanzados, sorprendidos, expectantes.

El vehículo los alcanzó cuando tan solo se habían alejado unos pasos de la granja.

Al bajar del todoterreno Naia se tiró a los brazos de Isaac en un abrazo feroz que no tardó en convertirse en una sarta de insultos y recriminaciones.

—¡Eres un mierda! ¡Joder! ¡Te vuelves a ir sin decir nada y te mato! ¡¿Me oyes!? —Sus ojos se llenaban de lágrimas por momentos, por el miedo, por la ansiedad, por haberse marchado sin avisarlos. Por la sangre seca que lo cubría y la ropa destrozada.

—Te oigo. Te oigo —le repitió Isaac mientras la volvía a apretar entre sus brazos. Aspiró su aroma a argán, jabón y especias.

Se separaron unos segundos después y Isaac y Áleix también se dieron un fuerte abrazo.

—Naia no iba en broma —le susurró antes de alejarse con una sonrisa divertida escrita en los labios.

—Lo sé —le confesó el médium al chico fingiendo estar aterrorizado. Naia le dio un tortazo y empezó a discutir con Áleix. Isaac los ignoró, buscando a Asia. 

Se había mantenido un tanto alejada, incómoda, sintiéndose al margen, estorbando. Ellos... Naia y Áleix eran sus amigos. Ella... Ella se había visto abocada en su vida un par de semanas atrás. Se encogió apartando la mirada de los abrazos y recriminaciones. Ella... no estaba ni siquiera viva. No era una de ellos.

Se observó los pies, traspasados por las hierbas altas del prado. No pertenecía allí. No tendría ni siquiera que estar en el plano mortal. Estaba muerta. Con diecisiete años estaba muerta.

Estaba cerrando los ojos con fuerzas para contener una lágrima fantasmal cuando su cuerpo la instó a levantar la mirada. Lo sentía. Tiraba de ella. La atraía. Cuando se dio por vencida y alzó el rostro se encontró con unos ojos grisáceos. El dorado de los tallos del prado se reflejaba en ellos. 

Se le cortó la respiración de golpe, más por la proximidad de la fuerza física que los unía que por la sorpresa.

Isaac frenó el «¿estás bien?» que estuvo a punto de escaparse entre sus labios. Era obvio que no. A su mente le vino el día que se habían encontrado por tercera vez, que lo había acompañado a casa y después se había visto relegada en segundo plano, olvidada, incapaz de ser partícipe cuando llegaron Elia, Naia y Áleix. En aquel momento no sabían que Asia existía. Ahora sí.

No podía llegar a imaginar qué suponía morir, ver a un padre llorar desconsolado, asistir a tu propio funeral sin ser vista y ver la tristeza, la desesperación, el desconsuelo. No podía llegar a imaginar cómo era estar complemente sola en el mundo sin ser vista, sin ser notada. Sin saber qué pasaba, ni qué tenía que hacer. Con el miedo de dejar de ser ella.

Tenía que asegurarse de que supiese que estaba acompañada, que los tenía a los tres y que pertenecía. Tenía que asegurarse de que supiese que se preocupaba por ella, que le importaba, que la veía.

Lentamente alargó una de sus manos hasta su rostro, acunándolo sin llegar a tocarlo. A unos breves centímetros de su piel intangible.

Asia observó con los nervios a flor de piel como le dedicaba una pequeña sonrisa. Juraba... juraba que podía sentir la calidez que emanaba su mano, su cuerpo. Juraba que podía sentir su corazón latiendo a toda velocidad en su pecho, aunque no lo hiciera. Cerró los ojos unos brevísimos instantes y entonces un cuerpo se materializó justo detrás de Isaac.

Naia soltó un grito mientras que Áleix se encogía del susto y los ojos de Asia se abrían de golpe.

—No es la reacción que esperaba —señaló el chico con un deje de humor en la voz. La despreocupación era inseparable de su cuerpo gatuno: ágil y harmonioso.

A Asia le pareció que observaba con especial interés su proximidad con Isaac. Se alejó de él unos centímetros, cohibida.

Naia observó con atención y desconfianza como Isaac lo ignoraba dirigiéndose hacia la parte trasera del vehículo. No le pasó desapercibido que se conocían ni la falta de sorpresa ante su aparición repentina. Tampoco como su rostro se había convertido en una máscara impasible, alejando de él cualquier resquicio de emoción o vulnerabilidad.

Sin apartar la mirada del chico se dirigió a su amigo.

—¿Quién es?

Isaac contestó mientras se inclinaba hacia el interior del coche.

—Nit. Uno de los maravillosos hermanos de Alma. —Su voz tembló al mencionar a la parca—. Me ayudó a sacar a Elia.

Y entonces la vieron por primera vez.

Los rostros de Naia, Áleix y Asia se tintaron de alivio a la vez que se teñían de preocupación y horror.

Isaac les dedicó una sonrisa apretada antes de llevarla hacia la granja. Hacia la seguridad. Lo había conseguido. Elia estaba a salvo.



Con la voz encogida les relató la aparición de Idara en su habitación, como se habían transportado a la cabaña y había empezado el enfrentamiento. Obvió como había estado a punto de morir al quedarse tetrapléjico durante unos instantes hasta que Alma lo había curado milagrosamente.

Relató cómo había llegado al almacén y encontrado a Elia. Como había muerto Idara. Como las había abandonado. No se atrevió a mirarlos a los ojos.

Siguió entonces con la huida, con la embestida de los demonios y la posterior fuga. Con el encuentro con Nit y el secuestro del técnico de emergencias. Su voz se llenó de vergüenza.

Acabó el relató con el día y la noche que se habían pasado conduciendo hasta llegar a la granja.

El silencio se instaló en el salón.

Agradeció que Nit hubiera salido a hacer un barrido del lugar ahorrándole sus comentarios insensibles y crueles.

Tras echarle un vistazo a Elia, que descansaba inconsciente en uno de los sofás todavía conectada a una vía intravenosa que habían colgado encima la chimenea (Isaac se había visto incapaz de alejarla de su vista), se obligó a mirarlos a la cara.

Empezó con Áleix.

Este le regaló un asentimiento de cabeza dándole su visto bueno. Comprendiendo y aceptando todas y cada una de las acciones que había llevado a cabo durante ese tiempo alejado de ellos.

Asia le dedicó una pequeña sonrisa tensa que acompañó de un muy sincero «me alegro de que estéis bien».

Y entonces tuvo que enfrentarse a Naia. Sus ojos revoloteaban por la sala sin posarse en ningún lugar durante más de unos segundos. Su pierna se movía compulsivamente arriba y abajo.

Sabiendo que estaba siendo observada, pero sin cruzar mirada con él, abrió y cerró la boca un par de veces sin llegar a decir nada.

Finalmente se levantó sin mirar a ninguno de los presentes y se dirigió a todos y a ninguno a la vez.

—Voy a... voy a limpiarla.

» ¿Me traéis agua caliente a mi habitación?

Isaac la observó con un nudo gigante en la garganta.

—Gracias —murmuró. Asegurándose de no cruzar mirada con ella cogió a Elia con suavidad y la llevó hasta la cama de Naia. Ante la blanquitud de las sábanas, su hermana lucía aún más sucia, más herida, más dañada y vulnerable. Más pequeña. Le recorrió el pelo con cariño y preocupación antes de abandonar la habitación con rapidez cuando la chica entró y cerró la puerta a sus espaldas.



Elia descansaba inmóvil en la cama. Inerte. Naia la observó sin verla durante unos instantes. No volvió a la realidad hasta que escuchó el ruido de la palangana metálica en el suelo detrás de la puerta y el ruido de unos pasos alejándose.

También habían dejado unos paños limpios. Lo entró todo antes de volver a cerrarla.

Con tanta delicadeza como le fue posible desvistió a Elia sintiéndose una intrusa, avergonzada e incómoda a partes iguales. Parecía que la estuviese violentando, invadiendo su espacio, su intimidad.

A la vez, su cuerpo desnudo solo evidenciaba su estado. El daño y la tortura que le habían infligido. El hambre, la sed y las condiciones inhumanas en las que debía haber estado. El miedo, el terror, la desesperación, el dolor, el horror.

La limpió con suavidad, lentamente y a consciencia, el agua cada vez volviéndose más oscura, más roja. La tapó con las mantas una vez hubo acabado.

Consciente de que no estarían lejos, atentos a la habitación, se acercó hasta la puerta. La voz le salió temblorosa, pequeña.

—Asia... —la llamó. Al instante estaba al otro lado, en el pasillo—. ¿Puedes entrar?

La chica se materializó dentro de la habitación sin dudar. Le costó separar la mirada de Elia para clavarla en Naia.

—¿Podéis traer la bolsa del paramédico? Necesito también unas tijeras, el cepillo de pelo del baño y ropa limpia.

Asia desapareció al instante. Pocos minutos después volvía a aparecer en el dormitorio.

—Ya está —murmuró.

Naia le dedicó un minúsculo asentimiento de cabeza antes de dirigirse a la puerta y entrar el material que descansaba delante.

Asia iba a desaparecer cuando la chica se dirigió a ella con un murmuro apenas audible.

—¿Puedes quedarte?

—Claro —afirmó.

Observó como Naia le lavaba el pelo, que después empezó a peinar con dificultad. Tenía mil enredados y nudos. Tuvo que usar los dedos y las tijeras un par de veces. Media hora después dejaba el cepillo en el suelo.

Naia contempló a Elia unos instantes antes de ir destapando los distintos cortes y magulladuras que el paramédico le había vendado. Algunas de ellas también las había cosido. Limpió las heridas tal y como había aprendido de su tía y las volvió a tapar.

Entonces, y siguiendo las instrucciones escritas en el papel, cambió la bola de suero y añadió una segunda de nutrición parenteral. También administró los fármacos apuntados.

Agradeció que las instrucciones fueran claras y detalladas. Lavarse manos con gel hidroalcohólico, colocarse guantes, colocar una gasa estéril y los distintos utensilios en ella, lavar los puntos de unión de los cables con gasas y clorhexidina, llenar la jeringuilla...

Una vez la hubo vestido, hora y media después de haber empezado, se quedó sin nada más que hacer.

Se sentó en los pies de la cama con la mirada perdida. Sus pupilas se movían de un lado a otro sin posarse ni fijarse en nada concreto.

Asia, que se había sentido un mero fantasma, nunca mejor dicho, que solo había observado y deseado que la tierra se la tragase, sin saber qué hacer ni cómo proceder, la observó con atención.

Tras muchos años escuchando constantemente el «¿Estás bien?» sabía que no era una muy buena opción. Pero entonces ¿qué?

Tampoco la conocía demasiado. No tenía ni idea de qué le pasaba por la mente. ¿Le dolía ver a su amiga en ese estado? ¿Era culpabilidad? ¿Rabia? ¿Se había enfadado con Isaac por haberse ido? ¿Le dolía la muerte de Idara? ¿O...?

Necesitó tomar fuerzas para preguntárselo.

—¿Te preocupa Alma?

Naia parpadeó diversas veces a toda velocidad antes de mirarla. Había cierta confusión en sus ojos.

Su cabeza era un hervir de emociones, sentimientos, preocupaciones y pensamientos. Había rabia, hacia Isaac por irse sin decir nada. Por haberlos preocupado. Por haber abandonado a Alma, aunque entendiera porqué lo había hecho. Había ira hacia los demonios que habían torturado a Elia. Todavía sentía el miedo ante la desaparición de Elia. Y después la de Isaac. Y ahora la de Alma. Había pena. Por Idara, por Elia. Había preocupación, escenarios devastadores surcando su mente. Y Alma. Alma ocupaba un lugar importante en ella. Sentía rabia hacia ella. Enfado. Y también preocupación. Y miedo. Y una sensación en el pecho que no le gustaba en absoluto.

Había dicho que no podía morir, pero ella la había visto moribunda el mismo día que se habían llevado a Elia. La había visto herida durante el incidente. La había escuchar hablar con Idara sobre la muerte de sus hermanos. No era invulnerable. Y, por tanto, pudiese o no morir, sentía dolor. ¿La habrían atrapado? ¿Estaría en su poder tal y como lo había estado Elia? ¿O habría huido? ¿Entonces dónde estaba? ¿Por qué no había aparecido?

Una parte de sí misma sentía rabia hacia Isaac. Rabia porque todo el mundo lo buscaba, porque todo había ocurrido porque lo buscaban a él. Aunque no supiera el motivo. Aunque no fuera culpa suya. Aunque no tuviese ni idea y en vez de abrirse se cerrase.

Y luego estaba la sensación que se le había instalado en el estomago cuando limpió y vendó a Alma.

No se asemejaba en absoluto a la tarea que acababa de hacer. Limpiar a Elia, vendarla. La habían destrozado. Puede que la más inocente de ellos, la más buena. Más transparente.

Idara se había llevado a Isaac sin decir nada. Poniéndolo en peligro. Poniéndose en peligro. Y estaba muerta. ¿Cómo se sentía al respecto? No quería que muriese. ¿Pero qué harían ahora?

¿Y entonces...? ¿Qué...? Idara... Alma... Las heridas... Notaba... Sentía... Quería... No. ¿Pero...?

Un sollozo escapó de entre sus labios. Después otro.

Asia se sentó a su lado, incapaz de tocarla, conocía el dolor, el miedo, la incerteza, y sabía que una presencia al lado podía ser el mejor apoyo para no caer. No iba a dejarla hacerlo.



Último capítulo de la segunda parte. El miércoles conoceréis a dos nuevos personajes (bueno, los veréis. Todavía queda un poquito para que aparezcan en escena) y solo puedo decir que los capítulos que se vienen me encantan, así que emoción al 100% 😆

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