Cuando la muerte desapareció

Por onrobu

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¿Qué harías si, durante una maratón de películas de terror con tus amigos, empiezas a escuchar ruidos en la p... Mais

Prólogo
PRIMERA PARTE: Una pieza clave en el juego
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
SEGUNDA PARTE: Búsqueda y huida
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
TERCERA PARTE: Las marcas que deja en la mente
Capítulo 25
Capítulo 28
Capítulo 27
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
CUARTA PARTE: La muerte
Capítulo 48 (I)
Capítulo 48 (II)
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52

Capítulo 26

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Por onrobu

—¿Dónde has aparcado a tu hermana?

Isaac ignoró el hecho que se estuviera refiriendo a ella como si fuera un mero objeto.

—Sigue en el coche que nos embistió, en la entrada del pueblo.

—Muy original.

De nuevo, volvió a ignorarlo. En comparación, Alma le parecía cada vez más alguien agradable y fácil de tratar. O al menos, soportable. Había algo en Nit que no le gustaba en absoluto, que le daba mala espina. Siempre había sabido que Alma le ocultaba cosas, que lo media, pero en Nit parecía ser todavía mas exagerado. Cada comentario parecía premeditado, lleno de desdén y atención. O puede que solo fuera que lo sacaba de quicio. Estaba demasiado cansado, adolorido y saturado de emociones como para descubrirlo.

—Allí —indicó cuando llegaron a los árboles donde se encontraba el coche. Pasaba totalmente desapercibido, no lo habrían encontrado, no sin la luz del día. Pero por más que lo supiera no se tranquilizó hasta que tuvo a su hermana delante. Seguía inconsciente, pero viva, su corazón latiendo y sus pulmones hinchándose regularmente.

La observó durante unos instantes. Le dolía verla, contemplar en qué la habían convertido.

Intentó arreglarle un poco el pelo con las manos, pero tenía demasiados enredos y sustancias en él como para no hacerle daño. Así que le echó un último vistazo y la cargó en sus brazos para depositarla en un nuevo asiento. El tercero de esa noche. Le abrochó el cinturón con cuidado antes de cerrar la puerta y dirigirse al asiento del acompañante.

Nit volvió a colocarse en el lugar del piloto y condujo de nuevo hasta el parque de bomberos que acababan de dejar atrás.

—¿Cuál es el plan? —le preguntó Isaac observándolo de reojo sin apartar la vista del edificio.

—Ya lo verás.

La parca pasó por delante y lo dejó atrás antes de internarse en una carretera secundaria para dar la vuelta y pasar por delante de nuevo. Volvió a alejarse.

El médium no tardó en comprender que estaba evaluando el entorno, las posibles escapatorias, escondites, puntos de interés a tener en cuenta. Finalmente aparcó delante del cuartel, al lado de la puerta por donde había desaparecido el fumador. 

La parca apagó el coche, pero dejó las llaves puestas. Abrió la puerta y antes de bajar se giró hacia Isaac.

—Coge a la chica —le indicó. Así lo hizo. Con Elia en brazos se reunió con él delante de la puerta.

Nit lo observó, alzó las cejas con diversión y desapareció delante de sus narices. Esa vez Isaac no se sorprendió cuando la puerta se abrió pocos segundos después revelando al chico.

La parca le indicó con un dedo en los labios que guardara silencio.

Isaac podía entrever en sus ojos emoción, diversión y confianza a partes iguales, sentimientos que no le gustaban en lo absoluto dada la situación. Necesitaba prudencia, atención e inteligencia. Necesitaba que lo que sea que tuviera planeado saliera bien. Que Elia estuviera bien. No dijo nada. Aunque no se sentía cómo al lado de la parca no podía negar su eficacia: lo había visto pelear, lo había encontrado, lo había salvado. Lo siguió hacia dentro.

Las luces de la cochera en que descansaban un camión de bomberos, un vehículo forestal y una ambulancia estaban encendidas a baja intensidad, siempre preparadas.

Con su hermana en brazos siguió a la parca hasta la parte trasera de la ambulancia. Abrió las puertas para que ambos hermanos pudieran subir.

Isaac dejó a Elia en la camilla y se giró para quedar enfrentado a Nit a la espera de más información sobre los siguientes pasos.

"Quedaos aquí" fue la respuesta que recibió antes de que la parca le cerrara las puertas de la ambulancia en la cara.

Nit se recorrió la dentadura con la lengua, le costaba mantener la sonrisilla, la emoción. Observó durante unos segundos el lugar y desapareció.

Instantes después aparecía en la cocina del parque, oscura y desierta a esas horas del día. La examinó rápidamente y antes de desaparecer alargó el brazo hasta la encimera y se llevó a los labios uno de los dónuts que todavía quedaban en la bandeja.

Tenía que encontrar los dormitorios, pero desconocía la distribución del lugar, así que fue probando suerte. Se materializó en los baños y en un almacén antes de dar con el sitio correcto.

Un cierto olor a pies y unos ronquidos leves le dieron la bienvenida.

Diez camas sencillas de metal descansaban a lado y lado de una larga sala, separadas entre ellas por unas paredes bajas de ladrillos coronadas por paneles de cristal. Solo siete de ellas estaban ocupadas.

Se acabó la rosquilla y se pasó un dedo por los labios para asegurarse de no tener migas con un movimiento pausado pero firme mientras contemplaba el lugar con atención. Sonrió. Empezaba la cacería. Empezaba la diversión. 

Con despreocupación, pero tan sigiloso como un gato se paseó entre las camas. Sus pies contra el cemento pulido del suelo no emitían sonido alguno, parecía una sombra, un espectro manchado de sangre y tierra. Al acecho.

No le costó demasiado encontrar a uno de los paramédicos, el uniforme que lucían durante las veinticuatro horas del turno así lo evidenciaba.

Se trataba de un hombre joven, calculó que, de unos treinta años, complexión media, sin ningún encanto. Un humano como cualquier otro. Serviría.

Con un movimiento experto, amplio y seguro, sacó la espada de la vaina y la colocó en el cuello del hombre. Abrió los ojos al instante. La frialdad del metal le había erizado el cuerpo y arrancado con violencia del mundo de los sueños.

Se encontró con unos ojos brillantes y una espada más oscura que la noche apoyada en la garganta.

—Lamento despertarlo en tan bonita noche, pero temo que tendrá que acompañarme. Le aconsejo no despertar a sus compañeros, sino mañana tendrán un entierro al que acudir —entonó. Acompañó la frase con una sonrisa que en cualquier otro contexto habría iluminado la habitación pero que solo sirvió para dotarlo de un aire desquiciado aterrorizando todavía más al hombre. Justamente su intención.

El paramédico asintió con la cabeza, más tembloroso que dándole la razón. Ante el pequeño movimiento la espada le dibujó un trazo carmesí justo encima de la nuez de Adán. Sus ojos se abrieron todavía más, anonadado, al comprender que el pequeño demonio que había aparecido en plena noche no dudaría en acabar con su vida.

La sonrisa de Nit se ensanchó.

Con un movimiento de dedo juguetón le indicó que se levantara y le recordó que debía permanecer en el más absoluto silencio. El hombre no dio indicio alguno de desobediencia. La parca desconocía si por miedo, rezando que la obediencia le aseguraría vivir o si por incapacidad. Dudaba que fuera para proteger a sus compañeros. Hacía muchísimo tiempo que los humanos habían perdido la nobleza. Si es que en algún momento la habían tenido. Ya le iba bien, le había abierto muchas oportunidades de negocios. Y de disfrute.

Desde el dormitorio le fue sencillo encontrar la cochera y dirigir al técnico hasta la ambulancia a punta de espada.

Cuando abrió la puerta y reveló a un chico y una chica agonizante, ambos empepados en sangre seca, palideció todavía más.

La expresión de Isaac abandonó la preocupación durante unos instantes para teñirse de incredulidad.

—¿Qué demonios estás haciendo? —Mantuvo la voz fría y firme, bajo control.

—¡Oh! ¡Un poco de emoción! Hacía mucho tiempo que no secuestraba a nadie.

» Además, le estoy salvando la vida a tu humana, así que un poco de gratitud no estaría mal.

Se giró entonces hacia el hombre, que había quedado en segundo plano durante unos instantes. No había intentado ni siquiera huir. ¿Dónde estaba la gracia?

—Dinos que le ocurre —le ordenó—. Y arréglala.

El paramédico lo contempló durante unos instantes sin dar señales de haberlo escuchado. Y entonces Nit alzó las cejas en señal de impaciencia.

Se apresuró a entrar en el vehículo.

—¿Qué...? —Tragó saliva de manera sonora para obligarse a continuar—. ¿Qué le ha pasado?

—Eso esperamos que nos digas, cerebrito.

» Al lío.

Volvió a asentir nerviosamente con la cabeza cómo había hecho en la cama antes de alargar la mano hacia una especie de mochila que descansaba bajo la camilla.

Isaac le colocó la suya encima del brazo.

—Ayúdala, por favor.

» Y te prometo que no te pasará nada.

El hombre le contestó con un nuevo asentimiento de cabeza, esa vez más corto y seguro, acompañado con un amargo de sonrisa que lució más como una mueca.

En los minutos siguientes le tomó la presión arterial, le controló la temperatura, la respuesta pupilar y la respiración, así como otras comprobaciones que Isaac desconocía. También le colocó suero intravenoso y le vendó los cortes más notables. Finalmente se quedó quieto.

—¿Por qué paras? —Nit había cerrado las puertas de la ambulancia y se había metido dentro. Si alguien se despertaba y salía a hacer un paseo nocturno, no serían detectados.

—Yo... no puedo hacer más.

—¿Cómo que no puedes hacer más? Sigue inconsciente. —La parca lo observaba con suspicacia.

—Sí, pero la respuesta pupilar es la correcta, responde ante los estímulos físicos básicos y tiene todos los parámetros correctos. Sufre de una importante deshidratación y malnutrición, también inicios de hipotermia, pero a pesar de eso, y de los distintos cortes y rasguños, parece estar bien.

» Aquí no puedo hacer nada más. Necesita un análisis de sangre para detectar cualquier posible sustancia, antibióticos para prevenir cualquier posible infección, posiblemente también...

Isaac lo interrumpió.

—Apúntalo.

—¿Cómo...? —El ceño del hombre se había fruncido, sin entender a qué se refería.

—Dinos que tenemos que hacer. Cómo ayudarla.

—Necesita un hospital, necesita...

No le dejó acabar la oración. Volvió a interrumpirlo. 

—No es una opción. —El tono seguro y firme de su voz lo hacía parecer completamente seguro de su decisión, aunque por dentro lo que más quisiese era plantarse en urgencias y suplicar que ayudasen a Elia. El hombre pareció entrever su preocupación.

—Se nota que te preocupas por ella, si de verdad...

—Haz lo que te ha dicho el principito.

La visión de Nýchtas fue suficiente para que abandonara todo intento de hacer cambiar de opinión a Isaac.

Rebuscó por la ambulancia hasta encontrar un trozo de papel y un bolígrafo y empezó a escribir. Apuntó las distintas pautas que deberían seguir, desde cuánto suero y nutrición intravenosa debían administrarle a cómo hacerlo, cada cuánto tendrían que controlarle la temperatura corporal o en qué tenían que fijarse y qué señales eran alarmantes. Cuando acabó de escribirlo todo procedió a explicárselo.

Consciente que la chica no recibiría el cuidado necesario, o no al menos en las horas o incluso días venideros, y para que tuviera las mejores posibilidades de recuperarse, juntó en una bolsa los distintos utensilios y sustancias que necesitarían, a excepción de aquello que no se encontraba en la ambulancia.

Tampoco era quién para recetar antibióticos y programar un programa de cuidado más allá del tiempo que tardaba la ambulancia hasta el centro hospitalario más cercano, pero era él y sus nociones paramédicas o nada. Lo sabía.

Cuando acabó volvió a quedarse quieto, temiendo que ocurriría a continuación. Isaac notó su nerviosismo.

—Gracias.

» La cuidaré. Se recuperará. —Expresó en un intento de autoconvencerse.

El paramédico le volvió a dedicar un asentimiento de cabeza. Tragó saliva. 

Y entonces Nit se aceró por detrás y lo golpeó con la base de la espada. Una vez inconsciente le ordenó a Isaac que cogiera a Elia y colocó al hombre en la camilla. Lo ató y amordazó.

Se pasaron toda la noche en la carretera, intentando poner la mayor distancia entre ellos y sus perseguidores, tarde o temprano la policía también entre ellos.


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