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By -ttargaryen

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By -ttargaryen


VISENYA SIEMPRE HABÍA DISFRUTADO LA COMPAÑÍA DE SUS PRIMAS. Un par de chicas apasionadas de gran carácter con las que convivía amenamente cuando compartían un hogar y las únicas dos niñas de su edad con las que se le permitía congeniar a falta de una hermana propia.

Aunque viéndolas discutir nuevamente, tal vez agradecía un poco más haber nacido como la única hija de su madre. Al menos podía tomar ventaja de su feminidad por encima de sus hermanos varones, como ganar el favor y la diligencia de Rhaenyra cuando sus infantiles peleas llegaban a manotazos mucho menos amistosos.

Su madre siempre decía que era una doncella–un monólogo usual–y debía comportarse como una. Mucho menos delicada. Prefería cuando se ponía de su lado y sermoneaba a Lucerys–quien, por ende, involucraba a Jacaerys–.

No siempre podía salir ilesa.

En ocasiones específicas, la edad anteponía al género y Joffrey conseguía ser absuelto de cualquier castigo.

Mujeres sobre varones, niños sobre mujeres.

Tampoco funcionaba todo el tiempo. Su mamá los conocía desde sus primeras patadas en el vientre, sabía de lo que eran capaces y la clase de monstruos que había malcriado recluidos en Rocadragón una significativa parte de su infancia, con pocas opciones para convivir con más pequeños nobles de su edad.

Rhaena y Baela eran sus fieles aliadas, siempre que ambas lograran estar de acuerdo, por supuesto. Es decir, nunca.

Deslizó los ojos por su lectura con profundo interés, inmersa en el silencio convenido antes de buscar una nueva posición. Se removió entre los firmes cojines de seda junto al alfeizar de su solar, apoyando la espalda baja contra una cómoda columna para volver a enroscar sus rodillas flexionadas al pecho. La luz cálida del exterior bañó las páginas de su libro, lanzando un resoplido perezoso y apacible.

Entonces le dedicó a la menor de las gemelas un reconocimiento de soslayo mientras una sonrisita le cosquilleaba en las comisuras, tratando de ver el bordado entre sus manos.

Tal vez era con quien más empatizaba de las dos, había algo entre ellas que solo podía ser entendido por aquellos infortunados sin dragón–su tío Aemond alguna vez compartió con ellas dicha inferioridad–, sin aquella singular conexión con su sangre, sin la compañía de una criatura fiera como prueba de su legitimidad.

Rhaena Targaryen, aun así, tenía algo que Visenya no.

Sus magníficos rizos platinados caían como cascadas cuidadosamente enruladas a mano, perfilando cada lado de su rostro, demasiado concentrada en su labor como para estremecerse bajo su indiscreta mirada. Sus facciones eran la mezcla perfecta entre los Velaryon y los Targaryen, una pura cría de rasgos valyrios como los hermanos que tenían en común: Aegon el menor y Viserys.

Visenya a veces no podía verse al espejo sin pensar en ello.

Cuando niña, descubrió en su ingenua infancia que empanizarse la cabeza del polvo blanco para el rostro de la reina simulaba bien un color distinto de cabello, mas nada podía hacer por cambiar el color de sus ojos, su nariz, la forma de sus cejas o el resto de su cara.

Y habría dado lo que fuera porque un dragón defendiera su sangre como los de sus hermanos hacían por ellos.

Retomó la lectura, incapaz de caer en esa espiral de pensamientos de manera voluntaria, y dos párrafos más tarde, las puertas de sus aposentos fueron abiertas de par en par. Baela extendió sus brazos como un ave, apestando el salón de cuero, azufre y sudor, aún vestida en su traje para montar. Detrás suyo, con las mejillas encendidas por la adrenalina, entraron Luke y Jace en las mismas condiciones.

Su corazón se hinchó de gusto y se aceleró ante el brillo en su mirada. Les sonrió a todos por igual, rodando los ojos cuando Baela corrió hacia su hermana para envolverla entre sus brazos a pesar de las protestas, seguro para molestarla.

—¿Dónde está Joff? —Su primer instinto al recorrer a los recién llegados fue preguntar, echando un vistazo rápido detrás de sus hermanos para confirmar la ausencia del menor. Sus ojos cayeron sobre el mayor, quien ni siquiera había intentado dejar de mirarla desde su llegada—. ¿Jace? —insistió.

—Oh, sí. Él... —Giró el rostro sobre su hombro, todavía caminando hacia ella. Luego regresó y se encogió, luciendo bastante despreocupado al respecto—. Estaba detrás de nosotros. Debe haber ido a... debe estar en algún lado.

Enarcó una ceja, confundida y escéptica, pero después de buscar una segunda respuesta en Lucerys, dedujo de inmediato que ambos todavía se encontraban encima de su bruma de excitación tras una hora o dos de volar lo más lejos de sus tierras que se les permitía. La compañía de Baela surtía ese efecto en ellos, una carrera todos los días, algo retador para ponerse a prueba, lanzándose en picadas y volteretas que desde la playa lucían peligrosas y, desde los lomos de un dragón, Visenya probablemente preferiría morir.

Hizo a un lado su libro con la página marcada por un listón de oro y lo colocó junto a su cadera, poniéndose de pie para recibir con un abrazo a su exaltada prima-hermanastra antes de que se le abalanzara encima. No se quejó por el olor, en su lugar inhaló hondo y arrugó el puente de la nariz.

—Apestas —rio en serio y en broma.

—Así huelen los vencedores cuando patean traseros reales. —Uno de sus brazos descansó sobre sus hombros antes de volverse al resto de sus hermanos con la voz orgullosa—. Díganselo.

—¿Le pateaste el trasero a mis hermanos y ni siquiera tuviste la cortesía de extenderme una invitación para presenciarlo, prima?

—Lo haré de nuevo mañana, las dos tienen que estar ahí.

Cuando por fin pudo librarse de su agarre, Visenya dio un par de pasos y volvió a su lugar, demasiado cómoda en su pequeño rincón de paz. Jace la miró desde el fondo y comenzó a caminar en su dirección una vez más, inclinando su cabeza al saludar a la menor de las gemelas. Rhaena le correspondió con la misma educación.

Jacaerys se unió a la conversación. —Fue suerte —gruñó divertido.

Una vez de pie a su lado, él se sentó junto a ella. No tomó un sitio en el sofá como había anticipado, sino uno en el suelo, apoyando la espalda contra la columna de piedra. Estaba tan cerca que podía palpar el calor corporal emanando en cantidades absurdas a través del traje de cuero, adhiriéndose a su piel como el sol.

—Estrategia —lo corrigió Baela.

Visenya bufó— ¿Y vinieron hasta mis aposentos en lugar de asearse primero...?

Su atención recayó en un silencioso Lucerys de pie a la izquierda de Rhaena, escuchando atentamente sus palabras acerca del bordado que estaba elaborando, mostrándole justo dónde planeaba darle más colores al trabajo y explicándole cómo intrincaba los hilos. La ternura volvió a crecer en su interior y murió cuando Luke la miró de reojo, haciéndole una mueca fugaz y pueril como un niño tonto.

—Dime, Baela, ¿cuál de mis dos veloces hermanos se quedó atrás? —instigó con una sonrisita surcando sus labios de extremo a extremo, esperando porque la revelación hiciera avergonzar un poco al menor de los dos.

Jace emitió un ruido ronco.

No pudo hacer más que jadear de la impresión cuando la respuesta brilló en la cara de Baela, escuchándola soltar una risita tras las yemas de sus dedos con una delicadeza ensayada. Le lanzó una mirada incrédula a su hermano mayor y negó.

—Oh, Jacaerys, ¿cómo pudiste permitirlo? ¡Luke es... tan lento!

—¡Yo no soy lento! —Por primera vez, Luke alzó la voz en ese tono nasal tan característico de su juventud, aunque pronto cedió y su postura se relajó vergonzosamente—. Yo no soy lento —repitió más tranquilo.

Los pómulos de Jacaerys se enrojecieron. —¡Estaba distraído! De haberlo visto, Vermax y yo los habríamos hecho morder nuestro polvo, ¡estuvimos en desventaja!

—¿Acaso tu dragón es muy holgazán para sumarse a una carrera amistosa, Jace? —Fue turno de Baela para molestarlo, echándose sobre uno de los sofás alrededor de su mesita y estirándose por los cojines como si se tratase de un felino.

Visenya reunió toda la paciencia que podía contener en su ser para no intercambiar un par de palabras con su hermanastra sobre la confianza, especialmente porque su propio hermano tenía la prudencia de no impregnar sus muebles con su transpiración. Tomó nota para agradecerle su consideración más tarde.

Jace optó por no defenderse, bastaba con oír el rumbo de la discusión. Su hermano prefería sin lugar a dudas aceptar una rauda derrota a debatir acaloradamente las reglas de un juego amistoso entre parientes.

Ambos compartieron una mirada cómplice, una a la que ni Luke se unió por dedicarle todo su interés a su futura prometida, quien ya le explicaba donde coser y donde anudar.

—Vermax no es holgazán —ella argumentó dándole un empujón flojo al mayor—. Es un poco gruñón, es todo.

—¿Te vas a poner de su lado?

Jacaerys dejó caer su nuca superficialmente sobre el borde del alfeizar, resoplando de una forma exasperada que la hizo reír hasta que Rhaena encontrara conveniente intervenir.

—Yo siempre he creído que mi hermana es el lado ganador —suavizó el ambiente, empezando a desenredar unos hilos en su regazo.

—Excepto cuando el otro lado eres tú —Visenya rio—. Ustedes tres necesitan un baño antes de la cena o mamá va a enviarlos a todos a comer a las cocinas. —Se inclinó y cruzó las piernas, acomodándose la falda.

Jacaerys desvió la mirada lejos.

Aparentemente, Lucerys había tenido el mismo pensamiento antes de despedirse de su futura Lady y de nadie más en el solar, tropezando con la alfombra y dándose a la fuga al escuchar las risas. No le dio tiempo de hacerle un comentario colorido que lo abochornara pero Visenya estaba convencida de que tendría alguna oportunidad con todos reunidos en el comedor principal dentro de unas horas.

Rhaena permaneció en su silla, enfocada en su pasatiempo mientras Visenya y su hermano mayor luchaban contra las carcajadas sostenidas y la discusión silenciosa, viéndose entre sí y a la futura princesa de Rocadragón. Baela aún se encontraba echada plácidamente en uno de sus bonitos sillones, al menos hasta que la paciencia escaseó en su mirada y el decoro en su lenguaje, tratando de ignorarlos inútilmente.

—¿Qué? —rugió.

Rhaena suspiró antes de responder sin verla. —Le pedí a las criadas que tuvieran una tina lista para tu regreso. Visenya y yo te elegimos un vestido, tal vez deb...

—¿Es el morado? —se precipitó a preguntar.

—Sí —Visenya lanzó una fuerte risotada, pues tal como le había advertido la menor de las gemelas, Baela había saltado de inmediato en contra, como si la estuvieran forzando a comer hígado. Rhaena también rio, más suave y principesco.

Ambas hermanas discutieron entre susurros y cuchicheos bastante impropios, incriminándose la una a la otra.

—Arruinaste el vestido azul, Baela.

—¡Sabes que odio el morado! Es apretado.

—Es bonito y resalta tu figura.

—¡No quiero resaltar mi figura! ¡Solo vamos a comer con nuestra familia!

Jacaerys y Visenya disfrutaron de la escena por un momento, complacidos por tener a las hijas de Daemon de vuelta en casa, ellos solos no peleaban lo suficiente para volver loco al maestre y un par de cabezas más en la mesa aligerarían el ambiente hostil que aún mermaba la convivencia de algunos Velaryon con su padrastro. Además, Joffrey adoraba a Rhaena, era la única de las tres jóvenes princesas que se tomaba la molestia de llevarlo en brazos cuando se lo pedía, pues era también la más blanda ante los pequeños.

Visenya echaba de menos la presencia de Baela durante los entrenamientos, quizá ambas eran diestras al enfrentarse pero pelear contra varones tenía sus desventajas, al menos con su prima la fuerza estaba emparejada, no así mismo la ferocidad. Baela podía hundirle la cabeza en la arena si tenía energía de sobra y el temperamento al rojo vivo, y tenía que cuidarse bien de sus patadas.

—También le pedí a las criadas que te prepararan una ducha, madre nos quiere listos para cenar pronto —murmuró inclinándose hacia su hermano mayor, él asintió en silencio por un instante, antes de que una sonrisa burlona se dibujara en sus labios.

—¿También me has elegido un traje, hermana? —rio sutil y nasal, viéndose el uno al otro.

Jace esquivó uno de sus golpes a duras penas, su puño aterrizó vacilante contra su hombro, haciéndolo reír más fuerte.

—¿Por quién me tomas? ¿Tu sirvienta? —Trató de, cuando menos, atinar un manotazo pero él volvió a moverse fuera de su alcance, lo vio ponerse de pie rápido y ambos escucharon a Baela chillar una despedida casi insoportable, apurando al heredero a marchar. Entornó los ojos, debatiendo en sí misma si valía la pena seguirlo para darle un merecido empujón o solo dejarlo ir libre de represalias. En algún momento, Visenya eligió la moderación. Resopló por último— Date prisa, Jacaerys.

Entre risas, el joven volvió sobre sus pasos para agacharse a la altura de su mejilla, la superficie áspera de su palma le rozó el brazo y depositó un beso fugaz sobre su comisura, tan cerca de deslizarse por su boca en una caricia sedosa, un poco más prolongado y solo lo suficientemente profundo para robarle el aliento del pecho sin levantar sospechas en sus queridas primas-hermanastras. Sus labios se entreabrieron casi de manera imperceptible, dejando la huella húmeda y cálida de un beso.

—Lo haré —siseó solo para ella, apartándose para verla a los ojos. Fue intenso y arriesgado, ambos concebían la pista de los ojos atentos de Baela a metros de distancia, con suerte lo bastante enfrascada en su labor como para prestar atención en sus respiraciones ligeramente alteradas.

Los ojos oscuros del muchacho cayeron desde sus pupilas dilatadas hasta su boca, casi pudo sentirlo oscilar, acercándose un paso como si quisiera tomarla como realmente deseaba. Los vellos de su nuca se erizaron bajo el tacto firme de sus dedos, sus yemas calientes estrujaron el interior de su codo, un apretón de cercanía acompañado por el movimiento de su garganta al pasar saliva a duras penas.

Solo entonces, y después de carraspear torpemente, la liberó.

—Te veo en la cena —él susurró.

Lo vio huir, no sin antes despedirse de una callada Rhaena, hundida entre sus hombros mientras bordaba con un hilo nuevo.

Una ansiedad agradable zumbó en su vientre, esperando la hora acordada para reunirse con el resto de su familia para cenar.

Su caballeroso hermano realizó una reverencia ensayada en el umbral y francamente quiso lanzarle un cojín de su sofá por atreverse a jugar a la bufonería ahí mismo. Ambos se sonrieron, luego se dio la vuelta y salió tras los mismos pasos que había dado Lucerys.

No tenía una tarde interesante por delante, había planeado leer un poco más hasta ser solicitada en el comedor, pero con los nervios expuestos a flor de piel, habría preferido la oportunidad de acompañarlos en su carrera amistosa. La adrenalina de montar a lomos de un dragón en compañía de otros jinetes, dar vueltas a la isla a una velocidad peligrosa e inimaginable, era por mucho más divertido que bordar y leer en un cuarto ornamentado con baratijas lujosas diseñadas para entretenerla.

Los instrumentos, la lectura, las clases y la charla no reemplazaban un solo momento de libertad al aire libre.

Sin embargo, se alegraba de tener una igual en su soledad. Sabía que Rhaena, hija del salvaje Daemon Targaryen, entendía su añoranza como si viviera bajo su propia piel y dentro de sus propios huesos. Si tan solo la conversación se les diera tan natural como desayunar.

No dudaba, en lo más ínfimo, que Rhaena tuviera en su cuerpo la misma sed de aventura que guardaba recelosamente para sí misma, la sangre de dragón corría por sus venas después de todo.

Reunió la paciencia para retomar su lectura, abrió su libro en la página abandonada y se recostó de espaldas al sillón, acomodándose contra el forro de seda cuando Rhaena tomó la palabra con una dulzura directa que pocas veces le había escuchado emplear, su timbre siempre basto en feminidad.

—Siento envidia —tarareó inmersa en su lienzo con una sonrisa delicada, absolutamente discordante a la ausencia reflejada en sus perfectas perlas de amatista—. Tus hermanos te adoran.

La contempló por un largo y silencioso minuto, curiosa.

Ella continuó— Lucerys es sin duda tímido al respecto, pero sé en mi corazón que él te ama más de lo que las palabras pueden expresar. —Sus mejillas se iluminaron de rosada vergüenza y el carmín de sus pómulos subió hasta sus orejas—. Él busca tu aprobación.

Enmudeció. Por un instante dudó pero guardó silencio solo hasta que la risa se desbordó en su pecho, risitas nerviosas que no parecieron atenuar la gentileza en el rostro familiar de su prima.

—Bueno, eso espero. Tengo que molestarlo de mañana a tarde para asegurarme de que sepa cuanto lo amo —enfatizó con una mueca maliciosa torciéndole las comisuras. Se encogió de hombros cuando por fin la joven le dedicó una mirada de soslayo, sonriente como ella—. Una broma cruel es como un fuerte abrazo.

El silencio fue breve, al menos hasta que el tintineo de un clavo aterrizando en la cuenca de su vela sobre la mesita central invitó a Rhaena a volver a hablar.

Se detuvo un instante y pareció digerir sus propias palabras, al menos hasta que decidió armarse de valor.

Sugirió llena de determinación— Tal vez deberías darle un abrazo de verdad alguna vez. —Siguió bordando, podía ver sus delgados dedos moverse con más vacilación, dejando atrás la gracia que tanto le caracterizaba.

Esta vez, Visenya no logró disfrazar el gesto de incredulidad que frunció su rostro.

De cualquier modo, no tuvo intención de lanzar una respuesta mordaz a la súplica oculta tras un consejo. Era consciente de que su hermano menor era tendencioso a los afectos. Su madre era activa y amorosamente física con él, cada amanecer lo recibía en sus brazos plantándole un beso en la mejilla y lo mandaba a dormir con un beso en la frente, lo abrazaba y resguardaba sus manos entrelazadas cerca de su vientre abultado o lo acunaba contra su corazón.

Rhaenyra Targaryen era una madre aprensiva y cariñosa con todos sus hijos por igual, quizá Luke solo era el más sensible de todos ellos.

Visenya optó por fingir que no se trataba de nada más que una observación, la vista desde los ojos ajenos hacia el interior de su refugio familiar. —Debería —y le restó importancia—. ¿Puedo ver ahora lo que estás bordando?

Alzó los ojos de su lectura para intentar ver por encima del laborioso trabajo de su compañera. Podía ver poco más que el brillante azul marino en las orillas, tal vez un emblema; también le pareció distinguir un vibrante color rojo en algún lado pero de inmediato perdió todo alcance visual.

Rhaena estrechó el cabestrillo de tela en su pecho, sacudiendo la cabeza con voluntad. Su expresión lució firme y abochornada al mismo tiempo.

—No —la rechazó. Después de unos instantes, cambió de tema a través de un balbuceo tímido en su voz cortada—. Ellos te siguen. Jace y Luke. Joffrey también lo hace. Ellos solo... —miró la alfombra ante sus pies, frunciendo el rostro, confundida— solo corren a tu lado. Cada vez. —Se negó a verla a los ojos; en su lugar, dejó el bordado a medias sobre su regazo, boca abajo, y jugó con los anillos de oro en sus dedos–un hábito que con seguridad había robado de su querida madre–.

Visenya la imitó, cerró su libro y lo hizo a un lado para escucharla sin distracciones.

—Habría sido encantador tener un hermano propio —admitió Rhaena.

Bufó por lo bajo.

—Por supuesto, Baela y yo...

—Rhaena —la interrumpió, un atropello muy indigno de la realeza, pero efectivo de igual manera—. Mis hermanos son tuyos, nuestros hermanos, somos una familia. —Le obsequió una sonrisa de lo más vulnerable, se levantó, atravesó la habitación y se sentó a sus pies para tomar sus manos entre las suyas—. Una misma casa.

De pronto, las facciones en el rostro de su compañera se suavizaron hasta la felicidad, conmovida por sus palabras. Correspondió de vuelta el apretón e inhaló profundo, aliviada.

—Tienes razón. —Retuvo sus manos solo un poco más, aferrada a su calidez—. Gracias, hermana.

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