Cuando la muerte desapareció

By onrobu

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¿Qué harías si, durante una maratón de películas de terror con tus amigos, empiezas a escuchar ruidos en la p... More

Prólogo
PRIMERA PARTE: Una pieza clave en el juego
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
SEGUNDA PARTE: Búsqueda y huida
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
TERCERA PARTE: Las marcas que deja en la mente
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 28
Capítulo 27
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
CUARTA PARTE: La muerte
Capítulo 48 (I)
Capítulo 48 (II)
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52

Capítulo 21

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By onrobu

Dedicó toda su atención en el demonio que tenía delante. Si moría a sus manos, los tres que aparecían por las escaleras serían irrelevantes.

Se obligó a tranquilizarse, a centrarse únicamente en él, y con ello, el tiempo pareció ralentizarse de nuevo, fluyendo a su alrededor.

Si apenas dejarle margen, el sujeto volvió a arremeter en su dirección. Isaac esperó, esperó, esperó, y justo cuando parecía que sus garras iban a internarse en su cráneo en un viaje de no retorno, se agachó a toda velocidad.

Presa del impulso, las zarpas se clavaron en la pared dejándolo atrapado en ella. Empezó a forcejear para liberarse con movimientos salvajes, animales. Un gruñido de frustración similar al de los gatos parecía salir de lo más profundo de sus entrañas, pero violento, indómito y cruel.

Era una masa de fuerza bruta, apenas raciocinio en él.

Recordó las palabras de uno de los demonios de la fábrica que Asia le había transmitido: «las legiones de Taiyr». ¿Serían eso? ¿Meras bestias sin consciencia?

El médium aprovechó la pugna del demonio contra la pared, el pequeño lapso de tiempo que le confería una ventaja, para se deslizarse por su lado hasta colocarse detrás suyo. Sin vacilar alzó el trozo de vidrio que todavía sujetaba y se lo colocó en el cuello.

Había visto imposible la opción de decapitarlo. En ese momento la oportunidad estaba frente a él. ¿Podía hacerlo con un trozo de cristal? ¿Podía cortar lo suficiente? ¿Era viable?

¿Era él, capaz de hacerlo?

El demonio no había dejado de moverse, forcejeando, en ningún momento. En uno de sus movimientos desesperados el cristal dibujó un pequeño corte en su piel. La sangre empezó a brotar al instante, caliente y espesa. Humana.

Era muy consciente de que el tiempo se le acababa, que en cualquier instante lograría liberarse y se volvería hacia él, pero se veía incapaz de clavarle el cristal, de intentarlo. Si no conseguía cortarle la cabeza, o cortar suficientemente profundo para que el recipiente se volviese incómodo para el demonio, y parecía muy probable, ¿serviría para algo más que para matar al recipiente? ¿para matar al hombre al que le habían arrebatado el cuerpo?

Podía ser padre, ser tío o hermano. Podía ser granjero, mecánico o electricista. Tenía una vida, unos sueños, una historia. Un futuro. ¿Se lo iba a arrebatar?

Había estado leyendo sobre demonios para saber cómo enfrentarse a ellos. Alma había tenido razón, era muy difícil. Por más que se lo hiriera, el demonio seguía haciendo funcionar el cuerpo como si fuera una especie de sustancia que mantuviera unidas las piezas o unas tiritas infalibles. Era cuando lo abandonaba y el humano volvía a estar consciente en él, que, si las heridas eran mortales, fallaba. Y con él moría la persona. Dependiendo de cuánto tiempo hubiera estado poseído, había alma o no.

Solo podía esperar hacer el recipiente tan incómodo que decidiese abandonarlo (vagar sin cabeza, y por tanto, sin ver ni escuchar, sin poder hablar o respirar, no debía ser muy agradable). Pero si fallaba, si no conseguía separarle la cabeza, no iba a producirle daño alguno al demonio, sí que se lo haría al hombre. ¿Qué hacía entonces? ¿Nada? Nada. No podía arriesgarse a matar a una persona para herir a un ser al que le iba a ser indiferente. Pero entonces ¿qué? ¿cuál era la otra opción?

Estaba inclinándose para tajar la parte trasera de sus rodillas cuando, con un fuerte tirón, el demonio finalmente  se liberó. Su codo chocó contra la frente de Isaac, que se vio impulsado hacia atrás, tambaleante ante el ímpetu y la sorpresa.

El dolor le recorrió el rostro hasta perderse en el cuello, ardiente.

—¡Al suelo! —gritó una voz femenina. Idara. No lo pensó, no fue consciente de ello, simplemente se tiró contra el suelo y de repente el hombre al que había dejado vivir hacía unos instantes se fusionó con la pared convertido en una masa amorfa de fluidos, piel, hueso y cabello cuando una fuerza sobrenatural colisionó contra él.

Isaac siguió con la mirada la bruma negra que emanó de los restos y tras un par de vueltas en busca de salida, se internó en la habitación y desapareció por la ventana rota.

Y entonces clavó la vista en lo que había sido un hombre.

Algunos trozos de hueso no más grandes que su meñique se habían clavado en la pared, el resto se había desmenuzado tanto que era inseparable de los fluidos que recubrían la pared y resbalaban hasta el suelo formando un charco pringoso.

Un olor agrio, a hierro y ácido, le invadió las fosas nasales. Y aunque sabía que tendría que estar horrorizado, conmocionado y asqueado a partes iguales, entre la apatía solo había un resquicio de pena. Pena por el hombre al que le habían arrebatado las oportunidades, la vida. Y la muerte: el más allá. Y todo por él, porque lo querían a él. ¿Cuántos muertos traería su búsqueda?

La rabia hizo acto de presencia.

La ira hacia ellos. Por sus muertes, por haberle arrebatado su hermana. Apartó la mirada y se levantó.

Detrás suyo la pelea continuaba.

Idara empezó a mover las manos salmodiando un hechizo.

Isaac lo reconoció al momento. Los tres individuos que acababan de subir de la planta baja también lo identificar y desaparecieron al instante.

Justo en el momento en que lo lanzaba apareció un cuarto sujeto que se vio fusionado contra la pared que tenía a su espalda.

La bruma negra huyó por las escaleras.

Y de nuevo, ninguna alma apareció al lado del cuerpo.

No lo haría ninguna.

No tenía sentido abstenerse de intentar herirlos. Ya no. Las personas ya estaban muertas, sus almas ya se habían desvanecido, perdidas para siempre.

Isaac no tuvo tiempo de poner en marcha plan o estrategia alguna, uno de los tres individuos que había desaparecido de las escaleras salió de dentro de la habitación y se tiró contra él. Cayeron al suelo en una maraña de extremidades. Fue entonces cuando reparó en que seguía sujetando el trozo de cristal. Empezó a apuñalarlo con todas sus fuerzas. No sirvió para nada más que para agravar los cortes de su palma y que un dolor lacerante le recorriera la mano hasta perderse en el brazo. Lo ignoró. 

Le golpeó uno de los brazos cuando el demonio intentó estrangularlo, al mismo tiempo que su mente, desesperada ante la falta de opciones, rescataba el exorcismo.

Evoco potentiam... con... cessam... per lucem... ben... edictionem... Azrael patris venatorum. Exorcizamus te... spiritus... entitas infernalis exortus... ex caligine, daemon et minister... —Empezó a salmodiar con la respiracion entrecortada. Consiguió esquivar un zarpazo dirigido a sus ojos girándose lateralmente, y entonces notó como un segundo zarpazo le perforaba el trapecio izquierdo.

No gritó a pesar del dolor que supuso. Empezó a recitar con más fuerzas, la mandibula tensa, el dolor impidiéndole pensar más allá de las garras que se aproximaban por su derecha, del cristal que se perdía en la axila del demonios, de la sangre que lo embadurnaba y las palabras que abandonaban sus labios lanzadas con furia y desesperación.

—...Luciferi. Revertere. Reverti ad planum... infernale tuum... Ad dimensionem.. tuam sine lumine... —Y fue entonces cuando el agarre del demonio empezó a perder fuerza. Su cupero comenzó a sacudirse espasmódicamente y su rostrso a desdibujarse. Continuó entonando cada vez con más determinación, cada vez con más rabia mientras se aprataba de él—. Vade... minister diaboli, dominator omnium deceptionum et pater tenebrarum. Exorcizo te, non potes amplius fugere...

El que había sido un hombre cayó al suelo, convulsionando cada vez con más vehemencia mientras arañaba el piso de madera. Su rsotro se contrajó en una muca de dolor a la vez que los ojos se le ponían en blanco y la boca se dislocaba en un grito mudo. Y entonces la bruma negra salió de él y abandonó la cabaña.

Isaac se incorporó con una mueca de dolor. Contempló el cuerpo durante unos instantes y estaba levantándose cuando de repente una mano grande y sudorosa le tapó la boca para impedirle gritar.

Notó una presión en la parte baja del cuello y el mayor dolor que había sufrido nunca le recorrió el cuerpo a toda velocidad. Se le cortó la respiración, dejó de ver, de pensar. Solo duró unas milésimas de segundo. Y luego, nada.

Sus extremidades cayeron flácidas, y su cuerpo dejó de poder moverse, de sentir.

El pánico lo invadió.

—Nuestro querido principito... te tengo —le susurró una voz rasposa al oído. Un aliento húmedo y caliente con tufo a cerveza le dio la bienvenida—. Taiyr estará extasiada de tenerte entre sus manos al fin. La caída del rey blanco está próxima y, pronto, nuestro reinado sobre el plano mortal.

» Muchas gracias, principito. No habría sido posible sin ti.

Isaac habría pataleado, habría gritado y maldecido en mil idiomas distintos. No pudo. Era incapaz de moverse, de sentir nada más allá de su cuello. Era incapaz de notar el contacto de su cuerpo contra el suelo, de sentir los dedos de la mano, sus pies. No sentía nada. Absolutamente nada.

Estaba tendido en los brazos de un demonio y no podía hacer nada. Empezó a asfixiarse, no podía respirar. El aire no estaba a sus pulmones. No podía... no podía... necesitaba ayuda. Necesitaba a Idara. Necesitaba a Idara.

Tenía que... tenía que... no podía respirar... y con cada intento inútil de inhalar el pánico aumentaba. Invadía cada fibra de su ser. Le nublaba la mente, le impedía pensar, concentrarse. Y lo peor era que el nerviosismo no veía acompañado de temblores, ni de sudor, ni de calor o frío. Estaba solo en su mente. En la presión en el pecho y los pulmones. Su cuerpo no respondía. No sentía nada y no podía respirar... la mano que le tapaba la boca... no sentía su cuerpo... no sentía nada... no podía... no podía... No.

No.

Tenía que centrarse. Tenía que tranquilizarse. Tenía que respirar. Tenía que pedir ayuda. Y para hacerlo debía controlarse. Cortó la hiperventilación. Relajó la musculatura de cuello y rostro, la única sobre la cual tenía control y sensación. Obligó a su corazón a disminuir la velocidad. Y entonces abrió la boca y mordió con todas sus fuerzas. Notó como la piel se rasgaba y sus dientes se internaban en la carne. La sangre le inundó la boca, metálica y caliente.

Puede que los demonios no sintieran dolor, pero ante el ataque retiró la mano con sorpresa. Y con ello desapareció la fuerza que lo sujetaba medio derecho. Cayó al suelo en una maraña de extremidades flácidas.

No importaba. No notó como su cuerpo impactaba contra el piso. No notaba nada. Y aprovechó para gritar con todas sus fuerzas.

—¡Idara! ¡Idara! ¡Ida...! —Un golpe le cruzó la cara. Del impuslo acabó con el rostro presionando contra el suelo. Su visual se redujo a una pequeña porción de la habitación.

Incapaz de incorporarse, la baba empezó a resbalarle por la mejilla.

Y tendido en el suelo, incapaz de controlar su propio cuerpo, cuando el demonio que lo había atrapado en su propia mente apareció en su campo visual solo pudo pensar que la prespectiva era un tanto extraña.

La boca del hombre se alzó en una sonrisa salvaje.

—Disfrutará mucho sacándote la verdad...

No acabó la frase. Su cabeza cayó al suelo, separada de su cuerpo.

La bruma negra cegó a Isaac unos instantes, al desaparecer, el cuerpo también se había desplomado contra el piso y ocupaba la mayor parte de su campo de visión.

Empezó a moverse. Alguien lo arrastraba.

Alcanzó a ver unas botas negras y unos pantalones de cuero del mismo color antes de que la figura saliera de su mundo.

Escuchó. Gruñidos, golpes, gritos. Y de repente en la habitación se hizo el silencio. Fuera de ella continuaba la lucha.

Alma se agachó delante suyo.

—Te voy a matar. Te juro que te voy a matar.

» Y ahora levántate, tenemos...

—Hay un ligero problemilla con eso —murmuró. El sarcasmo era su única forma de lidiar con el miedo.

Las cejas de la parca se fruncieron, estaban manchadas de sangre. Toda su cara cubierta de gotitas carmesíes.

Isaac la perdió de vista cuando se levantó y lo rodeó, y de repente su campo visual empezó a cambiar. Lo había incorporado hasta quedar sentado. No había notado la presión de sus manos sobre la piel.

—Mierda —murmuró detrás suyo. Volvió a tenderlo en el suelo y a aparecer en su ángulo de visión—. Te voy a matar. De verdad que... ¡dioses!

La frustración era evidente en su rostro. Rodó los ojos antes de suspirar profundamente un par de veces y desaparecer de su ángulo de visión.

Un cosquilleo tibio fue brotando de todas las partes de su cuerpo. Al principio le recordó al burbujeo de una bebida con gas, luego fue subiendo de intensidad hasta llegar a ser agua en plena ebullición. El calor también fue aumentando, desde un calorcillo agradable similar al sol sobre la piel hasta su cuerpo ardiendo quemando todas y cada una de sus terminaciones nerviosas.

Se incorporó de golpe inspirando con todas sus fuerzas.

Y el ardor cesó al momento. Con él llegó la consciencia de su cuerpo, las posibilidades de movimiento. Las sensaciones. No había rastro alguno de dolor, ninguno, tampoco en la cabeza.

Parpadeó un par de veces, asombrado. Se examinó las manos con curiosidad, movió los dedos de los pies dentro de los zapatos. Respiró sin que el dolor le martillease la mente.

A pesar del milagro que acababa de ocurrir, se puso en pie consciente de que la pelea continuaba fuera de la habitación. Que Elia podía estar en ella. Tenía que encontrarla. Tenía que traerla de nuevo a casa.

Alma observaba al médium sin ningún tipo de expresión en el rostro. Parecía pálida y demacrada. Dolorida. Tragó saliva y cerró los ojos con cierta dificultad antes de desaparecer.

Una mujer entró en la habitación. Todo su cuerpo estaba lleno de heridas, pero seguía en pie sin notar impedimento alguno. Sonrió al ver a Isaac en medio de la habitación. Y entonces Alma se materializó detrás suyo.

La velocidad de sus movimientos fue tal que Isaac apenas vio como sacaba una larguísima daga de las botas que llevaba y le rebanaba el cuello hasta que la cabeza apenas se mantuvo unida al resto del cuerpo.

La bruma negra salió de entre sus labios antes de lo que tardó el cuerpo en caer al suelo.

Isaac tuvo la sensación de que no entraba en pánico porque su cerebro era incapaz de procesar el nivel de violencia que estaba presenciando. En ese breve intervalo de tiempo había visto morir al menos a siete personas: las dos que Idara había desintegrado, la que él mismo había exorcizado causándole la muerte al cuerpo, las dos víctimas de Alma y los dos cuerpos de la habitación, cortesía de la bruja, en los que ni siquiera había reparado hasta el momento. Y no podía hacerlo, no podía paralizarse. Debía continuar. Elia podía estar allí. Tenía que encontrarla.

Alma bajó la daga con una mueca. Parpadeó un par de veces antes de observar a Isaac y asentir. El médium la siguió cuando salió al pasillo. Ni siquiera pareció reparar en los dos cuerpos del pasillo cuando pasó por encima de ellos en dirección a las escaleras.

A su paso fueron dejando huellas rojas.

¿Era eso lo que había presenciado Asia en la nave industrial? ¿Ese horror? Apartó el pensamiento de su mente. Apartó todo pensamiento de su mente. Tenía que centrarse.

La planta baja presentaba el mismo panorama que la superior. No solo había basura por todos lados, sino también diversos cuerpos ya sin vida con heridas de distinta consideración, desde abdómenes completamente abiertos a miembros doblados en posiciones inhumanas.

El olor...

Alma los ignoró. Se dirigió hasta el porche con pasos seguros. Desde allí pudieron contemplar como continuaba el enfrentamiento.

Idara peleaba contra dos demonios más, un hombre y una mujer, salmodiando hechizos entre dientes. Su camisa se había visto rota en diversos puntos y, teñida de rojo como estaba, ya nunca recuperaría el color original. A pesar de los diversos moratones que empezaban a dibujársele en brazos y rostro, parecía cansada pero ilesa.

La atención de la bruja saltó de la batalla que tenía entre manos a los tres individuos que aparecían de detrás de la casa. La mujer con quien luchaba aprovechó esa fracción de segundo para saltar sobre ella y clavarle las garras en la axila dejándole en brazo incapacitado.

Alma se materializó a su lado.

Y mientras tanto, delante de los tres demonios que se apresuraban a unirse a sus compañeros, un chico apareció de la nada.

En la oscuridad de la noche solo rota por la luz que salía de la casa, Isaac únicamente pudo entrever una sonrisa juguetona y una espada de ángulos modernos completamente negra que parecía tragarse la luz de su alrededor como si fuese un agujero negro.

Con dos estocadas expertas le separó los brazos del cuerpo a un demonio para cortarle entonces la cabeza. La neblina negra fue casi imperceptible en la oscuridad.

El chico se enfrentó a los dos otros demonios sin dificultad alguna, le pareció incluso que jugaba con ellos. Que dejaba que se acercasen a él solo para deslizarse a un lado y regalarles un fluido movimiento de espada.

Estaba disfrutándolo.

Habría seguido contemplándolo, completamente abstraído, si Alma no se hubiera dirigido a él.

—¡El almacén! —gritó esquivando un golpe para después desaparecer instantes antes de que un demonio que acababa de materializarse detrás suyo le cortase la cabeza.

¿El almacén?

Observó a toda velocidad el entorno y entonces lo vislumbró: un cobertizo de chapa ya oxidada descansaba a cincuenta metros de la casa, rodeado de bosque.

Elia.

¿Por qué habría tantos demonios si no era porque su hermana estaba allí?

Tenía que estarlo. Rezó para que lo estuviese.

Saltó por encima la barandilla lateral de la entrada para evitar la escaramuza que estaba teniendo lugar delante y echó a correr más rápido de lo que lo había hecho nunca.

Saltó troncos caídos, esquivó hoyos y matas de espino y se escondió detrás de un tronco cuando un demonio pasó por su lado en dirección a la casa.

Los últimos metros los hizo caminando en el más profundo silencio para no alertar a cualquier posible individuo. Contempló la estructura con atención calculando su siguiente paso.

Se trataba de un rectángulo de tres por cinco aproximadamente, sin ventanas. No tenía manera alguna de ver qué había dentro, si estaba lleno de demonios que lo esperaban.

No podía entrar como si nada, era demasiado arriesgado.

¿Qué hacía entonces?

El móvil. Tenía el móvil en el bolsillo interno de la sudadera que llevaba. Fue al bajar la cremallera que notó por primera vez el frío que hacía. Lo ignoró. Encendió el teléfono esperando que hubiera señal. No la había. En el fondo ya lo imaginaba.

Vale, necesitaba alguna manera de atraerlos hacia él. Necesitaba una grabación de voz. Naia.

Entró en el grupo que tenía con ella y Áleix y no tardó en encontrar un mensaje de voz que le serviría. Recordaba de él muchas maldiciones y quejas.

Se alejó cauteloso del trastero, subió el volumen al máximo, bajó el brillo de la pantalla al mínimo y lo escondió entre unos helechos frondosos. Pulsó a reproducir y salió disparado hacia la parte trasera de su objetivo.

Unos segundos después una mujer salió del cobertizo y se dirigió hacia el sonido. Entonces el audio terminó. Parecía que Naia la hubiese escuchado aproximarse y hubiera callado para no ser descubierta.

No fue hasta que la mujer se perdió de vista que Isaac se apresuró a rodear el almacén y con un suspiro para coger fuerzas, que un demonio hubiese salido del interior no significaba que no hubiesen más esperándolo, abrió la puerta.


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