Cuando la muerte desapareció

By onrobu

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¿Qué harías si, durante una maratón de películas de terror con tus amigos, empiezas a escuchar ruidos en la p... More

Prólogo
PRIMERA PARTE: Una pieza clave en el juego
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
SEGUNDA PARTE: Búsqueda y huida
Capítulo 14
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
TERCERA PARTE: Las marcas que deja en la mente
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 28
Capítulo 27
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
CUARTA PARTE: La muerte
Capítulo 48 (I)
Capítulo 48 (II)
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52

Capítulo 15

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By onrobu

Caían. Sin freno, sin destino, sin horizonte, suelo ni techo. A su alrededor solo había luz cegadora, azulada, brillante; y rachas de aire azotándoles la piel, el cabello y la ropa con violencia.

Cayeron durante unos instantes que fueron eternos, sin ver ni escuchar absolutamente nada, estando en la nada. En un espacio indefinido sin arriba ni abajo, sin sol ni luna, ni leyes de la física o gravedad.

Isaac reparó en que era imposible que estuvieran cayendo, ¿cómo iba a ser posible si no había un arriba ni un abajo?

Fue una revelación fugaz que desapareció tan pronto hizo acto de presencia.

Tenía la sensación de estar gritando. No lo sabía. No lo escuchaba. No podía pensar.

Y entonces chocaron contra un suelo de madera, no parqué, madera auténtica: sin tratar, pero sueve tras años y años de reiterado uso.

Isaac fue el primero de los tres en conseguir levantarse, tembloroso y desubicado. Parpadeó varias veces hasta conseguir enfocar los ojos y empezar a vislumbrar formas y colores todavía indefinidos.

Fue entonces cuando reparó en que estaban solos: no había rastro alguno ni de Alma ni de la mujer que la había acompañado.

Parpadeó de nuevo, agravando todavía más el dolor de cabeza que parecía ya acompañarlo siempre. Se sujetó en el brazo del sofá para no caer, un tanto mareado, mientras contenía una arcada. El sabor de la sangre seguía inundándole la boca y el mareo no ayudaba a hacerlo más llevadero.

Áleix maldecía en voz baja todavía en el suelo, su rostro había adquirido un tono más pálido de lo habitual y parpadeaba con la misma exageración que Isaac. Por su parte, Naia se frotaba el codo sobre el que había caído observando con atención el lugar donde habían ido a parar.

El médium tuvo que esperar unos segundos más antes de que sus ojos finalmente se acostumbraran a la luz de la sala pudiendo así empezar a apreciar los detalles que los rodeaban.

Se encontraban en un salón, entre una inmensa chimenea de piedra con las brasas ya apagadas y unos elegantes sofás antiguos paralelos entre ellos que en sus mejores tiempos habían sido de un azul vibrante. En ese momento se veían gastados y un tanto amarillentos.

Detrás se encontraba una gran mesa de madera rústica cubierta prácticamente en su totalidad por libros, pergaminos y papeles diversos. Entre ellos sobresalían velas gastadas y tarros de cristal con sustancias de mil y un color y texturas diferentes.

Las sillas que la rodeaban eran todas distintas, de varias formas, medidas y colores, y aunque no combinaban entre ellas contribuían a darle al espacio un toque hogareño, cálido y reconfortante.

Fue al fijarse en las velas dispuestas sin patrón alguno por la mesa, que Isaac reparó en que la falta de lámparas o focos en el techo. En su lugar colgaba una araña dorada de velas a medio derretir.

En todos los rincones había velas apagadas.

Las plantas secas y los libros antiguos también estaban por doquier: desde en las altas estanterías de madera oscura que cubrían las paredes hasta en el suelo, los sofás, las mesillas y la repisa de la chimenea. Y no solo libros, también divisó pergaminos, hojas sueltas, bocetos o trozos de periódico con las letras ya prácticamente ilegibles.

Isaac intuía un orden dentro del caos. Una disposición personal pero sistemática que nadie salvo su artífice entendería. No era el caso.

A su derecha, una puerta de madera y cristal antiguo, grueso y translúcido, daba paso a la cocina. Un solo vistazo reforzaba el anacronismo del lugar: el centro de la estancia era una cocina a leña de hierro macizo. Encima de ella colgaban varios cazos y ollas de cobre con muchos años de uso, así como ajos, pimientos deshidratados y otras hierbas secas. Tazas de porcelana, un fregadero de mármol blanco o un pan recién hecho todavía desprendiendo olor intensificaban todavía más el aire antiguo del espacio.

Había amor en los detalles: en las baldosas ilustradas de la cocina, las cortinas, los cuadros botánicos de las paredes y las vidrieras de las puertas. En los cojines de los sofás y los amuletos que colgaban en el alféizar de la ventana.

A pesar de los cuidados detalles, una densa capa polvo parecía cubrir la mayoría de los rincones más escondidos; y un olor a viejo, humo y plantas secas invadía el lugar. No dejaban de ser agradables, tranquilizadores, cálidos.

A través de unas ventanas cuadriculadas observó un prado de hierbas altas salpicado de flores silvestres y rodeado por el más profundo bosque. No había casas a la vista, tampoco coches o rastro alguno de modernidad. No había enchufes, cables, luces o aparatos electrónicos de cualquier tipo. Ni televisor, ni tostadora, ni horno. Nada. Pero tampoco plástico, aluminio o cualquier tipo de prefabricado. Se habían visto trasladados a otra época.

Supo al instante que se trataba de la casa de la mujer que los había sacado de la comisaria. Supo al instante que se trataba de una bruja.

—¿Acabamos de teletransportarnos? —Naia ya conocía la respuesta, simplemente esperaba una confirmación que le corroborase que no se estaba volviendo loca, que no estaba soñando. Que lo que acababa de ocurrir era real.

—Acabamos de teletransportarnos —afirmó Áleix con la mirada saltándole de un lado al otro de la estancia.

La chica se adelantó y tomó uno de los libros de la repisa de la chimenea para hojearlo. Su ceño se fue frunciendo al contemplar unas letras extrañas que no era capaz de relacionar con ningún idioma o territorio del globo, que estaba segura de no haber visto nunca.

La curiosidad la llevó a comprobar un segundo libro y unos pergaminos gastados enrollados con un cordón mientras Isaac se dirigía hasta una de las puertas de la estancia. ¿Dónde estaban? ¿Habría alguien? ¿Estaban seguros?

Estaba abriéndola, revelando un largo pasillo, cuando detrás suyo algo golpeó el suelo con fuerza.

Alma se había materializado en la habitación y a su lado se encontraba Asia.

El alivio tiñó las facciones de Asia. Isaac estaba bien, parecía más o menos entero tras lo ocurrido en el instituto. Seguía viéndolo flotar en medio de aula, el suplico en su mirada, el dolor, el miedo. Seguía viéndolo colgar de los brazos de los agentes, completamente ajeno al mundo que lo rodeaba. Alma no le había mentido, no la había engañado.

Aun así, se apartó de la parca tan pronto sus pies 'tocaron' el suelo.

La culpa invadió a Isaac. No había pensado en ella. Había estado tan centrado en Elia que se había olvidado de su promesa, de determinación a ayudarla. Ni siquiera era capaz de recordar cuando se habían separado. Y, aun así, no podía permitirse pensar en ello en ese momento. Tampoco en dónde se encontraban, en las baldosas de la cocina o las vistas de las ventanas. Solo importaban las respuestas, los próximos pasos a seguir. Cómo recuperarían a su hermana.

Con pasos firmes y decididos se acercó a la parca.

—Tienen a Elia, voy a...

—¿¡Cómo?! —Todo rastro de alivio por ver a Alma entera desapareció del rostro de Naia. ¿Tenían a Elia? ¿Qué...?

» ¿Qué demonios ha pasado? —exigió—. ¿Qué ha sucedido en esa clase? El chico... ¿Qué le ha pasado? ¿Qué te ha pasado? Y después en comisaría... ¿qué ha sucedido? ¿Quién es la mujer? ¿Dónde estabas...?

—¿Nos calmamos un poco, niña? Si arrojas preguntas tan rápido no me da tiempo a responderlas. —Le regaló una sonrisa cansada, pero con algo de diversión e ironía en ella—. Escoge una —ordenó con regodeo.

Naia deseó estrangularla. ¿Cómo podía...? ¿Cómo podía...? Ese aire de superioridad, de seguridad y narcisismo, y... «Elia». Necesitaba descubrir que le había pasado a Elia. Qué había pasado en esa aula de instituto.

—¿Qué ha pasado en clase? —gruñó. Le costó todo su esfuerzo ahorrarse el insulto.

—Lo que ha pasado es que me han tendido una emboscada. —Elevó las cejas para darle énfasis—. Un grupo de demonios han ido a por mí, y mientras me encargaba de ellos, nuestro querido principito ha tenido una visita.

—¿El chico? —preguntó Naia sin acabar de creérselo empezando a relacionar cabos. No entendía nada—. Pero si era un chico del pueblo...

—Eso mismo, era. —A pesar de que era la chica quien había acabado formulando las preguntas, no tardó en percatarse de la impaciencia de Isaac—. Los demonios son incorpóreos, por lo que deben tomar recipientes, poseer cuerpos. Y entonces no hay manera de matarlos. Aunque hieras al cuerpo el demonio sigue haciéndolo funcionar, por lo que para librarte de ellos debes exorcizarlos.

» Bueno, eso o hacer el recipiente inservible. A nadie le gusta andar sin cabeza —añadió unos segundos después—. Y eso no los mata, solo los saca del cuerpo...

Isaac la interrumpió.

—En forma de bruma negra —terminó por ella. ¿Eso quería decir que el chico había sido inocente? ¿Qué lo había golpeado cuando el demonio ya no estaba en él? Apoyó las manos en el respaldo de uno de los sofás con fuerza.

—Hay maneras de mandarlos a su dimensión infernal, claro, pero requiere de tiempo y recursos que no teníamos —finalizó.

—¿Y de matarlos? —preguntó Naia, empezando a entender la cadena de sucesos que habían tenido lugar.

—Difícil. Muy difícil.

—¿Qué ha pasado después? Has desaparecido.

—Buena observación, principito. He ido a busca ayuda.

—Dijiste que no podías morir.

—Y no puedo, más o menos, pero eso no quita que necesite tiempo para curarme. Y un poco de ayuda si quiero hacerlo más rápido y salvaros el culo. —Les regaló una sonrisa socarrona.

Isaac la examinó con la mirada durante unos segundos, en silencio. Le temblaban las manos que mantenía sujetas en el respaldo y aún así, su rostro era una máscara de completa inexpresión. No reflejaba su interior, no reflejaba el miedo, el nudo en la garganta ni la opresión en el pecho. No reflejaba el pánico que sentía desde que el demonio había manifestado esas malditas palabras.

«Tenemos a tu hermana».

—Tienen a Elia —repitió—. No podían llegar a mí, estabas tú, así que la cogieron a ella.

Áleix fue el primero en reaccionar.

—Joder —murmuró entre dientes.

Fue su maldición lo que le permitió a Naia procesar lo que acababa de escuchar. Estupefacta, se dejó caer en el sofá.

—No... mierda, mierda, mierda... —Su voz temblaba. Entendía... en ese momento lo entendía todo. La ira de Isaac cuando se lanzó hacia el chico, su conmoción después... no había estado meditativo durante su arresto, había estado en shock.

Asia ya lo sabía, no había acabado de entenderlo cuando Isaac lo había dicho en esa maldita clase, pero lo sabía. Buscó su mirada, pero sus ojos estaban clavados en Alma, duros, fríos, vacíos.

La reacción de la parca fue un simple parpadeo comedido y una ligera tensión en la mandíbula. Estaba a punto de decir algo cuando la mujer que los había sacado de comisaría se materializó justo delante suyo y al instante le clavó un puñetazo furioso.

—¡Te lo dije! ¡Te dije que me dejaras al margen! ¡Fue mi única condición! —Alma se apartó de ella frotándose el labio, aparentemente nada afectada—. ¡No puedo verme involucrada en esto! ¿¡Lo entiendes?!

—Claramente.

» Pero recuerdas todo lo que le debes ¿verdad? —Le preguntó la parca. Aunque en su tono había un leve matiz irónico, sus palabras transmitían advertencia, autoridad y poder. A diferencia de la violencia y la furia que había desplegado al atacar a Asia, en ese momento toda ella emanaba control. Y era todavía más terrorífico: más frío, más ancestral, más impersonal, más peligroso. Era una clara advertencia, sin bromas ni juegos.

Y ese 'le' era la clave de todo. A Isaac no le pasó desapercibido.

—¿Todo lo que le debo? ¿¡Todo lo que le debo?! ¿Tú te estás oyendo...?

Sin dejar de prestar atención a la conversación, consciente de que toda pizca de información podía ser vital, Isaac percibió movimiento detrás suyo.

Con todos centrados en Alma y la mujer, nadie reparó en la cabeza pelirroja que se asomaba desde la puerta del pasillo que Isaac había dejado abierta. Una chica, puede que, de la edad de Elia, los observaba con timidez y reticencia, a la vez que emoción, curiosidad y atención. Todavía conservaba los grandes ojos de la niñez.

El giro de cabeza de Isaac atrajo la atención de la bruja, que, siguiendo su mirada, se encontró con la de la niña.

La furia en el rostro de la mujer se intensificó todavía más. La chica se apresuró a escabullirse sin ser vista. Isaac solo tuvo tiempo a entrever un vestido de época similar al de la mujer, una piel moteada con vitíligo y un aire un tanto salvaje e indómito antes de que desapareciera.

Hubo algo que no le cuadró. Por un lado, parecía curiosa y decidida, y, aun así, había huido con rapidez. En parte le recordó a un ratoncito, escabulléndose con rapidez y destreza, pero un cierto grado de nerviosismo. Por otro, tuvo la sensación de que la mujer quería ocultársela, evitar que la vieran. Puede que, para protegerla, y no tanto de ellos, sino de quienes lo querían a él. Esas intenciones no parecían concordar con la ira de la bruja. Isaac no había percibido ninguna otra emoción en su rostro al ver a la chica.

La bruja cuadró la mandíbula. Ira. ¿Y puede que miedo?

—¡Te dije que no quería que volvieras a aparecer aquí! ¡Que no quería estar involucrada! ¡El hechizo saldó la deuda! —Nadie había reparado en la presencia de la pequeña espía.

—¿Un solo hechizo por vuestras vidas? ¿Por la vida de mis hermanos? ¿Por...? —Fue al ver la expresión iracunda de la mujer que decidió callar. Se dirigió con seguridad hasta otra de las puertas de la estancia y le indicó a la mujer que la siguiera. No fue hasta que estuvo a punto de desaparecer de sus vistas que fijó la atención en Isaac, Naia, Áleix y Asia—. Quedaros aquí. Quietecitos.

«Los mayores tenemos que hablar» le faltó decir. No quería que se enterasen de lo que se dijese. No quería arriesgarse a que la mujer hablase de más. «Interesante» o al menos, así lo hubiera concebido si su máxima preocupación no fuera Elia.

Elia.

Estaban tardando mucho. Demasiado. El arresto, la comisaría, Alma explicando lo que había ocurrido, la discusión... no podía perder más tiempo. Elia no podía permitirse que perdieran más tiempo.

No fue capaz de controlar su máscara durante más tiempo. El miedo era demasiado intenso. La rabia. La irritación. Pero, sobre todo, el miedo. El terror. La angustia.

Con piernas temblorosas se dirigió hasta la ventana para que no lo viesen desmoronarse, para sujetarse en la pared y no caer. No se encontraba bien.

Se obligó a fijar la vista en el prado, los miles de tallos ondulantes por el viento formaban olas de color dorado, lentas, hipnotizantes. Se concentró en ellas para despejar la mente.

Tenía que tranquilizarse. Y, aun así, su mente seguía recordándole el ataque del demonio. Había pensado que moriría. El miedo. El dolor. La incapacidad de respirar. ¿Le estaría...? ¿Le estarían haciendo eso...?

«No». No podía ponerse a pensar en ello. No podía derrumbarse. Necesitaba tranquilizarse si quería pensar con raciocinio, idear soluciones. Liberarla. Tenía que volverse frío y calculador, encerrar el miedo.

Asia lo observaba con indecisión, dudando si acercarse o no. Era consciente de que se había alejado para pensar, para estar unos momentos a solas con sus pensamientos, pero se dijo que tenía que asegurarse de que se encontraba bien. Y si bien era consciente de que no lo estaba, en el fondo sabía que ese no era el motivo por el cual se estaba aproximado a él.

No se lo había sacado de la cabeza desde que había sucedido. No se lo había sacado de la cabeza mientras los veía alejarse en el coche patrulla, ni después cuando empezó a deambular sin rumbo fijo sin saber qué hacer. Ella también necesitaba respuestas. Tenía que comprobarlo. Tenía que descubrir si realmente había sucedido y si podría volver a suceder.

Aprovechó ese intermedio en la conversación para acercarse a Isaac, silenciosa.

Al llegar hasta su lado, dudó. Avergonzada y asustada de que no funcionara.

—¿Estás bien?—. Se encontró preguntándole con apenas un murmullo.

Isaac contempló el infinito unos segundos más antes de girarse hacia ella con una pequeña sonrisa en el rostro.

—Me alegro de que estés aquí.

Asia le devolvió la sonrisa, algo tensa.

El chico volvía a adentrarse en su mente cuando Asia finalmente conjuró valor necesario. Sin que Isaac se diera cuenta le rozó la mano ligeramente, un suave toque entre dos dedos. O esa fue su intención. Sus extremidades se fusionaron, su mano lo atravesó.

La decepción y la aflicción la invadieron. Todas sus esperanzas se derrumbaron de golpe. Había jurado que lo había tocado. Que mientras colgaba sin fuerzas de los brazos de los agentes había rozado su piel. Le había subido la cabeza para que la mirara. ¿Habrían sido imaginaciones suyas? ¿O simplemente él había alzado la cabeza al ver sus intenciones?

Se encogió dentro de la bata de hospital, incómoda. Observó junto a Isaac como las flores bailaban. 



¡Feliz Navidad a todxs aquellxs quienes lo celebréis!

onrobu

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