Atándonos

By LadyFrancesca0912

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Ella decide hacerse la inseminación artificial para lograr su sueño, su sueño sin necesidad de un hombre. Pe... More

Prólogo
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"Porque eso que nos ata ahora es mucho más fuerte"
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Final
Epílogo

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By LadyFrancesca0912

Molly

Su semblante tan rígido y su mandíbula apretada es todo lo que defino en su expresión. Mi mente no procesa lo que mis ojos ven, no cuando ha pasado tanto, no cuando es el momento menos indicado para su llegada.

—¿Me dejas entrar? —Ya hasta había olvidado su voz.

—¡Papá! —exclama mi pequeño con emoción reconociendo a su padre.

Es la primera vez que lo ve y es increíble que solo por fotos lo pueda reconocer ahora. Siento a Tohbías tensarse y mi hijo le salta encima y lo abraza, su padre no puede más que corresponder su abrazo.

Mi corazón está en puro frenesí por vivir esto, ya estaba en un punto en que no pensé que llegaste, joder fueron seis años. Seis putos años en los que lo necesité tanto conmigo. Las lágrimas no se tardan en aparecer, mi vista se empaña al punto que tengo que cerrar los ojos para que escurran por mis mejillas.

—¿Mami estas bien? —pregunta mi hijo preocupado.

Limpio mis ojos con las manos y aclaro mi garganta.

—Estoy bien cariño —contesto a mi pequeño primero y luego me dirijo a su padre—. Entra.

Su entrada hace que me pierda en él, su andar, su vestir, todo lo que desprende. ¡Lo extraño tanto! Nuevamente mis ojos arden avisando que el llanto está cerca. Me odio tanto por ser una persona sencible.

Cierro la puerta bajo su atenta mirada y le indico con la mano que tome asiento en la sala. La presencia de mi mejor amigo no se tarda, se queda como anclado al suelo cuando ve con incredulidad a la persona que acaba de llegar.

La mirada de Max está tan furiosa que temo que en algún momento le salte encima a Tohbías y le caiga a bofetones. Sus ojos se desvían a los míos suavizándose por completo.

—Me marcho, mañana nos vemos—declara como si mi esposo no estuvisese acabado de llegar de New York luego de seis años.

—Está bien —concedo al fin pues creo que lo mejor será conversar con Tohbías a solas.

—¿Por qué te vas si papá acaba de llegar? —interviene Tohb.

—Nos vemos mañana campeón —le dice a mi hijo y lo levanta en el aire mientras Tohb ríe sonoramente.

No dejo mis manos quietas porque a pesar que he vivido esto mil veces, hay otro expectador sentado en la sala de mi casa. Expectador que ahora mismo quisiese que fuese él quien cargara de esa forma a nuestro hijo.

Max se marcha en su auto y me despido de él, dejando solo a Tohbías con nuestro hijo. Luego de ver el auto marcharse, voy directo a la sala de estar y los escucho hablando.

—¿Por qué un perro tan chiquito? —le cuestiona Tohbías a nuestro hijo.

A lo lejos veo tras la cortina como está mi pequeño sentado en el suelo ante él, mientras que su padre le mira con atención. Mi pecho se aprieta con la escena, verlos juntos por primera vez.

Ver sus parecidos, porque no puedo negar que mi pequeño tiene más de él que de mí. Es la copia exacta de Tohbías cuando tenía su edad e incluso ahora con la diferencia de edad, nadie podría negar que es su hijo.

—Tohb, vamos a cepillarte los dientes cariño. Mañana tienes clases y debes levantarte temprano —le hablo y él se gira, camina bufando hasta mi lugar y el perrito le sigue los pasos.

—Pero mamá yo quiero estar con mi papá —suplica casi a punto de llorar.

—Vendré a verte mañana si quieres, anda ahora y ve a hacer lo que dice tu madre.

Mi pequeño le vuelve a abrazar y veo desde lejos que se llenan sus ojitos de lágrimas.

—Gracias por venir a verme papito. —Mi corazón se para justo al oírle decir eso.

—Yo soy tu padre enano y vendré a verte más seguido ya verás.

—¿Lo prometes?

La imagen me llega tan profundo que siento mi corazón retumbar con fuerza.

—Sí cariño te lo prometo.

Cruzo mi mirada con Tohbías y él me detalla con atención. Me pongo ansiosa al instante, desvío la mirada pues me cuesta mantenérsela.

—Espera un momento, voy a acostar a nuestr...

Dejo las palabras suspendidas en la nada cuando me doy cuenta de lo que iba a decir. Él simplemente asiente y me giro a mi acometido. Si se tardó seis años, ¿qué más da que espere cinco minutos más?

Luego de dormir a mi hijo y apagar las luces de su habitación, bajo las escaleras sintiendo el eco de su voz en el pasillo.

—Sí papá ya llegué.

—No, ella y el niño están bien.

—Sí, descansa.

Llego y él se gira frente a mí colgando la llamada. Mi corazón vuelve a alborotarse con su presencia. Su cabello rojizo bien peinado hasta atras, su traje negro impecable, su reloj...

Busco con la vista el anillo de casado, en cambio no lo veo por ningún lado. Instintivamente miro el mío, ese que jamás me he quitado ni para operar un perro. Camino hasta su sitio y me siento en una de las butacas frente a él. El silencio se esteblece por toda la sala y yo no puedo siquiera romperlo, no me salen las palabras.

—¿Cómo estás? —pregunta al fin él.

Sus ojos me miran toda la cara detalladamente, como si buscara algo en ella.

—Estoy bien...

—Me alegra... —responde al instante y mi corazón se aprieta al sentir algo raro en todo esto.

Nuevamente el pesado silencio toma la palabra.

—¿Solo eso dirás después de tantos años?

Su rostro se arruga y se encoje de hombros.

—No sé que más decir ni como empezar —contesta.

—¿A qué diablos has venido Tohbías? —bramo un poco fuera de tono con las lágrimas amenazando por salir.

Su vista está perdida en el suelo hasta que la sube a mi cara.

—Voy a serte directo, vine porque quiero el divorcio —escupe de carretilla.

Ahora sí que escurren a borbotones por mis mejillas, inmuerables lagrimas saladas. Esto duele como mil demonios, preferiría que nunca hubiese venido, al fin de cuentas él no ha estado lo suficiente en mi vida.

Lloro con fuerza frente a él, antes quizás me cohibía de hacerlo. Pero con él fui realmente yo, sin máscaras o fachadas de papel tapíz. Tomo el anillo de mi dedo y casi lo arranco de mi dedo.

Se lo lanzo con fuerza a él y me mira sorprendido por mi acción.

—¡Lárgate de mi casa! —pido entre sollozos.

Sus ojos se abren impresionados por mi exclamación.

—Pensé que estarías de acuerdo con eso, al fin y al cabo todo fue por el niño, pues no entiendo cómo alguien como yo se enamoraría de alguien como...

—¡Basta!

—Vienes a mi casa luego de años sin verte, a pedirme el divorcio e insultarme. No sé que recuerdas de mí o que demonios te habrán dicho, pero no voy a permitirte esto. ¡Largo!

Me pongo de pie y le abro la puerta, la frialdad impacta en mis piernas desnudas y hace que me erize casi por completo.

—¿Podemos hablar como personas maduras y civilizadas? —exije y ahora sí que no reconozco a este hombre que tengo enfrente, hombre con el que me abrí de verdad.

—Le llamas civilizado a insultar, pensé que esas palabras eran antónimos. Ahora vete, no quiero seguir hablando contigo. —Sostengo con fuerza la puerta, aún sin dejar de soltar lágrimas.

—Pensaba quedarme dos días aquí si acaso, incluso traje conmigo a mi abogado.

Si antes estaba machucando mi corazón ahora creo que lo hizo añicos, está tirando todo un arcenal de armas contra él. Yo no puedo con tanto dolor, es horrible esto, es como una pesadilla de esas que despiertas llorando y agitada.

—Pues lo siento mucho por ti, pero a las once de la noche no pienso discutir ningún trámite de divorcio contigo. Si tanto lo deseas... —hablo pero se me rompe la voz— ven mañana en la mañana, ahora por favor.

Señalo nuevamente la puerta  y él se pone de pie. Camina hasta mi sitio y se me para justo enfrente.

—Nos vemos mañana Molly —se despide y aunque sienta mariposas al escuchar mi nombre de sus labios, estas se pulverizan con el frío y la sequedad que desprende.

Sale y cierro la puerta de inmediato. No he dejado de llorar como una tonta, limpio mis lágrimas con mis puños y camino hasta mi habitación. Subo a por un calmante, solo con el creo que me será posible pasar nueve horas, sin pensar en que el hombre que más amo en el mundo, el padre mi hijo, el que se casó conmigo y me amó hasta el último momento, venga al pasar años sin vernos solo a pedirme el divorcio.

La pastilla baja con agua y cambio mi ropa por el pijama, Pelusas viene hasta mí y se acuesta en su espacio de la cama. Apago las luces y me dejo vencer por el cansancio del día y la fuerte pastilla en mi sistema.

                     **********

Salgo fuera bien abrigada hasta que el autobús recoge a Tohb en la entrada. No me gusta enviarlo en bus por hoy no tengo otra opción, me adentro en la casa sintiendo el calor acogerme. Mi celular suena y voy a por él, veo quién llama y cuelgo. Es papá pero realmente no tengo cabeza para hablar con él. Cambio mi pijama por un simple vestido negro de vuelos y algunas flores en blancas, y me encamino a abrir la puerta.

La fría mirada de mi esposo o futuro exesposo me analiza.

—Pasa —indico y lo hace.

—Buenos días —saluda con cordialidad.

—Quizás sean buenos para ti, pero no para mí —respondo seria.

Él asiente y vuelve a sentarse donde mismo ayer.

—¿Quieres un café? —pregunto y nuevamente responde con la cabeza.

Voy hasta la cocina a prepararlo, y cuando ya casi lo termino siento sus pasos en donde estoy yo.

—Es una bonita casa —halaga.

—Gracias, mi padre me la obsequió —respondo.

—¿Tu padre? —interroga curioso.

—Sí mi padre. —Me giro y veo su ceño fruncido.

—Pensé que pagabas un alquiler —confiesa y arrugo el rostro sin entender.

Niego al instante pues hace años dejé de pagarlo, nada más nació Tohbías Daniel mi padre me dio acceso a una de sus tarjetas y me cubrió muchísimas necesidades para ese entonces.

—Eso estaba entre los envíos cada mes a tus cuentas por la manutención —añade y ahora sí que no sé que habla.

—¿Envíos a mis cuentas? —pregunto.

—Sí, desde que nació el pequeño te enviado dinero. Sé que lo recibes porque veo tus tarjetas y son gastados.

—A mí tu jamás me diste dinero alguno. Es más nunca supe nada de ti, a no ser tu padre que cada cierto tiempo llama y me hablaba algo.

Ríe como si lo que le dije fuese algo gracioso.

—¿Me estás diciendo que todo el dinero que he enviado jamás ha llegado a ti? Te mando casi ocho mil dólares al mes.

Mis ojos se abren como platos ahora. ¿Qué rayos dice él?

—Lo siento, pero nunca he recibido dinero alguno de tu parte.

Su mirada se torna seria ahora y creo que hasta furiosa.

—Es verdad, ¿qué ganaría con mentirte? —reitero un poco airada.

Se cruza de brazos con una mirada fulminante hacia mí. Le tiendo la taza de café y la toma en sus manos. El escaso y apenas milimétrico contacto con su piel me estremece.

La prueba y lo noto sorprenderse al saborearlo.

—Pocas personas saben el punto exacto en el que me gusta el café —comenta.

—Viví lo suficiente contigo como para saber cómo hacértelo.

Su silencio no me responde nada y vuelve con el tema del dinero.

—En el tribunal quieres que apelen a tu favor ¿verdad?

—¿A mi favor de qué?

—Quedarte con el niño y también con mi fortuna.

—¿A esta mierda le llamas algo civilizado? Pues si quieres firmamos el divorcio, criamos a nuestro hijo separados como hasta ahora y cada cual sigue su camino. Pero te digo algo Tohbías, no le llegas ni a las suelas al Tohbías que realmente conocí —grito alterándome.

Creo que es demasiado para un solo corazón.

—Siento decepcionarte, ese Tohbías no existe y creo que es hora de que te vayas haciendo ideas.

Comienza a señalar los cuadros de las paredes, cuadros nuestros con fotos de lo que antes éramos, e incluso el anillo que recogí antes cuando se lo lanzé.

—Discúlpame por creer que a pesar de todo seguías siendo humano.

—¿Qué tiene que ver con esto?

—Tu hijo es lo que tiene que ver, solo tu hijo porque él te adora aunque no te conozca siquiera, desde que despertó esta mañana no dejó de hablar ni un segundo de ti. Sies malditos años Tohbías y nunca apareciste. ¿Dónde quedó ese sentimiento filiar? ¿Dónde mierda lo metiste Tohbías?

Su silencio confirma que no puede rebatir nada o no quiere seguir.

—Estuve en recuperación y jamás apareciste tú, me entero que estoy casado y que mi esposa huyó como una cobarde cuando más la necesité, me dejó solo enfermo y ni siquiera esperó a que saliera de cirugía.

Prendo a llorar con fuerza por escucharlo, el odio que desprende al mencionarme todo eso.

—Fue mi elección pero tenías una responsabilidad con tu hijo —zanjo desviando el tema sobre mí.

Porque sé que si el que tuviese enfrente fuese a mi esposo, él más que nadie entendería el por qué de mi desición.

—A eso vengo hasta acá, a hacerme cargo de lo único que me importa y es mi hijo. Porque voy a luchar con todas mis fuerzas para criarlo yo, no vaya a ser que enferme y lo dejes tirado por eso.

Sus palabras son como látigos con púas de esos que le incrustaban el la piel a Jesucristo cuando murió. A mí no me desgarran la piel sus palabras, sino el alma. El quiere quitarme a mi pequeño, a lo único que tengo.

¿Acaso va a hacerme más daño?

Las ganas y los deseos de abrazarlo y besarlo se van haciendo cada vez más pequeños, con cada palabra que suelta de su boca se reducen más y más. Y aunque superficialmente luzca tal cual mi esposo, en su interior habita otra persona, quizá la misma que era él antes de conocerme.

A este punto que hemos llegado creo que no hay marcha atrás, lo veo sacar un papel de su maleta y siento mi vista empañarse. Jamás pensé que el hombre al que le di mi corazón fuese a hacer esto. Cuando él mismo luchó porque nunca llegase a suceder.

—Aquí tienes, te dejo para que lo analices y luego firmes. En la tarde vendré con mi abogado a recogerlo —expresa seco.

Siento sus ojos escanearme cada minuto, es como si frente a él estuviese siendo examinada. Y me pone bastante nerviosa eso, solo porque lo haga seguramente para buscar algo que a él mismo le haya parecido atractivo de mí antes.

—¿Estaremos haciendo esto frente al niño? —inquiero consternada.

Tuerce los ojos para luego fijarlos en mí.

—Creo que al final se enterará y tendrá que ir asimilando que no somos como las familias comunes.

Mi interior se agrieta cuando lo escucho, pone el papel sobre la encimera.

—Sino hay nada más que hablar me marcho entonces.

Se gira para salir de la casa y cuando da unos cuantos pasos, sontengo su mano deteniéndolo.

—¿En serio vas a quitarme a mi pequeño?

—No voy a quitártelo, simplemente es mi turno de hacerme cargo y no me fío de ti.

Abro mis ojos asombrada por su respuesta.

—Él lleva seis años conmigo y está sano y salvo —replico.

—No voy a repetir lo mismo Molly, podrás ir a verle cuando quieras pero él estará bajo mis alas, al fin de cuentas se hará cargo de mi puesto en el futuro.

—Pero no puedes simplemente llevártelo, él necesitará de mí Tohbías. —Casi comienzo a sollozar por todo lo que se me acumula.

A lo que tanto le huí al fin me atrapa, mi principal objetivo era criarlo sola. Temía horriblemente que alguien luego llegara y me arrebatara mi pequeño sin embargo, aquí estamos.

—Tú siempre serás su madre —repone para dar por terminado el tema.

Se suelta de mi agarre y vuelve a caminar.

—¡Escúchame por favor! —suplico con lágrimas en los ojos.

Tohbías frena de golpe al yo soltar eso. Me mira y siento su mandíbula tensarse.

—Si tanto te importa nuestro hijo, no apresuremos tanto eso del divorcio —pido con la voz rota.

—Pero...

—Le partiríamos el corazón si hacemos algo así de pronto. Él siempre ha esperado tu llegada y el que se entere de eso aunque nunca hubiesemos vivido juntos antes, le dolerá y no quiero que sufra —expongo pensando en lo horrible que sería para mi pequeño.

Su ceja se levanta como calculando mentalmente lo que digo.

—Cuanto antes mejor.

—Acabas de llegar Tohbías no hace ni veinticuatro horas que estás en Canadá.

Lo veo ahora cruzar su brazos en forma de jarras.

—¿Qué propones entonces?

—Esperemos al menos un mes y luego le contamos entre ambos —añado esperando su respuesta.

Se queda pensativo por unos extensos segundos.

—Tengo que trabajar tenemos un contrato importante firmado...

—¿Es más importante que tu hijo? Porque aunque hayan pasado años, sé que le quieres y me odio al pensar que he sido yo la que ha provocado el que no se hayan conocido antes.

Sopesa mis palabras por un instante.

—Está bien haremos eso —contesta y sonrío a medias.

Me odiaría de por vida si tuviese que ver a mi hijo sufriendo más. Y la mañana pasa fugaz, monto en el auto para dirigirme a la escuela a recogerlo. Tohbías luego de nuestra conversación desapareció por la puerta sin decir dónde estaría.

Estar cerca de él me abruma todo el cuerpo, es como si lo conociera y exigiera ser tocado por ese hombre que en su momento le dio tanto amor. Lucho con mi cerebro cada vez que le tengo enfrente, lucho con no caerle encima y abrazarlo nuevamente. Sentir su amor y calidez por mí.

Sin embargo, debo dejar mis ilusiones de lado porque si él no llegó antes, fue por mi culpa. Por haberme largado sin más, con mis razones de lado privé a mi hijo de conocer a su padre.

Parqueo en el estacionamiento y me quedo pasmada cuando veo la escena. El padre de mi pequeño está agachado con sus brazos abiertos, y nuestro hijo corre con emoción a su encuentro. Siento todas las miradas de las demás madres en él.

Casi se lo comen con la vista, y no las puedo juzgar porque hasta yo ansío comérmelo. Camino en su dirección y veo como él levanta al pequeño en el aire y le da una vuelta. El niño luego lo abraza y mi espo..., (golpeo mentalmente mi cabeza), mi futuro exesposo le besa la cabezita.

—Mami —chilla tan emocionado que mi corazón se acelera.

Llego a sus lugares y aún tiene a mi hijo en brazos. Me inclino y le beso la mejilla con dulzura, todo bajo la mirada de Tohbías.

—Mamá, papá vino a buscarme —expresa y su sonrisa es tan grande y preciosa.

—Sí cariño —correspondo—, es hora de ir a casa a almorzar.

El hombre que lo carga me mira serio y sin latentes intenciones de darme a mi hijo. Mis manos se mueven nerviosas cuando las levanto pidiéndolo.

—¿Papá va con nosotros? —pregunta ilusionado.

Mi pecho duele por escucharle, por estar en esa pocisión entre dos adultos que tienen diferencias.

—Pensaba llevarte a una pizzería —añade Tohbías.

Mi hijo aplaude emocionado y me mira con sus preciosos ojos.

—¿Vamos a la pizzería con papá mami? —inquiere pidiendo permiso.

Miro a el hombre que le dio la vida y este seriamente asiente.

—Vamos juntos cariño —accedo sonriendo forzadamente.

Caminamos rumbo a su automóvil y subimos, me impresiona ver una silla para niños en la parte trasera del auto. Me siento al lado de mi pequeño y él sube al frente. Arranca el auto y mi hijo no deja de desbordar felicidad por todos lados, no deja de hablar de cómo ante todos dijo que su padre vino a verle.

Llegamos al lugar y se encuentra a unos kilómetros de nuestra casa. Voy a desabrochar los cinturones del pequeño, y cuando termino su padre abre la puerta y se lo lleva en brazos. Salgo fuera y siento una gran nostalgia en mi interior, porque aunque anhelé por por años estar así, nunca esperé que fuese lo último que viviésemos como familia.

Camino y me adentro sintiendo la calefacción que agradecen mis huesos. Los noto sentados en una mesa cerca de los cristales que tienen las preciosas vistas de Ontario. Su hijo está sentado en sus piernas mientras habla de lo que se le pase por la mente. Pero lo que más me cautiva es la mirada atenta que le dedica, como si le estuviese contando dónde Estados Unidos va a lanzar su próxima bomba nuclear.

Sonrío y así me acerco hasta ellos, la sonrisa se borra justo cuando él me mira. Su mirada fría hiela la mía borrándola justo en segundos. Me siento al lado de ellos y saco las tollitas húmedas, le tomo sus manitas a mi hijo y las limpio. Justo llega una chica a recoger los pedidos. La miro y está mirando embobada a mi...

¡Mierda!
Debo empezar a dejar de decir que es mío. Lo mira fijamente y él solo mira la carta.

—Ponme dos pizzas de atún con doble de queso y cebollas —pide—, ¿qué quieres tú pequeño?

Mi hijo sonríe instintivamente.

—Solo de queso —le respondo por él.

Tobhías asiente y mira a la chica con indiferencia.

—Entonces que sea dos como ya te pedí y una sola de queso.

Asiente y se marcha pavoneando sus caderas, bufo riéndo y el hombre que está junto a mí me mira levantando una ceja.

—Papá a mamá no le gusta el atún —habla y río nerviosa.

—Está bien cariño, a papá se le olvidó —hablo por él.

—¿Por qué no lo dijiste?

—No importa.

—¿En que trabajas papá? ¿Eres un superhéroe como dice siempre mamá?

Bajo mi cabeza con timidez por lo que soltó nuestro hijo. Siento la mirada pesada de su padre sobre mí.

—¿Y porqué mamá dice que soy un superhéroe? —pregunta al niño.

—Mamá siempre dice que tú la salvaste a ella —le responde y sus ojos se agrandan mirándome.

La chica nuevamente llega con las pizzas interrumpiendo la conversación. Las pone sobre la mesa y le güiña el ojo a el padre de mi hijo. Este no le hace casi caso, pero me remuevo inquieta por la molestia. Porque aunque esté serio esta vez sí la reparó completa.

¿Aguantar que el amor de tu vida mire a otras mujeres ante ti? Creo que tendré de eso bastante a partir de ahora.

Él comienza a comer y mi hijo aún en sus piernas come la suya, comienza torpemente a embarrarse toda la cara. Busco una servilleta con rapidez y el pequeño me sonríe con su boquita llena de salsa y queso. Me acerco a ellos y se la limpio, me incorporo en la silla más cerca para poder darle la pizza yo.

—Siéntate sobre mí Tohb para poder dártela —pido con suavidad aunque ya conozco la respuesta.

—No.

Me inclino hacia él y le dio la pizza en su boca, él mastica contento y así pasa casi todo el rato. Realmente debemos dar la imagen de familia feliz ante todos los que nos rodean. La mirada de el hombre que amo está casi todo el tiempo en mí, mirándome con atención.

Y cada vez siento sus ojos en mi pecho, no sé si decir que me pone feliz o triste el que mire directamente ahí. ¿Notará que crecieron? ¿Cómo lo notaría sino lo recuerda?

Daría mi vida solo por vivir momentos así, pero no sé por qué siento que será algo realmente imposible.

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