Cuando la muerte desapareció

Por onrobu

3.3K 448 390

¿Qué harías si, durante una maratón de películas de terror con tus amigos, empiezas a escuchar ruidos en la p... Más

Prólogo
PRIMERA PARTE: Una pieza clave en el juego
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
SEGUNDA PARTE: Búsqueda y huida
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
TERCERA PARTE: Las marcas que deja en la mente
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 28
Capítulo 27
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
CUARTA PARTE: La muerte
Capítulo 48 (I)
Capítulo 48 (II)
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52

Capítulo 9

48 10 16
Por onrobu

Asia los observaba desde el suelo, incapaz de formar parte. Isaac deseaba poder decirle algo, disculparse, integrarla... cualquier cosa, pero no veía cómo. Naia y Áleix no le quitaban la vista de encima. Notaba sus miradas clavadas en la espalda mientras colocaba los cubiertos en la mesa, cuando les dio la espalda al remover la comida en la olla. Notaba sus ojos contra su nuca, la presión de sus exámenes silenciosos.

Pero también la notaba a ella. Su tristeza camuflada de apatía. Su aflicción e impotencia. Y no podía ignorarlo.

No podía ignorarla. No podía fingir no verla. No sentirla.

Dejó los cuchillos sobre la mesa y abandonó la cocina.

—Ven —murmuró entre dientes al pasar a su lado. Escuchó como se levantaba detrás suyo y lo seguía escaleras arriba hasta su habitación. La mirada de Naia le estuvo perforando el cogote hasta que desapareció de su vista.

Le sujetó la puerta para que entrara en su dormitorio antes de cerrarla detrás suyo.

—¿Estás bien? —le preguntó con la voz más suave que fue capaz de conjurar.

Asia rehuyó su mirada, tampoco respondió, mas no hacía falta. El chico sabía perfectamente la respuesta.

Le costaba entender por qué le afectaba tanto ver la tristeza de una chica que apenas conocía. Por qué la sentía en carne propia, su malestar, su incomodidad, su vergüenza.

No pudo contenerse y de pronto se encontró levantando una mano y acercándola a su rostro. Iba a levantarle la barbilla para que lo mirase a los ojos cuando se dio cuenta. No podía tocarla. No podía tocarla.

Vaciló un par de segundos, en que su mano estuvo suspendida en el aire, antes de empezar a bajarla, e iba a decir algo, cualquier cosa, cuando finalmente Asia alzó la mirada.

Isaac vio como tragaba saliva antes de desaparecer de la habitación.

Al momento dejó de sentirla.

Lo entendía, o al menos era capaz de imaginárselo: ver sin ser capaz de participar, contemplar la alegría de otros sin poder formar parte por más que quisiera y además recordando la que tenía y se le había escapado de los dedos.

Ver a su padre romperse sin poder hacer nada. A su familia. A sus amigos.

Se tomó unos segundos para recomponerse. Para respirar a fondo, vaciar la mente y prepararse para seguir fingiendo. Para anteponerse al constante dolor de cabeza.

Se apoyó en la ventana y contempló el bosque que aguardaba detrás de la calla, en esa época del año ya teñido de brillantes dorados y rojos. Amarillos y marrones. Sintió el frío del cristal. Y la absencia de ella. Ya no la notaba, no la sentía, no la intuía. Y era como un vacío en el pecho.

¿Cómo podía ser posible? ¿Cómo podía sentir tanto sin comprenderlo? ¿Cómo había vivido con ese agujero en el pecho?

Apoyó la frente en el cristal, su respiración opacando el vidrio. Y habría continuado así, escuchando su propia respiración, sintiendo el frío, si no hubiese captado unas pisadas subiendo por las escaleras.

Se apresuró a alcanzar la mesilla de noche y en el momento en que la puerta de su habitación se abrió, Naia se lo encontró recogiéndose el pelo en vez de en ese estado meditativo que tanto odiaba. En vez de con la preocupación escrita en el rostro y la mirada perdida.

—La comida está lista —anunció con voz plana.

Isaac le regaló una sonrisa un tanto tensa antes de pasar por su lado. Si bien era perfectamente capaz de construirse una máscara de indiferencia, de apatía; la felicidad o la despreocupación le eran más difíciles de fingir.

Y Naia lo conocía lo suficientemente bien como para notarlo. No dijo nada.

Sin decir nada Isaac se sentó en uno de los dos lugares libres en la mesa y empezó a comer al instante evitando así responder preguntas incómodas. No tardaron en imitarlo.

Había tanta tensión que con un simple cuchillo de punta redonda se podría cortar sin problemas.



Una vez acabaron de comer y recogieron la cocina, se dirigió a su habitación declarando necesitar acabar un trabajo mientras los tres se instalaban en el sofá para nada interesados en la televisión.

Sabía perfectamente que estaban discutiendo su extraña y preocupante actitud, y aunque le inquietaba, no podía centrarse en ello en ese momento. O al menos no con toda su atención. Sería el proyecto que se ejecutaría en segundo plano de su mente.

Con la puerta de su dormitorio cuidadosamente cerrada se sentó en la cama con la espalda recostada contra la pared y el portátil apoyado en las piernas y sabiendo perfectamente que se iba a arrepentir buscó la palabra.

«Fantasma»

Como no podía ser de otra manera, el primer resultado era de Wikipedia.

"Los fantasmas, en el folclore de muchas culturas, son supuestos espíritus o almas errantes de seres muertos que se manifiestan entre los vivos de forma perceptible, principalmente en lugares que frecuentaban en vida, o en asociación con sus personas cercanas."

—Y una mierda... —murmuró entre dientes. Ni perceptible, ni en lugares que frecuentaba ni con personas cercanas. No tenía nada de cierto, mas siguió leyendo.

"La creencia en aparecidos (muertos que vuelven a aparecer para encomendar alguna misión) o revenants (lo mismo, en francés), espectros, ánimas del Purgatorio, almas en pena, o fantasmas es muy propia de la naturaleza humana, tanto que tiene visos de ser o constituir un ente antropológico abstracto que pervive, como otros tipos de superstición, a través de numerosos factoides concretos. Ha generado y genera una amplia literatura..."

Disgustado, apagó el ordenador. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué iba a contarle Wikipedia sobre fantasma? Seguramente quienes lo habían redactado ni creían en ellos. Como él. Como él hasta esa misma mañana.

¿Qué hacía entonces? ¿Cómo empezaba a buscar respuestas? Sobre él, sobre Asia, sobre la relación que los unía.

Siempre se había preguntado por las cosas, siempre había luchado por encontrar las respuestas que buscaba, y la falta de ellas empezaba a ser preocupante, una enorme fuente de estrés e inquietud. Más cuando no se trataba de temas filosóficos o matemáticos sino de algo que lo afectaba directamente. Y mucho.

Y luego estaba el persistente dolor de cabeza que le impedía concentrarse. Cerró los ojos con fuerza y se obligó a dejar la mente en blanco en un intento de controlar la creciente presión. 

Una voz habló a pocos centímetros de su oreja.

—Siento lo de antes.

—¡Joder! —exclamó con un grito. Se llevó una mano al pecho a la vez que se incorporaba en la cama de golpe, el corazón martilleándole las costillas a toda velocidad.

Asia se quedó paralizada, asustada del susto que ella misma le había causado asustándola a ella también. Si es que eso tenía sentido.

Isaac todavía estaba recuperándose cuando la puerta de su habitación se abrió de golpe. Naia entró como un bólido seguida de Áleix y Elia.

—¿Estás bien? —preguntó su amiga con la voz teñida de angustia mientras examinaba el dormitorio con atención.

Y Isaac no pudo contenerse ante lo surrealista de la situación y la tensión acumulada. Empezó a reír.

A Asia también se le escaparon un par de carcajadas nerviosas. A ellos no. Sus amigos lo observaban como si definitivamente se hubiera vuelto majara. Puede que así fuera.

Fue incapaz de controlarse, una carcajada llevó a la otra y la otra acentuó la siguiente. Y así sucesivamente hasta que empezó a reír con tanta intensidad que se vio obligado a llevarse las manos al estómago en un intento de frenar el dolor que le producían las enérgicas risotadas.

Rio porque no entendía nada. Porque tenía miedo. Porque no sabía qué hacer. Rio porque no podía hacer otra cosa más que reír.

Las aletas de la nariz de Naia empezaron a moverse, Isaac vio perfectamente como rodaba los ojos y un suspiro airado se escapaba entre sus labios. Y supo que debía tranquilizarse.

Su amiga acabó explotando antes de que él lo lograra.

—¿¡Pero qué mierdas te pasa?! ¿¡Qué mierdas pasa contigo?!

» De verdad que no lo entiendo. ¡Me he perdido! ¡No lo entiendo! ¡No te entiendo!

Isaac rehuyó su mirada, avergonzado. Lo sabía, sabía que lo único que no toleraba Naia era el engaño. Que la engañasen, que le mintiesen. Pero ¿qué tendría que haber hecho? ¿Fingir mejor? No podía contarles la verdad, si lo hacía se lo llevarían directito al ala de psiquiatría del hospital más cercano. ¿Qué hacía entonces?

Asia era real. No tenía suficiente imaginación como para llegar a maquinar algo así. Asia era real, su nostalgia al verlo con sus amigos era real. Su incertidumbre era real. Su historia era real. ¿O no?

Aunque se había convencido de que efectivamente estaba hablando con un fantasma, una parte de su mente era incapaz de aceptarlo, de creerlo.

Su rostro debía evidenciar su dilema interno porque Asia lo animó a confesar.

—Díselo —susurró desde el lado de la cama. Pero nadie la oyó. Nadie salvo él.

—No puedo contárselo. No me creerán —murmuró con sorna. Y así fue. En el momento en que esas palabras abandonaron su boca, Naia y Áleix compartieron una mirada de preocupación.

«¿Con quién está hablando? ¿Con la chica de antes?» se preguntaban.

Si bien no dijeron nada, Isaac los conocía, sabía perfectamente lo que les estaba pasando por la cabeza. Sabía con certeza que estaban barajando la opción de que se había vuelto loco. O que se drogaba. Esa siempre había sido otra opción.

Sabía que Áleix estaba desconcertado y preocupado. Sabía que Naia también lo estaba, pero que al mismo tiempo la ira fluía por sus venas. Puede que incluso la traición.

Y después estaba Elia, la chica alta y delgada, como la había descrito Asia. Ella lo miraba sin expresión aparente en el rostro, los ojos apenas más abiertos de lo normal, pero él sabía leerla. Era su hermano mayor. Sabía ver el miedo, la preocupación, el espanto. Veía como quería entender, pero ¿qué iba a decirles? ¿Qué hablaba con un fantasma? ¿Qué no eran cuatro en la habitación? ¿Qué había una quinta? Una chica que había muerto tres meses atrás, una chica que no conocía de nada. Una chica que nadie podía ver, salvo él.

Que podía sentirla. Podía intuirla. Que sabía dónde estaba en la habitación aun no verla. Que se sentía conectado a ella.

Fue justamente esa sensación lo que le advirtió de que algo no iba bien instantes antes de que ella gritara de terror.

En las escasas milésimas de segundo que tardó en girarse no podría haber llegado a imaginarse nunca la escena que presenciaron sus ojos.

Alma acababa de aparecer en la habitación.

Y sujetaba a Asia por el cuello contra la pared.

Las preguntas llenaron su mente antes de que pudiera siquiera reaccionar. ¿Qué estaba pasando? ¿De dónde había salido? ¿Cómo podía tocarla?

También las certezas. Asia era real.

Se levantó de la cama al instante, el cuerpo en tensión, la mente alerta. Naia se adelantó hasta quedar a su lado. Seguía sin ver a Asia, pero había contemplado perfectamente como Alma se materializaba de la nada y presionaba algo contra la pared.

Isaac sí que veía ese algo.

Ese alguien.

Veía como sus ojos parecían saliste de las orbitas. Como luchaba por respirar. Como arañaba las manos que la sujetaban del cuello. Como sus pies se balanceaban a dos palmos del suelo y el terror y la desesperación se apoderaban de su rostro por momentos.

—¿¡De dónde lo has sacado?! —exigió Alma. Asia estaba presa del pánico intentando soltarse desesperadamente. No contestó—. ¿¡De dónde lo has sacado?! —volvió a gritar.

Isaac no entendía nada. ¿A qué se refería? ¿De dónde había sacado qué?

¿Qué estaba pasando?

Detrás suyo, Áleix, Naia y Elia comprendían todavía menos.

—¿De-de dó-dó-dónde ha sa-salido? ¿Con-con quien ha-a-bla? —preguntó su hermana aterrorizada . Se había quedado paralizada en el umbral de la puerta.

Isaac no contestó, se abalanzó hacia Alma con todas sus fuerzas, y todavía le faltaban dos palmos para alcanzarlas, cuando, de golpe, una presión le rodeó el cuerpo impidiéndole avanzar, impidiéndole moverse. Respirar.

Intentó empujar con todas sus fuerzas, fue en vano. No era capaz de dar un solo paso, mover el torso o los brazos. Estaba atrapado por la misma nada.

El tiempo pareció ralentizarse. Sintió las ondulaciones del aire ante los movimientos desesperados de Asia. Sus intentos desesperados de respirar. Sentía el latido de su corazón en el entrecejo ante la fuerza que hacía su cuerpo para oponerse a la presión que lo envolvía. El desconcierto de sus amigos. También su miedo.

Estaba ejerciendo tanta fuerza como le era posible en un intento de avanzar, que, salir volando hacia atrás por la habitación hasta empotrarse contra la pared lo dejó atónito. La visión se le nubló con el golpe.

Cuando intentó levantarse, ligeramente desubicado, la presión volvió a rodearle el cuerpo imposibilitándole incorporarse.

Con gran esfuerzo consiguió girar el cuello un par de centímetros, permitiéndole ver como sus amigos contemplaban la escena sin entender absolutamente nada. Su conmoción se había acentuado al verlo salir disparado por el dormitorio. Al ver la aparente fuerza que hacía contra la nada. «¿De dónde había aparecido Alma? ¿qué estaba ocurriendo? o ¿con quién hablaba?» debían ser preguntas que invadían sus mentes. También la suya.

Incapaz de ayudar a Asia, la desesperación empezó a invadirlo. No podía siquiera incorporarse, menos todavía parar a Alma.

No pensó.

—¡Alma! ¡Alma! ¡Joder! ¡Mírame! —exigió con decisión.

Sin dejar a Asia, la chica giró la cabeza hasta clavar sus ojos en él. Estaba visiblemente enojada, la mandíbula tensa, los músculos rígidos y la ira brillando en los ojos.

—¡Dos días! ¡Dos días dejo de vigilarte para exorcizar un puñetero demonio y va y...! —La furia le impidió acabar la frase. Tomó aire—. ¡No se te puede dejar solo! ¡Ni que fueras un hu...! —calló de golpe, todavía más enojada que cuando había empezado a hablar.

La confusión invadió Isaac. ¿De qué estaba hablando? ¿Lo había estado vigilando desde el incidente? ¿Todas las veces que se había sentido observado, todas las veces que le había parecido captar movimiento, había sido ella?

El pánico se instaló en su cuerpo. Lo había estado vigilando. Había asumido, sin ser realmente consciente de ello, que todas esas veces se trataba de Asia, pero ¿y si no había sido ella?

A la vez, el cerebro le hizo clic. «...vigilarte...» «No se te puede dejar solo...». Parecía que... ¿Alma creía que le estaba haciendo un favor? ¿Qué lo estaba protegiendo? ¿Estaba asfixiando una chica, o el fantasma de una chica, en nombre de su protección? Si era así, ¿tenía voz en ese asunto?

Rezó porque así fuera.

—Déjala. ¡Bájala! —ordenó. La voz le salió ligeramente temblorosa, y el estar tumbado en el suelo incapaz de levantarse no añadía mucha autoridad a su orden. Pero lo intentó. ¿qué más podía hacer? Era el único que veía lo que estaba pasando, que podía hacer algo para evitarlo. ¿Cómo podían hacerlo Elia, Naia o Áleix si no veían a la chica que intentaba respirar con todas sus fuerzas? ¿Si solo veían la mitad? Y aunque actuasen, ¿quién decía que la presión no los rodearía a ellos también como le estaba sucediendo a él?

Por más fuerza que ejercía era incapaz de moverse ni un centímetro. Dejó de intentarlo y se concentró en su expresión. Su abuela siempre le había dicho que había nacido para el póquer, para eliminar de sus facciones todo rastro de miedo, para dotarse de autoridad, aunque fuera fingida. Su rostro se inundó de rabia, una rabia controlada, una rabia autoritaria. Fría. Gélida.

—Déjala. —Volvió a ordenar—. Ya. —No gritó, no alzó la voz, no suplicó. Pero el rostro de Alma cambió. Pareció dudar unos instantes.

Isaac mantuvo sus ojos clavados en ella, desafiantes, imperturbables. Y entonces Elia empezó a llorar mientras soltaba torpes preguntas al aire. El chico perdió la atención de Alma.

—¿Qué-qué está pasando...? No entiendo nada... —Había empezado a sollozar silenciosamente—. ¿Qué-qué está pasando...? ¿De dó-dó-dónde...? ¿De dónde ha salido? ¿Con qui-qui-qui-quién hablá-bláis...?

Por primera vez Alma pareció reparar en ellos. Soltó un bufido de hastío resignado, apartó una de las manos del cuello de Asia, y chasqueó los dedos.

Las expresiones de Áleix, Naia y Elia cambiaron de golpe.



Y aquí empieza lo bueno.

*Inserten aquí todas las teorías locas que tengan*

Seguir leyendo

También te gustarán

719K 13.9K 6
En Manchester se han perpetrado una serie de asesinatos extraños; la policía local deduce que se trata de un asesino serial. Stella, una forense inte...
383K 15K 28
Estro: Inspiración ardiente del artista o poeta. Todos soñaban con una musa para sus inspiraciones, Shakespeare contaba con una, Jane Austen se inspi...
3.9K 364 5
MOROCHA┊danilo sanchez apache fanfiction ━━━ summer-cullen ─ ❝ Por la noche espero tu mensaje y sé que no crees, pero morocha...
283K 20.4K 56
Soy una chica especial, (bastante diría yo) pero no como se puede pensar a la primera que dices "es especial". Tiene bastantes significados a decir v...