Cuando la muerte desapareció

By onrobu

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¿Qué harías si, durante una maratón de películas de terror con tus amigos, empiezas a escuchar ruidos en la p... More

Prólogo
PRIMERA PARTE: Una pieza clave en el juego
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
SEGUNDA PARTE: Búsqueda y huida
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
TERCERA PARTE: Las marcas que deja en la mente
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 28
Capítulo 27
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
CUARTA PARTE: La muerte
Capítulo 48 (I)
Capítulo 48 (II)
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52

Capítulo 8

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By onrobu

Asia era un fantasma.

El alivio que sintió fue inmenso, pero aún así no pudo permitirse externalizarlo, sus facciones una máscara de apatía y tristeza para no alertar a la docente y meterse en problemas.

—¿Te acompaño a clase? No puedo dejar que te quedes, aquí... aunque podrías ir a la enfermería o a la salita de...

Ninguna de las opciones lo atraía en lo absoluto, lo que necesitaba era salir de allí, poder hablar con Asia con tranquilidad para empezar a entender qué estaba sucediendo. Pero no podía permitirse que llamaran a sus padres y no iban a dejarlo irse del instituto sin su consentimiento.

«Mierda».

—Mejor vuelvo a clase —dijo finalmente. Si aceptaba ir a la enfermería también acabarían llamando a sus padres y en el momento en que se mencionase la muerte de una amiga las mentiras empezarían a salir a la luz. Y tan pronto sucediese la preocupación de Naia, Áleix y Elia crecería exponencialmente, y con ella la posibilidad de que hablasen con sus padres sobre sus «alucinaciones».

No podía permitírselo.

—Te acompaño, entonces —propuso la docente con voz suave.

Isaac asintió con la cabeza, cabizbajo, para ocultar la velocidad de sus pensamientos, el alivio que lo había invadido al descubrir que Asia era una fantasma. Y las preguntas. Las miles de preguntas que revoloteaban en su mente.

Haber dejado atrás la teoría de las alucinaciones implicaba que había aceptado la existencia de los fantasmas, del alma, de lo sobrenatural. Aunque su vida y su salud ya no estaban en juego, no dejaba de ser igualmente difícil de procesar, meditar y cuestionar. Ysi bien, Asia no era un producto de su mente, la revelación no había venido conun cese del dolor.

Y en medio de todo ello, una pregunta brillaba con fuerza por encima del resto ¿por qué él podía verla? Sentirla.

¿Qué lo hacía diferente?

Seguido de una invisible pero existente Asia llegaron hasta el aula treinta y cinco. La profesora llamó a la puerta antes de indicarle que entrara.

Y allí estaban todos sus compañeros mirándolo fijamente cuando recorrió la clase hasta llegar a su asiento. No le habría importado en lo más mínimo sino fuera porque las miradas de Naia y Áleix también estaban posadas en él. Reprobadoras, preocupadas, enfadadas.

Se sentó en su sitio sin despegar la mirada del suelo para no cruzarla con las suyas. ¿Qué les diría? ¿Les mentiría?

¿Intentaría explicarles la verdad? «No». Se conocía suficiente como para saber que no lo haría. Era demasiado peligroso. Si lo tomaban por loco (la reacción más lógica y coherente y la mismaque él había tenido) podía haber consecuencias devastadoras.

La profesora de álgebra intercambió unas palabras con la docente de historia. Isaac supo deducir por sus expresiones la conversación que estaban teniendo. No hubo preguntas sobre su ausencia.

La tristeza que se intuía en sus ojos fue mucho más fácil de soportar que unas desafortunadas preguntas. Porque, si las hubiera llegado a haber, las mentiras que saldrían de su boca serían las mismas que escucharían sus amigos y en ese momento sería como mentirles directamente. Y no podía permitírselo.

Tampoco quería hacerlo.

Agradeció en silencio que continuara explicando los bandos de la Segunda Guerra Mundial sin comentar nada.

Sin pararse a considerarlo sacó la libreta y la abrió hasta el apartado de historia. No iba a ser capaz de prestar atención, menos todavía de tomar apuntes, pero al menos debía disimular que tenía la mente a millones de kilómetros.

Su mirada buscó a Asia.

Y allí estaba. Paseándose por el aula sin recibir una sola mirada.

Le dedicó una pequeña sonrisa a Isaac antes de acercase hasta un chico con decisión. Agachándose ligeramente acercó los labios a su oreja y empezó a gritar a todo volumen.

No hubo reacción alguna salvo la suya, un pequeño sobresalto ante la intensidad del grito.

Asia se encogió de hombros y se alejó del chico hasta llegar a una chica. Su mano traspasó su cabeza. Al retirarla la sacudió ligeramente, incómoda. Por su parte, la chica no tuvo reacción alguna más allá de un tenue escalofrío. E Isaac no sabía si era por la mano que le había pasado a través de su cabeza o por el frío que parecía envolver a Asia.

No pudo evitar que una pequeña sonrisa asombrada se dibujara en sus labios ante la escena. Ante lo que estaban viendo sus ojos, ante la existencia de los fantasmas, de un mundo oculto a simple vista.

Y desde varios pupitres más allá, Naia observaba con preocupación como la mirada de su amigo bailaba por el aula sin llegar a ver la chica que le había hecho encogerse para de repente después sonreír.



El timbre de final de clase resonó por los pasillos anunciando el fin de la jornada escolar de un extraño, peculiar, asombroso, agitado y terrorífico jueves. Y se dejaba muchísimos adjetivos en el proceso.

Isaac se apresuró a recoger tan rápido como pudo. Lo tuvo fácil, había sacado el cuaderno para disimular, pero las demostraciones de Asia lo habían distraído de coger el estuche. O al menos un bolígrafo.

Quería evitar a Áleix y Naia a toda costa. Aún no había decidido como enfrentarse a ellos, así que su plan era claro: huir de ellos. Al menos hasta que tuviera tiempo de idear una estrategia para encararlos, que decidiera qué les contaría y qué no. O que mentiras les diría.

—Sígueme —le susurró a Asia con tanto disimulo como pudo. No quería atraer la atención de nadie al estar, aparentemente, hablando solo—. Vamos a mi casa, allí podremos hablar sin problemas.

La chica se quedó paralizada, observándolo fijamente.

—¿A tu casa? —preguntó con la voz algo temblorosa. Aunque había agradecido muchísimo encontrar a alguien que pudiera verla, alguien con quien conversar que no fuera ella misma, con quien intercambiar una mínima interacción humana, acababan de conocerse y la idea de ir a su casa, sola, la asustó un poco.

Isaac lo entendió sin necesidad de palabras. Lo sintió. El miedo, los nervios, el reparo.

—Ey... tranquila. No puedo hacerte nada. No puedo siquiera tocarte.

«Soy un fantasma». A veces todavía lo olvidaba.

—Toda la razón —murmuró. ¿Qué podía hacerle Isaac si ni tal solo podía tocarla? ¿Matarla? Ya estaba muerta.

Expulsó la idea de su mente. Su padre habría estado orgulloso de su instinto de precaución. Su padre... su mero recuerdo fue como una cuchillada en el corazón.

Se apresuró a seguir a Isaac por el pasillo sin acabar de entender a qué se debía la prisa del chico para evitar pensar en él. 

Esquivando alumnos desesperados por abandonar el recinto escolar, a Isaac no le pasó desapercibido como Asia evitaba atravesar a nadie incluso si eso implicaba un esfuerzo extra para no ser arrollada (puesto que nadie podía verla). Esquivar a todo el mundo, sin que nadie la esquivase a ella, la obligaba a girar de manera brusca, pararse de sopetón y tener que acelerar el paso cada dos por tres.

El mismo andar aparentemente errático que había percibido Isaac esa primera vez.

Habían llegado ya a la puerta exterior cuando una voz a sus espaldas gritó su nombre.

—¡Isaac! ¡Isaac! ¡Espera!

Áleix. Supuso que también Naia. Apresuró el paso fingiendo no haberlos escuchado. La misión era clara, retrasar al máximo posible su encuentro. Básicamente, huir.

—¿No los esperas? —preguntó Asia instantes antes de hacer un movimiento de lo más extraño para esquivar una chica que pasó a su lado sin siquiera ser mínimamente consciente de su existencia.

Isaac negó con la cabeza sin aflojar el ritmo ni mirar atrás para evitar todo posible contacto visual con sus amigos que evidenciase que los estaba esquivando.

—Hoy mi hermana tiene ensayo, así que tenemos más o menos una hora y media más o hasta que llegue a casa —explicó en un intento de cambiar de tema.

—La chica alta y muy delgada.

—Esa es Elia —murmuró sin darle demasiada importancia y entonces reparó en que Asia no tenía manera de saberlo—. ¿Cómo...?

—Estabas con ella la primera vez que te vi... —Se apresuró a contestar intuyendo la pregunta—. Te pareces a ella.

—Creo que es la primera vez que me lo dicen. —Isaac se sumergió en su memoria. Sin lugar a duda era la primera vez que se lo escuchaba, lo que solo hacía que evidenciar sus diferencias (todo el mundo afirmaba que hermanos o progenitores eran iguales aún no parecerse, que no lo hubieran dicho implicaba que realmente no se parecían).

Aunque eran hermanos no se asemejaban en absoluto: mientras que Elia tenía el pelo castaño oscuro con tendencia a los rizos, el suyo era ligeramente ondulado y de un rubio bastante claro que dependiendo de la luz podía llegar a verse un tanto pelirrojo. Su hermana tenía los ojos azules mientras que él de un grisáceo que a veces lucía azulado y otras verdosos castaño. Y mientras ella todavía conservaba la redondez de la infancia, el rostro de Isaac había sido siempre de marcados ángulos.

—No sé... puede que... ¿Le estabas echando la bronca? —le preguntó rememorando aquella segunda vez que se habían encontrado en el pasillo de al lado del almacén de administración.

—Cosas de hermano mayor —afirmó con una sonrisa.

—Me hubiera gustado tener hermanos... Mi padre no se habría quedado solo. —Tan pronto las palabras abandonaron sus labios se reprendió por no haberse mordido la lengua. Ahora Isaac la miraba con una sonrisa tensa sin saber qué decir.

Apartó la mirada, avergonzada.

Un silencio se instaló entre ellos. Ambos lo aprovecharon para empezar a barajar toda la información que habían obtenido.

La mente de Isaac se había visto sumergida en el caos, y como buen meticuloso que era, suponía un estrés, una tarea que tenía que completar. Se dispuso entonces a enumerar todo aquello que había descubierto o que podía llegar a deducir a partir de aquello que sabía a ciencia cierta.

Primer punto: los fantasmas existían. Eso implicaba que los humanos contaban con alma (o al menos algunos de ellos, le costaba imaginar a ciertas personas con ella).

Por otro lado, en el momento en que existía el alma, y esta podía seguir 'con vida' en forma de fantasma, había algo más allá de la muerte (o de la vida, dependiendo de como se mirase).

En segundo lugar, sabía que había algo diferente en él. Nadie a su alrededor podía ver a Asia, él sí. ¿A qué se debía? Esa era una de las miles de preguntas sin respuesta.

También había el hecho de que se encontraba andando hacia su casa acompañado de una chica que acababa de conocer y... «La acabo de conocer». No había reparado en ello hasta el momento, si no la conocía significaba que no era del pueblo, donde, aunque no se supiera todos los nombres, todas las caras se le hacían más o menos familiares. Entonces, ¿cómo había acabado allí?

—¿De dónde eres? Porque no eres de aquí ¿no?

A esa hora las calles del vecindario se encontraban prácticamente vacías, por lo que podían hablar sin demasiadas precauciones. Nadie lo escucharía hablar con la nada.

La chica negó con la cabeza.

—Soy urbanita —le confirmó apelando al mote que usaban los pueblerinos para hablar de los habitantes de la única ciudad de los alrededores.

—Eso está a setenta kilómetros. ¿Cómo has acabado aquí? Los urbanitas no soléis acercaros a los pueblos. —No había motivo alguno para hacerlo.

—Ya.

» Las primeras semanas estuve vagando alrededor de todo lo que conocía ¿sabes? Mi casa, instituto, el trabajo de mi padre. Quería asegurarme de que estaba bien. Pero... era... —Dejó la frase sin terminar—. Bueno, y además había esta sensación... No lo sé, como una especie de intuición, de llamada...

» Al final me cansé y decidí seguirla. Me llevó hasta aquí y entonces empecé a dar tumbos intentando encontrarle el sentido hasta que...

—Nos encontramos —finalizó Isaac.

Fue perfectamente consciente del colorcillo que adoptaban sus mejillas, también las de ella, quien de repente huía de su mirada, avergonzada.

A fin de cuentas, se acababan de conocer y estaban hablando de una sensación que los unía a más de sesenta kilómetros de distancia. Una sensación que los atraía entre ellos. Literalmente.

Aunque por lo visto ella la sentía con más intensidad. Isaac solo la había sentido cuando la tenía cerca. Como en ese preciso momento.

La incomodidad y vergüenza que lo asaltaba era la propia de dos personas. Se obligó a ignorarlo y seguir adelante.

—¿Podemos recapitular? —pidió.

» Moriste. —Sonó fatal, pero se obligó a continuar—. Había una mujer que podía verte. ¿Quién era?

—No lo sé.

» No recuerdo si estaba allí cuando yo aparecí. Tampoco recuerdo si aparecí o como lo hice. Solo sé que yo me estaba mirando a mí misma y ella estaba a mi lado. Y sabía lo que estaba ocurriendo.

Mientras hablaba Isaac introdujo la llave en la cerradura de su casa. La invitó a entrar antes de pasar él, cerrar la puerta y conducirla al salón.

—Le pregunté si había muerto y me dijo que sí, y cuando le pregunté qué pasaría entonces me contestó que esa era la gran pregunta. —Sacó del bolsillo una sortija de plata que examinó con atención. Una mueca invadió su rostro—. Me dio este anillo y me dijo que tenía que encontrar a la muerte y dárselo.

Se lo estaba tendiendo a Isaac para que pudiera verlo cuando pareció cambiar de opinión, o al menos dudar.

—Me advirtió que no me lo probara ni lo enseñara. Dijo que tenía que protegerlo por lo que más quisiera, que mi vida dependería de ello y que solo cuando se lo entregase a la muerte podría descubrir la respuesta a mi pregunta.

Finalmente pareció decidirse y se lo pasó al chico, pero ante el nerviosismo que demostraba al hacerlo Isaac no tardó nada en devolvérselo. Le sorprendió lo gélido que estaba al tacto, aunque supuso que se debía al hecho que ella desprendía frío.

A la vez, en los breves instantes en el que lo tuvo en las manos una sensación extraña, como de plenitud, alivio y reconocimiento, lo invadió. Desapareció tan pronto como dejó de estar en contacto con su piel.

—Es el único objeto que puedo tocar aparte de esta maldita bata de hospital —comentó mientras levantaba los brazos ligeramente para reforzar lo que acababa de decir.

Isaac estaba sentándose en el sofá, cuando al intentarlo Asia lo atravesó. Quedó sentada en el suelo con los hombros y la cabeza saliendo por encima del asiento.

Durante unos instantes se volvió ligeramente translucida y azulada.

Se levantó, muerta de vergüenza, y tras sacudirse la incómoda sensación que comportaba atravesar objetos, soltó un suspiro nervioso y volvió a intentarlo. Fue en vano.

Decidió que el suelo era la mejor opción. Isaac se le sumó en solidaridad.

—¿A qué se refería con lo de la muerte? —preguntó para volver a la conversación y así romper la tensión que se había instalado en la habitación. Su mano reseguía inconscientemente los bajos de su jersey de lana con su textura reconfortadora de gruesos hilos.

—No lo sé.

» He visitado un par de cementerios aparte del mío. También el ala de cuidados paliativos de mi hospital, y la UCI, y la morgue... —Dejó la frase al aire—. No he encontrado nada y la verdad es que no sé dónde encontrar a la muerte—. Había un deje de ironía en su voz.

» Hasta pensé en clavarme un cuchillo, pero entonces recordé que ¡claro! ¡no puedo coger un cuchillo! ¡No puedo coger nada! ¡No puedo hacer nada!

Su rostro había adoptado una mueca de desesperación.

—¿Y la mujer no te dijo nada más? —preguntó con la esperanza de poder descubrir algo que le diese sentido a todo el asunto.

—Solo me advirtió que no me pusiera el anillo o lo perdiese, que mi futuro dependía de ello. Tras decirme eso desapareció. No la he vuelto a ver.

Los dos se quedaron en silencio.

—Tenemos que encontrar a la mujer... —murmuró para sí mismo. A Asia no le pasó desapercibido ese 'tenemos', ese plural. El nudo de su corazón se aflojó un poquito. Después de tres meses yendo de un lado a otro sin rumbo alguno; sin poder hablar con nadie, pero viendo que todo el mundo seguía con su vida; sin poder tocar nada, hacer nada más que vagar, pensar y hablar en voz alta; era increíblemente reconfortante contar con alguien, aunque fuera un desconocido. Poder tener una simple conversación, expresar sus preocupaciones, tener una mínima interacción. Una reciprocidad. Una contestación que no fuera la de ella simulando otra voz.

En esas interminables horas había descubierto que necesitaba contacto humano, que sin él la vida no tenía sentido alguno. Que al aislamiento era la peor de las torturas. Gritar y no ser escuchada. Suplicar ante oídos sordos. Llorar ante miradas vacías.

Se apretó las manos delante el corazón. Ya no latía, pero ella seguía viva. Más o menos. Seguía pensando, seguía sintiendo: miedo, preocupación, incerteza.

Ante la incapacidad de tocar nada, ella era todo lo que tenía. Se rozó la piel, el cabello, el algodón de su bata hospitalaria. No quería olvidar lo que era sentir.

—La mujer me dijo que encontrara a la muerte.

—Pero no sabemos cómo, y ella sí. ¿No?

—He estado pensando... ¿y si es metafórico? Encontrar la manera de... bueno, de morirme de verdad.

Era una oración curiosa. Muy curiosa.

—¿Y el anillo que pinta en todo esto? —preguntó Isaac.

—¿Y la mujer? —añadió ella.

No tenían nada, nada sólido, nada coherente que tuviera un mínimo sentido o pareciera remotamente lógico. «Aunque aquí estoy ¿no? Hablando con un fantasma» pensó Isaac con ironía.

Isaac se masajeó las sienes, abrumado y dolorido a partes iguales. ¿Qué debía hacer? Sabía que ayudarla, y no solo por cuestiones morales, sino también para intentar descubrir qué lo hacía diferente. ¿Por qué era el único que podía verla? ¿Por qué él? ¿Qué lo hacía distinto?

¿Y por qué estaban unidos? No podía ignorarlo. No cuando era una sensación tan fuerte, cuando su cuerpo se orientaba hacia ella, la sentía, la notaba.

¿Sería capaz de dejar que Asia pasara por todo esto ella sola? ¿De dejar correr todo ese tema? ¿de olvidarse de la existencia de los fantasmas?

No.

Y eso creaba nuevas preguntas: si los fantasmas existían, ¿qué otras criaturas acechaban por las noches?

Tendía... ¿tendría el incidente algo que ver?

Soltó un gruñido involuntario ante el cúmulo de incógnitas que no paraban de aparecer. Y ante el dolor de cabeza que le martilleaba las sienes.

Asia lo observaba con atención y curiosidad.

—¿Has visto a algún otro fantasma? —acabó preguntándole Isaac.

La chica empezó a negar con la cabeza, aunque no tardó en rectificar.

—Sí.

» Bueno, no lo sé. —Acabó confesando—. Es posible. Creo que vi unos cuantos, en el hospital, pero no lo sé seguro. Parecían personas normales, solo que se comportaban raro. Aunque bueno, es un hospital, la gente se vuelve loca cuando está allí. No sé seguro si lo eran.

Si un fantasma no había sido capaz de identificar a otro, ¿significaba que Isaac había visto otros, pero no lo había sabido? ¿Significaba eso que no eran ni capaces de saber si alguien lo era? ¿Cómo lo harían entonces? ¿preguntándoselo directamente?

Estaban los dos meditándolo cuando la puerta de la calle se abrió.

—¡Estoy en casa! ¡Han cancelado el ensayo! —gritó Elia. Y la habría creído si con ella no hubieran aparecido dos personas más.

Naia y Áleix entraron como si fuera su casa y se dirigieron a la cocina pasando a escasos centímetros de una Asia que no eran capaces de ver.

Isaac soltó un suspiro antes de levantarse. Consciente de que era observado pasó también al lado de Asia sin dirigirle la mirada.

—Los he invitado a comer —anunció Elia con alegría.

Bueno, bueno, bueno... capítulo con unas cuentas revelaciones (y muchas nuevas preguntas jeje).

Hemos confirmado al cien por cien que Asia es la chica de nuestro prólogo y ya sabemos un poquito más de la relación entre ellos. O al menos de la intensidad de esta. Porque intenso es, no podemos negarlo.

¿Estará todo esto relacionado con el incidente? Y si es así ¿cómo?

Y por otro lado... ¿qué hará Isaac con sus amigos y su hermana? ¿Mentir? ¿Fingir que nada ha ocurrido?

Prepárense porque se viene lo bueno.

❤️

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