Sentido Mortal

By AngelBernaez

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En un mundo donde la extinción humana se volvió inevitable, y donde la vida misma se ha convertido en una luc... More

Preludio
Capítulo 1: Sobrevivencia
Capítulo 2: Sentido de pertenencia
Capítulo 3: Escena siniestra
Capítulo 5: Mi vida, no la tuya
Capítulo 6: Situación calurosa
Capítulo 7: Tranquilidad destruida
Capítulo 8: Excursión reveladora
Capítulo 9: No te distraigas
Capítulo 10: Intuición egoísta
Capítulo 11: Cambio drástico
Capítulo 12: Reacción burbujeante
Capítulo 13: Verdad absoluta
Capítulo 14: Oscuros recuerdos
Capítulo 15: Intensión hipócrita
Capítulo 16: Ganas de Vivir
Capítulo 17: Miedo palpable
Capítulo 18: Amenaza ambulante
Capítulo 19: Hogar
Capítulo 20: Los inicios de Amber
Capítulo 21: Los inicios de Jack
Capítulo 22: Nuevas vías
Capítulo 23: Luz al final del túnel
Capítulo 24: Escenario desesperante
Capítulo 25: Acorralados
Capítulo 26: Intensidad
Capítulo 27: Verdades
Capítulo 28: Sonámbulos
Capítulo 29: Conexiones Humanas
Capítulo 30: No es real
Capítulo 31: Fuera luces
Capítulo 32: Bloqueo
Capítulo 33: Impacto inesperado

Capítulo 4: Encuentro

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By AngelBernaez

La persona armada se encontraba en una posición tan estratégica que el hombre asumió que ya había notado su presencia desde hacía mucho. No esperaba que alguien quisiera entrar en su hogar, por las condiciones en las que estaba, pero parecía que se había equivocado.

—No hay nada que puedas robar —dejó saber el hombre al desconocido, tratando de mantener la calma. Luchaba por entender lo que estaba sucediendo; lo primero que pasaba por su mente era que era un robo, lo más común en esos tiempos.

El hombre sintió el frío metal del arma detrás de él y la incertidumbre comenzó a apoderarse de él. Trataba de mantener la calma, pero no evitaba que su corazón latiera con fuerza. Decidió seguir hablando, tal vez podría encontrar una manera de persuadir al desconocido. Estaba acorralado, indefenso y con una amenaza detrás de él.

La tensión en el ambiente era palpable, y el silencio se había vuelto opresivo. El hombre sudaba frío, intentando pensar en una manera de salir de la situación sin que nadie saliera herido. Su mente corría a mil por hora, tratando de encontrar una solución.

—¿Qué quieres? —preguntó intentando adivinar las intenciones de su captor. Pero no hubo respuesta. 

El hombre se sintió intrigado por su agresor. ¿Quién era esta persona? ¿Por qué lo estaba haciendo? Pero no había tiempo para pensar en eso ahora. Debía encontrar una manera de salir de esta situación. 

Mientras el hombre intentaba formular un plan, una pregunta detuvo sus pensamientos.

—Ni lo pienses —amenazó—. Si intentas algo, apretaré el gatillo.

El hombre se sintió aún más atrapado. Sabía que estaba en una situación difícil, pero aun así, no podía dejar de reflexionar en una manera de salir de ella. La tensión seguía aumentando en el ambiente, y el silencio solo se veía interrumpido por su respiración agitada.

Ahora sabía de quién se trataba; el tono de su voz era sutil y dejaba deducir que se trataba de una figura femenina. La mujer apuntaba con su arma al hombre, dejando claro que no estaba dispuesta a permitir que su dominio continuara. Su firmeza le advertía que era una persona decidida y que no dudaría en disparar si fuera necesario. 

El hombre se sentía amenazado por ella y quería que la situación terminara lo antes posible.

—No deberías estar aquí —dijo en un tono autoritario, tratando de recuperar algo de su poder en la situación. Se dio cuenta de que la persona detrás de él era una mujer, y su ego se vio afectado.

La chica insistía en que soltara el arma, ya que conocía de ella. No estaba dispuesta a correr ningún riesgo con alguien que tenía un arma en la mano. El hombre, a su vez, trataba de evitar cualquier tipo de conflicto y le pedía que se fuera.

—Pero ¿no me has escuchado? —preguntó la mujer, frustrada por la falta de cooperación del hombre.

—No voy a soltar el arma —respondió el hombre, mostrando su determinación y su rechazo a ser controlado por alguien más—. Solo vete, no te haré daño —propuso.

La mujer, confiada y segura de sí misma, disparó cerca de la nuca del hombre para mostrar que hablaba en serio. El ruido fuerte y repentino lo dejó aturdido, y él se dio cuenta de que no tenía otra opción que soltar su arma. De lo contrario, el próximo disparo le dejaría una cicatriz permanente en la cabeza de su ya difunto cuerpo.

—Ten cuidado con lo que haces —le aconsejó el hombre, bajando lentamente su arma.

La mujer le exigió que también soltara el arma que tenía en la espalda, demostrando que estaba al tanto de su arsenal. Aunque se sentía incómodo con la idea de estar desarmado y vulnerable frente a una extraña, el hombre sacó su arma oculta y la soltó, reconociendo que no tenía otra opción.

Indignado y molesto, el hombre se sentía incómodo ante la situación. No quería depender de nadie más para su propia protección, pero no tenía muchas opciones. Sacó su arma oculta y la soltó, quedando completamente desarmado ante la mujer que lo apuntaba.

—¿Feliz? —dijo con evidente disgusto en su tono de voz.

La mujer parecía más tranquila que él, pero seguía en guardia. Quería saber si el hombre que tenía delante estaba en paz en las condiciones deplorables de la cabaña.

—¿Vives aquí? —preguntó ella.

—Eso no es tu problema —respondió él a la defensiva. No estaba dispuesto a compartir información con una persona que apenas conocía.

—Esa no es manera de responder, ¿no tienes modales? —expresó ella indignada.

—No puede hablar de modales la persona que me recibe apuntándome —argumentó él con sarcasmo.

La mujer, con una mirada inquisitiva en sus ojos, observaba al hombre con atención. Quería entender al hombre que tenía el control de la situación. La incertidumbre se reflejaba en su rostro mientras sopesaba su propia seguridad y la posible amenaza que representaba el hombre.

Sin embargo, en un giro inesperado, un agudo dolor en su pierna la hizo gritar de dolor. El hombre, alertado por su quejido, actuó con rapidez y astucia, arrebatándole el arma a la mujer. Ella, sobrepasada por el sufrimiento, no pudo ofrecer resistencia en ese momento. El fuerte dolor fue suficiente para hacerla caer al suelo.

Con el arma ahora en manos del hombre, este la examinó detenidamente. Sabía que tenía la ventaja en ese momento, y su mente comenzó a divagar sobre quién era la intrusa en su hogar y cuáles eran sus intenciones. La incertidumbre se apoderó de él mientras consideraba las posibilidades.

¿Era ella una simple intrusa que había entrado por error en su cabaña en busca de refugio? ¿O había algo más detrás de su presencia? El hombre no tenía respuestas claras en ese momento, pero estaba decidido a descubrir la verdad.

Mientras sostenía el arma, sus pensamientos se volvieron turbios. La situación se volvió tensa, y el silencio en la habitación era palpable. Ambos se encontraban en un punto crítico, sin saber cómo continuarían los acontecimientos.

La mujer permanecía inmóvil en la cabaña del hombre, con la mirada fija en él. A pesar de que el dolor en su pierna la había tomado por sorpresa, no se sentía completamente indefensa. Sus instintos de supervivencia estaban alerta, y a pesar de la incómoda posición en la que se encontraba, estaba dispuesta a luchar por su vida si era necesario.

El hombre, por otro lado, sostenía el arma que le había arrebatado de las manos y apuntaba a la mujer. Sus pensamientos se entrelazaban en un torbellino de incertidumbre y desconfianza. No sabía si debía considerarla una amenaza real o simplemente una intrusa que había llegado por error a su cabaña en busca de refugio.

El dolor en la pierna de la mujer continuaba latente, recordándole la vulnerabilidad de su situación. A pesar de eso, su determinación seguía intacta. El hombre no era ajeno al conflicto interno que la mujer debía estar experimentando. 

La incertidumbre llenaba la habitación, y el silencio solo se rompía por los quejidos de dolor de la mujer y el zumbido del viento en el exterior. Las sombras de la noche se cerraban alrededor de ellos, creando una atmósfera tensa y cargada de emoción.

El hombre finalmente habló, su voz grave y ronca resonando en la habitación.

—¿Quién eres? ¿Por qué entraste aquí? —preguntó, sin bajar el arma. Su tono era cauteloso, pero no hostil.

—No sabía que alguien vivía aquí —explicó, con voz temblorosa y de dolor.

El hombre la observó con detenimiento, tratando de discernir la verdad en sus palabras. No podía evitar sentir una mezcla de desconfianza y compasión. Si lo que decía era cierto, ella era una intrusa accidental. Si mentía, podría representar una amenaza. Su mente trabajaba rápidamente, evaluando las opciones.

La mujer que se encontraba delante del hombre tenía aproximadamente unos veintisiete años, y su apariencia era verdaderamente notable en medio del mundo desolado en el que se encontraban. Sus rasgos eran una combinación única de belleza y fortaleza que la hacían destacar de inmediato.

Comenzando por su rostro, tenía unos pómulos altos y bien definidos que le conferían un aire de elegancia. La estructura de su cara era angular y simétrica, lo que realzaba su belleza natural. Sus labios, de un tono rosa, suave y natural, parecían siempre prestos a esbozar una sonrisa, aunque en ese momento estuvieran tensos por la situación.

Los ojos de la mujer eran verdaderamente hipnóticos. Eran de un azul profundo que recordaba el color del cielo en un día despejado. Sus ojos eran grandes y expresivos, y sus largas pestañas oscurecían aún más ese azul intenso. La mirada que emitía era tan cautivadora como misteriosa, revelando una mezcla de determinación y cansancio acumulado por las duras circunstancias en las que vivían.

El perfil de la mujer era igualmente encantador. Su nariz era delicadamente esculpida y se curvaba con gracia hacia abajo, añadiendo un toque de suavidad a sus rasgos. Su mandíbula tenía una forma definida, y su barbilla era ligeramente puntiaguda, lo que le otorgaba un aspecto decidido.

El cabello de la mujer era uno de sus rasgos más destacados. Tenía una melena de un rubio resplandeciente, que caía en cascadas suaves hasta sus hombros. Su cabello estaba bien cuidado y desprendía un brillo saludable, a pesar de las dificultades del mundo en el que vivían.

La figura de la mujer era esbelta y elegante. Su físico denotaba fuerza y resistencia, como si estuviera acostumbrada a lidiar con los desafíos que la vida les presentaba a diario. Sus brazos y piernas estaban definidas, pero no de manera exagerada, lo que le otorgaba una apariencia ágil.

En cuanto a su vestimenta, la mujer llevaba ropa en perfecto estado, sin rasgaduras ni señales de desgaste evidentes. Vestía prendas limpias y bien cuidadas que contrastaban con el entorno desolado que los rodeaba. Su elección de ropa era práctica, pero no carente de estilo, lo que reflejaba su determinación por mantener un cierto nivel de dignidad en medio de la adversidad.

Sin embargo, a pesar de su apariencia impecable, el hombre notó un detalle que lo hizo fruncir el ceño y desató una oleada de preocupación en su interior: unas manchas de sangre en el que goteaban del pantalón. La herida era evidente, un recordatorio visible de que nadie estaba a salvo en ese mundo despiadado.

La mirada del hombre se encontró con la de la mujer, y en ese instante, captó una mezcla de emociones en sus ojos azules. Había determinación en su mirada, pero también un rastro de cansancio y desesperación que era imposible de ocultar.

Ambos se enfrentaban a un dilema en ese momento, uno que iba más allá de las apariencias. En un mundo donde la supervivencia era una lucha constante, la confianza era un bien preciado que no se otorgaba fácilmente. La mujer, a pesar de su aspecto cuidado, había irrumpido en la vida del hombre en busca de refugio. Y el hombre, a pesar de su apariencia desgastada por los rigores de la vida en el exterior, se encontraba en una posición de poder al tener un arma en la mano.

La sangre en el pantalón de la mujer era un recordatorio de que nadie estaba a salvo, de que todos habían enfrentado pérdidas y peligros en ese mundo implacable. La pregunta que flotaba en el aire era si podían encontrar una forma de confiar el uno en el otro. La respuesta estaba por descubrirse, pero en ese momento, ambos se encontraban en un punto de inflexión en sus vidas, donde la apariencia era solo la superficie de una historia mucho más profunda y compleja.

—Deja que vea —le dijo al acercarse a ella. Pero la mujer lo interrumpió antes de que pudiera tocarla.

—No te muevas —ordenó ella—. No es nada.

—No te haré daño —respondió el hombre—. Solo quiero ayudarte.

La mujer estaba herida y necesitaba atención, pero no quería aceptar la ayuda de un extraño. Se aferraba a su posición, temiendo que el hombre pudiera tener malas intenciones. Fácilmente podía utilizar la herida como excusa y aprovecharse. El hombre se dio cuenta de que la mujer no confiaba en él, por lo que decidió dejarla en paz por un momento. Se alejó de ella y fue a buscar su botiquín de primeros auxilios.

—No estás bien, estás sangrando mucho —insistió.

La mujer era terca y se negaba a aceptar ayuda. Él no sabía cómo convencerla de que no era lo que estaba pensando. Sin embargo, ella no dejaría que la tocara con el pretexto de ayudarla. Aunque le doliera, seguiría firme en su postura.

—No seas tan testaruda —dijo él, tratando de convencerla de que permitiera examinar su herida—. Solo quiero ayudarte.

La chica lo miraba desconfiada, pero no hacía más que solo observar, lo que le daba algo de tranquilidad al hombre. Se acercó a ella con el botiquín en la mano y se arrodilló a su lado, dispuesto a curarla.

—Déjame al menos limpiar la herida, así no seguirás perdiendo sangre —le dijo con un tono de voz suave y tranquilizador.

La mujer lo miró fijamente por unos segundos, analizando su comportamiento y sus intenciones. Finalmente, asintió levemente con la cabeza. Era lo mejor que podía hacer sabiendo que el arma no estaba a su disposición.

El hombre dejó la pistola y la colocó a un lado mientras comenzaba a curar la herida de la chica. La sangre había empapado su pantalón y una parte de su camisa, lo que indicaba que había estado sangrando por un buen rato.

—¿Cómo te hiciste esto? —le preguntó mientras curaba la herida con sumo cuidado.

—Un accidente —respondió con voz seca y cortante.

El hombre se dio cuenta de que la chica no quería hablar del tema, así que no insistió. Terminó de curarla y le entregó una manta para que se cubriera y no se enfriara, la noche solo comenzaba. La chica se envolvió y se recostó en el suelo, dejando claro que no entraría en negociación para conseguir un lugar mejor en la cabaña. En cambio, en su mente tenía pensado quedarse recostada en el suelo hasta que pudiera recuperarse.

—Gracias —expresó con seriedad.

El hombre la observó por unos momentos, tratando de entender la situación. Se preguntaba cómo es que una chica como ella había terminado en un lugar como este, herida y sola en medio de la nada. Decidió no preguntar más por ahora, pero sabía que tendría que hablar con ella más tarde para entender lo que estaba sucediendo.

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