Sentido Mortal

بواسطة AngelBernaez

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En un mundo donde la extinción humana se volvió inevitable, y donde la vida misma se ha convertido en una luc... المزيد

Preludio
Capítulo 2: Sentido de pertenencia
Capítulo 3: Escena siniestra
Capítulo 4: Encuentro
Capítulo 5: Mi vida, no la tuya
Capítulo 6: Situación calurosa
Capítulo 7: Tranquilidad destruida
Capítulo 8: Excursión reveladora
Capítulo 9: No te distraigas
Capítulo 10: Intuición egoísta
Capítulo 11: Cambio drástico
Capítulo 12: Reacción burbujeante
Capítulo 13: Verdad absoluta
Capítulo 14: Oscuros recuerdos
Capítulo 15: Intensión hipócrita
Capítulo 16: Ganas de Vivir
Capítulo 17: Miedo palpable
Capítulo 18: Amenaza ambulante
Capítulo 19: Hogar
Capítulo 20: Los inicios de Amber
Capítulo 21: Los inicios de Jack
Capítulo 22: Nuevas vías
Capítulo 23: Luz al final del túnel
Capítulo 24: Escenario desesperante
Capítulo 25: Acorralados
Capítulo 26: Intensidad
Capítulo 27: Verdades
Capítulo 28: Sonámbulos
Capítulo 29: Conexiones Humanas
Capítulo 30: No es real
Capítulo 31: Fuera luces
Capítulo 32: Bloqueo
Capítulo 33: Impacto inesperado

Capítulo 1: Sobrevivencia

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بواسطة AngelBernaez

Un hombre se despertó sobresaltado, como lo hacía cada mañana, luego de una noche plagada de pesadillas que interrumpían su ya preciado y escaso descanso. A medida que se incorporaba, el eco del último grito de terror de su sueño aún resonaba en su mente, recordándole los horrores de este nuevo mundo.

Sus ojos se abrieron con pesadez y se encontraron con una visión que ya estaba demasiado acostumbrado a ver: un techo resquebrajado y el destello de la luz del sol que se filtraba por las grietas. La estructura de lo que una vez fue una casa vibrante y llena de vida estaba ahora desmoronada, igual que todo lo demás. El polvo y los escombros cubrían lo que quedaba de la habitación, creando un ambiente opresivo que apenas dejaba espacio para respirar.

Se levantó con esfuerzo de la improvisada cama, o lo que quedaba de ella. El colchón yacía en el suelo, roto y manchado por años de abandono. Sus músculos, entumecidos por la falta de movimiento, protestaron mientras se estiraba. Los sonidos articulares que emanaron de sus articulaciones eran un recordatorio constante de su lucha diaria por la supervivencia.

Era una rutina que seguía cada mañana, una rutina marcada por la necesidad de mantenerse alerta y preparado para lo que este mundo había llegado a ser. Sus sentidos se habían convertido en su principal arma para sobrevivir. Escuchar el más mínimo susurro de un depredador acechando, oler el aire en busca de signos de peligro, ver en la penumbra de la destrucción que lo rodeaba, saborear con cautela cualquier fuente de alimento y sentir con precisión la textura del terreno bajo sus pies; todas estas habilidades eran esenciales para seguir con vida.

Sin embargo, no eran solo las amenazas del mundo exterior las que atormentaban sus pensamientos. En ocasiones, los recuerdos de lo que una vez fue la civilización le acechaban como fantasmas del pasado. Recordaba las caras de amigos y familiares, ahora perdidos en el abismo de la extinción. Cerraba los ojos y veía el rostro sonriente de su hermano, el último recuerdo que tenía antes de que todo se desmoronara.

—Otro día más —susurró para sí mismo, con un tono que dejaba entrever su cansancio.

Mientras se ponía en pie, se dio cuenta de que no había sido solo un mal sueño lo que lo había despertado, sino el sonido de un aullido distante que resonaba en el aire. El aullido de un depredador en busca de su próxima presa, una cruel realidad que debía enfrentar una vez más.

Se acercó a la ventana rota y miró hacia el exterior. El paisaje que se extendía ante él era un testimonio silencioso de la caída de la humanidad. Ruinas de lo que una vez fueron ciudades vibrantes y bulliciosas se alzaban como monumentos a un pasado olvidado. El caos era la norma, y la angustia y el miedo se entrelazaban como un telón oscuro que envolvía el panorama.

Era en este mundo desolado donde había aprendido a confiar en sus sentidos como nunca antes. Cada día era una lucha por sobrevivir, y cada noche traía pesadillas que parecían arrancadas directamente de sus peores temores. La esperanza era un bien escaso, pero aún se aferraba a ella, junto con la determinación de seguir adelante.

La rutina del sujeto continuaba, una búsqueda interminable de recursos en un mundo donde la vida se sostenía en un delicado equilibrio. La extinción humana había dejado cicatrices profundas en la Tierra, pero se negaba a ser una víctima más de este nuevo orden mundial. Cada día era un desafío, pero también una oportunidad para demostrar que, incluso en la oscuridad, la humanidad podía encontrar la luz que la guiaría hacia un futuro mejor.

Se dirigió al baño con pasos lentos y apáticos, una rutina que repetía a diario en este mundo desolado. La habitación mostraba los vestigios de lo que una vez había sido una vivienda normal, con sus elementos de cerámica blanca y su retrete desgastado por el tiempo y el abandono.

—Sigo igual que ayer —comentó en voz alta, con un toque de ironía, mientras se enfrentaba a su reflejo en el espejo medio roto.

El hombre se encontraba frente al espejo, examinando detenidamente su reflejo en busca de alguna señal de lo que había sido y lo que ahora era. Tenía aproximadamente 29 años, pero la dura vida que había llevado lo había envejecido prematuramente. Su rostro estaba marcado por arrugas que hablaban de experiencias difíciles y noches sin dormir.

Sus ojos, de un profundo tono marrón, solían brillar con energía y vitalidad, pero ahora estaban apagados y cansados. Las ojeras debajo de sus párpados eran evidencia de las noches inquietas y la fatiga constante que lo perseguía. A pesar de ello, todavía guardaban una mirada aguda y determinada, como si estuvieran buscando respuestas en un mundo que había perdido su rumbo.

Su nariz, añadía un toque de carácter a su rostro. Los labios, antes llenos y sonrientes, se habían vuelto más delgados y tensos, reflejando la carga emocional que llevaba consigo.

El cabello, en su mayoría castaño oscuro, estaba desaliñado y largo, cayendo desordenadamente sobre su frente y sus orejas. La falta de una maquinilla de afeitar durante mucho tiempo había dado como resultado una barba descuidada que cubría gran parte de su rostro. Los mechones de barba, enredados y rebeldes, eran una prueba de su abandono de las comodidades básicas.

Su físico, en un tiempo corpulento y atlético, había sufrido debido a las condiciones difíciles en las que vivía. A pesar de ello, su cuerpo seguía siendo fuerte y resistente, adaptándose a las demandas de un mundo implacable.

Vestía ropa desgarrada y gastada, un recordatorio constante de los desafíos que enfrentaba a diario. Sus ropas, antes limpias y bien cuidadas, ahora estaban manchadas de suciedad y destrozadas por el uso constante.

El perfil de su rostro revelaba una mandíbula fuerte y una frente ancha, indicativos de su determinación y valentía. A pesar de las adversidades, su mirada seguía siendo ferozmente decidida, como si estuviera dispuesto a enfrentar cualquier desafío que se presentara en su camino.

Mientras se miraba en el espejo, recordó los días en los que su vida era completamente diferente, cuando la esperanza brillaba en su mirada y el mundo estaba lleno de posibilidades. Ahora, en medio de un mundo asolado por el caos, luchaba por sobrevivir y encontrar un camino hacia un futuro incierto. A pesar de todo, su espíritu seguía siendo inquebrantable, dispuesto a enfrentar lo que sea necesario para seguir adelante.

El hombre se acercó con cautela a la ducha, con pocas expectativas de que funcionara. Giró la llave lentamente y miró hacia la regadera con la esperanza de ver al menos un goteo de agua, pero todo permaneció en silencio. Esperó unos segundos, como si el simple acto de desearlo pudiera convocar el flujo de agua que tanto anhelaba, pero fue en vano.

—¡Genial! —exclamó con sarcasmo, dejando escapar una risa amarga.

No estaba sorprendido en absoluto de que la vieja ducha. Había experimentado suficientes intentos fallidos como para no esperar un resultado diferente esta vez. Suspiró profundamente, resignado a otra mañana, sin poder disfrutar de la comodidad de una ducha caliente.

Con resignación, se dio la vuelta y salió del baño, sabiendo que tendría que afrontar otro día en este mundo hostil y despiadado. La lucha por la supervivencia no se detenía por la falta de agua caliente ni por la apariencia descuidada que reflejaba el espejo. Era un recordatorio de que en este nuevo mundo, la supervivencia se basaba en la adaptación, la astucia y la resistencia, incluso cuando las comodidades más básicas se habían convertido en un lujo inalcanzable.

De repente, sintió un leve dolor en el abdomen. Su estómago le notificaba que lo último que había comido ya no le satisfacía y que necesitaba ser alimentado nuevamente, o de lo contrario pasaría los peores momentos de su vida hasta la muerte.

Recordó que el sentido del olfato es fundamental para la supervivencia de los animales, ya que les permite detectar la presencia de comida y peligros. Pero él no tenía nada en su cocina. La nevera llevaba mucho tiempo sin funcionar y estaba roída por ratas, las estufas dónde se preparaban alimentos ahora parecía todo menos un lugar limpio y agradable para cocinar.

El hombre sacó de un estante desgastado una lata sellada que era lo único en buen estado entre toda esa mugre. Recordó que los animales también usan el sentido del gusto para evaluar si la comida es segura para su consumo, y su propio sentido le advertía que la lata estaba intacta.


Pero a pesar de las condiciones en las que se encontraba, el hombre sabía que tenía algo que los animales no tienen: la capacidad de adaptarse y sobrevivir en situaciones extremas. Era la supervivencia que caracteriza a la humanidad, lo que le permitía seguir adelante a pesar de las circunstancias adversas.

—¿Qué comeremos hoy? —preguntó con los ojos cerrados, tratando de adivinar qué contenía la lata en su interior mientras la sostenía.— ¡Al fin algo bueno, frijoles! —exclamó emocionado al ver la presentación de la lata.

Exaltado, buscó por todo su alrededor algo con lo que abrir su comida, quizás provocado por el hambre que sentía o porque los frijoles solían ser una de sus opciones favoritas para alimentarse. En uno de los estantes, logró ver un pequeño destornillador y con poco esfuerzo se estiró para agarrarlo. Acto seguido, con un poco de fuerza, logró clavarlo en la lata. Hizo agujeros hasta que logró abrirla, de ella salió un aroma de un alimento fresco y en buen estado.

—Hoy será mi día —predijo mientras observa los frijoles. Se veían muy apetitosos y ya su estómago quería ser alimentado.

El hombre, influenciado por el hambre que sentía, no perdió tiempo en buscar algo con que sacar su alimento, en cambio, decidió introducir sus manos en la lata y usarlas como herramienta. Solo él sabe cuántos días tuvo sin comer. La nueva vida que se vive es muy difícil y se puede comer muy poco.

Ahora, sufriendo de sed, el hombre agarró una botella de agua que sabía su ubicación, probablemente porque ya había tomado de ella. La botella por fuera se veía muy desagradable, lo que normalmente era una botella transparente, ahora pasó a tener un color marrón provocado por la suciedad, pero en su interior se veía todo lo contrario: el agua estaba en buen estado y saludable. Dos sorbos fueron suficientes para acabar con la poca de agua que quedaba.

—Eso era todo lo que necesitaba —pensó mientras retiraba los restos de alimentos de sus dientes. No conforme, se dirigió al baño y agarró un cepillo dental utilizado. Por no tener pasta dental, decidió usar un poco de jabón que se encuentraba en el lavamanos.

—¡Qué asco! —expresó intentando hablar mientras lavaba sus dientes. 

El hombre se dirigió hacia la puerta de la cabaña en la que está hospedado. Esta puerta era lo único sólido que parecía tener el hogar, aunque estaba reforzada con lo que parecía ser un armario y varias otras cosas que evitan el ingreso de cualquier cosa del otro lado. A pocos metros de la entrada se encontraba una pequeña ventana rota, una cortina cortaba la luz exterior. El hombre movió la cortina ligeramente para ver por una de las roturas de la ventana, del otro lado, no había nada interesante o fuera de lo común. En ese momento, empezó a llover y el hombre se sobresaltó.

—¡Sí! —celebró para ir rápidamente al baño y entrar a la ducha. A pesar de una considerable abertura en el techo que provoca la filtración de agua, se disponía a bañarse.

Estuvo en el baño durante todo el tiempo de la lluvia, luego se vistió con la ropa que estaba debajo de la cama: una camisa negra sencilla, unos pantalones cortos marrones y unos calzoncillos, todo en buen estado. Se puso la ropa rápidamente, se notaba que llevaba tiempo esperando que ese día llegara.

La conciencia del sujeto se centró en una verdad incómoda, pero ineludible: la comida se había agotado. Era un recordatorio constante de la lucha diaria que debía enfrentar en este mundo desolado. Se encontraba hambriento, pero lo que más anhelaba en ese momento era evitar cualquier tipo de interacción con el mundo exterior. Podía atribuirlo a las malas experiencias previas o, quizás, simplemente era parte de su naturaleza introvertida.

Con paso silencioso y determinado, se dirigió hacia la puerta fortificada, lista para enfrentar los peligros que acechaban afuera. La sensación de desconfianza y precaución siempre lo acompañaba en estos momentos. Cada rincón, cada ruido, era una amenaza potencial que debía evaluar.

Sin embargo, antes de aventurarse al exterior, hizo un breve desvío hacia lo que parecía ser un sótano en su deteriorada morada. Descendió por unas escaleras crujientes, que parecían quebrarse bajo sus pies en cualquier momento, aunque la estructura aguantó. Encontró un baúl de tamaño considerable que contenía su arsenal de supervivencia: una escopeta, una pistola y una linterna de mano. No había lugar para dudar; sabía que debía estar bien preparado si quería enfrentar los peligros que le esperaban allá afuera. Tomó las armas sin vacilar, cargándolas con munición y verificando su funcionamiento.

Al regresar a la puerta principal, observó por la ventana, notando el día y rayos de luz sobre el paisaje desolado. Sabía que la noche sería su mejor aliada, por lo que decidió esperar. Cuando la noche cayó con su manto oscuro, se preparó para enfrentar los horrores que aguardaban. Era consciente de que cada movimiento debía ser cauteloso y sigiloso.

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