Luna Nueva (Versión Vida y Mu...

By GioKyrie

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Beau ha pasado el mejor verano de su vida en compañía de su novia Edythe. Sin embargo, enamorarse de una vamp... More

Prefacio
La fiesta
Puntadas
El final
Tiempo
El despertar
Promesas rotas
Amigos
Repetición
Adrenalina
Mal Tercio
El Prado
La Secta
Secretos
El asesino
La manada
Bajo Presión
Rosalina
El visitante
El Funeral
Contra Tiempo
Volterra
El regreso
Respuestas
Paciencia
Recuerdos
La votación
Epílogo: El Tratado
Agradecimientos
Aclaración

La Sentencia

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By GioKyrie

Nada me hubiera preparado para encontrarme con un pasillo de lo más normal ahí abajo en las alcantarillas. Parecía el pasillo de un hotel o un edificio de oficinas, con sus paredes en tono blanco hueso y el piso alfombrado en gris. También estaba perfectamente iluminado con luces fluorescentes en el techo. Después de haber pasado por los túneles húmedos a oscuras, el pasillo definitivamente se sentía mucho más acogedor, además de cálido.

Edythe, en cambio, no parecía estar nada cómoda ahí. Seguía tensa y miró con aprensión a John, que nos esperaba al final del pasillo junto a las puertas de lo que parecía ser un ascensor. Archie pareció contagiarse de la tensión porque se puso a mi lado y ambos caminaron como una especie de guardaespaldas mientras nos dirigíamos al ascensor. Escuché la gruesa puerta de madera cerrarse a mis espaldas, seguida del chirrido de otro cerrojo.

Cuando llegamos, John apretó un botón y el ascensor se abrió para nosotros. Me sentí como en un cuadro surrealista encerrado subiendo quién sabe a dónde en un ascensor con cinco vampiros, dos de ellos inquietos y los otros tres relajados al sentirse nuevamente en casa. Los tres Vulturis echaron hacia atrás sus capas y dejaron caer sus capuchas, permitiéndome observarles el rostro.

Tanto Flavia como Damaris tenían el rostro oliváceo, lo que se veía un poco raro combinado con su palidez de vampiro y sus ojos de un iris rojo intenso. Flavia tenía el pelo lacio y negro cortado más largo adelante que atrás, apenas le rozaba los hombros. Damaris en cambio, lo tenía castaño oscuro, ondulado y más largo, amarrado en una coleta. Debajo de sus capas grises llevaban ropa blanca y moderna. John jamás cambió la expresión aburrida de su cara.

Edythe siguió acariciando mi espalda, pero sin apartar la mirada de John, nerviosa.

Salimos del ascensor y la idea de encontrarme en un hotel volvió a mi mente. Parecía una recepción elegante, con las paredes con molduras de madera y la alfombra del piso, esta vez de color verde oscuro. En vez de ventanas, había cuadros que reflejaban el paisaje italiano. Incluso habían puesto unos sofás de cuero claro y mesitas con jarrones y flores naturales. Además, como en una verdadera recepción, había un mostrador de madera con un recepcionista detrás de él, listo para recibirnos.

Era alto, de piel morena, una barba oscura incipiente y ojos verdes. Y humano. Muy humano.

El recepcionista esbozó una amable sonrisa e inclinó levemente la cabeza al saludar.

—Buenas tardes, John —dijo educadamente, sin mostrar sorpresa alguna por la presencia de Edythe y Archie, ni siquiera por la mía, aunque debía verme desastroso.

—Gianni —saludó John también moviendo ligeramente la cabeza, antes de proseguir caminando hacia otra puerta.

Al pasar frente a Gianni, Flavia le sonrió de forma coqueta y él le respondió guiñándole el ojo. Me sorprendió que pareciera tan cómodo encerrado en una guarida de vampiros.

Al otro lado de la habitación nos esperaba otra vampira joven, con la capa del mismo tono que la de John. Parecía haberlo estado esperando justamente a él porque le tendió la mano y se saludaron dándose un beso en cada mejilla. Fue entonces cuando vi el enorme parecido entre ellos, aunque ella tenía el cabello un poco más oscuro y largo. Debía ser su hermana, incluso podrían ser gemelos.

—John, te enviaron a buscar a uno y volviste con dos, qué sorpresa... ¡oh! dos y medio —bromeó la chica al reparar en mi presencia —. Buen trabajo.

John por primera vez desde que nos encontró en el callejón, mostró algo de emoción y le rio la broma con una risa sincera y cantarina, como la de un niño en un juego.

—Bienvenida de nuevo, Edythe —la saludó la vampira —. Te ves de mejor humor ahora.

—Gracias, Alex — contestó ella con voz monótona. Se veía de un humor terrible, así que no supe interpretar la broma de la chica, que siguió hablando entusiasmada, ahora mirándome a mí con interés.

—Así que este chico es el causante de todo el desastre — parecía levemente sorprendida y algo burlona.

Edythe se limitó a fingir una sonrisa sin mucho esfuerzo.

—¡Yo lo vi primero! —exclamó Flavia desde atrás, lo que ocasionó que Edythe se volviera a velocidad vampiro hacia ella mientras emitía un gruñido animal bastante amenazador.

Flavia le sonrió ampliamente y levantó una mano, curvando el dedo índice para incitar a Edythe a pelear. Por un momento temí que pudiera provocarla como para cometer ese error, pero Archie le puso la mano en el hombro.

—Prudencia, Eddy— le advirtió.

Ella lo miró por un momento que se me hizo eterno, mientras él le mostraba las posibilidades. Al final, ella suspiró resignada.

—Sulpicia se alegrará de volver a verte —comentó Alex alegremente, como si no hubiera pasado nada.

—No la hagamos esperar —sugirió John, indicándonos el camino antes de tomar de la mano a su hermana y empezar a caminar por el pasillo hasta otra puerta de madera a la mitad de este, ignorando las demás, que parecían estar cubiertas de oro.

John mantuvo la puerta abierta para que Alex pasara primero, antes de pasar él también. Después pasé yo y me sentí decepcionado al entrar a una sala tan fría y oscura como las alcantarillas que habíamos dejado atrás.

Recordé de pronto que había visto una vez la película Drácula, de Bram Stoker del 92 y no pude evitar comparar esa enorme estancia con el castillo de la película. Las paredes eran de piedra y estaba iluminada por rendijas al nivel del suelo que le otorgaban luz completamente natural. En el centro había un gran sumidero y me pregunté si usarían el agujero como otra salida, igual que la alcantarilla por donde entramos. Los únicos muebles consistían en tres elegantes sillas de madera maciza que también me recordaron una película. Parecían tronos.

La sala no estaba vacía, había varias personas en ella, conversando como en cualquier reunión social. La mayoría vestía ropa común y corriente, que no desentonaría para nada en la superficie. Todos se volvieron hacia nosotros en cuanto entramos y cesaron los murmullos. Una mujer de cabello rizado y negro, que vestía una túnica hasta el suelo de un color púrpura muy oscuro, se acercó hacia nosotros abriendo los brazos como si quisiera darnos la bienvenida. Una sonrisa adornaba su rostro y la reconocí como Sulpicia, la mujer del cuadro en la oficina de Carine.

—John, querido, regresaste —dijo con cariño.

Me sorprendió la forma en la que se movía, parecía deslizarse sobre el suelo en vez de caminar. Ni siquiera los Cullen se movían con tal gracia. John la miró con total adoración, como un niño vería a su madre.

—Sí, mi señora — contestó con su voz de niño —. La traje de regreso y con vida, tal como deseabas.

—Siempre puedo contar contigo —contestó mirándolo de forma maternal y entonces reparó en nosotros y sus ojos rojos se iluminaron con alegría —. ¡Y también trajiste a Archie y a Beau! Qué gran día.

Fruncí levemente el ceño. La realiza vampírica pronunciaba nuestros nombres como si fuéramos granes amigos, y yo ni siquiera pertenecía a su mundo aún. Reparé en que Flavia y Damaris se habían movido hasta posicionarse cerca de su señora, claramente en su posición de escoltas.

—Flavia, linda, ¿podrías avisarles a tus señores que nuestros invitados ya regresaron? Estoy segura de que querrán volver a saludar —Flavia asintió y volvió por donde habíamos entrado —. Edythe, querida ¿no te alegras de que no hayamos cedido a tu petición esta mañana?

—Sí, Sulpicia, me alegro —admitió Edythe, volviendo a envolver mi cintura con su brazo en un gesto protector.

—Me encantan los finales felices —suspiró conmovida, para luego cambiar su expresión a una de interés —. Pero no me pueden dejar con la duda, explíquenme cómo sucedió esto por favor —pidió en el tono de quien se muere por enterarse de un buen chisme.

—Fue mi culpa — intervino Archie, esbozando una sonrisa culpable —. Aunque también de Edythe, confía demasiado en mis visiones a pesar de que le he explicado mil veces que no son infalibles. A menudo causo más problemas de los que soluciono, como este, por ejemplo —sonrió con timidez, pero no se me escapó que estaba apretando los puños, nervioso.

—No seas tan modesto, corazón. He visto de primera mano lo que haces, tu don es... ¡extraordinario! —exclamó dando una palmada, feliz. Me recordaba a aquellas tías mayores que tocaba aguantar halándote la mejilla en las fiestas familiares y diciéndote cuánto habías crecido.

Archie dirigió una fugaz mirada de preocupación a Edythe, que asintió levemente. Sulpicia también lo vio y pareció, de repente, apenada.

—Oh, lo siento, olvidé que no nos han presentado formalmente. Es que siento como si ya te conociera desde hace tiempo y me emociono un poco, mil disculpas. Verás, comparto de cierta manera el don de tu hermana, aunque mucho más limitado, por supuesto —dirigió a Edythe una mirada de envidia antes de reír como si sólo fuera una broma, y luego extendió su mano hacia Archie, quién también miró a Edythe, dudando.

—Limitado, pero mucho más poderoso —contestó ella con la voz monocorde, como si diera una conferencia aburrida —. Yo puedo escuchar lo que alguien piensa en el momento, pero Sulpicia puede escucharlo todo. Cualquier cosa que hayas pensado alguna vez en la vida. Aunque para eso, necesita tocarte, esa es la limitante —le explicó a Archie.

Archie elevó brevemente las cejas, mientras tomaba la mano de Sulpicia con la suya, envuelta en su guante de cuero negro, y se la llevaba a la boca para besarle el dorso. Ella se echó a reír, encantada con la broma, hasta que algo atrás de nosotros le llamó la atención. Todos en la sala nos volvimos, aunque por supuesto, fui el más lento en hacerlo.

Flavia había vuelto, esta vez acompañando a los otros dos miembros de la realeza vampírica: Athenodora y Marco, quienes también parecían flotar en el aire, envueltos en sus túnicas: azul oscuro la de ella y negra la de él. Sulpicia los saludó entusiasmada.

—Queridos, ¿no es maravilloso? Edythe volvió, ¡y además trajo a Archie!

La mujer rubia de la túnica azul le dedicó una sonrisa condescendiente y se dirigió directo a una de las sillas, como si estuviera un poco harta del entusiasmo de su compañera. Dos hombres en la habitación se movieron automáticamente para situarse a su lado, como guardianes. Marco, en cambio, ni siquiera sonrió. Parecía mortalmente aburrido.

—Marco, ¿puedes venir aquí y hacer los honores, por favor? —le pidió Sulpicia, cortésmente.

El vampiro se acercó a ella y levantó la palma de la mano. Sulpicia lo tocó y pude ver como un "oh" de sorpresa aparecía en su cara. Edythe se permitió sonreír levemente por un segundo y Archie la miró con curiosidad, mientras Sulpicia dejaba ir a Marco hacia su trono, seguido de sus escoltas.

—Gracias Marco, eso fue muy interesante. Asombroso, se podría decir — la vieja vampira se volvió hacia nosotros sin dejar de sonreír. Me pregunté cuántos siglos llevaba perfeccionando esa sonrisa para que pareciera tan genuina.

—Marco puede ver la fuerza de las relaciones entre las personas y les pareció interesante la intensidad de las nuestras, eso es todo —explicó Edythe a Archie en un murmullo.

—Qué envidia, ojalá yo pudiera escuchar así, me enteraría de tanto... —suspiró —. En fin, Edythe, tengo una pregunta. ¿Cómo puedes permanecer tan cerca de él sin sucumbir a su aroma?

—Con algo de esfuerzo —admitió ella, pero se apretó un poco contra mí, como si en realidad no le costara nada.

—¿Sólo "algo" de esfuerzo? ¡Il tuo cantante! Qué desperdicio... Ni siquiera sabía que se podía desear tanto la sangre de alguien de no haberlo visto en tus recuerdos. La mayoría de nosotros celebraría semejante encuentro, mientras que tú...

—Lo "desperdicio", ajá —contestó con voz cansina.

Sulpicia se echó a reír de nuevo.

—Linda, me recuerdas tanto a mi querida amiga Carine, sólo que ella no se irritaba tan fácilmente, ¡qué carácter!

—Carine me supera en muchísimas cosas.

—Probablemente, pero en autocontrol seguro que no te llega ni a los talones. La forma en la que lo resistes...

—Vale la pena —replicó Edythe, impaciente, como si se hubiera cansado de los preliminares y quisiera acabar con el asunto de una vez por todas.

—Sí, eso decía ella también. Nunca le creí, siendo sincera, pero me alegro por su éxito. Tus recuerdos de ella han sido un verdadero regalo para mí, me alegra ver que es feliz, y sobre todo, me sorprende ver que ha logrado encontrar otros que comparten su curioso estilo de vida. Sin embargo, tu caso está a otro nivel, tu fuerza de voluntad, tu abstinencia... —resopló como si no supiera qué decir al respecto —. Resistirte así no una vez si no otra, y otra, y otra más... no lo creería si no lo hubiera visto por mí misma.

Edythe no contestó, se limitó a mirarla con expresión tan aburrida como la de Marco, pero la conocía lo suficiente como para saber que sólo era una fachada. Intenté no ponerme nervioso, hasta ahora todo iba bastante bien, Sulpicia incluso parecía simpática.

—Hay otra cosa que me da muchísima curiosidad, me llama mucho la atención que justamente este chico sea la única persona inmune a tu don. ¿Podría...? —preguntó con avidez mientras levantaba una mano.

—Pregúntaselo a él —sugirió Edythe, con el tono de voz más aburrido que le había escuchado nunca.

—¡Por supuesto! ¿Dónde están mis modales? —se giró hacia mí —. Beau, cariño, me resulta tan interesante que el don de Edythe no te afecte como debería, y tomando en cuenta que el mío es parecido, ¿me permitirías probar si la excepción sólo sucede con ella?

Miré a Edythe, como pidiéndole permiso. Cabía la posibilidad de que la vieja vampira me saltara a la yugular en cuanto me acercara, pero Edythe rehuyó mi mirada, lo que tomé como una buena señal. Sin separarme de ella, miré a Sulpicia y asentí, levantando levemente la mano, aunque me daba algo de temor que esta mujer pudiera ver todos los pensamientos que había tenido a lo largo de mi vida. Todos mis momentos vergonzosos pasaron por mi mente, como cuando mojé la cama a los cinco años, cuando me encerraron en un casillero, las mil veces que me caí en clases de gimnasia, entre otros.

Ella sonrió emocionada y se acercó lentamente, como si no quisiera asustarme, y extendió su mano hacia mí. Primero me tocó la palma con un dedo, y luego, confusa, me tomó la mano entre las suyas frías, para luego soltar una verdadera carcajada estridente. Miré de nuevo a Edythe y pude detectar algo de orgullo y petulancia en su mirada esta vez.

—¡Qué interesante! Me pregunto... —dijo Sulpicia cuando dejó de reír. Edythe siseó algo a mi lado, furiosa —... si serás inmune también a otro tipo de dones. Jonh, cielo, ¿puedes acercarte?

—¡No! —gritó Edythe, soltándome para cambiar de posición. Archie la tomó del brazo, pero ella se lo quitó de encima y volvió a ponerse frente a mí en un claro gesto de protección.

—Sí, mi señora — contestó el niño, realmente contento, como si le estuvieran regalando el juguete que tanto deseaba en Navidad.

Edythe comenzó a gruñir con furia. El ambiente en el lugar se puso tenso, todos la miraban como si se estuviera comportando de un modo vergonzosamente ridículo. Sulpicia simplemente la ignoró. Athenodora se levantó de su silla y se acercó silenciosa a observar, con sus escoltas como sombras a su lado.

—John, ¿puedes comprobar si Beau también es inmune a tu don, por favor? —le preguntó su señora dulcemente.

El niño se volvió hacia nosotros con expresión angelical, pero antes de que pudiera hacer lo que fuera que hacía, Edythe dio un grito de rabia y se lanzó contra él.

Todo sucedió muy rápido, ni siquiera les dio tiempo a los guardias a reaccionar, pero no fue necesario, no llegó a alcanzarlo. Su grito de furia se convirtió en uno de dolor y cayó al suelo retorciéndose en una pose extraña, aunque nadie la estaba tocando. John seguía sonriéndole mientras yo miraba horrorizado, y entonces las piezas encajaron. A esto se refería Archie con los terribles dones de John, eso explicaba por qué todos se comportaban así en su presencia y porqué Edythe se había interpuesto entre nosotros antes de dejar que hiciera eso conmigo.

—¡Detente! —grité y traté de ir hacia ella, pero Archie me atrapó entre sus brazos y no me dejó moverme por más que forcejeé —. ¡Para por favor! —supliqué desesperado mientras Edythe volvía a retorcerse apretando los dientes para no dejar salir otro grito.

—John, ya está bien —lo regañó Sulpicia. El chico se rio como si lo hubieran atrapado haciendo una travesura, y su señora negó con la cabeza mirándolo severa. Edythe dejó de moverse en el suelo —. No tenías por qué hacerle eso a la pobre Edythe, es con Beau con quien tienes que probar —me señaló con un movimiento de cabeza.

John dirigió su mirada hacia mí y me sonrió, pero yo seguía preocupado por Edythe y aún Archie no me había soltado.

—Tranquilo, ella está bien —me susurró aflojando su agarre y pude ver como se levantaba del suelo, primero seria y después horrorizada. Pensé que se debía al dolor que acababa de pasar, pero estaba mirando a John. Luego me miró a mí y su rostro se relajó de puro alivio. Incluso se permitió de nuevo la sonrisa de orgullo.

Yo también miré a John y descubrí que ya no sonreía, me miraba con ira y fruncía los labios como si estuviera concentrando todo su poder en mí. Poder que no me hacía ni cosquillas. Sin poder evitarlo, le devolví la mirada y luego me encogí de hombros. John dio un chillido de furia e hizo ademán de acercarse a mí, pero Sulpicia lo detuvo poniéndole una mano en el hombro. Edythe volvió a posicionarse a mi lado.

—Gracias, John, es suficiente —John se retiró a las sombras, humillado, y ella se volvió de nuevo hacia nosotros —. Eso ha sido muy interesante, no sólo descubrimos que Beau también es inmune a John, además pudimos ver un alarde de tu fuerza, querida mía. Aguantaste el ataque en silencio, ¡cuánto temple! Una vez, por curiosidad, le pedí que me lo hiciera a mí... y bueno, por eso fue sólo una vez —se rio de su propio chiste y pude ver algunas caras sonreír también. Me pregunté si de verdad les habría causado gracia o estaban obligados a reír con ella.

—En fin, nos habíamos reunido aquí mientras esperamos a Henry, pero nunca está de más recibir visitas de los amigos. Me alegro de que todo haya salido bien al final... con excepción de esto último, me disculpo por John —la cara de John al fondo parecía decir que prefería morir a disculparse —. Imagino que querrán regresar a casa ahora mismo, pero antes, no puedo dejar pasar la oportunidad. Edythe, cielo, ¿estás segura de que no te gustaría pasar a ser parte de nuestras filas?

Vi a Flavia haciendo una mueca de desagrado, y a John apretando los puños.

—Agradezco profundamente la oportunidad —contestó Edythe, volviendo a usar su voz aterciopelada e inclinando la cabeza con respeto —, y no es mi intención ofenderla, pero preferiría volver a donde pertenezco, junto a Carine.

—Claro, puedo entenderlo, no te preocupes. ¿Y tú, Archie? ¿Te interesaría un trabajo de medio tiempo? —le guiñó un ojo.

—Por ahora no puedo, muchas gracias. Tengo todo mi tiempo ocupado —contestó dedicándole una gran sonrisa.

—Una lástima. ¿Y tú, Beau?

Los murmullos de los presentes hicieron eco a mis pensamientos. ¿Me estaba invitando a ser el postre voluntariamente? Edythe siseó rabiosa como un gato enojado. Fue Athenodora quien hizo la pregunta que todos teníamos en mente.

—¿De qué estás hablando?

—Bueno, ya lo viste, tiene potencial. Si estas son sus habilidades siendo humano, imagínate lo que podrá ser si lo convertimos. Bien entrenado podría estar en primera fila, no había visto un diamante en bruto tan prometedor desde John y Alex —John soltó un silbido, ofendido de que me compararan con él —. ¿Y bien, Beau? ¿Te tientan los beneficios de la inmortalidad?

¡Claro que sí! Pero no por las razones equivocadas. No me interesaba en lo más mínimo vivir confinado como una rata en una alcantarilla el resto de mi inmortal vida, y me alegré de que nadie pudiera leerme el pensamiento en ese momento.

—Agradezco su oferta, pero debo declinar —contesté en voz baja, imitando la cortesía de Edythe y Archie. Sulpicia sonrió, comprensiva.

—Entonces ve, y vive tu vida. Buen viaje, mis amigos, recuerden que estas puertas siempre estarán abiertas para ustedes. Saluden a la buena Carine de mi parte —hizo un gesto de despedida con la mano y nos dio la espalda para dirigirse a su silla vacía, pero Athenodora volvió a intervenir.

—¡No! ¿Los vas a dejar irse así sin más? —le preguntó como si pensara que se había vuelto loca.

—Sí, ¿por qué no? —contestó Sulpicia, confundida.

—El humano sabe demasiado. Y es por su culpa —señaló a Edythe y a Archie —. Es una violación directa a la Ley.

—¡Ay, por favor! Beau no es el único humano aquí —reclamó Edythe, molesta —. ¿O no se han dado cuenta de que al recepcionista de abajo le corre sangre por las venas?

—No cuenta. Nos servirá de alimento cuando deje de sernos útil, y tú no piensas hacer eso con este humano, ¿o sí? —contestó la rubia —. ¿Qué harás si traiciona tu secreto?

—No voy a... —traté de decir, pero Athenodora me silenció con su gélida mirada mientras me interrumpía.

—Tampoco piensas convertirlo, lo que los deja vulnerables, y por ende, a todos nosotros. Sólo nos queda una solución. Si no quieres matarlo tú, puedes dejarlo aquí —sentenció como si zanjara el asunto, volviendo a sentarse en su trono.

Flavia se inclinó con avidez y Edythe le enseñó los dientes, gruñendo, pero Sulpicia dio un paso hacia nosotros, pensativa.

—Ciertamente, Athenodora tiene algo de razón. Quisiera dejarlos ir, de todo corazón, pero somos tres y no debería decidir todo yo sola, aunque a veces lo haga. No es correcto. Sin embargo, estoy segura de que quitarle la vida no es lo que queremos, y mucho menos a ustedes dos como castigo. Así que sólo nos queda una opción —habló sin bromas esta vez, mirando a Edythe a los ojos sin severidad, parecía una maestra deseando de verdad que su pequeña alumna entendiera lo que le estaba explicando —. Edythe, ¿estarías dispuesta a otorgarle la inmortalidad?

Estaba pasando. De verdad estaba pasando. Iba a pasar tres días retorciéndome de dolor, pero al despertar, al fin sería uno de ellos y estaría fuera de peligro. La miré, rogándole con los ojos que aceptara, pero me devolvió la mirada confundida. ¿De verdad prefería morir antes que convertirme? Fue como si me dieran una patada en el estómago. El mismo rechazo de aquella tarde en el bosque. Bajó la mirada, derrotada, pero entonces Archie se adelantó levantando una mano y quitándose el guante.

Las escoltas de Sulpicia dieron un paso amenazante hacia nosotros, pero ella los despachó con un movimiento de su mano, interesada. Recibió a Archie tomando su mano desnuda entre las suyas y cerró los ojos para concentrarse mejor. Archie se mantuvo completamente inexpresivo, fijando su mirada en la pared de piedra. A mi lado, Edythe chasqueó los dientes con rabia.

Los segundos pasaron y se me hicieron eternos mientras veía a Edythe temblar a mi lado, concentrada también en lo que veía Archie, hasta que al fin Sulpicia abrió los ojos y volvió a aplaudir, emocionada.

—Oh Archie, qué regalo, gracias, eso ha sido verdaderamente fascinante. Ver las cosas que ves, aunque aún no hayan sucedido...

—Pero sucederán —le aseguró él, dirigiéndole otra de sus sonrisas.

—No tengo ninguna duda. Puedo aceptar esto como una garantía, por supuesto.

—¿Qué está pasando? —preguntó Athenodora, confusa, mirando hacia Marco buscando su apoyo, pero este parecía estar más dormido que despierto

—Archie acaba de enseñarme que, si bien el joven Beau no será mordido hoy, sucederá pronto y es algo seguro, así que no tenemos nada de qué preocuparnos —contestó Sulpicia, contenta —. Piensa en lo que significa, tal vez algún día decidan acompañarnos, ¡qué maravilla! mantengo la esperanza de tener en algún momento a Edythe y a Archie en nuestras filas, y de ver en acción a Beau, sería magnífico.

Athenodora bufó.

—¿Confías en él? Después de todo fue un error en su visión lo que nos tiene en este atolladero —replicó mordaz.

—Oh sí, será convertido, de eso no hay duda —Flavia y John hicieron mala cara.

—En vista de que está todo resuelto —intervino Edythe —, ¿podemos irnos ahora?

—Claro, claro. Por favor, vuelvan a visitarnos cuando quieran —Sulpicia abrió los brazos y luego volvió a plegarlos como si nos hubiera dado una especie de abrazo imaginario.

—Y asegúrense de convertirlo pronto, no damos segundas oportunidades. En algún momento agendaremos una visita para comprobarlo —amenazó Athenodora. Edythe asintió, tensa.

—Henry está por llegar, así que lo mejor será que se apresuren, no queremos que ocurran accidentes, ¿cierto? Y por favor, quédense aquí abajo hasta que oscurezca, es sólo por precaución —agregó Sulpicia.

—Gracias, esperaremos abajo —se despidió Edythe, inclinando la cabeza levemente.

—Adiós, queridos amigos —sus ojos brillaron al dirigir una mirada hacia la puerta.

—Vámonos —nos instó Edythe con apremio, parecía aún nerviosa.

Damaris se nos adelantó y nos indicó que la siguiéramos por la puerta y luego por el mismo pasillo por el que habíamos venido que, al parecer, era la única salida del lugar. Edythe volvió a pasarme el brazo por la cintura, en un intento de empujarme para que caminara más rápido. Archie se sitió al otro lado, con gesto de angustia.

—Muy tarde, nos atrasamos, lo siento —susurró.

Fue entonces cuando escuché los murmullos. Un grupo de gente caminaba por el pasillo hacia nosotros, dirigido por un vampiro que, por su aspecto, podría dedicar su vida inmortal a ser modelo de revista o actor famoso. La gente, en cambio, era inusual. Claramente eran humanos, pero algunos tenían pinta de llevar ya un tiempo abandonados a las drogas. Otros incluso parecían caminar con la certeza de que iban a morir y se alegraban de ello. Unos cuántos parecían hipnotizados.

Edythe me atrajo hacia ella y me abrazó, como si quisiera protegerme de lo que estaba viendo y no de algo físico, pero ya era tarde, había comprendido lo que iba a pasarles a esas pobres personas. Nos pegamos a la pared para dejar al grupo pasar hacia la misma sala de la que salimos.

El hombre atractivo les indicó la puerta por la que tenían que pasar y se quedó en la retaguardia, posiblemente para evitar algún intento de escape en el último momento.

—Bienvenido a casa, Henry —saludó Damaris, también pegada a la pared.

—Gracias, Damaris —contestó con la voz más varonil y seductora que había escuchado en la vida. Olviden las fotos de revista, su futuro era ser presentador de televisión.

El vampiro se fijó en nosotros con curiosidad, sobre todo en mí, y pude ver que sus ojos eran de un color extraño, violeta, como si hubiera puesto lentes de contacto azules sobre los suyos rojos.

—Buena pesca —lo felicitó Damaris. Entendí que no sólo era el pescador, todo su aspecto lo convertía también en el cebo.

—Gracias. ¿No vienes?

—Voy en un minuto. Guárdame algún suicida, no soy muy fan de los drogadictos. Y algún asesino sólo si no tiene tatuajes, tengo la impresión de que les da un sabor raro.

Henry rio y me dirigió una última mirada curiosa, antes de proseguir su camino. Edythe me apuró y prácticamente corrimos por el pasillo, pero no logramos llegar a la salida antes de que empezaran los gritos.








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