Luna Nueva (Versión Vida y Mu...

Bởi GioKyrie

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Beau ha pasado el mejor verano de su vida en compañía de su novia Edythe. Sin embargo, enamorarse de una vamp... Xem Thêm

Prefacio
La fiesta
Puntadas
El final
Tiempo
El despertar
Promesas rotas
Amigos
Repetición
Mal Tercio
El Prado
La Secta
Secretos
El asesino
La manada
Bajo Presión
Rosalina
El visitante
El Funeral
Contra Tiempo
Volterra
La Sentencia
El regreso
Respuestas
Paciencia
Recuerdos
La votación
Epílogo: El Tratado
Agradecimientos
Aclaración

Adrenalina

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Bởi GioKyrie

Estaba seguro de que quería hacer esto, pero no estaba seguro de lograrlo.

—Entonces, ¿dónde está el embrague?

Señalé una palanca en el manillar izquierdo.

—Bien. ¿Dónde está el freno?

—Detrás de mi pie derecho —afirmé segurísimo. Jules rodó los ojos.

—No.

—Pero tú dijiste que... — me interrumpió tomando mi mano derecha y poniéndola alrededor de la palanca de aceleración.

—Este es el único freno que necesitas por ahora. No toques el freno de atrás, lo dejaremos para cuando sepas lo que estás haciendo.

—No lo sé... eso suena como frenar siempre con el freno de mano en vez del freno real...

—Sólo olvídalo. Este es tu freno —envolvió mi mano con la suya y me hizo apretar la palanca hacia abajo —. ¿De acuerdo?

—Bien. Anotado.

—¿El acelerador?

Giré el manillar derecho.

—¿La palanca de cambios?

La empujé levemente con mi pantorrilla izquierda.

—Excelente. Creo que ya entendiste dónde están todas las partes importantes. Ahora sólo te queda arrancarla —indicó alegremente.

—Jules... no estoy seguro de que esta cosa se mantenga derecha una vez que suba los pies. No es una bici, pesa un montón — protesté inseguro.

—No te preocupes, se mantendrá en equilibrio una vez que la arranques, es intuitivo. Ahora, vas a mantener el embrague hacia abajo.

Tragué en seco y miré hacia adelante, al camino polvoriento, que ahora se encontraba algo húmedo por la lluvia anterior. Al menos era mejor que manejar en barro. Solté una risa burlona, era ridículo que me asustara un simple paseo en moto después de haber sido perseguido y luego torturado por una vampiresa cazadora. Y después de una depresión bastante desgarradora.

El recuerdo me dio el habitual puñetazo en el estómago y me regresó a mi realidad, sobre la moto. Hice lo que me decía.

—Ahora, no lo sueltes por nada del mundo. Imagina que tienes una granada en la mano y ese es el seguro. Y listo, lo que sigue es arrancarla. ¿Crees que puedas alcanzar el pedal?

—Mmmm... —intenté lo que me decía, pero al quitar el pie del suelo y buscar el pedal la moto se tambaleó debajo de mí y volví a poner el pie en el suelo.

—No. Creo que tengo que acostumbrarme a la posición y hacerlo automático...

—Sí, en realidad es así. No importa, lo haré por ti esta vez.

Subí el pie a su lugar mientras Jules golpeaba con fuerza el pedal. La moto se tambaleó de nuevo y volví a apoyarme en el suelo. ¿Cuántos puntos de habilidad estaba perdiendo?

—Está bien, lo haré de nuevo. No sueltes el embrague.

Lo intentó tres veces más, sujetando la moto, hasta que se encendió y empezó a rugir bajo mi cuerpo.

—¡Genial! Ahora, muy suavemente, vas a girar el acelerador.

Sin soltar el embrague, hice lo que decía. y la moto se movió muy suavemente. Sonaba furiosa, o tal vez emocionada, con ganas de andar de nuevo después de haber sido desechada como chatarra.

—¿Recuerdas cómo se pone en primera?

—Sí.

—Bueno, dale.

—Ok.

Esperó unos segundos y luego suspiró, impaciente.

—Beau, ¿vas a subir el pie?

—Sí, en algún momento —contesté apretando los dientes. Jules volvió a suspirar, esta vez con gesto de derrota.

—Sabes, no tenemos que hacer esto hoy si no quieres. Al menos ya aprendiste las partes de la moto.

—No, no, quiero hacerlo, en serio. Sólo dame un segundo —respiré profundo y luego cambié la marcha.

—Bien. Ahora, lo que vas a hacer es soltar muy despacio el embrague.

—¿El que me dijiste que no soltara por nada del mundo?

—Ese mismo —rió y se alejó un poco —. Trata de ir despacio.

Asentí y justo cuando di la orden a mi mano de liberar un poco el embrague, una voz de terciopelo que no pertenecía a la chica que tenía al lado me habló al oído.

"Esto es temerario, infantil y estúpido, Beau. Déjalo ahora mismo".

Aspiré aire de una forma muy audible y solté el embrague del todo por la sorpresa. La moto se movió violentamente y me lanzó hacia adelante, para luego caerme encima. El motor rugió y luego dejó de sonar.

—Ay, cielos. ¿Estás bien? —preguntó Jules sacándome la moto de encima de un tirón, pero yo estaba demasiado aturdido como para contestar.

"Te lo dije".

—¿Beau? ¿Estás herido? —la preocupación en la voz de Jules me sacó del aturdimiento.

—No, estoy bien. No te preocupes —murmuré levantándome.

En realidad, estaba más que bien. Había vuelto a escucharla. Analicé rápidamente la situación: no estaba cerca de ningún lugar conocido, no estaba haciendo nada que hiciera con ella antes, así que las alucinaciones auditivas tenían que venir de algo más. Sentí la adrenalina fluir por mis venas y supe la respuesta. Tenía que ser la combinación de adrenalina, peligro, y quizás incluso, estupidez.

—¿Está bien la moto? Espero no haberla dañado...

Eso me preocupaba, quería volver a intentarlo enseguida para probar mi teoría. Necesitaba comprobar si el comportamiento temerario provocaba su voz en mi mente.

—No, qué va, sólo quemaste el motor, soltaste el embrague muy rápido.

—¿Pero funciona?

—Sí, sólo hay que volver a encenderla. ¿Seguro que quieres...?

—¡Sí! Sí, quiero intentar otra vez —contesté muy seguro.

Esta vez intenté arrancarla yo. Me fijé antes dónde estaba la palanca para tratar de memorizar su posición. Era complicado porque tenía que separarme del suelo y apretar el pedal con fuerza, pero después de unos cuantos intentos lo logré y se encendió de nuevo. Sujeté el embrague y aceleré muy despacio. Sonreí triunfante y Jules hizo lo mismo.

—Bien, ahora, el embrague. Muy despacio —me recordó.

"¿Eso es lo que quieres, Beau? ¿Matarte? ¿Iba en serio lo de hacer un Romeo?"

Sonreí más ignorando sus preguntas. De todas formas, no era eso, sólo quería aprender a usar una moto, no tenía nada de malo. Mucha gente andaba en una.

"Suficiente. Vete a casa con Charlie. Ahora" ordenó la voz.

Era glorioso. Saber que no había olvidado su voz y que sabía cómo recordarla era lo mejor que me había pasado en meses.

Asentí, especificando en mi mente que lo hacía hacia Jules, solamente. Y luego empecé a soltar el embrague, despacio para que no me tomara por sorpresa. Y de repente, volaba.

Me encantó. Jules tenía razón, era intuitivo. El viento me azotaba la cara y me tiraba el pelo hacia atrás. No sentía nada de miedo, la emoción y la adrenalina me llenaban el cuerpo. El bosque pasaba a mi lado como un muro verde, difuminándose a mi paso, y eso que apenas iba en primera. Empujé la palanca de cambio para ir más rápido, y entonces me di cuenta de que se parecía mucho a cuando volaba por el bosque, en su espalda.

"¡No, Beau! ¡Mira por dónde vas!" gritó la voz en mi cabeza, entre furiosa y alarmada.

Me di cuenta demasiado tarde de que me había distraído lo suficiente como para no ver que el camino se curvaba hacia la izquierda y yo no había empezado ninguna maniobra de giro. Ni siquiera estaba seguro de cómo hacerlo. En una fracción de segundo decidí que lo más lógico era frenar, así que hundí el pie derecho, como frenaba en el auto.

La moto se tambaleó de un lado a otro violentamente y me condujo hacia el muro verde que había admirado minutos antes. Intenté girar el manubrio en la otra dirección, pero lo que hice fue empujar la moto hacia el suelo, donde me cayó encima y todavía me arrastró unos metros en el césped húmedo hasta chocar con algo fijo. No podía ver nada, tenía la cara enterrada en una nube de musgo y tampoco podía moverme porque aún tenía la moto encima, que seguía rugiendo.

Escuché a Julie gritar mi nombre y el sonido de la otra moto venir hacia mí, y luego, de nuevo, me quitó la que tenía encima con facilidad, después de apagarla.

—¡Beau! ¿Estás bien? —preguntó Jules, asustada. Recordé respirar y luego me moví despacio, sentándome en el suelo. Estaba eufórico.

—Jules, eso fue asombroso. Quiero intentarlo de nuevo. ¿Cómo se hace para girar?

—Creo que mejor lo dejamos para la siguiente clase —sonaba aún preocupada —. Tal vez deberíamos ir al hospital.

—¿Para qué? Estoy bien —contesté incorporándome. Todo parecía en su lugar.

—¿Ah, sí? —preguntó con tono sarcástico, levantando una ceja y mirando algún punto encima de mis ojos.

Me llevé la mano hacia la frente y la sentí mojada y pegajosa. Cuando la miré, efectivamente, estaba llena de sangre. No podía olerla porque aún tenía la nariz saturada con el olor a tierra mojada del musgo, pero por un momento, todas mis alarmas se activaron.

—Oh no, Jules, lo siento mucho — di un paso hacia atrás mientras me apretaba la herida, como si así pudiera devolver la sangre a su lugar.

—¿Por qué te disculpas por sangrar? Sí que eres raro —frunció el ceño —En fin, vámonos. Mejor conduzco yo, dame las llaves.

Tenía razón. No había de qué preocuparse. Julie no iba a volverse loca por un poco de sangre. Me relajé y le entregué las llaves con la mano limpia.

—Pero, ¿qué hacemos con las motos?

—Espera aquí. Traeré la camioneta. Pero primero... —y sin avisar, empezó a desabrocharse la camisa qué llevaba. Abrí mucho los ojos, sorprendido.

—¿Qué estás...?

—Estás sangrando mucho, hay que pararlo con algo. Por cierto, te voy a desconectar el freno de atrás esta noche, no puedo creer que lo hayas usado—terminó de quitársela y me la entregó. Debajo llevaba una camiseta sin mangas, de tirantes, negra y ajustada al cuerpo que dejaba ver su bonito y rojizo color de piel. Se subió a su moto negra y se fue, dejándome sin palabras y con su camisa en la mano, mirando como su cabello largo y negro ondeaba como el viento. Tenía un aspecto atlético sobre la moto, podría haber pasado por una actriz de películas de acción.

Reaccioné y me puse la camisa sobre la herida en la frente, mientras la veía llegar a la camioneta, dejar la moto a un lado del camino y luego venir hacia mí. Me asombró notar lo lejos que había llegado, según yo no me había alejado mucho. Entre los dos cargamos la moto roja en la camioneta, sorprendentemente, sin mucha dificultad, y luego volvimos a hacer lo mismo con la negra cuando llegamos a donde la dejamos. Jules era más fuerte de lo que parecía.

Enfilamos rumbo al hospital. Probablemente, el corte no era serio pero las heridas en la cabeza solían sangrar mucho. Mientras no oliera la sangre, todo estaría bien.

—No, espera. Frena —indiqué de repente. Lo hizo, pero me miró como si pensara que estaba sufriendo una conmoción cerebral.

—Beau, tú no lo estás viendo, pero te estás desangrando frente a mis ojos. En serio, tengo que llevarte a urgencias.

—Sí, ya sé, pero, piensa, no podemos llegar con las motos en mi camioneta al hospital. Moriría de todos modos, asesinado por Charlie.

—Está bien. ¿Qué propones?

—Vamos a tu casa y dejamos las motos. Y luego vamos a la mía para cambiarme y limpiarme un poco. Forks es un hervidero de chismes, te lo juro.

—Es domingo. ¿No está Charlie en casa?

—No, salió a pescar con los Clearwater de nuevo.

—¿Estás seguro de hacer esto?

—Confía en mí, estoy bien, no es tan grave como parece. Y además puedes buscar otra camisa en tu casa, o una chaqueta, está helando.

Suspiró resignada y empezó a conducir hacia su casa. Después de dejar las motos, fuimos a la mía. Yo iba contento, ahora que las dos partes habíamos roto nuestras promesas. Lo de las motos había funcionado perfectamente, y además había descubierto la razón de las alucinaciones. Necesitaba volver a intentarlo, tal vez en urgencias me atendieran lo suficientemente rápido como para convencer a Julie de volver a las clases.

En casa dejé a Julie sentada a la mesa de la cocina y subí rápidamente al cuarto de baño. Me miré en el espejo y entendí la preocupación de Jules, me veía horrible. Se me había secado la sangre en las mejillas, creando costras oscuras mezcladas con barro. Me lavé lo mejor que pude, me quité la camiseta manchada, la tiré a una bolsa de basura y me puse una limpia, con cuidado de no mancharla, aún con la camisa de Julie sobre la frente. Me puse una chaqueta limpia y entonces recordé que no habíamos tomado otra en su casa para ella, así que recogí otra de mis chaquetas y se la entregué cuando bajé.

—Apresúrate, calculo que te queda la mitad de la sangre nada más. ¿Qué es esto? —preguntó al recibir la chaqueta.

—Olvidamos recoger algo para ti, no puedes andar así con este frío.

—No hace frío. Vámonos —se encogió de hombros, pero la vi sonreír y llevarse la chaqueta gris en la mano. Claro que hacía frío. Apenas nos subimos a la camioneta encendí la calefacción.

—¿Tengo el aspecto de haberme caído en tu garaje y haber golpeado alguna herramienta con la frente?

—¿Eres tan torpe?

—Ni te lo imaginas...

—Entonces sí.

Aun con su camisa en la frente, la observé mientras conducía. No se había puesto la chaqueta y la llevaba en el regazo. Tenía un color de piel muy bonito, me recordaba a la canela. Unos ojos oscuros grandes y brillantes. Y el largo cabello liso y lustroso que casi siempre llevaba amarrado, ahora lo tenía suelto cayendo como cortinas negras. Los brazos los tenía definidos, sus músculos trabajados, seguramente por tanto tiempo en el garaje. Llegué a una conclusión: Julie era guapa. Ella notó que la miraba y se agitó el cabello con una mano en un gesto nervioso.

—¿Qué?

—Nada. No te pusiste la chaqueta, en serio hace frío.

—No sé de qué hablas, pero me la pondré cuando lleguemos, si te hace feliz.

—Gracias. En realidad, sólo me preocupa que te resfríes porque no podrías seguir enseñándome —bromeé.

Ambos reímos.

Necesité siete puntos para cerrarme la herida de la frente. Estaba bastante cerca de la raíz del cabello por lo que no se vería gran cosa, a menos no con ojos humanos. De todas formas, no es como que otro tipo de ojos me volvieran a ver jamás. Julie insistió en sostener mi mano mientras me cosían, aunque en realidad no había sido necesario, después del pinchazo de la anestesia no sentía nada.

Estuvimos largo rato en el hospital, por lo que era ya de noche cuando salimos. Ni siquiera intenté proponer volver a usar las motos. Fui a dejar a Julie a su casa y luego me apresuré a la mía, para hacer la cena a base del pescado del día. Charlie se tragó la historia de la caída en el garaje, después de todo, no era la primera vez que me pasaba algo así.

Y luego, la hora de acostarse. Esperé el acostumbrado dolor en el pecho, y llegó, como siempre, pero me di cuenta después de un rato que no le estaba poniendo suficiente atención. Estaba pensando ya en nuevas estrategias temerarias, y pensando en qué cocinar el martes, pues Julie sugirió otra noche de estudios. Pensar en todo lo que había pasado durante el día y lo que vendría, me distrajo lo suficiente como para evitar el dolor. La pesadilla también iba perdiendo su poder. Seguía nadando en la nada, pero deseando despertar pronto, más impaciente que aterrorizado.

El lunes pasó sin novedad. El martes trabajé en la tienda, ansioso esperando por una noche de estudios con Julie. McKayla estuvo malhumorada todo el turno, sobre todo después de preguntarme qué haría más tarde, y escuchar que estudiaría de nuevo con una amiga. No me habló más.

Cuando llegué a casa, Julie ya estaba ahí, esperándome afuera. Pedimos una pizza y procedimos a estudiar. Después de un rato, se aclaró la garganta y preguntó, con la voz impostada, como en una mala obra de teatro.

—Beau, ¿sabes qué día es hoy?

—Claro, es martes —contesté frunciendo el ceño. ¿Qué mosca le había picado? Puso los ojos en blanco.

—La fecha, tonto. No el día de la semana.

Traté de hacer memoria, pero no funcionó.

—No, la verdad es que no tengo ni idea.

—De verdad que vives en la luna. Hoy es 14 de febrero, día mundialmente conocido como San Valentín.

—Ah... eso explica muchas cosas —contesté sorprendido, pensando en el comportamiento de McKayla esta tarde.

Julie suspiró, de nuevo actuando, esta vez como ofendida y sacó una cajita en forma de corazón de su bolso. Me la puso al frente y la reconocí como los clásicos caramelos baratos que se venden para estas fechas. Me congelé. Julie parecía estar bromeando, pero de repente me sentí tan incómodo como cuando McKayla me sugirió una cita en el cine.

—Vaya, me siento como un imbécil —fue lo único que se me ocurrió decir.

—¿Así que no me compraste una cajita de caramelos de cincuenta centavos? —negó con la cabeza haciendo un ruidito de desaprobación, aunque se notaba que estaba encantada con la broma —. ¿Tienes idea de lo poco caballeroso que eres?

—No necesito serlo, para eso estás tú, a ti sí se te ocurrió comprarlos —contesté, astuto. Soltó una carcajada, abrió la cajita, se echó un caramelo a la boca y siguió con su tarea como si nada hubiera pasado.

El resto de la noche continuó sin percances.

El viernes por la tarde volvimos a practicar con las motos. Al llegar a casa por la noche, me encontré con que la doctora Gerandry había llamado a Charlie para avisarle que había estado de nuevo en urgencias, que probablemente tenía un poco de conmoción, y que debía despertarme cada dos horas para revisar si todo estaba bien. Charlie entrecerró los ojos con sospecha ante mi endeble explicación de otro tropiezo.

—Tal vez deberías mantenerte alejado del garaje —sugirió durante la cena.

Me aterré ante la posibilidad de que Charlie acabara vetando mis visitas a la Push, lo que implicaría alejarme de mi analgésico emocional y además de mi hermosa moto roja que seguía permitiéndome las más hermosas alucinaciones auditivas. Durante la práctica de la tarde, la voz angelical había estado gritándome durante casi cinco minutos antes de que apretara el freno demasiado fuerte y me estampara contra un árbol. La conmoción valía la pena.

—Pero no me caí en el garaje esta vez —inventé al vuelo —. Estábamos de excursión por el bosque y me tropecé con una raíz.

—¿Y desde cuándo te gusta ir de excursión? —preguntó aún escéptico. Tenía la respuesta preparada.

—Bueno, desde que trabajo en la tienda de los Newton. Si pasas tanto tiempo vendiendo parafernalia de aventura termina dándote curiosidad. Puedes ir con nosotros un día, si quieres —lo piqué.

—Oh, no, no gracias. Sólo ten más cuidado, y por favor, no te alejes de la ciudad. Mantente por aquí o en La Push —contestó con un leve tono de alarma.

—Está bien... ¿Por qué?

—Bueno, es que hemos recibido un montón de alertas anormales por avistamientos de animales salvajes. Sólo quiero prevenir.

—¿Por el oso gigante? Algunos de los compradores de la tienda dicen que lo han visto. ¿De verdad crees que hay un gran oso mutante por ahí?

—No sé si es un oso, pero algo hay. Tú sólo mantente cerca.

Asentí, mientras lo veía comer con el ceño fruncido.

—Estoy en problemas, Charlie se está molestando por mis visitas a urgencias— me quejé con Julie el sábado.

—Bueno, si tuvo que levantarse cada dos horas para ver si seguías vivo como si fueras un bebé, es normal que esté molesto. Pero tal vez tiene razón y deberíamos descansar de las motos, y de urgencias, una semana al menos.

—Pero entonces, ¿qué vamos a hacer? —pregunté desilusionado. Ella, por el contrario, sonrió con alegría.

—Lo que tú quieras.

Me concentré. ¿Qué era lo que quería? Odiaba la idea de alejarme de la voz de mi alucinación. No eran recuerdos dolorosos, simplemente venían a mí como nuevas experiencias. Si no podía usar la moto tenía que buscar algo más que las generara. Y además estaba el hecho de que volvía a deprimirme si tenía mucho tiempo libre, necesitaba mantenerme ocupado. Necesitaba pensar en algo, alguna actividad, algún lugar. Lo de visitar la casa abandonada definitivamente había sido un grave error. Pero su presencia tenía que estar en alguna otra parte, algún sitio que no fuera su casa ni la mía.

Y entonces se me ocurrió. Había un lugar que le pertenecía, que era secreto, y que había compartido conmigo. Un lugar mágico, lleno de luz. Un lugar que sólo había visto una vez, lleno de flores silvestres e iluminado por los destellos de su piel brillando como miles de diamantes bajo el sol.

No estaba seguro de si era una buena idea. En primer lugar, no tenía idea de dónde estaba, y en segunda, podía resultar una experiencia dolorosa si lo encontraba. Sin embargo, tal vez podría escuchar su voz allí, o al menos, ayudarme a no olvidar. Además, le había dicho a Charlie que iba de excursión...

—¿Qué estás pensando tan concentrado?

Di un respingo. Prácticamente había olvidado que estaba allí.

—Bueno, hay un lugar... —comencé lentamente —. En una ocasión encontré un lugar en el bosque. Un pequeño claro, muy bonito, en esa época estaba todo lleno de florecillas silvestres. Me gustaría volver a verlo, pero la verdad es que no sé dónde está exactamente. Sé dónde empecé a caminar, pero no hacia dónde.

—No es tan complicado. Podemos usar una brújula y un mapa de coordenadas. Creo que mamá tiene uno por ahí que nos puede prestar. Si sabes dónde empezar y más o menos en qué dirección ir, lo encontraremos—dijo llena de confianza. Esta chica no dudaba nunca.

El resto de la tarde se pasó marcando líneas en el mapa en la sala de su casa, mientras yo me dedicaba a ojear cada libro y revista que encontré. El domingo, bien temprano, aproveché por primera vez mi veinte por ciento de descuento en Newton y compré unas botas de montaña, una botella para el agua y un mapa topográfico, y conduje hacia La Push.

Llegué demasiado temprano, Jules apenas se estaba alistando, por lo que me senté a desayunar con Bonnie, quien no mostró demasiado interés en nuestra excursión al bosque. Me sorprendió que Julie le contara a dónde íbamos, tomando en cuenta el alboroto que estaba haciendo todo el mundo con el asunto del oso gigante. Pensé en pedirle a Bonnie que no se lo comentara a Charlie, pero probablemente hubiera hecho todo lo contrario.

—Ojalá veamos al súper oso —comentó Jules mientras se amarraba los zapatos. Miré de reojo a Bonnie, esperando una reacción parecida a la de Charlie, pero sólo sonrió.

—Quizás deberías llevarte un tarro de miel, por si acaso —rio por lo bajo como si se tratara de una broma privada.

—Buena idea. Espero que corras rápido, Beau. Un tarro de miel no va a entretener al oso mucho tiempo.

—No soy muy rápido, pero siempre puedo empujarte hacia él y salir corriendo.

—¡Ja! Para eso tendrías que alcanzarme primero. Vamos — tomó un panecillo de la mesa y se lo metió a la boca mientras salíamos.

—¡Que se diviertan! —gritó Bonnie cuando cerramos la puerta. A pesar de que Charlie no era una persona complicada para convivir, me pareció que Julie lo tenía incluso más fácil, gozaba de una libertad increíble.

Condujimos hasta el final de la calle polvorienta hasta el punto donde recordaba haber entrado al bosque, justo al comienzo del sendero, y bajamos de la camioneta. Había pasado mucho tiempo desde el día que estuve allí y sentí un retorcijón en el estómago al recordarlo. Su camiseta blanca sin mangas... Su cabello amarrado en un moño improvisado... Sacudí la cabeza para despejarme.

—Es por acá —indiqué señalando hacia la masa verde que teníamos delante.

—¿Seguro? —preguntó Jules frunciendo el ceño y mirando el inicio del sendero que teníamos al lado —¿No es por el sendero?

—Claro que no, ganaré más puntos de habilidad si no voy por el sendero —sonreí tratando de quitarme la tensión con la broma.

Se rio y sacó el mapa. Lo estudió unos segundos y se movió con la brújula en la mano.

—De acuerdo, esta es la primera línea de las coordenadas, vamos a seguirla.

Suspiré resignado y empecé a avanzar tras ella en el bosque. A pesar de ser el mismo en el que había estado antes, se sentía muy diferente atravesarlo con Julie. Ella le daba un toque personal a todo. Iba silbando alegremente y no tropezaba, a diferencia de mí. Aun así, no se burlaba y me esperaba con paciencia. Traté de no pensar en el pasado, no quería un ataque de pánico y tener que explicárselo a Jules.

Me di cuenta de que el bosque no me parecía tan oscuro y siniestro en su compañía. Casi parecía como si avanzara con mi sol personal al frente, iluminándolo todo para mí. Me sorprendió ese pensamiento. ¿Era Julie el sol? Bueno, era cálida, y alegre. Y siempre me sentía bien cuando estaba con ella. Definitivamente podía compararla con el sol. Se movía con facilidad entre la maleza, como si estuviera acostumbrada a hacer esto. De vez en cuando revisaba la brújula y asentía con seguridad.

Nos detuvimos un momento para tomar agua y aproveché para preguntarle algo que aún me daba curiosidad. Habían pasado dos semanas desde que habíamos hablado de eso y ella no había vuelto a tocar el tema.

—Ehmm... ¿Jules?

—¿Sí?

—¿Qué tal van las cosas con Embry? ¿Han vuelto a la normalidad? —su rostro se ensombreció.

—No, no ha vuelto a la normalidad —contestó con voz baja, y se dio la vuelta para seguir caminando. Me apresuré para guardar la botella y alcanzarla.

—Todavía sigue con Sam, en su maldita secta de locas —rezongó con amargura y le dio una patada a un tronco cercano.

—Lo siento. ¿Todavía te mira raro Samantha?

—Sí, a veces. La detesto.

—¿Y Bonnie?

—Tan útil como siempre —tomó una rama del suelo y la usó para apartar la maleza de forma un poco agresiva.

—Nuestra casa siempre está abierta para ti, lo sabes, ¿verdad?

Sonrió relajándose un poco.

—Gracias. Aunque imagina en qué problema meteríamos a Charlie cuando mamá llame a la policía para acusar al jefe Swan de secuestro —nos reímos juntos y el ambiente volvió a la normalidad.

Seguimos caminando hasta que Jules calculó que habíamos hecho un poco más de ocho kilómetros. Recordé que a esa distancia debía estar el claro, y que, si no lo habíamos encontrado, no era por acá. Almorzamos algo ligero y luego torcimos hacia el oeste, para seguir otra de las líneas de coordenadas del mapa en la dirección contraria. Todo se veía exactamente igual a lo anterior y empecé a pensar que era una idea estúpida. Jamás encontraría el lugar. Me fui convenciendo más conforme el día pasaba y la luz se esfumaba poco a poco para dar paso a la oscuridad. Jules se dio cuenta de mi desazón.

—Mientras estés seguro del lugar del que partimos, lo encontraremos, no te preocupes —intentó animarme.

—Sí, es de lo único de lo que estoy seguro.

—Entonces, en alguna de estas líneas está, ya verás, confía en mí. Mira —abrió una pared de helechos con la rama y mi camioneta rojiza apareció ante mis ojos.

—Vaya, eres buena en esto. ¿Dónde lo aprendiste?

—Papá me lo enseñó. Hace mucho tiempo ya — la miré sorprendido. Nunca me había mencionado a su padre, fallecido hace ya algunos años, pero no parecía triste al hablar de él.

—Pues te enseñó bien. A la próxima, con linternas. ¿El otro fin de semana?

—Me parece bien. Así tienes una semana entera para curarte. Lección número uno: no ir de senderismo con botas nuevas. Hay que ablandarlas primero. Seguro que ya lo aprendiste por las malas.

—Sí, creo que tengo ampollas en las ampollas, no sabía siquiera si eso era posible — me reí subiéndome a mi camioneta. Iba a tener que ponerme tiritas en los pies toda la semana.

—Es una lástima que no hayamos visto al oso. El otro fin tráete una cámara por si acaso —indicó mientras se montaba en el asiento del copiloto.

—Sí claro, ¡qué lástima! —contesté con tono sarcástico —. Tal vez tengamos suerte y podamos filmar como nos come vivos.

—Los osos no comen gente, Beau. Nos atacan si nos acercamos a sus cachorros, pero por lo general, no les sabemos tan bien. Aunque tal vez seas la excepción — me miró sugestivamente mientras bromeaba —. Tienes pinta de ser apetitoso.

—Ni que lo digas... —murmuré encendiendo la camioneta. No era la primera persona que me decía que parecía comestible.

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