Luna Nueva (Versión Vida y Mu...

By GioKyrie

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Beau ha pasado el mejor verano de su vida en compañía de su novia Edythe. Sin embargo, enamorarse de una vamp... More

Prefacio
La fiesta
Puntadas
Tiempo
El despertar
Promesas rotas
Amigos
Repetición
Adrenalina
Mal Tercio
El Prado
La Secta
Secretos
El asesino
La manada
Bajo Presión
Rosalina
El visitante
El Funeral
Contra Tiempo
Volterra
La Sentencia
El regreso
Respuestas
Paciencia
Recuerdos
La votación
Epílogo: El Tratado
Agradecimientos
Aclaración

El final

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By GioKyrie

Prácticamente no dormí nada el resto de la noche. Me levanté cuando sonó el despertador, con dolor de cabeza y ardor en la herida del brazo. Como desayuno me tomé otro par de Tylenol y salí directo hacia la camioneta. En el estacionamiento del instituto, Edythe me esperaba junto a su auto, como siempre, pero sus ojos indicaban que algo no estaba bien. Sentí un hueco en el estómago, pero no quise preguntar, tal vez se le pasaría durante el día.

—¿Cómo te sientes? —preguntó en un tono tan educado que me dio escalofríos, sonaba como si fuéramos apenas conocidos.

—¡Genial! —mentí.

Quería hacerle un montón de preguntas, por ejemplo, ¿cómo estaba Jessamine? ¿Royal estaba muy enfadado? ¿Permitirían que volviera a su casa? ¿Dónde estaba Archie? Pero el tono gélido que usó me hizo desistir. Eso, y la forma en la que me había besado ayer, casi aferrándose a mí, como si me fuera a ir a alguna parte. Sacudí la cabeza para alejar el pensamiento, lo que causó que me doliera un poco más.

Caminamos en silencio, sintiéndome cada vez más incómodo. Edythe no me miró ni me sonrió una sola vez. Traté de tomarle la mano mientras caminábamos hacia la clase, pero apenas llegué a rozarla porque la levantó para pasarse el cabello detrás de la oreja en un gesto automático.

Las clases de la mañana se me hicieron eternas, no dejé de mover un pie contra el suelo, debatiéndome entre hablarle de lo que fuera, cualquier cosa sólo para obligarla a responder, o darle su espacio para que el enojo se evaporara con el tiempo. Al fin, la campana que anunciaba el almuerzo sonó y suspiré de alivio. Vería a Archie en nuestra mesa y me haría sentir mejor. Tal vez hasta podría decirme como estaba Jessamine. Caminé rápido por el pasillo con Edythe a mi lado, ansioso por llegar, sólo para hundirme en la decepción.

—Archie no está —dejé escapar.

—Está con Jess, obviamente —contestó ella dejándome atrás mientras caminaba hacia la fila de la comida.

Claro, era lógico que se quedaría con ella, si todavía se sentía muy mal. No se me escapó el tono seco de Edythe, como si yo fuera un idiota por esperar ver a Archie esperándome en nuestra mesa. Fui directo a ella sin pasar por la fila. Ya me había saltado el desayuno, pero me sentía demasiado preocupado como para comer nada. Ya tomaría lo de la bandeja de Edythe si me animaba lo suficiente como para comer.

—Edythe... ¿cómo está ella? —pregunté cuando se sentó frente a mí, sin mirarme. Tenía que saber. Frunció los labios antes de responder.

—Decidió irse una temporada.

—¿Qué? ¿A dónde? —pregunté mientras el alma me caía a los pies. Si Jessamine se iba, Archie definitivamente se iría con ella.

—A ningún lugar en especial. Archie la estaba tratando de convencer de ir a Denali — claro, Denali, donde vivían los "primos" de la familia Cullen, que también eran "vegetarianos".

Era una buena idea, estarían acompañados de otros que mantenían su mismo estilo de vida. Negué con la cabeza, con tristeza, sintiendo un nudo en la garganta. Había conseguido que Archie y Jessamine tuvieran que irse, igual que lo habían hecho Eleanor y Royal porque este último no soportaba mi presencia.

—¿Te está doliendo el brazo? —de nuevo ese tono cordial que me hizo sentir peor.

—¿A quién le importa el estúpido brazo? —espeté enojado. Ella no insistió.

No me dirigió la palabra el resto del día, y yo tampoco lo hice, temiendo que cualquier cosa que dijera empeorara la situación. Las clases terminaron y nos dirigimos hacia el estacionamiento, así que decidí romper el silencio, ya no podía más.

—¿Vendrás esta noche?

—¿Ah? ¿Esta noche? —pareció sorprendida.

—A mi casa. Tengo que trabajar en la tienda, pero después, ¿vendrás?

—Si quieres que vaya... —murmuró mirando su auto. Me ponía de los nervios que no quisiera mirarme.

—Siempre quiero, Edythe —traté de nuevo de tomarla de la mano, pero volvió a hacer lo de acomodarse el cabello distraídamente. No podía ser coincidencia.

—Entonces ahí estaré —y se subió a su auto sin dirigirme ni una mirada. Me quedé ahí parado como un idiota mientras veía su auto marcharse, algo andaba mal. Terriblemente mal.

Me dirigí hacia la tienda de los Newton, en la que trabajé mis horas en modo automático. Fue una suerte que no me tocara atender en el mostrador, no habría podido sonreír a los clientes ni sacar cuentas en el estado en el que me encontraba. McKayla me preguntó cómo había estado mi día, pero no se acercó más cuando le contesté de forma menos amigable que lo que merecía. Miraba el reloj cada cinco minutos, pero al igual que las clases, el turno se me hizo eterno. Podría jurar que el reloj iba para atrás.

Traté de calmarme camino a casa. No podía ser tan malo. Archie y Jessamine volverían en cuanto ella se sintiera mejor. Y a Edythe no le duraban mucho las rabietas, seguro que en cuanto se me curara el brazo, volvería a ser la de siempre. Visualicé en mi cabeza la Edythe alegre que conocía, su sonrisa de medio lado, la otra sonrisa que mostraba los hoyuelos, su ronroneo cuando apoyaba su cabeza en mi pecho... pero no me sentí mejor. La nube negra que tenía sobre mi cabeza no se esfumaba.

Probé otra táctica. Vamos, lo que había sucedido no era nada, sobre todo comparado con lo que había pasado en el verano, con Joss partiéndome en pedacitos, la estadía en el hospital, la larga recuperación y todo eso. Simplemente me había caído como de costumbre y había alterado un poquito a Jess. Seguro que no era nada. Tal vez estaba enojada con Jessamine y no conmigo. Quizás me pediría que no nos viéramos más en su casa. Accedería a lo que fuera.

Suspiré de alivio cuando vi su Volvo a la entrada de mi casa. Controlé mis movimientos para parecer una persona normal y no entrar corriendo, y encontré a Charlie sentado en el sillón grande viendo un partido, y a Edythe en el individual con la mirada fija en el televisor. Fruncí el ceño. El hueco en mi estómago se expandió.

—Hola, hijo. Queda pizza fría en la mesa, si tienes hambre — saludó Charlie, sin apartar los ojos de la pantalla

—Ehh... sí, gracias papá. Hola Edythe —saludé tratando de sonar alegre, pero era posible que ella notara el temblor en mi voz.

—Hola, ve a comer, ya casi te acompaño —contestó con el mismo tono educado que había usado durante el día y se inclinó hacia el televisor, como si no quisiera perderse la próxima jugada.

No estaba loco. Algo iba realmente mal.

Sin poder soportarlo más, entré en la cocina, me lavé las manos, puse un trozo de pizza en un plato y lo metí al microondas, aunque sabía que no me la iba a poder comer. Cuando acabó de calentarse, la saqué del micro y puse el plato frente a mí en la mesa. Me senté y volví a golpear el suelo con el pie en un ritmo constante mientras pensaba. ¿Qué era lo peor que podía pasar?

Bueno, podía pedirme que no volviera a su casa, y que me mantuviera alejado de su familia. Eso era entendible, pero me entristecía no poder seguir viendo a Archie. A mi padre también lo pondría triste, Charlie se había encariñado con él. O tal vez, me diría que teníamos que irnos. Que no podía esperar a terminar el año escolar, tenía que ser ahora. Eso suponía un problema, Charlie se pondría hecho una furia, pero ya era mayor de edad, podía tomar mis propias decisiones, aunque a él no le gustaran. Igual podría terminar el instituto y empezar la universidad en cualquier sitio, incluso permitiría que Edythe me pagara la matrícula, si eso la hacía feliz.

La idea me hizo sentir un poco mejor. Lo sentía por Charlie, pero mi futuro estaba con Edythe. En la mesa seguía el álbum de fotos que me había enviado mi madre, y la cámara regalo de Charlie. Decidí que, ya que me iba pronto, lo mejor sería ir llenando el álbum, dejar un testimonio de mi vida. ¿Vendríamos de visita? Esperaba que sí, pero dependía de si lograba convencer a Edythe que me transformara o no.

Abrí el álbum y pasé el dedo por las ranuras puestas para fijar las fotos por las esquinas. Me pregunté si la cámara podría capturar la belleza de Edythe, recordé la foto que le había hecho ayer, antes del desastre, sus ojos alegres, su sonrisa genuina. Hoy prácticamente era una persona diferente.

Decidido, tomé la cámara y subí a mi habitación. Sentí algo de nostalgia, al ver que casi no había cambiado en los diecisiete años que llevaba usándola. Si acaso ahora tenía una cama de verdad en vez de la cama infantil, y se había añadido el escritorio con la vieja computadora. Tomé una foto y bajé, tratando de ignorar la sensación en el estómago. Tal vez Edythe sólo estaba preocupada por mi reacción cuando me dijera que teníamos que irnos. Se lo pondría fácil. La dejaría arreglar todo sin chistar.

Me asomé a la esquina del salón, según yo, para tomarle una foto sin que se diera cuenta, aunque probablemente era imposible tomarla desprevenida. Sin embargo, no apartó la mirada del televisor hasta que el flash iluminó la estancia. Mi estómago dio una sacudida.

—Beau, ¿qué haces? —protestó Charlie. Fingí una sonrisa y le tomé una foto.

—Ya sabes, mamá preguntará pronto si estoy usando los regalos.

—¿Pero por qué me tomas fotos a mí?

—Tú compraste la cámara, te aguantas —traté de reír de mi propia broma, pero salió como un gruñido. Me aclaré la garganta, antes de volverme hacia Edythe y preguntarle imitando el tono cordial que ella había estado usando:

—Edythe, ¿podrías tomarme una foto con papá, por favor? —le pasé la cámara sin mirarla, no estaba seguro de poder soportar sus ojos vacíos ahora. }

Me senté en el brazo del sofá junto a Charlie y le puse una mano en el hombro. Rodó los ojos mientras resoplaba, pero se volvió hacia la cámara.

—Tienes que sonreír, Beau —indicó Edythe, así que me forcé a hacer la mueca más convincente que pude, y la cámara disparó.

—Déjenme que les tome una, chicos —dijo Charlie levantándose de su sitio, aunque probablemente sólo quería dejar de ser el objetivo.

Edythe le pasó la cámara sin mirarme, mientras yo me colocaba a su lado. Le pasé un brazo por la espalda para colocar mi mano en su cintura, y ella hizo lo mismo, pero apenas me tocaba.

—Sonríe, Beau —me recordó Charlie.

Respiré profundamente, sonreí lo mejor que pude, y Charlie tomó la foto. Edythe me soltó de inmediato y dirigió la mirada de nuevo al televisor mientras se sentaba en su sitio. Mi estómago me dio un puñetazo.

—Ya basta de fotos por hoy, no querrás acabar todo el rollo —dijo Charlie apagando la cámara y pasándomela.

Sin saber muy bien qué hacer a continuación, me senté al lado de Charlie y jugueteé con la cámara en mis manos, sintiendo que, de nuevo, el tiempo iba al revés. No podía esperar a irme a mi habitación para poder conversar sobre nuestro futuro.

El partido terminó y Edythe se levantó del sillón. Tragué en seco, nervioso.

—Muchas gracias por la velada. Debo irme a casa —saludó a Charlie con una inclinación de la cabeza, que él respondió sacudiendo la mano.

—Te acompaño a tu auto —murmuré levantándome y trastabillando por el pasillo. Caminar mientras todo el cuerpo me temblaba no era mi fuerte. Le abrí la puerta mientras tomaba su abrigo, y pasó por ella sin mirarme. La seguí hasta el Volvo.

—Espera, ¿vendrás esta noche? —ella suspiró y me dirigió su primera mirada del día.

—Esta noche no —volvió a mirar hacia al frente tan pronto como lo dijo, y sin darme tiempo a replicar, puso el auto en marcha y se fue por la calle.

Me quedé tan aturdido que no sentí la llovizna mojándome la cara hasta que Charlie me llamó.

—Beau, ¿qué estás haciendo?

—Nada... —murmuré volviendo a entrar resignado. Otra noche en la que no podría dormir.

A la mañana siguiente hice mi rutina mecánicamente. Me obligué a desayunar el trozo de pizza que había calentado ayer, y luego volví a tomar fotos. Le tomé una a la cocina, otra a la sala, y otra a mi camioneta. Crucé la calle para tomarle una a la fachada de la casa, y luego le di la vuelta para tomar una del bosque de atrás. Me despedí mentalmente de todo, y me sorprendí al darme cuenta de que extrañaría ese bosque tan verde y siniestro, sobre todo si acababa en Denali, donde todo en vez de verde, era blanco.

Puse la cámara en el asiento del copiloto y me concentré en planear el proyecto del álbum de fotos, para evitar pensar en Edythe y su actitud distante. Me esperaba recostada en el Volvo, como siempre, pero esta vez no me saludó cuando empezó a caminar hacia el edificio. Ni siquiera preguntó por mi brazo. Me alegré de haberme comido la pizza, sin ella, probablemente me habría desmayado ahí mismo. Dale tiempo, pensé. Sólo necesita tiempo.

Me fue imposible concentrarme durante las clases. El agujero en mi estómago no hacía más que incrementarse. La profesora tuvo que repetirme una pregunta dos veces sobre la familia Capuleto antes de que me diera cuenta de que se estaba dirigiendo a mí. Edythe susurró la respuesta entre dientes, sin mirarme, pero luego volvió a ignorarme. Me acosó una sensación de deja vú: hace un año, también me ignoraba así en clase de biología. Lo hizo todo un mes antes de volver a hablarme. Esperaba que esta vez no se tardara un mes completo, no podría resistir un día más de esto.

A la hora del almuerzo, el silencio persistía. No pude soportarlo, así que me volví hacia la línea invisible que nos separaba de los demás.

—Eh, Jer, ¿me harías un favor?

Jeremy se volvió hacia mí, cordial.

—Claro.

Saqué la cámara de mi mochila y se la pasé.

—Mi mamá me pidió que tomara algunas fotos. ¿Te importaría tomarnos algunas a todos? —forcé una sonrisa.

—Por supuesto, genial —contestó genuinamente interesado, tomando la cámara y torciendo la boca en una sonrisa traviesa. Se volvió justo a tiempo para atrapar a McKayla con medio trozo de lechuga colgándole de la boca.

A continuación, todos empezaron una batalla por la cámara, pasándosela de mano en mano y tratando de atrapar a los demás en los momentos más incómodos. Todos reían y jugaban, se quejaban de haber salido mal y se peleaban por la cámara, en un comportamiento que me pareció casi infantil. O tal vez simplemente no estaba de humor para juegos humanos.

Cuando se gastó todo el rollo, Jeremy me devolvió la cámara.

—Ups, lo siento, hermano —se disculpó. Al menos tuvo la delicadeza de parecer verdaderamente arrepentido.

—No hay problema, seguro que salieron geniales — y me guardé la cámara en la mochila.

Al salir de clase, Edythe caminó junto a mí hacia el estacionamiento, se despidió moviendo escuetamente la mano antes de subirse a su auto y se marchó. Ya ni me sorprendía. Pasé dejando el rollo por el estudio antes de irme a trabajar de nuevo a la tienda de los Newton. Esta vez me concentré todo lo que pude en el trabajo, para evitar pensar en el comportamiento de Edythe. Al salir, pasé a recoger las fotos, que saqué una vez estuve en mi habitación.

Me senté en la cama y las vi todas una por una. Mi corazón dio un vuelco cuando llegué a la última foto. Era la primera que había tomado, la del rostro de Edythe el día de mi cumpleaños. Sus ojos eran cálidos, la sonrisa genuina, casi podía sentir su amor irradiando del papel. La puse en la cama y a su lado puse otras dos: la que le había tomado mientras veía la televisión con Charlie, y la que él nos había tomado a nosotros.

No lo estaba imaginando, el cambio en sus ojos era demasiado evidente. En la primera foto estaban ardiendo, en las otras dos parecían muertos. Los ojos de una estatua. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. La frialdad de su rostro en ambas fotos era abrumadora. Me acerqué a los ojos la foto en la que salíamos juntos para examinarla de cerca. Me hizo sentir muy triste. No sólo era su expresión fría de escultura de hielo, era la marcada diferencia entre los dos. Mientras ella parecía una diosa de alabastro, yo no era más que un tipo común, alto y desgarbado.

Decidí prescindir de hacer los deberes escolares para darle prioridad al álbum. Metí cada foto que me pareció adecuada en su respectivo espacio, y las etiqueté todas, con nombre, lugar y fecha. Devolví las restantes al sobre en el que venían y me senté al escritorio para escribirle una carta a Renée agradeciéndole el regalo.

Era casi media noche cuando me acerqué a la ventana. Siempre la dejaba abierta para Edythe, que subía sin falta a mi habitación. Recordé cuando me ponía sus manos heladas sobre mis costillas adoloridas después de haber salido del hospital, para ayudarme a aliviar el dolor y dormir mejor, y suspiré con desasosiego. Lamenté no haberle preguntado si vendría hoy, al menos con su negativa no habría tenido la esperanza. Me acosté dejando la ventana abierta.

Fue otra noche sin dormir bien.

A la mañana siguiente, volvía a esperarme en el estacionamiento. Ni idea de porqué, si de todas formas ya ni siquiera me saludaba más que con un breve movimiento de cabeza. El silencio, la frustración y la preocupación continuaron durante todo el día. A la hora del almuerzo pensé que me estaba acostumbrando, y luego sospeché con terror que tal vez ese era precisamente su objetivo.

—Edythe... —comencé, pero ella se levantó a botar el contenido de su bandeja y se marchó a clases.

Me quedé mirando por donde se iba con la boca abierta, hasta que reparé en Allen y Becca mirándome preocupados. Les dediqué una media sonrisa y me levanté también. Mientras caminaba al aula, decidí que si no arreglábamos el asunto hoy mismo, iría a su casa, o al hospital, y hablaría con Carine. Ya ni siquiera recordaba cómo se había causado este desastre, la funesta fiesta de cumpleaños me parecía un evento muy lejano.

Al terminar la clase, caminamos juntos al estacionamiento, y cuando me iba a armar de valor para preguntarle si podíamos hablar, me sorprendió hablando ella primero.

—¿Te importaría si voy a verte hoy? —miró hacia un lado cuando preguntó.

—Ehhmm... sí, claro —contesté aturdido.

—¿Puede ser ahora? —dirigió la mirada al suelo.

—Sí, sólo voy a entregar esta carta en el buzón de correos y te veo allí —contesté tratando de frenar el temblor en mi voz. Ella extendió la mano.

—Yo lo haré, tardaré menos que tú, incluso llegaré primero — me miró esta vez mientras le entregaba la carta. Incluso sonrió, aunque la sonrisa no llegó a sus ojos.

Asentí y me subí a mi camioneta. Ni siquiera reparé en el camino a casa, fue un milagro que no tuviera un accidente. Cuando llegué, efectivamente, ella ya estaba ahí, con el Volvo aparcado en el lugar de Charlie. Era una mala señal, significaba que se iría antes de que él llegara. Respiré hondo para calmar los nervios y salí de mi camioneta después de dejarla en su lugar. Ella también salió, mirando el suelo y con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón de mezclilla.

—Deja la mochila, vamos a caminar —me indicó.

Hice lo que me decía, y la seguí hasta el patio trasero de la casa, donde iniciaba el sendero. Respiré profundo varias veces, pero el temor que me aplastaba el pecho no se esfumaba.

Caminé detrás de ella por el sendero hasta que se detuvo a unos metros de haber entrado, donde todavía era visible la casa a través de los árboles. Levantó la cabeza y me miró fijamente a los ojos, por primera vez en varios días.

—Nos vamos —anunció.

Asentí. Después de todo, lo esperaba y me había estado preparando mentalmente para esto. Sin embargo, la idea de dejar a Charlie de repente me obligó a discutir la decisión, sobre todo después de haberlo dejado de la forma más cruel hace unos meses, cuando huía de Joss.

—Lo entiendo. Pero ¿por qué ahora? Otro año... —me interrumpió, y su voz sonó igual de fría que su mirada.

—Llegó el momento. De todas formas, no podemos quedarnos más tiempo en Forks. Carine insiste en que tiene treinta y tres, la gente ya empieza a pensar que se hizo cirugía plástica, con costos aparenta veintisiete. Pronto deberemos empezar en otro lugar.

Su respuesta me confundió. Pensaba que si nos íbamos, era para que su familia pudiera vivir en paz, sin el incordio que era tenerme cerca. Pero si nos íbamos con Carine... Y entonces lo entendí. Sentí la bilis subir por mi garganta y tragué.

—Cuando dices "nos vamos" te refieres a... —susurré, incapaz de continuar.

—A mí, y a mi familia —contestó con altivez.

De repente me sentí diminuto y la cabeza me empezó a dar vueltas.

—Está bien. Voy con ustedes.

— No. No es un lugar adecuado para ti.

— Voy contigo. Estaré bien si tú estás — me pareció que balbuceaba pero no estaba seguro, un pitido agudo empezaba a sonar en mis oídos.

—No. Entiende, Beau. No soy adecuada para ti.

—Eso es ridículo. Sin ti no sobreviviré una semana, los accidentes me acechan, ¿recuerdas? — sentí que daba patadas de ahogado. Diría cualquier cosa que pensara que podía retenerla o convencerla de llevarme con ella. No funcionó.

—Estarás bien. Mucho mejor de lo que puedes estar conmigo. Mi mundo no es para ti, Beau.

—Escucha, lo que pasó con Jessamine no fue nada. Le estás dando demasiada importancia —ahora estaba implorando. Si alguna vez supe lo que significaba tener dignidad, lo había olvidado.

—Exactamente. No fue nada, pudo ser peor, y es precisamente lo que vamos a evitar —hablaba casi con desdén, como si quisiera terminar la conversación lo más pronto posible, para poder ir a hacer algo más interesante.

—Mira, si esto tiene que ver con mi alma o algo así, te tengo una noticia. No creo en las almas. No tengo una. Así que... —volvió a interrumpirme, poniendo los ojos en blanco, exasperada.

—Beau, no quiero que me acompañes — ladeó un poco la cabeza y me miró a los ojos, con expresión aburrida.

Sus palabras me golpearon como un puñetazo y trastabillé hacia atrás. Me agarré de un árbol para no caerme.

—Tú... no... — me sentía como en una pesadilla, flotando. El tiempo se había detenido.

Ella suspiró y por una vez, pude ver algo diferente en sus ojos, pero sólo duró un segundo.

—Beau... tienes que entender que esto jamás habría funcionado. Fue lindo mientras duró, sí, el resplandor del primer amor y todo eso —movió una mano, como si lo que pasamos fuera algo sin importancia —. Pero lo que pasó la otra noche me hizo darme cuenta de que necesito un cambio. Estoy agotada de andar siempre de puntillas, cuidando todos y cada uno de mis movimientos para no hacerte daño. No soy humana, y estoy cansada de fingir que lo soy todo el tiempo. Permití que esto llegara demasiado lejos. Es mi culpa y lo lamento.

—Entonces conviérteme. La solución es muy simple. La has sabido todo el tiempo.

Ella se rio con sorna y se me heló la sangre.

—Tonto Beau... ¿Aún no te das cuenta? Lo que me atrajo de ti fue, precisamente, tu humanidad. Primero el olor de tu sangre, irresistible, que tantos problemas me ha traído. Y luego, la curiosidad, nunca había conocido a alguien cuya mente no pudiera escuchar. Eras un reto. Incluso admito que hubo algo de amor por la competencia. Tantas chicas interesadas en ti... sólo quería demostrarme a mí misma que era mejor que ellas, más bonita, más interesante. Eso fue todo. Si te convirtiera en vampiro, todo el atractivo que ejerces sobre mí se esfumaría —hizo un gesto de "esfumarse" con la mano.

No pude contestar. Lamentablemente para mí, lo que decía tenía mucho sentido.

—Mira. Sé que dije muchas cosas irresponsables, como que te amaba y todo eso. En serio lo lamento, quisiera no haberlo dicho. En mi defensa, realmente pensé que lo sentía. Después de todo, también era mi primera relación. Pero lo que pasó con Jessamine me hizo abrir los ojos. No es sólo que yo no sea adecuada para ti. Es que tú no lo eres para mí.

De todo lo que dijo, retuve una cosa.

—No me amas... —murmuré.

—No.

Asentí. Por supuesto. Jeremy tenía razón. Había sido un iluso. De todas formas, siempre una parte de mí, la más racional, me había recordado que esto podía pasar en algún momento.

—Claro. Lo entiendo —me sorprendió lo firme que sonó mi voz esta vez. Y entonces, su rostro cambió. Se puso triste, sus ojos llenos de culpa.

—Bien. Me alegro. En serio, me disculpo por todo, lo que dije y lo que te hice creer. Beau, pese a todo, necesito que me hagas un favor — su voz tenía ahora un leve tono desesperado.

—Lo que quieras...

—No hagas nada estúpido. Sé que bromeaste con lo de "hacer un Romeo" mientras veíamos esa estúpida película, pero fue una broma. Yo estoy bien, y seguiré estándolo. Mantente a salvo. Piensa en Charlie. Te necesita. Y piensa en Renée. ¿Entendido?

—Como quieras... — mis respuestas salían automáticamente de mi boca.

Era surrealista. Pareció relajarse un poco, pero su voz siguió teniendo el mismo matiz de pasión.

—Y a cambio, te prometo algo. No volverás a verme. No regresaré nunca, ni te haré pasar por todo esto de nuevo. Tendrás una vida normal, yo no volveré a interferir en ella. Será como si nunca hubiera existido.

Recosté un costado de mi cuerpo en el árbol en el que me apoyaba, para no resbalar. Sentía mi corazón latiendo el triple de rápido de lo normal en mi pecho, y el pitido en mis oídos se intensificó. Algo en mi cerebro me recordó que eran síntomas de un subidón de presión, pero lo olvidé de inmediato.

—No te preocupes, Beau. Eres humano, me olvidarás pronto. A los humanos el tiempo les cura todo — su voz volvía a ser cordial y fría.

—¿Y tú? ¿Me olvidarás? —pregunté quedamente.

—Aprendí mi lección. No olvidaré lo que viví, pero no volverá a pasar. Además, los de mi clase nos distraemos fácilmente —contestó desdeñosa. Asentí, humillado.

—Bueno, eso es todo. No te volveremos a molestar.

—Archie... —susurré sintiendo que las rodillas empezaban a fallarme.

—Se fue. Todos lo hicieron. Yo me quedé para decirte adiós. Él quería despedirse, pero lo convencí de que una ruptura limpia sería mejor para ti. Ya sabes. Cortar por lo sano —hizo un gesto de cortar algo con unas tijeras.

Me dieron ganas de vomitar. Pareció esperar a que yo contestara algo, pero no me encontraba en condiciones.

—En fin... Adiós, Beau. Cuídate mucho.

Cerré los ojos, mareado, y me pareció sentir su aliento gélido en mi cara, pero cuando los abrí, ella había desaparecido.

Había visto mil películas románticas con mi madre, y en todas, había una regla. Cuando la chica se va, el chico tiene que seguirla. Así que hice lo único que me pareció lógico hacer en ese momento. Empecé a caminar por el sendero sin ver realmente hacia dónde iba. Daba tumbos contra los árboles mientras sus ramas me arañaban la piel. Algo en el fondo de mi mente me decía que no tenía sentido seguir caminando, pero que si dejaba de hacerlo, todo acabaría y el corazón terminaría por estallarme en el pecho.

Caminé por lo que pudieron ser horas, sin rumbo fijo. En algún momento debí salirme del sendero sin darme cuenta y seguí caminando mientras apartaba ramas y helechos con mis brazos. Sentía la herida del brazo caliente y latiendo, lo que probablemente significaba que me había abierto los puntos al golpearlo contra un árbol. No me importó y seguí caminando hasta que se puso tan oscuro que no podía ver absolutamente nada, tropecé con algo y caí de bruces sobre la tierra húmeda.

Sin fuerzas, me quedé allí tumbado escuchando el sonido de mi propia respiración. Me di vuelta para quedar de costado y me encogí, temblando, aunque no sentía frío. El bosque estaba totalmente oscuro, había luna nueva y la noche cayó sobre mí, pesada como un yunque.

No sé cuánto tiempo estuve aturdido sobre el suelo frío. Me pareció escuchar que alguien gritaba mi nombre, pero lo ignoré. No tenía ganas de contestar. Ni de moverme. No tenía ganas de hacer nada. Las llamadas se detuvieron después de un rato.

La lluvia me despertó. Me sorprendió darme cuenta de que me había dormido. Posiblemente la debilidad de mi cuerpo, por haberme alimentado tan mal y dormido tan poco estos días me habían derrumbado por fin. El agua que caía en mi cara estaba helada pero no me importó. Nada importaba.

Escuché de nuevo mi nombre. Esta vez coreado por varias voces diferentes. Me pregunté si debía responder, pero sinceramente, no me pareció necesario. De pronto, percibí otro sonido, cercano. Parecía un animal grande acercándose, por como sonaban las plantas mientras se movía contra ellas. Tal vez tan quieto como estaba, no me notaría y seguiría de largo. Me pareció que se acercaba olisqueando, pero no me tocó. El sonido del animal desapareció.

La lluvia fría seguía cayendo en mi rostro, sin molestarme realmente, hasta que vi la luz. Se acercaba a mí y luego me encandiló la cara. Arrugué los ojos, molesto.

—Beau Swan —dijo una voz de mujer. No preguntaba, era una afirmación. Su dueña se agachó frente a mí, parecía preocupada pero no podía reconocerla.

—¿Te han herido?

—¿Qué? —murmuré atontado.

La mujer extendió una mano hacia mí y me tocó la frente. Me la sacudí de encima y trabajosamente me senté, con las rodillas dobladas y las piernas pegadas al pecho. La mujer me examinó el rostro y luego asintió.

—Beau, me llamo Samantha Uley —me sonaba de algo, pero la verdad es que me importaba un carajo quién era o de dónde recordaba su nombre.

—Charlie me envió a buscarte —insistió.

Charlie. Su nombre me hizo sentir algo. Tenía que volver con Charlie. Incluso sentía una leve necesidad de estar con él, como un niño pequeño que ansía el abrazo de su papá después de una caída en el parque. La mujer me dio la mano, así que la tomé y me ayudó a levantarme. Era alta, como yo, y su agarre era fuerte. Me rodeó la cintura con un brazo y me obligó a caminar a su lado, sosteniéndome cuando me tropezaba.

No presté atención al camino, después de todo, no veía casi nada y sólo me dejaba arrastrar por Samantha Uley. En algún momento llegamos al borde del bosque, donde había luces y muchas voces masculinas.

—¡Lo encontré! — gritó ella mientras nos acercábamos. El ruido cesó por un momento y luego se reanudó, con un volumen más alto.

—No, no está herido, creo que sólo está en shock —escuché que le decía a alguien.

—Beau, hijo, ¿estás bien? —la voz de Charlie llegó hasta mí y levanté la cabeza, buscándolo. Se acercó a mí y me tomó por los hombros.

—Aquí estoy, amigo, vamos, todo está bien —sentí una punzada de remordimiento por preocuparlo, ese tono cariñoso de su voz no lo escuchaba desde los siete años. Acomodé un brazo en sus hombros y él me rodeó por la cintura como había hecho Samantha, que me soltó. El cambio de peso me hizo tambalearme un poco.

—Ya casi estamos en casa —lo escuché decir y lo siguiente que supe fue que había arrastrado los pies desde el borde del bosque hasta el sofá.

—¿Beau? —dijo una voz que no identifiqué. Levanté la cabeza y vislumbré una señora de cabello canoso y rostro amable.

—¿Doctora Gerandry? —murmuré. Trabajaba con Carine. ¡Carine! Pensar en ella me hizo daño.

—¿Estás herido, cielo? —preguntó comprensivamente. Se parecía a la pregunta que me había hecho Samantha en el bosque, sólo que ella me había preguntado si alguien me había herido, no si lo estaba. La diferencia parecía significar algo.

—No... sólo estoy en shock —contesté repitiendo las palabras que había escuchado decir a Samantha.

La doctora me tocó la frente y luego le dio vuelta a mi muñeca mientras consultaba su reloj.

—¿Qué te pasó? —preguntó. No quise contestar.

—¿Te perdiste en el bosque? —insistió.

—S... sí. Me perdí en el bosque.

Escuché murmullos cerca y volví lentamente la cabeza. Había más personas en la casa. Estaba Samantha junto a dos muchachas parecidas a ella, en la puerta. Supuse que serían de la reserva de La Push. También estaban el señor Newton, el señor Weber y su hijo Allen, que me miraba con genuina preocupación. Otras voces sonaban en la cocina y afuera. Supuse que medio pueblo se habría unido para buscarme. Menudo desperdicio. Sentí ardor en la herida del brazo y miré. La doctora había retirado el vendaje sucio y estaba limpiando la herida, para luego volver a vendarla con esparadrapo limpio.

—¿Te sientes cansado? —preguntó ahora la doctora mientras me examinaba las glándulas debajo de la mandíbula. Asentí en cuanto dejó de tocarme y luego desapareció de mi vista. Cerré los ojos y me dejé caer en el sofá.

Después de un rato noté que casi todos se habían ido y quedaba sólo la doctora conversando con Charlie en la cocina.

—Tienes razón, no ha bebido. Sólo está aturdido y cansado, déjalo dormir. Si no quiere ir mañana al instituto, que no vaya. Te daré un permiso. Vendré a verlo mañana. ¡Oh! bueno, en realidad hoy, más tarde —supuse que había mirado su reloj y notado que era más de medianoche. ¿Cuánto tiempo había pasado en el bosque? Daba igual.

—¿Es cierto? Que se fueron —escuché a Charlie susurrar. Me esforcé por escuchar.

—La doctora Cullen nos pidió que no dijéramos nada. Al parecer la oferta fue muy repentina y no la podía rechazar. Carine no quería convertir su partida en el espectáculo.

—Pues hubiera estado bien que me hubiera avisado, tomando en cuenta las circunstancias —gruñó Charlie. La doctora Gerandry suspiró.

—Sí, la verdad hubiera sido mejor.

No quise escuchar más. Me tapé la cara con el edredón que alguien me había echado encima y volví a la oscuridad de la inconciencia.

Me despertaba a veces, sobre todo cuando sonaba el teléfono y Charlie se apresuraba a contestar. Murmuraba palabras tranquilizadoras y luego colgaba.

—Sí, ya lo encontramos. Gracias. Se perdió en el bosque, pero ya está bien. Gracias de nuevo. Adiós —decía una y otra vez. Estaba harto de escucharlo, así que cuando volvió a sonar el teléfono, traté de dormirme de nuevo, pero esa llamada fue diferente.

—¿Cómo? ¿Estás seguro de que es en la reserva? Está bien, voy a llamar a ver qué averiguo —colgó y lo escuché marcar algo en el teléfono.

—Hola, Bonnie. Lamento llamar a esta hora, pero... no, él está bien, gracias por preguntar. Tenías razón, tus chicas conocen el bosque mejor que nadie. Fue Sam quien lo encontró —una pausa —. En fin, te llamo porque recibí una alerta del señor Stanley, dice que desde la ventana de su segundo piso se ven llamas en los acantilados que dan a la reserva y está preocupado... Ah —de pronto su voz adoptó un tono cortante e irritado —¿Y por qué demonios están haciendo eso? Ya. No me digas.... Ajá. Sólo asegúrate de que las hogueras no inicien un incendio. Bien. Hablamos luego — colgó y resopló como si el teléfono tuviera la culpa.

Hice un esfuerzo por levantarme.

—Papá... ¿pasó algo malo? —pregunté sintiendo la voz pastosa. Se apresuró a situarse a mi lado.

—Siento haberte despertado, hijo. ¿Cómo te sientes? —ignoré la pregunta.

—¿Se quema algo?

—No, no. Los chicos de la reserva hicieron unas hogueras en los acantilados. Sólo son revoltosos, no es nada —contestó frunciendo el ceño.

—Hogueras... ¿Por qué? — pregunté, pero ya sospechaba la respuesta.

—Al parecer... están celebrando. Es una estupidez, por supuesto, pero no puedo prohibirles hacer las hogueras. Es ridículo. Lo siento, chico.

Claro. Celebraban que se habían ido. En la reserva no los querían, había incluso quienes sabían lo que eran. Los llamaban "los fríos" y a pesar de saber que no cazaban personas, odiaban que vivieran tan cerca. Algunos como la propia hija de Bonnie Black, Julie, ni siquiera creían en las leyendas, pero los menos jóvenes debían estar bailando alrededor de las fogatas. La luz del día empezó a filtrarse por las ventanas.

—¿Beau? — me volví hacia él —¿Te dejó solo en el bosque?

—No... estaba justo aquí, en la entrada del sendero. Yo... sólo quise caminar un rato, y me perdí... ¿Cómo supieron dónde buscarme?

—Por tu nota. ¿No la recuerdas? —sacó un papel arrugado del bolsillo y me lo entregó. Lo desdoblé y vi que decía "Voy a dar un paseo con Edythe por el sendero. Volveré pronto, B." con una letra dispareja, muy parecida a la mía. Ya.

—Cuando se hizo tarde llamé a la casa de los Cullen, para saber si estabas ahí, pero no contestó nadie. Entonces llamé al hospital para preguntar por Carine, pero la doctora Gerandry me informó de su partida —me contó en voz baja. Él también parecía agotado.

—¿A dónde se fueron? —susurré.

—¿No te lo dijo Edythe? —la mención de su nombre fue como aplicarme un hierro candente. Reprimí un gemido de dolor y negué con la cabeza.

—A Carine le ofrecieron un puesto estupendo en un gran hospital en Los Ángeles. Supongo que va a ganar montañas de dinero. La soleada Los Ángeles. Sí, claro. Como si una familia de vampiros pudiera vivir ahí, con el sol reflejándose en su piel como si estuviera hecha de miles de diamantes —. Beau... ¿Qué te dijo ella?

—No dijo nada, papá. Terminó conmigo. Sólo eso. No quiero hablar más. Quiero ir a mi cuarto.

Charlie bajó la cabeza, triste. Me puso una mano en el hombro, como queriendo consolarme, pero permaneció en silencio. Después de todo, en eso nos parecíamos. Ambos éramos callados, no teníamos mucho que decir. Me levanté y a como pude subí las escaleras hasta llegar a mi habitación. Todo se veía igual a como estaba antes, pero alguien había dejado en casa una nota que yo no había escrito. Me acerqué al reproductor de CD que tenía en la mesilla y le di al botón de abrir. Estaba vacío.

El álbum de Renée seguía sobre la cama. Lo abrí y no tuve que pasar las páginas para saber lo que había pasado. El primer espacio no tenía nada, salvo por el texto que había escrito antes debajo de él:

"Edythe Cullen. 13 de septiembre. Cocina de Charlie."

No fue necesario continuar. Sabía lo que había pasado. Sus palabras resonaron en mi cabeza.

"Será como si nunca hubiera existido".

Dejé caer el álbum, que hizo un ruido sordo al chocar con el suelo de madera. Me llevé una mano a la garganta, sentía que algo me desgarraba por dentro y no me dejaba respirar. El dolor se extendió por todo mi cuerpo y me dejé caer, no supe siquiera si fue en el suelo o en la cama. Esperaba poder desmayarme, pero no sucedió. Seguí luchando por un momento, hasta que el dolor me superó, se alzó, barrió mi mente y me hundió con su fuerza.

No salí más a la superficie.

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