|Una memoria perdida|

By AlexisN11

2.4K 720 2.4K

«En un mundo donde la magia se entrelaza con las emociones, dos almas rotas luchan por desentrañar el enigma... More

|Nota de autor|
|Apéndice|
|Sinopsis|
|Epígrafe|
|Arte ilustrativo I|
|Introducción: Eco de dolor|
|Capítulo 1: ¿Sueños?|
|Capítulo 2: Retorno a Kihoi|
|Capítulo 3: «Organización»|
|Capítulo 4: Tragedias|
|Capítulo 5: Anhelos del alma|
|Capítulo 6: Reminiscencia|
|Capítulo 8: Torneo Anual de Kaha|
|Capítulo 9: Charla de Bienvenida|
|Capítulo 10: Confianza|
|Capítulo 11: Conformación de grupos|
|Capítulo 12: Aprendizaje|
|Capítulo 13: Entre determinaciones|
|Capítulo 14: Revelaciones, parte I|
|Capítulo 15: El Leier de Kaha|
|Capítulo 16: Conexión inefable|
|Capítulo 17: Campeón de Kaha|
|Capítulo 18: Examen de Admisión, parte I|
|Capítulo 19: Examen de Admisión, parte II|
|Capítulo 20: Soluciones desesperadas|
|Capítulo 21: Vínculos|
|Capítulo 22: Afinidades|
|Capítulo 23: Investigación|
|Capítulo 24: Ataque a Kaha|
|Capítulo 25: Leier de Wai|
|Capítulo 26: Ceremonias: Propuesta y Unión|
|Capítulo 27: Destitución, parte I|
|Capítulo 28: Destitución, parte II|
|Capítulo 29: Revelaciones, parte II|
|Capítulo 30: Propuesta|
|Capítulo 31: Leier|
|Capítulo 32: El príncipe heredero de Naldae|
|Capítulo 33: Sospechas|
|Capítulo 34: A través del tiempo|
|Capítulo 35: Caos y desesperación, parte I|
|Capítulo 36: Caos y desesperación, parte II|
|Capítulo 37: Mutuo acuerdo|
|Capítulo 38: Nuevo mundo, parte I|
|Capítulo 39: Nuevo mundo, parte II|
|Capítulo 40: Kihen|
|Capítulo 41: Resistencia de Sarxas|
|Capítulo 42: ¿Esperanza?|

|Capítulo 7: Despedida|

45 15 107
By AlexisN11

Los primeros Guardianes decían que el Ha era el hilo dorado que conectaba todas las almas en los Ecos del Tiempo, el puente entre lo efímero y lo eterno. No se equivocaron. Tenían razón.

Región Vikeesh, tierras de Kihoi.

Arribado el quinto amanecer de Biyar, una jornada significativa para los Aisures, el corazón de Virav latió desenfrenado. La Ceremonia Conmemorativa en las tierras del vasto mundo era un evento que no podía perderse.

Con autorización de su progenitor, preparó su bolsa de viaje. Pese a que Arjhan le recordó el Nombramiento Oficial del próximo Leier de Vikeesh; sus prioridades eran claras. Si bien aún no despuntaba el alba, él no quería esperar más. Sin dilación, se dirigió hacia la estación del artefacto especial. En las afueras de Kihoi, adquirió su boleto de viaje.

A paso firme, subió al vagón y buscó un asiento junto a la ventana.

El trayecto se tornó una sucesión de paisajes borrosos. La luz del sol comenzaba a filtrarse con timidez a través de la ventana cuando la maquinaria se detuvo en su destino.

Había llegado.

Se levantó del asiento, agarró su bolsa y se dirigió hacia la salida.

Con el corazón desbocado, Virav contempló a los nativos vestidos con ropas fúnebres, inmersos en lamentos desgarradores. Esa visión le nubló los sentidos, dejándole un amargo sabor en la boca.

La Gran Nación Saoge estaba sumida en el luto. La triste melodía del sagrado réquiem se elevaba con las voces quebradas, envolviendo algunos corazones en una espiral de emociones discordantes. Cada nota musical parecía desgarrarle el pecho, recordándole la fragilidad de la vida y la inevitabilidad de la muerte. El dolor y la pérdida se materializaban en aquellos sonidos.

Sus fuerzas amenazaron con desfallecer, una punzada aguda ejerció presión en su pecho. Sin embargo, y sin perder un segundo más, se registró en la entrada principal y se dirigió hacia la edificación gubernamental.

«Por los ancestros, que no se trate del señor Jeir», la angustia se apoderaba de su ser mientras se acercaba al edificio.

—¡Señor Oult! —vociferó Virav, corriendo hacia el aludido—. ¡¿Qué sucedió?! Hay soldados en todos lados y-

Con un semblante sombrío y una voz temblorosa, Oult interrumpió las palabras del joven.

Haremai, Virav. El Leier Makai falleció hace un par de etapas —reveló con tono frágil—. Su salud se deterioró mucho en estos días, fue casi inesperado.

El mundo pareció detenerse para Virav.

Un silencio abrumador llenó el espacio mientras él luchaba por asimilar la cruel realidad que acababa de recibir. Sus piernas, incapaces de sostenerlo, flaquearon y lo dejaron caer al suelo en un instante. El dolor se hizo tangible, como un puñal clavado en su pecho. La sensación de vacío y desesperación se apoderó de él.

¿Cómo podía el destino ser tan implacable y arrebatar a alguien tan valioso en un parpadeo?

No era un mal sueño del que pudiera despertar. Era la cruda y dolorosa realidad que debía enfrentar.

Whakapau kaha, joven Virav. —Oult le dio unas suaves palmadas en la espalda antes de retirarse.

Mientras permanecía en el suelo, sentía cómo su alrededor se desvanecía.

Estaba paralizado. Era incapaz de apartar la mirada de la escena que se desenvolvía frente a él. Los soldados se movían de un lado a otro, en una escena tétrica y coordinada, junto al sanador encargado. No muy lejos de donde se localizaba, alcanzó a percibir el cuerpo oculto bajo mantas tejidas con ramas de quel'kara, como símbolo de respeto y honor, en despedida de un mandatario.

Un escalofrío recorrió su espina dorsal y su pecho se oprimió. Era una intensidad que rivalizaba con sus sangrientos sueños.

—Virav, no deberías estar aquí —susurró Khel, acercándose a él y ofreciéndole apoyo para enderezarse.

El nombrado luchó por contener las lágrimas que amenazaban con desbordarse y se aferró al consejero, colocándose de pie.

—Señor Khel, ¿es cierto que el Leier Makai...? —balbuceó Virav.

—Sí. —Khel asintió, posando una mano en el hombro y dejándole caricias—. . ¿Por qué no vas a descansar a una posada por ahora? Ya que te encuentras aquí, prepárate para la ceremonia. Te esperaré en el Campo Principal a la primera etapa del atardecer.

Virav no supo de dónde sacó fuerzas para obedecer, pero lo consiguió. Se refugió en una posada cercana.

La ducha que tomó no alivió su dolor por la pérdida de su mentor.

El anhelo con el que había emprendido el viaje hasta Maa se advertía eclipsado por la tristeza, recordándole que su amado mentor ya no estaría allí para guiarlo y aconsejarlo. Su corazón parecía sumergirse en las profundidades de un océano de desolación, sin una costa segura a la que aferrarse. La memoria le jugaba malas pasadas, trayéndole imágenes vívidas del primer día en que llegó a esas tierras.

"¡Seremos grandes amigos, pequeño!", fueron las primeras palabras que Jeir articuló cuando su padre lo dejó bajo su cargo.

Y ahora, lo había perdido.

Virav presionó los párpados, sabía que tenía que seguir adelante, enfrentar la realidad y honrar el legado de su mentor.

La Ceremonia Fúnebre era el último acto de despedida.

Salió de la posada y avanzó a pasos reservados. Cuando llegó a su destino, se acercó a Khel con la cabeza agachada, quien lo recibió con una mirada compasiva.

—Gracias por venir, Virav. Ten. —Le extendió una misiva cerrada con semblante sereno, ocultando el dolor que también cargaba en su corazón—. El señor Jeir lo dejó para ti.

Virav aceptó la carta, era un adiós que preservaba su conexión.

Pronto, un soldado lo guio a las primeras filas de las gradas, esas que estaban destinadas a la familia del difunto. Aunque estaba rodeado de cientos de personas, la sensación de soledad persistía. Era la misma que lo había abrazado el día en que despertó sin conocimiento del mundo, la misma que lo perseguía noche tras noche en sus feroces pesadillas.

Khel inició el tributo a su mentor.

El silencio se apoderó del lugar, una calma tensa que parecía contener la respiración colectiva de los presentes.

Luego, cuando llegó el turno, las notas del réquiem se elevaron en el aire:

«Elevamos nuestras voces al éter,

en memoria de los nuestros.

Quienes con honor y valor velaron día y noche,

por el bienestar de su pueblo.

Ellos fueron la luz en la oscuridad del sendero.

Los guardianes incansables,

intercediendo por nosotros sin descanso.

Ahora elevamos nuestras súplicas al firmamento

que atestiguó su inquebrantable servicio

para que, entre los astros, sean recibidos

con el honor y valor tal con que aquí vivieron».

Al finalizar, la atención de Virav se desvió a la misiva que sostenía desde que le fue entregada y, sin esperar mucho más, la abrió. Distinguió, con asombro y tristeza, la letra tan familiar y elegante de Jeir.

Tenía que hacerlo.

Su corazón se negaba a aceptar un adiós, pero mientras más tiempo pasara, más doloroso resultaría.

Retuvo aire en sus pulmones y la leyó para sí mismo:

«Apreciado vorel, la Existencia nos da momentos inolvidables: tú eres uno de ellos.

Las personas importantes dejan una huella eterna en nuestra esencia, es uno de los motivos primordiales por el que, cuando esta se marcha para reunirse con sus ancestros más allá de este plano, en el Otro Lado de la Existencia, nos hiere el alma. Debido a que los lazos y conexiones que creamos con otros son sentimientos eternos, perderlos nos afecta de distintas maneras.

Aun así, no es un adiós definitivo.

Nos reuniremos de nuevo.

Los recuerdos y sentimientos perduran más allá de la muerte; recuérdalo.

Vive la vida que deseas, siguiendo tu propio camino y sin arrepentimientos. Tus padres y yo, siempre querremos lo mejor para ti y estaremos orgullosos, sin importar lo que elijas. Lucha por la paz y la justicia, sin limitar tu potencial.

Sé una luz para los demás, como lo fuiste para mí.

Con amor, Jeir Makai».

Cuando Virav guardó la carta, se percató de que la Ceremonia Fúnebre concluyó y sus ojos habían derramado tantas lágrimas que ya no quedaban más.

Con un suspiro esporádico, se puso de pie y pasó los dorsos de las manos por sus mejillas pegajosas.

Una vez que se despidió de Khel, se destinó al Jardín de las Almas en donde yacía el cuerpo de su preciado mentor, junto a cientos de miles de Aisures que ya habían partido. Se acercó a la haelistrun —una lápida grabada con Ha—, se arrodilló y, con sumo esfuerzo, logró esbozar una leve mueca cuando notó que fue sepultado junto a su unión e hijo.

Las palabras luchaban por encontrar su voz, entrecortadas por los sollozos que sacudían su cuerpo.

—No imaginé que venir aquí implicaría una despedida —sollozó y apretó los labios durante breves segundos—. No hay textos que enseñen lo que se debe sentir o decir en estas situaciones. Supongo que no ya sufre al Otro Lado de la Existencia, señor Jeir. Sé que estará con su familia, pero no se olvide de mí y visíteme de vez en cuando.

»Kihoi es más cálido de lo que pensé. —Una amarga risa escapó de su garganta—. Las cosas valiosas requieren sacrificios y debo esforzarme para dejar un legado como el suyo. Gracias por todo, señor Jeir. Que Manaia lo acompañe.

El viento envolvió a Virav en un abrazo frío, pero reconfortante. Una vez calmado, aproximó su rostro y una mano a la haelistrun, sintiendo el gélido tacto del mineral de ethernova bajo sus dedos temblorosos.

Sin más demora, efectuó el hongi.

Permaneció arrodillado, perdido en sus pensamientos y recuerdos, permitiéndose llorar y desahogar su pesar.

El dolor de la despedida que su alma jamás deseó, se entrelazaba con la tristeza profunda y la sensación de abandono. A pesar de que la Existencia misma dictaba que la vida y la muerte eran partes inevitables de la existencia humana, su Ha se negaba a aceptar tal verdad.

Se colocó de pie, efectuó una última reverencia.

Cuando dio media vuelta para retirarse, se topó con Khrizira, que sostenía un pequeño arreglo floral.

—Me gustaría decir que es una coincidencia encontrarnos aquí, aunque sabemos que sería mentira —dijo ella con un delgado hilo de voz—. Zinara koria, Vir.

En una respuesta inevitable, el llanto brotó de los dos jóvenes que compartían un profundo apego por el hombre que ya no volverían a ver. Tal como las últimas palabras de Khrizira, compartían ese dolor. Se fundieron en un abrazo que traspasaba las palabras.

Tras calmarse, se separaron.

—Qué los ancestros te cuiden, Khriz.

Una vez que Virav desapareció de su campo de visión, la joven Cedyr se ubicó a un costado de la haelistrun que marcaba la ausencia de Jeir Makai.

—Me mintió, rompió su promesa —musitó en un reproche—. ¿Qué se supone que haré sin usted aquí? ¿Cómo me defenderé de los abusos de Khel? Regrese a este Lado de la Existencia, por favor. No me abandone. Aún no me disculpé...

—Eso sería egoísta, Irog. —La voz profunda de Zaothir apaciguó la inquietud ajena.

—Puedo permitirme serlo, ¿verdad?

—Supongo.

Khrizira soltó una amarga carcajada en lo que se colocaba de pie, sacudiendo sus ropas. Sin esperarlo más, Zaothir le colocó una mano en el hombro y la atrajo hacia él.

Āmihe, Zao —dijo, correspondiéndole.

Al separarse, marcharon hasta arribar a la residencia de la joven, en donde el mayor se despidió con un sutil gesto de manos y ella con una forzada mueca. Entonces, una vez que cruzó el umbral de su hogar, se acostó boca abajo en la cama. La incertidumbre sobre su futuro sin su protector legal la asaltó: ¿Quién cuidaría de ella ahora? ¿Debería huir?

Un golpeteo interrumpió su ensimismamiento.

El corazón de Khrizira latió desbocado al reconocer una presencia: Khel estaba allí. Oculta, observó por el orificio de la puerta —forjado por Makai para su seguridad— y vio no sólo se trataba del reciente Leier interino, sino también a la Guardián del Tiempo y la Emperatriz Cedyr. Abrió la puerta con reserva y, con una ligera reverencia, saludó a los visitantes.

Ki ora. Señorita Cedyr, ¿serías tan amable de acompañarnos a Oge? —La voz melódica de Nyree llenó el espacio.

Ki ora... —Khrizira la admiró por unos segundos y luego se fijó en el jerarca—. Mmm, ¿por qué?

—Te facilitaremos los detalles en el camino —intervino la Emperatriz.

—No hagas esperar a su Alteza, ve —ordenó Khel, autoritario.

Tanto Nyree como Dharani le dieron un vistazo fugaz al Leier interino.

Khrizira no demoró en alistarse. Siguió a Khel y las distinguidas damas hasta las afueras de Saoge. Entonces, el hombre le entregó una autorización que le permitía viajar con libertad, recordándole la importancia de mantenerlo informado. Agradecida, aceptó el documento.

En la estación especial, la silueta del artefacto, adornado con intrincados detalles arquitectónicos, se alzaba majestuoso ante ellos.

—Gracias por su colaboración, Leier Khel. Estaremos en contacto —pronunció la soberana.

El líder se despidió con una reverencia.

La Emperatriz subió a bordo, seguida de una dudosa Khrizira y luego Nyree. El interior, un espectáculo de lujo con paredes decoradas y aromas exóticos, las recibió. Acomodadas en la cabina, Dharani hizo un gesto discreto hacia su oído derecho.

La Guardián golpeó la superficie metálica con el cetro que portaba, generando una vibración en los alrededores. Un halo de Ha se desplegó a su alrededor, envolviéndolas en un sello invisible. Por su parte, Khrizira parpadeó con perplejidad, su respiración entrecortada por la inesperada experiencia. Acto seguido, se fijó en la Emperatriz.

El artefacto especial se puso en marcha, deslizándose por los rieles hacia su destino.

—¿Hice algo malo? —preguntó, ansiosa—. ¿Mis padres dejaron deudas en Oge?

—No, querida. Es por un motivo diferente —respondió Nyree, compasiva—. Hace unos días te extendieron una invitación para ser parte de una organización, ¿verdad?

Khrizira entrecerró los párpados; no respondió.

—Esa organización es conocida como Árbol de la Oscuridad —reveló la Guardián con mesura—. Confío en que no expondrás a las tierras a peligros ni traicionarás al Consejo. Te creo, Khrizira —continuó, dejando el cetro reposar en su regazo y trasladando una mano a su pecho—. Confió en lo que le expusiste al Consejo tres ciclos atrás. Sé que no estuviste sola en el lago Ranhi y también que eres capaz de alcanzar grandes hazañas si te lo propones.

La mencionada arqueó una ceja con sutileza, pellizcándose las manos.

—¿Lo hace? —inquirió la joven Cedyr con un deje sarcástico. Acto seguido, soltó una burlesca risotada—. ¿Por qué ahora sí confía en mí? ¿Qué fue lo que cambió?

—Nada. —Nyree se mantuvo inmutable—. No vi al hombre del que hablabas, únicamente te vi sana y salva. Pero presencié la muerte del sujeto que intentó dañarte. Así que, es evidente: no estuviste sola.

Khrizira apretó los labios. Las palabras de Nyree desafiaban su desconfianza, mas aún tenía dudas y sospechas.

—La monarquía de Oge te encomienda una misión, jovencita Cedyr —declaró Dharani con seriedad—. Cubriremos tus gastos y formación, más una remuneración de cinco hionfars mensuales. ¿Aceptas?

Esa mención hizo que el corazón de Khrizira diera un vuelco en su pecho. Era una suma considerable, suficiente para asegurar su sustento y proporcionarle estabilidad económica. Ganaría lo mismo que un Leier.

—Por muy tentador que suene, sigo siendo menor de edad —resaltó—. Y mi tutor legal ahora es Khel, no creo que me dé permiso.

Khrizira notó el gesto de búsqueda de apoyo en la mirada de la Emperatriz Dharani. Por otro lado, Nyree, consciente de la angustia que embargaba a la joven, colocó una mano reconfortante sobre las suyas. El contacto transmitía calidez y empatía. Un apretón significativo selló la promesa de que las cosas cambiarían.

—Ojalá hubiera estado antes para ti —dijo la Guardián, con sinceridad—. Pero ya no tendrás que pasar por eso nunca más. Ahora estarás a salvo, confía en mí. Estarás bajo nuestra custodia, Khrizira. Nadie te colocará un mísero dedo encima, te lo prometo.

Las lágrimas se acumularon en Khrizira. Sus mejillas se tiñeron de un tono carmesí. Su respiración entrecortada apenas le permitía articular sus palabras. Entretanto, la Emperatriz Cedyr reiteró la mirada inquisitiva en Nyree con discreción, quien suspiró con resignación y se inclinó un poco más hacia la joven.

La joven inhaló hondo y observó la mirada cian característica de los Tsarki. Nyree le ofrecía un nuevo camino, un futuro diferente. Pero la duda persistía: ¿cómo se vinculaba su pasado con la organización de Zaothir y la información que ahora debía revelar?

¿Su colaboración con la Emperatriz era su mayor contribución, a pesar del riesgo?

Si estaba bajo la protección de la monarquía más poderosa del mundo y de la Guardián Nyree, nadie se atrevería a atacarla.

—Si cumplen con lo que prometen... —pronunció Khrizira con voz trémula—, cuenten conmigo. ¿Qué es lo que precisan saber?

—Platicaremos de eso en otra ocasión. Es mejor si descansas por ahora —dijo la Emperatriz Cedyr, curvando los labios en un gesto amigable—. Lo necesitas.

Khrizira se sumergió en el viaje, absorbida por los paisajes de su tierra natal, que nunca pensó volver a pisar.

Gran Nación Tiempo, tierras sagradas de Oge.

La Emperatriz caminaba con elegancia por las transitadas calles de la Gran Nación que gobernaba. A su paso, los ciudadanos la saludaban con deferencia. A pesar del cansancio acumulado, su rostro irradiaba una expresión afable. Mientras caminaban, las luces de la Gran Nación guiaban el camino hasta el castillo que se erguía en medio de aquel dominio.

—¿Cenarás con nosotros esta noche, Ny?

—Temo que no será posible, Majestad —lamentó ella con cierta resignación—. Drish requiere de mi presencia para entrevistar a Zaothir Kane.

—¿Kane? —Dharani permitió que un indicio de preocupación se manifestara en su ceño, aunque de forma tenue.

Recordaba esa casta. Fue un caso inusual que conmocionó a toda su Nación: Haoth había violado a una mujer con la que tuvo dos hijos, cuyos cuerpos no fueron encontrados. Algunos rumores indicaban que Farbe los enterró vivos con tal de que aquel sujeto no la abandonara. Sin embargo, nadie sabía lo que sucedió con exactitud; ni siquiera Nyree.

—Drish dice que hay detalles que no coinciden con sus archivos, quiere asegurarse de su autenticidad —aseguró la Guardián, sacando a Dharani de su ensimismamiento—. Todos los demás miembros están ocupados y prefiero ir en su lugar para que usted descanse y se quede con sus hijos.

La entrada al majestuoso castillo de la casta Cedyr se erguía esplendorosa ante ellas, con sus puertas de madera maciza de fael'shara y altos muros de ondárea. La Emperatriz se detuvo en el umbral, clavando los luceros en su amiga.

—No soy la única que necesita pasar tiempo con su familia —comentó Dharani—. Aunque debo confesar que me sorprende que ese joven siga con vida. Como sea, te veré al amanecer, trata de descansar. Visitarás a Arjhan antes de regresar, ¿verdad?

—Como siempre.

Se despidieron con un gesto de cabeza y cada una siguió su camino bajo el manto de la noche.

A paso decidido, Nyree se dirigió hacia la sede principal del Consejo Supremo. El edificio se erguía esplendoroso, sus altas columnas de ecolith blanco que reflejaban las nubes, mientras que las banderas ondeaban en lo alto. Ingresó y se encaminó hasta el salón respectivo. Allí, el Jefe de Investigaciones se encontraba en compañía de dos jóvenes que vestían indumentarias sencillas y sin emblemas de alguna tierra en específico; tan sólo el símbolo de la alianza: pikorua.

Cuando ella se acercó, los cuatro tomaron asiento.

—Muchas gracias por asistir. Zaothir, el procedimiento es muy sencillo. Haré una serie de preguntas y deben ser honestos al responder —explicó Drishti, dirigiéndose al referido—. Si hay algo que no recuerden o de lo que no estén seguro, háganmelo saber con confianza, ¿de acuerdo?

—Supongo... —Zaothir se removió inquieto en el asiento.

—Bien. ¿Tu nombre completo es Zaothir Kane? —inquirió Drishti. Sus ojos escrutadores se posaron en el alusivo, buscando respuestas en sus gestos.

—Sí.

—No tenemos registro del nombre de tu hermano menor —dijo, detallando un par de hojas—. ¿Cómo se llama?

—Rosur. Rosur Kane —contestó el jovencito, alegre—. Papá me lo colocó por la Gran Nación Rosur en Argia.

—Ya veo... —Drishti asintió con calidez y volvió su atención al mayor—. ¿Cuáles son los nombres de sus padres?

Zaothir pasó saliva por su garganta antes de contestar:

—No los recuerdo en este momento, señor.

—¿Cuáles son sus tierras de origen?

—Oge.

—¿Durante cuánto tiempo vivieron aquí?

—Hasta que cumplí nueve lunas. —Los dedos de Zaothir se enterraron con ímpetu en la piel expuesta de sus brazos—. Ros tenía menos de seis meses.

Las páginas de los expedientes se deslizaban bajo los dedos de Drishti, mientras el sonido rasposo de las hojas resaltaba en el silencio.

—Tengo todos tus registros oficiales en mis manos. —Con gesto preciso, el Jefe deslizó una hoja hacia el mayor de los hermanos Kane. Su índice se posó sobre la información resaltada que planteaba una aparente incoherencia—. Acá se indica que te graduaste como aprendiz en la Gran Academia de Oge, mas me dices que hasta los nueve viviste en estas tierras.

»¿Cómo es posible si, además, nunca asististe a una clase académica? Ningún instructor te recuerda, ni siquiera tu casta.

—Ese hombre nos dejó una herencia, a mi hermano y a mí —contestó sin apartar la mirada del Jefe—. Con eso pudimos costear los estudios de la Gran Academia de Oge; desde casa —puntualizó—. Era lo más económico y accesible. La monarquía no se preocupó por ayudarnos.

Los miembros del Consejo percibieron hostilidad en esas últimas palabras.

—Ya veo... —Drishti abrió otro archivo—. Zaothir, también tengo entendido que sus padres los abandonaron hace ciclos, ¿eso es cierto?

—Algo así.

—Sé más específico —ordenó el Jefe Kieran.

Zaothir sintió cómo la tensión se apoderaba de su mandíbula y sus puños se cerraban con fuerza. En su interior, una mezcla de rabia, tristeza y frustración parecía agitarse sin cesar, luchando por encontrar una expresión adecuada.

—Él nos abandonó después que mamá murió —escupió con evidente desagrado—. Lo único bueno que nos dejó fue esa maldita herencia. Ros era muy pequeño, necesitábamos el dinero y la instrucción. Ningún Aisur llega lejos sin estudios. No recuerdo mucho de esa época y no es como si quisiera hacerlo de cualquier manera. ¿Qué más pretende que le diga?

—Lo sabemos, pero esto es muy importante. ¿Recuerdas a dónde fueron después de que eso pasara? —intervino Nyree, apacible.

Zaothir desvió su atención hacia la mujer, atisbando esa cálida mirada que, en raras ocasiones, su padre solía ofrecerle.

—Nos abandonó a las afueras del Bosque Gemura —contestó, fijándose en los archivos frente a él—. Prometió que regresaría por nosotros; no lo hizo. Un hombre nos guio hacia el interior; nos cuidó por un tiempo hasta que papá decidió que lo mejor sería criarnos fuera de Oge por la situación que existía en torno a mamá.

—¿Conocías al hombre que los ayudó?

Zaothir negó despacio y, con rapidez, añadió:

—Aunque lo vi un par de veces después de eso —recordó—. Creo que es un espíritu del bosque que quiso ayudarnos. Papá dice que los orbes se manifiestan y guían nuestro Ha a través de la oscuridad. Además, me relató una de las historias que en Oge se cuentan respecto al Bosque Gemura.

Nyree y Drishti se proporcionaron una rápida ojeada.

—¿Recuerdas la apariencia de este "espíritu"? —curioseó Drishti.

—Únicamente que tenía cabello blanco —manifestó el joven, desviando la atención al suelo.

—Gracias por el tiempo ofrecido —pronunció la Guardián y luego observó a Rosur—. Regresen a casa y descansen.

El aludido se levantó con cierto recelo, tomó la mano de Rosur. Se retiraron con una respectiva reverencia. Luego, Drishti se recostó de la silla, fijando la mirada en el techo mientras reflexionaba sobre las palabras expuestas.

—¿Notaste la forma en la que se refirió a su padre?

—Los abandonó, Drish.

—Después se refirió a él como "papá", ¿por qué?

—Conozco a alguien que hace lo mismo y lo estoy viendo justo ahora —dijo Nyree con tono divertido—. Es joven, aún no sabe canalizar sus emociones.

—Lo sé —susurró con una mueca, recogiendo los documentos extendidos en la superficie de resinova—. Pero también me intriga que no recuerde el nombre de sus padres.

—Drish...

—Vale, lo dejo —cedió, alzando las manos—. Por cierto, Ny, ¿recuerdas cuando me preguntaste si creía que existiese una mínima posibilidad de que, en los bosques del mundo, se efectúen apariciones espirituales?

—Cómo olvidarlo, asumiste que perdí la cordura —contestó ella, riendo—. ¿Las palabras de Zaothir te han hecho reconsiderarlo?

—Ha despertado mi interés. Sigo siendo escéptico, pero, con este, tenemos tres casos que no se relacionan de ninguna forma y que afirman que un hombre de cabellos blancos los ayudó.

—¿Tres? —Nyree ladeó la cabeza y enumeró—: Khrizira Cedyr en el lago Ranhi, Zaothir Kane en el Bosque Gemura, ¿quién es el tercero?

—Alraksh Narak en el Gran Bosque Azir —mencionó el Jefe, convencido—. ¿Y si es posible que, de algún modo u otro, las zonas boscosas estén conectadas con el Otro Lado de la Existencia? A lo mejor no se trate, únicamente, de una de las antiguas creencias de Oge.

—Nunca subestimes la esencia misma del Ha —dijo Nyree—. Hay fuerzas que escapan a nuestra comprensión y que pueden manifestarse de formas sorprendentes. La conexión entre los bosques y los espíritus ancestrales ha sido una creencia arraigada en numerosas culturas a lo largo de los tiempos.

Los maoríes sostenían ese dogma; ellos lo preservaban.

La carta de Makai es más larga, por lo menos el triple de lo que acá les dejo. Me dolió acortarla, pero ni modo :u

¡Muchas gracias por apoyar y leer!

Zinara koria: Es una frase de condolencia entre dos personas que han perdido a alguien que significaba lo mismo para ambos. «Lágrimas compartidas».

Haelistrun: Es una lápida conmemorativa. Hecha de un mineral especial que graba con Ha los nombres de los fallecidos.

Āmihe: «Gracias».

Hionfar: Moneda del más alto valor comercial.

Haremai: Bienvenido.

Vorel: Forma cariñosa de llamar a «hijo/a». También puede traducirse como «mi niño/a».

Whakapau kaha : Se usa para alentar a alguien a ser valiente.

Continue Reading

You'll Also Like

6.2K 838 65
De pequeño Joshua quería ser pastor de la iglesia, al igual que su padre, tal vez un teólogo o misionero, también le apasionaba las enseñanzas, así q...
34K 2.2K 9
TANDA ABIERTA ¡Hey! ¿Buscas una portada profesional? ¡Estas en el sitio correcto! Nosotras haremos que ames tu portada! Entra y haz tu pedido Atte. E...
61.5K 5.3K 35
31 cartas... ya que esa es la cantidad de días que estuvimos juntos
47.6K 6.6K 45
toda mi clase y yo fuimos transportados a todo un mundo de fantasía lleno de magia y poderes, todo para vencer al Rey demonio. ¿¡Porqué debo pelear p...