|Capítulo 3: Retorno a Kihoi|

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El Ha es el aliento de vida, la base misma de la Existencia

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El Ha es el aliento de vida, la base misma de la Existencia. Por desgracia, fue otorgado a la humanidad en sus albores más remotos.

 Por desgracia, fue otorgado a la humanidad en sus albores más remotos

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Región Vikeesh, tierras de Kihoi.

El fresco aroma de la hierba creciente y la fragancia que los capullos silvestres desprendía, se entrelazaban en los sentidos de Virav Tsarki. Los rayos refulgentes del sol en su cenit se filtraban entre las ramas de los colosos arbóreos de zyr'andor y aran'thul.

Virav aguardaba en la estación del Artefacto Especial, ubicada en las afueras de Kihoi.

Sus dedos entrelazados se crispaban en lo que contemplaba el horizonte celeste, mientras su corazón latía a un ritmo desenfrenado. Minutos posteriores, se paseó de un extremo a otro por los alrededores, como si sus pasos fueran capaces de acelerar la llegada de Arjhan y Saroj.

Pasaron más de cinco ciclos lunares desde la última vez que estuvo en su tierra natal, el anhelo de ese breve regreso se entrelazaba con la esperanza de que sus pesadillas se apaciguaran o desaparecieran en totalidad. Además, deseaba desenterrar esa pieza que parecía faltar en lo más profundo de su ser, a la vez, su mente se colmaba de dudas e inquietudes sobre cómo se adaptaría allí.

Un vaho de aliento brotó de su garganta y volvió a situarse en la banca, permitiendo que Rhunnad se le subiera al regazo.

Todo parecía reducirse a una amalgama de posibilidades inciertas.

Al menos, existía consuelo en el pequeño rayo de esperanza que chispeaba en su pecho, indicándole que tal vez, y sólo tal vez, los acontecimientos podrían resultar como anhelaba. Ese pensamiento le brindaba cierto alivio y evitaba que se sintiera tan frustrado como temía.

A fin de cuentas, estaría con su familia, tal como había ansiado.

—Todo será diferente ahora que estamos aquí, ¿verdad, Rhunnad? —dijo, acariciando el pelaje del calar.

Yar —respondió este con un habitual cántico, admirándolo con sus pupilas verdosas.

Virav lo acicaló por debajo de las orejas peludas y puntiagudas. Rhunnad era más que su compañero, se convirtió en su refugio y consuelo durante las noches solitarias en la residencia de Maa. Le encantaba acurrucarse sobre el pecho de Virav, emitiendo un suave cántico, o jugaba con los mechones de cabello cuando el aburrimiento se apoderaba de él. A veces, incluso le obsequiaba flores o plumas, que el joven atesoraba con cariño.

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