Volver a Nacer

بواسطة Isabelavargas_34

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Carolina huye de sí misma y del mundo que le rodea; así es como termina viviendo en unos de los barrios más p... المزيد

Advertencia.
1 Carolina No mires atrás.
2- Carolina (Hogar)
3 La historia de Abu
4 Jasón (Contenido +21)
5 (Carolina)
6 Jasón
7- Carolina
8 Jason
9-Carolina
10- Jason
11- Carolina
Capítulo 12 Carolina
Capítulo 13 Carolina
Capítulo 14 Jason
Capítulo 15 Carolina
Capítulo 16 Jason
Capítulo 17 Carolina
Capítulo 18 Matt
Capítulo 19 Jason
Capítulo 20 Carolina
Capítulo 21 Jason
Capítulo 23 Jason
Capítulo 24 Carolina

Capítulo 22 Carolina

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بواسطة Isabelavargas_34

Me estaba ahogando. La asfixia se instaló en lo más profundo de la garganta y un vacío inmenso se expandió por toda mi alma. Mi cuerpo empezó a temblar. Mis ojos no se apartaron de los de ella, de Úrsula. Estaba allí.

Dios, ayúdame... Ayúdame, por favor. ¿Cómo me había encontrado? ¿Me voy corriendo o me quedo? Millones de preguntas se cruzaban por mi mente. Mi cuerpo se paralizó del miedo: no era consciente de todo lo que estaba ocurriendo a mi alrededor. Úrsula se acercó a mí para mirarme fijamente, pero yo estaba perdida en un vacío tan grande que no pude mantenerle la mirada. Noté la mano de Jason agarrando mi cintura y tirando de mí hacia atrás. Levanté la mirada y vi que Úrsula caía al suelo de culo, haciendo un gesto de dolor.

—¡No la toques, puta! –amenazó Jason, situándose entre Úrsula y yo.

El miedo se caló de forma invisible en cada víscera de mi cuerpo. Miré alrededor y observé que los policías enmanillaban a Abu. Algo en mi interior se estaba destruyendo... En un momento, la oscuridad se cruzó por mi vida para enseñarme que la luz no dura para siempre. El Sol necesita descansar para que la Luna salga, y yo estaba perdiendo mi luz; mejor dicho, lo estaba perdiendo todo. Estallé en un llanto desgarrador que carraspeó mi garganta. Jason se giró y me cogió las manos, asustado por mi llanto.

—Pequeña... Tranquila. Lo arreglaré.

Mis ojos recorrieron mi alrededor en un segundo. Vi a Abu, suplicándome con la mirada que no me rindiera; a Matt, increíblemente asustado; y a Alex, que miraba a Cristina, decepcionado. Sin duda, parecía que algo tenía que haber hecho Cristina para que Alex la mirara de esa forma.

Una voz serena en mi cabeza me repetía que era el momento de volver con ella, que tenía que dar gracias al universo o a Dios por el regalo de estar todo este tiempo con ellos. Quise verlo, pues, como un regalo del tiempo. Son destellos de luz, momentos de paz que la vida te da para volverte al campo de guerra que representa la vida diaria. Son sueños que intentas alcanzar, de los cuales solo uno consigue cruzar la meta; y estaba claro que yo no había llegado a cruzarla.

—Por favor, corre. ¡Lárgate de aquí! –me suplicó Jason.

—No voy a permitirle que destroce vuestras vidas también.

—No vas a irte con ella... –dijo mientras me cogía los brazos con fuerza–. Carolina, reacciona, por favor...

Traté de quitármelo de encima, pero él me agarró con más fuerza. Mi cuerpo temblaba de miedo.

—Es la hora, Jason –repliqué casi sin voz–. Los dos sabemos que ella no parará...

—Cállate –me ordenó.

En unos segundos, un par de policías redujeron a Jason y le pusieron la cara contra el suelo:

—Mierda, Carolina. Voy a ir a buscarte. No te rindas, pequeña...

La policía me aparto de él y me llevó junto a Úrsula, quien se levantó del suelo limpiándose su falda perfectamente planchada. Empezamos a caminar uno al lado de la otra hasta llegar a Abu. En ese momento, mi cuerpo empezó a experimentar una sensación de vacío absoluto.

—Hija... –susurró Abu.

Esas cuatro letras rompieron lo poco que quedaba dentro de mí. No sé si vosotros creéis en las almas, pero yo creo que la mía está maldita. Me sentí tan perdida en ese momento... Era como si mi cuerpo se rindiera al miedo. No quise –ni pude– mirarle a los ojos, no tenía el valor suficiente para enfrentarme a Abu. Sentir el calor de su mirada me haría replanteármelo todo. Necesitaba hundirme en mi realidad, y en ese momento mi realidad era Úrsula. Sabía que, si cruzaba los ojos con ella, no lo soportaría: tenía que destruir cada trozo de esperanza.

—Hija. Mírame, por favor... Mira a tu alrededor y date cuenta de que sí vale la pena, por favor...

Me giré lentamente hacia Abu. Ella fijó sus ojos sobre los míos. Tenía una mirada profundamente tierna.

—Lo siento. No puedo cuidar de ellos, Abu... –dije con un hilo de voz.

Úrsula estiró su mano hacia mí y me giró la mejilla con su pulgar. El contacto de sus dedos en mi piel me produjo escalofríos en cada terminación nerviosa de mi cuerpo. Hay caricias que producen miedo, y esa era una de ellas. No respiré, no me moví. Mi corazón latía con fuerza para resistir aquella situación. Deseaba hablar, pero las palabras se quedaban clavadas en medio de mi garganta. El miedo que ella ejercía sobre mí hacía que mis ojos se llenaran de lágrimas. Deseaba con todas mis fuerzas salir de allí, pero mi mente bloqueó mi cuerpo de tal forma que me había dejado paralizada.

Estaba temblando cuando noté su aliento cerca de mí, mientras sus dedos seguían acariciándome las mejillas de esa forma tan perversa:

—Sra. Ricci... –susurró Úrsula–. No se preocupe: cuando llegue a su habitación, le espera uno de esos cuchillos que tanto le gustan –se separó de mi oído y fijó sus ojos en los míos a la vez que me dedicaba una sonrisa–. Dios nos espera a todos entre sus brazos, y sabe bien quién necesita purificar su alma. Él lo liberará de todo mal, no se preocupe.

Me puse a llorar. Apreté los nudillos con tanta fuerza que me dolían los dedos.

—¿Ha visto lo que ha hecho? Miré a su alrededor, señorita.

Miré a mi alrededor y vi que la policía levantaba a Jason del suelo, enmanillado; la triste mirada de Alex discutiendo con Cristina; Matt intentando razonar con la policía de una forma desesperada; y, Abu... Mi querida y adorable Abu estaba llamando a Jason a gritos para que fuera a buscar a Rafael. Simultáneamente, seguía suplicándome que todo tenía solución y que debía confiar en ella y en ellos, pero no era verdad. No había solución a ese desastre. No solo había jodido mi vida, sino que también había jodido la de una familia que me había querido y protegido en todo momento. Cada día sin excepción, desde que había llegado a ese barrio que se había convertido en mi lugar favorito. Acabé destruyéndoles a ellos... Ellos solo me ofrecieron amor, y yo les devolví desgracia.

Me giré hacia Úrsula. Me obligó a mirarla a los ojos:

—Usted es todo el mal que hay en este mundo. No vale nada, Sra. Ricci –dijo en un tono suave y dulce–. Solo produce destrucción a su alrededor. Mire: ha destruido una familia entera solo por su capricho de no querer ver la realidad –afirmó.

—Lo sé... Por favor, ya basta... –supliqué entre sollozos.

—No la escuches, Carolina... Recuerda: tú y yo siempre –gritó Jason a pleno pulmón.

Úrsula acarició el brazo donde tenía todas las cicatrices:

—¿Lo sabe? ¿Y no hace nada para terminar con el dolor que causa? –dijo mientras apretaba con fuerza la primera cicatriz–. Solo Dios puede reconducirla, Sra. Ricci. ¿Cree de verdad que solo con penitencia puede demostrar que está arrepentida?

Todos tenemos en nuestra vida a una némesis, y para mí esa es Úrsula. Con ella tenía una batalla entre lo bueno y lo malo, entre la tesis y la antítesis; o, mejor dicho, una relación de amor y esclavitud. ¿Cuál de las dos acabaría con la otra?

Recordad estas palabras: nadie existe en abstracto. En una relación de desigualdad como fue la mía con Úrsula, aprendí que todo carecía de sentido. Las luchas agotan y consumen tanto al esclavo, que acaba cansándose de serlo. Así pues, el esclavo acabará por revelarse, y establecerá una dinámica rebelde. Al final, nadie se sentirá cómodo en una relación donde solo te humillan y quieren destruirte. El esclavo iniciará una lucha de vida o muerte hasta liberarse, y terminará entendiendo que depende de uno mismo salir de ese círculo.

—Úrsula –la miré fijamente a los ojos.

—Dime –sonrió.

—Que te jodan.

La empujé con todas mis fuerzas y salí corriendo. Me cansé de ser la esclava dominada por su amo. Mientras corría, capté la sonrisa de Abu y me dio fuerzas para correr más rápido. Vi a un policía que venía hacia mí, pero Matt le hizo una zancadilla a uno para impedir que me alcanzara.

—¡Upps, perdón! –escuché decir a Matt mientras me guiñaba un ojo.

—¡No dejéis que se escape! –gritó Úrsula.

Pasé cerca de Jason y vi que intentaba con todas sus fuerzas escapar del agarre de los policías:

—¡Corre! Pequeña, no dejes que te atrapen.

Jason empujaba con su cuerpo a los dos agentes para que estuvieran ocupados con él. Yo corrí, corrí con tantas ganas que pensé que el corazón me iba a salir del pecho. Me sentí liberada de estar intentándolo, notaba la adrenalina por todo mi cuerpo. Me llenaba de ganas de vivir, de intentar ser libre. Que palabra más bonita, ¿verdad? Intentar ser libre cuando no deberíamos intentarlo, sino serlo sin más.

Sentí los pasos de un par de policías detrás de mí, pero me concentré en correr. Miré al final del callejón donde estaban Alex y Cristina discutiendo. Alex me señaló hacia su derecha: fui directa hasta que noté una mano que agarraba mi sudadera y tiraba de mí hacia atrás. Me caí de espaldas al suelo y me giré:

—¡Cristina! ¿Qué haces? –la voz de Alex resonó en mi cabeza.

Noté el dolor en el centro de mi espalda. Abrí los ojos, pero ya era demasiado tarde. Uno de los policías me había alcanzado. Me levantó de golpe del suelo, cogiéndome con brutalidad del brazo. Levanté la mirada con la cara enrojecida por la falta de aire y la dificultad al respirar.

—Me quitaste lo que era mío, ¡puta! –exclamó Cristina mientras me escupía en la cara.

En el mundo te encuentras con personas buenas y malas. Cristina era una de las malas; de las muy malas. Esto estaba claro. Cerré los ojos un instante, hasta que mis lágrimas inundaron tanto mis ojos que tuve que abrirlos para dejarlas correr. No sabía cómo manejar todos los sentimientos que sentía en ese momento: odio, rabia, rencor, impotencia. Dicen que el ser humano solo es capaz de identificar un solo sentimiento, pero yo tenía que lidiar con tantas sensaciones que me consumían por dentro... Perdí la noción del tiempo hasta que sentí correr la saliva de Cristina por mis mejillas. Del asco, me limpié su saliva con la mano que tenía libre.

—¿Por qué? –le pregunté con rabia.

Esa era la gran pregunta, ¿no? ¿Por qué haría Cristina algo así? Mientras se secaban las lágrimas de mis mejillas, intenté mirar más allá de sus ojos, pero solo pude ver indiferencia. Tenía claro que ella había llamado a Úrsula, y estaba claro que no sentía culpa. Ella era la culpable de que volviera al orfanato... ¿Pero cómo lo supo? ¿Cómo sabía Cristina que yo no era sobrina de Abu, sino una niña del estado sin familia? Algo se me escapaba de las manos...

—Es lo justo. Me quitaste lo que era mío, y ahora te lo quito yo a ti –dijo con serenidad.

—Estás muy enferma, Cristina... –expresó Alex con desprecio–. Nunca pensé que serías capaz de hacer una cosa así. Si lo hubiera sabido...

Alex intentó acercarse a mí, pero el policía le empujó y le obligó a guardar distancia:

—Señor, no se acerque. Guarde la distancia correspondiente –puntualizó el policía.

—Lo siento mucho, Carolina –susurró Alex.

—¿Le contaste quién era en realidad? –le pregunté.

Le pregunté esperando un no por respuesta, deseaba con todas mis fuerzas que no fuera él quien me hubiera traicionado. Sentía una presión en el pecho, ese dolor intenso de cuando sabes la respuesta, pero no quieres escucharla. Estaba totalmente cansada emocionalmente. Respiré hondo un par de veces para controlar todas esas sensaciones, y le escuché:

—Yo... Lo siento mucho –dijo mientras bajaba la mirada.

—Alex... Confiaba en ti.

—Por favor, Carolina, perdóname. Perdóname... –suplicó–. Me prometió que nunca lo diría, que ya no le interesaba Jason y que estaba enamorada de mí –sus ojos se llenaron de lágrimas. Por favor... Yo... La cagué.

Miré a Cristina. Seguía allí de pie, junto a nosotros, con una sonrisa en sus labios. Parecía feliz por haberme hecho desaparecer de sus vidas. Sin embargo, ellos eran mi familia; con sus errores, defectos y todo lo oscuro que poseemos todos los seres humanos. Alex, Matt y Jason seguían siendo lo que más quería, junto a Abu. En cambio, Cristina no sabía lo que significaba la palabra amor. No podía saberlo si le decía a Alex que lo amaba, y seguidamente lo traicionaba. Y eso es así porque amor es cuando tienes el valor de dejar ir lo que amas porque junto a ti no será feliz. Lo dejas volar y alejarse de tu lado porque amas su libertad por mucho que te retuerzan las entrañas por dentro. Nunca habrá un acto de amor más grande en esta vida que el de alegrarse al ver feliz a alguien que has amado junto a otra persona. Así pues, estaba claro que Cristina era incapaz de amar.

—Tú no me has quitado nada, Cristina –me enfrenté–. Jason no te amaba, nunca te mintió. En cambio, Alex te ama y tú eres incapaz de amar a nadie. No sabes lo que significa esa palabra. Te queda grande Cristina, amar te queda demasiado grande –terminé.

Cristina me dio la espalda y se dirigió al portal de su casa. Me hubiera gustado decir que parecía sentir algún tipo de remordimiento tras mis palabras, pero no fue así. Al contrario: se alejó de forma altiva.

—Carolina... Por favor, perdóname –suplicó Alex por tercera vez.

—No fue culpa tuya, Alex. Confiaste en una alguien a quien amabas –contesté con toda sinceridad.

Aunque me costó, pude empatizar con Alex. Yo confiaba cien por cien en Jason, y le hubiera confiado un secreto de esa magnitud sin cuestionármelo. El amor y la confianza van cogidas de la mano: una sin la otra, no son nada. Lo que pasa es que a veces alguien de tu supuesto círculo de confianza no es de fiar, y se llega a estar tan ciego que no se ve más allá hasta que la traición se cruza por delante sin previo aviso.

No obstante, no podemos culpar a la gente que confía en su círculo más íntimo. Debemos culpar a los que son capaces de traicionar, a los que no son capaces de amar con todo su corazón. Nunca vi a Alex mirar a nadie como miraba a Cristina. Pude sentir su corazón roto latiendo en la palma de mi mano... Así que, por mucho que me duela hasta las entrañas, pude llegar a entender por qué le había contado mi secreto.

—Señorita, es hora de que regrese a su centro –me dijo el policía.

Con los ojos hinchados de tanto llorar, sonreí y acepté que ya no había escapatoria. Era hora de regresar junto a ella, junto a Úrsula. Sin embargo, esta vez tenía un motivo en la vida: tenía un hogar, una familia y una persona que me quería su lado. Así que resistiría, resistiría hasta poder largarme de allí otra vez y volver a estar con mi familia. 

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