Luna Nueva (Versión Vida y Mu...

By GioKyrie

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Beau ha pasado el mejor verano de su vida en compañía de su novia Edythe. Sin embargo, enamorarse de una vamp... More

Prefacio
Puntadas
El final
Tiempo
El despertar
Promesas rotas
Amigos
Repetición
Adrenalina
Mal Tercio
El Prado
La Secta
Secretos
El asesino
La manada
Bajo Presión
Rosalina
El visitante
El Funeral
Contra Tiempo
Volterra
La Sentencia
El regreso
Respuestas
Paciencia
Recuerdos
La votación
Epílogo: El Tratado
Agradecimientos
Aclaración

La fiesta

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By GioKyrie

Estaba bastante seguro de que estaba soñando.

La principal razón para pensarlo es que estaba de pie en un lugar en el que recibía los rayos del sol directamente, un sol intenso y cegador que jamás brillaba en mi actual hogar en Forks, Washington, donde siempre estaba nublado, llovía y hacía un frío del demonio. Y la segunda, porque tenía al frente a mi bisabuelo Marty, quien había muerto hace seis años. Definitivamente esto era una gran prueba de que estaba en un sueño.

El abuelo no había cambiado mucho, mi subconsciente lo representaba tal y como lo recordaba, con la piel suave, delgada y arrugada alrededor de sus ojos azules, y su mata de pelo blanco sobresaliendo como un algodón en su cabeza.

Ambos nos miramos sorprendidos y luego sonreímos al mismo tiempo, al parecer él tampoco esperaba verme. A pesar de saber que era un sueño, quise preguntarle muchas cosas. ¿Por qué había venido a verme? ¿Se había encontrado con la bisabuela? ¿Cómo estaba ella? Abrí la boca, pero él también lo hizo así que me detuve para que hablara primero. Él también pensó hacer lo mismo porque no dijo nada y los dos sonreímos tímidamente.

—¿Beau?

Mi abuelo y yo volvimos la cabeza hacia la voz que había dicho mi nombre, aunque yo no necesitaba ver a quién pertenecía para reconocerla, estaba seguro de que sería capaz de saber quién era despierto, dormido o incluso muerto, seguramente. La voz del ángel por la que estaría dispuesto a caminar sobre fuego, o siendo menos dramático, a vivir en medio de la neblina y lluvia el resto de mi vida.

Edythe.

Normalmente, lo único que sentía al verla era completa felicidad, pero en esta ocasión, y a pesar de tener el impulso de correr hacia ella y de saber qué no era más que un sueño, sentí una punzada de pánico en el estómago, porque ella caminaba sonriente hacia mí bajo la incesante luz del sol.

Quise avisarle que no estábamos solos, porque mi abuelo seguramente ignoraba que me había enamorado de una vampira, y yo no iba a saber cómo explicarle porque la piel de mi hermosa novia reflejaba los rayos de sol como si estuviera compuesta de miles de cristales de escarcha. Millones de diamantes por toda su piel, redirigiendo los rayos del sol hacia nosotros.

¿Por qué estaba ella aquí? La razón precisa por la que vivía en Forks era esa capa gruesa de nubes que tapaba los rayos solares durante la mayor parte del año, permitiéndole a ella y a su familia vampírica salir durante el día sin delatarse, como lo estaba haciendo ahora, que caminaba hacia mí sonriendo y con una mano extendida. Por una vez quise que leyera mi mente, mi grito silencioso de alerta, pero como siempre, yo era el único a quien no podía escuchar. Y generalmente me iba genial, pero no hoy, cuando tenía a mi abuelo tan cerca.

Lancé una mirada aterrada hacia él y supe que era demasiado tarde. Había pánico en sus ojos y me miraba como si no supiera qué hacer. Entonces Edythe, toda luz, toda sonrisa de hoyuelos perfectos llegó hasta mí y me rodeó la cintura con un brazo. Puse automáticamente el mío sobre sus hombros, un gesto ya natural para mí, pero no me olvidé del abuelo. Lo miré y me sorprendió su expresión, ya no parecía asustado, me recordó a un niño que acaban de pillar haciendo una travesura y espera su regaño. Además, tenía el brazo levantado, como si abrazara a alguien invisible.

Fue entonces cuando me percaté del marco dorado que lo rodeaba. Fruncí el ceño y el abuelo lo hizo también. Estiré hacia él la mano que tenía libre y él hizo lo mismo. Cuando nuestros dedos se tocaron, no sentí su piel, si no un frío cristal en medio. Supe de repente que esto no era un sueño, era más bien una horrible pesadilla, y que lo que tenía al frente no era mi abuelo Marty.

Mi reflejo horrorizado en el espejo seguía solo, aunque yo sentía a Edythe a mi lado. Ella se volvió para mirarme y poniéndose de puntillas acercó sus labios a la frágil y arrugada piel de mi mejilla, mientras decía en voz baja:

—Feliz cumpleaños, Beau.

Me desperté con una sacudida y me senté sobresaltado en la cama. La luz gris de la clásica mañana en Forks entraba por las persianas, débil, sustituyendo el brillante sol de mi pesadilla. Me pasé la mano por el pelo, tratando de calmarme y entonces vi el reloj digital en la mesita de noche. Gemí y volví a acostarme, esta vez boca abajo y tapándome la cabeza con la almohada como si quisiera ahogarme.

Era 13 de septiembre y había estado temiendo este día durante meses, acechando sobre el verano más perfecto que había tenido en mi vida. Para la mayoría de los muchachos de mi edad, cumplir dieciocho era todo un hito. Eras oficialmente un adulto, podías mudarte sin permiso de tus padres e ir a las excursiones escolares sin necesidad de que te firmaran un permiso. Aún no podías beber alcohol, pero era un avance. Para mí, sólo significaba que era mayor de lo que Edythe podría serlo jamás.

Me sentí ridículo cuando, mientras me lavaba los dientes en el baño, no pude evitar examinar mi rostro frente al espejo. ¿Qué esperaba encontrar? ¿Una arruga? ¿Canas? Sacudí la cabeza y dirigí mi mirada hacia cualquier otro sitio que no fuera mi preocupado rostro de dieciocho años. Era absurdo pensar que me convertiría en el abuelo, pero la idea estaba tomando forma. Edythe y yo planeábamos estar juntos para siempre, y si iba a ser así, mi pesadilla se cumpliría en algún momento.

El mal sueño me había quitado el hambre y no tenía ganas de fingir alegría por mis nuevos dieciocho años con Charlie, así que bajé lo más rápido que pude pero él siempre se levantaba antes que yo y no me quedó otra opción que poner una sonrisa incómoda mientras recibía los regalos que le había pedido que no me diera. El viaje al instituto se me hizo eterno, no lograba sacar la imagen del abuelo -no podía pensar en él como en mí mismo- de la cabeza. 

Sólo la visión de Edythe, con la espalda en su Volvo plateado en el estacionamiento, esperándome como siempre y viéndose como una diosa griega de la belleza, me causó un poco de alivio. Por supuesto que todos los vampiros eran hermosos, era parte de su naturaleza verse con la piel perfecta, siempre pálida, el cabello brillante y sus movimientos fluidos como si fueran bailarines del mejor ballet del mundo. Todo estaba diseñado para atraer a sus presas. Pero la sonrisa de Edythe era definitivamente lo más bello que podía existir en la Tierra. Después de casi medio año de estar juntos aun me vanagloriaba de mi buena suerte.

Su hermano Archie estaba junto a ella esperándome también. Claro que no era su hermano en el sentido estricto de la palabra, pero la doctora Carine Cullen y su esposo Earnest los habían adoptado, junto a Royal, Eleanor y Jessamine. Todos ellos compartiendo rasgos, como las ojeras violetas bajo sus ojos, o sus iris dorados, que para quienes sabíamos su secreto, los delataban.

Me bajé de mi camioneta y la cerré de un portazo, enviando una lluvia de óxido a mi alrededor. Caminé hacia ellos poniendo los ojos en blanco al notar que Archie llevaba en sus brazos un discreto paquete. Él se adelantó hacia mí, sonriendo extasiado.

—¡Yey! Es el día. ¿Qué vas a hacer primero? ¿Mudarte a un apartamento de soltero? ¿Unirte al ejército? ¿Comprar cigarrillos? — a veces resultaba un poco molesto interactuar con él, sabiendo que al igual que Edythe, también tenía un don. Este le permitía específicamente ver reacciones y consecuencias futuras, basadas en las decisiones.

—Cállate —espeté mirando a mi alrededor, lo que menos quería es que alguien más se enterara y lo usara de excusa para cualquier reunión, fiesta o celebración.

Su sonrisa siguió imperturbable mientras me extendía el paquete.

—¿Quieres abrir tu regalo ahora o después? 

—No quiero regalos, gracias —contesté ignorándolo y yendo hacia Edythe que estiró sus brazos hacia mí, igual de contenta que su hermano. 

Archie se encogió de hombros, sin ofenderse.

—Bueno, tal vez luego. ¿Qué tal los regalos de tus padres? Excelente idea la de combinarse, la cámara de Charlie y el álbum de Renée se ven geniales.

—Sí, sí, muy bien —murmuré de mal humor mientras empezaba a caminar con Edythe hacia la escuela.

—Después de todo, sólo cumples dieciocho una vez en la vida, hay que documentarlo— fue la gota que derramó el vaso.

Me paré en seco y lo fulminé con la mirada.

—¿Y tú cuántas veces has cumplido dieciocho?

—En mí no aplica —replicó sonriendo con autosuficiencia.

Edythe suspiró a mi lado.

—Entonces, ¿de verdad no me vas a permitir desearte un muy feliz cumpleaños? —preguntó suavemente, como tanteando el terreno.

—Exacto.

—Bien. Sólo quería asegurarme. La mayoría de personas disfrutan con cosas como estas, como los regalos y las felicitaciones. 

—Yo no — empezaba a sentir mi mal humor desbordarse por todos los poros, tenía que calmarme, tampoco quería hacerla pasar un mal rato.

—Vamos Edy, es obvio qué es lo que le molesta, no tienes que leerle la mente para eso. Está así de molesto porque ahora es un año mayor que tú —en serio, en serio que Archie podía llegar a ser muy molesto a veces. 

Edythe hizo un movimiento con la mano, como si lo descartara.

—Sólo es un año, no es nada —me sonrió deslumbrándome con esos hoyuelos suyos hasta que sentí como parte de mi mal humor se esfumaba. 

En realidad, tenía razón. Nadie que nos viera juntos podría ver la diferencia de edad entre nosotros, y si ella cumpliera con mi deseo y me dejara unirse a su familia, eso seguiría así para siempre. Pero estaba empeñada en mantenerme humano y casi podía sentir como envejecía y me convertía en el abuelo a cada segundo.

—Entonces —Archie interrumpió mis fatídicos pensamientos —. ¿A qué hora estarás en mi casa?

—¿Y por qué iría a tu casa? No, sabes qué, no contestes —contesté arrepintiéndome de inmediato de mi pregunta retórica.

—Oh, vamos, no seas amargado, lo tenemos todo planeado. No nos vas a arruinar la diversión —me dio una suave palmada en la espalda que me hizo trastabillar hacia adelante.

Edythe me sostuvo con disimulo mientras le contestaba por mí.

—Estará ahí. Lo llevaré después de pasar un rato con Charlie después de clases.

—¡Pero tengo que trabajar después de clases! —protesté. 

Desde que me recuperé de mis lesiones, había estado haciendo turnos en la tienda de suministros de aventura de los papás de McKayla. Sin embargo, Archie lo tenía todo arreglado.

—En realidad no, ya hablé con la señora Newton y le expliqué, accedió a darte libre y me dijo que te deseara feliz cumpleaños de su parte. Un encanto, la dama —me sonrió complacido, pero no me iba a rendir tan fácil.

—¡Genial! Me queda perfecto para poder ponerme a hacer el trabajo de inglés —Archie dudó y miró a Edythe.

—Se supone que tenemos que ver "Romeo y Julieta", la versión de los sesenta —Archie la miró horrorizado.

—No te creo, ¿prefieres torturarte viendo "Romeo y Julieta" versión de los sesenta en vez de pasar un estupendo cumpleaños en mi casa? No es posible. Edy, como su novia, tienes la obligación de evitarle el sufrimiento. Sabes lo que preguntarán en el examen, sólo dale las respuestas —fingió suplicarle.

Ella río y negó con la cabeza.

—A veces eres tan poco ético... en fin, Beau, pregunta número uno... —la interrumpí mientras abría mucho los ojos por la sorpresa, ella se echó a reír a carcajadas. 

Por supuesto, sólo estaban jugando conmigo. 

—En serio creo que debo ver la película, estoy seguro de que si no la veo preguntarán justo lo que no recuerdo de cuando lo leí hace años.

Archie puso mala cara y ahora sí parecía en serio.

—Como quieras, pero si no has llegado para cierta hora, juro que voy a tu casa y...

—Ahí estará, Archie. Lo llevaré como a las siete, después de ver la bendita película para el examen —Edythe apretó mi mano, apoyándome en mi decisión.

—Bien, bien, los veo a las siete. ¡Será fantástico! —hizo un gesto de triunfo con la mano y se marchó hacia su clase.

—Edythe... —comencé a quejarme con mi mejor expresión de tortura, pero igual a como hizo en mi pesadilla, se puso de puntillas y me dio un beso en la mejilla.

—Hablaremos de eso después, vamos a llegar tarde.

A diferencia de hace unos meses, ya nadie se molestó en mirarnos cuando entramos al aula y nos dirigimos a nuestros asientos. Ahora llevábamos casi todas las clases juntos, era sorprendente el nivel de persuasión que Edythe podía tener cuando desplegaba sus hoyuelos, incluso en los adultos encargados de crear los horarios. Aún recordaba las miradas y los murmullos a nuestro paso la primera semana que empezamos a pasar juntos en el instituto. Era obvio el por qué, ella siempre se había mostrado fría y distante con todos, y además, su belleza la dejaba muy pero muy fuera de mi alcance, pero después de tanto tiempo ya todos se habían acostumbrado.

Incluso McKayla, que tardó un tiempo en dejar de dirigirme una mirada de reproche como si yo hubiera jugado con sus sentimientos, me sonrió cuando me senté en mi sitio. Me caía bien y me alegraba que volviéramos a ser amigos, porque según Edythe, cuando empezamos a salir, la odiaba y le preocupaba que me hubiera hechizado, o que me fuera a comer vivo como una enorme araña. No estaba tan lejos de la verdad, después de todo. Además, curiosamente, ya no llevaba el pelo siempre liso como antes, ahora parecía tomarse su tiempo en las mañanas para rizarse las puntas y peinarlas para que cayeran de una forma natural. Era obvio de dónde había sacado la inspiración, pero a Edythe nadie podía llegarle a los talones.

Pasé el día imaginando excusas para evitar ir a la casa de los Cullen. Normalmente me encantaba ir, me llevaba excelente con su familia, a excepción de Royal que aún fingía que yo no existía, pero precisamente hoy no estaba de humor para nada, menos para una fiesta. Odiaba ser el centro de atención, sobre todo cuando me ponía nervioso, lo que solía provocar cualquier tipo de accidente. Además, estaba el hecho de que le había pedido a todo el mundo que no me hicieran ninguna clase de regalo, cosa que, empezando por mis padres, parecían haber ignorado.

Nunca había tenido mucho dinero, y tampoco me había hecho falta. Mi madre me había criado con un sueldo de maestra, y Charlie, siendo jefe de policía en un pueblito tampoco tenía oportunidad de hacerse millonario. Mi único ingreso personal provenía de mis horas laboradas en la tienda de los Newton, ya fuera tras el mostrador o haciendo lo que me pidieran. Me alegraba de haber conseguido el trabajo de medio tiempo y destinaba cada centavo a mi minúsculo fondo para la universidad, mi Plan B, si no lograba que me transformaran en vampiro. Realmente esperaba no tener que ir a la universidad prontamente, pero Edythe era tan clara en el asunto de mantenerme humano que no perdía nada con ahorrar.

Por otro lado, el dinero parecía no tener un significado real para los Cullen, tenían tanto que daba la impresión de que no sabían ni qué hacer con él. Según Edythe, era normal acumularlo a lo largo de tanto tiempo, y además, tener un hermano con la capacidad de predecir los movimientos de la bolsa de valores era un gran plus. Edythe protestaba cada vez que le impedía gastarse su dinero a manos llenas conmigo. Si por ella fuera, comería en restaurantes caros en la cuidad todas las noches, conduciría un Ferrari, y pagaría la matrícula en cualquier universidad que quisiera, incluidas las prestigiosas. Este último punto en especial había sido motivo de un par de discusiones.

—Beau —me había dicho en una de esas ocasiones, con la exasperación presente en su tono —si se trata de una cuestión de ego masculino, puedo entenderlo, en verdad. Pero es que me parece ridículo que no me permitas gastarme mi dinero en lo que yo quiera. Si me dejaras regalarte un auto de verdad, no tendría que vivir preocupada de que te quedes varado en medio de la nada expuesto a quién sabe cuántos peligros.

No tenía nada que ver con egos masculinos, ni tonterías como el código de hombre que inventé para Jeremy. Era sobre lo terriblemente desequilibrados que estábamos. Ella era una belleza, inteligente, ágil, fuerte, graciosa, millonaria, poderosa y me había salvado la vida tres o cuatro veces. Y yo sólo era yo, el tipo más descoordinado que existía, incapaz de golpear una pelota correctamente en clase de educación física, y cuya única habilidad consistía en ruborizarme a partes haciéndome ver como si tuviera manchas. Aún seguía sin entender del todo porqué ella estaba conmigo, sólo su compañía ya era más de lo que merecía y que quisiera gastar su dinero en mí no cooperaba a la balanza.

 Durante el almuerzo nos sentamos en nuestra mesa de siempre. Era una mesa curiosa, ahora que los mayores Cullen se habían graduado y sólo quedaban Edythe y Archie, que se sentaban conmigo. Además, la compartíamos con Jeremy y McKayla -que estaban en esa fase incómoda de "amistad" después de terminar-, Allen y Becca -que seguían juntos-, Erica, Colleen, Taylor y Logan. Lo interesante era que parecía existir una especie de barrera invisible entre nosotros tres y los demás, los únicos que realmente hacían un esfuerzo cordial en traspasarla eran Allen y Becca, que nos incluían a Archie, Edythe y a mí en sus conversaciones. Los demás ni siquiera hacían el intento, excepto los días soleados en los que me presentaba solo y parecían aceptarme mejor. Ninguno mencionó mi cumpleaños y me alegré de que así fuera.

El día pasó como de costumbre y nos encontramos yendo hacia mi camioneta. Archie se había llevado el Volvo, seguramente para evitar que me fuera solo a casa y no apareciera más tarde en la fiesta. Edythe abrió la puerta del conductor y yo protesté.

—Ey, es mi cumpleaños ¿y no puedo conducir mi propia camioneta? Increíble — ella arrugó la cara, odiaba que yo condujera lo que a ella le parecía a paso de tortuga.

—Pensé que estábamos fingiendo que no era tu cumpleaños...

—Bueno, en ese caso, puedes conducir tú, y quedarnos en mi casa toda la noche.

—Todo tuyo —dejó la puerta abierta y se movió alrededor de la camioneta para abrir la del copiloto y sentarse del otro lado. 

Conduje en silencio por un rato hasta que Edythe estiró el brazo y empezó a mover la perilla de la radio.

—Diablos, se oye fatal —resopló decepcionada. Eso no me ayudaba, ya estaba de mal humor y que criticara mi camioneta me ponía peor.

—Si querías escuchar música, te hubieras ido en tu propio auto— rezongué. 

Normalmente, si estaba de tan mal humor, la evitaba para no contagiarla porque a veces podía ser un poco irascible, pero esta vez la vi aguantar la risa. No hablamos más hasta que llegamos a casa de Charlie, entonces estiró la mano para acariciarme con cuidado la mejilla.

—Hoy deberías estar de buen humor —gruñí algo ininteligible en respuesta —. Tal vez esto te ayude...

Se inclinó hacia mí y yo me volví hacia ella automáticamente. Tomó mi cara con sus manos, despacio, con cuidado y movimientos calculados. Pasó sus pulgares lentamente por mis párpados, cerrándolos a su paso. Lo último que vi fueron sus ojos ardiendo como el oro fundido, y luego sentí su aliento helado mientras posaba sus labios sobre los míos. Los besos de Edythe solían ser escasos, por su miedo a hacerme daño, así que los trataba como un bien muy preciado. Justo cuando ponía mis manos en su cintura para atraerla más hacia mí, y abría mis labios para profundizar el beso, se alejó.

—¿Y eso es todo? —protesté.

—Por ahora, porque aún no te portas bien —tenía reglas claras que debía seguir para evitar sus afilados dientes llenos de veneno, pero solía olvidarlas cuando la tenía tan cerca. 

Además, para ella también era difícil, mi olor seguía siendo su más grande tentación y tenía miedo de pasar de un simple beso a saltarme a la yugular en un descuido. Resoplé frustrado.

—Vamos Beau, ahora tenemos que ver como los Capuleto y los Montesco se destrozan los unos a los otros.

Se sentó en un extremo del sillón grande mientras yo metía el disco con la película que había comprado un par de días atrás. Me senté en el otro extremo y ella se movió hasta recostarse en mí. Le rodeé la cintura con un brazo y me esforcé por concentrarme en la película. Tenerla así sobre mí me daba frío, pero no me importaba mucho.

—Mmm... Nunca me gustó Romeo— comentó sin quitar los ojos del televisor.

Fruncí el ceño. Tenía entendido que Romeo competía con Fitzwilliam Darcy por el primer lugar del personaje masculino literario favorito entre la comunidad femenina.

—¿Qué está mal con él? 

Ella levantó la mano y empezó a enumerar con los dedos.

—Bueno, en primer lugar, al principio su gran amor es Rosalina y de repente ya no. Qué fácil que cambia de opinión. Luego, se casa con Julieta y en una muestra de total carencia de sentido común, mata al primo de su nueva esposa. Era obvio que eso no podía terminar bien. Además, Julieta era una niña, ¿trece años? —movió la cabeza para observarme. 

En contra de mis pronósticos, la película empezaba a interesarme y la estaba interrumpiendo.

—Es una obra de teatro de mediados de 1500, Edythe. Ni Carine había nacido en esa época. ¿Vas a ver la película?

—No, prefiero mirarte a ti— sacó la lengua un segundo en un gesto juguetón y se rio. 

Sentí como me ruborizaba un poco y respiré profundo, obligándome a poner atención a la película, que en realidad y para mi sorpresa, estaba bastante interesante. Me tensé cuando llegó a su clímax y Romeo se bebió el veneno en la cripta donde dormía Julieta.

—¿Ves? No es muy brillante, Romeo. Si sólo hubiera esperado unos minutos, si se hubiera asegurado...

—Shhh... ¿Cómo iba a saberlo? Ella estaba ahí, fría, en la cripta familiar... —negué con la cabeza mientras Romeo moría e instantes después Julieta despertaba para encontrar a su amado muerto a su lado.

La película continuó hasta la parte en la que Julieta se atravesaba el corazón con la daga. Solté un silbido, impresionado.

—¿Sabes algo? en el fondo los envidio —susurró mientras Fray Lorenzo le explicaba a las familias lo que había pasado.

—¿Por qué? ¿Por morir trágicamente por culpa de un malentendido?

—No, Beau, por la facilidad con la que pudieron decidir el final de sus días. Romeo sólo necesitó un pequeño frasco de extracto de ciertas plantas, y Julieta una daga. ¡Y listo! Muertos. Qué afortunados... —suspiró como si acabáramos de ver como Romeo y Julieta se ganaban la lotería, en vez de haberse muerto de una forma tan grotesca.

—¿De qué estás hablando? —pregunté revolviéndome inquieto, no me gustaba el curso de esta conversación. 

Ella se incorporó para mirarme a los ojos mientras me explicaba.

—Fue algo que me tuve que plantear una vez. Ya te expliqué antes que Carine trató de matarse de múltiples formas y no lo logró —bajó la mirada junto al tono de su voz.

—¿Cómo que tuviste que planteártelo una vez? ¿De qué estás hablando? —pregunté de nuevo lentamente.

Ya no le ponía atención a la película que seguía sonando de fondo. 

—La primavera pasada cuando tú... cuando casi... cuando casi te mueres, Beau, yo... —respiró profundo y trató de sonreír para quitarle importancia al asunto, pero la sonrisa le quedó rara —. Por supuesto que estaba enfocada en salvarte, pero soy una persona realista. Las probabilidades a tu favor eran bajísimas, y mientras manejaba como loca por las calles de Phoenix tenía que pensar en un plan de contingencia. Sólo por si acaso. Por si no llegaba a tiempo.

—Plan de contingencia... —repetí mientras los recuerdos de mi última visita a Phoenix inundaron mi mente. 

El salón de ballet, los espejos que rompí con mi propio cuerpo cuando Joss me tiró contra ellos. El dolor de la pierna rota, el de las costillas al tratar de respirar. El de la mordida en el dedo, y el fuego insoportable que le siguió después. Me toqué el dedo distraídamente, donde tenía la cicatriz en forma de media luna, que siempre estaba varios grados más fría que el resto de mi cuerpo. Ya no pensaba en mí, tirado en el suelo del salón de ballet, si no en la Edythe que manejaba a quién sabe cuántos muchos kilómetros por hora tratando de llegar hasta mí. La Edythe aterrada que mientras pisaba el acelerador a fondo pensaba en maneras de suicidarse si no llegaba a tiempo. Reprimí un escalofrío.

—Bueno, es que, no estaba dispuesta a vivir sin ti, obviamente —sonrió ahora mejor, con naturalidad —. El problema es que no tenía muy claro cómo hacerlo. Claramente nadie en mi familia me ayudaría, aunque tal vez Jessamine estuviera dispuesta con tal de no percibir mi dolor. Y ninguno de los Denali haría algo que pudiera herir a Carine, así que sólo me quedó ir a Italia y molestar a los Vulturis.

—Molestar a los Vulturis... ¿Los Vulturis? ¿Qué son? —seguía repitiendo lo que ella decía en un esfuerzo por entender.

—¿Recuerdas los vampiros que viste en el cuadro de la oficina de Carine? Las dos mujeres y el hombre. Se llaman Sulpicia, Athenodora y Marco, y son, a falta de una mejor definición, como la policía de nuestro mundo. Se encargan de que el secreto siga siéndolo, lo vigilan todo.  Son como la realiza vampírica, o algo así.

Los recordaba, la mujer del cabello negro, rizado y espeso, la otra mujer de cabello rubio, y el hombre de cabello oscuro.

—Entonces — prosiguió Edythe —, si rompes el secreto o haces algo que viole sus leyes, te ejecutan rápida y limpiamente.

—Y tú ibas a ir y molestarlos —sabía que debía ser halagador que pensara en morir si yo no respiraba más, pero mi ira se encendió y la miré a los ojos, enojado—. Estás loca. No vuelvas a decir eso nunca más, Edythe, ni se te ocurra. No somos Romeo y Julieta.

—Bueno, es que no habría tenido opción. ¿No lo comprendes, Beau? no concibo la vida sin ti —estiró el brazo para apartarme un mechón de la frente como hacía siempre, pero me eché para atrás, aún enojado.

—Y si te pasara algo a ti, ¿quieres que vaya y haga un Romeo? ahí afuera hay un árbol interesante que podría servir, una buena cuerda y... —sus ojos brillaron como el fuego y dio un pequeño salto.

—No va a ser necesario porque no voy a dejar que nada te suceda, y a mí tampoco. Soy indestructible, ¿recuerdas?

—No, Edythe. No vuelvas a pensar en eso nunca más. Si algo me pasara, o muero de viejo, como sea —la imagen del abuelo de la mañana aún me perseguía —, vuelve a hacer las cosas que hacías antes de conocerme y ya está. No soy tan interesante.

—Eso es muy discutible — se acercó rápido para no darme tiempo a escapar, tomó mi cara entre sus manos y me estampó un beso en los labios. 

Inmediatamente, volvió a sentarse en la otra punta del sillón, justo a tiempo para escuchar a Charlie estacionando la patrulla y abriendo la puerta, con una caja de pizza en las manos.

—Hola chicos, ¿tienen hambre? Pensé que querías darte un respiro de la cocina en tu cumpleaños.

—Genial, papá, gracias — nos sentamos a la mesa aunque por supuesto, sólo nosotros dos comimos. 

Charlie se había acostumbrado a la falta de apetito de Edythe, aunque me había dicho un par de veces que podía mencionarle que no necesitaba hacer dieta. Le había contestado que sólo comía orgánico, y luego me había reído sin poder evitarlo de mi propio chiste.

—Jefe Swan... Charlie, ¿le importaría si me llevo a Beau esta noche? mi familia hizo algunos planes —preguntó Edythe en cuanto terminamos de comer. 

Miré a Charlie esperanzado, era el primer cumpleaños que pasábamos desde que me mudé y tal vez pensara que era una de esas cosas que se celebran en familia, como la Navidad o el Día de Gracias, pero mi esperanza se fue cuando contestó:

—Claro, hay un juego hoy, los Mariner contra los Fox, no sería una buena compañía. Por cierto, toma —y me lanzó la cámara que me había regalado para que llenara el álbum regalo de mi madre, y que yo había dejado por ahí mal puesta. 

Obviamente, no logré atraparla pero Edythe, rápida, la atrapó antes de que tocara el suelo.

—Buena atrapada, deberías considerar jugar para el equipo femenino local. Beau, toma algunas fotos en casa de los Cullen hoy, tu madre estará esperando verlas. Ya sabes cómo se pone.

Tomé la cámara y sin avisarle, le tomé una foto a Edythe. Ahora no podía esperar a revelar el rollo. El recuerdo de mi pesadilla me inquietó, sabía que sí se reflejaba en los espejos, ¿saldría en la foto? Deseché la idea como estúpida.

—Funciona bien— comenté guardando la cámara.

—Qué bien. Oye, saluda a Archie de mi parte, hace tiempo que el chico no viene por acá —comentó levantándose de la mesa para ir directo al sillón.

—Sólo han pasado tres días desde la última vez que vino, pero está bien, le diré —Charlie de verdad había llegado a apreciar a Archie, sobre todo después de que se convirtió en mi enfermero personal durante mi lenta recuperación. Nos deseó que nos divirtiéramos y se olvidó de nosotros en cuanto encendió el televisor.

Salimos hacia mi camioneta y esta vez no protesté cuando se sentó en el asiento del conductor, todavía me costaba mucho encontrar el camino oculto que llevaba a su casa, sobre todo en la oscuridad. Edythe condujo hacia el norte, claramente irritada por la baja velocidad que mi camioneta Chevy le permitía. Casi oía sufrir su pobre motor.

—Ey, no lo presiones —le advertí. 

Ella suspiró.

—¿Sabes qué te encantaría? Un precioso y pequeño Audi A4, no hace ruido y tiene buena potencia...

—No, no, no. Me encanta mi Chevy, déjala en paz. Y hablando de regalos, espero que no te hayas gastado ni un centavo.

—Ni uno sólo, te lo juro —sonrió.

—Bien.

—Beau, ¿puedes hacerme un favor? —me miró sin ponerle la más mínima atención a la carretera, pero manejando bien de todas formas.

—Ojos al frente. ¿Qué sería? —suspiró y se puso seria, no más bromas.

—El último cumpleaños que celebramos fue el de Eleanor en 1935. Todos están emocionados, pórtate bien, sígueles el juego, deja que Archie y los demás se diviertan, ¿sí?

La miré a los ojos y como siempre, no pude negarle nada.

—Está bien —rezongué resignado.

—Y cuando digo los demás... me refiero a todos ellos.

—¿Todos? ¿No estaban Eleanor y Royal en África? —según los rumores, estaban en la universidad, estudiando en Dartmouth, pero yo sabía la verdad.

—Lo estaban, pero en serio querían estar aquí.

—De Eleanor, lo creo, pero Royal...

—Prometió portarse bien. Tú haz lo mismo.

No contesté. Me llevaba muy bien con todos los miembros de la familia, pero Royal siempre me miraba con desprecio que rayaba en odio. Me consideraba un intruso a su familia. Edythe interrumpió mis pensamientos.

—Bueno, ya que no me dejas comprarte un Audi, ¿hay algo más que te gustaría de regalo?

—Sí, sabes perfectamente lo que quiero —ella resopló con hastío.

—No, Beau. Este no será tu último cumpleaños.

—Sabes que sucederá, eventualmente.

—No tengo idea de qué hablas.

Estábamos llegando a la casa. Las luces estaban encendidas y habían colocado farolillos de papel en los árboles, y en el camino hacia la puerta. También habían esparcido confeti de papel plateado por todo el camino, como formando una alfombra. Definitivamente estaban emocionados por la fiesta. Salí de mi camioneta y me detuve al inicio del camino plateado sin saber muy bien si entrar o salir corriendo. Edythe me tomó de la mano que tenía libre, en la otra llevaba la cámara.

—Por favor, Beau. Es una fiesta, sé comprensivo.

—Bien... no es como que tenga otra opción. Por cierto, tengo una pregunta. Ehhmm... Cuándo revele este rollo ¿saldrás en las fotos? —ella se rio y rodó los ojos.

Respiré hondo como para prepararme y caminamos por el camino de confeti hasta la puerta. Todos los Cullen nos estaban esperando, probablemente Archie les habría avisado el momento exacto en que entraríamos, y gritaron a coro:

—¡Feliz cumpleaños, Beau! —lo que hizo que la sangre se me subiera toda a la cara, a parchones como de costumbre. 

Observé que la casa se había transformado, había velas encendidas por todas partes, miles de jarrones repletos de chocolates y otras golosinas, las cortinas eran de un azul tan oscuro que podía confundirse con negro, y cerca del piano de Edythe había una mesa con un mantel del mismo color y un bonito pastel con un patrón blanco y negro, con una vela escarchada plateada con forma de número 18 encima. Al lado, una pila de regalos envueltos en el mismo papel plateado que formaba el camino de entrada. ¿Sabrían los Cullen qué hacer después con tantos dulces? Era mucho peor de lo que había imaginado. Edythe sintió mi aprensión y me rodeó la cintura con su fuerte y delgado brazo.

Sus padres, Carine y Earnest se acercaron a saludar. Earnest me dedicó un abrazo paternal, mientras que Carine me tocó el brazo y susurró:

—Siento todo esto, no pudimos detener a Archie.

Miré detrás de ella y vi a Royal y Eleanor. Sentí una punzada de nervios al ver al alto Royal ahí de pie, tan cerca, pero ni siquiera me estaba mirando. Eleanor, en cambio, estaba contenta. Llevaba meses sin verlos.

—¡Hola chico! —Eleanor fingió examinarme la cara —. Esperaba verte diferente ahora que eres mayor y todo eso, pero no, sigues igual de torpe y con la cara roja, como siempre.

—Ja, ja. Gracias, Eleanor —contesté sin mucho entusiasmo. 

—Tengo que salir un momento, no hagas nada divertido mientras no estoy —le guiñó un ojo a Archie y salió de la casa.

Su lugar fue tomado por Archie, que soltó la mano de Jessamine y se acercó prácticamente saltando de emoción. Ella se quedó atrás, me sonrió, pero no se acercó. Yo trataba de no tomármelo personal, esperaba que el breve tiempo juntos en el hotel la hubiera acostumbrado a mi presencia, pero una vez que terminó su misión de protegerme, había vuelto a relegarse a la distancia. Sabía que se debía al trabajo que le costaba seguir la dieta "vegetariana" de los Cullen, a pesar del tiempo que llevaba intentándolo.

—Es hora de abrir regalos —anunció Archie con voz solemne. 

Pasándome un brazo por los hombros en un gesto de camaradería, me dirigió hacia la mesa de los regalos plateados.

—Había dicho que no quería nada— me quejé.

—¿En serio? No te oí, qué pena —me quitó la cámara de las manos y la reemplazó por una caja grande, tan liviana que parecía vacía.

La tarjeta decía que era de parte de Eleanor, Royal y Jessamine. Resignado, quité el envoltorio y vi que la caja era de algún aparato electrónico, con una serie de números, pero cuando la abrí, efectivamente, estaba vacía.

—Este... ¿gracias? supongo — vislumbré a Royal sonreír y Jessamine rio abiertamente. 

Archie explicó.

—Es un nuevo radio para tu camioneta, Eleanor lo está instalando para que no puedas rechazarlo —entendí entonces que la escena de Edythe más temprano con el radio había sido parte de la sorpresa.

—Gracias, Royal y Jessamine. ¡Gracias Eleanor!— añadí subiendo un poco la voz, la escuché reír afuera y no pude evitar sonreír yo también. Tal vez no era tan malo recibir regalos.

—Ahora abre este, es de parte de Edythe y mío —dijo Archie pasándome el paquete plano y cuadrado que había visto temprano. Miré a Edythe y entrecerré los ojos.

—Lo prometiste... —ella se encogió de hombros mientras decía:

—No me gasté ni un centavo —Eleanor regresó y se colocó detrás de Jessamine, que se había acercado un poco, tal vez atraída por la emoción que sentía cerca de mí.

—Está bien... —deslicé el dedo por el papel para rasgarlo, pero me corté con el borde.

—¡Mierda! —levanté el dedo para verlo, decepcionado de mí mismo. Una sola gota de sangre manaba de la cortada.

—¡No! —gritó Edythe de repente y se lanzó hacia mí, tirándome contra los jarrones con chocolates que tenía detrás.

El pastel y los regalos salieron volando en todas direcciones. Alcancé a ver a Jessamine chocando con ella, el sonido fue horrible, como dos grandes piedras colisionando.

Me sentía aturdido, en el suelo sobre los cristales rotos de los jarrones. El rostro de la tranquila Jessamine se había trasformado en el de una fiera, gruñía y forcejeaba con Edythe, que la mantenía separada de mí. Sus ojos salvajes sedientos de sangre consiguieron lo que Edythe había estado intentando desde que nos conocimos: asustarme. Su cara se giró para morderle el rostro a Edythe, que la esquivó por poco. Eleanor se unió sujetando los brazos de Jessamine hacia atrás y empezó a arrastrarla, aunque ella se seguía revolviendo para tratar de llegar hasta mí. 

Todo esto sucedió en fracciones de segundo y yo me sentía en estado de shock, hasta que un dolor agudo en el brazo, que no había notado antes, llamó mi atención. Lo levanté para revisar y tragué en seco cuando noté los vidrios incrustados y el reguero de sangre que salía de varios cortes, algunos bastante profundos. Volví a mirar la escena, sólo para encontrar seis pares de ojos de vampiro, repentinamente hambrientos, devolviéndome la mirada.

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