|Una memoria perdida|

By AlexisN11

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«En un mundo donde la magia se entrelaza con las emociones, dos almas rotas luchan por desentrañar el enigma... More

|Nota de autor|
|Apéndice|
|Sinopsis|
|Epígrafe|
|Arte ilustrativo I|
|Introducción: Eco de dolor|
|Capítulo 1: ¿Sueños?|
|Capítulo 2: Retorno a Kihoi|
|Capítulo 3: «Organización»|
|Capítulo 4: Tragedias|
|Capítulo 5: Anhelos del alma|
|Capítulo 6: Reminiscencia|
|Capítulo 7: Despedida|
|Capítulo 8: Torneo Anual de Kaha|
|Capítulo 9: Charla de Bienvenida|
|Capítulo 11: Conformación de grupos|
|Capítulo 12: Aprendizaje|
|Capítulo 13: Entre determinaciones|
|Capítulo 14: Revelaciones, parte I|
|Capítulo 15: El Leier de Kaha|
|Capítulo 16: Conexión inefable|
|Capítulo 17: Campeón de Kaha|
|Capítulo 18: Examen de Admisión, parte I|
|Capítulo 19: Examen de Admisión, parte II|
|Capítulo 20: Soluciones desesperadas|
|Capítulo 21: Vínculos|
|Capítulo 22: Afinidades|
|Capítulo 23: Investigación|
|Capítulo 24: Ataque a Kaha|
|Capítulo 25: Leier de Wai|
|Capítulo 26: Ceremonias: Propuesta y Unión|
|Capítulo 27: Destitución, parte I|
|Capítulo 28: Destitución, parte II|
|Capítulo 29: Revelaciones, parte II|
|Capítulo 30: Propuesta|
|Capítulo 31: Leier|
|Capítulo 32: El príncipe heredero de Naldae|
|Capítulo 33: Sospechas|
|Capítulo 34: A través del tiempo|
|Capítulo 35: Caos y desesperación, parte I|
|Capítulo 36: Caos y desesperación, parte II|
|Capítulo 37: Mutuo acuerdo|
|Capítulo 38: Nuevo mundo, parte I|
|Capítulo 39: Nuevo mundo, parte II|
|Capítulo 40: Kihen|
|Capítulo 41: Resistencia de Sarxas|
|Capítulo 42: ¿Esperanza?|

|Capítulo 10: Confianza|

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By AlexisN11

Los Ecos del Tiempo, la Existencia y el Ha son frágiles. Por eso a la humanidad le cuesta aceptarlos.

Alrededores de las tierras de Lijurt.

Antes del alba, Zaothir buscó a Khrizira para presentarse ante las raíces.

Cruzaron partes de las tierras de Ljiurt, adentrándose en el Gran Bosque Azir, donde los aran'thul azules, de hojas doradas, plasmaban un paisaje de ensueño. Atraídos por la belleza natural, avanzaban hacia las coordenadas del sello de transportación.

Zaothir posaba su mirada en distintas direcciones con frecuencia. En ocasiones, como esa, ansiaba encontrarse con el «Espíritu del bosque» que lo ayudó en diversas ocasiones en lunas pasadas.

Khrizira notó su distracción y se allegó más a él.

—¿Pasa algo, Zao? —preguntó.

—No, nada... —contestó, sin ánimos de descubrirse ante ella, por ese pensar que consideraba absurdo.

Tras atravesar el vasto arbóreo, hallaron el sello oculto. Zaothir instruyó a Khrizira sobre cómo activarlo con su esencia vital, abriendo así el portal a su destino. Del otro lado, los aguardaban pasillos laberínticos que Khrizira recordaba bien por su naturaleza a sentir ansiedad al estar en espacios tan reducidos, pero decidida, continuó siguiendo a su amigo.

—Algunos de nosotros tenemos habitaciones asignadas aquí. Tahi debería haberte mostrado la tuya antes —comentó Zaothir.

—Sí, recuerdo dónde está —manifestó Khrizira en un susurro, sin dejar de admirar el entorno. Sin embargo, algo llamó su atención y se detuvo frente a un amplio salón con las compuertas abiertas de par en par—. ¿Qué se hace aquí?

—Es donde las raíces nos facilitan los encargos —explicó el mayor.

La joven Cedyr asintió.

Prosiguieron su avance, explorando los pasillos estrechos de las instalaciones subterráneas. Ella observaba el entorno con suma atención, examinando cada rincón y hasta el techo. Mantuvo las manos ocultas detrás de su espalda, sin detenerse.

—Este un área especial de entrenamiento, pero únicamente se ocupa cuando el Alto Mando o una raíz lo autoriza, lo cual es más frecuente de lo que puedes imaginar —continuó el mayor, deteniéndose en medio de un espacio libre y, posteriormente, indicó hacia el norte—. Al fondo hay una hermosa cueva. Tiene un jardín.

—¿Un jardín en una cueva? —curioseó la joven.

—Es increíble, se puede sentir la vida de la Existencia florecer —explicó su amigo, radiante—. Podemos ir, si gustas.

Khrizira sonrió fascinada, absorta en la exploración cautelosa del terreno. Mientras examinaba los detalles, Zaothir la miraba con indulgencia. Pronto, se detuvieron ante una antigua biblioteca, cuyo marco de entrada libre estaba adornado con tallados de batallas y leyendas. Reconoció algunos símbolos de lecturas previas.

—¿Quién fundó la organización? —indagó, a causa de la simbología tallada.

—No lo sé.

—¿Cualquiera puede ingresar? —Khrizira le lanzó una fugaz ojeada al mayor.

—Por supuesto. —Zaothir la incitó con una sonrisa y un ademán hacia el interior.

Sin dudarlo dos veces, ella cruzó el umbral, libre de polvo y lleno de libros. Se dirigió hacia una de las estanterías y tomó al azar un volumen encuadernado en cuero. Lo abrió con cuidado y leyó el título: «El origen del Ha». Lo devolvió a su lugar y continuó explorando hasta que se detuvo en una sección donde distintos textos y pergaminos estaban cubiertos por una barrera transparente y brillante; un sello especial.

Khrizira se volvió hacia su amigo.

—¿Qué tipo de documentos son estos?

—Oh, es la sección personal de Tahi —dijo él con un tono de voz más apagado de lo habitual—. No es conveniente meterse en problemas con él. Tahi es muy estricto con las reglas de la biblioteca y no tolera ninguna falta. Es muy meticuloso con sus asuntos y no le gusta que nadie se entrometa. Ni siquiera yo.

«¿Cuántos secretos se ocultarán allí?», se preguntó Khrizira, mordiéndose el interior de las mejillas.

Retomando sus pasos anteriores, la joven Cedyr siguió al mayor, manteniendo una distancia corta. Tomaba nota de las ramas y hojas que pasaban a su lado, quienes reverenciaban a su acompañante. No obstante, optó por averiguarlo en otra ocasión. Habría tiempo suficiente para ello.

—¿Me mostrarías la cueva?

Aquella pregunta motivó el ánimo de Zaothir.

Descendieron por escaleras rocosas hacia una cueva iluminada por luminarias mágicas azuladas. El corazón de Khrizira latió desbocado al contemplar el hermoso paisaje que se desplegaba en el interior de la húmeda cueva.

En el centro, rodeado por un delgado cuerpo acuoso, se alzaba majestuoso un kauri imponente. Su tronco recto y rugoso no tenía ramas hasta llegar a la copa, que se dispersaba como una exuberante corona verde, extendiéndose hacia el techo del paraje, como si buscara tocar el cielo. Las verdees hojas brillaban con venas plateadas. La corteza, de un marrón oscuro salpicado de manchas esmeraldas y doradas, centelleaba bajo la luz de las lámparas, que se desprendía en escamas. Además, sabía que la resina del árbol era muy valorada por sus propiedades curativas.

Era un espectáculo sinigual.

Zaothir extendió su mano en dirección a su acompañante, quien, sin pensarlo, la tomó. Se dejó guiar por él hacia el centro, acortando la distancia que los separaba del arbóreo sublime.

Según recorrían el sendero rodeado de pétalos y arbustos, el cálido sosiego los envolvía. Tal vez era la tranquilidad que emanaba de aquel lugar o la compañía de Zaothir, pero Khrizira experimentaba, por segunda vez en su vida, cómo el dolor interno se desvanecía gradualmente. Ese mismo que se arraigó en su ser tras la pérdida de sus padres, uno que sólo su salvador logró apaciguar.

—¿Te gusta? —indagó él.

—Me encanta —confesó su acompañante—. Es el sitio más hermoso que he visto en mi existencia.

—Papá dice que los orbes se acercan a él para descansar antes de cruzar al Otro Lado de la Existencia. Y también que, cuando alguien vivo está cerca, es capaz de sentir la presencia de los espíritus de quienes lo amaron en vida —pronunció con voz delicada, soltando la mano ajena para saltar el río y girarse hacia su amiga.

—¿Y tú lo crees? —indagó ella con curiosidad—. ¿Los has sentido alguna vez?

—A veces me parece que sí. Suelo ver una luz fugaz o escucho una voz familiar, ignoro si es de mamá; no recuerdo ese sonido. Pero otras veces pienso que es mi imaginación —confesó, virando hacia el árbol sagrado y tocando su corteza áspera con reverencia—. Ya no veo a papá bajar a este lugar, dice que los orbes no lo dejan en paz.

Khrizira no pudo evitar sentir el rastro salado que recorría sus mejillas, pero fue consciente de ellas cuando, al cruzar el cuerpo de agua de un salto, Zaothir volvió hacia ella con una sonrisa amable. Con delicadeza, condujo ambas manos y limpió con ternura su rostro humedecido Un breve momento de tranquilidad los envolvió mientras se dejaban llevar por la serenidad del terreno.

Sin embargo, la voz de Tahi resonó en toda la cueva, rompiendo el momento de paz.

—¡Zaothir, trae a tu amiga!

El aludido resolló y entornó los ojos; Khrizira soltó una grácil carcajada. Se toparon con el hombre enmascarado y, cuando este se dio la vuelta, ambos lo siguieron a través de estrechos pasillos empedrados.

—Déjame a solas con ella —ordenó la raíz, deteniéndose frente a una compuerta sellada.

El acompañante se retiró sin pronunciar palabra.

Inquieta, Khrizira ingresó a la habitación esclarecida por una única luminaria en medio de una extensa mesa, donde yacían dispersos varios archivos. Tomó asiento y observó cada movimiento de Tahi mientras ocupaba el asiento a su costado.

—Nuestro señor tiene grandes expectativas puestas en ti —habló Tahi con total serenidad—. El encargo que te ha encomendado es muy sencillo: recopilar información sobre Virav. Amigos, familia, área de estudio, Ha, color, afinidades y todo lo que sea posible recopilar sobre él —continuó—. Cada detalle, por insignificante que parezca, quiero que lo menciones. Con quiénes se relaciona, quién será su instructor en su formación como soldado, ¿me sigues?

Con un gesto apagado, Khrizira asintió.

La mirada feroz de aquel individuo la intimidaba en demasía. Sus distantes y profundos ojos carmesíes analizaban cada facción de su rostro, adentrándose en su mente y en su corazón en busca de respuestas a preguntas no formuladas. Esa sensación de incertidumbre y extrañeza que había experimentado la primera vez que lo conoció resurgió en su interior, hecho que había olvidado hasta ese momento. No necesitaba que Tahi pronunciara una palabra para comprender que no confiaba en ella.

—Eso es todo, puedes retirarte.

Khrizira no dudó en obedecer.

Se colocó de pie con celeridad, realizó una reverencia profunda y salió de la sala en un abrir y cerrar de ojos, buscando a su amigo. Su rostro pálido se iluminó de alegría y emoción cuando lo encontró, corrió hacia él y tomó su mano con una sonrisa radiante, arrastrándolo con ella para escapar de ese lugar.

Zaothir se dejó llevar sin oponer resistencia.

Instalaciones subterráneas de la organización.

Pouri encontraba consuelo al situarse cerca del excelso kauri que se alzaba en medio de la cueva subterránea.

De alguna forma, sentía una conexión profunda con él.

Disfrutaba acariciar la corteza rugosa y deleitarse con el suave silbido de las hojas refulgentes. Por su parte, los orbes del entorno se acercaban a él sin reservas, juguetones e inquisitivos. Lo rodeaban con sus radiantes colores, a veces le hacían cosquillas o le jalaban el cabello de modo amistoso. Los toleraba con paciencia y buen humor, consciente de que no tenían intenciones maliciosas.

A fin de cuentas, ese era el único ambiente en el que lograba sentirse despejado, un refugio cuando quería escapar del ruidoso y caótico mundo exterior. Allí, podía respirar hondo y dejar atrás sus preocupaciones.

En ocasiones, las almas que allí se paseaban le mostraban imágenes de lugares lejanos o de personas que le resultaban familiares. Sin embargo, nunca los había visto. No entendía por completo por qué lo buscaban.

Intuía que no se debía sólo al ostentoso entorno en el que se encontraba.

Con cierta vaguedad, recordaba que estos siempre habían mostrado un particular interés por él, desde antes de la muerte de su padre biológico. Aunque esa conexión se había atenuado cuando Vikeesh lo acogió bajo su protección a sus diez lunas. Lo cual generaba intriga en su interior debido a las creencias de la casta Tsarki, que seguían más la cultura de los primeros maoríes que habitaron en el mundo y su creencia en Manaia.

Ese era sólo el principio.

Estar más cerca del árbol de la vida, toda sensación se acrecentaba.

Las imágenes llegaban como un torbellino a su cabeza, las cuales eran tantas que resultaba difícil retenerlas. Desconocía si eran fragmentos de una vida pasada, de sueños rotos o de amores perdidos. A veces eran fragmentos de una felicidad indescriptible, u oportunidades perdidas y errores cometidos.

De la misma forma, Virav se hallaba inmerso en un océano de dudas.

Le costaba comprender cómo sus sueños lo transportaban a una vida desconocida con la que sentía una conexión profunda en su ser. Se sentía un extraño en su propia piel, atormentado por una añoranza persistente y la sensación de una existencia previa. ¿Qué significaba ese efecto de añoranza, de pérdida, de incompletitud que se aferraban a él con fuerza? ¿Por qué experimentaba una melancolía tan profunda por algo que nunca tuvo o que no conseguía recordar?

Tras parpadeos fugaces, entreveía rostros y lugares conocidos que se desvanecían al intentar aferrarse a ellos. Las voces y melodías que resonaban en su alma le llenaban de una emoción inefable, pero los detalles se le escapaban.

Eran ecos de una existencia olvidada o un porvenir incierto.

¿Existía otro lugar en el tiempo y el espacio donde pertenecía? ¿Había vivido vidas anteriores o tenía un destino aún por desplegarse? No obstante, se encontraba en un punto muerto, sin saber por dónde empezar o si lo que buscaba tenía alguna base real o era una mera ilusión de su mente agitada.

La sensación de estar perdido y confundido lo abrumaba, las preguntas sin respuesta le quemaban el alma.

En medio de su tormento interno, una pregunta resonaba con fuerza en ese preciso instante: ¿Cuál era el propósito de su existencia? En esa angustia, Rhunnad se acurrucó junto a él, emitiendo un gentil cántico. La presencia reconfortante del calar le brindaba un pequeño alivio. Virav le acarició detrás de las orejas con gentileza.

Tal vez algún día encontraría las respuestas que buscaba.

Al fin y al cabo, se negaba a conformarse con una existencia vacía y desprovista de significado.

Gran Nación Savva, tierras de Zjarr.

El juez Raksh Narak se dirigió a las cárceles subterráneas de Savva para ver a su hijo.

Sin solicitar permiso de nadie, descendió a la celda sellada.

Al detenerse frente a la compuerta metálica de phazite, extendió una mano en su dirección debido a que era retenida por un sello tradicional. Exteriorizó una cantidad de Ha para modificarlo y la dejó entrejuntada. Se allegó Vine'et, que yacía abrazando sus muslos, con la mirada perdida en la muralla.

El juez notó la comida intacta y la humedad del ambiente.

A pesar de su salud frágil, Vine'et siempre había sido como un faro de alegría. Ahora, Raksh tenía la certeza de que su rostro reflejaría el deterioro físico y emocional de su pequeño de una manera desgarradora. Se armó de valor. No era el padre perfecto, pero sus hijos eran su tesoro más preciado junto a su amada Kirie. Si bien en el pasado había recibido ayuda del Guerrero Oscuro para salvar la vida de su unión, no permitiría injusticias.

Determinado, dejó de lado sus dudas y se enfocó en el joven.

Vorel —llamó, preocupado—, ¿cómo te sientes?

—¿Intentas hacerme comer de nuevo? —preguntó Vine'et, mordaz—. No tengo apetito; la comida no tiene sabor.

Raksh soltó un largo suspiro.

—Tu queja será una nota para mejorar la calidad alimenticia —respondió con un dejo de diversión—. Pero no vengo por eso; el Consejo ha aprobado la prueba mental que te harán.

A pesar de que su hijo no lo miraba, Raksh dio un par de pasos hacia él y se sentó en el borde de la cama, buscando establecer un contacto más cercano.

—¿Charlamos? —ofreció el padre.

—¿Confías en mí?

—Siempre, vorel —respondió, extendiendo su mano hacia él y dándole un par de palmadas toscas en el hombro—. Hablemos.

—¿Sobre qué? —Vine'et elevó la vista, confundido.

—Cualquier cosa que te preocupe. Quiero comprender —dijo el juez, calmadamente.

—Bien, hablemos. ¿Por qué solo tú confías en mí? Los demás me culpan sin pruebas —dijo Vine'et, luchando por no llorar—. Saben que los testigos también fueron manipulados, ¿no harán nada?

—¿Qué insinúas? —preguntó Raksh, alarmado.

Zerath, sé que conoces al verdadero culpable y que la prueba mental es una farsa. —Vine'et rodó los ojos—. No esperaba tal corrupción en el Consejo.

La faz del hombre se tornó apenada, mas sus facciones se recompusieron sin tardanza.

—No utilices tu poder conmigo, Vin —reprochó a los segundos.

—¿Cómo podría? Estoy sellado injustamente —murmuró el menor, fijándose en la pared—. Tus ojos revelan tus miedos, como los de Al.

—Confía, saldremos de esta —aseguró el padre, tocándole la cabeza—. Pronto encontraremos una solución.

—¿En diez ciclos o cuando esté loco o muerto? —replicó Vine'et con ironía—. Mamá no sabe de esto, ¿cierto?

—No, se ocultó la noticia —respondió el juez.

El joven apoyó su mano izquierda en la pierna de su padre, que continuaba agitándose sin cesar. La mandíbula del juez se relajó mientras inhalaba en profundidad. Le resultaba irónico que, en lugar de ser él quien aliviara las penas de su pequeño, fuera este quien lo consolara.

—No te preocupes por las pruebas; no encontrarán nada —dijo el joven con una sonrisa vacía.

—No es tan simple. Va más allá de la evidencia; es la ilegalidad del proceso lo que me preocupa —reconoció su progenitor con rigidez, pero su labio inferior temblaba—. ¿Cómo puedo garantizarte justicia si... si esto está sucediendo?

Raksh presionó los párpados, intentando bloquear tanto el sonido de los alrededores como la realidad que lo envolvía. Entretanto, Vine'et notó su angustia, una rareza en su usual estoicismo. A través de la vulnerabilidad del anciano, vio el miedo y la carga que llevaba, un peso agravado por el Consejo y su posición como juez. Recordó a su padre siempre severo, suavizado sólo por Kirie, mas ahora, incluso sin su poder heredado, percibía el temor que lo invadía.

«¿A quién le temes tanto, zerath?», meditó.

Sin embargo, era consciente de que no era prudente forzarlo para obtener respuestas. Dedujo que no estaban tratando con un individuo común y corriente, por lo que reprochárselo tampoco sería de ayuda.

El silencio dominaba el calabozo.

Abrumado, Vine'et se abrazaba las rodillas, anhelando el fin de su pesadilla. Aunque consciente del entorno, la realidad lo abatía. Un quejido se le escapó al recordar el sello impuesto cuando la mano del padre se deslizó por su espalda. Un escalofrío recorrió su cuerpo sutilmente. Debía resistir. Tenía que ser fuerte, más allá de sí mismo.

—¿Prefieres una comida especial? —preguntó Raksh, sacándolo de su ensimismamiento—. Puedo conseguirte rungares hervidas o algo que prepare tu madre.

Pese a que sabía que no comer empeoraría su estado físico y mental, Vine'et resistió la oferta. No deseaba causar más preocupación a su padre, quien le ofrecía consuelo con caricias. El eco de los pasos de los guardias resonó en los alrededores de la celda. Uno de ellos, con su uniforme gris plomo y semblante indiferente, se desplazó con una eficiencia calculada en el interior de la celda.

—Juez Narak, tenemos autorización para la prueba mental al prisionero. ¿Asistirá? —preguntó el soldado.

El primer referido miró a su hijo, quien asintió con lentitud.

—Estaré —respondió el juez—. Pero es prematuro; Vine'et aún no tiene la edad requerida. ¿Por qué tanta prisa?

—Queremos anticiparnos. Aún no se decide quién la aplicará —dijo el soldado.

—Dos ciclos lunares son excesivos —replicó el anciano, arqueó una ceja y se cruzó de brazos, echándole un rígido vistazo—. Consulta con el juez Mikaere. Si Vine'et es inocente, la prueba será innecesaria. ¿No conoces las pautas más básicas de tu posición?

—Sólo sigo órdenes, señor juez —dijo el guerrero, agachando la cabeza.

—No lo estás haciendo muy bien, Rohau —masculló Raksh, colocándose de pie y memorizando el código del soldado que tenía grabado en su uniforme.

Zerath, prefiero al abuelo Hassan para la prueba —intervino el prisionero, aferrándose a la túnica ajena.

—¡No tienes derecho a solicitar eso, prisionero! —espetó Rohau con frialdad.

Raksh contuvo las ganas de abofetear al guardia, le colocó una mano encima al hombro de su hijo, aunque fue Rohau quien se sobresaltó. El juez trató de forzar algún dulce gesto hacia Vine'et; no lo consiguió.

—Vin, no es adecuado someterte a la prueba antes de las dieciocho lunas —dijo con seriedad—. No hay precedentes legales. Drish ha abogado por ti.

—Es su deber. —Vine'et tensó el entrecejo.

Raksh lanzó un atisbo severo al guardia, quien se retiró tras reverenciar. Luego, suavizó su expresión hacia el menor.

—Las pruebas contra ti no son sólidas y Drishti no está convencido —reveló en un tono bajo—. El miedo a lo desconocido y el poder de los Kieran han influido en las acciones de Rahidar.

—De alguna manera, lo sospechaba —masculló el menor con una mueca—, pero no es la única razón por la que aún sigues aquí, ¿verdad?

—Es Al. No has preguntado por él, se formará en Kihoi —respondió su padre con preocupación—. Podría haber testificado por ti.

Luchando por contener sus emociones, Vine'et asintió en silencio.

—Me alegro por él —dijo con un atisbo de orgullo.

Tras percatarse de la lucha interna de su hijo, Raksh suspiró.

—Regresaré luego. Que los ancestros te den fortaleza, vorel.

Vine'et le ofreció una última ojeada a su padre cuando este se despidió tras despeinarle el cabello. Quiso suplicarle que se quedara un poco más a su lado, pero su garganta no emitió palabras, ni siquiera un sonido de pesar, hasta que su presencia desapareció por completo. Luego, se recostó contra la pared agrietada, soltando las lágrimas retenidas.

«Suprimir mis recuerdos retrasaría todo», pensó. Pero sabía que, sin su poder, era inútil intentarlo.

Sorbió su nariz y limpió sus mejillas con el dorso de su zurda. Extendió una mano y la observó con temor, la retrajo cuando empezó a temblar. Chasqueó la lengua al notar cómo su campo visual se volvía a nublar. No tenía esperanza de que la prueba cambiara algo para él. No obstante, Vine'et estaba seguro de una cosa: el ataque a Zjarr había sido demasiado meticuloso para ser obra de un Aisur común. Se daba una vaga idea al respecto, pero su mente se nublaba debido a la situación, impidiéndole reflexionar.

«Si padre estaba al tanto, ¿por qué no el Consejo Supremo? ¿Se trata de una traición?», pensó, observando los barrotes que lo aislaban del exterior.

¿Merecía la pena esperar?

Deseaba que así fuera, no por él, sino por su hermano gemelo. Y con esa súplica a sus ancestros, se entregó al sueño.

¡Muchas gracias por su apoyo y por leer!

Pido perdón porque, a partir de este capítulo, no pondré glosario.

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