|Una memoria perdida|

AlexisN11 tarafından

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«En un mundo donde la magia se entrelaza con las emociones, dos almas rotas luchan por desentrañar el enigma... Daha Fazla

|Nota de autor|
|Apéndice|
|Sinopsis|
|Epígrafe|
|Arte ilustrativo I|
|Introducción: Eco de dolor|
|Capítulo 1: ¿Sueños?|
|Capítulo 3: «Organización»|
|Capítulo 4: Tragedias|
|Capítulo 5: Anhelos del alma|
|Capítulo 6: Reminiscencia|
|Capítulo 7: Despedida|
|Capítulo 8: Torneo Anual de Kaha|
|Capítulo 9: Charla de Bienvenida|
|Capítulo 10: Confianza|
|Capítulo 11: Conformación de grupos|
|Capítulo 12: Aprendizaje|
|Capítulo 13: Entre determinaciones|
|Capítulo 14: Revelaciones, parte I|
|Capítulo 15: El Leier de Kaha|
|Capítulo 16: Conexión inefable|
|Capítulo 17: Campeón de Kaha|
|Capítulo 18: Examen de Admisión, parte I|
|Capítulo 19: Examen de Admisión, parte II|
|Capítulo 20: Soluciones desesperadas|
|Capítulo 21: Vínculos|
|Capítulo 22: Afinidades|
|Capítulo 23: Investigación|
|Capítulo 24: Ataque a Kaha|
|Capítulo 25: Leier de Wai|
|Capítulo 26: Ceremonias: Propuesta y Unión|
|Capítulo 27: Destitución, parte I|
|Capítulo 28: Destitución, parte II|
|Capítulo 29: Revelaciones, parte II|
|Capítulo 30: Propuesta|
|Capítulo 31: Leier|
|Capítulo 32: El príncipe heredero de Naldae|
|Capítulo 33: Sospechas|
|Capítulo 34: A través del tiempo|
|Capítulo 35: Caos y desesperación, parte I|
|Capítulo 36: Caos y desesperación, parte II|
|Capítulo 37: Mutuo acuerdo|
|Capítulo 38: Nuevo mundo, parte I|
|Capítulo 39: Nuevo mundo, parte II|
|Capítulo 40: Kihen|
|Capítulo 41: Resistencia de Sarxas|
|Capítulo 42: ¿Esperanza?|

|Capítulo 2: Retorno a Kihoi|

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AlexisN11 tarafından

En los albores de los Ecos del Tiempo, cuando el Na'Sama era sólo un vasto lienzo de posibilidades etéreas, el Ha le dio un propósito. Es más que una esencia, es el aliento de vida que impregna cada partícula del ser: el complemento perfecto de la Existencia.

Gran Nación Saoge, tierras de Maa.

Makai era consciente de las repercusiones que su decisión acarrearía.

Instar a Virav a regresar a Kihoi y estudiar en el área de su elección, tendría consecuencias que trascenderían más allá del Consejo Supremo y el círculo familiar. Alcanzaría a los líderes de las tierras aliadas y a los nativos que habían sido afectados en el pasado. Aun así, no dudó en redactarla y enviarla con un octonario de anticipación a su viejo amigo, el Leier de Kihoi, Khann Sedus.

Minutos posteriores, el consejero Khel ingresó al despacho, trancando la puerta a su espalda. Se aproximó al escritorio del dirigente a paso lento, escrutando las misivas que llegaron a Saoge en ese primer amanecer de Hudu. Los guardias se las habían entregado personalmente cuando lo vieron.

—¿Alguna novedad de Khann? —averiguó Jeir desde su sitio, moviendo una pierna.

Khel elevó la vista, topándose con la oscura del superior.

—Ninguna, Leier Makai —aseguró.

Jeir exhaló, estableciendo la atención en el extenso ventanal del despacho. Desde allí, se vislumbraba el paisaje de Saoge, con majestuosas y monumentales edificaciones y veredas abarrotadas de grandes multitudes.

—Señor... —llamó Khel con voz apagada—. Los exámenes hospitalarios anuales están listos. ¿Desea revisarlos?

El semblante apacible del mandatario se ensombreció, un nudo se formó en su garganta. No se atrevió a facilitar una contestación verbal, se limitó a negar. La edad y las experiencias de la vida habían dejado marca en su semblante.

De esa forma, las jornadas transcurrieron hasta que Khann Sedus proporcionó su contestación. Con ella, el Consejo Supremo consignó la citación pertinente. Para emprender el viaje hacia los dominios de Kihoi, Makai y su consejero principal abordaron el artefacto especial. Este, impulsado por sellos especiales y mecanismos automatizados que eran estimulados a través del Ha, se movía con elegancia.

El vagón que ocuparon era de uso exclusivo para los Aisures de alto estatus social.

La primera media etapa pasó en un mutismo tranquilo, interrumpido por el traqueteo de las ruedas sobre los rieles.

Atento al anciano, Khel habló:

—¿Está seguro de que no prefiere desplazarse por medio de un sello? —Presionó los documentos que sostenía—. Sería menos agotador, considerando su salud. Debe cuidarse mejor y evitar viajes extensos, señor Jeir. Recuerde las sugerencias del sanador y los análisis.

—¿Por qué tanta prisa? —cuestionó Makai con cansancio—. Disfruta del paisaje y relájate; aún contamos con tiempo suficiente.

El referido asintió con gesto resignado.

El aparato continuó su marcha, mientras el sol se posicionaba con lentitud en su cenit. A la par del desplazamiento, las ventanas ofrecían vistas panorámicas de dominios fértiles, montañas regias y ríos sinuosos. Los guardias de turno se mantuvieron alerta en sus posiciones, vigilantes. En cambio, Makai se recostó en el asiento, presionando los párpados.

Tras una orden discreta de Khel, los soldados se levantaron con galanura y realizaron una reverencia antes de retirarse, dejando a los superiores a solas. El consejero ocupó el asiento de enfrente, cruzando las piernas y reposando las manos en las rodillas.

—Leier Makai, entiendo que esté actuando en beneficio del joven Virav, pero ¿de verdad supone que el Consejo aceptará su solicitud? —susurró, cauteloso—. Existe la posibilidad de que lo rechacen sin siquiera dudarlo.

Jeir se acomodó mejor en el sitio, ladeando la cabeza.

—Tocar la puerta no garantiza la entrada, pero se considerará —aseguró, sosegado—. No te atormentes con suposiciones, Khel. Confía en que tenemos argumentos sólidos para respaldarnos.

—Su salud no es un argumento, es una realidad. Además, el Consejo no se ha pronunciado respecto a los avances del Jefe Kieran; ¿por qué tanto secretismo? —masculló con voz cargada de frustración—. Entiendo que no corresponde conocer a cabalidad las razones por las decisiones tomadas concernientes a Virav o de la destitución y desaparición del exjuez Rodhan. Sin embargo, ¿usted no tiene derecho de saberlo?

»¿Cómo pretenden que usted tome decisiones a ciegas? Quizá no conviene que él abandone Maa todavía... —conjeturó.

—Khel, entiendo tu frustración, pero son temas del Consejo. —Makai mantuvo la vista en el paisaje—. Virav precisa expandir sus horizontes, conocer otros lugares y personas. —Agachó la cabeza y una apacible expresión afloró en sus arrugados labios—. Ya no puedo ocuparme de él por otro ciclo.

«Y no debería seguir viviendo ajeno a la realidad que lo rodea», se contuvo de añadir.

Khel le dedicó una ojeada afligida al mayor en lo que apretaba los labios, pronto la desvió al ventanal de la cabina. Las épocas transcurridas en compañía de aquel hombre eran más de los que podía contar con sus manos y esa era la primera vez que hablaban del tema. No por falta de tiempo o confianza, sino porque no quería.

Con un susurro apenas audible, admitió:

—Sí, tiene razón.

Makai suspiró. No culpaba a su consejero por tal raciocinio, pues no había estado a su lado el día que la Guardián Nyree Tsarki, en medio de la desesperación, le imploró que resguardase a Virav.

En esa época, si bien le había preocupado el hecho de tener que enseñarle a un niño desorientado respecto al Ha, o a las divisiones de los Aisures, una parte de él no pudo dejarlo de lado. A fin de cuentas, ¿qué culpa poseía Virav si no era consciente de lo que ocurrió a su alrededor ni de las decisiones tomadas en la época?

Mas las circunstancias eran diferentes en la actualidad: su protegido ya no era aquel niño perdido y temeroso. Creció y adquirió entendimiento sobre el mundo que lo rodeaba.

¿Cómo Makai podría limitarlo a vivir en Maa?

Su corazón y su instinto le exponían que no sería apropiado.

La meditación profunda del mandatario se vio interrumpida cuando la máquina se detuvo con un crujido, anunciando su arribo al destino principal. Descendió junto a su consejero y los dos guardias se unieron en el trayecto.

El camino estaba marcado por enormes peñascos labrados, que contaban la historia ancestral del territorio y formidables árboles de zyr'andor, conocido como «Memoria Eterna». Sus troncos azulinos y traslúcidos armonizaban con el entorno, cuyas hojas proporcionaban sombra a los alrededores.

En Kihoi, la realidad de la Gran Nación parecía distante y ajena desde la última vez que se vio involucrada en un alterado.

A medida que se acercaban a la compuerta, rememoraba los rumores sobre los responsables del caos y los daños en esas tierras, y a la casta Tsarki. Eran miembros de una antigua y peligrosa organización. Según investigaciones antiguas, esa entidad estaba vinculada con el infame Guerrero Oscuro, el desencadenante de la Segunda Guerra de Exterminio, cuyas acciones egoístas habían sido perpetuadas por el desaparecido exjuez Rodhan.

Exhaló mientras se detenía ante el soldado de turno que custodiaba la entrada principal del lado sur en Kihoi, mostrando su identificación.

Tras ser reconocido, ingresó con sus acompañantes y se destinaron hacia el Campo Principal, ubicado a espaldas de la edificación gubernamental. En el interior del sitio, Makai distinguió a los rostros familiares de los jueces superiores. También reconoció a la regia figura de la Emperatriz de Oge, acompañada por la Guardián del Tiempo.

A una distancia prudente, el Jefe Drishti, con su habitual sonrisa carismática, y Arjhan Tsarki también estaban presentes.

Entonces, inhaló. Se acercó a pasos acompasados, apoyándose en un viejo bastón que poseía.

Fue recibido con salutaciones y sonrisas amigables.

—¿Quiénes faltan? —cuestionó el juez Hassan, removiéndose en el asiento.

—El Leier Sedus y su consejero; han tenido un pequeño contratiempo en el camino —anunció el Jefe Drishti, acomodándose junto a la Guardián—. No tardarán en presentarse.

Durante los escasos minutos de espera, una mudez reconfortante los envolvió. Finalmente, Sedus y Noen llegaron, tomando su lugar junto al Leier Makai y Khel en las gradas, frente a los miembros del Consejo Supremo.

Dharani no demoró en colocarse de pie con elegancia, reposando su cetro de talle alto en el púlpito de pedralma que se erguía frente a ella.

—Estimados, permítanme extenderles una cálida bienvenida a Kihoi —pronunció la Emperatriz de Oge con voz serena y firme—. El Consejo Supremo nos ha convocado para tratar la delicada situación del joven Virav Tsarki. Jerarcas de Maa y Kihoi, les agradecemos su presencia y demandamos total discreción.

Estos asintieron en señal de comprensión. Sin perder de vista al resto, la soberana continuó:

»Es imperativo que seamos sensatos frente a los peligros que conllevaría el regreso de Virav a Kihoi. —Mantuvo el rostro impasible, exponiendo entereza—. Recordemos que hay cientos de nativos de tierras aliadas que han hecho de estos dominios su hogar, no podemos pasar por alto su seguridad. ¿Es seguro para él y para el resto?

Tras apoyarse en el respaldo del asiento, el juez Heim tomó la palabra cuando se la concedieron.

—Según tengo entendido, ha vivido en Maa sin mayores contratiempos —dijo con cierta convicción—. Podemos considerar que su situación es estable. No me opondría.

—Aunque no es lo único a considerar; la amenaza del Árbol de la Oscuridad es innegable —advirtió el Jefe Drishti con sensatez, cruzando los brazos—. Debemos ser cautelosos al tomar una decisión, un error nos costará más que en el pasado.

—Así es. El hecho de que no hayan buscado a Virav hasta ahora no significa que no lo harán. Es probable que estén tras su pista directa —añadió la Guardián Nyree, levantándose del asiento con semblante apesadumbrado—. ¿Cómo podemos asegurarnos de que no esperan esta oportunidad? Puede ser una decisión apresurada.

»Si sucedió con el exjuez Rodhan, quien dedicó tantos ciclos de su existencia al servicio del Consejo y; a pesar de eso, nos engañó y traicionó, ¿qué certeza tenemos de que no sucederá con cualquier otro juez actual?

Un mutismo pesado se apoderó del entorno, los segundos se estiraron hasta convertirse en minutos.

Los presentes asimilaban las palabras pronunciadas y sopesaban las implicaciones. Las miradas distantes se paseaban entre los miembros del Consejo, incluso entre los dos mandatarios que no formaban parte de él. Nyree torció la boca, mas antes de que pudiera enunciarse, alguien intervino antes:

—Disculpen. —Makai se levantó, realizó una genuflexión hacia los superiores y habló con voz pausada—: Entiendo la inquietud que los rodea. Es posible que su regreso conlleve graves consecuencias y temores entre los nativos.

»Ocurrió lo mismo en Maa, pero él no debería vivir ajeno a la realidad que existe más allá de los muros de una Gran Nación como Saoge.

»Es cierto que debemos velar por su integridad física. Empero, también debemos considerar las limitaciones que existen fuera de sus tierras de origen —articuló con la mirada puesta en los padres del joven en cuestión—. Virav es inteligente y sé qué será capaz de llegar lejos si no lo limitamos; la indignación de los nativos será momentánea. Y si, por alguna razón que sólo los ancestros conocen, ¿él es capaz de poner fin a todo esto que está sucediendo? —planteó, presionando las manos contra el bastón.

—Es cierto. Además, no deberíamos infringir una ley suprema por el bienestar de una sola persona —recalcó el juez Mikaere con una ligera mueca—. Está claro que las repercusiones del pasado aún residen en nuestra memoria y hay un daño colateral significativo a considerar.

»No obstante, he visto las sobresalientes académicas de Virav, son extraordinarias —continuó, convencido—. Fue el segundo o tercer mejor calificado en el reciente Gran Examen de Maa. Limitarlo no sería beneficioso, ni para él, ni para nosotros; sería desperdiciar un talento innato... —Hizo una pausa y colocó cuatro registros sobre la mesa—. Además, los otros involucrados tuvieron la oportunidad de regresar a sus tierras de origen para su formación.

El primer juez superior, que aún no había participado en la reunión, se enderezó.

—Entiendo lo que Drishti, Makai y Sedus plantean, así como lo que Nyree y Arjhan deben estar sintiendo —declaró Hassan con moderación—. No es una decisión fácil. Si buscamos un punto intermedio para decidir si debe regresar a Kihoi o no, no lo encontraremos. Es evidente que las contrariedades con la operatividad de esa antigua organización pueden persistir, es nuestro deber protegerlo en caso de que eso suceda.

»Pero ¿qué es lo que él desea?

»Prohibirle retornar a Kihoi no es una solución lógica. Debe contar con la oportunidad de formarse, sin limitaciones impuestas por nosotros. Si él aspira a estudiar en la Gran Academia de Kihoi, que los ancestros y los dioses lo permitan en plenitud.

»Eso es todo por ahora, pueden retirarse, estimados —anunció el juez Hassan, extendiendo la mano hacia aquellos que no eran miembros del Consejo—. Nosotros nos encargaremos de solventar los detalles restantes.

Región Vikeesh, tierras de Kihoi.

El fresco aroma de la hierba creciente y la fragancia que los capullos silvestres desprendía, se entrelazaban en los sentidos del joven Tsarki. Los rayos refulgentes del sol en su cenit se filtraban entre las ramas de los colosos arbóreos de zyr'andor y aran'thul.

Virav aguardaba en la estación, ubicada en las afueras de Kihoi. Sus manos se crispaban en lo que observaba con atención el horizonte celeste. Sentía cómo su corazón latía desenfrenado. Poco después, comenzó a pasearse de un lado a otro por los alrededores, como si sus pasos pudieran acelerar la llegada Arjhan y Saroj.

Había pasado varios ciclos desde la última vez que pisó su tierra natal, el anhelo de ese breve regreso se entrelazaba con la esperanza de que sus pesadillas se apaciguaran o desaparecieran por completo. A su vez, anhelaba desenterrar esa pieza que sentía que faltaba en su interior.

Sin embargo, su mente se colmaba de dudas e inquietudes sobre cómo se adaptaría allí.

Todo parecía reducirse a una amalgama de posibilidades inciertas.

Un vaho de aliento brotó de su garganta y volvió a sentarse, permitiendo que Rhunnad se subiera a su regazo. Al menos, encontraba consuelo en el pequeño rayo de esperanza que chispeaba en su pecho, indicándole que tal vez, y sólo tal vez, las cosas podrían resultar como deseaba. Ese pensamiento le brindaba cierto alivio y evitaba que se sintiera tan frustrado como temía. A fin de cuentas, estaría con su familia, tal como había ansiado.

—Todo será diferente ahora, ¿verdad, Rhunnad? —susurró, acariciando el pelaje del calar.

Yar —respondió este con un habitual cántico, admirándolo con sus pupilas verdosas.

Virav lo acicaló por debajo de las orejas peludas y puntiagudas. Rhunnad se había convertido en su refugio y consuelo durante las noches solitarias en la residencia en Maa. Le encantaba acurrucarse sobre el pecho de Virav, emitiendo un suave cántico, o jugar con los mechones de cabello cuando el aburrimiento se apoderaba de él. A veces, incluso le llevaba obsequios, como flores o plumas, que él atesoraba con cariño.

En momentos como ese, meramente se quedaba a su lado y eso era más que suficiente.

—¡Vir, haremai!

El sonido agudo de la voz de su hermana menor resonó en sus oídos.

Virav giró la cabeza hacia el lugar de donde provenía y sus perlas cian se iluminaron de emoción al atisbarla correr hacia él. Un destello de felicidad inundó su corazón, incapaz de ocultar la inmensa alegría que irradiaba de su infantil rostro. Sus pasos eran rápidos y entusiasmados, el mayor no consiguió evitar que su propia sonrisa se expandiera. Dejando a Rhunnad a un lado con gentileza, se levantó con los brazos extendidos.

Ese reconfortante contacto aplacó, entretanto, las penas de su alma y de su consciencia.

Tras un breve intervalo, se separaron para realizar el saludo formal, el hongi: juntaron las frentes, rozaron las puntas de las narices y respiraron hondo.

—Gracias por venir a recibirme, Sari —susurró y se alejó de ella, en definitiva—. ¿Zerath no vino contigo?

—No, pero va a llegar en algunos minutos. Tuvo que asistir a una reunión del Consejo. De cualquier forma, no he venido sola. Saluda —indicó la menor, señalando hacia su acompañante que no tardó en incorporarse junto a ellos. Luego, tomó asiento en una de las bancas de la estación, sujetando al calar y colocándoselo en las piernas—. ¿Cómo te fue en el viaje? ¿Estás cansado?

No hubo respuesta.

Virav elevó las comisuras de los labios una vez que se topó con los luceros cerúleos de Aroha. Los alrededores se desvanecieron; únicamente existían ellos dos. Para él, ese momento era un cuadro que pretendía grabar, debido a las cálidas emociones se acrecentaban con cada latido de su corazón.

Con las mejillas teñidas de un suave rubor, Aroha rompió el silencio:

Ki ora, Vir. ¿No hay hongi para mí?

Un cosquilleo de emoción recorrió el estómago del antedicho. Sin expresar una palabra, se aproximó a ella. Respiraron hondo al unísono, compartiendo el mismo aire mientras acoplaban sus frentes en un gesto íntimo. Fue un momento en el que el tiempo pareció detenerse y el mundo se redujo a su vínculo hasta que se separaron.

Saroj permaneció muda.

Después de apartarse, los mayores se sentaron junto a la menor Virav comenzó a relatar los detalles de su viaje de Maa hacia Kihoi y los nervios que lo habían invadido.

Minutos posteriores, Arjhan los alcanzó.

Al atisbarlo, Virav sintió cómo su corazón latía con fuerza mientras se levantaba de la banca. No había transcurrido mucho tiempo, pero siempre se emocionaba al encontrarse con ellos. Cuando el mayor se situó frente a ellos, sonrió.

Ki ora, vorel, ¿listo para partir a casa? —preguntó Arjhan con un gesto cálido.

Virav asintió sin dilación.

Ambos compartieron un profundo abrazo. Entonces, al separarse, también realizaron el hongi.

Con el saludo completo, los cuatro emprendieron el camino de regreso al interior de Vikeesh, transitando bajo las amplias sombras de los árboles de zyr'andor que se alzaban a los alrededores, cuya madera es azulada y de aspecto traslúcido armonizaban con el dosel verde por encima de sus cabezas. El sendero que seguían estaba flanqueado por magnos peñascos ancestrales, labrados con Ha, que adornaban las entradas de cada territorio.

En ocasiones, Virav se detenía a admirar los tallados de la superficie.

Cada región tenía sus propios vestigios y muchas de estas llevaban el nombre de sus ilustres fundadores, un tributo y una muestra de gratitud hacia aquellos que habían moldeado el destino de un pueblo. Eran herederas de un nombre glorioso, forjado por aquellos que transformaron el mundo en épocas remotas.

Recorrieron las rutas serpenteantes de pedralma hacia la entrada del este, en donde se localizaba la casa principal de la casta Tsarki que pertenecía a Arjhan.

El ambiente inicial era sereno, pero en concordancia con su desplazamiento, las miradas suspicaces de los nativos y los cuchicheos indistinguibles se tornaron más evidentes. Virav intentó no prestar demasiada atención. No obstante, evocó los primeros días difíciles que pasó en Maa. Ahora, en su regreso a Kihoi, se encontraba otra vez en un terreno desconocido, enfrentando juicios de los nativos.

Atenta al comportamiento ajeno, Aroha le lanzó una mirada inquisitiva.

—¿Te encuentras bien? —cuestionó, preocupada.

—Sí —respondió por resolver. Virav intentó disimular el nerviosismo con una sonrisa.

Por supuesto, la joven Arshad no le creyó. Pero no era el momento para profundizar en ello.

Conforme avanzaba, Virav se esforzaba por mantener la cabeza en alto y el paso firme. Se aferró al dije de su collar.

—Aquí nos separamos por ahora —dijo Aroha con voz refinada, inclinándose en una ligera reverencia. Al enderezarse, agitó la diestra en despedida—. Fue un placer; ka kite.

Virav siguió los movimientos de la joven Arshad tras despedirse de la misma forma. Su corazón se oprimió al verla partir, y se llenó de emociones encontradas. Aunque tuvo que apartar sus pensamientos para retomar el camino, junto a sus familiares.

Minutos posteriores, tras adentrarse en la morada, el joven Tsarki se ilusionó al contemplar el sublime jardín principal, repleto de insignias concretas y capullos cuidados con esmero. Cada reflexión y preocupación previa quedaron atrás cuando se fijó en sus parientes, quienes juntaron las manos frente a sus rostros e inclinaron el cuerpo con deferencia ante los grabados de korus—espirales—. Estos estaban formados por decenas de pequeñas piedrecitas coloridas de aerisheen.

Con cierto temor, emuló el gesto, uniéndose a ellos.

En el interior del recinto, quedó maravillado por los antiguos retratos familiares que adornaban las paredes tapizadas en fino tejido. Se detuvo frente a uno de ellos, en donde se exhibía a cada miembro, notando la presencia de tres personas que no reconocía en esa etapa.

Sin poder evitarlo, sus ojos se cristalizaron.

—Nashir y Akbaree están en las tierras de Argia con el abuelo Sadhvi —dijo Saroj cuando se situó a su lado, cargando a Rhunnad—. Nash está destinado a heredar la corona y también está ocupado cuidando de Akee. No sé cuándo nos visitarán.

—¿La corona de Argia? —Virav enarcó una ceja—. ¿Por qué?

Tras elevar los hombros en respuesta, Saroj continuó hablando:

—Pero aún está en preparación. Papá fue rey en su momento y renunció antes de casarse con mamá —susurró como si fuera un secreto que nunca debía ser contado—. El abuelo está enfermo, así que necesita un heredero.

«¿Por qué no uno de los hijos del tío Mansik o uno de sus nietos? Él es mayor que zerath, ¿no debería ser uno de sus descendientes el heredero?», se preguntó Virav con los labios presionados y atisbando a su padre de reojo. No se atrevió a manifestarlo.

—Tu habitación está arriba junto a la de tu hermana y tiene su propia estancia de aseo —informó Arjhan, haciéndole algunas señas para que lo siguiera—; la cocina y la sala están en la planta baja. En cuanto a Rhunnad... —tanteó con una ceja curvada—, ¿se quedará contigo en tu dormitorio o prefieres que le busquemos un espacio en la sala?

Virav le expuso que lo tendría con él a la vez que lo seguía por el interior del sitio; subieron las escaleras.

—Espero que puedas disfrutar estos meses con nosotros —dijo Arjhan tras detenerse en la puerta correspondiente—. Haremai, vorel.

Āmihe, zerath —agradeció al efectuar una venía.

El corazón de Virav latió con fuerza mientras observaba a su progenitor desaparecer por el pasillo, dejándolo solo. Ingresó a la alcoba designada. Se dispuso a desempacar sus pertenencias, colocando cada objeto con cuidado en los estantes y armarios vacíos. Según organizaba el nuevo espacio, se sentía más enraizado en su nueva realidad.

Al terminar, una ducha refrescante le brindó un breve respiro.

¡Muchas gracias por apoyar y leer!

Calar: Una bestia mítica.

Haremai: «Bienvenido».

Hongi: Es un saludo tradicional maorí, e íntimo. Se utiliza para transmitir Ha.

Ki ora: «Hola».

Vorel: Es una forma cariñosa de decir «hijo/a». También puede traducirse como «mi niño/a».

Ka kite: «Hasta luego», informal.

Korus: Espirales maoríes.

Zerath: Es una forma cariñosa de decir «papá».

Āmihe: «Gracias».

Okumaya devam et

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