Nadie es perfecto

By DianaMuniz

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A los ojos del mundo, Adam Alcide es el flamante heredero de la A&A. Pero bajo su perfecta fachada se encuent... More

1- Nadie es perfecto (1ª parte)
1- Nadie es perfecto (2ªparte)
1-Nadie es perfecto (3ª parte)
1-Nadie es perfecto (4ª parte)
2- Navidades Perfectas (1ª parte)
2-Navidades Perfectas (2ª parte)
2-Navidades Perfectas (3ª parte)
Navidades Perfectas (4ª parte)
3- Lo que está muerto (1ª parte)
3.-Lo que está muerto (2ª parte)
3.-Lo que está muerto -3ª parte-
3.- Lo que está muerto (4ª parte)
4.-Sombras del pasado (1ª parte)
4.-Sombras del pasado (2ª parte)
4- Sombras del Pasado (3ª parte)
4- Sombras del pasado (4ª parte)
4-Sombras del pasado (5ª parte)
5-El pájaro enjaulado (1ª parte)
5-El pájaro enjaulado (2ª parte)
5.-El pájaro enjaulado (3ª parte)
5.-El pájaro enjaulado (4ª parte)
6.-El otro lado del cristal (1ª parte)
6.-El otro lado del cristal (2ª parte)
6.-El otro lado del cristal (3ª parte)
6.-El otro lado del cristal (4ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (1ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (2ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (3ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (4ª parte)
8.- Un refugio lejos del mundo (2ª parte)
8.-Un refugio lejos del mundo (3ª parte)
9.- Hoja de Ruta (1ª parte)
9.- Hoja de Ruta (2ª parte)
10.- Recuerdos que no deben ser (1ª parte)
10.- Recuerdos que no deben ser (2ª parte)
10.- Recuerdos que no deben ser (3ª parte)
11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (1ª parte)
11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (2ª parte)
11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (3ª parte)
Unas palabras a los lectores...

8.- Un refugio lejos del mundo (1ª parte)

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By DianaMuniz

El agua se colaba entre las losas que se cernían sobre ellos excavando caminos, creando nuevos, encharcando el suelo del garaje. El sonido constante de la lluvia torrencial competía fieramente con el del mar embravecido y el ulular del viento.

Zero se llevó la mano a la frente y se apartó un mechón húmedo. Cogió la pequeña lata y esperó, con paciencia, a que se llenara del agua que se filtraba entre las rocas de la entrada. Intentar asomarse más a la salida era arriesgarse a que se invirtieran los papeles y fuera el agua la que se lo llevara a él. Miró con suspicacia el contenido de la lata y decidió darse por satisfecho. Si fuera necesario, conseguiría más. No sería otra cosa pero no iban a morir deshidratados.

Al menos, él no lo haría.

-Bebe un poco -dijo, acercando el recipiente a los labios de Alicia que habían perdido la coloración. La joven temblaba de frío, empapada como él mismo, rozaba la inconsciencia pero aceptó el agua que le brindaba y tragó sin apenas abrir los ojos.

-No quiero -gimió, negándose a tomar más-. No sirve de nada. Clara... Marie... -murmuró-. Papá... Todos están...

Zero contempló la pared destrozada que tenía delante. La única salida que quedaba era la que daba al mar, la otra se había desmoronado sobre sí misma. Si hubieran llegado un par de minutos antes, solo un par de minutos antes, la explosión les habría cogido en la casa, como al resto de la familia, y ellos también estarían muertos. Negó con la cabeza, no tenía sentido dejarse hundir por eso. Estaban vivos y tenían que seguir estándolo.

Alicia tenía una pierna destrozada y pasaba las horas deambulando en la raya que separaba la conciencia de la enajenación. Cada vez que decía algo, repetía los nombres de su familia y lloraba en silencio. Zero había sido algo más afortunado. Había recibido un fuerte golpe en la cabeza y tenía una brecha en la frente que se negaba a dejar de sangrar. A pesar de eso, había ayudado a su compañera sacándola del montón de escombros que la había sepultado y luego había improvisado un refugio en el extremo más alejado del garaje. Allí, estarían a cobijo de la lluvia y el viento siempre que este no cambiara de dirección y azotara el mar hacia el interior de la caverna, cosa que podría suceder en cualquier momento.

Un relámpago iluminó el interior de la gruta.

Esa era otra, la oscuridad. Por ahora, habían podido arreglárselas utilizando de forma intermitente la batería del hidrodeslizador pero esta no duraría eternamente. Por suerte, los víveres que habían comprado todavía estaban en el vehículo así que la comida no sería un factor limitante. El agua tampoco, al menos, su escasez, aunque podría ser que murieran de hipotermia.

Solo cabía resistir lo suficiente hasta que llegara un claro.

¿Y luego qué? No había ningún hidrodeslizador que funcionara, ninguna forma de abandonar la isla. Tenían que pedir ayuda. Necesitaban que alguien supiera que estaban vivos y que vinieran a buscarles. Zero miró con preocupación la cortina de lluvia continua que cerraba la entrada de la caverna. Tras ella; el mar. Y sobre sus cabezas, un ascenso de veinte metros por rocas afiladas antes de llegar a la casa y al faro.

«O lo que quede de ellos», pensó. Apartó a un lado los pensamientos, ese no era el momento de lamentarse; había que pensar cosas útiles.

-Alicia -llamó, moviéndola un poco para sacarla de su ensoñación. La joven le miró con ojos perdidos en algún sitio-. Alicia, tengo que irme.

-No hay salida... -murmuró entre temblores.

-Tengo que llegar hasta la torre de comunicaciones y pedir ayuda -explicó.

-¡No! -exclamó Alicia saliendo de su sopor y agarrándose a su jersey. Estaba helada. Zero soltó sus manos, más decidido que antes.

-Alicia, no hay otra salida. Si no nos ayudan, moriremos. -Podía haber hablado en singular. Era ella la que tiritaba sin parar, la que tenía una pierna destrozada y un hematoma que se extendía hasta el pie. Algo le decía que él podría sobrevivir, que podía quedarse a un lado sin hacer nada, matando las horas, y que tarde o temprano alguien aparecería, pero no podía hacerlo, no podía quedarse de brazos cruzados mientras lo que quedaba de su familia agonizaba-. Llegaré hasta la torre y espero que haya algo que todavía funcione. Diré que estamos aquí y... que lo sepan. Que vengan cuando puedan.

-Arriba no queda nada -dijo con seguridad, mientras una lágrima se escurría por su mejilla-. Nada.

-Eso no lo sabemos -dijo Zero-. Nosotros estamos vivos, quizá...

-¿Crees que pueden estar vivos? -preguntó Alicia sin atreverse a alzar la voz.

No, Zero no lo creía. Había sentido como el mundo temblaba a su alrededor en violenta sacudidas y, aún peor, había visto como una lengua de fuego bajaba por el acantilado y desaparecía en el mar. Allá arriba no quedaba nadie vivo y lo más probable era que ni siquiera hubiera una torre que funcionara y él estaba jugando contra el destino con una baraja trucada, siendo consciente de que iba a perder, pero aun así, forzó la sonrisa cuando contestó a Alicia.

-Nosotros estamos vivos, ¿no? No pensaré lo peor hasta que no vea sus cadáveres.

-La torre... -murmuró Alicia con un brillo esperanzado en la mirada-, la torre está diseñada para aguantar vientos huracanados, tifones y rayos, ¡seguro que todavía funciona! Y la casa... La casa aguanta tormentas desde hace décadas, quizá... quizá aguantó.

-Sí... -Zero asintió, tensando la sonrisa-. Oye, ahora solo llueve. Ha amainado un poco así que intentaré subir, pero si llego arriba y el temporal arrecia, me quedaré a cubierto hasta que amaine de nuevo y puede que tarde mucho en volver. Pero volveré, ¿vale? No te preocupes. Aunque tarde, volveré.

Miró a su alrededor una última vez. Las goteras estaban lejos y si no cambiaba el viento, Alicia se secaría pronto. Zero se fijó en las mangas largas del jersey que Noah le había prestado. De todas formas, no iba a ser muy cómodo para trepar por esa pared así que se lo quitó y lo puso encima a Alicia, eso la mantendría un poco más abrigada. El viento frío hizo que se arrepintiera enseguida de haberse quedado en manga corta, pero duró poco. «No tardaré en entrar en calor», se consoló mientras daba saltos cortos y rápidos mientras agitaba los brazos.

-Ten cuidado -dijo Alicia con los ojos vidriosos. Zero se arrodilló a su lado y la besó en la mejilla.

-Volveré -dijo.

-Lo sé -respondió ella.

*

Ante él, una muralla inexpugnable de rocas salientes y afiladas que se recortaban contra el cielo quién sabe a qué altura. Sabía que no debían ser más de una veintena de metros, pero la oscuridad se extendía ante él y parecía no tener fin. A su espalda, un mar hambriento abría la boca y mostraba sus incisivos de piedra esperando devorarle si se le daba una oportunidad.

La lluvia había amainado, era cierto, pero a pesar de que no era la tormenta en el sentido estricto de la palabra, el agua caía como una cortina continua y goteaba por su cabello impidiéndole alzar la vista. «Fantástico, voy a escalar mirándome a los pies», protestó en su fuero interno. Pero se agarró a las rocas.

Tenía los dedos entumecidos por el frío pero, a pesar de eso, encontró los bordes de la piedra, salientes y cortantes. Hizo diferentes tentativas antes de encontrar un agarre lo suficientemente cómodo como para colgar de él el peso de su cuerpo. Buscó un sitio con los pies. Las botas no le permitían agarrarse con comodidad pero al menos podía avanzar sin hacerse daño. Indagó en sus pocos recuerdos y en las imágenes que guardaba de su vida anterior, intentando hallar algún tipo de ayuda. Algo que le dijera que no era la primera vez que hacía algo parecido. Pero no encontró nada. Sin duda, su vida debía de haber sido muy aburrida.

Miró de reojo la puerta del garaje, todavía estaba a tiempo de regresar, pero regresar significaba tirar la toalla, y condenar a Alicia. Intentó mirar hacia arriba y la distancia se le antojó imposible. Emitió un gañido de desánimo. Apenas había dado un par de pasos, no había ascendido más que unos metros. Pero no había otra salida así que buscó un nuevo asidero con su mano derecha y, de nuevo, tanteó y aseguró antes de buscar un nuevo apoyo con el pie. Poco a poco, sin prisa, asegurando cada paso. Una mano. Un pie. Tardaría pero llegaría. Solo tenía que recordar una cosa: no rendirse.

No fue fácil y en la recta final los calambres en los brazos amenazaban con echar por tierra todo el esfuerzo. Pero Zero no pensaba, no sentía, ni siquiera notaba que el temporal había arreciado o que sus dedos sangraban. Zero estaba en otro sitio, concentrado en cada movimiento, en cada gesto. Ajeno a todo lo que le rodeaba, a todo que no fuera la pared de piedra, sus manos y sus pies. Y sus brazos, que se estremecían haciéndole más difícil la ascensión. Pero los ignoró, igual que ignoró el frío, el dolor y la fatiga. Y cuando sus manos palparon la hierba mojada en lugar de la roca afilada, Zero se sorprendió y solo en ese momento fue consciente de que su ascensión había llegado a su fin.

Se dejó caer sobre el suelo para recuperar la respiración perdida. Solo fueron unos segundos. Después, se puso de pie y se dio cuenta de que había llegado al infierno.

*

Recordaba la pradera que tenía ante él. No había podido salir mucho de la casa pero cuando lo había hecho, recordaba hierba verde y a Eos brillando en un cielo color turquesa. Casi pudo ver a Marie dando saltos haciendo la danza de la no-lluvia que, según ella, servía para espantar los nubarrones y hacer que el claro durara más. Y que, según Clara, servía para que se llenara de barro y darle más trabajo a ella.

Ahora no había pradera. Solo las briznas del borde del acantilado conservaban el color esmeralda, el resto era ahora un yermo negruzco. El olor de la tierra mojada se mezclaba con el de las cenizas. Arrastró los pies sintiendo como si algo le contuviera, impidiéndole acercarse. No quería ir.

La casa había quedado reducida a un montón de escombros. Apenas una de las paredes se mantenía en pie. Desde donde estaba, podía ver el interior de lo que quedaba de las habitaciones de lo que había sido su hogar. Era imposible que nadie hubiera sobrevivido a aquello. Como se temía, si aquello hubiera pasado un minuto más tarde, su cuerpo y el de Alicia también estarían tirados bajo la lluvia, a merced de los elementos. No buscó con la mirada, no quería encontrar lo que sabía que estaba. Si las cosas hubieran sido de otra forma, hallaría los cadáveres y les daría sepultura. Y lloraría. Pero ahora no era las vidas perdidas lo que le preocupaban, era la que se podía perder. Había subido allí no para llorar a los muertos, sino para salvar a los vivos. Para encontrar la torre, para pedir ayuda.

Respiró aliviado al ver que la torre permanecía intacta. Ennegrecida como todo en la isla, pero intacta. Al menos, en apariencia. Alicia tenía razón, la torre estaba diseñada para resistir los embates de mil temporales, vientos huracanados y olas destructoras. Ojalá la casa hubiera corrido la misma suerte.

«Un cráter», pensó, sorprendido, al darse cuenta de que estaba descendiendo una pequeña cuesta. La roca de la isla era tan dura que apenas había escavado la superficie, pero era un cráter, no cabía duda. Y eso significaba que algo había caído. O había caído o había explotado. Si hubiera habido algún tipo de accidente, lo lógico sería pensar que la explosión se había dado en la casa. Pero no era así, el núcleo del cráter se dibujaba en el centro exacto de la isla, como si alguien hubiera acertado en el ojo de una gigantesca diana.

«No intenten encontrar su casa porque, como ya le he dicho, es un nido de víboras que aprovechará cualquier oportunidad para devorarle». Las palabras de Seaward resonaron a su mente sin haber sido convocadas.

-Es por mi culpa -murmuró, comprendiendo lo que había sucedido.

Las víboras habían salido a devorarle y habían destruido todo a su paso.

***

Intentó centrarse en su objetivo. Se fijó en las escaleras que daban a la torre. Avanzó entre los escombros sin dejar de mirar las escaleras, por miedo a encontrar algo que le hiciera detenerse. Tuvo que apartar pedazos de la pared para abrirse camino. El agua se pasaba entre las grietas de la estructura, aunque el faro se mantenía en pie, había sufrido daños importantes y todas las esperanzas que había depositado al descubrir la torre en pie, se desvanecían al pensar que los aparatos no tenían por qué haber corrido la misma suerte.

No era la primera vez que estaba allí, tenía vívidos recuerdos de cómo Noah le había explicado el funcionamiento. Zero se había mostrado ansioso de aprender cosas nuevas y no había tardado en emular a su maestro, que se había mostrado sorprendido ante su perspicacia. Recordaba la conversación, con Noah enfundado en uno de sus viejos jerséis de cuello alto mientras daba sorbos a su taza.

Ahora esa taza estaba rota en el suelo, y no había rastro de su propietario. Algunos de los cristales se habían roto, no todos, pero el aguacero se colaba por ellos como si fuera una cascada. Zero revisó los controles, tal y como le había enseñado el farero, y descubrió que ni uno solo de los aparatos daba lecturas. Apretó las mandíbulas y lanzó un bramido, ahogado por la galerna. Localizó el viejo comunicador de radio que utilizaban para hablar con Beth. El aparato era una antigüedad pero era de las pocas cosas que apenas se alteraban ante las tormentas eléctricas. Las cosas viejas estaban hechas para durar, quizá eso... Zero cogió el auricular y apretó todos los botones con cierta desesperación, mientras buscaba refugio debajo de la mesa. No era mucho pero algo le cobijaría.

-¿Hola? -dijo. Si el aparato no funcionaba nadie le escucharía-. Por favor, que conteste alguien. -Se mordió el puño intentando ahogar los gemidos. Si la radio tampoco funcionaba no le quedaba nada.

-¿Noah? -respondió una voz femenina, entrecortada por la estática.

-¡Sí! -exclamó Zero dándose un golpe contra la mesa al incorporarse de golpe-. Quiero decir, no, no soy Noah. Soy Zero.

-¿Zero? -repitió la voz.

-Cheshire o Adam -se corrigió al darse cuenta de que la persona del otro lado no conocía su nombre-. Soy el chico sin memoria que vive con los Aruso.

-¿Estáis bien? -preguntó la voz al otro lado.

-No -dijo Zero ahogando un gemido. Le costaba hablar-. No, están todos muertos. Solo quedamos Alicia y yo y ella está mal. Necesitamos ayuda, por favor. Tienen que venir a buscarnos.

-Cielo santo -oyó que murmuraban al otro lado.

-Zero -dijo una nueva voz. Una voz que reconocía como la suya propia.

-¡Tristan! -murmuró sin pensar. No era Tristan, era Seaward, ¿por qué le había llamado Tristan?

-Sí, soy yo. Iré a buscarte.

-¡No se puede salir hasta que no haya un claro! -exclamó una voz que reconoció como la de Beth-. ¡Es un suicidio!

-¿Cuánto tiempo puedes aguantar? -preguntó Tristan.

-Yo estoy bien -dijo Zero-. Tengo frío y todo está destruido. Y si la tormenta arrecia, no sé si encontraré refugio. Pero si el viento no cambia, aguantaré. Me preocupa Alicia; ella está herida.

-El problema, Adam -De nuevo hablaba Beth-, es que sin el Faro no tenemos forma de predecir la llegada y duración de los claros. Aunque queramos ayudaros, no hay forma de...

-¿Nos vais a dejar? -preguntó Zero. No le interesaban las escusas, solo quería saber si alguien iría a ayudarles. Nada más.

-Tienes que entender que...

-No tengo que entender nada -replicó-. Necesito saber si puedo contar con alguien o tengo que espabilarme solo. Eso es todo.

-Lo siento. -La voz de Beth sonó rota, tras la pausa interminable que se tomó para contestar. Zero ya sabía lo que iba a decir antes de que lo dijera.

-¿S-si...? -La voz se le quebró y tuvo que tomar aire para calmarse e intentarlo de nuevo-. ¿Sigue Tristan ahí? -preguntó.

-¿Te refieres a Seaward? -dijo Beth-. No, se acaba de marchar. Ha sido casualidad que estuviera aquí. Él... no es de aquí. Sé que te dijo que iría a buscarte y a todos nos gustaría ir, pero no es posible. Si él fuera de aquí lo sabría. No es mal tiempo. Es una tormenta, no es lo mismo. Oye, Adam o Zero o como quiera que te llames, iremos a buscaros. No ahora, no hasta que no haya un claro. Pero aguantad, por favor. Resistid.

-Está bien -concedió Zero. Tampoco era que pudiera hacer nada más-. Tengo que irme -dijo-. Alicia está en el garaje y no sé cómo pero tengo que volver allí. Intentaré contactar de nuevo. Cuando... No sé. Cuando crea que hay un claro, supongo. -Y eso podría ser dentro de días, o incluso semanas.

«Tristan vendrá a buscarme», insistió una vocecita infantil en su interior. «Vendrá, seguro».

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