Cazador de Santos

By RadioDrawings

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Diez años han transcurrido desde el atentado efectuado en la iglesia de Los Santos, pero los peligros en la c... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Confesiones
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 20
Capítulo 21

Capítulo 19

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By RadioDrawings

Hacía cerca de una semana que había discutido con Chris, hacía cerca de una semana que no lo veía ni hablaba con él. Eran las ocho treinta de la mañana y Louis seguía en su cama, inmerso en sus pensamientos. Había optado por no presentarse a trabajar ese día.

La noche anterior se había ido a dormir temprano, sin cenar. Sentía que cualquier mínimo esfuerzo sería en vano. ¿De qué serviría despertarse temprano, internarse en la cocina y poner el negocio en condiciones si al terminar la jornada apenas recaudaba para poder pagar la luz? Sus ahorros poco a poco iban mermando y aunque quisiera, se le hacía cada vez más cuesta arriba hacerse de insumos para sus creaciones. Sumado al conflicto con su... ¿novio? Y es que ya no sabía ni cómo llamarlo. Louis se sentía herido, nuevamente traicionado y sólo quería llorar.

Desde su cama miró los tenues rayos del sol filtrarse por las delgadas cortinas blancas y suspiró abatido, entre silenciosas lágrimas. ¿Cuál había sido él motivo principal para volver a Los Santos? Teniendo una vida armada, un trabajo estable, tenía que ser imbécil para decidir abandonar todo por un sueño que se vaticinaba imposible. ¡Joder! ¡Cuarenta años! Cuarenta años y todavía... Todavía seguía igual de perdido que veinte años atrás.

Se removió entre las sábanas y giró su rostro hacia el lado contrario, cubriéndose con ellas hasta las orejas. "Ojalá desaparecer".

Oyó su móvil vibrar en la mesita de luz, más lo ignoró. Probablemente fuera otra llamada de Chris intentando disculparse. No quería oírlo. No quería oír más excusas, ni patéticas súplicas. Al cabo de unos segundos, quien fuera que estuviera llamando desistió y colgó.

Bufó. A lo mejor podría dormir el resto de la mañana. A fin de cuentas, ¿quién extrañaría a "Il nostro amore" esa mañana? Nadie, se dijo.

Otra vez la vibración de su móvil. Ya molesto, dispuesto a apagar el aparato para poder descansar, lo cogió.

Su gesto pasó de fastidio a culpa al ver el nombre de "Mar" escrito en la pantalla. Apresurado, sorbiéndose con fuerza la nariz para que no notara que había estado llorando, atendió.

- ¡Hasta que atiendes, hijo! ¿Estabas ocupado o ya te olvidaste de tu mamá?- la cantarina voz de una mujer se escuchó del otro lado. A pesar del claro tono de reproche, las palabras en portugués hicieron sonreír al pelirrojo.

- Hola, ma- la saludó intentando sonar más animado-. Perdona, es que... estaba ocupado con... unos asuntos -mintió mientras se acomodaba contra el respaldo de la cama.

- ¿Estás en la cafetería?- quiso saber Margaida- ¿O son "otros" asuntos?- preguntó, soltando una risilla.

- Ahora... Ahora estoy en la cafetería. No estoy para "esos" asuntos, ma -anunció luego de una honda exhalación-. Y... Eh... ¿Cómo estás? ¿Cómo está papá?

- Mira... ¡En cualquier momento lo mando contigo! Está hecho un viejo quejoso. Que le duele la rodilla, que le duele la espalda. ¡Eso es por estar todo el día sentado viendo sus programas en la tele!- exclamó a viva voz- Hoy me cansé y lo mandé a él a hacer las compras, y más tarde tiene que regar las plantas. El cedro de Tadeo cada día crece más y más, así que más le vale podarlo un poco, o alguno de los niños se sacara un ojo cuando pase por allí- continuó contándole.

Louis esbozó una débil sonrisa ante lo que la mujer le relataba. El cedro de Tadeo. El cedro que habían plantado en su honor apenas pisar tierras brasileñas.

- ¿Y por qué no empiezan clases de baile? -sugirió de repente encogiéndose de hombros- No sé... Así pasan tiempo juntos y de paso se mantienen activos.

- ¡Ay, hijo!- Mar soltó una sonora carcajada- Si sabes que tu padre tiene dos pies izquierdos- continuó riendo-. Pero bueno, que quiero saber cómo estás tú, cómo va tu negocio. Cuéntame, corazón, ¿ha mejorado algo?

- Eh... Sí, todo... Todo va bien, ma. El negocio va "estupendo" - volvió a mentir.

Un pesado suspiro se dejó oír del otro lado de la línea.

- ¿Y tú desde cuándo me mientes, Louis? Te recuerdo que, si bien no te parí, sigues siendo mi hijo, y ninguno de mis hijos tiene permitido mentirme- le dijo con voz severa.

- Lo siento -se arrepintió de inmediato, incapaz de sostener tremenda mentira frente a la maravillosa mujer que lo había acogido como un hijo más- Es que... -movió la cabeza hacia atrás, elevando así sus esmeraldas hacia el cielorraso- No quería que te preocuparas, ma. La verdad es que las cosas... No van como lo esperaba, ni en el trabajo ni en mi vida personal. Me siento un imbécil.

- Ay, mi niño...- Louis pudo imaginar la mirada cargada de preocupación de su madre de corazón- No eres ningún imbécil. Eres el hombre más astuto y valiente que conozco, Louis. Además, eres un pastelero extraordinario. Tus antiguos clientes aún preguntan por ti, ¿sabías? Es cuestión de tiempo hasta que esos antipáticos estadounidenses acostumbren el paladar para apreciar las cosas tan deliciosas que haces, cariño.

- Sí...-suspiró- Supongo que sí- más la mujer no sabía que lo que menos tenía Louis en ese momento era tiempo. Antes de finalizado el año entraría en quiebra y esta vez no habría nada ni nadie que pudiese salvarlo- Tal vez tendría que haberme quedado con ustedes en Brasil.

- Mi niño, si tú lo que quieres es volver, sabes que siempre puedes volver aquí. Esta es tu casa. Pero, antes de tomar una decisión, piensa por qué quisiste irte en un primer momento. En tu sueño de tener tu propio café en la ciudad donde conociste el amor- Mar suspiró. Aquellos recuerdos eran difíciles para todos-. Louis, escúchame muy bien: a veces la vida es dura. Casi siempre lo es. Pero intentar recuperar la felicidad volviendo a lugares donde ya estuviste, o a personas que ya cumplieron su ciclo, o a memorias de gente que ya no está con nosotros, no es la solución- un prolongado silencio se instauró entre ambos-. Claro que tu padre y yo extrañamos a Tadeo. Y está bien que tú también lo hagas, Louis, pero no puedes vivir aferrándote a lo que pudo haber sido y no fue. La vida es para vivirla. Para disfrutar, para aprender. Para sanar ese corazón tan noble que tienes. Tienes mucho para ofrecerle al mundo. No te escondas.

- Es lo que él diría- Louis pronunció en un hilo de voz aquel pensamiento que raudo cruzó por su mente. Había comenzado a llorar y ahora escondía su rostro entre ambas piernas flexionadas, como si con ello pudiese ocultarle al mundo su dolor. Se mantuvo en esa posición unos largos segundos- Gracias, mãe. Lo intentaré... No te preocupes por mí.

Escuchar a Louis llorar rompió el corazón de Margaida. Louis era su niño. Un regalo de Dios, decía, enviado para recordarle que su hijo no había muerto en vano. Que su sacrificio sirvió para que aquel chiquillo de apenas veinte años escapara del infierno en el que vivía y creciera para convertirse en un hombre del que todos estaban orgullosos. Un hombre que era capaz de transmitir felicidad y luz a quienes lo conocieran.

- Ay, mi pequeño... Siempre me preocuparé por ti. Todos aquí lo hacemos- se permitió derramar algunas lágrimas. Deseaba poder darle un fuerte abrazo-. Bien, basta de hablar de negocios- dijo, una vez se hubo compuesto-. Dime: ¿quién es el que te tiene tan triste? ¿Cómo se llama? ¿A qué se dedica?

- Él... Él es sheriff y se llama Chris -explicó brevemente una vez que las lágrimas hubieron cesado.

- ¿Y...? ¿Qué ocurre con él? ¿Acaso es ciego y no ve lo bello que eres?- inquirió con curiosidad su madre.

- Mãe... Dices eso porque me quieres -exhaló el aludido en medio de una amarga sonrisa- El... Hace unos días hizo algo que me decepcionó y ya... desde ese momento no hablamos.

- ¿Qué fue lo que hizo?- preguntó, esta vez algo alarmada.

- Eh... -rebuscó las palabras idóneas para transmitirle algo de sosiego a su madre y evitar ahondar en aquellos documentos que había visto en casa del alguacil- Él... Él estuvo investigando sobre mí a mis espaldas.

- ¡¿Cómo?! ¡¿Por qué?! ¡Si tú no eres un criminal ni nada!- explotó Margaida- ¿Qué pretendía con eso?

- No sé -se encogió de hombros-. Según él, protegerme. Pero... Yo qué sé, tal vez sólo quería cuidar de sí mismo.

- ¿Protegerte? ¿Protegerte de quién, hijo?- la voz de su madre tembló levemente. Contaba con que Louis estaría seguro después de tantos años, pero... ¿Y si habían sido demasiado confiados? ¿Y si ese sheriff tenía razón en investigar más?- ¿Encontró algo?

- No sé, ma. Estaba... Estaba muy enojado... y triste y me fui. No quería escucharlo -contestó preso de los nervios-. ¿T-tú crees que alguno de ellos me pueda estar buscando?

- Ellos te dijeron que los tenían a todos, ¿no?- dijo, refiriéndose al FBI- No creo que... Que estén buscándote. Además, los agentes dijeron que te habías escapado. Ellos inventaron una historia. Tú... Tú deberías estar a salvo, Louis- más que tranquilizarlo, Mar sonaba como intentando convencerse de que todo estaría bien-. Pero... El miedo de este sheriff es válido. ¡Fíjate cómo estamos nosotros, que ya sabemos que nada malo podría pasarte!

- Sí, pero... - Louis dejó escapar una gruñido, abrumado por todo lo que estaba viviendo. A ese punto no sabía si Chris había actuado de buena fe o no. Si lo quería proteger o sólo hubo sido una mentira de su parte. También lamentaba el haberlo tratado tan mal durante esa última discusión y a la par creía que merecía eso y más. Louis lo extrañaba, ¡Joder que sí! Extrañaba sus besos y abrazos, su compañía pero también estaba furioso y sobretodo dolido.

- ¿Pero qué, cariño?- preguntó Margaida con suavidad.

- Nada ma. No es nada. Lo siento -murmuró restándole importancia al asunto- ¿Podemos hablar de otra cosa?

- Claro que sí- la mujer sonrió. Si bien ahora su niño estaba dolido, algo en su interior le decía que ese sheriff no había obrado con malas intenciones, lo que podía significar que realmente apreciaba a Louis-. ¿Sabes? He estado hablando con tu padre, y tenemos ganas de ir a visitarte para Navidad. Eso si todavía quieres quedarte allí, claro.

- Sí, mãe- rio Louis contagiado por el entusiasmo de la mujer-. Mi depa es algo pequeño, espero que no les moleste.

- Ay, niño. Que tu padre y yo comenzamos viviendo en un cuarto rentado. ¿No te lo había dicho ya?

- Sí, algo había escuchado -sonrió el pelirrojo al rememorar la cantidad de veces que había oído aquella misma historia durante cenas y celebraciones familiares-. Papá daba clases en la universidad de Tokio y tú, cuando terminabas tu turno en la fábrica, te escabullías a sus clases para poder pasar algo de tiempo juntos. Ya cuando se hacía la hora volvían a casa en bicicleta, atravesando de un extremo al otro toda la ciudad.

- ¡Vaya! Si parece que te sabes la historia mejor que yo- rio la mujer-. En fin, Louis. No te molesto más. Cualquier cosa que necesites, nos avisas, ¿sí? Sea dinero, un consejo, lo que sea. Tú pídelo y nosotros te ayudaremos, mi cielo.

- Lo sé, ma. Estaré bien, no te preocupes -habló con suavidad- Y gracias. Los quiero a ti y a papá. Son... muy importantes para mí.

- Y nosotros te queremos a ti, cariño. Muchísimo. No lo olvides- Louis pudo sentir la cálida mano de su madre acariciando su cabello incluso a la distancia-. Ten un buen día, y no olvides hablar con tu sheriff- se despidió.

- Buen día para ti también, ma -le devolvió el saludo obviando intencionadamente sus últimas palabras.

Fue así que, ya más motivado por la reciente conversación que hubo mantenido con su madre, Louis decidió poner un pie fuera de la cama. Primero uno, después el otro y ya cuando estuvo listo optó por subir las persianas de "Il nostro amore".

"Iremos un día a la vez, Louis. Un día las vez"; se dijo en voz alta. Y mientras preparaba algo para poder hacerle frente al día que le esperaba, se dedicó a pensar en Chris.

En realidad, no podía evitar pensar en él, aun cuando el enojo fuese mayor a sus ansias de volver a verle en lo inmediato, Louis anhelaba al sheriff. Lo amaba y necesitaba igual que a nadie en ese momento pero también necesitaba tiempo.

***

Una semana había pasado desde su reunión con Evans. Miller había sido puesto al tanto. Según palabras de la pelirroja "el Buró Federal necesita la ayuda del sheriff Collins puesto que es él el que conoce mejor a la banda Sons of Anarchy, y tal parece que están involucrados en algo más grande". Aquello no era una mentira, pero los motociclistas habían abandonado la isla hacía ya varios meses, y de importantes tenían nada.

Aun así, el viejo se había tragado el cuento. No en su totalidad, eso seguro, pero poco podía hacer frente a la directora del FBI.

Chris condujo su vieja camioneta hacia las antiguas dependencias federales, esas donde Evans le había propuesto entrar a la investigación. Habían pactado otra reunión, esta vez con todo el equipo, para ponerse en sintonía y planificar los siguientes pasos.

Era un día particularmente gris y frío para estar en pleno agosto, pero al sheriff aquello no lo incomodó. Más bien, agradeció el descenso de temperatura. De esa forma, era mucho más tolerable llevar aquella estúpida peluca y bigotes falsos.

Al llegar, se encontró con una fila de coches de segunda mano estacionados en el parking. Bajó de la camioneta y, sin nadie a la vista para guiarlo, se adentró en el edificio frente a él.
Al pisar el interior de la edificación, Chris sólo tuvo que seguir el murmullo de voces hasta el segundo piso. "Ese debe de ser el argentino", pensó al oír "el boludo ese" llegar a él en un español que apenas podía entender.

- Como esté hablando de mí... -masculló entre dientes subiendo peldaño a peldaño hacia el sitio pactado para el encuentro. El lugar olía a encierro y, sin investigar demasiado, pudo percatarse del estado de abandono en cada una de sus instalaciones. Desde vidrios rotos (por donde se escabullían aves y otras alimañas provenientes del exterior), partes del techo que se venían abajo, tablones sueltos, tierra y vegetación salvaje que se iba haciendo paso en el interior.

Al abrir la puerta, las risas cesaron de inmediato y Chris pudo encontrarse con el resto del equipo sentado en sendos lados de una básica mesa rectangular: Quintana, el argentino, Horacio y "el ruso de los cojones". Además de Evans, quien se encargaba de presidir la misma.

- Sheriff, buenos días - lo saludó ésta y, evitando ponerse en pie, le invitó a ocupar un sitio junto a Fede.

- Buenos días a todos- saludó el rubio con un leve asentimiento de cabeza antes de ocupar el lugar indicado-. Lo siento por la demora. Mucho tráfico en la autopista del norte- se excusó.

- Ya... Está bien -asintió la mujer volviendo su vista al frente. Teniendo a Horacio como su subordinado ya estaba más que acostumbrada a la impuntualidad y a excusas varias de su parte.

- ¿Cómo le va, sheriff? - lo palmeó Fede con camaradería aprovechando la proximidad- ¿Se acuerda de mí? Ahora somos compas, ¿eh? ¿Qué le parece?

- ¡Claro, hombre!- mintió Collins, intentando con todas sus fuerzas recordar en qué momento de su vida lo habría visto- Una pasada estar con ustedes en esta... Baticueva- le dijo, logrando que Horacio soltara una carcajada.

- Eh... -carraspeó Viktor, reojeando la hora de su móvil- Bueno, ya que está aquí y que la reunión se retrasó unos cuantos minutos, ¿podríamos dar inicio, Evans?

- Joder...- masculló entre dientes el rubio, volviendo su vista al frente.

- Bien, antes de ir al motivo de la reunión, creo que es pertinente poner al sheriff al día sobre los últimos pormenores del caso y los avances que hemos logrado sobre el mismo -empezó a hablar Evans haciendo uso de su voz más potente, con la libertad que suponía el no ser oída por personas ajenas al círculo-. Tenemos un género, un posible nombre y una vaga descripción física de la que suponemos, es la mandamás del grupo al que estamos pisándole los talones.

- Sharon- habló Miriam por primera vez-. Sharon "sin apellido". Fue Milo Wayne quien me lo confió.

- ¿Recuerdas la intervención de la LSPD en Rancho? Bueno, Milo Wayne es hijo del líder de "los verdes", una de las pandillas con poder en la zona- explicó Horacio-. Los mismos que tienen una disputa con los Vagos por el control del territorio. En fin, parece ser que se aburrió de jugar a las peleas con sus amigos y ahora se relaciona con traficantes internacionales.

Collins soltó una carcajada.

- ¿Qué puede traficar un mocoso? ¿Chicles, caramelos?- dijo, burlón.

- Armas- lo cortó el de cresta-. Esa tal Sharon parece estar involucrada en tráfico de armas, al igual que Milo Wayne. Y esas armas vienen en buques cargueros de Griscom.

- Exacto- retomó esta vez el comisario girándose levemente hacia dónde estaba el rubio-. Horacio infiltrado en el puerto, la noche del... tiroteo en la autopista, consiguió pruebas importantes para implicar a altos mandos del ejército, y posiblemente también del gobierno, en el tráfico de armas- esto último lo exclamó con un más que denotado orgullo en su voz por las acciones del federal, dedicándole de paso una fugaz sonrisa.

- Joder...- soltó el sheriff, visiblemente impresionado- Esto es chungo de verdad.

- Tío, que me pegaron un tiro...- masculló Horacio, algo ofendido- ¡Claro que era chungo!

- No me jodas, Horacio. Tú siempre andas metido en líos- contraatacó Collins.

- Si no fuera por Horacio, todavía estaríamos en el punto de partida - interrumpió Volkov, saltando en su defensa- ¿Fue imprudente? Claro que sí, pero también muy valiente. Desde el primer día fue él quien se encargó de llevar esta investigación al hombro y hacerle frente a esos tipos aun cuando no había ni CdS ni nada.

Horacio no pudo hacer más que quedarse mirando boquiabierto al comisario.

- ¡Ya, hombre! Se lo dije en broma- se defendió Collins-. Horacio es el mejor agente, ya lo sé- agregó, intentando molestarlo.

- Sí, "broma" -masculló el comisario en su dirección, acomodando con una mano el cuello de su camisa bordó-. ¿Una broma de la que sólo te ríes tú o cómo es eso? Ya... Evans, ¿podemos continuar?

La pelirroja se puso en pie, y apoyó ambas manos en la mesa, dejando caer su peso sobre ellas. Si bien era una mujer delgada y de estatura promedio, su serio semblante hizo enmudecer a todos los presentes.

- A ver, niñatos- su voz resonó en las paredes-. Esto es una reunión de un equipo de investigación que involucra a tres facciones gubernamentales. Creería que eso es motivo suficiente para exigirles un mínimo de seriedad. ¿O me equivoco?

- Continúe, por favor -pidió nuevamente Viktor- ¿Cuál es el motivo de esta reunión, Evans? Además de presentar... al nuevo compañero -añadió con cierto desdén sin siquiera mirarlo. A cada segundo se arrepentía más y más de haber sugerido su incorporación. "¿En qué cojones estaba pensando?"

- Pérez- lo llamó tajante, volviendo su mirada al de cresta-. Hable.

Algo incómodo al saberse el centro de atención en ese momento, Horacio carraspeó, centrándose en rebuscar algo entre todos los papeles desplegados frente a él.

- Estuve hablando con algunos de mis informantes estas semanas, y... Les pedí que siguieran al alcalde en sus paseos por fuera del horario laboral- explicó con calma. Dio con un sobre de papel madera, cuyo contenido hacía que se doblara por su propio peso-. Me comentaron que le siguieron rastro hasta algunos clubes nocturnos, discotecas... Generalmente iba solo, con una mujer que hacía de chofer, pero al salir de los locales nocturnos siempre lo hacía acompañado por algún tío- abrió el sobre y dejó caer sobre la superficie varias fotografías en donde podía verse al alcalde abrazado a un hombre de no más de treinta años. Parecían fotos sacadas en un lugar oscuro, probablemente un callejón-. Las tomó uno de mis amig... Quiero decir, informantes- aclaró de inmediato.

Viktor cogió una de las tantas instantáneas y se dedicó a analizarla con cierto recelo, repasando los rostros en penumbras de los allí presentes. Miriam y el resto de los concurrentes, hicieron lo mismo mientras esperaban a que Horacio continuara con su relato.

- Estaba pensando en infiltrarme en su próxima salida nocturna. Llegar al club en el que esté e intentar acercarme a él y...- la frase quedó flotando, inconclusa, en el aire.

- Secuestrarlo- sentenció Evans.

- ¿Qué? ¿Estás loco? -formuló Mimi de repente.

El ruso, por su parte soltó la fotografía que tenía entre manos. Aterrado, atónito ante lo que había oído, fijó sus iris grises en el perfil del moreno.

- Horacio... -llegó a articular- Eso... es riesgoso. No puedes...

- Sí puede y lo hará- se adelantó Evans-. Y ustedes serán los secuestradores- añadió, señalando al resto.

- ¿Cómo?- musitó Collins, perplejo.

- Es que... ¿No hay otra alternativa? -inquirió Miriam completamente descolocada por la situación.

- Secuestrar al alcalde... ¡Mierda! Nunca nadie se atrevió a tanto -musitó Fede soltando una risita nerviosa- Sheriff, policías y federales secuestrando al alcalde...

- Me niego -exclamó el ruso moviendo su cabeza de un lado a otro- Me niego. Somos un equipo, ¿o no, Evans? ¿Sino para qué cojones nos reunimos? Tenemos que... idear el mejor plan entre todos. Esto... Esto es una locura. Es sumamente peligroso. ¿Entiende que si...descubren a Horacio, si... si... descubren sus intenciones... lo matarán?

- Yo propuse el plan- Horacio se hizo oír entre todo el parloteo. A diferencia de sus compañeros, su voz sonaba serena-. No me matarán. Eso no...- soltó una risa- Lo sacaré del club, le diré de ir a algún lado y, en el camino, ustedes nos interceptarán y simularán un secuestro.

Collins, quien había escuchado todo aquello atónito, dejó caer la cara entre sus manos. No podía creer en lo que había aceptado meterse.

- Joder, Horacio... -exhaló el ruso- Estoy... De verdad, necesito un momento -agregó amagando con ponerse en pie, decidido a abandonar el recinto.

- ¡Volkov!- lo llamó Evans, demandante- O vuelves a sentar tu culo ahí y atiendes al plan, o te dejo fuera de Cazador de Santos. Tú decides- sentenció, clavándole la mirada.

- Говно! (¡Mierda!) -farfulló el aludido y, sin más alternativa se dejó caer en su asiento- No... No entiendo cómo eres capaz de permitir esto, Evans.

- Te recuerdo, Volkov, que los agentes Pérez, Quintana y Jiménez son, de hecho, agentes federales, entrenados para jugarse el pescuezo para mantener el orden de la nación- continuó Evans-. Si esto le supone un conflicto, me temo que será imposible contar con su colaboración en el caso.

- Joder- bufó aún más molesto que antes. Espió a Horacio el que aún se mantenía a su lado y añadió:- Está bien... Está bien, estoy... dentro. Aunque no esté de acuerdo con este... plan, confiaré en Horacio y en su criterio.

- Pues... Deberías- susurró Horacio, algo ofendido ante la reacción del ruso-. Es un plan simple: voy, lo saco del club, me lo llevo a algún lado y ustedes nos secuestran. El tiempo que lo tengamos retenido será breve, pero debemos aprovechar para sacarle información. De dónde vienen las armas, quién se las pide, hacia dónde van... Porque no creo que todas terminen aquí, sino esto ya sería un campo de batalla- opinó.

- Es decir... ¿Llegamos y a punta de pistola los subimos a la parte trasera de una furgoneta? -Mimi se veía particularmente nerviosa al prever el panorama que les esperaba- Habría que trazar una ruta de escape hacia... ¿A dónde querías llevarlo, Horacio?

- Sin contar que posiblemente nos sigan -habló el informático-. Porque supongo que esa mujer que lo escolta siempre que sale no se quedará de brazos cruzados viendo cómo se llevan a su jefe delante de sus narices.

- En ese caso tendríamos que encargarnos de ella también -sugirió la morena-. Mientras Hache está dentro del club.

Horacio mordisqueó sus uñas, ansioso.

- Ya... Eso todavía no lo pensé. Es que depende de adónde lo encuentre, ¿sabes? Si estamos a tomar por culo en Paleto es una cosa, y otra si estamos en Vinewood.

- Supongo que tendremos que improvisar- concluyó Collins, echándose hacia atrás contra el respaldo.

- ¿Improvisar en una situación así? -preguntó una incrédula Miriam girándose hacia dónde estaba el sheriff- Al menos tendríamos que tener más de un plan de escape trazado y ya... Si después las cosas no salen como esperamos...

- Bueno, pues vamos y trazamos varias rutas de escape- se impacientó Horacio. Él, a diferencia de sus compañeros, estaba acostumbrado a improvisar sobre la marcha. Aquello no siempre significaba salir ileso, pero al menos seguía con vida y con unos cuantos criminales peligrosos tras las rejas-. Eso lo veremos después, ¿vale? Ahora quiero saber si tienen alguna otra objeción a parte de lo obviamente peligroso- dijo, mirando a todos sus compañeros.

- No -exhaló el ruso con denotada frustración-. Si la decisión ya está tomada no hay mucho más que se pueda hacer, ¿cierto?

- Volkov- lo llamó una vez más Michelle-, si supiera que tenemos tiempo, o que este caso no es tan grave, te juro que dispondría más tiempo para pensar en un trabajo de mera investigación. Pero las cosas no están dadas para ello. Lo entiendes, ¿verdad?

- Ya -musitó poniéndose en pie- Entiendo. Eh... Si me disculpan debo volver a delegación.

Evans lo observó fijamente. Lo conocía hacía tanto, que sabía leer sus ínfimos gestos cada vez que algo le disgustaba. Sabiendo que no habría más remedio, asintió, dándole vía libre para marcharse.

- Tengan buena tarde, agentes -los saludó y dando grandes zancadas con sus manos en puños, salió al pasillo.

Horacio, quien aún no caía en lo que acababa de acontecer, se quedó mirando boquiabierto cómo el comisario se alejaba de la improvisada sala de reuniones. En el pasado, había ejecutado misiones tanto o más peligrosas que esa. ¿Qué cambiaba ahora?

- Bueno... Pues si a alguien le interesa, mi objeción es que, si nos descubren, pasaremos el resto de nuestras vidas tras las rejas- el comentario de Collins se hizo eco en el recinto-. Pero bueno, no les voy a mentir. Hace rato tenía ganas de romperle el chiringuito al estirado de Griscom, y si me dan una razón válida, pues de puta madre- agregó, reclinándose sobre su asiento.

- Ya vengo- interrumpió el de cresta. Sin aguardar permiso de su superiora, se alejó por el mismo pasillo por el que había desaparecido Volkov segundos antes.

Debido a la ira que lo embargaba en ese momento, Viktor no tardó en arribar al pie de la vieja escalera principal y allí se detuvo cuando oyó los presurosos pasos del federal a sus espaldas, intentando alcanzarle.

- Volkov- Horacio suspiró, aliviado. Al menos no tendría que perseguirlo a trote por el viejo parking-. ¿Qué planes tienes para mañana?- preguntó.

- ¿Para mañana? -repitió, sorprendido ante aquella pregunta- Yo... Eh... N-no tengo planes -prosiguió con el calor subiendo rápidamente a sus mejillas- Quiero decir, más allá de trabajar... No sé.

- ¿Quieres que nos juntemos a cenar?- soltó, igual de sonrojado que el comisario- En tu departamento o mi casa. Ya sabes, para hablar del caso y tal...

- Eh... -el ruso comenzó a balbucear incapaz de apartar la mirada de su rostro. ¿Estaba hablando en serio? - Eh... Yo... ¿Crees que sea conveniente reunirse conmigo? Es que... Todo lo que está sucediendo, yo... No quiero que... Ya sabes.

- Sí, tranquilo. Usaré el mismo disfraz que la última vez- le dijo, encogiéndose de hombros.

- V-vale. Vale... -guardó unos segundos de silencio sin poder creer lo que estaba aconteciendo- Estoy... Joder, no me esperaba esto -murmuró en medio de una dulce sonrisa- Entonces... ¿en mi departamento?

- En tu departamento me parece... perfecto -le sonrió de vuelta.

- Vale... Hasta mañana Hache.

- Hasta mañana, Uve- se despidió el federal antes de volver a la sala de reuniones.

***

- Así que esta noche volveré a verlo -concluyó la joven Quintana apenas Horacio hubo atravesado la puerta de entrada al habitáculo- Se lo comunico con anticipación para evitar cualquier tipo de conflicto.

Todas las alarmas de alerta se prendieron en el moreno.

- ¿Ver a quién?- preguntó, entre receloso y desconfiado mientras volvía a tomar asiento.

- A Wayne -respondió virando hacia dónde estaba sentado su compañero- Me envió un mensaje esta mañana invitándome a su casa. Creo que... No debo desaprovechar ninguna oportunidad con él. Además creo que confía en mí. Siento que... Estoy cerca de algo importante, ¿sabes?

Horacio frunció la nariz. No le gustaba ni un pelo que Mimi continuara en contacto con aquel tipo. Ese tipo de intervenciones debían ser acotadas en el tiempo, precisas, pensaba. Y Wayne y Mimi ya llevaban en contacto más de un mes.

- Si es lo que su instinto y práctica le indican, confío en que así sea, agente Quintana- Evans asintió-. Saber el nombre completo de la tal Sharon sería de gran ayuda. De ella o de cualquiera que trabaje en la red.

- Es lo que pienso "Michi"... Digo, jefa -rio avergonzada aunque feliz al ver que contaba con el apoyo de su superiora- ¿Estás bien, Hache? Tendré cuidado, no tienes que preocuparte por eso.

- No, si ya...- suspiró. ¿Qué podía decirle ahora, después de toda la discusión acerca de por qué él debía o no participar en una misión riesgosa? Sería un hipócrita- ¿Quieres que me quede con las niñas esta noche?- optó por decir al final.

- Sí -se adelantó con una amplia sonrisa- Quería pedirte ese favor, si no te molesta. Pero si tienes algún otro plan para hoy puedo llamar a una niñera.

- Ningún plan para hoy- aseguró, igual de sonriente-. Además, tengo unas canciones que enseñarle.

- ¿Canciones? -intervino Collins quien se había mantenido absorto en su móvil hasta el momento- ¿Tú cantas?

- Sí, ¿qué tiene?- preguntó a la defensiva.

- Nada, nada- replicó de inmediato intentando refrenar la risa que amenazaba escapar de sus labios-. Sólo me parece curioso.

- Vale -lo cortó Miriam volviendo a centrarse en la conversación que mantenía con su amigo-. ¿Tipo seis te queda bien?

- Señores- la voz de Evans se hizo escuchar-, dejemos los pormenores para el ámbito privado. Jiménez, encárguese de proporcionarle a Quintana un localizador que pueda esconder en cualquier prenda de vestir- indicó-. Collins, averigüe cuántos clubes dirigidos a la comunidad LGBT existen en el norte, y dónde están. Tendremos que trazar rutas de escapes en cada uno de ello. Horacio se encargará de hacer lo mismo con locales del sur. Hasta no tener novedades de Griscom, no actuaremos. ¿Entendido?

- Entendido, "jefa" -respondió el rubio con un ademán de la mano sobre su cabeza.

- ¿Volvemos en mi coche, Quintana? -propuso Fede comenzando a guardar su portátil en la funda transportadora- Cuando lleguemos a la sede te doy uno de esos... cositos, ¡Hey! ¿Quieres una cámara espía también? De esas que se esconden en una lapicera. También tengo un par de micrófonos.

- Eh... Sí -llegó a articular una confundida Miriam-. Esto no es una película Fede.

- Es mejor que una película- la contradijo entre risas- ¡Vamos, Mimi! Adiós, jefa, "rubio", Horacio -los saludó rápidamente siendo seguido por la morena.

- Agentes, no olviden sus deberes -les recordó Evans a los otros dos, comenzando a juntar los papeles sobre la mesa-. Pueden retirarse.

Con un asentimiento de cabeza, ambos se pusieron en pie, emprendiendo la vuelta al parking. Un breve e incómodo silencio los envolvió en el recorrido, hasta que el moreno preguntó:

- ¿Qué tal las cosas, Chris?

- Si con "cosas" te refieres a lo que sucedió con Louis... -suspiró apesadumbrado- No he vuelto a hablar con él desde ese día. Le he enviado algunos mensajes, pero al parecer... No quiere saber de mí por ahora.

- Joder...- Horacio suspiró, genuinamente apenado por el sheriff- ¿Has intentado ir a verlo?

- ¿Dices que vaya e intente hablar con él? No sé, Horacio. Quisiera darle tiempo, tampoco quiero que él...

- ¿Te mande a tomar por culo?- el moreno rio- Como tú lo veas. Lo conoces mejor que yo, así que...

- Ya -esbozó una amarga sonrisa- Si eso ya lo hizo. Fue lo primero que hizo. Es italiano después de todo. Lo que no quiero es que... vuelva a llorar por mi culpa.

El de cresta se volvió a verlo. ¿Quién hubiera dicho que Collins pudiera angustiarse de aquella forma y expresarlo sin una gota de alcohol encima? Definitivamente, el pastelero italiano había logrado llegar a la fibra sensible del hombre, haciendo que comenzara a ponerse en contacto con sus emociones.

- Pues... Supongo que a veces eso es... Inevitable- reflexionó en voz alta-. Somos humanos. Siempre cometemos errores, incluso cuando no queremos.

- Ojalá haber nacido perro o gallo y sólo preocuparme por cagar o cacarear -bromeó deteniéndose frente al coche que lo había llevado hasta la vieja edificación-. ¿Y a ti qué tal te va? ¿Has podido solucionar lo de la fotografía?

- Pues... Es complicado. En resumidas cuentas, hay un ex agente federal que conoció a mis padres y va a viajar para contarme qué les pasó- explicó escuetamente. No por falta de querer compartir con él lo que ahora sabía de su pasado (ya había aprendido que guardarse las cosas sólo para sí no ayudaba en nada), sino porque el tiempo apremiaba.

- Bien, ¿no?- exclamó analizando su expresión- Quiero decir estás cerca de ponerle un cierre a esa parte de tu pasado.

Horacio meditó las palabras del rubio.

- Cierre como tal... No sé. Aún quedan muchas incógnitas. Pero supongo que sí, que... Será una nueva etapa en mi vida- concluyó.

- Me alegra por ti, Horacio. En serio -dijo con una sonrisa afable palmeando su hombro-. Bueno... vuelvo a Paleto y ya si quieres hablar un día de estos, llama y nos tomamos un café. Por cierto- empezó a hablar mientras ingresaba al coche-, dile al ruso que le baje a los celos, que aquí no pasa nada. Que lo que pasó ya pasó.

- ¡¿Qué?!- exclamó Horacio en un agudo grito y el terror reflejado en el rostro- ¡¿Pero qué dices, tío?!

- Lo que oyes -carcajeó el rubio ante su reacción-. Que tú no lo veas es otra cosa, pero el tío está que no puede más de los celos.

Abochornado, el federal dio un vuelta de trescientos sesenta grados sobre sus talones, intentando calmar su repentina ansiedad.

- Tío, de verdad... Siempre con lo mismo- suspiró-. Que si Volkov esto, que si yo aquello... Nada pasó, pasa, ni va a pasar. Deja de inventarte cosas.

- Joder... Que yo no invento nada. Es lo que veo y no creo ser el único que vio lo mismo en esa sala. No quiero problemas, Hache. Que soy hombre de un solo hombre, ya te lo dije- le replicó Chris con total seriedad-. Ustedes hagan lo que quieran que ya son grandes y están solteros. Bueno... Me voy.

Dejándolo completamente desconcertado, el sheriff puso en marcha la vieja camioneta, retrocediendo con cuidado de no tocar al federal en su maniobra. "¡Si será cabrón!", pensó Horacio con cierta molestia. "Hombre de un solo hombre mis huevos", continuó mascullando incluso una vez hubo subido a la mini van que lo había llevado hasta tan alejado predio.

Cuando estuvieron juntos, Horacio se enteró de algunas ocasiones en las que el sheriff se había escapado al Vanilla. Sabía perfectamente qué clase de shows se brindaban allí, y también era conocida la fama de los agentes de la ley, todos fanáticos de los shows en privado.

Sin embargo, lo que le molestaba no eran aquellos recuerdos. Lo que le molestaba era que el tipo realmente había pasado de página y realmente había hecho un cambio, mientras que él se sentía estancado en el mismo lugar desde entonces.

Suspiró.

A lo mejor, la visita de Frank Eisen ayudaría a que cerrara duelos, a entender de dónde venía, permitiéndole avanzar en la vida sin tantas incógnitas ni dudas. Con más coraje y determinación.

En lenta marcha bajó hacia la autopista principal. Debía pasar por la tienda, recordó, o Pablito no le perdonaría jamás que volviera a casa sin sus preciadas zanahorias.

- ¡El Beluga!- recordó de pronto, pisando el acelerador.

***

Esa tarde Miriam arribó a casa de Milo Wayne a eso de las siete en punto. Previamente había dejado expresas indicaciones a Horacio, quien se había ofrecido a hacerse cargo de las niñas en su ausencia, y así, después de un breve viaje en metro, recorrió a pie las cuadras que la separaban de la humilde residencia de Forum Drive, ya vestida como Leona.

Sin embargo, a diferencia de lo que podría esperar, tanto la acera como la calzada estaba poblada de una ingente cantidad de personas y decenas de vehículos de mediana y alta gama. La música y el griterío resultaba ensordecedor. Su corazón se detuvo un momento. Pensó en volver a casa ahora que tenía tiempo y nadie había notado su presencia.

Una fiesta. Una fiesta de la que ella no estaba al tanto y en la que posiblemente habría un centenar de hombres y mujeres peligrosas.

El aire escapó de sus pulmones y miró a los lados, confundida. Estaba sola, desarmada y con un simple localizador adherido a su sostén.

- ¿Qué hago? Joder... ¿Qué hago? -murmuró con la vista al frente y empezando a dar tambaleantes pasos hacia atrás.

Pum.

En su desesperación apenas se percató de un hombre a su retaguardia. Un sujeto alto, de espalda ancha, melena castaña y rizada a la altura de los hombros y musculosos brazos tatuados. Un extraño sujeto que la miraba con el ceño fruncido.

- P-perdón- alcanzó a articular la joven antes de fijar sus ojos en él. De repente, su mente quedó en blanco. Sólo podía mirarlo. Aterrada (aunque el contrario apenas podía notar aquello), volvió a dar pasos hacia atrás pero esta vez en dirección al lugar donde se desarrollaba la fiesta. Y es que lo conocía y él a ella posiblemente también. Al menos a Miriam, la agente federal- Es... Eh... Perdón -"Cálmate, Miriam"- No lo vi.

Goffe ojeó a la menuda jovencita de arriba abajo, bufando en clara señal de fastidio. Ya bastante tenía con tener que estar presente en ese cuchitril para vigilar al cachorro de Sharon, sino que ahora tenía que lidiar con los despistes de una mocosa.

- ¿Estás perdida, princesa?- cuestionó en un gruñido. Ninguna de las chicas de ese barrio se habría disculpado de esa forma. Lo habrían insultado o guiñado un ojo, pero jamás disculparse.

- Estoy... Eh... -volvió a mirar a los lados intentando llamarse a la calma y de inmediato alzó su vista al hombre frente a ella- Estoy buscando a un amigo -respondió adoptando ese tono de voz tan propio de Leona- ¿Y tú, muñeco?

- ¿Muñeco?- exclamó el grandulón, aguantándose la risa- ¿Qué les pasa a los chavales hoy en día? De verdad...- suspiró, oteando el gentío frente a ellos- ¿Qué pasó con tu amigo? ¿Te dejó plantada?

- No, ¡qué va! ¿Tú crees que alguien sería capaz de dejarme plantada? ¿A mí? -coqueta, colocó los brazos en jarra a los lados de su cintura fijando sus ojos en los contrarios- Antes los dejo yo a ellos. Mi amigo es el dueño de casa. El morenazo guapo.

Los ojos del irlandés se enfocaron en la chica. ¿De dónde le sonaba esa mirada sutilmente desafiante?

- ¿Milo es tu amigo?

- ¿Lo conoces? - le replicó intrigada.

- Digamos que sí. Somos compañeros de trabajo- respondió, como quien no quiere la cosa-. ¿Tú de dónde?

- De por ahí -respondió vagamente- Así que son compas de trabajo... ¿Y cómo te llamas, grandote?

- Eso no te incumbe- contestó al cabo de unos segundos de silencio-. ¿Y qué? ¿Voy a tener que aguantarte toda la noche o vas a ir a la fiesta?

Leona se mantenía imperturbable, más Miriam temió por un instante el haber cagado su infiltración debido a su curiosidad.

- No tengo por qué darte explicaciones sobre eso, grandote -dijo adelantándose hacia él y palmeando su antebrazo en gesto amigable. Desde esa distancia la joven pudo distinguir la semiautomática que llevaba en el cinto, además del cuchillo de cazador que seguramente ocultaba bajo la playera- Adiós, bebé, no me sigas -musitó mitad en inglés mitad en español, encaminándose hacia el gentío.

Goffe la vio alejarse. La muchacha movía sutilmente las caderas de un lado a otro, haciendo que las luces de la calle se reflejaran en los pequeños brillos que adornaban los bolsillos traseros de su pantalón. Se relamió los labios. De no ser porque Sharon le había pedido expresamente que fuera a aquella estúpida reunión de chavales para vigilar a Milo, seguramente habría intentado llevarse a la morena al motel más cercano.

- Puto Wayne- masculló entre dientes, antes de volver a analizar su entorno.

Sólo cuando estuvo unos cuantos metros alejada del individuo, Miriam se permitió respirar. Aliviada de haber podido sortear esa inesperada prueba en su misión sin dejarse llevar por los nervios. Espió por sobre su hombro, aterrada y cuando corroboró que el sujeto no la seguía, continuó avanzando.

Pasó desapercibida entre el mar de gente que rodeaba la propiedad de Milo. El alcohol había comenzado a correr hacía rato, y la música a todo volumen invitaba a cualquiera a bailar. Sin embargo, los minutos pasaban y no habían señales de su anfitrión. Tensa, intentando no pensar en una posible trampa, cogió su teléfono, dispuesta a marcar el número del chico. El teléfono dio uno, dos, tres tonos. Nadie contestó. Estaba a punto de dar media vuelta y marcharse, cuando un brazo rodeó su cintura.

- ¡Te atrapé!- exclamó el joven Wayne junto a su oído.

- ¡Ah! ¡Rey! -respondió en mitad de una risa nerviosa luego del sobresalto que el joven le provocó- T-te estaba buscando.

El joven la soltó tras dejarle un inesperado beso en la mejilla. El aliento a cerveza delataba su estado.

- Pues aquí estoy- dijo, abriendo los brazos, grandilocuente-. ¿Qué te parece mi "pequeña" reunión con amigos?

- "Pequeña" -repitió oteando los alrededores con una sonrisa dibujada en sus labios-. Podrías haberme avisado, ¿eh?

- ¿Para que trajeras a tu primo el celoso? No, no- Milo rio-. Anda, ven. Vamos adentro a que te prepare un trago- la invitó, tendiéndole la mano.

- V-vale, te sigo -exclamó cogiendo la mano que el joven le ofrecía.

Caminaron entre la gente. Muchas personas reparaban en Leona, analizándola de arriba abajo sin intentar disimularlo. Sin embargo, bastaba cruzarse con la filosa mirada de Milo para entender que la señorita iba con él y nadie tenía derecho a cuestionarle nada.

Dentro de la casa la situación no era menos ruidosa: con grandes parlantes instalados en la sala de estar, la música sonaba tan fuerte que Mimi temió por un momento que las paredes fueran a ceder. Por suerte, en la cocina el ruido llegaba más amortiguado, por lo que podían hablar a una cómoda distancia de tres pasos.

- ¿Qué quieres para beber, linda? ¿Cerveza, tequila? ¿Quizás un cóctel?- preguntó su anfitrión, abriendo la nevera y dejando entrever la impresionante cantidad de botellas que había dentro.

- ¿Un cóctel? -repitió como si estuviese sopesando la respuesta a dar a la par que se iba recargando un poco sobre la mesada- Está bien, quiero ver qué puedes hacer con tus manos, Milo. Un cóctel para mí.

Los ojos del muchacho brillaron de felicidad por un instante antes de iniciar con su acometido. Sacó un par de botellas y buscó en la alacena un vaso grande de vidrio. Lo llenó de hielo hasta el tope, y, ayudándose con una cucharita, empezó a verter en orden los distintos licores. Primero, uno rojo bastante espeso; luego, algo más fluido, que Miriam reconoció como vodka. Y, para sorpresa de la federal, terminó de completar el trago con jugo de naranja. Se lo ofreció, sonriendo orgulloso. El trago se dividía perfectamente en tres colores.

- Voilá!- exclamó Milo- ¿Qué te parece?

La joven cogió el vaso, observándolo curiosa.

- Se ve... muy bien -dijo antes de darle una pequeña probada. Su sabor la sorprendió gratamente-. ¡Está delicioso! -sentenció con una sonrisa- De verdad, está rico. Joder, Milo ¿Por qué no te dedicas a esto?

El muchacho rio ante el comentario.

- No, bebé. Yo quiero ser al que le sirven el trago, no el que sirve. Aunque... Si es a ti, te sirvo lo que me pidas, Leona- le dijo, guiñándole un ojo.

- Gracias, rey- dijo separando los labios del vaso y haciendo un gesto de un beso al aire hacia dónde estaba el moreno- ¡Ah! Por cierto, de camino aquí me encontré con un amigo tuyo... Un compa de trabajo- lanzó como un comentario al pasar sin dejar de mirarle.

El brillo que hasta entonces iluminaba la mirada de Milo se disipó en un abrir y cerrar de ojos. Mimi pudo observar cómo sus puños se cerraban con fuerza, haciendo que sus hombros se tensionaran.

- Me cago en...- masculló, mirando sobre su hombro, casi con miedo de que el hombre se encontrara detrás suyo- ¿Qué le dijiste?

- Que era tu amiga y te estaba buscando -respondió Leona sin más-. Él se presentó con nombre y todo y me dijo que estaba aquí por ti -mintió, escudriñando sigilosamente a los lados.

- Puto Goffe...- sin disimular su enfado, Milo le dio un puñetazo a la mesada, haciendo que los vasos sobre ella temblaran. Entonces, un nuevo miedo se instaló en mente- ¿Le dijiste tu nombre? Bebé, dime que no le dijiste tu nombre- se volvió hacia ella, alterado.

- Eh... No -negó con el ceño fruncido-. No se dio la oportunidad, ¿Por qué? ¿Qué sucede, Milo?

El joven tomó a Leona de un brazo y la condujo hasta una puerta en la cocina que daba al patio trasero, el lugar donde habían entablado su primer conversación hacía ya un par de semanas. Allí, por suerte, aún no habían llegado los invitados ni miradas indiscretas.

- Tienes que irte- le dijo. Su voz, al igual que sus manos, temblaba-. Saltarás hacia el jardín trasero de aquella casa- indicó, señalando la morada frente a ellos-, y te irás por la otra calle, ¿de acuerdo?

- ¿Qué? ¡No! Yo no me voy a ningún lado - dijo desafiante intentando zafar de su agarre- Milo, no me voy a ningún lado sin una respuesta. ¿Qué está sucediendo?

El joven Wayne la soltó, mas no se alejó de su lado. ¿Qué podía decirle sin asustarla ni ponerla aún en más peligro? Se maldijo. Sabía que Goffe estaría esa noche allí, tocando los cojones como siempre que organizaba reuniones con amigos o una fiesta, y aun así había sido tan imbécil de invitar a Leona. Claro que no estaba en sus planes que la chica hablara con el irlandés, pero nada podía hacer ahora por remediar aquello. Nada, salvo ayudarla a escapar y, en caso de que al día siguiente Sharon preguntara, mentirle y decirle que sólo se trataba de una muchacha que conoció por amigos en común.

- Nena, ya sabes que las personas con las que trabajo... Lo sabes. Son peligrosas. Goffe vino a pedido de mi jefa a espiarme. Le contará de ti. Si te quedas más tiempo, podría vernos juntos y...- suspiró, frustrado- Lo siento, ¿vale? Pero tienes que irte.

- ¿Tu jefa no quiere que tengas amigas o cómo es eso?

- Es...- ¿Qué podía responderle a eso? Sabía perfectamente que la relación que mantenía con Sharon no era ni mucho menos una relación romántica, pero también estaba claro que lo suyo no se restringía solamente laboral. Mordió su labio inferior, impotente- Es peligroso, ¿vale?

Leona lo miró detenidamente por unos breves segundos. Necesitaba más información, no podía irse así sin más. Dando un paso hacia atrás buscando mantener algo de distancia, exclamó:

- Si te gusta esa mujer me lo puedes decir, Milo. Somos amigos, ¿cierto?

- ¿Qué? No... Te lo digo de verdad. Es peligroso para ti y... Para mí también. Ella es...- las palabras murieron en su boca al imaginar el rostro desencajado por la ira de Sharon. Si se enteraba que mantenía una relación, aunque fuera amistosa, con alguien por fuera de su círculo, estaba seguro de que no dejaría que esa persona sufriría las consecuencias de su enfermo carácter posesivo y desconfiado- Cosas malas podrían pasarte, ¿vale? Por favor...- suplicó, tomándola de las manos y clavando sus ojos en los ajenos- Por favor, Leona. Luego te explico todo, pero ahora debes irte.

- Es que... Es injusto, no estamos haciendo nada malo - le replicó visiblemente enojada- ¿Ella es tu novia? ¿Y de qué cosas malas hablas, Milo? No -y así la joven se dejó caer sobre uno de los escalones del pórtico. De brazos cruzados como si se tratara de una pequeña niña caprichosa-. No me iré de aquí sin una explicación que me convenza, así que te aguantas y si quieres que me vaya, oblígame, Wayne. He venido aquí para verte y hablar contigo. Y encima ahora que estoy en una fiesta... ¿Ni siquiera puedo divertirme? No he estado ni dos putos minutos, Milo ¡No! ¡Que se jodan Goffe y la loca esa! ¡Yo me quedo!

El pobre muchacho aguantó las ganas de maldecir al cielo y a todos los santos. Leona jamás se había presentado como una chica posesiva, y ese era el peor momento para comenzar con sus caprichos.

- Sharon no es mi novia, ¿vale? Pero no le gusta que tengamos amistades por fuera de su organización. Para ella, cualquier extraño es una potencial amenaza. ¿Alguna vez viste un animal salvaje enojado y enjaulado? Pues así es ella. Es cuestión de abrirle la jaula para que salga a matar- dijo todo esto en voz baja-. Casi matamos a un motociclista hace un par de semanas sólo porque iba en la misma carretera que nosotros. ¿Entiendes ahora, Leona?

- ¿Un motociclista? -atinó a preguntar la joven quien en ese momento solo podía pensar en Horacio y en el aparatoso "accidente" en el que estuvo involucrado y que casi le cuesta la vida- ¿Has... matado antes porque ella te lo pidió?

- No... Yo no... De eso se encargan otros o ella misma. Yo sólo soy el nexo entre ella y mis chicos, ¿entiendes?- explicó, algo exasperado- Pero... Leona, en serio, por favor...- la miró suplicante.

- Va, va - accedió finalmente. De seguir insistiendo podría acabar revelando sus verdaderas intenciones-. Me iré... como una ladrona -masculló alisando su vestimenta mientras se iba poniendo en pie.

Milo se acercó aún más y, tomándola por sorpresa, besó su frente.

- Gracias, bebé- le dijo en un intento de triste sonrisa.

- Je...- exhaló algo cohibida y de la misma manera le devolvió el saludo, depositando un discreto beso en su mejilla izquierda- Cuídate Milo y llámame... cuando quieras.

Y así se marchó. Una vez hubo saltado la pared que lindaba con el patio vecino, Leona desapareció rápidamente de la vista de Milo, perdiéndose nuevamente en la oscura noche.

***

Cómo su lista de reproducción había llegado a reggeatón de lo más variopinto, era todo un misterio que sólo los algoritmos de la plataforma conocía. Sin embargo, poco le importó a Horacio, quien había comenzado a prepararse escuchando a Dua Lipa, y ahora movía las caderas al ritmo del último hit latinoamericano mientras terminaba de arreglarse el cabello.

A pesar de su animado humor, los nervios lo carcomían por dentro, haciéndole morderse las uñas sin quererlo. Había quedado en asistir al "nuevo" departamento de Volkov de forma "casual", "sólo para tomar unas copas y hablar de los avances del caso".

Claro que aquello nada tenía que ver con que fuera trece de agosto, cumpleaños del ruso.

Se miró al espejo una última vez antes de salir del baño. Asintió en aprobación: jeans claros, gastados a la altura de los muslos; una camiseta polo rosa bebé; zapatillas blancas. Claramente era algo mucho más discreto de lo que él usaría en otra ocasión, pero como debía ir de incógnito hasta el lugar...

- Sí, con esto voy bien- se dijo, chequeando una vez más que los pantalones no le dieran una forma extraña a su trasero.

Bajó, dispuesto a matar el tiempo que le sobraba jugando con sus mascotas. Con suerte, los ladridos de Perla al jugar a atrapar la pelota lograrían acallar el recuerdo de la voz de Chris insinuando que entre él y Volkov ocurría algo. Que su relación pasaba límites sin que él mismo se diera cuenta.

Horacio suspiró, agobiado.
¿Que acaso el sheriff no veía las heridas sin sanar en ambos? ¿Las cicatrices que el pasado había dejado en ambos, y que, sin quererlo, lo alejaban del ruso?

Y, sin embargo, ahí estaba él ahora, repasando las arrugas de su polo rosa bebé, acunando una caja de Beluga Gold Line, pulcramente envuelta en papel de regalo, contra su pecho mientras esperaba que Viktor Volkov bajara a abrirle. Ansioso y expectante cual chiquillo en su primera cita.

Mentiría si dijera que no había estado hasta último momento repasando su vestimenta y rememorando la breve charla que hubieron mantenido a las afueras del viejo edificio federal. Aunque una parte de Viktor Volkov anhelaba que aquello se tratara de algo más que una simple coincidencia la otra, aquella que más lo atormentada desde hacía meses, la parte más realista y, ¿por qué no?, más fatalista, le susurraba al oído que era un imbécil si creía que Horacio Pérez le había sugerido aquella reunión el día de su cumpleaños por motivos más... "personales". Un día que inclusive para el mismo Volkov, no hubo representado nunca algo remarcable en su larga y desdichada vida. ¿Por qué esperar que su natalicio fuese motivo de celebración para alguien? ¿Por qué esperar que su natalicio sería algo digno de celebrar?

Gruñó en respuesta a sus propios pensamientos a la par que terminaba de anudarse la corbata sobre su clásica camisa bordó. Se miró al espejo breves segundos e inconforme con lo que veía, deshizo el nudo que había formado instantes previos, arrojando el delgado trozo de tela al otro lado de la habitación. De inmediato desabotonó el primer botón de su camisa justo cuando el portero eléctrico anunciaba la llegada de su visita.

Con peluca y barba a juego, "Charles" bajó en ascensor hasta donde "Thomas" aguardaba pacientemente a que le invitara a pasar.

- Buenas -lo saludó tímidamente apenas abrió la puerta.

- Hostia...- la risa mal disimulada de Horacio se hizo eco en el pequeño hall de entrada- Había olvidado cómo te quedaba el bigote, tío- comentó.

- Joder... ¿T-tan mal me queda? -balbuceó haciéndose a un lado para dejarle pasar.

- No, no. Sólo se me hace extraño- negó el federal, aún con una divertida sonrisa dibujada en los labios. Ingresó al edificio, mirando todo a su alrededor. La falta de decoración y el leve olor a humedad dejaban en claro que aquel lugar nada tenía que ver con el gusto del ruso, quien, era sabido, prefería vivir en los departamentos más cotizados del centro de Los Santos-. ¿Vamos por escaleras o...?

- Eh... Por ascensor -le indicó escuetamente el pequeño cubículo a un lado del pasillo-. Tú primero.

Subieron al departamento de "Charles" en incómodo silencio. Horacio tuvo que morderse la lengua para no hacer más bromas acerca del aspecto de su disfraz o del viejo edificio en donde ahora residía. Sabía que no era por gusto que Volkov estaba allí, y, para colmo, era su cumpleaños. Lo que menos quería era hacerlo enojar.

- Pasa, por favor- exclamó comenzando a despojarse de su precario disfraz e invitando al moreno a que hiciera lo mismo-. Este... Siéntete como en casa, Hache. Aquí no nos escuchará nadie. El apartamento contiguo está deshabitado.

Horacio así lo hizo. Dejó con extrema parsimonia todo el cabello falso sobre la mesita ratona de la modesta sala de estar. Sólo un sofá de dudosa procedencia, la mesa y un televisor con su respectivo mueble decoraban el ambiente.

- Por cierto... Esto es para ti- dijo, tendiéndole la caja envuelta en papel de regalo-. Feliz cumpleaños, Uve.

El comisario lo observó un par de segundos sin poder creer lo que había oído, con la boca ligeramente entreabierta y el corazón a punto de salir de su pecho con cada latido. Sus ojos grises vagaron del rostro del hombre frente a él al presente que este le tendía.

- Gracias, Horacio -dijo realmente conmovido, abrazando con sus manos el regalo aún envuelto- De verdad. Es que... Joder -suspiró dejando escapar una pequeña sonrisa- No pensé que tú... Bueno. Es la primera vez que alguien... Eh... Nada. No importa. Muchas gracias.

- Evans... Evans se chivó- le dijo, encogiéndose de hombros, como restándole importancia al asunto.

Sin embargo, no había nada más lejos de la verdad. En primer lugar, para él esa fecha sí era importante puesto que significaba otro año vivo. Y en segundo lugar, porque Evans no le había dicho nada. Horacio recordaba la fecha de cumpleaños de Volkov desde el día en que "casualmente" él y Gustabo dieron con su ficha en la oficina de Conway un día. Ambos habían apostado para saber la edad del comisario (Gustabo sostenía que estaba más cerca de los cincuenta que de los cuarenta, mientras que Horacio creía que aún no había cumplido los cuarenta), y desde entonces el trece de agosto pasó de ser un día más del calendario a uno particularmente agridulce.

- Vale... Entiendo. No tenías por qué molestarte, Hache -musitó descubriendo la botella de Beluga Gold Line ante sus ojos- No soy de festejar esta fecha, la verdad. Es un día más, sólo otro trece de agosto para mí.

- Ya, bueno... Creí que no te gustaría pasar tu cumpleaños solo, ¿sabes?- soltó una risita nerviosa. ¿Y si de verdad Volkov prefería que no le recordaran su natalicio?- Quiero decir... A mí no me gustaría y pensé... Nada. No importa- suspiró al final, rindiéndose ante el enredo de palabras.

- También recuerdo tu cumpleaños: treinta de abril -se refirió dejando la caja sobre la mesada-. En ese entonces... Bueno, hubiese querido enviarte un mensaje o llamarte al menos y desearte un buen día pero nuestra situación no era la misma que ahora, ¿cierto? Te debo un regalo... Unos cuantos a decir verdad -rio apenado ante sus propias palabras.

Aquello dejó boquiabierto al federal. Sintió toda su sangre subir a la cabeza, haciendo que sus mejillas y orejas ardieran. ¿Por qué Volkov recordaba su cumpleaños? ¿Desde cuándo...? Se imaginó recibiendo un mensaje del ruso su último cumpleaños. Lo más probable es que hubiera pensado que era un chiste de mal gusto para luego desmayarse de la emoción.

La voz de Chris apareció como un fantasma en su cabeza, repitiendo una y otra vez un "te lo dije" orgulloso.

- No. No... No me debes nada- musitó. Sintiendo que sus piernas fallarían en cualquier momento, optó por tomar asiento en el viejo sofá-. Eh... ¿Nos sirves unos tragos? Lo haría yo, pero... Esa caja viene con un martillo y la verdad no entiendo para qué.

- ¿Has bebido vodka alguna vez en tu vida? -inquirió mientras abría la caja y sacaba de ella con sumo cuidado la botella que resguardaba.

- Claro que sí. La primera vez fue con ese trago que me hiciste... ¿TGV? No recuerdo el nombre- rio, apenado al recordar aquella noche-. Ya controlo mejor lo de tomar y eso- aclaró.

- "TVG", lo recuerdo -rio a la par-. Pero este vodka es especial, ¿sabes? Es más suave- dijo haciendo un gesto sobre su cuello- No tienes esa sensación de mierda que te dejan los vodkas baratos. Esto es calidad, Horacio.

- Va, pues... Sirve y te diré si está mejor que el TVG- lo instó, intentando desviar su vista del cuello expuesto del ruso. ¿Desde cuándo usaba las camisas desabotonadas?

- Ahora presta atención, Hache -pidió fijando sus ojos en él, mientras se arremangaba la camisa a la altura de los codos-. Primero hay que romper la cera que cubre el pico de la botella. Para eso es este martillo.

Horacio hizo un esfuerzo sobrehumano por mantener la atención fija en lo que Volkov le explicaba y no en sus firmes antebrazos de piel casi tan pálida como el mármol. ¿Qué le pasaba? ¿Era cosa suya o el ruso estaba particularmente apuesto ese día? ¿O acaso se estaría sugestionando por lo que Collins le había dicho el día anterior?

Como fuera, no pudo evitar sentirse desarmado frente a esos atentos ojos grises y largas manos, que con presteza dejaban al descubierto el tapón de la botella.

Habiendo roto el sello con suaves y precisos movimientos, Volkov rebuscó en la alacena dos pequeños vasitos.

- Para ti -susurró mientras volcaba un poco del líquido cristalino en uno de ellos.

Agradecido, Horacio tomó el vaso que le ofrecía. Mientras Volkov terminaba de servirse su trago, acercó discretamente el brebaje a su nariz para olfatearlo. Para su grata sorpresa, aquello olía levemente a alcohol. Tal y como le había dicho el ruso, no tenía pinta de que fuera a quemarle la garganta.

- Tiene pinta de que tendré que volverme en taxi- comentó el de cresta.

- Ya -carcajeó antes de beberse el contenido de un solo trago sin siquiera inmutarse-. Puedes... quedarte aquí, si quieres. Esta noche duermo en el sofá, no me molesta.

- Eh... No, no. Ya lo hiciste una vez, no sería justo que pasara de nuevo- contestó-. Oye, que el vodka era para brindar, no para que te lo tomes solo, ¿sabes?

- Joder... Perdóname- comenzó a hablar algo intranquilo mientras volvía a servirse más vodka-. Soy muy malo para los brindis, ¿sabes? Mi abuela era la que lo hacía bien, mi hermana también, yo por mi parte soy un desastre -rio acercándose hacia donde estaba Horacio- Vashe zdorovie! (¡A tu salud!)

- ¡Lo que digas! ¡Feliz cumpleaños!- gritó, chocando su vaso con el del comisario. Acto seguido, tomó todo el vodka de un solo trago- ¡Dijiste que no ardía!- se quejó de inmediato.

El ruso dejó escapar una sonora risotada ante la reacción de su acompañante.

- ¡Exageras, hombre! Déjame que te sirva otro y verás que ya no quema.

- Va, va, pero tú me pagas el taxi- bromeó, tendiéndole el vaso.

- Va, va -exclamó mientras le volvía a tender el vaso nuevamente lleno- ¿Por qué te gustaría brindar esta vez?

- Por los nuevos comienzos- respondió, resuelto.

- ¿Por los...? Va, ¡Por los nuevos comienzos!- le secundó con una sonrisa.

Esta vez, el federal atinó a tomar un solo sorbo del vaso. El calor ya había subido a sus mejillas, y las extremidades se sentían particularmente relajadas. Con una sonrisa de satisfacción en el rostro, se echó hacia atrás, dejándose caer en el incómodo respaldo del sofá.

- Permiso- exclamó el ruso haciéndose un hueco a su lado-. Creo que... Tendríamos que dejar el resto para más tarde y comer algo. A este paso terminaremos ebrios en menos de nada.

- ¿Cocinas algo o pedimos?- preguntó Horacio, desperezándose.

- ¿Quieres pizza? Tengo el teléfono de un sitio de por aquí cerca. Son bastante... "aceptables". Sino... Podría cocinar unas tortitas y unos huevos revueltos - le sugirió refregando con su diestra su cabello cano- No es la mejor cena para un cumpleaños pero la verdad es que no he tenido tiempo de hacer las compras.

Horacio dejó escapar una risotada ante lo peculiarmente familiar que se le hacía la conversación a pesar de nunca haberla mantenido antes.

- Nah, tío. Pidamos una pizza o algo.

- Ya veo que no te interesa descubrir mis dotes culinarias -bromeó el mayor echando su cabeza hacia atrás mientras cerraba los ojos- Entonces pizza será... Sólo permíteme un momento.

Horacio se giró a verlo, sorprendido. No todos los días podía ver al ruso en tal estado de relajación.

- ¿Estás bien?- preguntó casi por inercia.

- Sí... -exhaló volteándose un poco hacia él sin abandonar su posición- Creo que es la primera vez en mucho tiempo que me siento así de bien.

- Pues me... Me alegro- balbuceó el federal, repentinamente cohibido al notar la corta distancia que los separaba.

- ¿Y tú? ¿Estás bien? -interrogó Volkov después de un par de segundos de silenciosa contemplación.

- Sí, sí. Yo estoy bien- se apresuró a responder. Comenzando a sentir los nervios apoderarse de su cuerpo, desvió la mirada, intentando enfocar su atención en otra cosa que no fueran los ojos de Volkov. ¡Claro que no había segundas intenciones en esa inaudita cercanía! ¿Por qué su mente se empeñaba en jugarle una mala pasada, haciendo que su corazón latiera desbocado y fantasías que creía olvidadas volvieran a cortar el hilo de sus pensamientos?

- Diez cuatro, Horacio -le replicó mirando esta vez la pared contraria sin hacer foco en ningún punto en específico-. Yo... -se volvió a mirarle para esta vez, centrar su atención en la cortina a lo lejos. Como si librase una batalla consigo mismo, intentando refrenar sus acciones y pensamientos, negó repetidamente con la cabeza y guardó silencio.

- ¿Sí?- preguntó con voz suave el de cresta, mirándolo, expectante.

- Te ves bien -sentenció de repente sin medir lo que estaba diciendo. Sus miradas se encontraron por un breve instante antes que Volkov volviera a cerrar los ojos-. El rosa y... eh... e-esos pantalones te quedan muy... muy bien.

- ¡Ah! Pues... Eh... Gracias- exclamó Horacio. Estaba seguro de que toda la sangre había subido a su cabeza. Deseó que la Tierra se lo tragara allí mismo-. Tú... Tú también te ves bien. El bordó te sienta bien.

- G-gracias -tragó fuerte. Sus mejillas estaban igual de rojas que las contrarias, en parte debido a los tres chupitos de vodka en su organismo y en parte al efecto que tenía Horacio en él-. Es... T-tu cabello, me gusta. Está... Los colores que usas solo a ti te quedan.

Horacio volvió a reír, esta vez incrédulo. Miró el fondo de su vaso, inspeccionando minuciosamente el mismo. Estaba seguro de que alguna otra sustancia tendría ese vodka, y por eso ahora alucinaba con que el ruso lo colmaba en elogios.

- ¿Qué está pasando, Volkov?

- Viktor- le corrigió algo mosqueado por la manera en la que se había dirigido a él- Si quieres puedes llamarme Viktor.

Definitivamente algo habría en ese Beluga, pensó el federal.

- Viktor- repitió con un hilo de voz, aún sin creérselo. ¡Tantas noches había fantaseado con poder llamarlo por su nombre, y ahora...!

- Eh... Sí -volvió a hablar éste con una reluciente sonrisa figurada sobre sus finos labios. Hasta ese momento no sabía lo mucho que había necesitado oír aquel nombre salir de su boca. Y es que nunca había sonado tan hermoso. Tan rápido se había acostumbrado a aquello que posiblemente moriría de inanición si no era capaz de oírlo al menos una vez al día-. Pero sólo tú puedes llamarme así -prosiguió girándose hacia dónde el moreno estaba-. Sólo tú.

Horacio bajó la vista, cohibido. La distancia entre ambos se había acortado aún más. Uno, dos centímetros, pero se sentía como mucho más. El calor del cuerpo del comisario acarició la piel del federal, haciendo que los vellos de sus antebrazos se erizaran.

Intentando mantener la calma, se inclinó lo justo para dejar el vaso en la mesita ratona. Sólo entonces pudo notar el leve temblor que desestabilizaba su pulso. Si seguía así, estaba seguro que padecería de un síncope ahí mismo.

- ¿Qué está pasando, Viktor?- repitió la pregunta con trémula voz.

- Perdón- susurró casi sin aliento. Había llevado una mano a su mejilla izquierda. Sintiendo bajo las yemas de sus dedos la calidez que desprendía su piel canela, se dedicó a repasar con su pulgar las pequeñas pecas y cicatrices que se marcaban en ella-. Joder... Es que estoy muy nervioso. Pero... Necesito hacerlo. Si quieres golpearme después de esto, lo entenderé, Horacio- exclamó y resuelto se acercó lo suficiente para rozar con sus labios los contrarios. De inmediato se hizo un poco hacia atrás para poder ser testigo de su reacción- Perdón -repitió temeroso con el rubor extendiéndose desde su cuello hasta la punta de sus orejas.

El cerebro de Horacio definitivamente no estaba preparado para tal estímulo. Todo el aire escapó de sus pulmones; su presión bajó, subió, y volvió a bajar en cuestión de microsegundos. Con los ojos abiertos de par en par, observó al ruso quien, casi tan impactado como él, había quedado petrificado en su lugar.

Quiso decirle que no había nada que perdonar. Que, en realidad, hacía años que soñaba con ese beso. Que incluso cuando lo creía superado, en el fondo sabía que él era el único en su corazón.

Mas las palabras murieron atrapadas en el nudo que cerraba su garganta. Sin otra forma de hacerse entender, y con el suave cosquilleo que aún bailaba en sus labios, se inclinó hacia Viktor. Lo tomó con delicadeza, una mano en su mejilla derecha, la otra en su cuello. Aun temiendo que todo aquello fuera producto de su mente, se acercó despacio, haciendo que sus narices se rozaran con delicadeza. Entonces cerró los ojos y lo besó.

En ese momento poco le importaba su maltratado corazón, el que bombeaba descontrolado igual que el de un adolescente. Viktor ahogó un suspiró todavía en sus labios. Y aunque impactado por la respuesta del moreno, no tardó en caer rendido a las innumerables sensaciones que recorrían cada fibra de su ser. Ahora tanto boca como cuerpo entero actuaban por mero instinto, como si al romper con aquella delgada barrera que lo había mantenido separado de Horacio por tanto tiempo, hubiese activado algo nuevo en él. Algo que creía nunca poder experimentar en vida. Así envolvió con una de sus grandes manos su cintura mientras la otra abrazaba con fuerza su espalda. El beso en un principio torpe dada la inexperiencia del ruso, se volvía cada vez más intenso (aunque no por eso menos delicado) a medida que su confianza iba en aumento, sus labios encontraban el mejor acople y sus lenguas la sincronía perfecta.

El moreno se dejó hacer, hipnotizado por cada caricia, cada suspiro, cada jadeo que Viktor le regalaba. Pronto sus brazos pasaron a rodear el cuello del ruso, obligándolo a quedarse así de juntos. No lo soltó, incluso cuando pararon a tomar aire. Se quedó así, abrazándolo estrechamente, con el rostro oculto entre su hombro y cuello.

- Por favor, dime que esto está pasando de verdad- imploró en voz baja.

- Es real, Horacio- susurró aunque ni siquiera él podía creer lo que estaba diciendo-. Yo... Es que creí que tú... Joder. Hasta hace instantes creí que no pensabas así de mí. Quiero decir, que nunca te había gustado de esta manera.

Incrédulo, el federal tomó distancia. Lo observó, alzando una ceja.

- Te dije que me gustabas hace años. ¿Qué entendiste por eso?- inquirió.

- Es que... No sé, Horacio -bajó la vista, avergonzado- Eras un crío en esa época... Apenas iniciabas en el cuerpo. Tal vez sentías simple admiración hacia mí o yo qué sé. Nunca pensé que hablaras enserio aquella vez.

- Sí te admiraba. Aún lo hago. Pero eso no quita que de verdad me gustaras- lo tomó del rostro con delicadeza, instándolo a que lo mirara-. Siempre me gustaste, Viktor.

- ¿Aunque sea un viejo ruso amargado?

- ¿Y a ti te gusto aunque sea una persona que sólo trae problemas?

- Sí -respondió sin dudarlo, acomodando algunos mechones que caían de su desarmada cresta- Me gustas, Horacio. Me gusta todo de ti, absolutamente todo, incluidos los problemas. En especial la manera que tienes de hacerles frente -sonrió.

El federal cerró los ojos ante las caricias. Dejó que le acomodara el pelo, que dibujara sus pómulos con la yema de los dedos. La cercanía, en un principio abrumadora, poco a poco se transformaba en una calidez nunca antes experimentada. Sintió ganas de llorar, más contuvo las lágrimas.

Quería que ese fuera el recuerdo más feliz de su vida.

- Te quiero- confesó Horacio en un susurro.

- Y yo a ti -exclamó un conmovido Viktor. Conmovido hasta las lágrimas por lo que había oído, por esas palabras de las que únicamente él era el destinatario-. Te quiero, Horacio -agregó inclinándose para volver a besar sus labios.

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