Trish sabía que esa era su oportunidad, probablemente la única oportunidad que iba a tener. ¿Debía arriesgarse e intentar descubrir quién era el soplón o sería demasiado?
Herbert la miraba desde la mesa sonriendo y eso hacía que quisiera salir huyendo de allí.
•Miami, 2023•
Dez abrió los ojos e inmediatamente tuvo que volver a cerrarlos, la luz que entraba por la ventana parecía clavársele hasta lo más hondo del cerebro. Intentó incorporarse pero su boca se llenó de sabor a vomito y alcohol así que volvió a caer sobre la cama.
—Carrie...— murmuró mientras se restregaba la cara.
—Buenos días bella durmiente.
Al oír una voz que no era la de su mujer el pelirrojo tuvo un respingo. Delante de él había un joven al que no conocía en absoluto y por lo que empezaba a ver a su alrededor estaba en la típica habitación de un piso de estudiantes, toda llena de fotos y luces colgadas por todos lados.
—¿Qué...?— preguntó sin ser capaz de decir nada más.
—Estabas tan borracho que tuve que traerte a mi casa— contestó el joven —tranquilo, no hemos hecho nada, aunque me lo pasé muy bien quitándote la ropa— añadió con una risita.
—¿Quién eres?
Cuanto más observa al joven más familiar le resultaba, ¿sería alguno de los extras de sus pelis? ¿algún fan? Pero lo más importante, ¿qué hacía en casa de un chico que no parecía tener más de 25 años?
—Pensé que después de lo de ayer te resultaría más difícil olvidarte de mí— dijo el joven con una mezcla de picardía y amargura.
—¿Lo de ayer?— Dez solo recordaba que después de la comida en casa de Trish Austin y él habían salido de copas.
Pero ¿dónde estaba Austin? Todo era más confuso y en vez de ayudarle a recordar todo esto solo hacía que su cabeza pesase más y más.
—¡La fiesta en el Lights & Sparks! ¡Soy Will!— terminó diciendo algo enfadado.
El joven suspiró y le lanzó al pelirrojo la ropa que la noche anterior había dejado colocada encima de su silla. Decidió callarse lo que habían hecho en el callejón, si no se acordaba de él, ¿qué más daba?
—Will... lo siento...— se disculpó Dez avergonzado —supongo que no hará falta decirte que tengo un pequeño problema con el alcohol.
—Creo que será mejor que te vayas, te he pedido un taxi.
Él asintió y empezó a vestirse, en menos de cinco minutos el conductor del taxi llamó al timbre para anunciar que ya había llegado. Con la cabeza gacha y una de las peores resacas de su vida Dez salió a la calle y se subió al vehículo.
Le dió la dirección de su casa al taxista y se dejó caer sobre el asiento trasero. Por mucho que intentaba pensar en qué había pasado la noche anterior solo era capaz de recordar hasta la tercera ronda de Cosmopolitans, el resto era un borrón negro.
Dez se quedó dormido gracias al sol que entraba por las ventanillas y calentaba poco a poco su cara, pero cuando ya estaban entrando a su calle el estridente sonido de su móvil anunciando un mensaje hizo que se despertase sobresaltado.
«Te has dejado aquí la cartera»
Se echó la mano al bolsillo de la americana, quién fuera el que le había escrito ese mensaje tenía razón.
—Ya hemos llegado— anunció el taxista al ver que aunque había parado el vehículo su pasajero no se bajaba.
—Eh... sí, yo... lo siento pero he perdido la cartera. Espere aquí, entro a casa y cojo algo de dinero.
—Son 62 dólares— añadió el hombre receloso.
Dez buscó el bolso de su mujer en la entrada pero no estaba, rápidamente tuvo que subir al vestidor donde escondían un poco de dinero en efectivo para emergencias. No se dió cuenta de que la habitación estaba medio vacía.
Pagó al taxista y su teléfono volvió a vibrar.
«Soy Will»
Avergonzado volvió a dejar el mensaje sin responder. Se sentía mal, su estómago parecía una piedra y su cabeza no paraba de dar vueltas. Pensó que debería de dar las gracias a ese chico, al fin y al cabo le había acogido y cuidado cuando estaba completamente borracho.
Pero al mismo tiempo no quería recordar esa noche nefasta, esa recaída a los infiernos de los que tanto le había costado escapar. Y eso que no tenía ni idea de lo que había pasado.
Se tumbó sobre la cama sin quitar la colcha ni la miríada de cojines que su mujer insistía en colocar milimétricamente cada día y en menos de un minuto cayó en un sueño profundo.
•••
—Hija, no es que no me guste tenerte aquí, de hecho me encanta poder pasar tanto tiempo con Magnolia pero ¿cuándo vas a volver a tu casa?
Trish tragó saliva mirando a su madre, intentaba que el dolor que tenía por dentro no se viera reflejado en su mirada pero en momentos como ese era realmente difícil. ¿Cómo iba a explicarle a su madre que su futuro exmarido y padre de su hija había matado al hombre que amaba y con el que le ponía los cuernos?
—Chuck y yo nos vamos a divorciar— soltó de sopetón.
Su madre puso una mueca de horror pero lo peor de todo fue que su hija estaba en la cocina, desde donde había escuchado esas palabras nefastas.
—¿¡Papá y tú os vais a divorciar!?
La mujer notó como las lágrimas se agolpaban en sus ojos, si ya era difícil hablar de ello con su madre, no estaba ni mucho menos preparada para que su hija lo supiese.
—Magnolia cariño— dijo tras carraspear —papá viaja mucho y casi no nos vemos...
—¡Pero siempre dices que nos quiere mucho!
—Magnolia, ¿por qué no vas a ver qué hace el tío JJ?— preguntó la señora De La Rosa.
—Pero...
—Ni pero ni pera— su abuela se cruzó de brazos y le lanzó a su nieta una mirada a la que no se podía negar.
Cuando la niña había desaparecido escaleras arriba volvió a dirigir la conversación donde la habían dejado.
—¿Qué ocurre entre vosotros?
—Creo que Chuck me engaña— mintió Trish —he visto cargos en su tarjeta que podrían demostrarlo.
Su madre no dijo nada, apretó los labios y se acercó a la preciosa mujer en la que se había convertido su hija, quién había hundido la cabeza entre los brazos como si no pensase sacarla de ahí nunca más.
La señora De La Rosa la abrazó atrayéndola hacia sí como cuando era pequeña. No había nada que pudiera decir en ese momento, algo en su interior le decía que eso que le había contado era solo una pequeña parte del problema pero su hija necesitaba su apoyo y tal vez algún día estaría preparada para contarle toda la verdad.
•••
Los Moon estaban jugando en familia con los regalos que Santa Claus había traído a los pequeños.
—Mira mamá, ¡he enseñado a Pepinillos a sentarse!— exclamó su hijo señalando su nuevo perro robot.
—¿Pepinillos?— preguntó Ally entre curiosa y divertida.
—Sí, le he llamado como la oca que tuviste.
Ally sonrió enternecida al ver que Alex recordaba las historias que sus padres le contaban. Mientras Ava había extendido su taller para hacer pulseras y collares en la mesa del salón y le medía por quinta vez la muñeca a su padre.
—Tienes que hacerla un poco más grande— dijo Austin.
—¡Tienes un brazo gigantesco!— se quejó su hija.
Los padres se rieron y la tarde en familia transcurrió tranquila. Austin y Ally se miraban de vez en cuando y con una simple sonrisa se decían tantas cosas que no hacía falta usar las palabras. Quedarse en Miami era la mejor decisión que habían tomado, hacía años que no habían pasado una Navidad sin tener que salir corriendo a una actuación especial o un concierto benéfico.
Ahora podían disfrutar de su familia y sus amigos cada día que querían y con suerte el libro de Megan les daría suficientes beneficios para poder llevar la vida tranquila que tanto habían anhelado desde que nacieron sus hijos.
Cuando llegó la hora de guardar todo Ava y Alex protestaron porque querían seguir jugando pero tras la promesa de una chocolatina después de cenar subieron corriendo a su habitación para guardar todo.
Austin ponía la mesa y Ally estaba preparando un poco de pescado cuando escuchó la pelea de sus hijos en la planta superior.
—¡Aquí no cabe!— se quejaba Alex.
—¡Pues yo no tengo espacio!— gritó Ava enfadada.
—¡Llévatelo a tu habitación!
—¡No!
Ally subió corriendo las escaleras y enseguida vió qué había causado la discusión de sus hijos. No había sitio donde guardar los juguetes nuevos, cada cajón, armario y baúl estaba absolutamente repleto.
—Parece que tenéis demasiados juguetes— murmuró —creo que habría que hacer limpieza y tirar algunos.
—¡Pero si no hay nada roto!— exclamó Alex poniéndose delante del armario con los brazos extendidos en actitud protectora.
—¡Además lo usamos todo!— añadió su hija.
Ally echó un vistazo al armario y en menos de un segundo vió un montón de juguetes que sus hijos no habían tocado en meses.
Cuando miró a Alex este llevaba en brazos el perro robot, ese perro robot que le había robado a un niño del hospital. En ese momento se sintió horrible, su instinto maternal había nublado su sentido común cuando dejó que Kira le diese ese juguete.
—Tengo una idea, ¿y si les llevamos las cosas que ya no usáis a niños que no tienen tanta suerte como vosotros?
—Bueno...— murmuró Ava recelosa —hace mucho que no juego con estas Barbies, y tienen un montón de vestidos que están casi nuevos...
—Y yo he hecho tantas veces estos puzzles que me los sé de memoria— añadió su hermano.
Ilusionada por el buen corazón que habían demostrado tener sus hijos Ally llamó a su marido por las escaleras y le explicó su plan. En menos de una hora tenían el coche completamente cargado de juguetes y ropa y pusieron rumbo a North River Drive.
Pero antes pasaron por una tienda de donuts y compraron todos los que tenían disponibles en ese momento, eran siete docenas. O casi, porque Ally tuvo un antojo repentino y sintió la necesidad de comerse uno de caramelo que tenía una pinta demasiado deliciosa.
Cuando llegaron Ally sintió como se le encogía el estómago al ver el barrio del que en algún momento había considerado su mejor amigo. A diferencia de el resto de Miami allí pocas cosas habían cambiado.
Era como si en esa parte de la ciudad no transcurriera el tiempo.
—Es aquí a la derecha— anunció la mujer al llegar a la siguiente calle.
Austin giró el volante y aparcó al lado de un árbol de Navidad repleto de adornos artesanales. Abrió el maletero del coche y con el móvil hizo sonar música por los altavoces del vehículo.
What's your favorite time of year
Can you tell me?
The one that never gets here fast enough
Is it fall or spring
A summer thing?
Winter is my favorite time because
Billion lights are blinking
Jingle bells are ringing
Everybody's singing
I love Christmas!
Santa's almost flying
Lots of ribbon tying
Presents multiplying
I love Christmas!
Una de sus canciones navideñas empezó a sonar a todo volumen y llamó la atención de todos los que había alrededor. Un grupo de chavales que había jugando al baloncesto se acercó, también unas niñas que cosían vestidos para sus muñecas y en un par de minutos casi un centenar de personas se habían reunido alrededor de la familia Moon.
Empezaron a repartir dulces entre los niños mientras Ally se organizaba con las madres que había por allí para repartir los juguetes y la ropa de manera justa.
Ava y Alex enseguida se pusieron a charlar con los niños, su padre les miró feliz. Les había sacado de su zona de confort y se habían adaptado perfectamente. Estaban acostumbrados a socializar con sus compañeros de clase, obviamente de su mismo estatus social. Una experiencia como aquella sería buena para que se convirtieran en unos adultos empáticos y tolerantes.
Holisss, perdón por tardar en actualizar!
Aquí os traigo un cap y espero que os guste muchooo.