Su ángel guardián

By almarianna

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Libro 1 Trilogía Oscuridad. Historia corta. ♡ Ezequiel lidera a los renegados que protegen la Tierra de otros... More

Sinopsis
Booktrailer
Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 12
Epílogo
Personajes
Nota de autora

Capítulo 11

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By almarianna

Desbordantes emociones lo invadieron de repente llenando el absoluto vacío en el que se encontraba sumergido. Abrió los ojos despacio, aún adormilado, y miró a su alrededor intentando asimilar lo ocurrido. Se sentía diferente, grande y poderoso, como si una fuerza nunca antes experimentada corriera por sus venas inflando cada músculo de su cuerpo, colmando de energía y vitalidad cada fibra de su ser.

Otra oleada de emociones lo golpeó, dejándolo casi sin aire. "Alma", pensó al reconocer su angustia y desesperación. Se tensó cuando su dolor lo alcanzó de lleno, seguido por la más virulenta oscuridad. Su niña estaba en peligro y, por lo que percibía, sus hermanos eran los responsables. De un salto, salió de la cama y avanzó hacia donde ella se encontraba. Pese a su condición, su respiración no se vio afectada por el movimiento, su corazón no alteró su ritmo y sus pasos no provocaron sonido alguno.

La extraña energía que podía sentir en su interior se arremolinó en su estómago al ver la escena que se desarrollaba frente a él. Jeremías, imponente y aterrador, había desenfundado sus cuchillos y parecía estar dispuesto a asesinar a Rafael, quien, con evidente esfuerzo, intentaba contener la energía de sus manos. Era raro que un sanador usara su poder para la lucha, pero cuando lo hacía, las consecuencias podían llegar a ser terribles.

—¡No tenés ninguna autoridad sobre mí!

Su hermano menor estaba desquiciado, cegado por una furia primitiva y visceral, por completo gobernado por la oscuridad que habitaba en su interior, que existía dentro de cada uno de ellos.

Las palmas de Rafael centellearon en respuesta, emanando pequeñas descargas luminosas de energía.

A su lado, Alma los miraba aterrada. La expresión en su demacrado rostro y las lágrimas que caían de sus ojos completamente abiertos debido al miedo amenazó con hacerlo perder la cordura. Sintió la tensión en su cuerpo y cerró los puños con fuerza mientras dejaba salir la ira contenida en un salvaje bramido que hizo temblar los cimientos de la casa.

—¡Pero yo sí!

Aunque sabía que el tono en su voz era suficiente para inmovilizarlo, prefirió no arriesgarse y, a una velocidad que el ojo humano era incapaz de registrar, se abalanzó sobre él. Ambos cayeron al piso, uno encima del otro, cual dos animales rabiosos. Había percibido el impulso asesino en su hermano y sabía muy bien hacia quien estaba dirigido. No iba a permitir que se acercase a ella.

—¡Ezequiel!

Su grito, junto con la desesperación en su voz, lo hizo estremecerse. Solo ella era capaz de provocar una respuesta tan inmediata y devastadora en su cuerpo. Nada lo afectaba tanto como un ruego suyo y Jeremías lo sabía muy bien, ya que aprovechó ese momento de distracción para rodar sobre sí mismo y zafarse de su agarre. A continuación, se puso de pie, giró los cuchillos en sus manos hasta posicionarlos hacia abajo y flexionando las rodillas, saltó sobre su objetivo.

No obstante, Ezequiel fue más rápido. Lanzando una fuerte patada contra su el pecho, le impidió lograr su cometido y lo arrojó hacia atrás con violencia. El hechicero cayó de espaldas contra la ventana rompiendo el cristal en el acto. Una ráfaga de viento entró en la habitación y gotas de una lluvia, que no había estado allí segundos antes, se filtraron hacia el interior.

—Sacala de acá, Rafael —rugió el líder mientras esquivaba con destreza los mortales cuchillos.

Reaccionando por fin ante la orden dada, este sacudió las manos deteniendo los chispazos de luz y se volvió hacia la joven. Ezequiel no miró hacia atrás. Necesitaba de toda su atención o cometería un error y estando la vida de Alma en juego, eso era algo que no podía permitir. Su hermano era brutal e infalible, el más peligroso de todos los demonios y en ese momento estaba poseído por su lado más bajo, a merced de una absoluta y cruda oscuridad que solo dejaba salir en los combates, esa que jamás creyó que utilizaría contra él.

—¡Jeremías! —gritó por encima de sus gruñidos en un intento por sacarlo del bucle de violencia en el que se encontraba—. No me obligues a usar mi poder contra vos —prosiguió antes de eludir otro golpe y empujarlo de nuevo.

Pero este no parecía reaccionar y, con los ojos ennegrecidos como ónix, persistió en sus ataques. Nunca lo había visto perder el control de esa manera. Era como si algo en él hubiese disparado sus más profundos instintos depredadores, como si su sola presencia activara todas sus alarmas y mecanismos de defensa.

—¡Tenés que controlarte! —espetó a la vez que alzó el brazo para cubrirse, pero no fue lo suficientemente rápido y el filo de la hoja se deslizó sobre su carne—. ¡Es suficiente! —gritó con voz profunda al sentir el escozor de la herida y, dirigiendo todo su poder hacia su hermano, se adentró en su mente sin reparo alguno.

Ambos cayeron de rodillas ante la violenta invasión. Jeremías, aturdido por la sorpresa y el dolor; Ezequiel, por el agotamiento que le provocaba utilizar su poder de ese modo. Capas y capas de fuertes barreras desintegradas en un instante por ráfagas de energía sin igual, recuerdos y pensamientos entremezclados que giraban sin cesar como si se encontraran en el ojo de un huracán que desembocaba en un pozo de fría agua negra.

—¡Salí de mi cabeza! —lo oyó gritar antes de llevar las manos a sus sienes.

Sintió su resistencia, su asombrosa fuerza empujándolo fuera con brusquedad al tiempo que una corriente similar a la de un rayo lo recorría entero. Siempre había sido consciente de que no estaba a la par de él, de que, aunque tuviera la habilidad de leer los pensamientos e influenciar las emociones, jamás podría vencerlo; sin embargo, no se detuvo. Algo en su interior lo instaba a seguir, sin importar las consecuencias.

—¡Soy Ezequiel, tu hermano mayor, tu líder! —remarcó—¡Y te ordeno que te detengas ahora mismo! —decretó con autoridad y firmeza.

De pronto, una extraordinaria cantidad de energía acumulada estalló dentro de él, ondas de luz emanando de su cuerpo alzándose, majestuosas, por encima de aquella imponente oscuridad.

Sintió la inevitable rendición de su hermano, su mente abriéndose de par en par para recibirlo, su amor incondicional saliendo de su interior hasta la superficie y aplacando cualquier vestigio de miedo y violencia que hubiese quedado entre ellos.

Agotado, cerró los ojos y bajó los hombros mientras procuraba recobrar el aliento. Jeremías, por su parte, se derrumbó hacia atrás hasta terminar sentado en el piso con la espalda apoyada en la pared.

El abrupto silencio que se formó en el ambiente solo era interrumpido por las agitadas respiraciones de ambos. Afuera, la tormenta había cesado y las densas nubes que cubrían el cielo comenzaron a dispersarse dejando a la vista una redonda y brillante luna.

—¿Ezequiel? —El susurro de su dulce voz lo alcanzó en medio de la espesa bruma en la que se encontraba.

Volvió a abrir los ojos y la buscó con la mirada. Lo conmovió la emoción que estos transmitían. Estaba preocupada y asustada y se odió a sí mismo por ser el causante de su malestar.

A su lado, Rafael la sujetaba de ambos brazos, impidiéndole moverse.

—Estoy bien, pequeña. Todo terminó —murmuró con voz ronca a la vez que extendió una mano hacia ella.

Alma dio un paso hacia él, pero el sanador no parecía tener intenciones de liberarla. Era evidente que se había tomado muy en serio el papel de protector. La mirada de Ezequiel saltó al instante a la de su hermano, quien lo observaba con desconfianza.

—Ya podés soltarla —indicó, solemne.

Pero este no le hizo caso. Ni siquiera estaba seguro de que lo hubiese escuchado. Sus ojos iban de él a su hermano y luego, de nuevo a él.

—¿Cómo es posible?

Sabía lo que estaba pensando. No había posibilidad de que su poder hubiese superado al del guerrero. No obstante, no tenía una respuesta para eso.

—Dejala venir a mí —pidió, ignorando la pregunta.

Pero su hermano no se movió, aún ensimismado en sus pensamientos.

—Nunca antes te vi hacer algo así. Eras vos y a la vez no lo eras. Fue como si tu poder hubiese aumentado, como si...

—¡Soltala ahora, Rafael! —siseó, perdiendo por completo la paciencia.

Alma corrió hacia él en cuanto fue liberada y se arrodillo a su lado. Ansioso por tocarla, la rodeó con sus brazos de inmediato y le susurró palabras tranquilizadoras mientras le acariciaba el cabello con ternura.

Permanecieron en esa posición durante unos minutos, su atención puesta únicamente en ella, hasta que finalmente consiguió calmarla. Luego, la apartó solo lo suficiente para poder mirarla. Frunció el ceño al notar las sombras oscuras debajo de sus ojos. Inquieto, alzó la cabeza en dirección a donde se encontraban sus hermanos.

—¿Qué sucedió?

Ambos intercambiaron miradas.

—Estuviste inconsciente durante tres días —informó el sanador.

—Tres días —repitió, sorprendido.

—Sí y no pude hacer nada para ayudarte.

Ezequiel arqueó una ceja. No recordaba que algo así hubiese pasado alguna vez.

—¿Magia? —preguntó dirigiéndose ahora a Jeremías, quien no había vuelto a hablar desde el enfrentamiento.

Este negó con su cabeza.

—Lo que sea que te haya dejado en ese estado es desconocido para nosotros —indicó, parco.

Ezequiel se tensó al comprender el porqué de la desconfianza de su hermano. Sin embargo, no podía estar más equivocado. Alma jamás podría dañarlo de ningún modo. Estaba por decirle que se sacara esas ideas de la cabeza cuando ella habló.

—Parecías muerto. —Tres pares de ojos se posaron en el acto en la joven que, junto a él, mantenía la cabeza gacha.

—¿Qué querés decir con eso? —indagó a la vez que le alzó el mentón suavemente con el pulgar para que lo mirase.

Ella inspiró profundo antes de volver a hablar.

—Al principio tuviste fiebre y estabas agitado, pero después apenas respirabas, estabas frío y pálido —aclaró a través del nudo en su garganta—. Intenté contactarte, pensé que si me concentraba lo suficiente podía hacer que me escuchases. Después de todo, siempre pudiste hacerlo. —Hizo una breve pausa mientras se frotaba las manos en un gesto nervioso—. Pero nada funcionó. ¡Ni siquiera podía sentirte! —Negó con la cabeza ante el doloroso recuerdo.

—Tranquila, pequeña. Ya estoy acá. Todo está bien.

Incapaz de seguir tan cerca de ella y no tocarla, le acarició la mejilla con el dorso de los dedos y le besó la frente. A continuación, la rodeó con sus fuertes brazos estrechándola contra su cuerpo. Alma cerró los ojos ante la suave caricia de sus labios y apoyó la cabeza sobre su hombro, debilitada por el alivio de volver a sentir su calor.

—Estás herido —señaló Rafael de pronto al notar la sangre en su antebrazo—. Dejame verte —pidió al acercarse a ellos, su voz de mando no daba lugar a negativas.

Apretando el brazo sano alrededor de la cintura de ella, la mantuvo contra su costado, a una distancia segura de su hermano mientras extendía el otro hacia él. El corte era bastante profundo y ahora que el enfrentamiento había pasado, comenzaba a molestarle un poco.

—Gracias —dijo en cuanto el sanador terminó con su trabajo.

Este asintió antes de limpiar el sudor de su frente con el dorso de su mano y retrocedió unos pasos, consciente de la actitud protectora que mostraba el líder para con la chica. Sin embargo, sus ojos permanecieron fijos en los de él, la incertidumbre reflejada en ellos.

Jeremías, en cambio, parecía más interesado en Alma. ¿Qué carajo?

—¿Van a decirme qué pasó mientras estuve... ausente?

Sintió cómo ella se tensaba al tiempo que sus hermanos intercambiaban una breve, aunque significativa, mirada.

—No lo sabemos —reconoció Rafael—. Ninguna de nuestras búsquedas dio resultado. Los libros de sanación no mencionan nada parecido, tampoco los de hechicería, y nadie oyó jamás sobre una condición similar. Por mucho que lo intenté, no pude llegar a vos con mi poder. Había algo rodeándote que te mantenía aislado de nosotros, pero no era magia. Al menos, no una que Jeremías pudiera percibir.

Ezequiel fijó los ojos en los de su hermano menor.

—Y ahí fue que decidiste atacarla —afirmó más que preguntó; había reproche en su voz.

El hechicero se removió, inquieto, ante su acusación. Sus manos se cerraron en puños mientras que sus labios se apretaron formando dos delgadas líneas.

—Intentaba protegerte —replicó entre dientes.

—¿De ella?

—¡Sí, de ella! —gruñó a la vez que se puso de pie. El líder lo imitó—. Desde que apareció en tu vida no hizo más que ponerte en peligro, primero en aquella montaña y ahora en nuestra propia casa.

—¡No seas ridículo! —bufó, molesto.

—¡¿Ridículo yo?! —exclamó—. ¡Al menos no estoy ciego! —continuó con rabia—. Es obvio que ella es la responsable de lo que te pasó. ¡Tiene que serlo! Y aunque todavía no sé cómo lo hizo, te juro que voy a descubrirlo —aseveró dando un paso hacia adelante.

—¡No voy a dejar que te le acerques de nuevo! —siseó irguiéndose en toda su estatura, su cuerpo ocultando por completo el de ella—. Alma no es el enemigo.

—Entonces explicame por qué te desmayaste.

—No lo sé, no soy sanador.

Ambos miraron a Rafael, quien los observaba con expresión de agobio en el rostro. Al parecer, él tampoco tenía una explicación.

—¿Pensás lo mismo?

—Yo... no lo sé, Ezequiel. Estabas con ella cuando sucedió y... Tenés que reconocer que es muy raro todo.

—¡Me importa una mierda lo que crean que pasó! Alma es mía y ninguno de los dos va a volver a tocarla sin mi permiso. ¿Está claro?

—Hermano...

—¡¿Está claro?! —repitió, tajante.

—Como el agua — concordó Jeremías sosteniéndole la mirada.

Se daba cuenta de lo mucho que estaba conteniendo su temperamento. Sin embargo, también sabía que no lo desafiaría, ni ahora ni nunca.

—De acuerdo —aceptó Rafael alzando las manos en ademán de rendición.

—Si me disculpan, tengo cosas que hacer —dijo el hechicero y, sin más, salió de la habitación.

—Yo también debería irme —murmuró el sanador—. Prometí asistir en la misión de esta noche y no quiero que se demoren por mi culpa. Te sugiero que descanses un poco. Hasta tanto descubramos lo que pasó, sería mejor que te tomes las cosas con calma. Por la mañana pasaré a verte.

—Muy bien.

Una vez a solas, Ezequiel volteó hacia atrás y le ofreció su mano.

—Vamos, pequeña. Creo que ambos necesitamos una ducha caliente.

Ella entrelazó los dedos con los suyos sin dudarlo y lo siguió de regreso a su habitación.

Alma gimió ante la exquisita sensación que la invadió cuando los labios de él cubrieron su zona más sensible. De pie, bajo la ducha, mantenía una pierna levantada sobre el musculoso hombro mientras él la sometía a la dulce tortura de su boca.

Nada más entrar en el cuarto, la había desnudado besando cada superficie de piel que iba quedando descubierta conforme la ropa desaparecía. Pese a que había estado dormido, la necesidad por ella no había mermado ni un poco; por el contrario, parecía haber aumentado.

Ezequiel jamás había experimentado un deseo tan visceral y carnal por ninguna otra mujer y le resultaba imposible resistir el anhelo de tocarla, de besarla, de adorarla. Sin poder contenerse, la había llevado al cuarto de baño y, una vez allí, exploró su cuerpo con una sensualidad que los hizo estremecer a ambos.

Sentir cómo ella se desarmaba bajo su tacto, su respiración agitada y pesada, lo había vuelto loco destruyendo en un instante lo que le quedaba de autocontrol. Bajando con sus labios y su lengua por el valle entre sus senos, le recorrió la silueta con ansia. En cuanto alcanzó lo que buscaba, le separó las piernas y, tras hundir el rostro en su feminidad, la tomó con su boca.

—Oh, Ezequiel —susurró entre gemidos ante el placer que le provocaban sus suaves y eróticos besos.

Gruñó al oírla y, sin detenerse, deslizó un dedo en su interior. Exhaló cuando sintió sus músculos contraerse en respuesta envolviéndolo con fuerza. ¡Dios santo, necesitaba sentirla ahora mismo a su alrededor o enloquecería!

Con esfuerzo, se apartó de ella y se puso de pie. Rodeó su cintura con un brazo y la alzó, instándola a rodearlo con sus piernas. Luego, se posicionó sobre su entrada y empujó despacio, abriéndose paso entre sus pliegues.

—Sos tan hermosa —murmuró con voz entrecortada mientras le apartaba el cabello del rostro y acunaba su mejilla en su mano.

Ella fijó los ojos en los suyos y sonrió, cautivada por lo mucho que estos transmitían. Había pasión, por supuesto; pero también amor. Un profundo y mágico amor. Él la penetraba con lentas e implacables estocadas, permitiéndole ver el placer en su rostro. Volvió a gemir cuando sus movimientos se volvieron más rápidos e intensos y, sin apartar la mirada, se aferró a sus hombros, por completo perdida en las deliciosas sensaciones.

—Te amo —susurró entre jadeos cuando el orgasmo finalmente la golpeó.

—Yo también te amo, pequeña —declaró con voz ronca, extasiado por sus palabras y la sublime emoción que le causaba estar dentro de ella—. Mi corazón es tuyo, siempre lo fue —afirmó justo antes de alcanzar el éxtasis.

Alma apenas fue consciente del momento en el que él la llevó a su cama. Tras semejante entrega y luego de los terribles días de insomnio y angustia que había pasado, no tenía más fuerzas para mantenerse despierta. Ahora que él había vuelto, que por fin estaba a su lado y sentía su calor rodeándola, podía descansar.

Ezequiel, por su parte, estaba más activo que nunca. Sin embargo, se negaba a alejarse de ella. Luego de darle una de sus remeras y ponerse un pantalón cómodo, se acostó a su lado. Más temprano lo había alcanzado su desesperación y su miedo, y necesitaba sentirla segura en sus brazos.

—Dormí, mi amor. Estoy acá y nada va a volver a separarnos —susurró antes de depositar un suave beso en su frente.

No supo en qué momento se durmió, pero se despertó en medio de la noche, completamente alerta. Reconoció en el acto la violenta y desgarradora oleada de odio que lo golpeó. El enemigo estaba allí. Los había encontrado.

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¡Hasta el próximo capítulo! ❤

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