Capítulo 11

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Desbordantes emociones lo invadieron de repente llenando el absoluto vacío en el que se encontraba sumergido. Abrió los ojos despacio, aún adormilado, y miró a su alrededor intentando asimilar lo ocurrido. Se sentía diferente, grande y poderoso, como si una fuerza nunca antes experimentada corriera por sus venas inflando cada músculo de su cuerpo, colmando de energía y vitalidad cada fibra de su ser.

Otra oleada de emociones lo golpeó, dejándolo casi sin aire. "Alma", pensó al reconocer su angustia y desesperación. Se tensó cuando su dolor lo alcanzó de lleno, seguido por la más virulenta oscuridad. Su niña estaba en peligro y, por lo que percibía, sus hermanos eran los responsables. De un salto, salió de la cama y avanzó hacia donde ella se encontraba. Pese a su condición, su respiración no se vio afectada por el movimiento, su corazón no alteró su ritmo y sus pasos no provocaron sonido alguno.

La extraña energía que podía sentir en su interior se arremolinó en su estómago al ver la escena que se desarrollaba frente a él. Jeremías, imponente y aterrador, había desenfundado sus cuchillos y parecía estar dispuesto a asesinar a Rafael, quien, con evidente esfuerzo, intentaba contener la energía de sus manos. Era raro que un sanador usara su poder para la lucha, pero cuando lo hacía, las consecuencias podían llegar a ser terribles.

—¡No tenés ninguna autoridad sobre mí!

Su hermano menor estaba desquiciado, cegado por una furia primitiva y visceral, por completo gobernado por la oscuridad que habitaba en su interior, que existía dentro de cada uno de ellos.

Las palmas de Rafael centellearon en respuesta, emanando pequeñas descargas luminosas de energía.

A su lado, Alma los miraba aterrada. La expresión en su demacrado rostro y las lágrimas que caían de sus ojos completamente abiertos debido al miedo amenazó con hacerlo perder la cordura. Sintió la tensión en su cuerpo y cerró los puños con fuerza mientras dejaba salir la ira contenida en un salvaje bramido que hizo temblar los cimientos de la casa.

—¡Pero yo sí!

Aunque sabía que el tono en su voz era suficiente para inmovilizarlo, prefirió no arriesgarse y, a una velocidad que el ojo humano era incapaz de registrar, se abalanzó sobre él. Ambos cayeron al piso, uno encima del otro, cual dos animales rabiosos. Había percibido el impulso asesino en su hermano y sabía muy bien hacia quien estaba dirigido. No iba a permitir que se acercase a ella.

—¡Ezequiel!

Su grito, junto con la desesperación en su voz, lo hizo estremecerse. Solo ella era capaz de provocar una respuesta tan inmediata y devastadora en su cuerpo. Nada lo afectaba tanto como un ruego suyo y Jeremías lo sabía muy bien, ya que aprovechó ese momento de distracción para rodar sobre sí mismo y zafarse de su agarre. A continuación, se puso de pie, giró los cuchillos en sus manos hasta posicionarlos hacia abajo y flexionando las rodillas, saltó sobre su objetivo.

No obstante, Ezequiel fue más rápido. Lanzando una fuerte patada contra su el pecho, le impidió lograr su cometido y lo arrojó hacia atrás con violencia. El hechicero cayó de espaldas contra la ventana rompiendo el cristal en el acto. Una ráfaga de viento entró en la habitación y gotas de una lluvia, que no había estado allí segundos antes, se filtraron hacia el interior.

—Sacala de acá, Rafael —rugió el líder mientras esquivaba con destreza los mortales cuchillos.

Reaccionando por fin ante la orden dada, este sacudió las manos deteniendo los chispazos de luz y se volvió hacia la joven. Ezequiel no miró hacia atrás. Necesitaba de toda su atención o cometería un error y estando la vida de Alma en juego, eso era algo que no podía permitir. Su hermano era brutal e infalible, el más peligroso de todos los demonios y en ese momento estaba poseído por su lado más bajo, a merced de una absoluta y cruda oscuridad que solo dejaba salir en los combates, esa que jamás creyó que utilizaría contra él.

Su ángel guardiánWhere stories live. Discover now