Reina del Desastre (LR #1) *D...

Bởi RollitodeSushii

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LIBRO #1 Luce Webber tiene 23 años, mala suerte y una lengua con vida propia. Liam es un importante empresari... Xem Thêm

NOTA DE INTRODUCCIÓN
Cap. 1
Cap. 2
Cap. 3
Cap. 4
Cap.5
Cap. 6
Cap. 7
Cap. 8
Cap. 9
Cap. 10
Cap. 11
Cap. 12
Cap. 13
Cap. 14
Cap. 15
Cap. 16
Cap. 17
Cap. 18
Cap. 19
Cap. 20
Cap. 21
Cap. 22
Cap. 23
Cap. 24
Cap. 25
Cap. 26
Cap. 27
Cap. 28
Cap. 29
Cap. 30
Cap. 31
Cap. 32 (LIAM)
Cap. 33
Cap. 34
Cap. 35
Cap. 36
Cap. 37
Cap. 38
Cap. 39
Cap. 40
Cap. 41
Cap. 42
Cap. 43
Cap. 44.
Cap. 45
Cap. 46
Cap. 47
Cap. 48
Cap. 49
Cap. 50
Cap. 51
Cap. 52
Cap. 53
Cap. 55
Cap. 56
NOTA IMPORTANTE
Cap. 57
Cap. 58
Cap. 59
Cap. 60
Cap. 61
Cap. 62
Cap. 63
Cap. 64
Cap. 65
Cap. 66
Reina del desastre EN PAPEL <3
RDD YA DISPONIBLE EN FORMATO FÍSICO!!

Cap. 54

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Bởi RollitodeSushii

54. PATINES CHICAGO CLÁSICOS EDICIÓN ITALIA.

Suspiré y miré a mi alrededor, la fila para la revisión del equipaje era corta pero nos había costado 15 minutos de pie mirando hacia la nada dentro de un aeropuerto con personas irritantemente silenciosas mientras un oficial de policía miraba hacia la taquilla ceñudo.

Miré sobre el hombro de Liam, a través de las enormes ventanas de cristal y me percaté de un hombre robusto, sucio y desaliñado que tomaba mis patines Chicago Clásicos Edición Italia y los examinaba con cuidado.

—Mierda.

Liam me lanzó una mirada de desaprobación.

—Lo siento. Ahora vuelvo —advertí sin esperar respuesta antes de marcharme dejandole mis maletas al gran jefe.

Caminé hacia la salida y me dirigí hacia el vago con paso firme y decidido.

—Buenas noches.

El vago se giró y me sonrió radiante. —Buenas noches linda.

Sonreí con amabilidad. —Disculpe... señor... am.., don vago... creo que tiene mis patines...

El hombre frunció el ceño. —No sé de que hablas.

Entrecerré loa ojos. —Los patines que están en su mano.

—Oh, no, linda, estos son mis patines —aseguró sonriendo con amabilidad.

Quise mandarlo al diablo antes de quitarle los patines a la fuerza, pero mi ángel de la tolerancia me lo impidió.

—No, son mis patines, tienen mi nombre grabado en la plantilla, me costaron 600 dólares.

Los ojos del vago brillaron ante la mención del precio.

—Pues yo los encontré olvidados en la calle.

—Si, por que mi maleta se abrió y mi ropa salió volando —señale los patines blancos que apretaba entre sus manos— incluyendo a mis patines.

El vago se encogió de hombros. —Pues ahora son míos.

—¿Qué?

—Comprate otros.

—Se agotaron hace un mes, una reventa me costará una fortuna.

Los ojos del vago brillaron de nuevo.

Maldita sea, yo y mi estúpida costumbre de darle rienda suelta a mi lengua.

—Es una pena.

Suspiré. —Escuche, está bien, le daré 10 dolares y...

El vago resopló. —¿Diez dólares?

—¡Son mis patines!

—Ya no.

Suspiré y cerré los ojos tratando de invocar toda la calma de mis desalineados chacras.

—Le daré mi reloj —hice ademan de quitármelo pero el vago me detuvo.

—No lo necesito.

Miré su mano y me percaté del enorme reloj dorado que tenía. Era idéntico al reloj de Dorian ¡Y costaba un mes de mi suelto en la editorial!

—¿Cómo consiguió eso? —pregunté atónita.

—Tengo mis modos.

—Le daré 100 dólares y el reloj.

Resopló. —No. Y deja de molestar, voy a buscar las llaves de mi auto —comentó hurgando en sus sucias y rotas bolsas.

—¡¿Tienes un auto?!

Oh, vamos, ni siquiera yo tenía un auto, esta situación me hacía replantearme seriamente mi trabajo.

Me miró como si fuera retrasada. —Eso dije, duh.

¡Y dice: Duh!

Me sentí pobre y anticuada.

El auto sonó cuando el vago presionó el botón de la alarma en las llaves. Era un auto común, no demasiado viejo, no demasiado nuevo. Al menos él tenía auto.

—300 dolares.

Gruño y sacó un rollo de billetes. —¿Te parece que lo necesito? —preguntó.

Abrí los ojos de golpe.

Por supuesto que no.

— Tengo una casa que sustentar, eso no me sirve,vas a tener que esforzarte más cariño.

Tenía casa... y yo tenía que vivir bajo el techo de mi mejor amiga.

Sacudí la cabeza. —Escucha...

—No tú escucha preciosa, voy a llegar tarde a casa si sigues quitándome el tiempo, mi vuelo sale en 30 minutos.

¡Iba viajar en avión!

—¿Sabe qué? Vayase al diablo, usted tiene más dinero que yo, así que deme mis patines... —pero retrocedió un paso cuando yo avancé un paso.

—¿O qué? —retó con la barbilla en alto.

Lo miré. Tenía la barba crecida y gris, los cabellos de su cabeza eran largos, secos y negruzcos, su ropa estaba sucia y rasgada... ah, pero tenía un auto decente y un reloj Gia Millani bañado en oro.

Sin embargo no iba a golpear a un indigente... aun que tuviera la economía más elevada que la mía.

—¿Qué va a hacer con mis patines? Nadie va a comprarlos tienen mi nombre y huelen a mi.

Se encogió de hombros. —El hecho de que tu seas pobre no significa que los demás tengan que vivir bajo los estándares de tu limite económico.

¿Ah?

¡Me llamó pobre! Lo que me faltaba, que un indigente me llamara pobre.

Pero tenía razón.

—Escucharme vago, quiero mis patines de vuelta o voy a patearte el trasero hasta que escupas el hígado por el...

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Liam apareciendo detrás de mi,

—Buenas noches —saludó el vago educadamente hacía Liam con una sonrisa radiante.

—Buenas noches —respondió Liam de igual forma.

—Que no te engañe, no tiene nada de indigente.

—Luce —reprendió Liam.

—Disculpen, me retiro...

—Ah, tu no te vas a ningún lado amigo —lo señalé obligandolo a detenerse en seco.

—¿Qué haces, Luce? Tenemos que irnos.

—Deme mis patines —extendí la mano hacía el vago.

—No sé de que hablas —dijo cruzándose de brazos, con mis patines ocultos debajo de la sucia chaqueta.

—Luce...

—No lo volveré a repetir, dame mis patines...

—Ya te dije que no...

—Hablaba en serio con lo de patearte el trasero...

—Luce...

—Vete al diablo Liam. Mire señor vago, deme mis patines y podremos irnos en paz para...

—Muérdeme.

Suficiente.

Me abalancé sobre el vago y comencé a forcejear con sus brazos entrelazados hasta que logré hacer que sacara los patines del abrigo, pero sin soltarlos.

Comenzamos un extraño estira y afloja. El hombre tenía fuerza.

—¿Qué demonios...? Luce...

—¡Estas loca! —gritó don vago tirando hacia su lado.

—¡Ya me lo han dicho! —tiré hacia mi lado.

—¡Suéltame enferma!

—¡Suelta mis patines!

—Lucinda...

—¡Loca!

—¡Vago!

Liam tiró de mi hombro pero le di un duro golpe con el codo en el estómago, de ninguna manera iba a perder esa pelea.

—¡Pobre!

—¡Estafador!

—¡Ladrona!

—¡Mentiroso!

—¡Auxilio!

—¡Dame mis malditos patines!

—Luce —llamó Liam sofocado.

—¡Ayuda! ¡Policía!

—¡Suéltalos!

—¡Ayuda por favor! ¡Está loca!

—¡Son mis patines!

Pero por el rabillo del ojo pude ver como un par de policías se aproximaban corriendo hacia nosotros y entre en pánico:

—¡Ayu...!

Lo golpeé.

Con el puño en la nariz.

Todos guardaron silencio. Incluso los policías se detuvieron de golpe y sacaron sus armas como si estuvieran por enfrentarse a un asesino serial o a un narcotraficante.

¿Y qué? Yo gané.

—¡Las manos donde pueda verlas!.. ¡Ya, todos! —ordenó el policía.

Elevé las manos sin soltar los patines, manteniendo una sonrisa en mi cara... ¡Gané!

—¡Está loca! —aseguró el vago.

—Silencio.

Liam estaba de pie junto a mi con las manos en alto al igual que el vago.

Era una escena de fotografía.

—Baje las armas —ordenó el policía con el arma apuntando hacia mi.

—¿Qué? ¿Mis patines?

—Bájelos.

Resoplé. —No voy a soltarlos, son mios.

—Luce —advirtió Liam.

—No, no voy a...

—¡Son mis patines! —gruñó el vago.

—¡Eso no es verdad!

—¡Es una ladronzuela!

—¿Quién, maldita sea, usa el termino "Ladronzuela"?

—Luce...

—Y una irrespetuosa.

—¡Usted se robó mis patines!

—¡Baje las armas, señorita!

—¡Son edición limitada!

—¿Chicago clásicos edición Italia? —preguntó el otro policía.

—Exacto.

—Mi hija tiene unos iguales, honestamente no sé porque tanto alboroto.

—Están agotados —expliqué.

—Oh, eso explica todo... pero podrían revenderlos.

—Si, pero probablemente los vendan usados, hay una pagina en internet en la que...

—¿Tienen en color verde? —preguntó el otro oficial.

—Sip.

—¿No te gustaría hablar con la señorita sobre los diferentes tipos de colores?

—Oh, no lo sé, la mayoría de los colores me hacen ver gordos, usualmente solo uso negro —respondió.

—También hay negros.

Liam me miró con incredulidad a lo que respondí con un encogimiento de hombros.

El otro policía sonrió emocionado y bajó su arma. —¿Por que no hablamos de la manicura y la depilación láser de la zona del bikini?

El otro policía pareció no notar el sarcasmo en la voz de su compañero cuando respondió:

—Yo acompaño a mi hija a la estética por la manicura y la verdad es que te deja las manos...

—¡Deja de hablar con los criminales! —gritó muy cerca de su cara.

Juro que pude ver un puchero en el rostro del otro policía.

—Pon los patines en el suelo —ordenó el oficial gruñón.

Apreté las manos.en puños bajándolas a mis costados y avancé un.paso antes de que Liam me detuviera del brazo.

—¡¿Estás loca?! ¡Tiene un arma apuntándote!

—He desarmado a soldados, un policía flacucho no me intimida —anuncie con un tono de voz lo suficientemente alto para que el policía mandó escuchara.

—Lucinda —advirtió Liam entre dientes.

Bien, mi pobre jefe ya la había pasado muy mal por mi culpa y probablemente ya habíamos perdido el vuelo así que me apiadé.

Rodé los ojos y dejé los patines en el asfalto.

—Ni se te ocurra acercarte —señalé al vago.

El.policía le hizo una ceña con la cabeza a su compañero para que se acercara sigilosamente a confiscar mis patines (que al parecer podrían contener una bomba nuclear en las rueditas) mientras el no nos quitaba el ojo de.encima con la pistola en alto.

—Acompáñenme —ordenó colocándonos las esposas a los 3.

Gruñí y comencé a avanzar.

—Martín —llamó el policía que tenía mis patines en mano.

—¿Qué? —respondió el policía gruñón.

—Si estás algo flacucho.

Martín lo fulminó con la mirada y yo solté una risita entrecortada que no le hizo ninguna gracia al poli.


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