INFERNUS ©

By alegcl

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¡PAUSADA TEMPORALMENTE!‼️ Un misterioso "hombre" se mezcla entre nosotros, los mortales, para observarnos. Cr... More

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By alegcl

WHITE

La noche fue de lo más entretenida. Aunque no como yo esperaba.

Hice bien en irme de mi hogar, o de lo que mi hermano llamaba hogar, mi mundo por obligación.

Yo no lo elegí. Desde que nuestro padre hizo lo que hizo, no volvimos a saber de él. Lo encerraron, como era lógico. Más bien, lo encerramos nosotros, sus propios hijos, para que destruyera todo a su paso. Y sobretodo que no nos destruyera a nosotros.

Papá siempre fue un hombre complicado. Mamá lo quería aún con sus defectos y aún así nos maltrató. A todos. Soy el mayor de cinco hermanos, y por lo tanto soy el más incomprendido. Con mis "veinticinco años" mi hermano pequeño me reprimenda por mis actos. Mi hermano pequeño.

Capullo.

Se piensa que por ser el favorito de mamá, el niño mimado, el rey del mundo, puede hacer lo que le dé la gana.

Él no creó el imperio que yo he hecho aquí. Cuando llegué a Nueva York, se pensaba que no iba a ser capaz de sobrevivir entre toda esta gente, tan diferente a nosotros. Pues se equivocó, y del todo. He creado el mayor club nocturno de todos los tiempos. Las chicas se pelean por venir a trabajar a este lugar, ya sea para camarera o bailarina.

Hace poco, mi hermanito se pasó por aquí. Le dio tanto asco ver tanta feromona que hasta su mujer le recriminó entrar. Pero quería verme, y tuvimos una charla de lo más entretenida.

—Hermano.

Escuché a mis espaldas.

—¡Hombre, el preferido! Cuánto tiempo, hermanito. ¿No deberías estar cuidando a los demás?

—Tenemos edad suficiente como para cuidarnos nosotros solitos.

Una carcajada salió de mí.

—Por supuesto. —dije con la sonrisa malévola que tanto odiaba mi hermano. —¿Qué te trae por aquí? ¿Quieres una copa?

—Claro, ¿por qué no?

—¿Seguro? A lo mejor tú mujer nos desintegra.

—Eso fue hace siglos.

—Lo sé. Podría haber matado a nuestro padre como casi nos mata a nosotros, ¿no crees? —Se quedó callado, hasta que vi unas pequeñas marcas en sus ojos, chispeando. —Tranquilo, viejo. Estoy de broma. No seas aguafiestas.

—No estoy para bromas. Tenemos un problema.

—¿Y qué me importa a mí eso?

—Has dejado tu hogar sin protección.

—Mi hogar tiene un perro gigante capaz de morder a cualquiera.

—Entonces sin suficiente protección. Las almas son capaces de salir, y lo sabes.

Dejé la botella de whisky sobre la mesa.

—Sabes perfectamente que no quiero volver a ese lugar.

—Debes ir. Eres el rey.

—¡Hasta que mi querida mujer me engañó! —grité.

—¿Por eso estás aquí? ¿Para vengarte de ese mortal?

—Quiero desintegrarlo con mis propias manos. —dije con furia y con mi ojos volviéndose completamente rojos mientras mis manos comenzaban a echar fuego.

—No debes matar a nadie aquí. Te llevarán a juicio y sabrán quiénes somos.

—Quiero venganza. Igual que cuando encerramos a padre. ¿Es que no lo entiendes?

—Te entiendo, querido hermano. Pero no puedes hacerlo así, sin más. Nos matarán.

—¡Somos los dioses del Olimpo, por el amor de Gea!

—Cállate. O nos meterás en problemas a todos. Aquí te haces llamar el "Señor White", ¿no es así? —asentí con la cabeza. —Pues que así sea. No dejes que nadie, y repito, nadie, descubra quien eres. Nos llevarás a todos condenados al Inframundo.

Se levantó y se dio la vuelta, dispuesto a marcharse de mis dominios terrenales.

—¿Te olvidas de que soy su rey?

Se giró y me miró como si lo que dije hubiese sido una completa estupidez. Y lo cierto es que era totalmente verdad.

—Como provoques el caos en el Olimpo y Cronos levante la cabeza, el mundo se vendrá abajo.

—Lo tengo todo controlado, hermanito. —dije haciendo especial hincapié en esa última palabra.

—Hades. —dijo a modo de despedida.

—Majestad. —le dije haciendo una exagerada reverencia. Al fin y al cabo, es el rey del Olimpo. O eso piensa él. —Saluda a tu querida mujer de mi parte.

—Hera estará encantada de recibir noticias tuyas.

Dicho esto, se fue a través de un portal de rayos azul eléctrico que comunica con el Olimpo.

Miré a mi alrededor. Las sillas rojas se camuflaban con la tarima alargada aterciopelada de su centro, con una barra al principio y otra al final, llegando ambas al techo, de dónde colgaban espectaculares lámparas de araña y algún que otro foco.

Me dirigí escaleras arriba, en la zona VIP para poder ver el local desde más altura. Ahora era el rey de todo esto, y nadie me lo iba a arrebatar.

Cuando fui hacia mi habitación a continuar con mis labores, un taconeo repentino me cortocircuitó los esquemas mentales. La figura de una mujer esbelta, de cabellos pelirrojos y largos, llegando por debajo de su cintura. Esos ojos negros como el Inframundo...

Esos ojos que, después de todo, me siguen volviendo completamente loco.

—Hola, señor mío.

La mujer, o más bien, mi mujer, se quedó parada en medio de la pista de baile, con su vestido rojo sangre que no dejaba mucho a la imaginación.

Me acerqué a ella, la cogí la mano y la besé el dorso de la misma.

—Tan impresionante como siempre, querida. —la dije, notando un fugaz brillo de lujuria en sus abismales ojos oscuros. —Estás deslumbrante, ¿qué te trae por aquí?

—He oído que Zeus ha estado aquí hace un rato. Así que decidí pasarme yo también. Quería ver a mi marido.

—Ex-marido, Perséfone.

Zeus no se podía ver callado nunca.

—Será mejor que te vayas. Va a ser casi media noche y debo abrir el local para mi clientela.

—¿Este es el antro de pervertidos del que tanto me ha hablado tu hermano?

—Cuidado con lo que dices, nena. Serás mi esposa, pero sigo teniendo otro poder a mayores sobre ti. Sigo siendo tu tío.

Se acercó cautelosamente a mí, moviendo sus caderas de un lado a otro. Un gesto muy peligroso.

—No creo que eso te importase cuando yo estaba sobre de ti, en otro contexto, claro.

La agarré de las caderas y la aprisioné contra la barra del bar, de espaldas a mí. Giró su cuello para intentar mirarme, así que le aparté el cuello para susurrarla al oído.

—Créeme, he echado polvos mejores.

—He estado practicando, Hades. Quizá te sorprendas. —dijo restregándose contra mi entrepierna. Joder, me estaba volviendo completamente loco.

—Perséfone... te estás metiendo en un terreno muy peligroso. —dije metiendo las manos debajo de su vestido, agarrando sus nalgas.

—Hazme tuya otra vez, Hades. Entonces me iré.

Metí la mano debajo de su ropa interior de encaje negro y pasé a torturarla sin introducir nada dentro de ella. Quería verla sufrir.

—Me pusiste los cuernos. —dije, después de varios minutos separándome de ella.

Perséfone me lanzó una mirada envenenada, con las mejillas rojas de tanto suspirar. Camine de espaldas hasta que me topé con uno de los sofás que había en la estancia, justo en frente de la pasarela y la barra.

Perséfone se cruzó de brazos sin decir nada, hasta que, al parecer, se la ocurrió una idea brillante. Se dirigió hacia mí y se puso de rodillas entre mis piernas. Pasó sus largos dedos por encima de la tela de mi pantalón, y no quería que eso me afectara. Intente con todas mis putas fuerzas dejar mi miembro quieto.

Pero cuando Perséfone se subió a la tarima y empezó a bailar para mí con la barra, casi me corro sin haber echo nada. La observé durante lo que pudieron ser minutos, hasta que no aguanté más la presión que crecía a pasos agigantados debajo de mi pantalón. Si seguía así, iba a reventarlo.

Me levanté de mi asiento, me bajé los pantalones, quedando mi polla tiesa al frente. Perséfone sonrió, sabiendo que había ganado la batalla, pero lo que no sabe es que aún no ha ganado la guerra. Tiré de su brazo hacia abajo para que saliera de la plataforma de striptease y se sentara sobre mí.

Cuando la tuve encima, se restregó tanto cuanto pudo. Hasta que no aguanté más. Le arranqué la ropa interior y la senté sobre mí, esta vez introduciéndome en ella por completo.

Soltó un grito lleno de placer que hizo que se me pusiese más dura todavía. En ese momento, sentí que mis ojos se volvían completamente rojos.

—Hades...

Apoyé mis brazos a los costados del respaldo del sofá. Quería mandar. No quería sucumbir a sus órdenes. Yo era el rey, amo y señor de todo ese lugar, así que todo el que estuviese allí dentro seguía todas y cada una de mis órdenes. Si no... morirá.

—Muévete, Perséfone. Ahora. —dije con dureza.  Pero a mi mujer no pareció afectarle lo más mínimo. Es más, la puso como una puta moto.

Le arranqué el vestido y sus pechos quedaron al descubierto. Ella quitó comenzó a desabrochar mi camisa, dejando mi torso desnudo al descubierto, pero la paré antes de que la quitara por completo.

Para mí, estar completamente desnudo significaba entregarte en cuerpo y alma a la mujer que tienes delante. Yo ya lo hice en una ocasión con esta misma mujer, y me apuñaló por la espalda. No iba a tropezar dos veces con la misma piedra.

Así que, decidido, la levanté de mi regazo y la puse a cuatro patas, de tal manera que ella quedaba recostada contra el respaldo del sofá. Me introduje dentro de ella sin pensármelo dos veces, y la satisfacción que me recorrió la espina dorsal al escuchar sus gemidos fue algo apabullante.

El único sonido que se escuchaba dentro del desolado local eran nuestros cuerpos moviéndose al compás, mis huevos chocando contra su Monte de Venus y los gemidos que salían de la boca de mi mujer sin parar.

—Hades...

—Cállate.

La corté al instante, porque sabía lo que iba a pasar: por favor, no pares. Ven conmigo al Inframundo de nuevo y podremos hacer esto tantas veces cuanto quieras. Eso me dijo la última vez, y me puso los cuernos de nuevo. Esta mujer me ha tenido más confuso que cualquier otra cosa. No puede ser que su belleza me deslumbre cada vez que la vuelvo a ver y termine follándomela siempre.

—Hades... voy a... —y en ese momento saqué mi polla de su interior para correrme sobre su espalda descubierta. Sabía que iba a llegar al orgasmo al igual que yo, y por eso paré. —Eres malo... —dijo levantándose y dándose la vuelta.

—Debo serlo. Soy el Dios del Inframundo.

—Haz que me corra... —me susurro al oído mientras cogía mi mano y la dirigía hacia su intimidad.

—Que te lo haga otro, Perséfone. Yo ya he cumplido tu capricho. Como siempre. Ahora vete, tengo que ordenar todo este estropicio antes de abrir mi club.

Roja de furia, cogió su ropa y empezó a crear un aura negra a su alrededor para volver a donde quiera que fuese. Cogí únicamente mis pantalones negros y me los puse.

—Vete al infierno.

Sonreí de medio lado.

—Ya estoy en él. ¿Y sabes qué? Soy el rey.

Me lanzó cuchillos con su última mirada y despareció de mi vista. De pronto, escuché una voz desde abajo.

—¿Señor White? —Miré hacia arriba para ver a la chica de cabellos dorados y ojos azules que se dirigía a mí, envuelta con solo una sábana roja de mi habitación. Era una de mis empleadas, una bailarina con un cuerpo de infarto. Cuando llegó hasta mí, me recorrió el pecho con la mano. —¿Va a volver conmigo a la habitación? Me siento muy sola allí arriba.

—Limpia todo este desastre antes de que sea la hora de abrir. Dile a Jordan que no me moleste nadie esta noche.

Fue lo único que la dije, subiendo las escaleras y encerrándome en mi habitación. Cuando llegué, me bebí la botella whisky que tenía en la mesa. Luego, me tumbé en la cama y me quedé dormido al instante.

La luz de la mañana me picó en los ojos cuando desperté. El leve dolor de cabeza era notable debido a la botella de alcohol que ingerí la pasada noche. Me tomé una aspirina y salí a tomar aire al balcón. Me estiré y vislumbré. Un autobús urbano pasar por delante del edificio.

Y ahí fue cuando la vi. Un alma pura, un alma frágil. Una chica de pelo castaño oscuro, corto y rizado. De ojos verdes esmeralda. Una buena víctima. Sonreí de medio lado cuando me percaté de que no me quitaba los ojos de encima. Un leve rubor apareció en sus mejillas ligeramente bronceadas.

Mi polla se puso dura al instante, era toda una belleza. Una diosa en toda regla.

El autobús avanzó y alejó de mi vista a esa chica de ojos penetrantes, hasta que un golpe en mi puerta me sobresaltó.

Jordan, o mejor dicho, Phobos. Uno de mis confidentes, junto con su hermano Peter, o más bien, Deimos.

—Buenos días, señor.

—Phobos. —contesté a modo de saludo. —¿Ocurre algo?

—Ayer vino una chica para hacer la entrevista. Está claro que esta pobre muchacha sólo valdrá para camarera. Quería enseñársela antes de que vuelva por la noche. Ayer usted no estaba disponible y la mandé a su casa.

Observe la grabación de seguridad que mi viejo amigo me tendía. Y ahí la vi. Asustada por culpa de un borracho que solía estar siempre en ese callejón. Se me revolvió el estómago com solo verlo.

—¿Te dijo su nombre?

—Ángela Black.

Ángela Black...

—Procura que cuando vuelva entre sin peligro. Ese bastardo anda suelto todas las noches.

—¿Así sin más, señor?

—Exacto. Tráela a una de las habitaciones de arriba. Yo me encargaré personalmente de entrevistarla.

—¿En una de las salas VIP? ¿Pero suelen estar llenas nada más abrir el local?

—¿Y quién es el jefe aquí?

—Usted, señor.

—Pues no hay más que hablar.

—Como desee.

Phobos salió de mis aposentos.

La noche promete.

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