Shifting

By Hitto_

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Cuando mi hijo me advierte que hay un monstruo debajo de su cama... sé que dice la verdad. Porque él mismo tr... More

Shifting
1. Familia de gatos
2. Por culpa de la lujuria
3. Todos con todos
4. El estúpido árbol
5. El anillo de compromiso
6. Propuesta de navidad
7. Una invitada especial
8. Candance
10. El aroma de los inciensos
11. De regreso a Almarzanera
12. Fugitivos
13. La dimensión T51
14. La subasta de luna llena
15. La subasta de la luna llena2
16. Intenta dormir
17. Conociendo a Samantha
18. El propósito de navidad
19. La primera luna llena del año
20. Recuperando Transalterna
21. Regresando a Scielo1
22. Padres e hijos
23. Alice y el misterio que la rodea
24. Escapa del demiurgo
25. Entre la fantasía y la realidad
26. Situación de alerta
27. Confrontación
28. Como debieron ser las cosas
29. Cruzar los límites
30. Emboscada por la verdad
31. La cena del desastre
31. ¿Que te acostaste con quién?
32. (parte2) ¿Que te acostaste con quien?
33. Di la verdad
34. Solo mia

9. La depuración de la luna llena

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By Hitto_

Por fis comenten, ya casi no lo hacen T_T voa llorar

—¿De qué rayos hablas? ¿Se lanzaron?

—Sí—encogió los hombros—. Es eso o que te maten los centinelas. Yo debí hacerlo hace tiempo —explicó con tanta normalidad que atemorizaba.

De pronto a lo lejos escuché otra caída. Provenía de una cuadra más allá.

—No vas a lanzarte ¿estás loca? Solo explícame qué sucede y te pagaré lo que quieras. —La volteé hacia mi tomándola de los hombros, ella me dirigió una mirada vacía y me expulsó el humo de su cigarrillo en la cara.

—En serio estás muy drogado. Qué más da, tenemos hora y media. —Se sentó en el suelo apoyada contra el borde de la azotea y resbalé a su lado. —¿Qué es lo que no sabes? ¿Que en luna llena se hace una depuración?

—¿Matan a la gente que no tiene los créditos suficientes? —traté de entender.

—Limpian la ciudad de indignos. Las maravillas del Estado Utópico —dio otra calada y ese nombre me provocó un escalofrío, era la estupidez de la que el Círculo hablaba, lo que querían conseguir usando a Maya como intermediaria para traer al Demiurgo, un deamon de los niveles más altos.

—¿Hace cuánto que está esto? ¿Lo majea el Círculo?

—Sí, como no sé, ¿setenta años? —hizo memoria—. Scielo1 es el único estado controlado por el Círculo. La nación de la utopía nos llaman, no hay delincuencia, todos cumplen un bien social. La fantasía de unos cuantos. Los que son como yo estamos jodidos. Cada miembro de la sociedad debe demostrar ser útil y la muestra de tu utilidad es reuniendo créditos con tu trabajo. Cada luna llena, todos debemos estar en las áreas exteriores de la ciudad y de tres a cinco de la tarde las puertas a las zonas residenciales se abren. Debes pagar trece mil créditos para pasar. Si no los tienes, pues te quedas, para ser depurado por los centinelas.

—¿Los centinelas quiénes son?

—Ni idea, nadie los ha visto, solo los de Círculo—me señaló el muro que rodeaba la ciudad, ese tan alto que oscurecía todo—. Los muros se abren a las siete de la noche y los centinelas entran. Al día siguiente de la luna llena, los que no pagaron su pase por las puertas desaparecen. Por eso es preferible suicidarte antes, no sabes de qué manera los centinelas te matan... si es que te matan.

Ya entendía todo y me sentía dentro de una película de terror. Aun teníamos algo de tiempo así que quise sacarle a Candance más información, si pasábamos las puertas en ese momento tal vez no me diría nada, y necesitaba estar seguro de que ella estaría a salvo una vez abandonara el cuerpo de Logan.

—¿Y qué hay de ti? ¿No hay otra forma en la que puedas conseguir créditos? —le pregunté tratando de no sonar prejuicioso. Solo quería saber su situación.

—Trabajo en un bar en las noches, pero es un trabajo "clase D" de medio tiempo, no gano lo suficiente; alcanzaría solo para mí, pero debo ocuparme de mi hermano. A nuestra edad se supone que nuestras familias pagan por nosotros, pero yo no tengo padres. Así que mis opciones son abandonar el colegio y trabajar a tiempo completo, con lo que estaré estancada en trabajo de baja categoría toda mi vida, o estudiar y trabajar a medio tiempo. Si tienes estudios luego puedes optar a trabajos mejor pagados y, bueno, fui un poco estúpida creyendo que podría logarlo, que luego conseguiría una beca en la universidad y le daría una buena vida a mi hermano. Solo faltan dos meses de colegio, pensé que lo iba a lograr—dijo en su suspiro.

—¿Y no hay alguien que pueda ayudarte? Se me hace muy injusto.

—¿Ayudar? La caridad está prohibida. Ya lo sabes. Cada ciudadano mayor de dieciséis debe demostrar que es útil para la sociedad y puede sobrevivir por medios propios. Cualquier pago en créditos debe ser justificado, no es que puedas pasarme lo que quieras, a menos que seas de mi familia. A partir de los dieciséis pagas tu pase por las puertas, mi hermano tiene catorce, así que no paga su pase aún, pero igual debo alimentarlo y el albergue donde vivimos nos cobra por día. Como no acabé el colegio puedo acceder a trabajos clase D y E, y ofrecer servicios sexuales, con muchas restricciones. El Círculo no quiere que la ciudad se les llene de prostitutas. Solo puedo prestar un servicio cada quince días. Hace meses Esteban me ofreció ser mi cliente habitual y bueno, acepté porque estaba mejor que los viejos del Círculo, quienes me contrataban al inicio.

—¿Y en qué momento yo me volví tu cliente?

—Cuando llegaste hace tres meses y te enteraste. Todos en el colegio lo saben, por eso soy la despreciada. Me ofreciste una mejor paga y... bueno, prefería hacerlo contigo, Estaban es muy agresivo. Me confié en que ibas a cumplir y con lo que me pagarías hoy tendría lo suficiente para pasar por las puertas. Pero me quedé corta por trescientos malditos créditos.

La bocina volvió a sonar, esta vez avisando que quedaba solo una hora antes de que las puertas se cerraran.

Me levanté y le estiré la mano a Candance para que se levantara también. Ella rechazó mi ayuda. Se paró y tiró la colilla de su cigarro por la malla metálica.

— Ya pasó una hora, me diste un excelente servicio. Explícame cómo te pago.

—¿En verdad? —me preguntó, como no creyendo que iba a cumplir.

—Fue el trato que te ofrecí.

—Debes pasarme el dinero con tu celular a mi tarjeta.

Saqué el aparato de mi bolsillo y le pedí que hiciera la transferencia, yo difícilmente podía ver la pantalla.

Entró a una app y abrió los ojos con impresión.

—¡Joder! Jamás en mi vida había visto tantos créditos juntos, y eso debe ser lo que tus padres te dan a la semana.

—Déjame los trece mil que necesito para pasar la puerta y transfiérete el resto—le pedí.

—No puedo hacer eso. El pago por servicios sexuales es máximo de dos mil quinientos créditos, muy pocas ganan eso.

—Bueno, entonces transfiérete eso.

—¿En serio? —volvió a sorprenderse.

—Creo que vales mucho más que trescientos créditos, eso costó mi horrible almuerzo. Espera... ¿cuánto era lo que te pagaba?

—Ochocientos cincuenta.

—En verdad soy una mierda.

—Esteban me pagaba seiscientos. —Me devolvió el celular y abrió su mochila—. Aunque hoy me iba a pagar mil doscientos. Andaba muy urgido al parecer. —Revolvió el interior y la vi ponerse muy nerviosa.

—Qué pasa.

—No encuentro mi tarjeta—desesperada sacó sus cuadernos y lo que llevaba en el bolsillo delantero de la mochila. Me hinqué y la ayudé a buscar.

—No puede ser... la tenía al salir del comedor—indicó con voz ahogada.

—Tal vez se cayó cuando Esteban te quitó la mochila, vamos a buscarla.

Asintió, metió todo con prisa y bajamos al primer piso, por donde había golpeado a ese sujeto. Buscamos por el suelo y en los basureros. La tarjeta no estaba, incluso fuimos al aula y de pronto lo recordé, la amenaza que me había hecho al salir.

—¡Ese imbécil la tiene! —exclamé de pronto.

—¿Quién? —Candance vino hacia mí, caminando entre los bancos.

—Esteban, cuando salíamos me dijo que no regresarías el lunes. Seguro se la llevó.

Candance se abrazó a si misma con los ojos llenándose de lágrimas, queriendo esconder su rostro de mí.

—¿Qué pasa si no tienes tu tarjeta?

—No me dejarán pasar por las puertas.

"Ya son las dieciséis con treinta. Les recordamos que las puertas se cerrarán en treinta minutos. Asegúrese de tener su credencial en mano y si no tiene los créditos suficientes, le pedimos ser consciente y no causar disturbios."

Esa maldita bocina sonó otra vez, no teníamos tiempo que perder.

—Veremos la forma de que pases. —Tomé a Candance de la mano y salimos del colegio. Las calles estaban completamente vacías, ella me indicó, sin esperanza en la mirada, por dónde llegar a las puertas. Corrimos cuando ya solo había un sujeto en fila. Eran las puertas que habíamos pasado en la mañana con el auto. Varias, una al lado de la otra, custodiadas por guardias armados.

El último sujeto pasó antes de mí y me pidieron mi credencial. La saqué de mi mochila y se la extendí.

—Ella viene conmigo, cobre por ambos—le pedí—. Pasó mi tarjeta y me la devolvió.

—El pase es personal. Chica, ¿dónde está tu tarjeta? —le preguntó a Candance, ella mantenía la cabeza gacha.

—Se la robaron—le expliqué—. Acaban de robársela, pero tiene los créditos suficientes, solo descuéntelos de mi tarjeta y arreglaremos el asunto luego—le exigí con mucha seguridad.

—Sabes que esto no funciona así. Pasa de una vez—me tomó del cuello de la camisa y me obligó a atravesar la puerta, mientras otro guardia se puso frente a Candance para no permitirle pasar.

Lo empujé y volví a salir donde ella.

—¡Qué mierda te pasa chico! ¡Ya vamos a cerrar las puertas, pasa de una vez!

—No me voy sin ella.

—¡Logan! —Candance me llamó la atención—. Solo vete. Y si para mañana sigues con los efectos de lo que sea que te hayas metido hoy, por favor dile a mi hermano que lo siento, que espero que sobreviva. Está en el albergue treinta y cinco del área setenta y ocho.

Volví a soltarme del agarre y fui hacia ella.

—No voy a irme sin ti.

—¡¿Estás demente?! —el guardia me gritó—. Eso es suicidio.

—No importa, si ella no pasa, yo no paso—me mantuve firme y nadie se lo creía.

—Como quieras. —dijo por último. El sujeto que detenía a Candance pasó la puerta y no dejaron de mirarme cuando apretaron un botón y una reja de metal cerró las puertas. Creando una barrera impenetrable de concreto y metal.

—¿Por qué estás haciendo esto? Ambos vamos a morir. —Candance me reclamó caminando apresurada por la calle.

Vi un cadáver cerca de la vereda y algunas personas con pinta de indigentes fumando lo que sería su ultimo cigarrillo.

—Morimos juntos o sobrevivimos juntos, y estoy seguro de que vamos a sobrevivir. —la detuve para hablarle de frente, ella continuó su camino—. ¿A dónde vas?

—A buscar una azotea. No voy a darle el gusto a los centinelas. Y deberías hacer lo mismo.

—¡Deja de querer saltar de azoteas! —la regañé—. Por lo que sabemos esos centinelas son algún tipo de entidad interdimensional. Night crawlers tal vez, o Deamons, aunque ellos necesitarían un cuerpo huésped. De todas formas, me enfrentado a esos seres antes, creo que podremos pasar la noche.

—Estás demente—dijo agitada, de nuevo la vi ponerse pálida y sudar frío, abrió su botella de agua y bebió un trago. De pronto se agarró fuerte de mi manga y pareció perder el equilibrio, la sostuve justo cuando se desmayó.

Era un mal momento para eso. La cargué en brazos y busqué a mi alrededor. Hallé un almacén y la llevé hacia allá.

Las puertas estaban abiertas, noté que el lugar no tenía ni cerradura. La dejé en el suelo y encontré un botiquín cerca de la caja registradora. Tomé un algodón y lo empampé en alcohol, luego lo puse cerca de su nariz para que lo inhalara. Despertó de pronto, con un sobre salto.

—¿Qué pasó? —me preguntó—. ¿Seguimos vivos?

—Sí, muy vivos, solo te desmayaste. ¿Estás bien?

—Sí... es que no he comido en dos días—me explicó —. Quería ahorrar unos créditos, para llevar a mi hermano a comer algo decente mañana, pero ahora me arrepiento, debí comer ese asqueroso sándwich de la cafetería.

Tomé una gaseosa y una bolsa de papas fritas de los anaqueles de la tienda y se los entregué. Ella no esperó nada para abrir la bolsa y comer desesperada.

Mi celular sonó y antes de contestar distinguí la palabra "mamá" en la pantalla.

Pensé que no era una llamada que podía ignorar.

—¿¡Logan dónde diablos estás!? —la voz de la mujer se me hizo muy familiar, pero en ese momento no tenía cabeza para pensar en quién era—. ¡Te he mandado mensajes todo el día y no te has dignado a responder ni uno! El registro dice que pasaste por la puerta ocho. Mi chofer te está esperando ahí, pero dice que no has abordado —comenzó a regañarme.

—Sí, mamá... ya pasé por la puerta y me fui con una amiga.

—¡¿Con una amiga?! ¡Tenías que venir a mi casa! Le diré a tu padre sobre esto.

—Mamá... tranquila, estoy bien, iré a tu casa mañana. —Le colgué y apagué el celular.

—¿Por qué le mientes? Los centinelas te desaparecerán y ella nunca sabrá que te pasó —consideró Candance.

—Mañana la iré a ver—me senté a su lado y le robé una papa—. ¿Qué pasó con tus padres?

—No te acuerdas de...—comenzó a decir, luego lo reconsideró—. Mi padre era miembro del Círculo, al igual que el tuyo. Estaba entre los círculos más cerrados, pero hace seis años lo acusaron de deshonestidad. No tengo idea de qué hizo, lo expulsaron con deshonra y le confiscaron todos sus bienes. Nos dejaron en la calle, para que demuestre que era un miembro útil de la sociedad. Empezar de cero es imposible para uno solo, imagina para una familia. No duró demasiado. Lo logramos por dos meses, al tercero le pasó todos sus créditos a mi madre y fue depurado. Mi madre tampoco lo logró. Dos meses después, prefirió lanzarse de una azotea. Mis hermanos y yo sobrevivimos porque éramos menores y teníamos pase libre, pero mi hermano mayor debió dejar el colegio y trabajar para mantenernos, hasta que yo cumplí dieciséis y pagar dos pases no fue posible para él. Murió también hace un año –me contó tratando de mantener sus gestos neutros, mas era imposible no notar la tristeza que aquellos recuerdos le causaban—. No pienses que yo estoy desesperada por sobrevivir. Si fuera por mí, me habría lanzado hace meses, pero.... Quiero que mi hermano menor lo logre. Él sí puede tener un futuro.

—Tú también lo vas a tener—la reconforté acariciándole el rostro. Ella aún no me creía.

Con las fuerzas ya recuperadas. Miré hacia un reloj en la pared, eran las seis. Teníamos una hora antes que los centinelas entraran para trazar un plan y hacer un refugio.

Examiné los anaqueles de la tienda y hallé lo que buscaba: bolsas de sal, muchas de ellas y de seguro en su depósito tenían más.

—Los entes suelen tener debilidad frente a ciertos compuestos químicos. La sal y la plata entre ellos—miré mis manos, tenía muchos anillos de ese metal y recodé la cadena de águila en mi cuello, me la quité y la puse alrededor del cuello de Candance—. Te dará algo de protección. Necesitamos un lugar pequeño, donde podremos escondernos y sellar la entrada, este almacén es muy grande—. Miré hacia el fondo y localicé lo que de seguro era su depósito. En una canasta de compras puse todas las bolsas de sal del estante y las llevé hacia la puerta.

Su depósito de mercadería no era muy grande, tenía varias cajas apiladas y una ventana que mostraba la calle de atarás. Le indiqué a Candance que pusiera una línea de sal en el borde de esta, mientras, fui armando una muralla con las bolsas contra la puerta, apilándolas una sobre otra como si fuesen ladrillos.

—¿Y ahora qué? —cuestionó la chica.

—Esperamos, si tenemos suerte no nos verán aquí o no pasarán la barrera.

Revisamos las cajas y tomamos algunos snacks más. Quedaba poco tiempo antes de las siete. Cuando llegó la hora me asomé a la ventana y miré con cautela.

La ciudad estaba en completa oscuridad y varios halos de luz verticales aparecieron en la muralla acompañados de un horrible sonido. Parecía una estruendosa trompeta.

—Esos son los portales—me explicó Candance—. Por ahí entran los centinelas. Puedes ver los portales abrirse desde cualquier punto de la ciudad, pero nadie ha visto realmente a los que se encargan de la depuración.

Tras un minuto aproximadamente, los portales se cerraron y luego... gritos en la lejanía. Candance se separó de la ventana, asustada. Yo permanecí mirando, necesitaba saber qué clase de entidad eran.

La calle se fue iluminando con algunas fogatas. No veía quién las encendía. Frente a mí, noté a una persona corriendo, un hombre que avanzaba a tropezones y tras él, una carreta, como de las antiguas, con ruedas de madera tallada jalada por dos carroñeros. La carreta aumentó su velocidad y metros más allá le pasó al hombre por encima. Candance había regresado a mirar y quise alejarla, no quería que viera eso.

Con el vehículo detenido, de él bajaron dos individuos, tenían una capucha negra larga y por ella se asomaba un cráneo alargado, en la mano llevaban una guadaña. Parecía el disfraz de una parca. Jamás había visto algo similar. Esos debían ser los centinelas. Levantaron con facilidad al hombre herido y lo lanzaron a la parte de atrás, aún con vida. Volvieron a subir y arrancaron. Entonces noté la pila de personas en la parte trasera de la carreta.

Solté el aire contenido, no se habían dado cuenta de nuestra presencia, o eso creí. De sopetón un cuerpo fue lanzado contra la ventana. Esta resistió por suerte, me alejé unos pasos, igual podía ver lo que ocurría afuera. Otro de esos centinelas levantó su guadaña y la bajó lo suficiente para hacerle a ese individuo un corte que lo partía justo por la mitad, de la cabeza a la entre pierna. Sus gritos de horror me nublaron la mente por unos momentos. Candance se tapaba la boca con horror, la jalé hacia mí y oculté su rostro en mi pecho, para que no viera lo que sucedía, yo no podía dejar de mirar. El centinela se agachó hacia el hombre, incrustó los dedos de sus manos en la herida que le había causado y sin problema alguno tiró hacia los lados, abriendo al hombre por la mitad. La sangre salpicó hasta la ventana y me tiré al suelo con la chica, para evitar ser vistos.

Ella sollozaba, muerta de pánico, convencida que ese sería nuestro final.

—No nos vio, tranquila—le susurré y la llevé a sentarse contra las bolsas de sal de la puerta.

—Nadie ha sobrevivido a los centinelas—murmuró.

—Entonces seremos los primeros —la acaricié, tratando de calmarla. Sus mejillas estaban mojadas y su mirada antes vacía mostraba miedo.

—Más bien cuéntame algo. Dime algo de ti que no sepa—le pedí, rodeándola con mi brazo para distraerla.

—Ya te conté lo único relevante.

—Estoy seguro que no. ¿Cuándo es tu cumpleaños? ¿el treinta y uno de marzo?

—No. Fue el veintiuno de diciembre. Durante el solsticio de verano. El tuyo es en el solsticio de invierno, lo recuerdo.

—Entonces soy medio año mayor que tú. Por eso debes hacerme caso, tengo seis meses más que tú de sabiduría acumulada.

—Eso es una tontería. Tú no sabes nada del mundo, tus padres te criaron entre algodones.

—Es posible. Sigue contándome ¿qué cosas te gustan? ¿Leer, cantar? Estoy seguro que cantas muy bien.

—Cantaba cuando era niña. Y me decías que lo hacía horrible.

—¿Yo te dije eso?

—Sí, seguro ya no lo recuerdas. Estábamos en la misma primaria y éramos algo así como mejores amigos.

—Estoy seguro que lo recuerdo.

—¿Cómo es eso?

—La droga, ya sabes, me hace olvidar cosas. Pero no cantas horrible, lo dije porque soy estúpido. Y también estoy seguro que quise ayudarte de alguna manera. Tal vez no lo de la manera correcta, pero eso de pagarte por sexo fue la forma que encontré para ayudarte. Cuando acabe esto... bueno, estoy seguro que todo será diferente —le aseguré, yo tenía la teoría de que al abandonar un cuerpo, la verdadera conciencia de ese alter ego recordaba algunas cosas de lo sucedido, y quería que el mensaje le llegara claro.

—No eres una mala persona —murmuró.

Me di cuenta que Candance estaba medio dormida. Seguro cansada y débil. Había pasado por muchas cosas.

Inhalé el aroma de su cabello. Era diferente al de Maya. La sentí un poco fría, así que me saqué el sweater y la cubrí con él.

Me mantuve así, en silencio y vigilando. Por momentos escuchaba gritos a lo lejos. Las luces de las fogatas que se veían por la ventaba habían disminuido también y no había rastro de centinelas. Igual debía estar atento.

Volví a prender mi celular para ver la hora. Faltaban cinco minutos para las diez. Me traerían de regreso en cualquier momento. ¿Por qué me tocaba esa dimensión justo cuando había pedido que me regresaran?

Con suerte, los centinelas ya estaban lejos, y pasaríamos desapercibidos el resto de la noche. Eso pensaba, hasta que escuché la campana de entrada de la tienda.

Candance se despertó con el sonido. Le tapé la boca, dándole a entender que más que nunca debíamos permanecer callados.

Escuché tras la puerta el sonido familiar de un carroñero, que olfateaba por todos lados. Seguido de pasos.

Candance sollozaba, sin emitir sonido. La abracé fuerte y comencé a sentir como perdía la conexión.

"No, no ahora", suplicaba.

Con cuidado metí la mano en mi mochila y saqué un lapicero. Sin ver lo que hacía escribí en mi brazo:

¡Cuídala con tu vida!

Quise decirle algo a Candance, pero no podía, los pasos se escuchaban más cerca y luego un chirrido estremecedor cerca de la puerta, era el de la punta de la guadaña raspando el suelo.

"¡No, por favor, no ahora!" pensaba, mientras sentía que mi mente abandonaba ese cuerpo.

***

Capi largo, espero que les haya gustado. No se olviden de dejarme sus comentarios en los parrafos, y también de seguirme en Instagram, ahi pongo varias cositas de los libros. Me encuentran como hittofictions.

Un beso, los quiero mucho

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