Todo sucede en Nome

By Ceejootaa

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Emily, después de la muerte de su padre, decide ir a vivir con sus abuelos a Nome, Alaska. Deja a su madre, a... More

Capítulo 1: "Nome"
Capítulo 2 : "Los chicos de la ciudad"
Capítulo 4: "El chico del fondo"
Capítulo 5: "Días de diciembre"
Capítulo 6: "Una noche de invierno"
Capítulo 7: "Un día para recordar"
Capítulo 8: "El pasado me sigue"
Capítulo 9: "La muerte y un estruendo"
Capítulo 10: "Una historia que contar"
Capítulo 11: "La explosión"
Capítulo 12: "James y Mia"
Capítulo 13: "Algunas verdades"
Capítulo 14: "Recuerdos"
Capítulo 15: "De mal en peor"
Capítulo 16: "La investigación"
Capítulo 17: "Entrevista"
Capítulo 18: "Enfrentamiento"
Capítulo 19: "Los fantasmas de Emily"
Capítulo 20: "La verdad de Anna"
Capítulo 21: "El juego"
Capítulo 22: "Fiesta"
Capítulo 23: "Después de todo"
Capítulo 24: "Sucesos desafortunados"
Capítulo 25: "Deja Vu"
Capítulo 26: "Un día de Locos"
Capítulo 27: "Otra vez, mamá"
Capítulo 28: "Tú serás la siguiente"
Capítulo 29: "Sorpresas"
Capítulo 30: "El incendio"
Capítulo 31: "La conversación"
Capítulo 32: "Él está allí"
Capítulo 33: "¿Adiós?"
Capítulo 34: "Sinceridad"
Capítulo 35: "En el cementerio"
Capítulo 36: "Nada volverá a ser igual"
Capítulo 37: "Desolación"
Capítulo 38: "Asesino"
Capítulo 39: "La mina"
Capítulo 40 "La despedida"
Capítulo 41: "Después de todo"
Capítulo 42: "Todo sucede en Nome"

Capítulo 3: "La chica de blanco"

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By Ceejootaa


La noche se volvió difícil, se me dificultó dormir, y cuando al fin lo hice, Ludovico se puso a cantar.

No hubo más remedio que levantarme.

La nieve caía de manera intermitente y me di cuenta que debía comprar un par de zapatos que me sirvieran y no hicieran que me resbalara cada dos pasos.

Bajé hacia la cocina y desayuné con mis abuelos, mientras esperaba que Aaron pasara a recogerme. No sabía que panorama había preparado para ese día, pero estaba entusiasmada, salir me hacía bien y compartir con más chicos de mi edad me hacía sentir normal.

Mis abuelos parecían muy contentos con mi presencia y en la forma que me estaba relacionando con los demás. Mi abuela confesó que se sentía algo nerviosa por mí, pensó que se me dificultarían las cosas, pero se alivió al ver que pude entablar relaciones con más chicos de mi edad.

No entendía porque creían eso, tal vez una adolescente que acababa de perder a su padre no era una buena señal, los sentimientos se arremolinaban en mi interior y al parecer, sí me hubiera dificultado relacionarme con otros, por el dolor. Pero bueno, resultó mejor de lo que todos pensábamos, en realidad.

Aaron llegó a casa poco después que me sentara en la sala de estar con mis abuelos a ver televisión, aún era temprano y tenía que comprar algunas cosas que me hacían falta para entrar a clases.

Saludó a mis abuelos y nos despedimos. Una vez en camino y con la calefacción ya haciendo efecto sobre mis manos, le pregunté cuál sería nuestro destino de ese día.

—¿Dónde iremos?

—Les dije a los chicos que nos viéramos en la ciudad en un rato, antes te presentaré a algunos amigos.

Sonrió con algo de misterio, ¿cuántos amigos tenía ese chico?

—¿Más amigos? —asintió—¿Son guapos?

Rio por un momento.

—Ya lo verás.

No demoramos mucho, llegamos a una pequeña calle con múltiples casas muy separadas una de la otra. La mayoría de madera, de un solo piso y pequeñas, no eran coloridas, y la nieve las hacía ver algo deprimentes, pero por alguna razón me parecieron abandonadas.

Si pudiera hacer una comparación, mis abuelos vivían en una mansión. Se estacionó frente a una de las casas mejor cuidadas y que no encajaba mucho con las demás. Me bajé y observé a mi alrededor con más determinación, parecía que no había nadie cerca, ¿dónde estaba?

—Emy, por aquí. —me indicó Aaron al costado de la casa.

Comenzó a caminar, así que lo seguí. Dimos vuelta y, para mi sorpresa, me encontré con un enorme patio trasero, donde a lo lejos se podía ver una especie de bodega de madera y al lado un pequeño granero. Aaron tomó una de mis manos e hizo que me sentara en una banca que estaba en un estrecho pórtico de madera.

Corrió hacia el granero y abrió la puerta, silbó sonoramente y de a poco comenzaron a salir perros a saltos, que al ver a Aaron empezaron a rodearlo y a saltar encima de él. Quedé atónita, nunca había visto perros tan hermosos, movían sus colitas de un lado para el otro, esperando el afecto de Aaron, que sonreía de una forma que jamás había visto en él, era genuino. Sonreí al verlo, ese chico era demasiado atractivo. Pegó otro silbido y los perros comenzaron a correr a todas direcciones, dejándolo solo.

Miró hacia donde estaba y se acercó rápidamente.

—Cuando me dijiste que me presentarías a tus amigos guapos, jamás me imaginé que fueran tan guapos—bromeé—. ¿Son tus perros de las carreras?

—Lo son. Él es Aquiles, el líder. ¡Aquiles, ven! —llamó a uno de sus perros, el que más destacaba alrededor de la nieve, ya que era negro y grande.

Corrió hacia nosotros y saltó encima de Aaron. Me miró y se acercó a mí con cautela, olfateándome. Aaron tomó mi mano y con cuidado me permitió que acariciara el pelaje de Aquiles, era tan suave, la nieve en su pelo lo hacía sentir extraño al tacto.

—Dios, parece un lobo, ¿cómo puedes ser tan lindo? —me puse de cuclillas para poder mirarlo bien a los ojos—. Hola, Aquiles, soy Emily, mucho gusto—acaricié su cabeza—. Pareces ser muy inteligente, ¿verdad?

Aquiles movía su cola incansablemente, mientras acariciaba sus orejitas. Sin esperarlo, me langüeteó la cara, haciéndome reír. Era extraño, por las alergias de mamá nunca pudimos tener algún tipo de mascota, papá adoraba a los animales, y yo había heredado eso. Los gatos de Mía se dormían en mis rodillas y el Hurón de James le encantaba jugar conmigo.

—Le agradaste—comentó Aaron, acariciando la cabeza de Aquiles. Chasqueó los dedos e hizo que el perro corriera con los demás—. No se da con cualquiera.

Volví a la banca, invitando a Aaron que se sentara a mi lado.

—Papá dice que tengo un don con los animales. —dije recordando como fui la única que no había sido mordida por el perro de la señora Hill, la vecina de James. Un perro diminuto bastante violento, a papá le encantaba porque era feo y tenía los dientes chuecos, parecía un perro drogado.

Todos le teníamos miedo, sobre todo James, que cada vez que podía le ladraba de vuelta y corría gritando hacia su casa cuando el perro lo seguía.

—Siento mucho lo de tu papá—dijo Aaron sorprendiéndome, dejé de lado todos los pensamientos que tenía y me concentré en él—. Nuestros papás eran amigos, ¿sabes? Él siempre habla de él.

Asentí, ¿qué podía decir? Papá nunca lo había hecho.

—¿Dónde está tu papá?

—No lo sé, no llegó anoche. —respondió con calma, cruzándose de brazos, mirando a sus perros, fruncí el ceño.

—¿Eso no te preocupa? —pregunté dudosa, negó con la cabeza.

—Ya me acostumbré, es mejor para todos.

"Mejor para todos", ¿qué significaba eso? ¿No tenían una buena relación? Me hubiese gustado preguntar, pero si no se llevaban bien, por experiencia propia, no era bueno comentarlo, yo no diría mucho. Cambié el tema hacia los perros, y la pequeña tensión que sentí por parte de Aaron se esfumó de inmediato.

Después de un largo rato viéndolos correr y ayudar a Aaron a alimentarlos, el padre de él hizo presencia. No me había dado cuenta que estaba allí, se encontraba en la puerta que daba hacia donde estábamos, observando lo que hacíamos.

Aaron apagó su sonrisa, e hizo un gesto de saludo hacia su papá, él le correspondió con el mismo gesto.

—¿Comieron? —preguntó el hombre, Aaron asintió. Su papá fijo su atención en mi—¿Quién es ella?

Entrecerré los ojos cuando el viento sopló directo a mi cara y las manchas negras volvían a aparecer, no pude verlo bien a la cara, ya que se me nubló un poco la vista.

—Emily Marshall, mucho gusto. —logré decir, pero pude notar su sorpresa.

Se acercó a nosotros algo tambaleante, y gracias al fuerte viento pude percibir el olor a alcohol que provenía de él.

—Eres igual a Caleb, idéntica. Siento mucho tu pérdida. Caleb era un buen hombre, un excelente hombre—se sacó el gorro de lana que traía puesto—. El participó una vez en las carreras de trineo, creo que tengo algunas fotos de eso, dónde las dejé—tocó sus bolsillos como si las trajera allí—. Las iré a buscar...

—Papá, debemos irnos. —aclaró Aaron severo.

Pude aclarar mi vista y las manchas volvieron a desaparecer, el viento dejó de correr y pude notar de mejor manera al papá de Aaron.

Era alto, pelo castaño claro y de unos profundos ojos color verdes, igual a los de Aaron, no se parecían mucho, pero era indudable que él había heredado sus ojos. Parecía demacrado, de más edad de la que tal vez tenía, sin vida en sus ojos. Sería mentira si dijera que eso no me preocupó.

—Sí, sí...no les quitaré más tiempo...—respondió algo decepcionado.

Me acerqué un poco a él.

—Será para la próxima, señor, me encantaría ver esas fotos. —dije con una sonrisa.

El hombre asintió y se despidió entrando a su casa. Aaron no dijo nada, solo entró a los perros con la mirada perdida y con las mejillas enrojecidas. Yo tampoco iba a decir algo, si debía enterarme de cualquier cosa, debía ser por su boca y no por mi curiosidad.

La situación del padre de Aaron se calmó cuando estábamos camino a la ciudad, decidí no incomodarlo y hablarle sobre mi vida en Nueva York, esto hizo que pudiéramos tener una conversación trivial sobre la escuela y los amigos.

Una vez que llegamos a la ciudad, nos encontramos con Verónica y Bernadette, que nos estaban esperando a las afueras de un pequeño parque que se encontraba en medio y rodeado de todas las tiendas.

Nos saludaron con entusiasmo, pero me percaté que faltaba alguien.

—¿Dónde está Than?

—No lo sé, debe estar por allí coqueteando, como siempre. —respondió Verónica como si nada.

—Lo iré a buscar. —informó Aaron dejándonos, corriendo hacia quizás donde.

El día estaba particularmente frío, pero no había señales que nevaría, el suelo ya estaba muy cubierto de un manto blanco y me preguntaba cómo es que las chicas no estaban tan abrigadas como yo. Sabía que ya debían estar acostumbradas, pero, aun así, sentía que no era bueno para su salud, yo me estaba congelando.

—¿Conocen alguna zapatería o algo parecido? Con mis zapatos me resbalo en la nieve. —dije abrazándome a mí misma.

—Oh, mi papá tiene una tienda, mientras esperamos, podemos ir, ¿te parece? —asentí ante esa idea—¿Vienes? —le preguntó a Verónica, ella negó con la cabeza.

—Iré por los chicos, lo más probable es que el idiota de Aaron no encuentre al otro idiota, así que iré por ellos, las esperaremos afuera.

Ambas asentimos.

Berni entrelazó su brazo con el mío e iniciamos camino a una tienda que se encontraba a unos cuantos metros de donde estábamos. Mientras avanzábamos con cuidado, comenzó a mostrarme cada tienda allí y qué vendía cada una. Eran pequeñas, pero cada una con alguna cosa esencial para la diminuta ciudad.

Sin darme cuenta, llegamos a una de las tiendas, era un poco más grande que las demás, y a diferencia de las otras, la entrada estaba completamente limpia de nieve.

Me percaté de un gran cartel pegado en una de las vitrinas, con la foto de una joven con una gran sonrisa, este decía: "Se busca, Tina Reynolds. Ultima vez vista el 31 de octubre del 20..."

No alcancé a leer más, ya que Berni tenía la puerta abierta para que entrara, así que lo hice. Lo primero que pude sentir fue la calidez del lugar, todo ordenado y perfumado. No muy lejos de nosotras se encontraba un hombre regordete, de una barba prominente ordenando ropa.

—Papá. —lo llamó Berni.

Él hombre nos sonrió al vernos, dobló la última prenda, dejándolo en el anaquel.

—Hola Berni, ¿quién es tu amiga?

—Ella es Emily, la nieta de los señores Marshall, te conté que llegó el otro día. —respondió tranquilamente.

Ensanchó la sonrisa y se dirigió a mí. Tomó mi mano y la sacudió con energía.

—La hija de Caleb, claro, eres idéntica a tu papá—esbocé una sonrisa, era muy enérgico—. Ese Caleb, que gran hombre—apagó la sonrisa y suspiró—, es una lástima que ya no esté con nosotros. Fuimos muy amigos en la escuela.

—Al parecer papá era bastante popular. —dije aun asimilando que en verdad lo era.

Él rio.

—Claro que sí, tenía a todas las chicas detrás de él, como lo envidiaba—bromeó—. Logró lo que muchos no pudimos, irse de acá—dijo con pesar.

—Papá...—advirtió Berni. Él asintió, parecía que se le dificultaba no decir lo que pensaba.

—¿Qué necesitan, muchachas?

—Zapatos, para no caerme en la nieve.

—Estos, Emy. —apuntó Berni una estantería con botas que a simple vista eran bastante bonitas. Las tomé, sí, estaban preciosas.

—Elige los que quieras, serán mi regalo de bienvenida. —dijo el papá de Bernadette.

—No señor, no es necesario. —respondí dejando la bota que tomé en su lugar.

—Claro que sí, cuando nacieron mi Tina y mi Berni tu padre envió regalos, pero yo nunca pude enviarle nada por tu nacimiento.

Eso me dejó pasmada, ¿mi papá había hecho eso? Que considerado y extraño, ¿cómo es que no tenía idea que tuviera una relación tan cercana con personas que nunca mencionó? Me estaba poniendo nerviosa la situación, parecía que describían a alguien desconocido. Decidí no sobre pensar mucho el tema.

—Si es así, lo aceptaré. —dije finalmente, parecía que si lo rechazaba se sentiría mal.

—Así se habla—celebró. Berni sonrió a mi lado y me entregó otros modelos de botas—. ¿Tienes hermanos?

—Soy hija única.

—Ya veo...puedes llevarte lo que necesites.

Asentí, bueno, no iba a quejarme en llevarme un par de guantes.

Después de probarme las botas, me quedé con las primeras que vi y de paso me llevé un hermoso par de guantes y unos pantalones térmicos que me quedaban hermosos.

Me despedí del señor Reynolds y salimos de la tienda. Yo estaba feliz con la compra gratuita que me había llevado gracias a la desconocida influencia de mi progenitor. Las botas me quedaban divinas, no se resbalaban y ya podía correr con normalidad, di unos cuantos brincos para cerciorarme, Berni rio.

—Tu papá es amable. —dije dando vuelta sobre mi eje.

—Si, es como un osito cariñosito, dan ganas de abrazarlo. —reí ante eso, tenía razón, parecía alguien a quien quisieras abrazar en un mal día.

Pero la alegría del hombre no era la misma que la de Bernadette y noté que lo único común en ambos era que a pesar de la tranquilidad que emanaban, sus miradas reflejaban dolor. Allí recordé el cartel de la tienda.

—¿Puedo preguntar algo? —me atreví a decir—Él... o sea tu papá, habló de tu hermana, y en la entrada de la tienda hay un cartel...

Berni suspiró.

—Entiendo, sí, es mi hermana. Desapareció el año pasado—se produjo un pequeño silencio. Continuó: —. La ciudad se paralizó para buscarla, se canceló el viaje escolar, las clases, el trabajo, todos estábamos desesperados, pero no apareció...

—Lo siento mucho, Berni.

—Yo también, sin darme cuenta ya pasó un año, pero siento como si hubiera sido ayer.

Entendía un poco ese sentimiento, pero no lograba imaginarme el dolor de perder a alguien de esa forma, sin saber si está con vida o no.

—¿Cómo estás tú? —pregunté con cuidado, se paralizó un momento. Esbozó una pequeña sonrisa.

—-Mal, estoy mal—suspiró—. Es la primera vez que alguien me pregunta cómo estoy sobre este tema. Gracias.

Sonreí y esta vez fui yo la que entrelacé mi brazo con el de ella, había sido un momento muy íntimo con alguien que apenas conocía, pero que en mi interior sabía que sería importante. El valor de esa chica de mantenerse en pie y con una sonrisa en su rostro era de admirar.

Antes que llegáramos a la plaza me percaté que había perdido mi celular. ¿Dónde diablos lo dejé? Antes que pudiera recordar que lo había dejado en la tienda, Bernadette se devolvió a buscarlo.

Me quedé allí, esperándola, rogando que en verdad se me hubiera quedado allá y no en otro lugar.

Suspiré con pesar y de nuevo volví a sentir frío, saqué de la bolsa mi nuevo par de guantes y me los puse, sin entender porque la temperatura estaba bajando tanto. Miré a mi alrededor y casi se me sale el corazón al ver a una chica descalza caminando por la nieve, con un vestido anticuado, blanco y fino, que no podría proteger a nadie del frío que estaba haciendo. No entendía que le ocurría, cómo salía así. Parecía desorientada, perdida. Por un momento pensé en la hermana de Bernadette, pero no se parecía en nada a Tina. Me acerqué a ella con sigilo, y cuando estuve a una distancia prudente la llamé, pero parecía que no me notaba.

Insistí. Después de mi tercer llamado se percató de mí y su reacción me sobresaltó, ya que dio un brinco, asustada.

—¿Te encuentras bien? —logré decir.

La muchacha no respondía ni siquiera con un gesto, sus ojos los tenía abiertos de par en par, observándome sin poder creer mi presencia. Iba a decir algo más, pero mi voz por alguna extraña razón no salía, solo el vapor de mi propia respiración. Ella parecía no estar respirando.

—¡Emy! —escuché la voz de Berni y me volteé a verla. Corría hacia mí mostrando mi celular en su mano—Aquí está tu celular, ¿qué haces aquí? —preguntó curiosa.

Apunté hacia la muchacha, pero cuando volví a posar mi mirada donde ella estaba, la chica se había esfumado. ¿Qué acababa de pasar?

—Creí ver a alguien, pero ya no—abrí la boca sorprendida, me pregunté si habría sido un producto de mi imaginación, Berni parecía curiosa. Negué con la cabeza, no quería quedar de loca frente a ella—. La nieve me hace ver cosas—concluí poco convencida de aquello.

—Suele pasar—dijo con calma—. ¿Vamos?

Asentí.

¿Cómo era eso de que suele pasar? ¿Era normal ver personas y que estas desaparecieran? Me parecía poco creíble.

Traté que ese tema quedara saldado cuando Verónica, Than y Aaron se presentaron, pero no lo logré. Ni el paseo al viejo ferrocarril y a las minas abandonadas me permitieron sacarme de la cabeza a la chica de blanco que no emitía vapor por su respiración.

***

El día lunes llegó y las ansias de empezar en mi nueva escuela se presentaron al primer canto desafinado de Ludovico. Me preparé y desayuné con mis abuelos y Aaron, quien desde temprano se había tomado la molestia de ir a buscarme.

—¿Cómo estás para empezar? —preguntó mi abuelo.

—Ansiosa.

—No te preocupes, ya conoces a Verónica, Than y Bernadette. —dijo Aaron, asentí. Era cierto, al menos no me sentiría extraña y sola.

—Será un gran día, te lo aseguro, cariño. —concluyó mi abuela. Eso esperaba.

Nos tomamos nuestro tiempo para desayunar y cuando terminamos, partimos rumbo a la escuela. Yo la conocía por fuera, a comparación a mi escuela en Nueva York esta era pequeña, pero se notaba acogedora, además, no había tantos jóvenes como para ocuparla, así que en tamaño estaba bien.

Aaron comentó las múltiples actividades que existían que pudieran gustarme. Como antigua animadora me tenté en postularme para entrar al equipo en Nome, pero no me sentía con muchas energías para aquello, a decir verdad, no me sentía cómoda en busca de alguna actividad que no fuera estar en casa calientita con comida de la abuela, aunque eso me perjudicara, creí que merecía no preocuparme un poco sobre el futuro.

Cuando Aaron estacionó pude ver en la entrada a mis nuevos amigos. Salí de la camioneta y caminé a su encuentro, su presencia me calmaba.

— ¡Bienvenida! —gritó Than.

—Gracias. Al fin podré entrar y no mirar desde afuera. —respondí animada. Como imaginaba, se veía muy acogedor el lugar.

—No es muy grande, así que no importa si te decepcionas. —dijo de pronto Verónica con media sonrisa, ¿había hecho ver eso?

—El tamaño no es lo importante. —aclaré.

—Es lo que le digo, pero aún no entiende que quedará así de enana, debes aceptarte, Vero. — bromeó Than.

—Esta enana puede volarte un diente, así que, ¡cállate!

Reí ante eso, se notaba que se gustaban. Cuando visitamos las abandonadas vías del ferrocarril les iba a preguntar qué tipo de relación tenían, pero Bernadette me advirtió que era mejor no hacerlo, ya que eso podría causar caos entre ambos, así que me quedé callada.

Seguían discutiendo, armando un gran escándalo en medio de la entrada, algunos que pasaban se reían, otros ni los tomaban en cuenta, tal vez acostumbrados. Aaron trató de calmar las aguas, pero se llevó una broma de su amigo, haciendo reír a Verónica, que se unió a Than para molestarlo. Bernadette negaba con la cabeza, no se arriesgaba a decir nada, ya que lo más probable es que se ganaría las bromas de sus amigos.

—Oigan, ustedes que están haciendo, dejen circular a sus compañeros—nos regañó una voz. Era la de un hombrecito bajo y gordito que al parecer no estaba de muchos ánimos—. ¿Tú eres Emily? — me preguntó directamente.

—Sí, soy yo. —respondí desconfiada. De pronto se asomó una sonrisa en su cara.

—Bien, sígueme a dirección. —me ordenó.

—Pero acabo de llegar, aun no hago nada. —bromeé ganándome una mirada injuriosa.

—¿Aun?

—Era broma.

—Espero que sí, acompáñame.

—Claro...— Lo seguí dejando atrás a mis amigos. Caminé detrás del hombrecito sin decir ninguna palabra, hasta que éste me habló por sí solo.

—Esos niños siempre hacen escándalos, no entiendo, se odian, pero siguen siendo amigos, jamás entenderé a la juventud —comentó —. Ah, sí soy Eddie Peck y soy orientador, el director me pidió llamarte, quiere conocerte y darte la bienvenida. —el señor Peck mostró una sonrisa acogedora e indicó una que otra instalación de la escuela.

No parecía diferente, tenía casilleros, un pasillo angosto y múltiples vitrinas con fotos y premios escolares. Pude ver al final del pasillo un cartel que indicaba hacia el gimnasio y al invernadero.

Después de un rato, se detuvo y abrió la puerta de lo que suponía era la dirección. Pude ver de reojo a un hombre sentado frente al escritorio.

—Hola, aquí está la señorita Emily. — anunció el señor Peck. El hombre sentado levantó la mirada y me sonrió, eso me incomodó un poco.

— Emily, la hija de Caleb Marshall, por favor pasa—se puso de pie, me pareció realmente alto, de unos cuarenta años, su cabello era negro, de tez trigueña, delgado y sus ojos aparentaban un color negro, me impresionó, porque jamás había conocido a alguien con ese color de ojos, por lo menos, a alguien que se le acercara—. Eres igual a tu padre, soy Ian Abrams, soy el director, fui un muy buen amigo de tu papá, lamento tu perdida.

Asentí, al parecer debía acostumbrarme a ese comentario.

—Gracias, mi abuela me habló de usted, mucho gusto en conocerlo. —espeté educadamente.

El señor Peck nos dejó a solas, y me indicó que tomara asiento, le hice caso.

—Debe ser duro para ti este cambio, pero tu abuela me comentó que lo decidiste por ti misma, espero que el tiempo que estés en la escuela sea grato.

—Hasta el momento lo está siendo.

—Me alegro. —dijo con sinceridad.

El director tenía la imagen de un amigo de papá, si lo hubiera conocido antes que, a los padres de Aaron y Berni, estaría cien por ciento convencida que ese elegante hombre hubiese tenido una íntima amistad con mi padre. Me tentó la curiosidad, preguntarle sobre todas mis dudas, algo en mí decía que él podría responder todo lo que no sabía de la vida de papá en Nome, pero antes que pudiera siquiera emitir sonido, escuchamos un golpe en la puerta.

El señor Peck asomó la cabeza y detrás de él lo seguía un joven bastante conocido para mí. Me quedé helada, preguntándome qué hacía él allí. Al verme noté su sorpresa en los ojos.

—Que bien profesor, llegó justo a tiempo. —informó el señor Abrams, ¿profesor? Quedé atónita, él no tenía cara de profesor, creí que era un chico joven. Me enderecé en mi asiento, no podía mirarlo a la cara sin que las ganas de reír aparecieran. Qué momento más estúpido.

—Ya le di su horario corregido. —dijo el señor Peck. El director asintió.

—Emily, él es Keegan Conelly, será el maestro sustituto mientras que la anterior profesora se toma su licencia por maternidad. Enseñará biología, y por lo que veo en su horario, tendrá la primera clase con tu grupo.

—Genial, seremos los nuevos. —respondí con una sonrisa falsa.

—Eso parece—dijo Keegan detrás de mí—. Mucho gusto señorita, Emily.

Recordé la cordialidad, así que me puse de pie y estreché la mano de mi nuevo profesor.

—Igualmente...—me quedé sin palabras, no lo recordaba tan atractivo. Estaba afeitado y bien peinado, todo lo contrario a cuando lo había conocido. Solté su mano rápidamente y me dirigí hacia el director—. Señor Abrams, ¿es necesario que me quede? Me están esperando. —el director asintió y miró su reloj.

—Sí, tienes razón. Eddie, ¿los dejas en el salón? El timbre está por sonar.

—Claro. Síganme.

No tuve más opción que seguirlo, junto con mi nuevo y flameante profesor.

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