Cazador de Santos

By RadioDrawings

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Diez años han transcurrido desde el atentado efectuado en la iglesia de Los Santos, pero los peligros en la c... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Confesiones
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21

Capítulo 15

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By RadioDrawings

- Pásame una chela, prima- pidió Héctor a la muchacha de trenzas oscuras a su lado.

Era una apacible tarde en esa placita de Forum Drive. Algunos niños jugaban entre los toboganes y hamacas, y otros, no tan pequeños, se reunían en pequeños grupos a un par de metros, en la arboleda.

Hacía pocas semanas que Héctor se había mudado al barrio. Tras conseguir un empleo de tiempo completo en un badulaque cercano, finalmente había podido independizarse, desligándose finalmente de los constantes reproches de su madre. Leona, su prima, había viajado desde México para visitar su nueva casa y conocer la ciudad. Como cualquier muchacha de veintipocos, quería divertirse y conocer gente.

O al menos esas eran las nuevas identidades que Michelle Evans había aceptado que sus agentes llevaran.

Tras una extensa reunión, Evans había aceptado el plan de Mimi de infiltrarse en Forum Drive e intentar conocer a Milo Wayne, hijo de Ulises Wayne, líder de The Families. No había sido una negociación fácil, y solamente accedió bajo la explícita promesa de que Horacio acompañaría a Miriam en su trabajo encubierto, pero a la joven agente poco le importó todo ese tira y afloje. Estaba feliz: por primera vez seguirían un plan pensado y trazado casi a la totalidad por ella.

"Casi" porque fue Horacio quien insistió en hacerse cargo de los cambios de imagen necesarios. Tras una tarde entera de compras, ahora Mimi tenía un segundo armario lleno de tops y pantalones deportivos de llamativos colores, vestidos de fiesta demasiados cortos para llegar a ser cómodos, tacones de alturas impresionantes y sudaderas como las que usaban los cantantes de rap en los años '90. También habían gastado bastante en maquillaje, y en esa costosa peluca que ahora llevaba puesta. En vez de lucir sus preciosos rizos color chocolate, ahora llevaba un largo cabello negro azabache peinado en finas trenzas que iban desde las raíces hasta las puntas. Horacio, por su parte, no había tenido que invertir demasiado en su cambio de look: ya de por sí su armario era bastante variado, por lo que sólo hizo falta que se sacara todo el maquillaje que solía usar y se pusiera una peluca de pequeños rizos negros.

Siendo que "Leona" tenía que llamar la atención de un muchacho de diecinueve años, su compañero le había ordenado a Mimi que se pusiera unas ajustadas calzas negras, un top con demasiados brillos y demasiado escotado para su gusto, zapatos de tacón también negros y una chaqueta de jean claro lo suficiente amplia como para esconder a un crío debajo. Hache, por el contrario, iba vestido de forma mucho más casual con pantalones de básquet blancos, musculosa deportiva negra y unas impresionantes zapatillas Jordan de imitación.

- Ahí tienes -le comentó displicente pasándole una lata de cerveza, mientras ella hacía lo mismo, pero bebiendo de una pequeña botella que bailaba sobre su izquierda. Se encontraba semi recostada sobre un muro de piedra repleto de grafitis de los más diversos, con su chaqueta abierta mostrando su busto. Odiaba esa vestimenta y, aunque lo disimulaba muy bien, estaba extremadamente incómoda. La peluca le escocía y sentía el top clavarse en sus curvas de una forma a la que no estaba acostumbrada. Sumado a los zapatos, unos cuantos centímetros elevados sobre el suelo. En lo único que podía pensar era en lo difícil que sería correr con ellos si los llegaban a descubrir o si, por el contrario, debían escapar de una balacera, de las tantas que se sucedían en la región. Hacía minutos que su vista se había detenido en un hombre a unos cuantos metros de donde se hallaban, sentado en un banco de plaza, con una gorra cubriendo la mitad de su rostro, vestido enteramente de negro con una bandana verde como única mota de color sobre su cuello. El tipo se paseaba cada tanto entre la arboleda y conversaba, amparado por el atardecer, con grupos de niños que apenas rebasaban los trece años de edad. No fue raro para Miriam el verlo deslizar sus dedos por el bolsillo de su chaqueta y pasarles disimuladamente la mercadería a la par que estrechaba sus manos en sospechosos saludos. Así estuvo un tiempo, vendiendo y contando a la vista de todos las decenas de dólares que iba sumando a sus arcas-. Lo viste, ¿no?

- Ese tipo será nuestro pringado- masculló Héctor, posando sus labios sobre el borde de la lata, sin beber nada-. ¿Vas tú o voy yo?- cuestionó sin girarse a verla.

- Déjamelo a mí -se adelantó Leona, terminando el contenido de la botella de un solo trago-. ¡Joder! ¡Puto asco! -tosió haciendo una mueca de desagrado-. Odio la cerveza -le susurró esto último antes de empezar a andar en dirección al dealer, haciendo resonar sus tacones sobre el pavimento y moviendo sus caderas de un lado al otro, tal y como Héctor le había enseñado. "Leona, eres una leona, ¡rawr!". Rio ante el recuerdo, aunque de inmediato recuperó ese semblante adusto que ahora debía de caracterizarle.

Para el tipo en cuestión, ni Leona ni Héctor habían pasado desapercibidos. Con discreción, había cerrado trato con uno de sus clientes habituales y se había alejado un poco del resto, listo para recibir a su nueva clienta.

- ¿Qué pasa, socia?- preguntó como quien no quiere la cosa cuando la joven se apersonó frente a él. Sin disimulo, observó por encima de su hombro al hombre que la acompañaba, quien se había quedado contra el muro y parecía vigilar los alrededores.

- ¿Tienes fuego? -dijo llevándose un pitillo a la boca. Su acento resultaba ser una extraña combinación, producto de las largas horas que había pasado con Fede aprendiendo español y del tiempo frente al televisor viendo telenovelas. Sin esperar ningún tipo de invitación de su parte se dejó caer a su lado y mientras cruzaba ambas piernas se volteó ligeramente hacia él-. ¿Mmh? Fuego para mami -insistió en un susurro, con una sonrisa ladeada.

- "Mami"- repitió el tipo antes de soltar una risilla traviesa. Rebuscó entre los bolsillos de su sudadera y le tendió un encendedor-. Es la primera vez que te veo por aquí- comentó, mirando de reojo al tipo que, aparentemente, la acompañaba-. A los dos.

La joven no dijo nada y mientras encendía el cigarro que aún reposaba sobre sus labios, se dedicó a analizar la apariencia del sujeto y su tono empleado al hablar. Inspiró una profunda y desesperada bocanada, antes de exhalar el humo de a poco por la nariz, en mitad de un gemido de satisfacción.

- Mierda... Lo necesitaba. Gracias, bebé - dijo devolviéndole el mechero en un amague de beso al aire-. Somos nuevos. Leona - dijo acariciando las sílabas con su lengua- y el de allí es Héctor, mi primo. ¿Tú eres...?

- Me dicen Junior- le respondió a regañadientes. Ignorando el gesto coqueto de la morena, continuó con su interrogatorio-. ¿Son nuevos en la ciudad o en el barrio?

- Nuevos, nuevos. Desde Texas y México a Los Santos, mi rey. Joder-masculló entre dientes, echando la cabeza hacia atrás y espiándole de reojo-, menudo cambiazo, ¿eh? Ahora vivimos del otro lado de Strawberry.

- Bueno... Eso explica por qué nunca los vi por aquí antes- razonó el chico-. Oye, no quiero problemas con tu primo, tía. Dile que se acerque o se raje, que no me gusta que se me queden mirando así- pidió. El tal Héctor no le había sacado los ojos de encima desde que Leona se hubo sentado a su lado.

- ¡Héctor! ¡Ven aquí, que estás asustando al chamaco! -gritó Leona entre risas en un más que aceptable español, haciéndole un gesto a su primo para que se aproximara a ellos-. Es un buen tío -explicó brevemente-. Aunque quedó medio chalado después de salir de prisión.

A regañadientes, el tipo tomó el pack de cervezas y se acercó hacia donde estaban los otros dos. Antes de sentarse en el suelo, le dio un apretón de manos a Junior tan fuerte que el muchachito tuvo que contener un quejido.

- ¿Qué pasa, socio? ¿Te trata bien mi prima o qué?- bromeó, tomando asiento a los pies de la chica.

- Tranqui, hermano. Por ahora no me mostró las garras- ambos rieron de forma cómplice-. Me dijo que son nuevos en el barrio. ¿Ya se hicieron amigos de alguien aquí o qué?

- ¡Qué va, tío! Me la paso todo el día trabajando con el Wang de mierda, el dueño del super chino de aquí a tres cuadras- bufó Héctor-. Y ella está muy chica para salir sola de la casa.

- "Chica" -chasqueó la lengua visiblemente molesta-. Ya tengo veinte, primo. No soy ninguna niña. Es que... ¡Qué pesao, tío! Éste no entiende ni mierda, "Juni" - dijo volteándose hacia el susodicho-. Ya soy una mujer, quiero divertirme un poco. Hacer amigos, ir de fiesta. Vine a esta pocilga para pasarla bien, ¿sabes? No para tener un padre -hizo una pausa antes de seguir casi en un susurro-. Aunque un papi no me molestaría, la verdad...

- ¡No te pases, Leona! Por cosas como esa, la tía te mandó conmigo- le reprochó Héctor en un perfecto español.

- ¡Calla! ¡Que tuviste que huir de Texas porque tenías a la poli oliéndote el culo! -gritó en su dirección, arrojando el cigarro aún encendido hacia el pavimento-. Imbécil. Es que... Joder. No lo escuches, Juni, está chalado. ¿O no te dije? -continuó más calma recostando su rostro en su antebrazo-. Así que, dime: ¿sabes cómo pasarla bien por aquí?

Junior se quedó estupefacto un par de segundos. No había entendido ni jota de lo que aquellos dos estaban hablando, pero le quedó claro que se trataba de una riña familiar más.

- Bueno...- se rascó la nuca por debajo de la gorra que llevaba, algo incómodo- Podría conseguirles una fiesta, pero... Ya saben. Es privada.

- Mira, tío, yo no quiero malos rollos ni meterte en líos- se apresuró a decirle Héctor-. Si lo ves difícil, no hay pedo. Ya encontraremos alguien a quien comprarle y que pase buena música.

El dealer guardó silencio un par de segundos, pero una mirada intencionada de Leona bastó para que cogiera coraje y decirles:

- No te preocupes, socio. Yo les consigo la fiesta, la mota y la música- con una sonrisa confiada, le palmeó un hombro a Héctor-. Hago un par de llamadas y vuelvo, ¿eh?

- ¡Vale, mi rey! ¡Aquí te esperamos! -vociferó con alegría. Una vez que el joven estuvo a una distancia prudencial, Leona bajó la vista a su primo quien aún seguía sentado a unos pasos de ella-. ¿Estás bien? No te quemé con el cigarro, ¿no? -musitó con un deje de preocupación en su voz.

- No, no, tranquila. Estoy bien- contestó, poniéndose en pie-. ¿Tú cómo vas?

- Bien. N-No te preocupes, primo. Es... divertido - se encogió de hombros esbozando una lacónica sonrisa intentando transmitir con ella algo de calma, aunque por dentro sólo podía sentir terror.

- Con calma. Esperemos a ver qué nos dice el chaval- susurró viendo que Junior se acercaba.

- ¡Hoy es su noche de suerte, chavales!- anunció con grandilocuencia- Me dijeron que podía llevarlos conmigo a la fiesta. ¿Están listos para ir?

La joven batió palmas con fingido entusiasmo mientras se ponía en pie.

- Claro, Juni. Nací lista- exclamó caminando hacia el susodicho-. ¿Vienes, primo?

Héctor simplemente asintió, simulando estar enfadado por tener que acompañar a su prima menor como si fuera su guardaespaldas. Tomó el pack de cervezas y comenzaron a seguir al dealer por distintas callejuelas. El sol ya se estaba escondiendo tras los techos del vecindario, y la música comenzaba a sonar más fuerte en distintas casas y coches que pasaban. Hicieron una pausa para comprar más cervezas y algunas frituras. "Hay que caerle bien al dueño de casa", pensó el federal, agregando una cajetilla de cigarros a la bolsa.

Al doblar por una esquina, comenzaron a ver una multitud de gente reunida en el patio delantero de una casa de techo verde. Parecía una residencia demasiado humilde para la cantidad y gama de los coches aparcados fuera.

- ¡Es aquí!- les indicó Junior, alzando la voz por encima de la música- ¡Vengan que les presento al "Pequeño" Wayne!

Toda la confianza que parecía irradiar Leona minutos antes en el parque, se había esfumado al verse rodeada de aquella ingente cantidad de personas. Algunos, los más sobrios, habían reparado en ellos casi de inmediato, analizándolos con cierto recelo y sin disimulo, de pies a cabeza. La mayoría eran conocidos, ya sea directa o indirectamente del anfitrión, mientras que a esos dos forasteros nunca los habían visto.

Los tres avanzaron hasta llegar a un nutrido grupo ubicado bajo el cobertizo de la residencia, quienes reían y se movían al compás de la estridente música que salía de los parlantes, con sendos vasos y botellas de alcohol en mano. Quien destacaba entre ellos era Milo, el "pequeño" Wayne (quien medía cerca de dos metros) al cual no tardaron en identificar debido a las fotografías que acompañaban su registro. Cabizbajo, más serio de lo habitual, con un cigarro entre los dedos, oía atento las palabras de su hermano Jeff, situado a su diestra.

- ¡Eh, Milo!- lo llamó Junior, acercándose a él y saludándolo con un abrazo- ¿Qué pasa, tío?- el aludido parecía algo feliz de verlo, no así su hermano Jeff, quien a duras penas lo saludó con un movimiento de cabeza antes de desaparecer en el interior de la propiedad.

- ¡Menos mal que llegaste, Junior! -exclamó notablemente aliviado, con una voz suave y hasta algo tímida, que no parecía concordar con su apariencia, fuerte e intimidante-. Jeff no paraba de hablarme del negocio, tío. Que yo hago una fiesta para divertirme no para que me jodan con esas cosas.

- Ni caso, tío. Que se vaya a estudiar a la universidad si tanto le gusta hablar de números- comentó en complicidad-. Oye, éstos son los chavales de los que te hablé. Viven pasando Strawberry, se mudaron hace poco...- y, acercándose aún más a su amigo, agregó:- Y ella es una nena mexicana. Tiene el acento y todo- lo codeó entusiasmado.

- Con lo que me gusta cuando hablan en español, tío... -le siguió la charla con una sonrisa traviesa mientras espiaba de reojo a la belleza morena que no había dejado de mirarle durante todo ese tiempo-. Soy Milo- se presentó después de unos largos segundos, dando unos cuantos pasos hacia los recién llegados-, el dueño de la fiesta. ¿Y ustedes...?

- Héctor- se adelantó el hombre, estrechándole la mano-. Y ella es mi prima, Leona- dijo señalándola.

- Puedo presentarme sola, primo- le reprochó, molesta, avanzando hacia el anfitrión-. Hola, Milo. Soy Leona -musitó, repasando su semblante con sus grandes y expresivos ojos grises y extendiendo una mano en su dirección.

- Leona- repitió el nombre con una amplia sonrisa antes de inclinarse y besar la mano que le tendía-. Bienvenida a Forum Drive, Leona. Y bienvenido tú también, socio- dijo volviéndose hacia Héctor-. ¡Pasen! Les mostraré dónde está la cocina y tal.

- Te seguiré adonde quieras, papi - susurró la joven, devolviéndole la sonrisa.

Se adentraron entre el gentío. Dentro, el sonido de la música retumbaba por las desnudas paredes, por lo que era casi imposible mantener una conversación. Héctor dejó las cosas que había comprado sobre la mesada junto al montón de botellas, haciéndose con otra lata de cerveza.

Los federales analizaron el interior de la vivienda: era pequeña, con un solo cuarto; los muebles parecían bastante viejos, y eran muy escasos. A lo sumo, dos personas, que no necesitaran de muchos lujos, podrían vivir ahí. Esa austeridad no se contrastaba con la cantidad de autos registrados bajo el apellido Wayne, ni con el Rolex que Milo llevaba en la muñeca izquierda. O bien la casa pertenecía a algún amigo, o era una fachada para intentar pasar desapercibidos.

Leona se mantuvo en silencio. Reposando un antebrazo sobre la encimera y jugando con su largo cabello, se dedicó a inspeccionar su entorno hasta que su mirada se topó con la de Wayne a unos pasos de dónde se hallaba. La joven tragó fuerte y, repentinamente cohibida, sólo atinó a esbozar una débil sonrisa.

- Hec-Héctor -Miriam balbuceó casi sin querer-. ¡Héctor! -vociferó Leona sobre el estruendo de la música-. ¡Quiero bailar, primo! Ya, si no vienes voy sola -lo amenazó comenzando a andar hacia la salida.

Encogiéndose de hombros, como si no hubiera querido entrar a la pista de baile desde que sintió el ritmo de la música, Héctor acompañó a su prima hacia donde el montón de gente bailaba. Agradeció haberle enseñado a Mimi un par de pasos antes de iniciar la infiltración.

Bailaron un par de horas, permitiéndose olvidar por un momento el riesgo en el que estaban. Además, se decía Horacio, mostrarse así de relajados, divirtiéndose con un trago en mano, los ayudaría a pasar aún más desapercibidos. Eventualmente, algunas personas más se sumaron a la pequeña ronda de baile. Dos chicas comenzaron a danzar junto al moreno, mientras que Milo, disimuladamente, aprovechó el momento para llamar la atención de Leona.

- ¿Quieres salir un rato?- le preguntó al oído.

Leona asintió en respuesta y luego de dedicarle una fugaz y desesperada mirada a su primo, cogió la mano de su acompañante. Juntos se dirigieron hacia el pequeño patio trasero de la humilde residencia. Pobremente iluminado, había una casucha vacía de un perro llamado "Buddy" apostada en un rincón, además de un montón de escombros y autopartes desperdigadas a lo largo del terreno. Aun así, era el sitio más tranquilo y cómodo de toda la fiesta. Al menos allí se podría entablar una conversación sin empezar a los gritos.

- Lo siento, no te pregunté: ¿fumas?- le preguntó Milo, recostándose contra una de las paredes de la casa. Buscó un encendedor en el bolsillo trasero de su pantalón, levantando sin querer el borde de su camisa a cuadros negros y verdes, dejando así a la vista un arma de bajo calibre que llevaba entre el borde del pantalón y su cadera- Hace poco un amigo cosechó flores y pegan que flipas.

- Suena rico, pero tal vez más tarde, papi- dijo con una sonrisa, apoyándose sobre el coche desmantelado, cosa de quedar justo frente a él-. Así que eres un chico peligroso, ¿eh? -agregó en tono juguetón sin apartar la vista de su cintura.

- Algo así. Digamos que hago lo que puedo por llegar a la cima- respondió encogiéndose de hombros. Con cuidado, sacó un porro del bolsillo delantero de su camisa y lo encendió-. ¿Y tú, qué? ¿Eres peligrosa también?- preguntó, dándole una honda calada al cigarro.

- ¿Peligrosa? ¡Pero qué va! Si soy una gatita -respondió jocosa, dejando escapar una risilla-. Ambicioso -lo llamó, analizando con detenimiento cada uno de sus gestos-. Me gusta. ¿Y cuál es tu cima, mi rey?

- ¿Mi cima?- Milo lo pensó un par de segundos, olvidando el cigarro que se apagaba entre sus dedos. ¿Millones de dólares? ¿Un pequeño ejército callejero? ¿Un casino? Todo eso sonaba demasiado simple, demasiado volátil para el muchacho-. Respeto. Poder. Esa es mi cima. Ese es mi sueño- contestó finalmente-. Pero para poder cumplirlo, antes debo... Ya sabes. Agachar la cabeza y trabajar duro.

- Entiendo... - exclamó Mimi luego de una breve pausa. Lo entendía más de lo que hubiese querido admitir.

- ¿Y la tuya? ¿Cuál es tu cima, Leona?- se interesó.

- Mi cima... -empezó a hablar llevándose ambas manos a la cintura-. Mmm... supongo que ser feliz haciendo lo que me gusta. En ese sentido no soy muy ambiciosa, la verdad. Muchas personas quieren fama y yo qué sé... Pero, mira, mi educación nunca ha sido la mejor. Era pésima alumna, tanto que terminé dejando la escuela a los... ¿doce? -explicó en mitad de una carcajada-. Nadie esperaba mucho de mi. Tal vez creían que a los veinte ya sería madre como alguna de mis primas o estaría en prisión... Pero para mí fortuna aquí estoy, con un prontuario impecable y sin ningún tipo de atadura. Lista para seguir disfrutando de la vida, mi rey.

Milo encendió nuevamente el porro.

- Me caes bien- le dijo, inhalando el humo con fuerza-. Me gusta tu forma de pensar. Ojalá mis jefes fueran así, más relajados- soltó el humo hacia el cielo, ahora oscuro-, pero están todo el puto día taladrándome la cabeza. "¡Milo, haz esto!", "¡Milo, deja de cagarla!", "¡Milo, niñato inútil!". ¡Dios! ¡Me tienen harto!- gruñó molesto- ¿Y sabes qué es lo peor? Que cuando algo sale bien, sólo le dan mérito al estúpido de Goffe. Irlandés de mierda, se cree mucho por haber ido a la mili- masculló entre dientes.

Miriam se quedó momentáneamente inmóvil en su sitio, aturdida por la última frase que había soltado el joven Wayne. ¿Goffe?, ¿Militar irlandés?

- Manda a la mierda a ese tal Goffe -sentenció después de unos segundos sin atreverse a preguntar a quién se había estado refiriendo temiendo que con ello pudiese quedar en evidencia-. Demuéstrales de qué estás hecho, Milo. Y cuando alcances la cima... empieza a cortar cabezas -explicó con simpleza-. Las primeras; las de tus jefes mamahuevos.

- ¡Diablos, chica! Deberías cuidar tu lengua o alguien podría cortártela- exclamó entre risas el joven.

- ¡Leona!- se escuchó un grito desde dentro- ¡Leona, me acaba de llamar la tía y está emputada!

Héctor se hizo presente en el patio, escapando a duras penas de los brazos de una de las chicas que había comenzado a bailar con él momentos antes.

- ¡Joder, Héctor! - gritó la susodicha, iracunda, descargando con impotencia un fuerte golpe sobre el césped-. ¡Eres insoportable, tío! Vete solo, ahora estoy con un amigo.

- No seas pendeja. Te vienes conmigo, ya conoces las reglas- arremetió su primo, tomándola de un brazo.

- Hey, socio, no molestes a la chica- advirtió Milo.

- Lo siento, tío. Pero su madre me está jodiendo con que la lleve a casa- explicó más calmado Héctor, pero sin soltar el brazo de Leona-. No quiero problemas con nadie, ¿vale?

- ¡Vale! -vociferó Leona tirando abruptamente de su brazo y escapando así del agarre de su primo-. ¡Imbécil! ¡No me vuelvas a tocar así! Mierda... Debo irme -exhaló abatida, acercándose hacia el "Pequeño" Wayne y plantando un rápido beso en su mejilla-. Hasta otra noche, papi - susurró.

- Espera. ¿No me dejas tu número, bebé?- pregunta en voz baja Milo.

- Claro -le replicó con una amplia sonrisa-. Anota.

Una vez que Milo hubo registrado el número de la joven, los primos abandonaron el lugar, con el amanecer pisando sus talones hacia el lado sur de Strawberry. O al menos es lo que los habitantes de Forum Drive y asiduos a las fiestas de Wayne creían, ya que una vez que ambos cruzaron la ancha avenida continuaron trayecto hacia la zona inferior de la desierta estación Strawberry.

Espiando de tanto en tanto sobre sus hombros por temor a ser seguidos por alguno de los Families, se internaron en los pestilentes baños de la estación, en donde aprovecharon a cambiarse de vestimenta y despojarse del maquillaje y pelucas que habían ocultado sus identidades hasta entonces. Al salir nuevamente de allí eran ellos, o al menos Héctor y Leona habían desaparecido. Vestidos enteramente de negro, con sendas capuchas cubriendo sus cabezas y parte de sus rostros y mochilas sobre sus hombros, Horacio y Mimi caminaron hacia el metro, cuyas puertas se abrieron de par en par dándoles la bienvenida.

- Vaya... - dijo la joven dejándose caer sobre uno de los tantos asientos vacíos del vagón-. Estoy exhausta.

- Joder...- exhaló Horacio, sentándose a su lado- Te falta calle, ¿eh, socia?- bromeó, dándole un codazo.

- La verdad es que sí. Estoy oxidada -exclamó Mimi dejando escapar una débil carcajada-. ¿Sabes hace cuánto no bailaba así ni llevaba esos tacones? ¡Años! -sorprendida, se adelantó a los pensamientos de su compañero, llevando su mirada hacia el móvil que tenía entre manos. El móvil de "Leona"-. ¿Cómo crees que estuve? Sé sincero.

- Estuviste bien- admitió con una sonrisa-. Por un momento creí que eras mexicana de verdad y todo- rio al recordar las discusiones falsas en español.

- Se me hizo raro, ¿Sabes? Usar esas palabras o acercarme de esa manera a un hombre. Nunca había sido tan atrevida -admitió visiblemente avergonzada.

- Ya... A veces debes hacer el tonto para encajar mejor- dijo Horacio-. ¿Conseguiste algo?

- Sí, "algo" conseguí -respondió a su pregunta con voz queda-. Igual creo que este no es lugar para hablar de ello. Ya sabes que... las paredes oyen y, bueno...

- Diez cuatro- murmuró en voz baja, volviéndose a observar su alrededor. Por suerte no había mucha gente en el vagón en el que iban. Exhausto, se reclinó contra el asiento y se permitió dormir lo que quedaba del trayecto.

***

- "Goffe" -repitió Mimi esa misma tarde, ya en la seguridad del despacho de Michelle, en presencia de esta y Horacio-. Militar irlandés y al parecer miembro de la organización en la que el chico Wayne se está moviendo.

Evans se paseaba de un lado a otro en su oficina, haciendo que su larga trenza se balanceara de un lado a otro sobre la camisa verde esmeralda.

- Un militar...- dijo en voz alta. No eran pocas las historias de ex combatientes que, disconformes con el trato del Estado luego de retirarse de las Fuerzas Armadas, se habían completado con alguna pandilla o mafia para satisfacer su deseo de venganza- ¿Y dijo que tenía más de un jefe?

- Sí. Al parecer ese tal Goffe es un pelele igual que él, a lo sumo puede estar un par de escalones arriba pero no es el jefe. O al menos es lo que entendí -exclamó la joven algo confundida. En verdad no había podido ahondar mucho en el tema para estar segura de sus palabras.

- Lo más probable es que así sea... Sino, no hubiera dicho su nombre tan a la ligera- reflexionó la pelirroja.

- Ya... Pero igual el chaval había estado bebiendo y fumando porros- acotó Horacio-. Jefa, espero que no se ofenda, ¿pero no deberíamos acotar la búsqueda a hombres pelirrojos? Digo, los irlandeses son todos pelirrojos, ¿no?

- Joder, Hache, no estoy de humor para tus payasadas- bufó molesta Evans, masajeándose el entrecejo.

- Y hay algo más - dijo Mimi cogiendo el móvil del bolsillo de su chaqueta reglamentaria. El móvil con la carcasa de purpurina y pegatinas de la mexicana-. Quiere volver a ver a Leona. Sólo a Leona -añadió esto último con nerviosismo, mirando de soslayo a Hache.

- ¡¿Qué?! ¡No! ¡No puedes ir...!- comenzó a despotricar Horacio.

- ¡Silencio!- la voz de Michelle cruzó el aire de la habitación- ¿Cuándo?

- Este v-viernes -respondió en un hilo de voz-. Al parecer harán otra fiesta y quiere que Leona asista.

- Vale. De puta madre- exhausta, Evans se dejó caer en la silla tras su escritorio. Entre sus dedos bailaba una lapicera. Necesitaba fumar un cigarro antes de que alguna vena le explotara debido al estrés-. Tenemos seis días para prepararte, Miriam. Irás sola a la fiesta, pero no incomunicada. ¿Está claro?- le dijo, autoritaria. Lo último que quería era lidiar con otro agente que, como Horacio, desaparecía del mapa sin avisar cada vez que tocaba infiltrarse.

- Diez cuatro, jefa -respondió Mimi con severidad cruzando sus brazos y haciendo bailar su pie, cómo siempre hacía cuando se hallaba intranquila o presa del terror. Una extraña costumbre que había heredado de su tío Frank.

- Horacio, necesito que devuelvas la pulsera con rastreador que te dieron hace un par de meses. La que usaste en el caso de los moteros- continuó su jefa.

- ¿Por qué no le hacen otra a Mimi?- cuestionó algo ofendido. Ése había sido un regalo de cumpleaños de parte de Fede.

- Porque no tengo fondos para mandar a hacer otro rastreador similar- contestó, apretando los dientes de rabia por la irreverencia del agente-. Tráeme la puta pulsera.

Horacio rodó los ojos.

- Diez cuatro, jefa- accedió al final.

- Je-jefa, si me disculpan, debo ir a la cafetería y completar unos informes - exclamó Mimi, abrumada por todo lo que estaba aconteciendo. 

- Adelante, Quintana- cedió Evans con un asentimiento de cabeza.

Apuró el paso hacia la cafetería de la dependencia federal. Impulsada por el temor y las ansias de llegar al final de todo aquel embrollo, no volvió a mirar atrás.

Es que era imposible de disimular. Estaba cagada, completamente cagada imaginando el futuro de la misión, y de seguro tanto Michelle como Horacio se habían percatado de ello. Dos hijas. Dos pequeñas hijas la esperaban en casa, ajenas a esos asuntos. Ignorantes de la arriesgada vida que llevaba su madre. ¿En qué momento se había convertido en su padre o... en su tío? ¿En qué momento una puta misión había pasado a importar tanto?

"Por ellas, lo hago por ellas y para dejarles un mejor futuro". La voz de la Mimi recién llegada a Los Santos la golpeó repentinamente. Llevó el vaso de café a sus labios, empapándose de su fuerte sabor y de la calidez que había estado anhelando hasta entonces. Todo mientras ojeaba de forma infructuosa las carpetas desperdigadas ante sus ojos. Tenía miedo. ¡Joder que lo tenía! Y hubiera sido una completa insensatez no sentirlo. Después de todo, era su vida la que estaba en riesgo. Era ella quien debía apersonarse sola en el barrio de los verdes. Era ella a quien Milo quería ver. No podía echarse atrás en ese momento, no cuando ya estaba metida hasta las trancas en todo el mambo, cuando ya podía percibir el aroma de su presa bajo sus narices. Cuando el final del camino estaba tan cerca.

Miró a su alrededor y suspiró, agradecida de sentirse querida de semejante manera. De saberse rodeada de tantas personas que se preocuparan por su bienestar. De personas que, aunque no fuesen su verdadera familia, allí estaban, velando por los suyos como poderosos centinelas. Que, aunque a veces la trataran como una niña, lo hacían sólo con el afán de querer protegerla. De apartarla de la línea de fuego. Esbozó una sonrisa humilde, imbuida por un nuevo valor que había renacido de sus propias inseguridades.

No estaba sola.

***

- Yo le traigo la pulsera con localizador, pero si Mimi me la llega a perder...- gruñó Horacio nada más su compañera hubo abandonado la habitación.

- Pérez, hoy no estoy de humor para aguantar sus chiquilinadas. Si va a continuar comportándose así, incluso cuando sabe que la situación de su compañera es delicada, será mejor que vaya pensando en tomar unas vacaciones forzadas para que reflexione si realmente quiere seguir aquí o no- respondió tajante Michelle.

Casi como si de una salvación divina se tratara, el celular de Horacio comenzó a sonar al ritmo de Bichota, de Karol G, indicando una llamada entrante.

- ¡Huy, me llaman! Hablamos luego, jefa- se despidió presuroso, saliendo del despacho antes de que la mujer pudiera gritarle cualquier cosa. Una vez en el pasillo, miró la pantalla. "Anónimo". Suspiró, deseando que se tratara sólo de otro pelele gastando una broma y no de una amenaza-. ¿Diga?

- Hola, Horacio- la voz grave de Chris Collins se dejó oír desde el otro lado de la línea-. Soy Collins -aclaró lo evidente.

El moreno se quedó de piedra frente a la puerta de su oficina. Hacía mucho que no lo escuchaba. Analizó rápidamente los motivos por los cuales el sheriff lo estaría llamando, y sintió su estómago revolverse al pensar que lo más probable era que lo estuviera llamando para pedirle una segunda oportunidad.

- ¡Ostras! Me asustaste. Como llamaste en anónimo y tal...- dijo, intentando sonar relajado- Eh... ¿Todo bien?

- Sí, todo bien ¿Y tú... cómo estás?

- Eh... Bien, bien, todo bien- carraspeó, incómodo-. Eh... ¿Querías...? No sé... ¿Decirme algo?

- Eh... sí. Sí. Mira... No tienes de qué preocuparte. No es para hablar de... bueno, ya sabes. Pasado pisado -se apresuró en decir, dejando escapar un fuerte suspiro-. Sólo quería pedirte ayuda porque eres el único federal en quien puedo confiar.

- Pero... ¿Qué pasa?- se preocupó.

Presuroso, ingresó a su oficina y cerró la puerta. Sabía que Collins era muy cuidadoso respecto a su trabajo y con quien compartía información, por lo que lo alertó que optara hablar con él en vez de Mimi o Fede, quienes esas últimas semanas habían concurrido a Sandy con frecuencia. Rogó a todos los santos que no se tratara porque sospechaba de que alguien estuviera filtrando información de la investigación.

- Necesito información de un crimen ocurrido hace como veinte años. Eh... Era un agente federal: Tadeo Fujimoto -explicó sin rodeos.

- ¿Fujimoto?- jamás en su vida había escuchado tal apellido-. Vale, pero... ¿Lo necesitas para una investigación o a qué viene esto?

-Investigación privada- sentenció-. ¿Recuerdas a Louis? El dueño de "Il nostro amore". Mi... amigo. Creo que puede estar en peligro.

- ¿En peligro? ¡Pero si es un panadero!- bromeó- ¿En qué líos podría andar metido un panadero?

- Eso no... ¿Me vas a ayudar o no?- inquirió notablemente irritado-. Mira, sí es mucha molestia para ti, olvida esta conversación y que cada uno siga con su vida. Así de simple.

- No, no, tranquilo. Veré qué puedo hacer- se apresuró a decirle-. Entiendo que todo esto es... Extraoficial, ¿no?

- Lo es. Nadie debe saber de esto. Confío en tu discreción, Horacio y... Gracias.

- Mimi me ha dicho que han cooperado mucho en nuestra investigación, así que... Es lo menos que puedo hacer- le dijo, encogiéndose de hombros-. Te llamo cuando tenga algo, ¿vale?

- Vale. Esperaré tu llamada, entonces. Ten una buena tarde.

***

Collins colgó la llamada y suspiró. No había sido tan malo como había supuesto que sería. Al menos no se habían gritado. Eso ya era algo, ¿no?

Dejó el móvil a su lado, sobre el sofá. El sonido del televisor encendido llenaba el silencio de su casa. Se había tomado el día libre para descansar, pero desde las seis de la mañana le estaba dando vueltas al mismo asunto: Louis y su pasado. El día anterior había buscado en la PDA el nombre de Tony Benne, pero no había encontrado nada. Optó buscar usando sólo el apellido Benne, pero al parecer la única persona que había vivido en la isla con ese nombre era Louis. Molesto, había insultado a la pantalla. ¿Por qué el nombre de su hermano no aparecía, si hasta había terminado encerrado en federal?

Al despertar, la brillante idea de que quizás el FBI había borrado su historial de los registros para no meterse en líos gordos cruzó su mente. Ya había visto cómo se desempeñaban en esa institución o, al menos, los métodos poco convencionales que usaba Horacio. A sangre fría había ejecutado a un asesino serial frente a él en vez de detenerlo y permitir que la Justicia hiciera su trabajo juzgándolo.

Por eso había optado por pedir información sobre Tadeo Fujimoto. Louis le había dicho que había sido agente federal, involucrado en la investigación de los negocios que su hermano tenía. Estaba seguro de que en esos informes encontraría un hilo de donde tirar, algún nombre que le llevaría a otros y así poder asegurarse de que ninguno de esos hijos de puta aún vivieran en la isla.

En el noticiero anunciaron los títulos del día. Eran las cinco de la tarde. Se levantó de su asiento para tomar un baño y cambiarse. No había nada más que pudiera hacer hasta que Horacio volviera a contactarlo, por lo que bajaría hasta la ciudad para tomar un café en "Il nostro amore" y, quizás, tomar la primer clase de italiano.

***

Había sido una jornada agradable y bastante atareada. Algo que a Louis le llenaba de una gran satisfacción. ¿Por qué todos los días no podían ser iguales? Suspiró tomando asiento en el banco apostado justo frente a su negocio, con un refrescante licuado en su diestra y una revista bajo su brazo. Eran las seis de la tarde y el sol continuaba brillante sobre el firmamento. "Ventajas del verano", pensó. Amanece muy temprano, anochece demasiado tarde y el sofocante calor que a duras penas te deja dormir. Con estos pensamientos banales caminando por su mente, abrió el Magazine en la primera página, para a continuación adentrarse en las noticias rosas de la ciudad.

No había llegado ni a las páginas centrales cuando el ronroneo del motor de un coche lo distrajo. Un Massacro negro mate estacionó frente a él con la gracia de una pantera. De su interior bajó Collins, vistiendo simplemente unos jeans oscuros, zapatillas baratas y una camiseta blanca.

- ¡No me jodas que ya has cerrado, Louis!- se quejó a viva voz nada más verlo sentado en el banco.

- ¡Te estaba esperando, biondo! -mintió entre risas, cerrando de un manotazo la revista y poniéndose en pie-. Sigue abierto por si quieres beber algo.

- Un café helado me vendría bien- reconoció el sheriff-. Te ves animado. ¿Ya encontraste otro pelele en línea o qué?- bromeó, ingresando al local tras el pelirrojo.

- No, ¡que va! -chasqueó la lengua, mientras rebuscaba tras la barra los implementos para prepararle el pedido al adjunto de sheriff-. He decidido tomarme un tiempo de las citas en línea.- Café recién molido, azúcar, agua y chocolate en polvo. Todo mezclado en un largo vaso al que le terminó agregando unos cuantos cubos de hielo. Había preparado tantas veces ese trago a lo largo del día que su cuerpo prácticamente actuaba por inercia- Signore, ¿gusta de alguna galleta o una porción de pastel de chocolate para acompañar? -inquirió en tono de burla apoyando ambas manos sobre el mostrador.

- Tú me quieres hacer engordar para comerme después, joder- se rio Collins. Algo de razón tenía: desde que había comenzado a frecuentar la cafetería, había subido tres kilos culpa de los postres llenos de azúcar-. Anda, dame una porción de pastel de chocolate.

Louis dejó escapar una cálida carcajada mientras iba al refrigerador y cogía una rebanada de pastel.

- Nada que no pueda solucionarse con un poco de ejercicio, Chris -dijo tendiéndole el plato en un gesto cómplice-. Si me ayudas a cerrar podremos ir a mi apartamento para empezar con las clases. No me he olvidado, biondo.

- No me traje el boli, profe- bromeó, tomando el plato con su porción de pastel.

- No te preocupes por eso. Tengo muchos en mi casa. O sea, si quieres empezar hoy, claro. Tampoco quiero presionarte con lo de las clases, que encima ni te pregunté y tal vez tienes otros planes y todo.

El Adjunto de Sheriff negó enfáticamente con la cabeza, mientras intentaba tragar un trozo de pastel.

- No, no. O sea, sí, quiero comenzar hoy- le explicó-. Pero antes déjame terminarme la merienda, que no comí nada en todo el día.

- Vale, te espero - dijo con una sonrisa dibujada en sus labios mientras tomaba asiento frente a él-. ¿Día difícil?

- No, para nada. Si hasta me las piré del curro y todo- comenzó a contarle-. Necesitaba un día libre para descansar y eso. Me llamaron de la inmobiliaria. Aparentemente tienen una casa a la venta que podría gustarme. Queda sobre la calle Pacific Bluffs, en Del Perro Freeway.

- Seríamos prácticamente vecinos -Louis abrió los ojos, sorprendido ante la noticia-. Pero... ¿Qué harás con tu trabajo? ¡Queda del otro lado de la isla!

- Pues... Ya veré cómo me las apaño. A lo mejor pido el turno tarde así no tengo que madrugar tanto- reflexionó en voz alta.

- Va bene. Y si eso no resulta, ya sabes: hay una vacante como ayudante en "Il nostro amore". Por si te interesa la oferta -se encogió de hombros volviendo su vista hacia los ojos ambarinos del sheriff-. Que la paga no es muy buena, pero tendrías a un jefe... ¡Mamma mia! -río divertido.

- ¡Hombre! Mejor que el viejo cascarrabias seguro eres- se rio divertido.

Habiendo terminado su merienda, Collins se dispuso a ayudar a Louis a cerrar el local, guardar lo que no había sido consumido durante el día en el refrigerador, limpiar la vajilla que reposaba en el fregadero y entrar las mesas y sillas ubicadas en el exterior. El italiano contó lo recaudado en caja y lo puso a resguardo en el bolsillo de su pantalón, mientras se quitaba el mandil y cogía su chaqueta del perchero.

Una vez cerradas las ventanas y puesta la llave en la puerta de entrada, los hombres subieron al Massacro del sheriff, dirigiéndose hacia el edificio que habitaba el pelirrojo a unas escasas cuadras de distancia. Generalmente hacía ese trayecto en bicicleta o a pie, pero agradeció que ese día Collins fuese quien lo alcanzara a su hogar, sabiendo lo peligrosa que resultaba la ciudad a esa hora y más teniendo tanto dinero encima.

A los minutos arribaron, descendiendo a unos metros del edificio. Un sitio bastante austero considerando el lugar en el que se hallaba emplazado.

- Andiamo - le invitó a pasar con un ademán. En silencio, fueron subiendo los peldaños de las largas escaleras (al parecer el elevador hacía meses que estaba en mantenimiento) hasta el apartamento con un reluciente número nueve en la puerta-. ¡Benvenuto, Chris!- exclamó cauto y algo avergonzado por la precariedad del habitáculo-. Ponte cómodo. Ya vuelvo.

Collins así lo hizo, tomando asiento en la pequeña mesa redonda del comedor. Observó a su alrededor: era un departamento simple, de un solo cuarto, un baño, y la cocina a penas separada por una estrecha puerta corrediza. Las paredes estaban pintadas de un blanco impoluto, que ayudaba a iluminar los ambientes con la luz natural que entraba por el ventanal del living-comedor. En cada esquina había una planta distinta (incluso algunas colgaban de repisas), y coloridas alfombras cuidaban el parqué de madera clara. No había muchos muebles, y ni siquiera tenía televisión. El único atisbo de tecnología era la laptop que yacía en su misma mesa.

Todo el lugar olía a una mezcla de vainilla y chocolate. Era un aroma dulce, pero sutil, para nada sofocante. "Como Louis", pensó sin querer Chris.

- Aquí tienes, biondo- dijo tendiéndole unos cuantos libros y manuales, además de un cuaderno y un bolígrafo-. Mientras lees aprovecharé a darme una ducha rápida que apesto a café. Sí quieres beber o comer algo puedes servirte. Estás en tu casa.

- Ah, que esto es como de esos cursos de "Aprende mandarín de forma autodidacta"- se quejó en broma, tomando la pila de libros-. Vale, intentaré aprender a decir "hijo de puta" para antes de que vuelvas.

- ¡Cazzo! Que son dos minutos, sheriff- rio por lo impaciente del rubio-. Bueno, si tanto quieres aprender, acompáñame a la ducha y te doy clases ahí.

El sheriff se atragantó con su propia saliva antes de responder.

- No, no, estoy bien aquí, gracias. ¡Hala! Ve a ducharte y ya luego me enseñas a maldecir en idioma spaghetti, cazzo.

No se detuvo siquiera a responderle que salió pitando hacia el cuarto de baño. 

El saberse desnudo a tan solo una pared de distancia de su invitado, hacía que sus pulsaciones se elevaran de una forma que no creía capaz y que el calor recorriera su cuerpo como si de una excitante corriente eléctrica se tratase. Se sentía extraño pero de una manera que, para su sorpresa, no le resultaba totalmente ajena. Ya había sentido aquello (o al menos así lo recordaba). Esa vulnerabilidad, el nerviosismo, ese afán de querer agradarle a alguien, de querer estar a su lado. 

"Tadeo". Claro que no era lo mismo. "Por supuesto que no", se reprochó en voz alta. "Chris es solo mi amigo... Un amigo al que necesito besar".

"No arruines la única relación sana que tienes en esta isla", le susurró esa irritante voz de la consciencia que aparecía para atormentarlo durante sus ratos de ocio.

Refregaba con ahínco su cabellera ensortijada, aunque esta ya brillara de impoluta, como si con sus dedos pudiese arrancar uno a uno los pensamientos que invadían su mente. En esos minutos no abandonó el ceño fruncido. Temeroso de mostrarse de esa manera ante el rubio que lo esperaba en la sala. De compartir momentos con él, a solas, en un sitio tan íntimo como lo era su apartamento. ¿En qué había estado pensando al seguirle aquel estúpido juego sobre las clases de italiano? 

"Es que soy un imbécil", dijo al analizar su imagen en el espejo ovalado que adornaba su baño. ¿De verdad le había insinuado que podrían ducharse juntos? Se sonrojó ante el hecho.

Si hubiese podido se habría dado de golpes él mismo. Cogió al azar algo del cesto de ropa limpia (una camiseta gris holgada y unos pequeños shorts ceñidos a sus muslos) y, sin molestarse siquiera en secar debidamente sus rizos, salió nuevamente al encuentro del sheriff. Enojado, angustiado, pletórico, pero sobre todo asustado. El italiano era un completo caos.

- Listo, llorica -masculló entre dientes ocupando un sitio próximo a él y cogiendo un libro al azar-. Figlio di puttana, así se dice.

El sheriff se tomó un momento para observar al italiano, cuyo ceño fruncido casi llegaba a juntar sus dos cejas en una.

- ¿Estás enojado conmigo?- preguntó sorprendido Collins.

- No lo estoy, Chris - dijo después de un suspiro mientras relajaba su semblante-. En verdad, no lo estoy. Estoy... enojado conmigo mismo. Perdona si te... Nada, no importa. ¿Empezamos?

- Sí, sí que importa- lo contradijo. Cruzó sus antebrazos sobre la mesa, haciendo a un lado los libros que habían entre ellos-. ¿Qué pasa?

- No pasa nada. Cosas mías -repitió con hastío, volviendo su vista a las páginas desplegadas ante él-. ¿Podemos empezar, por favor?

- Eh...- Collins se acomodó contra el respaldo, tomando distancia. Se sentía un poco estúpido por haber insistido, y pensó que, a lo mejor, sí había hecho algo para enfadar a su amigo, aunque no se le ocurriera qué cosa- Sí, claro. Lo siento...- musitó, tomando el bolígrafo y el cuaderno.

- Bene... -El italiano alzó su mirada hacia su interlocutor. Tímido y notablemente arrepentido de su reacción, sus pálidas mejillas se colorearon de carmín. Collins no tenía ninguna culpa de la confusión que reinaba en su cabeza en ese momento- Em-empezamos con tu nombre. Eh... Ciao, mi chiamo Louis. ¿Chi sei?

- Eh...- ¿En qué momento había pensado que sería una buena idea aprender italiano? ¡Si a penas era bueno hablando inglés!- Ciao. Mi... Chamo Christian. ¿Che sei?

- No, no -negó con una sonrisa, acercándose aún más a él-. Ciao. Mi chiamo Christian. ¿Chi sei? -repitió enfatizando cada sílaba-. Chiamo viene de "llamar".

- Joder, macho. Esto es muy complicado- masculló entre dientes-. Ciao. Mi chi... Chiamo Christian. ¿Chi sei?

- Molto bene, carino - lo alabó entre palmas-. A ver repite conmigo... ¿Come va?

- ¿Come va, bellissimo?- repitió con facilidad esta vez, sonriéndole de lado.

Cada vez que decía "bellissimo" le hacía perder un poco la cordura. "¡Con qué rapidez había aprendido esa palabra!". Pensó, con el calor subiendo por sus mejillas hasta sus orejas. Carraspeó un poco antes de proseguir.

- Sono un po' nervoso, ¿E tu? -suponía que no había entendido nada de lo que le había dicho, pero era algo que había necesitado decir en voz alta desde que hubieron llegado al apartamento.

- Eh... ¿Que si estoy nervioso o algo así?- quiso saber Collins.

- Joder... -supuso mal-. Eh... Sí. Bueno, pasemos a los números -habló como quien no quiere la cosa, volteando una página del manual, intentando desviar así el foco de atención.

- Louis, ¿qué coño pasa?- preguntó, ya molesto por los comentarios sin sentido de su amigo.

El susodicho bufó, haciendo a un lado el libro y apoyándose contra el respaldo de la silla.

- Soy un pésimo maestro -expresó en voz alta y con una sonrisa-. Discúlpame. No sé si fue buena idea hacerte venir hasta aquí, Chris -exhaló algo de aire por la nariz bajando su mirada hacia el rostro confundido del adjunto de sheriff-. Es que yo... No importa. Tal vez no tengo un buen día y... No sé. No sé.

- ¿De verdad no quieres hablar de algo?- apostó por preguntar.

Era una ridiculez insistirle. Una insensatez si temía que el italiano se enfadara. Pero es que Collins sí quería hablar de algo. Algo que le había estado zumbando en la oreja toda la semana desde aquella noche en el cartel de Vinewood.

- ¿De qué...? ¿Tu quieres... hablar de algo? - inquirió el pelirrojo componiéndose un poco en su sitio.

- No... Digo, no sé. Sí quiero saber si de verdad estás bien o... ¡No lo sé, Louis! Te noto raro, es todo- soltó con una risilla nerviosa.

- Ah... Era eso -suspiró, con una mezcla de decepción y alivio en su voz-. Estoy bien, Chris. Aunque sí, no lo voy a negar: Me siento un poco raro. A ti también te noto... raro. Distinto.

- ¿"Distinto" bien o... mal?- quiso saber, temiendo haberlo incomodado con alguno de sus comentarios.

- Distinto... bien - respondió con una sonrisa.

El corazón del sheriff dio un vuelco en su pecho al ver la sonrisa de Louis. Suspiró, aliviado de saber que no la había cagado esta vez.

- Bueno... No te lo conté antes porque estuve liado con un par de cosas, pero digamos que me di cuenta que lo de Horacio está... Está superado- asintió con seguridad al recordar la charla que había mantenido con Volkov durante su visita a la comisaría de Sandy-. Me di cuenta de que ya no lo extraño como antes. ¿Sabes cuando aprecias a alguien y le deseas todo lo mejor, pero no pretendes nada más? Pues así me siento ahora después de más de dos meses distanciados.

- Oh... -Los grandes y bellos ojos verdes de Louis se abrieron de par en par al oír la noticia de boca de su amigo-. M-me alegra saber eso, Chris. Quiero decir... Me alegra verte feliz y saber que ahora podrás continuar con tu vida y... abrir tu corazón al amor.

Collins soltó una sonora carcajada.

- Bueno... Para eso tendría que haber alguien interesado en este sheriff tocapelotas, ¿no?

- Eres un poco tocapelotas, sí -acompañó sus palabras con unas tímidas carcajadas-. Pero también eres amable, divertido y... guapo. Tienes muchas virtudes y cualquiera sería afortunado de... poder estar a tu lado.

El aludido tragó con fuerza, sintiendo su pulso dispararse y las orejas arder de la vergüenza. ¿De verdad eso era algo que un simple amigo diría? Porque estaba seguro de que jamás escucharía a Ford o a Irina decirle algo así.

- Para, que me sonrojo...- dijo, medio en chiste, y bastante en serio.

- Si es verdad, biondo -rio Louis-. ¿Será que cada vez que te diga algo lindo te pondrás así?

- ¿Así cómo?- dijo, intentando parecer relajado pero fallando en el intento.

- Así, todo... rosado - musitó acortando la distancia que los separaba y acariciando dulcemente sus mejillas-. Hasta tus orejas te delatan.

Cual liebre encandilada por las farolas de un coche, Collins se quedó de piedra en su sitio, sintiendo el corazón galopar con fuerza contra su pecho. Sabía que debía decir algo, pero parecía ser que todos los comentarios inteligentes que solía hacer habían escapado de su mente. Sólo pudo aferrarse a la mirada verde esmeralda de Louis mientras su mano continuaba quemando su mejilla.

- ¿Qué pasa, biondo? Te has quedado sin palabras- intentó bromear Louis, con sus manos aún acunando su rostro. No sabía si era él o la piel bajo sus dedos la que ardía con tal intensidad. ¿Importaba acaso? En todo ese tiempo no había dejado de mirarle a los ojos con un deseo imposible de poner en palabras, solo en pequeños gestos que dejaban entrever un fuego que amenazaba con incendiar todo a su paso. En ese instante en particular, su mirada esmeralda se había deslizado casi de manera inconsciente hacia sus labios, entreabiertos y curtidos por el clima del norte. ¿Café? ¿Chocolate? Sólo anhelaba probarlos al menos una vez. ¿Podría? Suplicante, elevó su vista hacia los ambarinos ojos del rubio-. Quiero besarte, Chris.

El aire escapó de los pulmones del pobre sheriff al escuchar aquella petición. Estaba bien si accedía, ¿no? Es decir, era el mismo Louis quien se lo había pedido. Además, no había nada de malo en ello. Sólo dos amigos rompiendo con un poco de tensión acumulada... ¿Verdad?

Aún mudo, Collins asintió, sin despegar su vista de la de Louis, expectante frente a sus movimientos.

Con su venia y un sincero nerviosismo que no podía ni deseaba ocultar, Louis terminó uniendo sus labios a los de Chris. Suave al principio, tímido como un adolescente que apenas daba su primer beso a la par que impetuoso y apasionado como el italiano de cuarenta que ya era. Su raciocinio se había anubarrado tan de repente que le era imposible pensar con claridad. Conceptos que en otro momento hubiesen importado ahora se diluían en un océano de vainilla y chocolate. El sabor del exquisito pastel que el rubio había devorado minutos antes.

Temiendo que aquello fuera un sueño del que no quería despertar, Chris subió una mano con delicadeza hasta posarla sobre la mejilla de Louis, instándolo a acercarse más. Entreabrió sus labios, desesperado por probar más de esa boca sabor menta que con tanto cariño lo besaba.

Suspiró al saber que el rubio respondía a aquel encuentro con la misma efusividad. Entreabrió su boca dejando que sus lenguas se encontraran, danzantes, íntimas, anhelantes. No supo en qué momento hubo abandonado su asiento y terminado sobre el regazo del sheriff, ni cuándo sus dedos dejaron sus mejillas para deslizarse hacia su nuca aferrándolo aún más a él.

La forma en que Louis se movía sobre sus piernas obligó a Chris a ahogar un jadeo dentro de su boca. Si seguían así, terminaría arrastrándolo hacia el sofá que había a escasos metros de ellos, pero no quería. No debía. No así, no ahora.

- Louis, espera... Espera- pidió, aprovechando el momento en que se separaron para recuperar el aliento.

- ¿Qué sucede? - exclamó temeroso y con la voz entrecortada, retirando su rostro un poco hacia atrás para verle directamente a los ojos.

- Nada, está todo bien- lo tranquilizó de inmediato, acomodando algunos rebeldes bucles pelirrojos detrás de su oreja-. Sólo que... Quiero ir despacio. No quiero cagarla- confesó en un susurro.

- Vale, carino -susurró con una sonrisa, estirándose para depositar un casto y dulce beso sobre su frente-. Vayamos despacio.

Collins lo estrechó entre sus brazos y escondió el rostro en el hueco que de forma entre su cuello y el hombro. Dejó que su perfume lo envolviera.

- Gracias- le dijo con un hilo de voz.

- Gracias a ti -expresó con voz ahogada devolviéndole el abrazo-, por ser tan respetuoso conmigo. Por ser tú. Hacía mucho que no me sentía así por alguien, ¿sabes? Y... tengo miedo. Siento que quiero ir rápido pero mi... mi cabeza me dice que lo tome con calma. Yo tampoco quiero cagarla, Chris.

El sheriff lo abrazó aún más estrechamente, entendiendo el significado de aquellas palabras. Se quedaron así en lo que les pareció una infinidad, sintiendo el corazón del otro latir con fuerza.

- Oye, no me irás a cobrar por esta clase, ¿verdad?- soltó al cabo de un rato, buscando volver a escuchar la risa del pelirrojo.

- Bueno- empezó a decir entre risas acomodándose contra su pecho-, si te quedas a comer puede que te perdone esta clase.

- Sabes que así sigues perdiendo dinero, ¿no?- rio Collins- Y yo que pensé que los cadetes eran malos negociando.

- ¿Quién dijo que pierdo dinero, biondo? Si me invitarás tú.

- Joder, macho. Siempre lo mismo- bufó con falsa molestia-. ¡Anda, levanta el culo que vamos de compras al súper! Que aquí seguro sólo tienes harina y chocolate.

Louis empezó a reír a carcajadas mientras abandonaba el cómodo sitio entre las piernas de Chris y empezaba a andar a los saltos hasta su habitación para ponerse algo acorde para la salida.

- ¡Va bene! ¿Podrás esperar otros dos minutos sin mí en la sala? - dijo con sorna asomando la cabeza por el pasillo.

- Los que necesites, bellissimo- contestó mirándolo embobado desde la mesa.

***

Tras recibir su pedido de sushi y dejarle una copiosa propina al repartidor, Michelle cerró el portón de su entrada con el mando a distancia y activó todas las alarmas. Dejó la comida en la isla de la cocina antes de subir a su cuarto para ponerse, ¡al fin!, su pijama, un costoso conjunto de seda blanca. Desarmando su trenza en el camino, volvió a la cocina y se sentó en uno de los taburetes para degustar su cena.

Había sido un día largo, con demasiadas llamadas que atender, pero el saber que la misión que su joven agente había ideado parecía dar frutos la había alegrado más de lo que le hubiera gustado admitir. Quintana, al igual que Pérez, era una promesa en su profesión. No podía estar más orgullosa de ellos.

Con una porción de sushi aún en la boca, corrió al pequeño bar sobre la mesada para coger una botella de vodka y un vaso. Se merecía un pequeño festejo tras culminar una semana tan ajetreada como aquella. El caso del supuesto suicidio de Dean Clinton en federal podía esperar hasta el lunes. Tragó la comida y se sirvió un shot de Beluga Gold, regalo de Volkov la Navidad pasada. A su honor, tomó el shot de un solo trago.

Entre risas tontas por sentirse nuevamente una quinceañera buscando emborracharse en su primer fiesta, volvió a su sitio, lista para devorar la degustación de piezas de sushi con salsa de soja y salsa agridulce. Iba por el tercer bocado cuando su celular comenzó a vibrar sobre el mármol de la isla.

- ¿Diga?- contestó algo molesta, sirviéndose otro trago de vodka.

-Hola, Mich - El tono grave en la voz de Frank Eisen la trajo nuevamente a la realidad-. ¿Cómo estás, linda?

- ¡Frank! Me pillas cenando- respondió, mucho más animada-. Fue una semana... Complicada. Pero ya se acabó. Al menos hasta el lunes. ¿Tú qué tal estás?

- Siempre que te llamo te encuentro o cenando o bebiendo -soltó una sonora risotada-. Invita la próxima, mujer, que aquí estoy más aburrido que una almeja. Cuando no estoy volcado a la investigación o a mantener el refugio no hay mucho por hacer, la verdad. Estoy viejo, Mich. ¡Joder que lo estoy! ¿Sabías que el año que viene cumplo cincuenta?

- ¡Hombre! ¿Y no te gustaría jubilarte como federal? Ya sabes que la oferta sigue en pie, y de verdad me serviría tu presencia aquí. Siempre supiste cómo hacer hablar a los corruptos- suspiró, recordando los viejos tiempos cuando ambos eran agentes de campo.

- Sabes que no puedo volver. Todavía no - exclamó apesadumbrado-. Además, de seguro encontrarás a cientos de agentes más jóvenes y capacitados que yo. ¡Que es tiempo para sangre nueva en el cuerpo! Yo... es que ya soy una reliquia.

- Sabes que lo que dices son tonterías, ¿no?- le cortó el rollo- Pero, ya que estamos hablando de sangre nueva... Tu sobrina, Mimi, tiene toda la pinta de ser una excelente agente de campo. Sé que preferirías que se encargara de estafas financieras en vez de que estuviera en la calle, pero es inteligente, aprende rápido, y tiene un gran instructor- le dijo con una risita.

Frank resopló, algo molesto. El hecho de que su única sobrina, su consentida, hubiese seguido sus pasos en el buró federal y que, además, ahora se involucrara en asuntos tan chungos al punto de arriesgar su vida, era algo que le provocaba escozor. Hacía días que no hablaba con Miriam. La última vez había sido una discusión por videollamada luego de que ella le comunicara que llevaría a cabo una misión de infiltración. Él sabía a qué consecuencias debería atenerse la muchacha. Él también lo había hecho en decenas de oportunidades pero en su caso no tenía a nadie que lo esperara en casa. Estaba solo y no tenía nada que perder.

- ¿Y qué tal le está yendo con eso?

- Muy bien. Está demostrando una gran valía, ¿sabes? Aunque es testaruda. Me pregunto de quién lo habrá aprendido- lo picó.

- Seguro que de su padre. Mateo era igual -se hizo el desentendido, esbozando una triste sonrisa-. ¿Y al "instructor"? ¿Cómo le va?

- Bueno, después de semanas negándose a trabajar con Mimi, ahora parecen inseparables. Hasta le prestó su pequeña mansión para festejar el cumpleaños de las niñas- le comentó, sonriendo al recordar esa tarde. Sin embargo, el silencio al otro lado de la línea fue borrando poco a poco su sonrisa-. Aún no ha hecho preguntas. No a mí, al menos. Sigue con la idea fija de que... Bueno. De que sus padres lo abandonaron.

- Mejor así, creo. Es que... No sé -gruñó furioso-. ¿Sabes? Cuando me dijiste que había vuelto a Los Santos, creí que a esa altura ya tendría respuestas. Pero... No sé dónde está Juls y... n-no puedo mirarle a la cara y decirle que... Es que... ¡Joder! Ni siquiera fui capaz de encontrarlo siendo un niño. Vete tú a saber la cantidad de mierda que tuvo que soportar ahí afuera.

- Mira, si te sirve de consuelo ni siquiera te recuerda a ti... Así que...

- Vale... -exhaló con denotada sorpresa en el tono empleado-. Era muy pequeño cuando desapareció, supongo que es normal -agregó algo alicaído-. Pero yo lo recuerdo. Nunca lo olvidé... Ni a él, ni a Juliette, ni tampoco a Gustabo. Pensar que nunca pude cumplir la promesa que le hice a Matilde... de devolverlo sano y salvo a sus brazos.

- Frank... Hiciste lo que estaba en tu poder. Todos hicimos cuanto pudimos. Además, mi sobrino... Quiero decir, Gustabo, él no... Ya sabes cómo son las cosas aquí- suspiró, igual de apesadumbrada que Frank-. Me hubieran obligado a encerrarlo, y ni siquiera eso hubiera sido algo seguro. Ni para él, ni para nosotros. Así que... Quédate con esto: todos, desde nuestro lugar, hicimos cuanto pudimos en su momento- había perdido la cuenta de cuántas veces le había dicho aquello mismo en un vano intento de consolarlo-. Mira, entiendo que no quieras volver como agente, pero al menos ven a visitarnos. Creo que si hablas con Horacio y le dices la verdad, él... Él entenderá. Es un buen muchacho.

- Lo intentaré, Mich. Es lo único que te puedo prometer por el momento -exclamó con voz queda, manteniéndose en silencio durante unos breves instantes. Volver a ver a Horacio. Enfrentar su pasado con la culpa a cuestas y el sentimiento de no haber hecho lo suficiente para protegerlo, para encontrarlo a él y a Juls, al amor de su vida. Culpa que lo perseguía noche tras noche en la soledad de su casa en Alaska. Mentiría si dijera que no se imaginó ese reencuentro en cientos de oportunidades. En situaciones más venturosas, en un universo favorable para ellos, Horacio podría haber sido su hijo y Juls su esposa. Los tres viviendo alejados de Los Santos, en completa armonía y felicidad. Puto destino. Mierda de vida. Exhaló un largo suspiro y volvió a hablar, esta vez con otro tema en mente-. ¿Cómo está tu novio? -inquirió intentando así desviar el tema de conversación.

Michelle, quien acababa de darle otro sorbo al vodka, comenzó a toser con violencia. Dejando el teléfono de lado, corrió al fregadero para servirse un vaso de agua y tranquilizarse.

- Joder, Frank. No lo llames así- se quejó, la voz aún rasposa por la tos.

- ¿Pero cómo quieres que lo llame, mujer? ¿Marido, esposo? Porque ligue de una noche no es. ¿Hace cuánto que están saliendo? ¡Ahí está! "Pareja", como dicen los viejos. ¿Cómo está tu "pareja", Mich? -rio divertido.

- Mi pareja está muy bien, Frank. Gracias por preguntar- rio ante la tonta formalidad de su respuesta-. Si todo sale bien, quizás pueda verlo para Navidad.

- ¿Hasta Navidad? ¡Joder! ¿Y por qué no dejas todo y te vas de una vez por todas con él? La vida es una sola y se pasa muy rápido. ¡Que el FBI y esa puta isla se vayan a tomar por culo! Sé feliz.

- ¿Y dejar a tu sobrina sola bajo el cuidado de Hache? Ni loca- se rio-. Además, lo entiende, ¿sabes? Entiende que no puede volver a Los Santos, y que por el momento razones de fuerza mayor me retienen aquí- suspiró, algo angustiada. Hacían meses que no se veían y su ausencia se hacía notar en cada rincón de la casa.

- Diez cuatro, jefa. ¿Pero sabes que no puedes seguir protegiendo a todo mundo, verdad? Ya hiciste más por esa isla que muchos políticos de turno, empresarios y celebridades. No les debes nada a nadie, absolutamente nada -prosiguió más calmo-. Escúchame, Mich. Prométeme que una vez concluida esa investigación, te irás con "tu pareja" y empezarás a velar por ti misma. Por tu felicidad. O, al menos, haz el intento.

- Sólo si me prometes que vendrás de visita- arremetió.

- Vale... -respondió dejando escapar una risita-. Algún día... Lo prometo. ¿Contenta?

- Ajám- asintió, metiendo otra pieza de sushi a la boca-. ¿Seguro que no quieres ayudarme a resolver un posible asesinato a un testigo en federal?

- ¿Asesinato de un testigo? Vaya... Hay cosas que no cambian. Si puedo ser de ayuda desde aquí, cuenta conmigo.

- Vale, veré de qué forma puedo hacerte llegar la información...- suspiró. Hacía años que intentaba que Frank volviera a trabajar con ella, pero no había caso- Gracias.

- De nada, linda... Bien, creo que te dejaré comer tranquila, ya te he molestado lo suficiente por el día de hoy.

- De acuerdo, Frank. Descansa, ¿vale? ¡Y ve pensando para qué fecha sacarás los pasajes de avión!

***

Hacía media hora que Viktor se encontraba tras las cortinas de su despacho en la comisaría de Vespucci observando ese vehículo negro de vidrios entintados estacionado en una esquina. Tres noches. Generalmente hacía el mismo recorrido. Algunas vueltas a la manzana sin rumbo fijo hasta que aparcaba más cerca, más lejos, de la dependencia policial. Nadie bajaba, nadie subía. El mismo vehículo que había visto por el espejo retrovisor desde que hubo salido de su casa esa mañana. ¿Coincidencia? Tal vez. ¿Podría ser que todo aquello que estaba viviendo lo estuviera volviendo paranoico? ¿O había sido tan imbécil de no haberse percatado de que alguien lo estaba siguiendo? Y lo peor de todo: ¿desde hacía cuánto tiempo?

"¡Mierda!". Se volteó hacia su escritorio. Tembloroso, cogió una pastilla del primer cajón y se la llevó a la boca, valiéndose de la botella de agua que siempre llevaba consigo para poder tragarla. Medicación que siempre debía de tomar. Medicación de por vida a causa de sus problemas de corazón. Sus pulsaciones se habían elevado. Nervioso y ofuscado, se dejó caer en su asiento e intentando recuperar la calma fijó su mirada en el péndulo, cuyo movimiento hipnótico sobre el filo de su escritorio le ayudaba a relajarse. Precavido. Si su instinto le decía que debía de andar con cuidado, no le quedaba otra que confiar en él.

Temía al pensar que aquel descuido podría haber supuesto peligro para quienes lo rodeaban. Para aquellas personas que realmente le importaban.

"Horacio", verbalizó en voz alta, desviando raudamente su atención hacia su móvil. Todavía no había podido hablar con él. No desde que hubo cruzado palabras con Collins en Sandy.

"A Horacio le pasa algo con usted".

Había estado imaginando aquella conversación con el federal, posibles escenarios en donde ambos pudiesen hablar con tranquilidad de sus sentimientos, pero cada uno resultaba más irrisorio que el anterior. Y aún así, en un arranque de valentía (o tal vez por la amenaza que creía tener en puerta, o el cansancio que arrastraba consigo), sin importarle siquiera el horario, marcó su número y aguardó.

- ¿Volkov?- la voz de Horacio no se hizo esperar. Sonaba preocupado- ¿Todo bien?

"Joder, no creí que atendería tan rápido". Oír su voz había hecho que la valentía y palabras que tenía preparadas se esfumaran, dejando su mente momentáneamente en blanco. Hasta pensó en cortar la llamada y mandarle un mensaje más tarde, haciendo de cuenta que se había vuelto a equivocar.

- Horacio... -luego una pausa que pareció interminable. Volkov se removió incómodo en su sitio- ¿Co-Cómo estás? Pe... Perdón la hora. Es que... eh...

- ¿Estás bien, Volkov?- volvió a preguntar el federal- Si necesitas ayuda, di que te gustaría cenar pizza.

- ¿Qué? ¡No! -dejó escapar una pequeña carcajada- No... No es por eso. Estoy bien -mintió. ¿Sería justo cargarle con el problema que tenía frente a la comisaría de Vespucci? No. Hasta poder esclarecer los hechos, supuso que sería capaz de hacerse cargo de eso él solo- Eh... ¿Tú cómo estás?

- Eh... Bien. Estoy bien. Mirando una peli- contestó extrañado- ¿Seguro que todo bien? Digo... No sueles llamar porque sí, menos a las... Doce y cuarto de la noche.

- Eh... Sí. Tienes razón. Lo que pasa es que estoy haciendo horas extras y... Eh... Había... Tengo que... decirte...

- ¿Sí? ¿Qué tienes que decirme?

Otro silencio, aún más prolongado que el anterior como si el ruso estuviese buscando en un mar de incertidumbre las palabras adecuadas para poder expresarse.

- Mañana... ¿Estás...? ¿Quieres almorzar conmigo? -inquirió débilmente- No es lo que piensas... -agregó entre balbuceos- Sólo quiero hablar contigo.

- ¿A...? ¿Almorzar contigo?- Volkov creyó oír cómo algunos objetos caían al suelo, y una maldición dicha en voz baja- Eh... Sí, sí. Claro. ¿Es por...? Joder...- resopló- ¿Es por algo del trabajo?

- ¡No! -se apresuró en decir algo avergonzado- Es por otra cosa. No te preocupes. No es nada grave... Creo. O sea, no lo es... No es grave. Es algo personal. Eh... Así que, ¿aceptas? Digo... Como quieras. No quiero presionarte. Tal vez tienes algo mejor que hacer y... Lo respeto. ¿Sabes? Olvida esta llamada. Fue tonto. Lo siento.

- ¡No, no! Sí, almorcemos mañana. No tengo nada mejor que hacer. Eh... ¿Me envías ubi mañana y nos encontramos? El lugar me da igual- se apresuró a responder.

- Sí. Sí, claro -parecía aliviado al oír aquella respuesta. Hasta se animó a esbozar una lacónica sonrisa en la intimidad de esas cuatro paredes-. Te... te enviaré ubi a primera hora. Eso sí. Eh... puede que vaya de incógnito. No te preocupes. Es... solo por precaución.

- Vale. Haré lo mismo. Sé que te gustó el disfraz de Juan, pero no puedo usarlo de nuevo. Se supone que está preso y tal...- se rio por lo bajo- Nos vemos mañana, Volkov.

- V-vale... Y con cualquier cosa te verás igual de bien -articuló en un arrebato de sinceridad, con el calor subiendo por sus mejillas- Hasta mañana, Horacio. Que descanses.

***

Horacio cortó la llamada sin despedirse. Confuso, se reclinó nuevamente contra el respaldo del sofá, limpiando a manotazos las palomitas de maíz que había tirado sin querer sobre los almohadones. Lo más probable es que Volkov hubiera estado tomando vodka en el despacho y, en un arrebato de locura, marcó su número, pensaba el federal. Aunque el plan ya estaba hecho: al día siguiente almorzaría con el comisario. Los dos solos. Los dos solos en un almuerzo para tratar temas personales.

"Algo personal". ¿A qué se referiría? El tema pendiente entre ambos era sobre el disparo en la pierna, y eso ya lo habían tratado. ¿A lo mejor Volkov se habría arrepentido de perdonarlo tan rápido? Inhalando con fuerza, Horacio se obligó a mantener las lágrimas a raya. Pensar que a lo mejor el ruso no lo había perdonado del todo por eso, le carcomía el corazón. Porque él, Horacio, no era una persona que viviera por y para las expectativas del resto, pero si había alguien a quien no le gustaría decepcionar en todo el mundo era a Volkov.

- Puto ruso de los cojones- bufó molesto, camino a su cuarto.

Todo lo referente al comisario seguía siendo una incógnita. No tenía claro qué sucedía entre ambos, ni qué tipo de relación era la que ostentaban en la actualidad, pero si algo estaba claro, era el lazo que los unía. Podrían pasar años y estar distanciados por miles de kilómetros, y aún así la vida parecía ingeniárselas para hacer que se reúnan.

Que se reúnan, por ejemplo, en un almuerzo dominguero para tratar temas personales.

~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~

Finalmente, el último capítulo de Cazador de Santos ha llegado...

El último de este 2021. ¡Que nos queda trama y drama para rato!

Muchas gracias por acompañarnos este año, por el apoyo que nos brindan en cada proyecto y por sus hermosas palabras.

Esperamos seguir sorprendiéndoles el siguiente año, con más y mejores capítulos e historias nuevas.

Sin más, nos despedimos.

¡Felices fiestas y hermoso comienzo de año nuevo! ♥️

Les quieren,

María y Vin ✨

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