LILY'S BOY

By jenifersiza

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Antes de que comience su tercer año en Hogwarts, Harry se enfrenta a tres semanas enteras de tiempo sin super... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109

Capítulo 77

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By jenifersiza

Por la mañana, el Profeta estaba lleno de historias sobre la libertad de Sirius. El ex convicto se deleitaba leyéndolas en voz alta durante el desayuno, repitiendo alegremente las partes que arrojaban sospechas sobre la participación de Dumbledore en los testamentos de los Potter.

-Quiero casarme con Amelia Bones-, declaró Sirius, y Charlie le dio una patada en la espinilla con poco entusiasmo.

-¡Oi!-, protestó. Sirius se limitó a reír, bailando fuera del alcance de las patadas.

-Vamos, ¿puedes culparme? ¡La forma en que sacó a relucir esos hechos, justo delante de la vieja cabra, y se las arregló para que todo fuera parte de mi propio caso! Jodidamente magistral-.

-Fue brillante-, estuvo de acuerdo Charlie. Entonces extendió la mano, agarrando a Sirius por la muñeca y tirando de él hacia su regazo. -Pero no te vas a casar con ella-.

-Hazme una oferta mejor-, desafió Sirius. Charlie se limitó a guiñar un ojo.

-Tal vez lo haga-.

-Me voy a ir antes de vomitar-, declaró Snape, poniéndose en pie. Remus se rió.

-No te olvides de subir a comer-, se burló, despidiéndose de su compañero.

-¿Y qué quieres hacer con tu primer día como hombre libre, entonces?- preguntó Harry, sonriendo a su padrino.

-Bueno, ahora que está en todos los periódicos, supongo que deberíamos ver cuál será la reacción del público-, sugirió Sirius, todavía sonriendo. -¿Alguien se apunta a un viaje a Diagon?-.

-¿Quieres decir que tenemos que ser vistos en público contigo?- se burló Charlie. Sirius se limitó a reír, besándole con firmeza.

-Acostúmbrate, Weasley-, dijo. -¡Puedo ir a donde quiera, ahora! Tengo que ponerme al día después de quince años-.

-Iré contigo, siempre que dejes de hacer eso-, dijo Harry, señalando a los dos, y Sirius ladró una carcajada.

-Supongo que ha pasado mucho tiempo desde que presencié el Espectáculo Público de Sirius Black-, reflexionó Remus, sacudiendo la cabeza. -Pero no puedo estar fuera mucho tiempo; le prometí a Severus que esta tarde repasaría unos ajustes que está haciendo en el Matalobo.

-¿Me vas a dejar con los tortolitos?- Gritó Harry consternado. Charlie resopló, estirando la mano para alborotar su cabello.

-Le escribiré a Bill para ver si quiere acompañarnos-, aseguró. Eso animó a Harry, que terminó rápidamente su desayuno y subió a cambiarse para el día.

Sobre su escritorio, la carta de Draco estaba abierta, habiendo sido releída una docena de veces la noche anterior; el chico de Slytherin estaba absolutamente bien, pero sólo estaban pasando desapercibidos mientras Narcissa resolvía algunos asuntos legales que habían quedado pendientes de la muerte de Lucius. Le prometió a Harry que lo visitaría pronto, y Harry apenas podía esperar.

Cuando volvió al vestíbulo, los tres adultos estaban vestidos con túnicas. Sirius estaba en plena forma, con el pelo sedoso y recogido en una coleta baja, con todo el aspecto del Lord de sangre pura que era. Sus ojos brillaban de una manera que hizo que el corazón de Harry se hinchara de felicidad por él.

-¡Vamos!- declaró alegremente, prácticamente arrastrando a Charlie hacia la puerta. Remus y Harry les siguieron a un paso mucho más tranquilo, aunque Harry pudo ver la picardía que se escondía en la mirada ambarina de Remus; estaba deseando escandalizar al público tanto como el resto de ellos.

De hecho, cuando Sirius entró por aparición en el callejón Diagon, hubo un pequeño estallido de gritos. Luego la gente se acordó del titular del Profeta y se quedó mirando a los cuatro con los ojos muy abiertos.

Sirius no titubeó ni un segundo ante el escrutinio, y para su crédito, tampoco lo hizo Charlie. El pelirrojo enredó sus dedos con los de Sirius, ofreciéndole a su compañero una soleada sonrisa. -¿A dónde vamos primero, cariño?-.

-A Gringotts, creo-, declaró Sirius. -Asegúrarse de que las cuentas están en orden-.

Les dieron un amplio margen por el callejón, la gente se detenía a mirar y cuchichear en cuanto los veían. Era extraño, para Harry, ser el centro de atención por la presencia de otra persona. ¿Así se sentían sus amigos?.

Todos se detuvieron al ver el escabroso edificio de color púrpura que se declaraba como Sortilegios Weasley. -Jodidamente brillante-, declaró Sirius con orgullo. -Oh, definitivamente vamos a ir allí después. Pero primero necesito dinero-.

Se apresuraron a llegar al edificio de mármol blanco que había al final del callejón, y Harry vio una cabeza familiar de pelo rojo que esperaba fuera. Bill los saludó, estirando la mano para darle una palmada en el hombro a Sirius. -¿Cómo se siente?sientes?-.

-Increíble-, declaró Sirius con vehemencia, radiante. -Tengo que revisar mis cuentas-.

-Pensé que lo harías; te organicé una reunión-, le dijo Bill. -Con Farlig; es el duende que Harry puso a cargo de todas sus cuentas, que incluían las de los Black en ese momento. Quiere saber si prefieres volver a tu antiguo gestor de cuentas-.

-No; si a Harry le gusta, es suficiente para mí-, aseguró Sirius, para el tranquilo alivio de Harry. Pasaron junto a los duendes que custodiaban el banco y entraron en el vestíbulo principal. Bill los condujo directamente a una de las oficinas, mostrando un pase de Gringotts mientras caminaba.

Harry se sorprendió sólo en parte al ver a Gorrak en la oficina, así como a Farlig; ambos duendes se inclinaron, y Harry les devolvió la reverencia, ofreciéndoles los saludos de rigor.

-Las felicitaciones de la Nación por su libertad, Lord Black-, dijo Farlig. -Tengo entendido que desea revisar las cuentas de los Black-.

Harry lo dejó, arrastrando los pies con Bill y Gorrak. -¿Cómo va el progreso?-, preguntó. Para su sorpresa, el Weasley y el duende compartieron una sonrisa de dientes.

-Esa es una de las razones por las que pedí a Gorrak que viniera, en realidad-, comenzó Bill. -No sé de dónde sacó Snape ese libro, pero es exactamente lo que necesitábamos. Sabemos cómo sacarte el horrocrux-.

Harry lo miró fijamente, las palabras resonando en su cerebro. -¿En serio?-.

-Podemos realizar el ritual en cuanto esté preparado, señor Potter-, confirmó Gorrak.

El corazón de Harry se disparó y rápidamente cayó, una vez que se le ocurrió un pensamiento. -No puedo, todavía-, se dio cuenta, sintiéndose mal. -Las visiones... no puedo dejar de tenerlas. Ya he salvado vidas con ellas, no puedo arriesgarme a que eso desaparezca-. Sin el horrocrux, ya no tendría la conexión con la mente de Voldemort. No habría ninguna alerta temprana si algo volviera a suceder como casi había sucedido con los Bones, o con el señor Weasley la pasada Navidad.

El ceño de Bill se frunció. -Es peligroso guardarlo, Harry. Podría enviarte falsas visiones para atraparte; ya lo intentó una vez. Cuanto más tiempo sepa de la conexión, mayor será la posibilidad de que descubra lo que realmente es-.

-Lo sé, pero es que... necesito un poco más de tiempo-. Sólo necesitaba ver cómo de mal iban a ir las cosas. Cuántas otras personas podría salvar. -¿Cuánto tiempo se tarda en preparar el ritual?-.

-Media hora-, respondió Gorrak. -Incluso podríamos hacerlo ahora mismo, si lo deseas-.

-No puedo-, insistió Harry con tristeza.

-Esto no me gusta, Harry-. Bill frunció el ceño. -Tener esa cosa dentro de ti... no es bueno para ti-.

-Lleva ahí quince años casi, ¿qué van a hacer unos meses más?-. replicó Harry. -Te prometo que, en cuanto parezca que las cosas tienen que cambiar -(si se vuelve peligroso, o él se da cuenta demasiado)-, haré que lo quiten. Pero... puedo hacer cosas buenas con él, ahora mismo-. Sus labios se torcieron amargamente. -No es que pueda matarlo aunque lo destruyamos. Todavía no sabemos dónde están los demás, si tiene alguno más-.

-El equipo de rompedores de maldiciones ha estado investigando también en ese frente-, suministró Gorrak. -Creemos con seguridad que es imposible que se hagan más de nueve horrocruxes sin que el alma se disuelva por completo. Así que, como mínimo, hay un límite máximo-.

Eso no era tan reconfortante como a Harry le gustaría. -¿Hay alguna forma de rastrearlos?-.

Gorrak y Bill negaron con la cabeza. -Hemos intentado averiguar dónde puede estar el resto-, aseguró Bill. -Pero teniendo en cuenta dónde estaban los que conocemos, no tenemos mucho para seguir-.

Harry se mordió el labio pensando. El diario había estado con Lucius Malfoy, y el medallón... o Voldemort lo había dejado en Grimmauld Place, o se lo había dado a Regulus Black.

-¿Y con sus otros seguidores?-, sugirió. -Parece que eso fue lo que hizo con ellos; dárselos a otras personas para que los cuidaran-. Le asaltó una idea, y frunció el ceño. -¿Hay alguna forma de buscar en las bóvedas de sus mortífagos? Sé que el contenido es privado y todo eso-, añadió rápidamente. -Pero si estás, catalogando o lo que sea. Seguro que podrías echar un vistazo-.

La pareja frunció el ceño, y Bill miró a Gorrak en busca de autoridad en la materia. Lentamente, una sonrisa de tiburón cruzó la cara del goblin. -Es cierto que lo que los magos deciden almacenar en sus bóvedas queda a su discreción-, comenzó. -Sin embargo, la Nación tiene leyes. Incluyendo la ley de que ningún ser vivo debe estar contenido en una bóveda-. Sus ojos oscuros brillaron con maldad. -Creo que un horrocrux podría considerarse una especie de ser vivo. Estaría dentro de la política de Gringotts sacar un objeto así de su bóveda por violación de la ley de los duendes-. Se volvió hacia Harry, asintiendo con decisión. -Nos encargaremos de hacerlo. Si hay un horrocrux en este banco, lo encontraremos-.

-Brillante-. A Harry se le apretó el estómago, sin atreverse a esperar que fuera tan sencillo.

Cuando volvió la vista hacia Sirius, su padrino estaba inclinado sobre el escritorio, blandiendo una afilada pluma gris sobre un trozo de pergamino de aspecto antiguo. Teniendo en cuenta que Gorrak y Bill ya estaban enfrascados en una discusión sobre qué bóvedas revisar, Harry se acercó al escritorio, mirándolo con curiosidad. -¿Qué estás haciendo?-.

-Oh, ya sabes-, respondió Sirius con ligereza. -Sólo un poco de mantenimiento del árbol genealógico-.

Los ojos de Harry se abrieron de par en par y miró más de cerca. El nombre de Sirius en el árbol brillaba ahora en color dorado, mostrando que era el actual cabeza de familia. Unas filas más allá, en tinta negra fresca, estaba Andrómeda Black Tonks.

Sirius sólo había tenido que escribir su nombre; cuando la magia aceptó su reintroducción en la familia, la tinta se extendió creando líneas que la unían a su marido Edward Tonks y a su hija Nymphadora Tonks. Sirius asintió con satisfacción y dejó la pluma, cogiendo una de color rojo sangre que estaba junto al árbol genealógico.

Sin dudarlo, trazó una línea sobre el nombre de Bellatrix Black Lestrange, murmurando algo en latín que Harry no llegó a captar. Hubo un resplandor de magia, un tirón dentro del núcleo de Harry, y entonces el nombre de Bellatrix se desvaneció en el papel hasta que fue poco más que una cicatriz de tinta descolorida, sus conexiones con su familia disueltas.

-Merlín, eso se sintió bien-, declaró Sirius, sonriendo. Farlig sonrió, enrollando el árbol genealógico a la orden de Sirius.

-Haré que se envíen las cuentas completas de las posesiones de los Black al Rompe-Maldiciones Weasley para que te las traiga-, declaró.

-¿Podrías enviarle también las propiedades de los Potter y los Peverell?- pidió Harry. -Él puede verlas, ¿no? Ya que es mi tutor-. Si Sirius podía conseguir la escritura de los Potter, eso haría que su santuario fuera aún más seguro.

-Se hará-, aseguró Farlig. -¿Hay algo más que podamos hacer por usted, Lord Black?-.

-Debe haber un pensadero, en las bóvedas de los Potter-, dijo Sirius. -¿Podría hacerla subir, por favor? Con el permiso de Harry-.

-Sí-, soltó Harry inmediatamente. -Por favor-. Se sonrojó, pero Farlig se limitó a sonreír y asentir, escribiendo una nota que desapareció inmediatamente.

-Sé que dije que recorreríamos juntos toda la bóveda, cachorro-, dijo Sirius, apretando su hombro. -Pero no creo que hoy sea el día para hacerlo, ¿sí? Volveremos en otro momento-.

Harry no iba a hacer que Sirius pasara su primer día de libertad encerrado en una cámara acorazada de Gringotts bajo tierra. Tenían mucho tiempo para eso, en el futuro.

-Me parece bien-, aceptó.

Mientras esperaban a que les entregaran el pensadero, Sirius se preparó con una nueva tarjeta bancaria y un monedero, y pudo autorizarlos también para Harry. -No te lo gastes todo en un solo sitio-, dijo burlonamente cuando Harry se embolsó la tarjeta, como si fuera posible gastar toda la fortuna de los Potter en una sola vida, y mucho menos en un solo lugar.

El pensadero que sacaron de las bóvedas era una hermosa pieza de obsidiana tallada, y Harry se sorprendió cuando le colocaron una pequeña caja de madera al lado. -La nota del pensadero indicaba que debían usarse juntos-, explicó el duende mensajero que los había traído. Sirius alcanzó la caja, y aspiró un fuerte suspiro cuando la abrió.

-Oh, Monty-, respiró. Remus se quedó helado.

-¿Monty?-.

-Dejó recuerdos-, explicó Sirius en voz baja. -De James y Lily. Para nosotros-.

-...Oh-. Los dos Merodeadores se miraron durante un largo momento, y nadie más habló; no había nada que pudieran decir. Entonces Remus se aclaró la garganta, limpiándose apresuradamente los ojos. -Bueno, entonces. Podemos revisarlas más tarde. Gracias- añadió al mensajero, que se inclinó y se retiró ante el gesto de la mano de Farlig.

-Creo que eso es todo, entonces-, dijo Sirius, con la voz un poco ronca. -Gracias, Farlig. Has sido un amigo para mi ahijado, y espero que nuestra relación sea larga y próspera-.

-Me alegro de custodiar la riqueza de su familia, Lord Black-, respondió Farlig con firmeza.

Harry se despidió de ambos duendes y los cinco salieron del banco, con Sirius recibiendo una vez más miradas de soslayo.

-Creo que ya es suficiente con las miradas por un día, para mí-, decidió Remus. -Pásame el pensadero, Padfoot. Lo llevaré a casa con seguridad-. Le revolvió el pelo a Harry. -Cuídate, cachorro-. Luego miró a Bill, y sonrió. -Mantén a estos tres alejados de los problemas, ¿quieres? No confío en que ninguno de ellos sea capaz de decirle que no a Sirius hoy-.

Bill se rió, mientras Charlie se sonrojaba. -Haré lo que pueda-, prometió. -Nos vemos, Remus-.

El hombre lobo fue a buscar un lugar tranquilo desde el que aparecerse, y cuando Harry se volvió, no se sorprendió al ver la mirada de Sirius puesta en la tienda de los gemelos.

-Parece que nos vamos a visitar a Fred y George-, musitó Charlie, suspirando. Sirius le cogió de la mano y se puso en marcha.

Harry y Bill le siguieron el paso con facilidad; Harry también tenía ganas de ver la tienda. Había una gran multitud fuera de ella, aunque se separó con una especie de asombro aterrorizado al ver a Sirius Black.

-¡Por fin!- la llamada vino de la nada, y de repente Harry sintió unas manos en los hombros; habría saltado, de no ser tan familiar.

-Estábamos empezando a pensar que ya no nos querías-, bufó Fred, pellizcando la oreja de Harry.

-¡Y tú!- dijo George, rodeando a Charlie. -Aquí pensé que iba a ser la desgracia de la familia con mi novio Slytherin de sangre pura. Pero tenías que ir y superarme con el maldito Sirius Black-. Parecía bastante desanimado, y Charlie se rió.

-Hay que aprovechar las oportunidades cuando se presentan, hermanito-, replicó, tapando con una mano la boca de George antes de que el menor de los Weasley pudiera hacer alguna broma inapropiada. Charlie puso cara de asco, apartando la mano y limpiando la baba en la túnica de George. -No me lamas, no sabes dónde ha estado esa mano-.

-Puedo hacer algunas conjeturas sólidas-, replicó George secamente.

-Este lugar es increíble-, declaró Sirius con asombro, mirando con los ojos redondos todo lo que ofrecía la tienda de bromas. De hecho, era un derroche de color; Harry pudo ver varias cosas que reconocía del año pasado en el colegio -(incluyendo un expositor entero lleno de cajas de bocadillos de Skiving)- pero había incluso más artículos nuevos; los gemelos habían estado increíblemente ocupados en los últimos meses.

-Si quieres, puedo enseñarte la tienda-, dijo Fred, dando saltos de alegría. -Descuento de merodeador en cualquier cosa que te llame la atención-.

-Excepto Charlie, por él pagas el precio completo-, bromeó George, y Sirius resopló.

-Encantado-, respondió con un guiño.

-Y tú puedes coger lo que quieras, Harrikins-, añadió Fred. -Tu dinero no sirve aquí-.

-No discutas con nosotros-, insistió George, poniendo un dedo sobre los labios de Harry. Harry tomó una hoja de su libro, y lo lamió. George se limitó a reír. -Ahora definitivamente no sabes dónde ha estado eso últimamente-.

Pensando en las posibilidades, Harry se burló.

-Intentaré no ofenderme por eso, Potter-. Era Blaise, acercándose desde la dirección de la caja registradora. Harry lo miró fijamente.

-¡Creía que estabas en Italia!-.

-Decidí quedarme para ayudar a los gemelos con el ajetreo inicial del verano-, explicó el Slytherin. -Angie también está aquí-. Señaló hacia la caja, donde Angelina estaba cobrando a un grupo de niños una increíble pila de artículos de broma. -Un poco acogedor en el piso con nosotros cuatro, pero podría ser peor. Me alegro de verte, sin embargo; estaba empezando a sentirme superado por los leones-.

Harry parpadeó. -Blaise, yo también soy un león-, señaló, divertido. Blaise hizo un gesto despectivo con la mano.

-Apenas-.

Eso provocó una carcajada de Bill, y Blaise lo miró de arriba abajo. -Tú debes ser el hermano mayor. Bien visto, Lord Prewett-.

-Bien visto, heredero Zabini-, respondió Bill a su vez, y luego le ofreció una mano para estrecharla. -Bienvenido al manicomio, supongo. Me parece un poco tarde para advertirte que te alejes de él-.

Blaise se rió, lanzando una mirada cariñosa hacia George, que estaba demostrando algo a Sirius con entusiasmo. -Bastante-, estuvo de acuerdo. -Espero que pronto tengamos la oportunidad de conocernos en algún lugar... más tranquilo-. Como si fuera una señal, una explosión de humo verde brillante salió de algún lugar del fondo de la sala. Blaise suspiró. -Disculpenme un momento-. Comenzó a escurrirse entre la multitud, dirigiéndose en dirección al desorden.

-Parece que encaja bien-, bromeó Bill. -Venga, vamos a ver qué le venden a Sirius-.

Harry y Bill se dirigieron hacia donde los gemelos estaban agasajando a Sirius y a Charlie con la historia de la Extravagancia de Fuegos Artificiales en Hogwarts. -Les enseñaré el recuerdo cuando lleguemos a casa-, prometió Harry a la pareja, sonriendo. -Acabamos de recoger un pensadero de la bóveda de mi familia-, añadió a los gemelos como explicación.

-Qué maravilla-, respondieron ellos, radiantes.

-Tendrás que enseñarnos todo lo que pasó después de que nos fuéramos-, rogó Fred. -A ver si nos inspiramos-.

-Y esos huevos de origami que hiciste-, añadió George, con los ojos brillantes. -Blaise me lo contó. Nos has estado ocultando algo, Potter-.

-Una noche organizaremos una cena en Grimmauld-, aseguró Harry. -Recuerdos y lluvia de ideas. Tú también puedes darme algunas ideas para mantener vivo el legado ahora que no estás-.

Los gemelos asintieron con entusiasmo.

Sirius se fue a investigar de nuevo, y Harry se alegró de dejar que Charlie lo persiguiera. Consciente de que Bill se mantenía cerca, Harry exploró un poco por su cuenta. Los gemelos eran realmente unos genios, con algunas de sus cosas.

-Esta sección es genial-, dijo Bill, señalando una sección más pequeña a un lado. -Es todo material defensivo. Hechizos de escudo precargados, aturdidores, ese tipo de cosas. Señuelos de ruido, y este polvo de oscuridad instantánea peruano, es realmente increíble-. Señaló las pequeñas rocas de color negro azabache. -¿Quiero saber qué has hecho para que los gemelos no acepten tu dinero? ¿O realmente eres el hermano favorito?- Preguntó Bill, con cara de diversión. Harry se rió y le dijo; después de todo, no había necesidad de mantener el secreto.

-Vaya-, dijo Bill, sonriendo. -Tendré que decírselo a Fleur, le hará mucha gracia-.

-¿Cómo está ella, de todos modos? Espero poder verla este verano-.

La sonrisa de Bill se volvió un poco tonta al mencionar a su prometida. -Está muy bien. Ahora forma parte de la Orden oficialmente. Ya pensaremos en nuestro próximo fin de semana libre, comeremos juntos o algo así-.

-¿Cuándo es la boda?- preguntó Harry, echando un par de Detonadores de Señuelo en su cesta con el Polvo de Oscuridad.

-Todavía no hemos fijado una fecha. Pero no tenemos prisa; tengo que encontrar una casa, y Fleur quiere terminar sus prácticas y entrar en el programa de aprendices antes de casarnos. Es, ah, un trabajo más seguro... mejores horas, menos posibilidades de galantear con algo raro y peligroso. Estamos muy interesados en intentar tener hijos, tan pronto como nos casemos, así que queremos asegurarnos de que todo funcione-. Se sonrojó un poco al admitirlo y Harry lo miró fijamente, con los ojos muy abiertos.

-¿Tan pronto? ¿De verdad?-.

Bill asintió. -Los dos queremos una familia. Sólo tenemos que arreglar lo esencial; el matrimonio, la casa, el aprendizaje. Después de eso... bueno, el resto lo resolveremos cuando lleguemos, ¿sí?- Estaba sonriendo, claramente ansioso por ese futuro. Harry podía verlo con un pequeño bebé pelirrojo en brazos... o incluso un pequeño bebé rubio, si la sangre veela corría.

-Serán unos padres brillantes-. Había visto a Bill con todos sus hermanos pequeños y la forma en que Fleur adoraba a Gabrielle. Cualquier hijo suyo sería increíblemente afortunado.

-Gracias, Harry-, dijo Bill, radiante. -Aunque tendrás mucha competencia para ser el tío favorito. Será mejor que empieces a pensar en ello-, bromeó.

Se dirigieron a la caja registradora y Harry dejó la cesta en el suelo. Angelina lo miró fijamente. -No se puede, Potter-, declaró. -Fred me ha dicho que aquí no se paga-.

-Oh, vamos, Angie-, se quejó Harry. -¡No puedo quedarme con todo esto!-.

-Deja de ser un maldito Gryffindor, Potter-, dibujó Blaise. -Eres mejor que eso-.

Eso sólo hizo que Harry pusiera los ojos en blanco, y finalmente se vio obligado a apartarse para que la persona que estaba detrás de él en la cola pudiera pagar. Blaise lo agarró suavemente por el codo, dirigiéndolo a la trastienda. -¿Cómo fue todo la semana pasada?-, preguntó, con voz baja y urgente. Harry tardó un momento en comprender a qué se refería.

-Oh, eso. Sí, todo fue bien. Todos los que me enviaste están donde deben estar. ¿No tienes noticias de Theo?-.

Blaise negó con la cabeza. -Creo que se concentró demasiado en preocuparse por Susan, después de que el ataque saliera en el periódico. Sólo sé que está bien porque ella me lo dijo-. Se burló. -Pequeño idiota enamorado que es-.

-La olla, la pava-, replicó Harry, sonriendo.

-No empieces peleas que no vas a ganar, Potter-, fue la réplica inmediata de Blaise. -Te he visto a ti y a Draco-.

Harry tuvo que reconocerlo.

-Hablando de eso, supongo que te has enterado de lo que pasó en la Mansión-.

Harry no estaba seguro de cómo se había enterado Blaise, pero asintió igualmente. -La señora Malfoy reclamó los asientos de Lucius antes del juicio de Sirius ayer-, explicó. -Creo que sus votos a favor de él fueron la única razón por la que ganó, en realidad-. Si todos esos escaños hubieran sido por abstención, podría no haber sido suficiente.

-Ciertamente está dejando clara su postura-, convino Blaise, impresionado. -He oído algunos rumores, por el camino de Knockturn; había unas cuantas familias oscuras bajo un poco de presión para unirse, pero varias de ellas parecen haber desaparecido misteriosamente, con todas sus pertenencias. La teoría actual es que se han mudado con los Malfoys-.

Las cejas de Harry se alzaron; la carta de Draco no había dicho nada al respecto. -¿Qué te hace pensar eso?-.

-Son todas mujeres del círculo social de la señora Malfoy mujeres con familiares al servicio de Él, pero que nunca se han comprometido. Algunos hombres también. Y sus hijos, por supuesto. No se me ocurre otra cosa que haga que una colección tan prominente de miembros de la sociedad oscura desaparezca al mismo tiempo-.

-Esperemos que no sea por razones más siniestras-. Si Narcissa estaba rescatando a gente que estaba atrapada en la misma posición que ella había estado una vez, más poder para ella. -Debería ir a ver a Draco pronto; le daré tus saludos, y veré si puedo conseguir algunas respuestas para ti-.

-Por favor, hazlo. También te enviaré algunos nombres; la señora Malfoy podría investigarlos. Son chicos que sé que tienen problemas, pero no están en condiciones de ayudarse a sí mismos. Si ella puede hacer algo...- La cara de Blaise se dibujó, y Harry asintió.

Aunque Narcissa no pudiera hacer nada, quizá Harry sí, o incluso Snape.

La cortina de la habitación del fondo se corrió de repente y George se asomó a ella, sonriendo. -Oye, vuelve a tu propia serpiente, Potter-, se burló. -Esta está cogida-. Rodeó la cintura de Blaise con un brazo y lo besó.

-Puedes quedarte con él-, respondió Harry con ligereza. -Acabo de recibir una información-.

-¿Sobre tu chico?- Las cejas de George se fruncieron con preocupación. -He oído que la Mansión se ha quedado a oscuras-.

-Está bien-, aseguró Harry. -Su madre vino al juicio de Sirius. Te lo contaremos luego; fue increíble, ¡deberías haber visto la cara de Dumbledore! Pero me pasó una carta y Draco está a salvo. Espero visitarlo pronto-.

Eso hizo que George esbozara una sonrisa. -Me alegro de oírlo-. Se oyó un grito desde el otro lado de la cortina, y George le dio un codazo a Blaise para que avanzara. -Vamos, ustedes dos. Vengan a la fiesta-.

"La fiesta" resultó ser ver a Sirius pagar una cantidad verdaderamente obscena de productos Weasley, con una mirada de regocijo infantil en su rostro. Harry suspiró. -Remus nos va a odiar-, le dijo a Charlie, que se limitó a reír, devolviendo la mirada a su compañero con indulgencia.

-Probablemente-, estuvo de acuerdo. -Pero merece la pena. Mira lo feliz que está-. Entonces sus ojos se volvieron traviesos. -Además, le echaremos la culpa a Bill. Se supone que es él quien nos dice que no-.

Los dos miraron a Bill, que estaba charlando con Angelina sobre una u otra cosa, sin ni siquiera parpadear ante la cantidad que compraba Sirius.

-A mí me vale-.

Finalmente, Sirius terminó, con todas sus compras metidas en una bolsa. -Te enviaremos un mensaje sobre los planes para la cena-, prometió Harry, esquivando el intento de Fred de despeinarle el pelo, sólo para que Angelina lo cogiera en su lugar.

-Procura hacerlo-, insistió George, besando su mejilla. -No seas un extraño, chico-.

Después de una larga ronda de despedidas, finalmente salieron al callejón. -¿Es todo lo que querías, Padfoot?-.

Sirius se volvió hacia él, sonriendo de una manera que hizo que el pavor se acumulara en la boca del estómago de Harry. -Oh, cachorro-, dijo alegremente, -sólo estoy empezando-.

Resultó que ir de compras con Sirius Black era una prueba de resistencia. Para cuando volvieron a Seren Du, Sirius los había arrastrado a lo que parecían ser todas las tiendas del callejón ¡fue incluso una juerga de compras mayor que la que había hecho Harry en el verano anterior a su tercer año, cuando había estado allí solo! Bill se marchó a eso de la una de la tarde, mientras que Charlie y Harry se quedaron con él hasta que finalmente volvieron a casa un poco después de las cinco, cargados de bolsas. Encontraron a Remus en el salón, con cara de diversión al verlos.

-Lo sabías-, acusó Harry, derrumbándose en el sofá. -Sabías lo malo que sería-.

-Por supuesto que lo sabía-, confirmó Remus. -Me he criado con el cabrón. Me imagino que sólo ha empeorado después de quince años sin acceso a las tiendas en persona. ¿Por qué crees que me fui después de Gringotts?- Extendió la mano, acariciando la mejilla de Harry de forma consoladora. -¿Cuántos trajes nuevos has acabado teniendo?-.

-Doce-, respondió Harry. -Con la promesa de ir a comprar ropa muggle alguna vez-.

-¿Para él o para ti?-.

-Para ambos-.

Remus miró a Sirius, que acariciaba el pelo de Charlie mientras el pelirrojo se desperezaba en el sofá, tan agotado como Harry. -Yo haría esos dos viajes por separado, y dejaría que esos dos cogieran la ropa de Sirius por su cuenta-, aconsejó. -A no ser que quieras saber cosas de tu padrino de las que te arrepientas-.

Harry enroscó la nariz con disgusto. -Tomo nota-.

-Oh, vamos, ustedes dos; no ha sido tan malo-, insistió Sirius alegremente. Apenas estaba sin aliento; Harry se preguntó si sólo estaba montando en el alto de ser finalmente capaz de salir y estar rodeado de otras personas.

-Eres incluso peor que ir de compras con Tonks-, gimió Charlie. -Quizá debería enviarlos a los dos juntos la próxima vez-.

Sirius parecía encantado ante la perspectiva.

-¿Por qué no vas a echar una siesta, Harry?- sugirió Remus, apretándole el tobillo. -Guarda la montaña de cosas que seguro que te ha comprado Sirius. Te llamaremos cuando sea la hora de cenar-. Su rostro se suavizó. -¿Entonces podemos sacar el pensadero después?-.

Harry se animó; eso le parecía un plan perfecto.

Después de la cena, Charlie se marchó diciendo que todavía estaba cansado de las compras. Harry sospechó que no quería entrometerse en su pequeño viaje por el carril de los recuerdos, pero le pareció bien.

Los cuatro -(Harry, Sirius, Remus y Snape)- se reunieron en la sala de estar del piso de arriba, donde el pensadero estaba sentado sobre la mesa. Al lado estaba la caja que contenía los viales de memoria del abuelo de Harry.

-No he visto ninguno de ellos, todavía-, dijo Remus. -Quería esperar a que llegaras a casa-.

Había cinco viales en la caja; uno para James, otro para Lily, otro para los dos juntos, otro para Sirius y otro simplemente etiquetado como "nuestros chicos".

-¿Qué hacemos con estos tres?- preguntó Harry, señalando las de sus padres. Sirius y Remus compartieron una larga mirada de consideración.

-Dejarlos, creo-, decidió Sirius. -Lo que sea que Monty y Phee querían decirles... eso no es para que nos entrometamos-.

Una parte de Harry quería discutir eran los recuerdos de sus abuelos y quería conocerlos... Pero una parte más grande de él no estaba segura de tener la capacidad de ver a sus abuelos muertos dejar un mensaje para sus padres muertos, uno que nunca llegarían a escuchar.

-Bien, entonces-.

Sirius buscó el recuerdo de "nuestros chicos", vertiéndolo en el pensadero. -Vamos, entonces, Moony-, dijo, con la voz entrecortada. Juntos, colocaron las manos en el líquido, dejándose absorber por el recuerdo.

Harry nunca había visto a otra persona utilizar un pensadero. Era extraño verlos con los ojos en blanco e inclinados sobre el cuenco. Verlos le inquietaba, así que apartó la mirada y se dirigió a Snape. -¿Conociste... conociste a mis otros abuelos?-, preguntó tentativamente. -¿Mis abuelos Evans?-.

Lentamente, Snape asintió.

-El señor y la señora Evans... Mark y Rose, aunque nunca me atreví a llamarlos por sus nombres de pila por mucho que me lo pidieran. Eran... personas increíblemente amables. Todos los viernes, el Sr. Evans pasaba por la tienda de patatas fritas cuando volvía del trabajo. Siempre se aseguraba de comprar lo suficiente para que yo tuviera algo, y ellos insistían en que me quedara a cenar, y a ver Come Dancing en la tele. La señora Evans fue bailarina de salón en su juventud-.

Harry se colgó de cada una de sus palabras, viendo cómo la nostalgia nublaba los ojos oscuros. -Ellos sabían cómo eran las cosas, con mi familia, y siempre trataban de ayudar lo mejor que podían. Creo que... les confundió, una vez que descubrieron la magia, preguntarse por qué mi madre se quedaba. Pero siempre fui bienvenido en su casa, incluso cuando no era bienvenido en la mía-.

-Yo... Remus dijo, una vez... que el padre de mamá murió en tu sexto año-.

Snape asintió. -Lo atropelló un coche cuando iba a las tiendas. Conductor borracho-, explicó, y Dios, eso hizo que la mentira de Petunia sobre cómo murieron Lily y James fuera aún más dolorosa. -La señora Evans no duró mucho más, sin él. Nos vio graduarnos, y estuvo en la boda, pero... falleció mientras dormía, solo unas semanas antes de que Lily descubriera que estaba embarazada de ti. Sólo tenía cincuenta y cinco años. Corazón roto, dijeron-.

-Eso es muy triste-. Petunia nunca había hablado de sus padres. Harry sólo había visto una foto de ellos en la casa; una foto con Petunia, aparentando unos dieciocho años o algo así, sentada bajo una pancarta de Felicitaciones en una mesa de la cena en algún lugar. Harry siempre había supuesto que era para celebrar su graduación escolar.

-Nunca habrías ido con Petunia, si la señora Evans hubiera estado viva-, comentó Snape.

Harry se ahorró tener que pensar una respuesta porque Remus y Sirius volvieron a sus cuerpos. Ambos estaban llorando. -¿Están bien?- preguntó Harry, mirándolos con preocupación. Remus se volvió directamente hacia Snape, enterrando su cara en la camisa negra del hombre. Snape parpadeó un momento, pero lo acunó cerca, con sus largos dedos recorriendo el pelo de Remus.

Sirius se sentó al lado de Harry con las manos apretadas y las lágrimas cayendo por sus mejillas. Harry se inclinó hacia él. -¿Necesitas que vaya a buscar a Charlie?-, abordó, pero Sirius negó con la cabeza, tirando de Harry en un abrazo.

-No. Estoy bien. Yo... Merlín, cachorro, ojalá hubieras podido conocer a tus abuelos. Personas más bonitas que nunca encontrarías en este mundo-.

Harry dejó que Sirius lo abrazara, con su propio corazón dolido. Tanta familia que nunca conocería.

La pareja tardó varios minutos en serenarse, e incluso cuando se volvieron hacia el pensadero, Sirius tenía la mano de Harry agarrada con los nudillos blancos. -Creo que voy a dejar el otro frasco para otro día-, dijo, con la voz ronca. -Dos de una vez puede ser demasiado-.

-Podemos hacerlo en otro momento-, se ofreció Harry, pero Sirius negó con la cabeza.

-No, no; prometiste que nos mostrarías esas travesuras que hiciste-, dijo, reuniendo una sonrisa. -¿Por qué no pones tu primer año? La piedra-.

Harry no estaba seguro de que fuera la mejor idea que dos personas emocionalmente frágiles vieran los acontecimientos con Quirrell, pero ya era demasiado tarde para dar marcha atrás. Después de algunas instrucciones de Snape sobre cómo sacar los recuerdos, Harry los puso en el pensadero. -Yo... creo que iré contigo-, dijo con inquietud. Sería interesante, verlo de nuevo con todo lo que sabía ahora.

Y así los cuatro se sumergieron en el pensadero, justo en el momento en que Harry y sus amigos intentaban convencer a la profesora McGonagall de que Snape iba a por la piedra.

-¿Creías que era yo?- preguntó Snape, con cara de desconcierto. Harry se sonrojó.

-En aquel entonces dabas un poco de miedo-, señaló. -Definitivamente parecías más malvado que Quirrell-.

-Eso no importa, ¡mira lo pequeño que eras!- interrumpió Sirius, acercándose a Harry Potter, que tenía once años.

Harry se estremeció al ver a su joven yo. Cómo es que nadie había visto su delgadez, sus maltrechas gafas, la ropa que lo abrumaba. ¿Cómo es posible que todo el mundo lo mirara y lo considerara un niño sano y feliz?.

Pero ésa era la menor de sus preocupaciones cuando se dirigieron al pasillo del tercer piso.

La serie de desafíos que le esperaba no le había parecido tan aterradora cuando se enfrentó a ellos la primera vez. Ver a los tres pequeños de primer año en el tablero de ajedrez, ver a Ron salir despedido del tablero... Harry podía entender las miradas de furia en los rostros de sus dos padrinos. Incluso Snape estaba más pálido que de costumbre, con la mandíbula apretada. Aunque sonrió un poco cuando llegaron a su rompecabezas de pociones.

Harry se arrepintió de su decisión de ir con ellos cuando llegaron a la parte en la que Quirrell se deshacía del turbante. Ver el grotesco rostro de Voldemort le hizo revolver el estómago... y casi perdió la cena cuando Quirrell se hizo cenizas bajo sus manos. El recuerdo se volvió negro cuando Harry, de once años, cayó inconsciente y fueron expulsados del pensadero. Un largo silencio se extendió entre ellos.

-Voy a asesinar a Albus Dumbledore-, gruñó Sirius con vehemencia. -¡Preparando eso para un grupo de malditos primeros años!-.

-¿Así que tú, ah, no quieres ver mi segundo año, entonces?- preguntó Harry esperanzado. Sirius entrecerró los ojos hacia él.

-Mételo, cachorro-.

Harry reclamó obedientemente su recuerdo de primer año y lo sustituyó por el de segundo, aunque esta vez declinó el viaje. No estaba de humor para ver cómo el adolescente Tom Riddle intentaba conquistarlo con lo parecidos que eran.

Su rodilla rebotó con ansiedad cuando los tres adultos estuvieron dentro del recuerdo, y chilló en cuanto estuvieron fuera; Sirius lo había agarrado inmediatamente en un abrazo estrangulador. -Podrías haber muerto-, murmuró en el pelo de Harry. -¡Podrías haber muerto antes de que te conociera!-.

-¡Pero no lo hice!- Señaló Harry, con los brazos atrapados a los lados. -Todavía estoy aquí, Pads. Las cosas mejoraron después de ese año!-.

-Dices eso-, dibujó Remus, con cara de querer darle un abrazo a Harry él mismo. -Pero todavía no hemos visto el cementerio. Si te apetece-.

Harry tragó grueso. -Yo... supongo-.

-La última, luego te mostraremos algunos buenos recuerdos, lo prometo-, raspó Sirius, soltando a Harry de mala gana.

Harry respiró profundamente, y repuso los recuerdos. Definitivamente no iba a ir con ellos en esta ocasión.

La espera era insoportable. Pero era peor ver las miradas en sus ojos cuando salían del recuerdo; esa mirada atormentada, horrorizada, compasiva.

-Oh, cachorro-, respiró Sirius. Harry negó con la cabeza.

-Estoy bien-, insistió. Los labios de Sirius se fruncieron, pero para el total alivio de Harry, no hubo interrogatorio.

Había hecho su duelo por Cedric. No estaba seguro de poder soportar reabrir esa herida.

-Devuélvelo, te daremos uno cada uno-, le indicó Sirius. Harry lo hizo, el recuerdo era aún más agudo ahora que estaba en su mente una vez más. Se obligó a apartarlo, viendo cómo Remus se colocaba la varita en la sien.

-Pensé que éste sería uno bueno para empezar-. Dejó caer el recuerdo en la palangana, y ofreció a Harry una sonrisa. -Adelante, cachorro-.

Con el corazón golpeando contra sus costillas, Harry bajó la mano hacia el líquido plateado.

Inmediatamente reconoció su entorno; era un dormitorio de Gryffindor. Sólo había cuatro camas en éste, y dos de ellas estaban extraordinariamente desordenadas. Pero Harry no miraba eso.

Su mirada estaba clavada en los cuatro chicos del centro de la habitación.

Los Merodeadores, todos juntos. Parecían tener unos doce años, más o menos; James Potter le resultaba desgarradoramente familiar, aunque era más alto y menos flaco de lo que Harry había sido a esa edad. Miraba fijamente al pequeño Remus Lupin, que tenía una expresión de absoluto horror en el rostro. -Lo hemos descubierto-, declaró James, sonando increíblemente satisfecho de sí mismo. -Eres un hombre lobo, ¿verdad?-.

-¿Qué?- chilló Remus, con la voz entrecortada. -Yo... ¡claro que no! Dumbledore no dejaría que un... un monstruo así entrara en un colegio-.

-No tienes que mentirnos, Remus-, insistió Sirius con seriedad. Tenía un moretón desvanecido alrededor del borde del ojo, y Harry se preguntó si era una broma que había salido mal o algo más siniestro.

-Sí-, asintió el pequeño Peter Pettigrew, con voz temblorosa. El estómago de Harry ardía de rabia, aunque esta versión de Peter no había hecho nada malo. -Nosotros... ¡no se lo diremos a nadie!-.

-Sin embargo, tiene sentido. Siempre te vas en luna llena, es imposible que necesites visitar tanto a tu tía-, continuó James. -También siempre tienes esos extraños rasguños después. Te salió un sarpullido cuando tocaste el caldero de plata en Pociones la otra semana. Y vi cómo te brillaban los ojos cuando te enfadaste mucho con Snivellus-.

La cara de Remus se puso muy roja, y Harry se preguntó si incluso a esa edad, la ira no había sido la emoción que James había percibido.

Entonces, rompió a llorar. -Yo... no voy a hacer daño a nadie-, sollozó. -Por favor, iré con Dumbledore, me iré a casa. Ya no tendrás que alojarte conmigo. Sólo... ¡no se lo digas al Ministerio! Me encerrarán-.

Harry vio que James y Sirius compartían una mirada de horrorizada alarma, e inmediatamente los dos estaban abrazando al chico rubio. -¡No seas estúpido! No vamos a decírselo a nadie!- dijo Sirius. -¡Y no queremos que te vayas!-.

-¡Eres nuestro amigo, Rem!- James estuvo de acuerdo, y se echó hacia atrás para jalar a Pettigrew hacia el montón de abrazos del grupo. -¿Y qué pasa si tienes un pequeño problema de pelaje?-.

El sonido que salió de Remus estuvo a medio camino entre una risa y un hipo. -Es un poco más que eso, James-, replicó, todavía llorando. -¡Me convierto en una enorme bestia sedienta de sangre una vez al mes!-.

-Mides cinco centímetros enteros menos que yo, Lupin-, le recordó Sirius. -Seguro que no eres tan enorme, ni siquiera como lobo-.

-Además, si Dumbledore lo sabe, seguro que no pasa nada-, añadió Pettigrew.

Remus se zafó del abrazo, mirando al trío con incredulidad, con las mejillas aún húmedas por las lágrimas. -¿No... no les importa? ¿No se lo dirán a nadie?-.

-Será nuestro secreto-, prometió James, radiante. -No te vas a librar de nosotros tan fácilmente, Remus Lupin. Somos los mejores amigos-.

-Para siempre-, añadió Sirius con un asentimiento decisivo.

Harry vio la amplia y maravillosa sonrisa que cruzó el rostro del joven Remus, y luego el recuerdo comenzó a desvanecerse, y él estaba de nuevo en la sala de estar, con una sonrisa en su propio rostro. Remus lo miró expectante.

-¡Eran tan pequeños y adorables! ¿Cuándo fue eso, en segundo año?-.

-A finales de primero-, suministró Remus, recuperando su memoria con una sonrisa cariñosa. -Yo también pensé que sería el último. Pero me guardaron el secreto, pase lo que pase-.

-Te lo dijimos, mejores amigos para siempre-, insistió Sirius, sonriendo. -¡Ahora me toca a mí! No te preocupes, Harry; la rata no está en esta-. Arrancó un recuerdo de su cabeza, dejándolo caer en el pensadero. -Adelante, cachorro-.

Así que una vez más, Harry se sumergió en un recuerdo.

Esta vez se encontró en el salón de la Mansión Potter, decorado para la Navidad. Tres de los cuatro Merodeadores estaban tirados en una enorme alfombra persa en el suelo, mirando al techo. Esta vez, Harry los situó en torno a los diecisiete años o así; mayores de lo que habían sido en el recuerdo de atormentar a Snape, pero todavía estudiantes. Navidad de su sexto año, o tal vez incluso séptimo.

-Espero que a Lily le guste el regalo que le envié-, suspiró James, y Sirius soltó un gemido.

-Lo descubrirás cuando volvamos al colegio-, zumbó, pateando ligeramente la cadera de James. -¿Puedes dejar de pensar en ella durante cinco minutos enteros, Prongs?-.

-Todos sabemos que no puede-, dijo Remus secamente. Se sentó, con el pelo desgreñado cayéndole en los ojos. Definitivamente eran los años setenta, incluso para su moda mágica; los tres tenían impresionantes mechones de pelo emplumado, aunque el de Sirius estaba cortado con más estilo que los otros dos. Por otra parte, Sirius también llevaba delineador de ojos y una falda escocesa roja.

-Parecen demasiado sedentarios para mi gusto-. A Harry se le cortó la respiración en la garganta; en la puerta había una hermosa mujer india, con el rostro delineado por la edad, pero los ojos brillantes y cálidos. -Siempre sospecho cuando te quedas quieto durante demasiado tiempo-.

-Estamos aburridos, mamá-, se quejó James. La mujer -(Euphemia Potter)- se rió ligeramente. El corazón de Harry tartamudeó.

-Bueno, no podemos tener eso-, se burló ella. -Quizá tu visita te anime un poco-.

Los tres chicos la miraron fijamente. -¿Visita?- Preguntó Sirius, confundido. -No es Pete, ¿verdad? Se supone que está en Alemania-.

-No, no es Peter-.

Euphemia se hizo a un lado, y Harry jadeó; allí estaba Lily Evans, con los ojos verdes brillando tan parecidos a los de Harry, unos copos de nieve derritiéndose en los hombros de su jersey azul oscuro. Saludó tímidamente con la mano, y luego se rió cuando James se estrelló de cabeza contra la pata de la silla en su prisa por levantarse.

-¡Lily Flor!- Se apresuró a acercarse a ella, tomándola de las manos. -¿Pensé que estabas con tu familia?-.

-Me he peleado con mi hermana-, contestó Lily, con una voz que provocó escalofríos en Harry; seguía siendo tan Brummie como cuando era niña, pero más suave; más parecida a la mujer que oía en sus sueños, rogando que le perdonaran la vida. -Ha traído a su prometido por Navidad y es lo peor, no podía soportar más estar allí. Así que le dije a mamá que iba a salir un rato, y... dijiste que podía visitarte, si tenía la oportunidad. Siento no haberte avisado-.

De repente, James la abrazó y la hizo girar con un grito de alegría. -La mejor sorpresa de la historia-, declaró, besando la punta de su nariz. -Lily puede quedarse a cenar, ¿verdad, mamá?-.

-Por supuesto, querido-, aceptó Euphemia. -Lily, siempre eres bienvenida aquí. No es ningún problema poner la mesa para uno más; ¡los elfos cocinan para un ejército sólo para alimentar a Sirius!-.

-¡Soy un niño que crece!- protestó Sirius indignado, mientras Lily soltaba una risita.

-Sí, y me gustaría que dejaras de hacerlo; ya eres más alto que Monty-, se burló Euphemia. -Un poco más y tendremos que hacer la chimenea más grande para que no te rompas la cabeza haciendo floo a casa-.

Harry vio la forma en que las mejillas de Sirius se sonrojaron, sólo un poco, como si todavía no se hubiera acostumbrado a pensar en la Mansión Potter como un hogar. Harry conocía esa sensación.

James rodeó la cintura de Lily con un brazo, y luego se congeló. -Lils-, dijo lentamente, -¿hay nieve en tu jersey?-.

-¿Sí? ¿No te has dado cuenta de que está nevando fuera?- preguntó la pelirroja, desconcertada. Los ojos marrones de James se redondearon detrás de sus gafas.

-¿De verdad? ¿Cuánto tiempo lleva nevando, mamá?-.

-Míralo tú mismo-.

Harry siguió a su padre hasta la ventana, mirando hacia el jardín que se oscurecía para no ver más que un manto de blanco. James gritó emocionado. -¡Por qué no nos lo habías dicho!-.

-Perdoname por pensar que eran lo suficientemente mayores como para darsen cuenta-, respondió Euphemia secamente.

-¿Estás pensando lo mismo que yo, Prongsy?- preguntó Sirius, y con un movimiento de su varita su falda escocesa se convirtió en un par de pantalones de lana de tartán, metiéndose dentro de sus botas de motorista.

-Siempre pienso lo que tú piensas, Padfoot-, replicó James de una forma muy propia de los gemelos Weasley. Lily resopló.

-Espero que no, o tendré muchas preguntas sobre tus sentimientos hacia Polly Ashton-, bromeó, y James la envolvió en un abrazo de oso.

-Sabes que sólo tengo ojos para ti, mi amor-.

Mientras esto ocurría, Remus y Sirius invocaban y transfiguraban sombreros y bufandas, cubriéndose con encantos calentadores. Después de quince segundos de ver a James y a Lily mirándose a los ojos, Sirius lanzó un par de guantes hechos una bola a la cabeza de James. -Eh, tortolitos, ¿estamos haciendo muñecos de nieve o qué?-.

James y Lily se miraron mutuamente, obteniendo idénticas sonrisas competitivas. -Te toca-, declaró Lily a modo de desafío.

El recuerdo continuó a través de los cuatro corriendo fuera, primero construyendo muñecos de nieve juntos -(James y Lily contra Sirius y Remus)-, luego, cuando Sirius declaró que Lily era demasiado buena en los muñecos de nieve y golpeó su esfuerzo con el cuerpo, en la viciosa pelea de bolas de nieve que siguió -(James y Sirius contra Remus y Lily), cuando Remus estuvo de acuerdo en que Sirius había hecho trampa en el concurso de muñecos de nieve y James había saltado para defender el honor de su mejor amigo.

Sólo terminó cuando una voz los llamó para cenar, y Harry apenas pudo ver a través de sus lágrimas cuando por fin pudo ver por primera vez a Fleamont Potter. Si cabe, Harry vio más de sí mismo en su abuelo que en su padre; Fleamont era ágil como Harry, mientras que James era un poco más ancho de hombros. Sirius era, en efecto, más alto que el patriarca de los Potter, aunque seguía brillando de alegría cuando Fleamont le alborotaba el pelo al pasar junto a él al poner la mesa.

James se comportaba de la mejor manera posible; no había ni rastro del chico arrogante que había puesto patas arriba a Severus Snape después de su examen de OWL. Era divertido, y todavía un poco cabezón, pero Lily desinflaba su ego con gusto cuando era necesario. Sirius también era más maduro, más parecido al Sirius que Harry conocía. Remus seguía siendo el mismo, observando todo con ojos cariñosos y una sonrisa indulgente, y de vez en cuando soltaba alguna ocurrencia que hacía reír a toda la mesa.

Y a pesar de todo, James y Lily se miraban como si no hubiera nada mejor en el mundo.

Harry estaba llorando cuando el recuerdo finalmente terminó, y abrazó a Sirius con fuerza, sonriendo contra el hombro del hombre. -Gracias-, respiró, con el corazón tan lleno que sentía que iba a estallar. Le dolía saber que se había perdido cenas familiares como aquella, con sus abuelos y padres, Sirius y Remus alrededor. Pero sólo verlos así para empezar, juntos y felices... era más de lo que Harry podría haber soñado.

-Yo... yo también tengo un recuerdo que ofrecer, si quieres-, dijo Snape, más dubitativo de lo que Harry le había oído antes. Harry se limpió la cara, asintiendo con entusiasmo. Aprovecharía cada trozo de recuerdo que pudiera conseguir sabía que sería uno bueno. Snape no estaba de humor para mostrarle lo horrible que podía ser James Potter, no ahora. Hoy no.

Sirius recuperó su memoria, y Harry trató de estabilizar su respiración mientras Snape recogía la suya, colocándola en el líquido que se arremolinaba. -No es muy largo, pero... ella querría que lo vieras-.

Harry se preparó y se sumergió en él.

Estaban sentados frente a una cafetería. Muggle, por su aspecto; un poco destartalada, con la pintura descascarillada en el letrero. Era un día gloriosamente soleado y allí estaba Severus Snape, vestido de negro y con las mangas abotonadas hasta las muñecas.

Y frente a él estaba sentada una Lily Evans muy embarazada.

Harry la miró con ojos de sorpresa; su madre, con su vestido de maternidad, con los pies enfundados en sandalias apoyados en la pierna de Snape vestida de vaqueros. -Odio esto, Sev-, gimió en voz alta. -Agradece que no puedas quedarte embarazado-.

-Créeme, lo estoy, frecuentemente-, aseguró Snape secamente. -No te queda mucho tiempo, Lily. ¿Tres semanas, ya?-.

-Dos y media-, respondió Lily. -No es que esté contando cada día ni nada por el estilo. Y eso suponiendo que el cabroncete salga a tiempo; si se parece en algo a su padre, se retrasará una semana sólo para dar la nota-.

El rostro de Snape se ensombreció muy brevemente al mencionar a James Potter, pero desapareció cuando Lily volvió a levantar la vista. -Pero esa es la cuestión, Severus dentro de tres semanas, no será sólo esta horrible barriga enorme y los pies hinchados y los calambres en las piernas y la necesidad constante de orinar, y todo lo demás. ¡Será un bebé de verdad! Un bebé del que James y yo somos responsables-.

-Estoy seguro de que preferirías no escuchar mis opiniones sobre la capacidad de crianza de Potter-, dijo Snape. -Pero no tienes nada de qué preocuparte, Lily. Serás una madre maravillosa-.

La sonrisa que le dedicó Lily fue cegadora. -Eso espero. Es que... ¡no sé qué hacer! Tunie no ayuda acaba de decirme que dar a luz es la cosa más dolorosa y aterradora del mundo, y que nunca volveré a sentirme igual ahí abajo.-.

Snape se puso un poco verde ante la idea. -Teniendo en cuenta la foto que me enseñaste de esa pequeña ballena que dio a luz, no me sorprende-.

Lily se rió, incluso mientras lo miraba con desprecio. -¡Sev! Eso es malo. Es mi sobrino y es maravilloso. Aunque sea la mitad de Vernon-.

-Es la mitad que es de Tunie la que me preocupa más-, gruñó Snape, con los ojos brillando. Lily se rió más fuerte.

-Te juro por Dios, Sev... ¡deja de hacerme reír, que me voy a mojar!- regañó, y eso hizo que Snape se riera, con un sonido ligeramente oxidado, como si no estuviera acostumbrado a hacerlo. Entonces los ojos de Lily se suavizaron. -Lo sé... sé que me he quejado de estar embarazada todo el tiempo, y todavía no he hecho la parte del parto y puede que sea lo peor del mundo. Pero... sabes que todavía estoy feliz de cargar por ti y Remus, ¿verdad? Si quieres eso. Sólo tienes que pedirlo-.

El humor murió de la cara de Snape, junto con el poco color de su piel. -No seas ridícula, Lily-, espetó. -Remus y yo no podemos ni siquiera mantenernos juntos, y mucho menos un niño-. Sus labios se fruncieron cuando Lily abrió la boca para responder. -No lo hagas. Es... simplemente no lo hagas. Hoy no-.

Dos pares de ojos verdes observaron al hombre rascarse el antebrazo izquierdo, bajo la manga de la camisa.

-Concéntrate en el que llevas-, añadió Snape, con la tristeza forzada en su tono. -Sabes muy bien que Potter también querrá un segundo-.

-Esperaría si se lo pidiera-, dijo Lily con facilidad. -Tenemos que resolver el primero. James sigue teniendo problemas con el tema del cambio de pañales, y yo no entiendo ni la mitad de lo que dice el libro de encantamientos para criar niños que me recomendó Molly Weasley-. De repente, los ojos se le llenaron de lágrimas. -Ojalá mamá estuviera aquí. Ella me ayudaría-.

-Lo haría-, convino Snape, acercándose para colocar una mano pálida sobre la de Lily en la mesa. -Pero te las arreglarás sola. Tú y Potter-.

Lily suspiró, girando sus dedos bajo los de Snape para sostener su mano. -Cuando no tenga el tamaño de una ballena, juro que los sentaré a los dos y los obligaré a discutirlo todo hasta que al menos puedan ser civilizados el uno con el otro. Remus me ayudará-.

-Eso no es necesario, Lily...-

-Sí lo es-, insistió ella. -James pidió a Sirius como padrino para este, pero te tengo apuntado para el siguiente, así que tendrás que soportar estar en la misma habitación que James para entonces. Ya sabes. Pasos de bebé-. Su sonrisa era cariñosa, su mano apretando la de él. -Tienes que enseñar a todos mis hijos a ser buenos en Pociones. Y a mentir, cuando lo necesiten; Jim y yo no sabemos mentir ni de coña. Y puedes meter el miedo de Dios en los pequeños mocosos cuando no estén escuchando a su mamá y a su papá-.

-Yo... lo intentaré, Lily-, prometió. -Pero sabes que es más complicado que eso. La guerra...-

-A la mierda la guerra-, dijo Lily con firmeza. -Lo sé, es el peor momento para tener un hijo, y puede pasar cualquier cosa. Sé que estamos en bandos diferentes de este maldito asunto-, añadió con una mirada afilada. -Pero también sé que tú, Severus Snape, eres un buen hombre, y que vas a querer a mi hijo, joder. Sé que voy a querer a mi hijo-. Bajó la mirada hacia su chichón, acariciándolo suavemente con la mano libre. -Ya lo quiero mucho, Sev, y aún no ha nacido-, susurró. -Pero es aterrador, saber lo que viene. Y necesito saber que mi mejor amigo al menos va a intentar llevarse bien con mi familia, cuando las cosas estén mejor-.

-Remus es tu mejor amigo-, intentó Snape con poco entusiasmo, sólo para ser fijado con una mirada.

-Lo será si sigue hablando así, señor-, advirtió ella. Snape vaciló bajo su mirada, y luego logró una pequeña sonrisa.

-Vas a ser una madre brillante, Lils-, le aseguró en voz baja. -Ese niño tiene suerte de tenerte-.

Ella le sonrió, mientras su otra mano seguía acariciando su bulto. -Eso espero-, murmuró. Luego, con lo que parecía un esfuerzo considerable, soltó la mano de Snape y se puso de pie. -Voy a tomar otro trozo de pastel-, declaró. -Sólo tengo unas semanas más con la excusa de comer por dos, ¡voy a aprovecharlo al máximo!-.

Snape la vio irse, su mano se dirigió una vez más a su antebrazo izquierdo, sus ojos cayeron sobre la Marca oculta con una mirada de disgusto. Y entonces el recuerdo se desvaneció, y Harry volvió a sentarse en el sofá.

-Yo... vaya-. Había aprendido tanto en ese único recuerdo, que Harry apenas podía comprenderlo todo. La mandíbula de Snape se tensó un poco. -Gracias por enseñarme eso, profesor. Es... sí-. Consiguió sonreír, incluso mientras las lágrimas le resbalaban por la cara. -Pero has cumplido tu promesa. En su mayor parte-. Snape parpadeó, perplejo. -Sí me enseñaste a ser bueno en Pociones-, señaló Harry. -Tal vez no a mentir, pero sí a ser mejor mintiendo. Y seguro que me metiste el miedo en el cuerpo, varias veces-.

Un tiempo, y luego esa risa oxidada de nuevo, un ruido aún más extraño ahora. -Supongo que tienes razón-, admitió Snape, con un extraño brillo en los ojos.

Harry estaba completamente agotado por las emociones que había experimentado en las últimas horas, y por el aspecto de los tres hombres que lo rodeaban, ellos tampoco estaban muy lejos. -Creo que me voy a la cama-, declaró, inclinándose hacia Sirius para darle un abrazo. -Ha sido un día muy largo-.

-Muy cierto-, coincidió Sirius, besando su frente. -Duerme bien, cachorro. Y el pensadero estará aquí, si quieres ver más recuerdos en otro momento. Sólo tienes que pedirlo-.

Harry sabía que algún día pediría los recuerdos difíciles; los momentos en los que James era un capullo y Lily le odiaba. Pero ahora mismo quería montarse en la cálida sensación de los recuerdos que le habían mostrado hasta ahora.

Se levantó, abrazando fuertemente a Remus. Luego, haciendo acopio de valor, abrazó también a Snape. -Mamá tenía razón-, susurró, asegurándose de que miraba directamente al Slytherin, sin inmutarse. -Eres un buen hombre, Severus Snape-, se hizo eco de sus palabras, viendo cómo los ojos oscuros se abrían de par en par.

-Yo... trato de serlo. Por ella. Y por ti-. Su garganta se estremeció al tragar. -Por esta familia-.

Harry dio un paso atrás, las manos cayendo de los costados del hombre, y tras un breve asentimiento se dio la vuelta para salir de la habitación, dirigiéndose a la cama. Deseó poder acurrucarse en los brazos de Draco, llorar con alguien que no tuviera su propia pena por Lily y James Potter. Pero estaba bien; aunque llorara, sabía que cuando se durmiera, soñaría con su familia. Y sería maravilloso.

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