Parecía imposible que hubiese transcurrido tanto tiempo desde que los Moon volvieron a Miami, se les había hecho un abrir y cerrar de ojos y en pocas semanas sería Navidad. Ally se encontraba en la cocina preparando macarrones con queso para toda la familia, era su cumpleaños y después de todo lo que había pasado con Nelson y Trish casi se le olvida.
Por suerte a su marido no. Esa mañana se había levantado temprano y se había llevado a los niños a casa de sus padres. En la almohada, al lado de una Ally completamente dormida, había dejado una cesta y una nota en la que ponía «Te mereces un rato para ti, volveremos a la hora de comer, te quiero»; la cesta estaba llena de velas, sales de baño y jabón aromatizado.
Disfrutando de cada instante se metió en la bañera, le habría gustado poner el agua ardiendo pero el médico le había prohibido tajantemente hacerlo, sobretodo durante el primer trimestre. Así que a regañadientes se sumergió en el agua templada mientras las velas y las sales hacían que un maravilloso olor a vainilla inundase el cuarto de baño.
Con el jabón empezó a masajearse la tripa y tardó unos segundos en darse cuenta de algo ¿desde cuando era tan grande? Las primeras señales de que llevaba dos pequeñas vidas dentro estaban apareciendo y la suave redondez de su vientre consiguió hipnotizarla hasta que el agua se enfrió y tuvo que salir y envolverse en la gigantesca toalla de Austin.
Se secó la cara y no pudo evitar inhalar profundamente, olía a él. Era un aroma agradable, difícil de identificar, simplemente olía a Austin, olía a casa, a seguridad, a felicidad.
Se vistió lentamente, era uno de esos días en los que no puedes evitar que tu mente vague de un sitio a otro, se entretuvo contemplando las fotos de su familia que decoraban la pared del dormitorio, se entretuvo mirando su ramo de novia, aquel que había mandado secar, era como si se hubiese contagiado por la paz y la tranquilidad que se respiraban en esa casa.
—Feliz cumpleaños cariño— dijo posando un beso primero en su mejilla y luego en sus labios.
Tuvo que contenerse para no petar un sobresalto, mientras daba vueltas a los macarrones sus pensamientos habían vuelto a esa mañana. Pero mientras sus sentidos se acostumbraban a la realidad empezó a escuchar a los niños en la entrada, a saborear el beso de su marido, a oler ese maravilloso aroma que emanaba, y a ver la pequeña caja que había colocado delante suya.
La cogió y antes de que le diese tiempo a deshacer el lazo con el que estaba atada sus hijos entraron a la cocina tan rápido que parecía que estuviesen echado una carrera.
—¡Felicidades mami!— gritó Alex, que iba perdiendo.
—¡No vale yo he llegado antes! ¡Feliz cumpleaños mamá!— exclamó Ava —¡abre mi regalo!
Emocionada la niña le tendió a su madre su regalo torpemente envuelto en papel de las navidades pasadas.
—Ava es precioso, ¿lo has hecho tú sola?
—Bueno... el abuelo Lester me ayudó un poco— admitió.
Ally contemplaba emocionada el marco de fotos hecho con flores secadas y prensadas. En el centro se veía una foto de madre e hija en el campo de girasoles que habían visitado ese verano.
—¡Ahora el mío! ¡Este si que lo he hecho yo solo!— exclamó Alex.
—A ver... oh cariño ¡me encanta!
El regalo de su hijo pequeño era una taza en la que había escrito «Mamá te quiero». Ally no podía parar de sonreír, esos niños habían reflejado completamente su personalidad en los regalos, Ava tan perfeccionistas y Alex tan dulce. Les abrazó con lágrimas en los ojos, ¿por qué estaba tan sensible últimamente? Debía ser el embarazo.
—¿Quién quiere comer? ¡He hecho macarrones con queso!
Mientras sus hijos se peleaban por poner la mesa Ally terminó de espolvorear un poco de parmesano por encima de la pasta y sirvió los platos, de los que empezó a salir un olor tan delicioso que consiguió hacerles la boca agua a todos.
Cuando estaban terminando de comer sonó el timbre. Ella miró extrañada a su marido, ¿esperaba a alguien?
—Creo que deberías abrir, yo recojo esto— dijo él con una sonrisa pícara.
Ally fue hasta la puerta algo confundida y cuando abrió se vió bañada en una lluvia de confetti.
—¡Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos Ally, cumpleaños feliz!— cantaron sus amigos.
Allí estaban Dez y Trish, el pelirrojo cargaba con una tarta gigante en la que se podía leer «Felicidades Ally» pintado en letras rojas sobre el chocolate blanco.
—Quería que estuviésemos solo los cuatro, como en los viejos tiempos— comentó su marido a su espalda —he mandado a los niños arriba, antes de que vean la tarta y no quieran irse hasta que se acabe— bromeó.
Mientras Austin y Dez partían pequeños pedazos de tarta en la cocina, Ally y Trish se sentaron en el gigantesco sofá del salón.
—¿Qué tal estás?— preguntó Ally a su amiga.
—Tengo días buenos y días malos— contestó —a veces pienso en llamar a Jace, se me olvida que ya no está —la mujer suspiró intentando no perder las fuerzas para seguir hablando —pero tener a Magnolia a mi lado me da toda la alegría que necesito, ¡y hoy es el cumpleaños de mi mejor amiga y nada del mundo puede hacerme estar mal en un día así!
En ese momento llegaron los hombres con los platos de tarta, en el de Ally había una vela diminuta pinchada en el medio.
—Casi se nos olvida que tienes que apagar las velas— dijo el pelirrojo —no puedes perder tu deseo de cumpleaños.
Su marido le puso el trozo delante y ella cerró los ojos y sopló, cuando los abrió todos la miraban expectantes, sabía que iban a preguntarle cuál era su deseo pero no lo iba a decir, no podía permitir que no se hiciera realidad. Había deseado que siguieran todos juntos para siempre.
—Tío, ¿podrías partir otro trozo de tarta?— preguntó Austin al pelirrojo.
—No tengo hambre pero vale— contestó él mientras se levantaba e iba a la cocina.
El rubio abrió la boca para quejarse pero antes de poder decir nada sacudió la cabeza y se encogió de hombros. Tendría que haber ido él mismo a por ella.
—Ya queda muy poco para Navidad, ¿sabéis ya lo que vais a hacer?— preguntó Ally.
—Yo creo que me quedaré en casa con Magnolia, no me imagino tener que ir a casa de mi madre y soportar a mis tropecientos primos y sus familias.
—Darrie está ocupado hasta la mañana de Nochebuena así que no podremos ir a Los Ángeles con la familia de Carrie— dijo Dez que volvía en ese instante con un nuevo pedazo de pastel que Austin se quedó mirando embobado.
—¿Y vosotros? ¿Iréis a casa de Mimi y Mike como en los viejos tiempos?— preguntó Trish.
—No... Mimi ya no puede hacerse cargo de algo así...— comentó Ally —me va a tocar prepararlo todo aquí, menos mal que aún no estoy teniendo muchas molestias del embarazo, casi no he tenido náuseas matinales.
—Ya verás como todo saldrá genial, además me tienes a mí para ayudarte— le animó su marido.
—Si claro, y que todo el mundo termine cenando tortitas en Nochebuena— bromeó ella —por cierto... ¿queréis ver una cosa?
Sus amigos y su marido asintieron, mientras ella se levantó la blusa ancha que había tenido que rescatar del armario y les mostraba el descubrimiento que había hecho esa mañana.
—Oh, pero mira qué redondita— exclamó Trish contemplando la diminuta redondez que se empezaba a apreciar en la tripa de su amiga.
—Se que no voy a notar nada pero... ¿puedo tocarlo?— preguntó Austin nervioso.
Sin responder en un primer momento Ally rió y asintió con la cabeza, él tras asegurarse de que tenía la mano caliente la acercó tímidamente y la puso sobre el vientre de su mujer.
—¡Yo también quiero!— exclamó Trish divertida.
En un instante todos querían tocar a la embarazada, que de repente se vió rodeada de manos.
—Que calentita— dijo Dez sorprendido —la verdad es que yo me perdí casi por completo el embarazo de Carrie, estaba demasiado ocupado grabando «Claws, Dun, Dun, Dun 3»— confesó tras un suspiro.
El pelirrojo recordó amargamente como había pasado días enteros en el set de rodaje e incluso había dormido allí muchas noches mientras la pobre Carrie se quedaba sola en casa. Daría todo lo que tenía, todo el éxito de su saga, por volver atrás y poder cuidar de su mujer como se merecía.
—Pero estáis intentando tener otro hijo, ¿no?— preguntó Austin arrancándole de sus pensamientos.
—Si, lo estábamos intentando pero...
No fue capaz de contestar, era como si las palabras se hubiesen quedado atrapadas en su garganta y por mucho que intentaba decirlas no podían salir. Todos quitaron las manos de la tripa de Ally, que volvió a colocarse la ropa, y le miraron expectantes.
—Dez si necesitas hablar sabes que estamos aquí— dijo Trish poniéndole la mano en el hombro.
—Trish, tú ya lo sabes— murmuró él extrañado, tras lanzar un suspiro que le ayudó a ser consciente de que esos eran sus amigos y debía confiar en ellos lo soltó —soy estéril, me he hecho pruebas y es prácticamente imposible que pueda volver a tener hijos.
—Oh no, pobre Dez, lo siento muchísimo y yo hablando de mi embarazo sin parar no puedo creer que sea tan estúpida— sollozó Ally.
—No te preocupes, es maravilloso que vayas a tener dos bebés, estoy deseando convertirme en su tío favorito— la consoló el pelirrojo.
—¿Y cómo se lo ha tomado Carrie?— preguntó Austin.
—Ella... aún no lo sabe... fui a hacerme la prueba sin que lo supiera.
—Tienes que decírselo, se que va a ser duro y que no imaginas cómo puede reaccionar pero es tu mujer y se merece saber la verdad— dijo Trish.
—Si, supongo que si— musitó Dez —es solo que tengo miedo de que me eche la culpa, aunque técnicamente lo es...
—¿¡Pero como va a ser culpa tuya!?— exclamó enfadado su amigo dándole un golpe en el hombro —deja de decir tonterías, Carrie te quiere y lo comprenderá.
•••
La tarde pasó más rápido de lo que ninguno hubiera podido imaginar, comieron tanta tarta que al final no podían casi ni moverse del sofá pero cuando Ava y Alex bajaron preguntando por la cena, Trish y Dez reunieron las fuerzas suficientes para levantarse, despedirse e irse.
—¿Qué hay de cenar?— preguntó la niña.
Austin y Ally se miraron y sin palabras entendieron que ninguno de los dos tenía ganas de levantarse a preparar algo así que ella, ignorando por un día la dieta equilibrada que intentaba establecer en su casa, preguntó:
—¿Queréis tarta?
Sus hijos exclamaron emocionados y mientras Ally iba a por un par de pedazos a la cocina, Austin intentaba elegir una película que les gustase a los pequeños para hacer una noche de cine.
—Mamá, ¿cuando tú comes tarta los bebés también?— quiso saber Alex.
Ally no pudo evitar reírse ante las ocurrencias de su hijo y con dulzura le contestó.
—Si, más o menos.
—Yo aún no entiendo eso de que estén en tu tripa.
—Mira Alex, la peli va a empezar— dijo Austin redirigiendo la atención del niño y salvando la situación, al menos por el momento.
•••
—Venga, a la cama— susurró el rubio acariciando suavemente la mejilla de su mujer.
Incapaz de hablar ella respondió con un gruñido y abrazando más fuerte el cojín al que se había agarrado. Él rió e intentó cogerla en brazos, pero era complicado hacerlo sin preocuparse por si le hacía daño.
—Cariño no puedes dormir en el sofá, ya he acostado a los niños, solo quedas tú— insistió Austin entre risas.
Cada vez más despierta Ally se levantó, con paso lento fue a la cocina a beber agua, pero algo llamó su atención. Era el regalo que le había dado su marido esa mañana. Olvidando la sed abrió la caja y aguantando la respiración sacó lentamente lo que había en su interior.
Continuará...