El hilo que nos une.

By shheeyla_

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[EN PARON, PENDIENTE DE ACTUALIZAR] Habían oído hablar del hilo rojo del destino, pero nunca se podrían haber... More

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By shheeyla_

­ Sábado, 18 de febrero del 2019.

VERONICA LINCOLN

Esa mañana mi cabeza no estaba donde tendría que estar. Miraba a la nada pensando en la conversación que mi madre mantuvo con Raimond a noche. ¿Se conocían? ¿Cómo mi madre iba a ser "amiga" de él? Un científico rico y engreído. ¿Y a que vino ese "Intenta contactar con tu marido"? ¿También conocía a papa? Entonces, ¿Desde hace cuánto se conocen?

Mi mano cada vez removía el café aguoso que me habían traído para desayunar con más intensidad. Después, agarré el trozo de pan y lo comencé a untar con la mantequilla sin sal que venía con él.

— Verónica.

Mi cabeza lo ignoro por completo.

— ¡Verónica! — gritó finalmente.

Pegue un brinco del susto y la mire extrañada.

— Verónica hija ¿estas bien? — me preguntó.

— ¿Yo? Si. Claro. Perfectamente. — intente disimular. — ¿Por qué no iba a estarlo, mama?

Ella no me contesto, pero se limitó a señalar mis manos untando el pan, lo que hizo que yo también enfocara mi atención.

Ahora entendía su cara de desaprobación. Tenía todo el pan descuartizado sobre mi mano.

Ella me quito el pan y el cuchillo. — Verónica, enserio. Cuéntame que mosca te ha picado. — dijo.

No sabía lo que hacer. ¿Debía de sacarle el tema? ¿Decirle que le vi hablando con el padre de Caleb?

— Que ya te he dicho que no me pasa nada mama. — mentí finalmente un poco más borde de lo que me esperaba.

Al parecer ella también se sorprendió con el tonito de mi contestación. Pero sus ojos surcaron toda la habitación para finalmente posarse en la vía de mi brazo y no dijo nada.

Chasquee la lengua con impotencia y me cruce de brazos como una niña pequeña. A veces tendía a hacerlo.

Ella se levantó y señalo la bandeja de desayuno que estaba situada frente a mí. — ¿Vas a comer más o me lo puedo llevar?

— Puedes. — Conteste con frialdad.

Sabía que mi madre no tenía la culpa de nada de esto que estaba pasando últimamente en mi vida. Y no tenía muy claro por qué razón estaba hablando de esa manera con ella. Me dolía, pero no podía evita hacerlo. El estrés que llevaba encima no me lo permitía.

Pasaron diez minutos, unos largos e inquietantes diez minutos. De mientras, una frase, la cual no sabía dónde había escuchado, no paraba de viajar por cada uno de los recovecos de mi cabeza.

"El lugar más feliz de la tierra"

¿De dónde habría salido?

De pronto alguien abrió la puerta, lo que hizo que mis pensamientos se evadieran por completo, otra vez. Era mi madre, acompañada de una señora pelirroja, aparentemente médico.

— Buenos días, Verónica. Soy la doctora Becker. — Sonrió. — Tienes buena cara. ¿Has dormido bien?

Le devolví la sonrisa amistosamente y asentí. Después mire a mama con confusión.

Ella siguió en silencio y la doctora volvió a hablar:

— Verónica, como tras las pruebas no hemos llegado a una conclusión exacta, hemos decidido que te quedes un tiempo más aquí en el hospital.

El conjunto de palabras "Un tiempo más" retumbo en mis oídos como un tambor. Inmediatamente mire a mi madre confusa. Ella ya lo sabía, lo note en su expresión. La doctora se lo debió de decir de camino hacia aquí.

Prosiguió. —Por lo tanto, como hemos comprobado que lo que sea que te pase no está causado por un virus, te trasladaremos a la última planta. Ahí tendrás una habitación más amplia y la podrás decorar a tu gusto y acorde a tus necesidades.

— ¿Cuánto tiempo más? — Pregunte intentando no parecer muy alarmada. Ya había parecido una loca delante del enfermero guaperas de ayer y no me apetecía que todo el personal del hospital me conociera como la loca paranoica.

— Por el momento, de una a dos semanas. Todo varía según los resultados de las siguientes pruebas que te ágamos. — me contestó con toda la calma del mundo.

Mire a mi madre. — ¿Y el dinero? ¿No será muy caro? No nos lo podremos permitir.

Mi madre iba a decir algo cuando la doctora le interrumpió. — Por eso no te preocupes Verónica, el padre de uno de nuestros pacientes se ha ofrecido a pagar todos los gastos de la estancia, medicinas, etc.

Volví a mirar a mi madre. — ¿El padre de un paciente? ¿Quien?

Sabia casi al cien por cien que se refería a Raimond, pero quería que ella misma lo dijera. Pero para mi desgracia, no dijo nada.

La doctora volvió a interferir. — El hombre pidió que no se te dijera nada, así que mantendré la boca cerrada hasta nuevo aviso.

¿Era de eso de lo que estuvieron hablando ayer? Y si lo fue, ¿Qué tenía que ver papá con todo esto?

— Tengo que atender a más pacientes. Te trasladaran después de la comida. Que paséis buen día. — Se despidió.

· · ·

Las puertas del ascensor se abrieron de par en par y salimos de él. Mi madre, arrastraba la maleta en la que había metido todas mis cosas, y yo, solo tenía que llevar el gotero al cual mi brazo estaba conectado a través de una larga aguja.

En esta planta los pasillos eran más amplios y había zonas de juegos, televisiones, sillones, etc. Había personas de la tercera edad jugando a juegos de mesa, niños con juguetes... todos estaban enfermos. Algunos sin pelo por causa de la quimioterapia, otros demasiado pálidos y otros con aparentes síndromes, lo cuales alteraban su aspecto físico.

Seguí a mi madre hasta la nueva habitación, ya que yo no conocía el camino. Cruzamos varios pasillos llenos de puertas hasta que mi madre se paró delante de una.

847

Estaba a punto de abrirla cuando de repente un hombre alto de pelo negro y barba grisácea salió de una habitación tres puertas más adelante. Mi corazón se aceleró al instante al ver quien era. De mientras, nacía una leve sonrisa en la cara de mi madre.

Raimond Anderson.

Él sonrió. — ­Hola señorita Lincoln, hola Verónica. ¿Qué hacéis por aquí? — preguntó amablemente.

— Le han cambiado de habitación. — Contestó mi madre sonriente de mientras que me señalaba con el dedo pulgar.

— ¿Cómo sabe mi nombre? ¿Me conoce? — le pregunte desconcertada.

Una leve carcajada salió por su boca. — Claro que te conozco Verónica, vas a clase con mi hijo desde que erais unos renacuajos.

Eso lo sabía, pero nunca me hubiera imaginado que una persona como Raimon Anderson, el famoso científico más rico de todo Michigan, sabría mi nombre. Me esperaba que fuera una persona bastante ignorante. Una persona que solo preste atención a las cosas que le incluyen a él.

Lo único que me salió en ese momento fue quedarme callada, a lo que él y mi madre reaccionaron con numerosas carcajadas.

Señalé a la puerta de la habitación con inquietud. — Voy a ir sacando las cosas de la maleta. — dije, y antes de que les diera tiempo a decirme algo, yo ya había entrado y cerrado la puerta.

Cuando ya no me veían, suspire profundamente. Demasiadas emociones en un instante, o más bien, en dos días aquí.

Entonces, si Raimon salió de esa habitación, la 850. ¿Eso significa que esa era la habitación de Caleb? ¿Tan cerca estábamos?

Solo de pensar en que en cualquier momento me lo podría encontrar en el pasillo, hizo que me diera tal escalofrió que acabo erizándome toda la piel.

Comencé a deshacer la maleta y a colocar mis cosas en la habitación. Como dijo la doctora, esta era muchísimo más grande que la otra, así que saque varias cosas decorativas que le mande a traer a mi madre de casa y las puse encima de los muebles. En la pared de enfrente de la cama, en la esquina que la juntaba con la pared de la ventana, había un amplio corcho pegado a la pared. Así que lo único que se me ocurrió fue sacar los dibujos y bocetos de mi cuaderno y pegarlos con las chinchetas que se encontraban a una esquina. Al echarme para atrás y tener una vista general de cómo iba quedando, una sonrisa se dibujó inconscientemente en mi rostro. Ver todos los bocetos de fósiles, tesoros egipcios, y una gran variedad de cosas antiguas más, me hacía feliz. Me motivaba a seguir persiguiendo mi sueño de verlos en persona, y, sobre todo, encontrarlos y desenterrarlos con mis propias manos. Mi sueño de ser arqueóloga.

Todo el mundo comienza mirándome raro cuando descubren esta faceta tan inesperada mía, ya que tiendo a ser bastante ignorante con la mayoría de cosas que están de moda o le gustan a la mayoría de gente. Casi todas las personas de mi generación quieren estudiar cosas como, empresariales, derecho, medicina y esas cosas que, dentro de lo que cabe, tienen futuro asegurado en la mayoría de casos. No se les pasa por la cabeza dedicarse a cosas más artísticas o diferentes como la lexicografía como Yanet, el cine como Stuart o la escultura como Fred. Pero los entiendo, a veces suele dar miedo elegir algo que realmente nos gusta, ya sea porque tiene pocas salidas, por temor a fracasar, o incluso por miedo al rechazo de la gente de su alrededor.

Me puse los auriculares, y seguí añadiéndole detalles a la habitación para sentirme lo más en casa posible. Me acerqué a la mochila y lo vi, el kit de supervivencia que me había traído Fred ayer. Ahora mismo me venía de lujo. Cogí el medianamente pequeño maletín negro decorado con pegatinas de Hannah Montana, y lo abrí sin pensármelo dos veces. Dentro de él, había una cajetilla de tabaco, mi mechero rojo, un paquete de chicles extra fuertes y un pequeño bote de perfume lo suficiente fuerte y sutil como para tapar el olor. No era adicta al tabaco, pero llevaba casi tres días sin fumar, o al menos tres días en los que estaba consciente, y el cuerpo me lo pedía.

De pronto la puerta de la habitación se comenzó a abrir, e instintivamente cerré la caja y la volví a guardar en la mochila.

— Mi amor, ¿Qué tal vas? — dijo mi madre mientras entraba a la habitación. — ¿Necesitas ayuda?

— No, no, tranquila mama. Estoy casi acabando. — contesté mientras cerraba la mochila.

Ella anduvo por la habitación hasta detenerse en frente del corcho. De pronto, una enorme sonrisa apareció en su rostro y coloco su mano en mi hombro.

— Estoy deseando que cumplas tu sueño Verónica, nada me haría más feliz que eso.

· · ·

Me levanté sigilosamente de la cama, con cuidado de no despertar a mama. Y gotero en mano, me dirigí hacia la mochila, la cual estaba encima del escritorio. Rebusqué dentro de ella hasta encontrar el kit y lo guardé en el bolsillo delantero de la sudadera que usaba como pijama.

Tenía todo, pero la cuestión era ¿A dónde podría ir a fumar? La ventana de la habitación capto mi atención, de hecho, me pareció buena idea por unos segundos, pero mi cabeza rectifico, y supe que sería muy arriesgado. A parte de que entraría aire frio a la habitación y mama se despertaría, también corría el riesgo de que alguien me viera, o se quedara el olor.

Me pare a pensarlo unos segundos, y caí en la conclusión de que, al estar en la última planta del edificio, en algún lugar tendría que haber una puerta que diera a la azotea. Así que agarré el gotero, calce las zapatillas de casa y salí al pasillo sigilosamente.

A penas había algo de iluminación. La justa como para no chocarme contra alguna pared. Seguí todo recto por el pasillo pasando en frente de las habitaciones 848, 849 y la 850.

850

Caleb.

La puerta estaba entre abierta, pero no lo suficiente como para ver lo que había dentro.

Seguí mi camino con cuidado de que nadie me viera. A lo lejos pude ver una puerta al lado del ascensor.

Mi cabeza hizo click.

Exacto

Las escaleras.

Seguí andando, cada vez estaba más cerca de la puerta. Pero no conté con el pequeño detalle con el que tenía que lidiar. Había un mostrador de recepción justo en frente de mi destino. En él se encontraba una enfermera viendo algo en el ordenador.

No podía pasar, no con ella ahí. Era demasiado arriesgado. Pero cuando ya daba todo por perdido, pasó. El timbre de una de las habitaciones sonó. Lo que hizo que ella se levantara y fuera a ver qué ocurría.

Gracias Universo.

Volví a agarrar el gotero y me apresuré hacia la puerta mientras rezaba por que estuviera ahí la entrada a la azotea.

Entre y cerré la puerta a mi paso, para que finalmente mi mirada se iluminara al ver unas escaleras de subida. Las subí sin pensármelo dos veces. Al final de ellas, había una puerta. Una vieja y medio oxidada puerta de metal.

No me lo pensé dos veces y la abrí. Era pesada, así que tuve que ayudarme con todo el cuerpo para abrirla. Cuando finalmente empecé a ver un poco de exterior, un aire congelado golpeo mi cara haciéndome sentir un escalofrío que se extendió desde mi cuello hasta los dedos de los pies.

Finalmente salí y dejé que la pesada puerta volviera a su sitio dando un portazo. Observe todo mi alrededor, la azotea era enorme. Se podía apreciar lo realmente grande que era el hospital. Pero no había gran cosa, solamente cajas de electricidad y algún que otro panel solar. A lo lejos, a decenas de metros de distancia, había un helipuerto.

Camine hacia adelante, hasta llegar al muro de aproximadamente un metro cuarenta de alto, que separaba la azotea, de una caída al vacío. Como el hospital estaba situado en una montaña, estaba un poco mas alto que el resto de la ciudad. Desde mi posición se podía alcanzar a ver casi toda la ciudad. Se veía el instituto, la cafetería a la que frecuentábamos Fred y yo, la zona rica de la ciudad, con las enormes y lujosas casas que había en ella. Y más al fondo, separado por un puente que cruzaba el rio Detroit, mi barrio. El barrio de clase media-baja, o mejor conocido como, el barrio humilde. Somos un barrio bastante pobre, pero nos ayudamos entre todos, bueno casi todos, el señor Duncan no suele contribuir mucho. En navidad hacemos muchísima comida y luego la repartimos entre todo el vecindario, así, todos acabamos con una gran variedad de comida. Hasta cuando no se celebra nada, la señora Staff, la de el final de la calle, hace bizcochos y los reparte por todas las casas.

Quiero salir de aquí ya. Quiero volver a casa. Por favor, que esto no se alargue mucho más.

Suspire profundamente mientras cogía un cigarrillo y el mechero. Me lo coloqué entre los labios y finalmente, lo encendí. Deje que el humo saliera lentamente por mi boca y observe las vistas.

De pronto sentí la presencia de alguien. Sentía que se acercaba lentamente, como aquel día de camino al instituto. Pero esta vez era imposible que fuera Fred. De pronto, sentí una mano en mi hombro. Lo que hizo que me girara rápidamente para ver quien era.

Me quede paralizada. Ese pelo rubio despeinado, en movimiento por culpa del viento, y esos ojos azules que me miraban sorprendidos.

Caleb.

*FIN DEL CAPITULO*

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