Mátame Sanamente

By ashly_madriz

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Cualquiera puede creer que la vida de las porristas universitarias solo se trata de las piruetas, los chismes... More

Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58 (final).
Agradecimientos e información importante.
Aviso
Aviso 2

Capítulo 47

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By ashly_madriz

RECUERDOS Y FRACTURAS:

Creo que acabo de recordar algo, dije demasiado y se desbordó. ¿Por qué siempre me derramo? Creo que debería lavar mi boca con jabón. Dios ojala nunca hubiera hablado.  


Tres años en el pasado, 27 horas antes de la desaparición.

—¿Estás embarazada?

La voz de Samantha se había escuchado fuerte y clara en mi dirección. Mis piernas temblaron y tuve que recostarme contra la pared, mientras me recordaba a mí misma como respirar.

Esta se quedó observándome, meditando si era prudente hablar o no. En todo ese tiempo que transcurrió, en donde nos mirábamos la una a la otra, mi rostro conmocionado evitaba que pudiera fingir.

Apreté los dientes y alisé mi ropa, intentando modular las palabras. La garganta la sentía seca, totalmente obstruida antes de poder hablar.

—Piérdete, Samantha. Hoy no tengo ganas de hablar.

Un brusco y compasivo asentimiento fue su única respuesta, antes de girarse y tomar su lugar frente al pomo de la puerta.

Estaba demasiado estática como para poder pensar y ser mi yo usual, todo mi cuerpo temblaba y solo quería llorar. Congelándome, apreté los ojos una vez que las lágrimas amenazaron con salir.

Me veía bien, era saludable, me aseguraba de esforzarme al máximo para contrarrestar los comentarios malvados de las personas que me tachaban de puta. Era una buena atleta, la mejor animadora, la mejor gimnasta y bailarina de todo el lugar.

No era cierto, no podía ser posible y solo era un momento horrendo en donde la vida, como muchas otras tantas veces, pretendía burlarse de mí.

Sacudiéndome las lágrimas, obligué a mis pies a moverse y con una última mirada al pasillo, comencé a alejarme del lugar. Me di cuenta que habían pasado unos cuantos minutos y que hacía mucho rato el timbre de salida había comenzado a sonar.

Cuando llegué a casa el lugar se encontraba totalmente desierto para mi favor. Las lágrimas cayeron de mis ojos, mientras me mantuve de inmóvil como una roca, mirando las baldosas de las escaleras, pensando si debía subir.

Mis manos se apretaron como puños al borde del pasamanos, luchando contra el acechante demonio de la soledad dentro de mí.

Había una cosa más difícil que enfrentar a mi familia, y eso era enfrentar a mi verdadero yo.

La persona real, la adolescente que de verdad sentía y que diariamente era maltratada y rechazada como una paria. No la chica que todo el mundo veía como una estrella con cada giro, cada salto y cada acrobacia, llena de brillos y maquillaje.

Yo no era esa persona por más que intentara serlo.

¿Qué iba a hacer?

¿Cómo iba a mantener a un niño?

¿Lo iba a abortar?

¿Aiden iba a perdonarme?

Intenté acallar a todas las incógnitas que surgían en mi mente, pero ninguna tenía respuesta. Me sentía en un barco hundiéndose poco a poco. No iba a lograr sobrevivir mucho tiempo con el secreto, y por más que quería creer que esas cosas fallaban, las pruebas estaban ahí.

Mi padre iba a llegar en cualquier momento y debía recomponerme si quería verme presentable para la cena y no recibir ninguna bofetada en la cara.

Corrí hacia el baño y de entre mis cosas comencé a sacar un paquete de ansiolíticos. Amanda me obligaba a consumirlos para no parecer una perra psicótica delante de mi madre, a pesar de que nunca los tomaba, esa noche iba a necesitarlos.

Por más que le dijera que había algo más, nunca me creía. Según esta, yo solo era otra adolescente del montón, rebelde y con las suficientes ganas de llamar la atención.

¿Cómo iba a reaccionar si le decía que estaba embarazada del novio que tanto odiaba? O peor aún, si es que ya no lo sabía por parte de la doctora.

Luego de un rato me tomé las pastillas e intenté lucir lo mejor posible. No pasó mucho tiempo hasta que el ruido de la alarma siendo desactivada comenzó a sonar, indicando así que mi padre y su montón de amigos borrachos habían comenzado a llegar.

***

13 horas antes de la desaparición.

Sentí mi cuerpo congelándose, cuando el agua fría chocó contra mi espina dorsal, haciendo que mi piel se despegara de la comodidad del colchón. Me llevé las manos al rostro, al mismo tiempo que mis ojos intentaban adaptarse ante la incomodidad de la luz.

A mi alrededor lograba percibir una serie de sonidos inentendibles, mi visión se encontraba afectada y solo podía identificar un panorama borroso que detectaba el peligro.

Mi pulso se aceleró, a medida que mis ojos se esclarecieron y mis extremidades se pegaron más contra la superficie de la cama, haciéndome temblar.

—¿La niñita mojo la cama de nuevo? ¿No estás grandecita para eso, Kira? —La voz de a quien reconocí como Amanda se escuchó cruda y ronca contra mis oídos.

»¿Necesitas un escarmiento, niñita? ¿Qué hiciste para que tu madre se apareciera? ¿Le lloraste esta vez?

Su cuerpo se acercó al borde del colchón, mientras sus manos se extendieron para tocar las hebras empapadas de mi cabello. Al principio el toque fue suave y casi delicado, hasta que la palma de esta se cerró en un puño contra la piel de mi cráneo, jalando con todas sus fuerzas y haciendo que mi nuca golpeara repetidamente contra el respaldo de la cama.

Los hielos que me había lanzado minutos antes me escocieron la piel y sus golpes dolorosos estaban causando un gran hematoma contra mi cráneo afectado. Intenté patalear para que me soltara, pero esta no cedió, sabía que si gritaba o sollozaba iba a llamar a mi padre y las cosas iban a resultar peor.

No iba a llorar, tampoco sollozar. Mostrarle debilidad era perder.

—¿No piensas hablar, puta? —inquirió sin soltarme. Su mirada oscura haciendo un escaneo total en mi cuerpo.

Solo responderás cuando ella te llame.

No te equivoques.

Los golpes serán peores.

fuerte, las personas fuertes no lloran.

—No sé por qué vino, lo juro —mentí, queriendo sonar convincente, rogando a lo que sea que estaba en el cielo que escuchasen mis plegarias.

—¿Segura? —susurró en voz baja.

—Mierda, sí. —Incapaz de encontrar mi voz, simplemente sacudí la cabeza frenéticamente, para que se convenciera de que era verdad.

La había cagado, había dicho algo obsceno. Si mi madre estaba de regreso era porque se había enterado y ese iba a ser mi fin.

Los dedos de la mano contraria de Amanda, la que no me sostenía el cabello, se apretaron contra mi brazo. Instintivamente intenté apartarme, su tacto me quemaba, causándome unas náuseas casi incontrolables.

No respondió a nada, por el contrario me obligó a desviar la mirada solo para encontrarme cara a cara con el enorme collar de perlas que de seguro le había robado a mi madre.

Las joyas estaban en todas partes, algunas con símbolos religiosos cubrían cada centímetro de la parte superior de su vestimenta, sus brazos estaban llenos por brazaletes de perlas.

Las perlas significaban lágrimas.

Todo lo sentía frío producto al agua y el hielo que había lanzado para despertarme, necesitaba con urgencia una manta e intentaba mantenerme despierta para no desmayar.

Me quedé observándola, hasta que un golpe seco resonó sobre la puerta, haciendo que esta tuviera que liberarme para permitirme respirar por un momento, pero en vez de irse, Amanda solo abrió la puerta, haciendo pasar a la chica de servicio, quien en sus manos llevaba un cubo de basura y un trapeador.

Inmediatamente la habitación se llenó de un olor rancio, como a hierro mezclado con orina.

Di una mirada en su dirección, aterrada del objeto, ya que sabía cuáles eran sus intenciones y lo que estaba a punto de hacer. Luego de que la chica con traje de mucama se fuera, mi institutriz colocó cuidadosamente el cubo contra la mesa de noche y procedió a mirarme con recelo antes de hablar:

—¿Vas a decirme sobre la llamada que recibiste de tu madre para las fotos familiares?

—No sé de qué me estás hablando —le dije claramente, sintiendo mi estómago retorcerse. Tuve que contenerme para no fulminarla con la mirada.

—Ni se te ocurra terminar esa maldita frase, niña —espetó.

Quise decirle algo más, pero de mi garganta solo salieron palabras inentendibles que no puede ser capaz de controlar, por lo que solo le negué con la cabeza para incorporarme, de nuevo esta solo me detuvo.

Había cometido un error al no saber responderle. Amanda no iba a permitir que saliera victoriosa de una contienda. Sus manos sujetaron el cubo de basura y poco a poco el resonar de sus tacones contra la madera me advirtieron de que su presencia estaba cerca.

Mi corazón comenzó a golpear contra mi pecho y una gota de sudor helado me corrió hacia abajo, en dirección al cuello.

No seas débil.

No llores.

No grites.

Solo escucha.

—¿Tienes deseos de morir o algo así, Kira? —Amanda se acercó con frialdad, tomando asiento al borde mi cama y arruinando su bonito vestido por la humedad del agua. Sus uñas largas me recorrieron el cuello y se cerraron con un apretón firme contra mi garganta—. ¿Está jodidamente bromeando conmigo en este momento? No estaba jugando cuando dije que la gente vendría tras de ti si abrías la boca con la imbécil de tu madre.

Iba a defenderme, pero antes de que siquiera pudiera hacer algo, el fuerte golpe de su palma impactando contra mi mejilla me hizo detener.

Estaba jadeando pesadamente, inmóvil contra la cama. Parpadeando, tratando de concentrarme, mientras sentía los golpes de Amanda contra mi brazo.

Quise gritar, siempre quería hacerlo, así que agarró mi hombro y me dio la vuelta para ahogar mi grito contra su palma.

Era cuidadosa al no tocar mi cara.

Sus piernas comenzaron a patearme y sus manos sostuvieron mis brazos. Estaba rogando que todo acabara, pero su rabia era insuficiente. Sus manos jalando mi cabello, las palabras que me decía y los golpes que me daba... hasta que simplemente solo se detuvo.

Comencé a respirar, luchando contra el dolor de mis extremidades al intentar empujarla.

Si seguía golpeándome iba a tener que llevarme al hospital y las cosas iban a resultar peor. No podía enterarse de que estaba embarazada, por lo que simplemente dejé que hiciera lo que quisiera, sintiendo el impacto de todo el líquido nauseabundo que, de un momento a otro, estaba bañando mi cuerpo.

Mi garganta se cerró y quise vomitar, percibiendo el golpe de las arcadas y el fétido olor que desprendía aquello que había bañado sobre mí cabeza.

—¿Sabes que le pasa a las zorras que dicen malas palabras, Kira? —Yo negué con la cabeza—. Las llenan de fluidos.

Pero aquello no era suficiente, aún faltaba lo peor, el impacto y el fregar de mi cara contra el trapeador manchado. Una y otra vez, hasta que me estaba a punto de ahogar y solo me quedaba soportar.

Restregándolo por todo mi cuerpo, por mi cara e incluso mis labios. Haciéndome sentir asquerosa y sollozante.

La familiaridad golpeó mi pecho y se hizo eco en mis oídos.

A un centenar de kilómetros de distancia sonaba como un lugar muy agradable para estar en aquel momento. Muerta tal vez.

—¿Recuerdas que te enseñé hace algunos años? —bramó en mi dirección, retirando el trapeador de mi rostro para que pudiéramos hablar.

—Yo, Kira Elizabeth Becker, no debo decir malas palabras —le repetí.

En ese instante paró y me obligó a incorporarme. Era la rutina casi a diario, algunas veces era peor.

—Vomito, sangre, semen... y orina. —Se detuvo para mirar—. Pareces un sucio cerdo, báñate y agradece que no añadiera algo más.

»Y hoy no te pongas labial rojo, ya te ves lo suficientemente guarra.

***

Salté a la regadera casi corriendo, una vez Amanda me había dejado en el cuarto sola. Sentía como vapor y las sustancias iban saliendo de mi piel, mientras el agua fresca me golpeaba los brazos y las piernas.

El corazón me latía con fuerza y estaba aguantando las ganas para no llorar.

¿Qué estaba haciendo? Un dolor hueco se instaló en mi estómago y un vacío horrible llenó mis brazos, justo donde antes me habían golpeado.

Por un momento, me quedé mirando mi reflejo en el gran espejo. Mi cara pálida era casi una copia de la de mi madre, mis ojos lucían apagados y mis labios lucían secos con costras de sangre.

Esa era yo.

En el instante en que levanté la cabeza vi mi imagen, tuve la misma sensación que había estado teniendo durante los últimos años. Mi corazón procedió a caer en picada en mi estómago y se sintió del asco una vez había parado de vomitar todo contra el inodoro.

Allí estaba ella. Kira Becker. La chica que no tenía imperfecciones. La de la piel perfecta. La del cabello brillante y los labios bonitos.

La inalcanzable.

La chica que había sido tres años consecutivos la reina del baile, y que nunca de los nunca, iban a ser capaces de imaginar que usaba un maquillaje perfecto para cubrir los golpes con una máscara.

De la nada solté una risa suave, nada de eso era cierto, esa no era yo. Kira Becker era una persona horrible, que incluso a sí misma se daba asco. Una persona que manipulaba, engañaba, ya que no sabía hacer otras cosas y por la noche lloraba deseando acabar con todo.

Ver mi reflejo muchísimas veces me daba asco.

Me odiaba, porque no me había tocado una vida mejor.

Me odiaba porque no podía ser mejor.

Minutos después de mi inspección, silencié desesperadamente la voz de mi conciencia en mi cabeza y una lenta sonrisa comenzó a propagarse en mi rostro. Levantando mis dedos, rocé mi cuerpo. No había cambio alguno aún, y eso me gustaba. Pero no por mucho tiempo, debía sobrevivir los días que me faltaban en la secundaria y luego hacer lo que tendría que hacer para subsistir.

Iba a contarlo, iba a decirle a Aiden e íbamos a resolverlo juntos.

Me recompuse en mi mejor estado y luego de unos minutos sollozantes había vuelto a ser la persona que era un día antes... casi en su totalidad.

Esa mañana íbamos a faltar a la escuela y no me interesaba.

Cuando pasé por Aiden ese día, lo primero que hice fue darle a Stacy una sonrisa de suficiencia y saludarla desde lejos. Ella miraba a l otro como si tuviese algún derecho sobre él.

Algunas veces, como ese día, se aparecía en su casa con el desayuno y una sonrisa socarrona, esperando poner sus garras sobre él.

No era así, para nada, él era mío y no parecía notar como chicas y chicos suspiraban por él y en medio de mi inmadurez, me gustaba demostrarle a ella lo desubicada que estaba. Era un buen juego entre las dos.

Cuando llegamos al sitio de tatuajes el amigo de Aiden, nos saludó a ambos de la mano y preguntó con cortesía quién de los dos iba a ser el primero en sentarse. Yo estaba mentalizada, los tatuajes dolían, todos lo decían, pero no quería ser la primera en algo como aquello.

—Joder, ¡pero no vayas tan rápido! —habló de pronto, haciendo énfasis en que prácticamente lo estaba arrastrando para sentarse en la silla.

—Lo siento. Estoy tan nerviosa que me sudan hasta las manos —admití con algo de vergüenza mostrándole las dos palmas abiertas—. Supongo que ya sabes, nervios de la primera vez.

Aiden tampoco tenía tatuajes, así que no podíamos consultar. Le había dicho que le daría todas mis primeras veces y era algo que quería mantener hasta el final.

Luego de algunos minutos esperando, el amigo de este rodó los ojos con diversión y comenzó a preparar las cosas dándonos tiempo a solas.

La expresión de este se suavizó con una sonrisa ladeada y yo emití una risa floja una vez el tatuador se había ido. Él había entendido el chiste.

Antes o después de una primera vez siempre algo salía mal.

—Todos los hermanos aman el trabajo de Big Shop. No creo que vaya a quedar mal —bromeó, recostándose sobre la camilla e indicando que tomara asiento a su lado.

—¿En serio se llama Big Shop. ¿A quién mierda le bautizan así?

Aiden negó con la cabeza y esbozó una sonrisa inocente.

—Nop. Su nombre es Thomas, es la forma con la que los hermanos lo bautizaron en la iglesia, ya sabes, como Red, mi tío, clubes de motociclistas y esas mierdas.

—Si tú eres Red y tu amigo el tatuador es Bishop, ¿Riven no se llama Riven? —le inquirí con curiosidad.

—Riven se llama Riven, y creo que es todo lo que deberías saber —respondió él con algo de molestia.

Aiden no mencionaba mucho las actividades ilícitas del negocio de su familia. Tampoco yo me molestaba en preguntar, porque entre menos supiera mejor. Esa mierda no tenía que ver con nuestra relación en esa etapa.

Una vez Thomas había regresado se dispuso a preparar en silencio la estación de tinta y la máquina, mostrándonos el trío agujas estériles e indicando que todo estaba en orden.

Aiden se sacó la camisa por el cuello y se recostó en la camilla, dejando que el otro hombre hiciera su trabajo al poner la plantilla del boceto en su costilla izquierda. El sonido de la máquina me daba algo de ansiedad, pero a pesar de eso, no había ninguna mueca de dolor en el rostro de mi novio.

—¿Por qué las manos de la creación de Adán? —preguntó de repente Thomas, al mismo tiempo que entinto el juego de agujas.

—Miguel Ángel creía que Dios le dio el conocimiento a Adán para ser libre. En general es porque Dios nos hizo libres —le respondió Aiden, haciendo por primera vez una mueca de dolor.

El tatuaje era una metáfora de lo que habíamos vivido aquella noche, pero preferí mantenerme callada.

—Es curioso que te toque la mano de Dios. —Aiden frunció el ceño ante aquella afirmación.

—¿Por qué?

Thomas le sonrió levemente y pareció recordar algo bueno, ya que las comisuras de sus labios se elevaron en una sonrisa sincera.

—Tu nombre, Dios celta del sol ¿No? recuerdo que tu abuela quería llamarte Ethan, pero no tienes cara de llamarte así. Aiden te queda mejor —informó el tatuador, chasqueando. Aiden alzó la vista hacia su amigo, dudoso, tenía una expresión interrogante en el rostro, tal vez la información también era nueva para él.

—Sé que es irlandés, a mi padre le gustaban los celtas —informó el más joven.

Thomas se detuvo un poco desconcertado, pero luego no se tardó ni un segundo en responder:

—No recuerdo mucho, tal vez tendría unos... ¿cinco o seis años? Tu abuela, ella le recitaba la biblia a los niños de la hermandad. Decía que Ethan era la roca que mantenía el eje en la fe, o alguna mierda como esa.

»No lo recuerdo muy bien ya que mi irlandés no es muy bueno, tal vez era al revés.

Yo me encogí de hombros en el sofá, riendo bajo, ya que Aiden tenía una expresión de que no entendía una mierda.

—¿Ethan? Es lindo, ¿por qué no sabía eso? —indagué.

—Porque ni siquiera sabía que mi abuela deseaba ponerme un nombre —se burló.

Thomas pareció de repente ser iluminado por los ángeles del entendimiento, porque luego de unos segundos sus cejas se alzaron y su boca se abrió.

—¿En serio no conocen la regla? ¿No es muy pronto para tatuarse juntos? —aseguró, esclarecido y asombrado.

Yo me acerqué a Aiden y del otro lado le tomé la mano, ambos negamos con la cabeza.

—La regla de las parejas que siempre terminaba luego de tatuarse. ¿Qué pareja se tatuaba a los diecisiete años? —El tatuador se burló.

—Si lo nuestro no es para siempre, entonces al menos tendremos tatuajes juntos —le aseguré sonriendo.

Fue en ese momento en el que me di cuenta que nunca había estado tan cómoda con alguien en mi vida y que era lo más cercano a sentirme normal en años. Cuando estaba con Aiden mi vida no era blanca o negra y los relieves no eran planos, tal vez por eso de entre tantas personas el mundo lo había escogido a él.

Estaba tan pérdida en mi cabeza que no me di cuenta cuando este comenzó a tocarme el rostro hasta que sentí las ásperas yemas de sus dedos contra mi oreja, al este colocar un par de mechones detrás de esta.

El tatuaje lucía bien y quería tomarle una foto para presumir en mis redes sociales.

Thomas sonrió con complicidad en mi dirección, cuando vi a Aiden incorporarse sobre sus codos para que este pudiera cubrir el tatuaje antes hecho con una especie de papel con transparencias.

Era mi turno y el dolor era algo con lo que sabía lidiar.

***

—¿Iremos al lago después?

Aiden asintió.

Una vez habíamos terminado salimos del estudio de tatuajes con las manos entrelazadas.

¿Era el momento para hablar?

¿Cómo le dices a tu novio que van a tener un bebé?

No era de esperarse y yo no quería arruinarle la vida, ¿cómo íbamos a mantenerlo en secreto?

Mientras caminábamos por la calle una brillante camioneta aparcó a nuestro alrededor, no pasaron muchos segundos para que la figura de mi madre, siempre elegante, bajara de este.

Su cabello rubio no mostraba una cana, su figura era impecable y alta, mucho más alta que la mía. Donde yo tenía ciertas curvas mi madre era esbelta. No podía sentir más lástima por mí que por ella. Esta simplemente venía unas pocas veces al año y ahora que había ganado las elecciones del congreso, era mucho peor. Había sido condecorada como la mujer del año en el Estado. Madre, esposa, carrera política en ascenso, sin olvidarse de los muchos millones de la planta refinadora de gas que había heredado de mis abuelos.

La vi acercarse, a medida que cruzaba la calle, por lo que con rapidez tomé la mano de Aiden y lo miré rogando.

Era la oportunidad, necesitaba hablarlo antes de que fuera demasiado tarde.

—Prométeme buscarme a las cinco al otro lado del río —le rogué—. Por favor prométemelo.

Mi respiración se cortó. Sintiendo que la estabilidad de mi mundo estaba pendiendo de un hilo y el rumbo de mis decisiones dependían de esa respuesta.

Luego de un momento de un momento Aiden asintió.

»Tenemos que hablar, por favor, no olvides.

—¿Pasa algo? ¿Por qué te comportas así? —Aiden preguntó, su rostro escondía un ademán consternado.

Antes de que pudiera responderle la voz de mi madre se extendió:

—Despídete, Kira. Es hora de regresar. —El tono de esta había sonado suave a lo lejos. Conociéndola escondía una clara advertencia.

Aiden asintió estando de acuerdo, pero su mirada lucía como que estaba a punto de explotar. Se pasó una mano por el cuello, como si estuviera demasiado preocupado como para ahondar en el tema.

—A las cinco, Aiden —rogué una vez más.

Con la otra mano me empujó para que caminara y atendiera a mi madre antes de que tuviera que repetir su única opción.

Una vez caminé hacia donde ella, esta se mantuvo cruzada de brazos y con la vista pegada al suelo; probablemente tenía los labios apretados. En ese momento quise tener la habilidad de poder teletransportarme y desaparecer para siempre, o aún más sencillo, la habilidad de huir y nunca ser encontrada en la faz de la tierra.

Ella me tomó del codo y me sentó en el asiento del pasajero de su camioneta, mientras observaba a mi novio mirando desde lejos. Era demasiado extraño que mi madre estuviera conduciendo sola, sin escolta y sin su chofer.

Era demasiado elegante como para andar por ahí sola en la vía publica.

La vi deslizar las gafas oscuras que llevaba puestas en el rostro, revelando así que sus ojos encontraban rojos, inyectados en sangre y que su preocupación tal vez era mayor.

Estaba temblando y ya no se veía tan perfecta como siempre era.

La vi apretar el volante y girar el auto, en vez de llevarme a casa, se estaba dirigiendo hacia otro lado.

—¿Cuándo te convertiste en una ramera, Kira? No eres la hija que crié. No críe a una desvergonzada que se acuesta con cualquiera. —La escuché decir.

—¿Siquiera me criaste? —le respondí con sarcasmo, preguntándome si eso era lo que más necesitaba.

—Soy tu madre, no toleraré que me faltes el respeto porque no me lo merezco. —Mi madre bramó, molesta e indignada.

—¿Siquiera mereces respeto?

—No tientes mi paciencia.

—¿Vas a pegarme como lo hace el resto? Tranquila, ya no me duele, mamá —bufé.

—No sé qué quieres con todo este drama, esto no se trata de ti.

Nunca se trataba de mí.

Por el contrario pareció no haberlo aceptado todavía. Negó con la cabeza, acelerando el recorrido de la camioneta. Esa no era ni de cerca la madre equilibrada que conocía.

—Ay, ¿cómo que no sabes? ¿Acaso no te diste cuenta, mamá? Disculpa, te lo dije muchas veces.

»¿En serio creíste que cada vez que me rapaban la cabeza era porque se me pegaba un chicle? —Esta negó con la cabeza, y yo reí, luego comencé a explicar—. No me digas, te ahorraré la charla. ¿Déjame adivinar? Te enteraste que serás abuela.

Sus ojos me miraron con rabia.

—¿Quieres arruinarme la carrera, mocosa? Me he esforzado mucho por esto para que lo arruines. Eres una egoísta, quejosa y malcriada que solo se fija en sí misma. ¿No te das cuenta que esto lo hago por las dos? —Sus quejas sonaron como las de alguien verdaderamente desesperado.

Para mí aquello no tenía sentido. Era rica, mis abuelos le habían heredado montones y montones de propiedades como para que limpiar su imagen fuera un buen plan, así que con algo de risa comencé a decir:

—¿Arruinarte la carrera? Me encantará ver el titular de la nueva congresista con la hija adolescente embarazada.

»¿No tienes moral?, ni siquiera mereces llamarte madre. ¿Por qué viniste? ¿Los niños pobres ya no necesitan de tu lastima? O ya va, déjame adivinar de nuevo, justo ahora te preocupas más por la ramera de la hija que tienes embarazada.

Hubo un silencio, no esperaba soltar aquello, era arriesgado y yo tenía demasiada rabia acumulada. No era ninguna zorra, los errores pasaban y el mío lo tenía que enfrentar.

—Te di todo lo que necesitas y, te dejé con tu padre y contraté a Amanda. ¿Qué más podías pedir?

—¿Amor? ¿Atención? ¿Afecto? ¿Te suenan? —inquirí con sarcasmo, viendo como miraba a los espejos en repetidas ocasiones y aceleraba cada vez más—. Oh, genial, me abandonaste la mujer que ha abusado de mí y el hombre que hace que sus amigos también lo hagan. Me fascina tu forma de cuidar, eres una persona muy maldita, madre, pero tranquila, ya no estoy sola, ¿recuerdas?

—¡No se trata de mi eso, Kira! Abortarás a ese bastardo y no dirás que no. —Ella no podía interponerse en mi decisión, pero lucía enfurecida y yo tenía miedo—. ¿Cómo pudiste embarazarte de ese? ¿Acaso sabes que vas a tener el hijo de un criminal?

—¿Aiden? No lo metas a él, su familia... sí, son criminales, no voy a negarlo. ¿Él? Más o menos. —Me removí en mi asiento incómoda al escuchar su mención—. ¿Cómo lo sabía? ¿Te duele la verdad? Hmmm, no me desagrada tanto estar embarazada, ¿sabes? Y ya no tienes el derecho de decirme que hacer y que no.

—Mierda, no te estoy hablando de mí, lo estoy haciendo por ti, no lo entiendes. No es el momento para traer a un bebé. No tendrás a ese maldito bastardo.

Mi madre no decía malas palabras.

Algo no estaba bien.

—¿Por qué todo esto, mamá? —le inquirí con una nota de preocupación—. ¿Por qué intentas ser buena madre?

—Porque vienen para matarnos, y quiero salvarte, Kira.

Al principio no me había gustado ser una perra, no me gustaba ser cruel. Solo era el personaje que había creado para sobrevivir en la selva. Solo era una pobre chica de diecisiete años creyendo que podía hacer algo diferente. Que las cosas podían cambiar, pero eso no pasó.

Y poco a poco me fui corrompiendo hasta convertirme en quien era en la actualidad. La asesina visceral que iba a hacer lo que tuviera que hacer para conseguir lo que quería.

Yo era la madre de Ethan, el bebé que contra todo pronóstico esa tarde había decidido traer al mundo.

X

El cap de hoy es dedicado a Ari Molina, una lectora fiel que aprecio demasiado. Muchas gracias por tu apoyo, me haces muy feliz. 

Este capítulo me ha dejado demasiada cargada emocional y cuando lo leí, luego de haberlo escrito, estuve llorando como una Magdalena. Ya en el siguiente volvemos al presente y espero aclarar sus dudas.

Espero que les haya quedado un poquito de estabilidad emocional.

¿Qué les pació?

¿Tienen teorías?

Los amo, muchas gracias por leer. No olviden votar y comentar. XOXO; Ashly. 

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